Una noche de luna nueva {Sofia} ( Privado)

Correspondió a la sonrisa que su príncipe le dedicaba con otra igual de plácida que aquella, en la que la felicidad que sentía la dama era más que visible. Felicidad por tenerle con ella, por poder complacerle como no creía que pudiese hacerlo. Se acomodó entonces entre sus brazos, asintiendo con convencimiento. Sofia había crecido viendo lo que no era el amor, y para saber que los sentimientos de Maekar por ella eran sinceros solo tenía que echar la vista atrás y recordar cómo Damon Lannister miraba a su esposa. Nunca supo interpretar los sentimientos de su padre por su preciosa madre, pero si algo podía asegurarse es que no había demasiado amor en ellos, más alla del aprecio que pudieran sentir el uno por el otro después de años de matrimonio y convivencia. Pero en los ojos violetas de su príncipe había más que un simple aprecio hacia ella, más que una estrecha amistad, y eso sí podía verlo la leona- Pero seguro que no tanto como yo a ti -dijo con una sonrisa tierna antes de pegarse más a él.

Le acompañó cuando rió- Tendrás tantos premios como desees, sin necesidad de haber ganado ninguna carrera -dijo antes de buscar sus labios una vez más- Y espero poder ganarme yo también alguno que otro... -añadió, pues a pesar de que darle placer como se merecía habia sido para ella un reto superado, ella también había disfrutado gracias a él, y estaba loca por poder volver a hacerlo. Fue cuando sintió la necesidad de abrazarle cuando cayó en la cuenta de que su mano aún tenía los restos de lo vivido momentos antes, así que se disculpó y se acercó a una pila de agua colocada junto a su tocador. No tardó en lavarse las manos, secarlas con un pañuelo de algodón y volver veloz a la cama, movida por la frialdad de la noche y por su deseo de volver con su amado, a quien notó cansado. Y lo comprendió- Hoy no ha sido un día fácil para ti, mi amor -comentó considerando no solo aquella visita, sino también la carrera y la búsqueda de los autores del atentado- Descansa, y déjame hoy ser yo quien te vea dormir -murmuró, acariciando los labios de su príncipe con su dedo pulgar antes de besarlos lentamente.

La expresión de tristeza que se dibujó en los labios de la joven leona al escuchar decir a su príncipe que no podría quedarse con ella cambió a una tierna sonrisa al ver cómo él bostezaba, y recogió con la yema de su dedo la lágrima que caía en dirección a la almohada, aunque nunca llegó a tocar la tela. No estaba dispuesta a dejarle marchar, no después de lo que habían compartido, así que por mucho que él quisiese, Sofia estaba decidida a hacer que pasase la noche con ella, entre las sábanas de su cama, pero a medida que escuchaba a su príncipe se convencia de que su intervención no iba a ser necesaria, pues parecia que el dragón iba a caer rendido en cualquier momento.

Le acogió entonces en su pecho como tantas veces él había hecho con ella, abrazándole, como si así sintiese que nunca le perderia. No quería ni imaginar que eso llegase a suceder algún día. Suspiró feliz sintiendo el aroma del caballero, y con una de sus manos apartó los mechones de rubio cabello que cubrían la frente de Maekar y dejó un cálido beso en esa zona.

Entonces arropó al dragón, y le abrazó más fuerte. Y en ese momento, cerró los ojos ella tambien, dejando que la oscuridad de la noche y el cansancio hiciesen de las suyas, no sin antes besar con suavidad los labios de su futuro esposo por última vez en aquella noche.

Al sentir varios besos por su rostro, Sofia abrió lentamente los ojos, comprobando que, desafortunadamente, su príncipe estaba vestido y se despedía de ella antes de dejar la habitación- No lo hará -le aseguró antes de atrapar sus labios en un beso. El único consuelo que encontraba la joven dama era que, aunque él no estaría a su lado, siempre lo tendría presente, dormida o despierta, en sueños o en su pensamiento, pero aún así no le agradaba verle marchar, y eso se hizo visible en su rostro. Bajó entonces la mirada hasta su mano cuando vio los movimientos del príncipe, y entonces sí dejó que una sonrisa surcase su rostro, reconociendo el anillo que colocó en su dedo anular, ese con el que, al igual que sucedería con el colgante que ella le daría antes de su marcha a la capital, comenzarían aquella peculiar tradición que habian ideado entre los árboles del bosque aquella misma tarde.

No le obedeció. En vez de ello, se incorporó sentándose en la cama, abrazando sus rodillas mientras veía cómo su caballero salía por la ventana de la habitación. Y suspiró, queriendo que esa visión no tuviese que repetirse muchas más veces. Ahora que el dragón no estaba, el frío nocturno había vuelto al cuerpo de Sofia, así que recogió su camisón y se lo puso de nuevo, tumbándose otra vez en la cama y arropándose a sí misma entre las sábanas. Se giró haciéndose un ovillo y cerró los ojos, deseando que las horas pasasen raudas hasta poder volver a verle.