Una noche de luna nueva {Sofia} ( Privado)

Le había prometido a Maekar que conseguiría quedarse un día más en la ciudad, pero aquella idea no fue muy bien recibida por los suyos. Sus damas y doncellas ya habían dispuesto todas sus pertenencias para el viaje, pero no fueron ellas quienes se molestaron, o al menos no quienes le hicieron saber a Sofia que estaban en desacuerdo. Los encargados de dejar constancia de su desagrado fueron los caballeros que procuraban su seguridad, quienes no consideraban que aquello fuese ni seguro ni adecuado. Sofia estaba de acuerdo, pero había hecho una promesa y estaba decidida a cumplirla, alegando que no se encontraba bien y menos aún para un viaje en barco en los que bordearían la costa durante cuatro largos días hasta tocar tierra en Lannisport. Les amenazó con decirle a su padre, si había consecuencias, que eran ellos los culpables, y cuando les aseguró que daría sus nombres, terminaron accediendo.

Fue con esa sensación del trabajo bien hecho con la que Sofia se fue a la cama aquella noche. Una de sus damas insistió en arroparla asustada por su estado de salud, pues ya era la segunda noche en la que la leona decía sentirse indispuesta, pero en cuanto estuvo bien tapada, sopló la llama de la vela que descansaba sobre la mesita de noche y se marchó, dejando la estancia a oscuras. Ella no tardó en quedarse dormida, aunque una presencia turbó su descanso. Sin abrir los ojos, se frotó la nariz al sentir cosquillas, pero al ver que persistían terminó abriéndolos, de modo que sus ojos, acostumbrados a la oscuridad, distinguieron perfectamente la figura del hurón junto a ella. Sin decir palabra, se incorporó, buscando entre la penumbra la figura de su príncipe.

La luz de la luna que se colaba por la ventana ayudó a Sofia a distinguir la figura de Maekar, a quien vio caminar hasta su cama, sintiendo después cómo se tumbaba junto a ella, aprovechando que el hurón había cambiado de lugar. La leona se acomodó a su lado, realmente agradecida por aquella visita nocturna. Sabía que sus días en Antigua a punto estaban de llegar a su fin, y disfrutaba con la idea de pasar con él todo el tiempo posible, por lo que le abrazó con fuerza disfrutando del calor que desprendía. Si bien los días de primavera habían elevado las temperaturas, las noches seguían siendo frías, pero con aquel abrazo esa sensación se esfumó.

Le miró nerviosa cuando le escuchó. Aunque reía, podía sentirse molesto, y Sofia no podía permitir eso, así que se apresuró a excusarse- Lo... lo siento, mi príncipe. Para retrasar mi vuelta a la roca tuve que decir que no me encontraba bien, y una de mis damas insistió en acostarme ella misma. Y como pensaba que ya no vendrías... Lo siento... -dijo tan rápido como pudo, tanto que sus palabras sonaron atropelladas. Después le besó lentamente, por si el dragón no tenía suficiente con su explicación- Pero estoy feliz por verte aquí. Apenas han pasado unas horas desde que te vi en el bosque y ya te echaba de menos -le besó de nuevo acariciando su rostro con su mano, y le abrazó después. Maekar era príncipe, tenía mil obligaciones, y Sofia no quería interponerse, pero aún así, cuando cada uno partiese a su hogar se le iba a hacer insoportable. Pensar en eso hizo que le abrazase aún más fuerte, apoyando la mejilla sobre su pecho.

Suspiró al ver que Maekar no habría necesitado explicaciones, pero no se arrepintió de haberlas dado, pues quería que supiera que de haber sido consciente de que le visitaría no habría actuado así- No pasa nada, te habría esperado cuanto fuese necesario -respondió antes de que un nuevo beso los uniese durante unos segundos, acurrucándose después junto a él, escuchando sus palabras. Su corazón se desbocó en cuanto escuchó la propuesta de Maekar. Aquello significaría desobedecer a su padre, actuar completamente en contra de sus deseos y, lo que la ponía más nerviosa, ver al rey de nuevo. Hacía años que no estaba frente a él, apenas recordaba esa ocasión, pero que supiese sus sentimientos hacia su hijo la ponía nerviosa, y si no lo hacía ya, no iba a tardar en hacerlo. Sofia se obligó a suspirar para relajarse.

- ¿Estás seguro? Puede que mi padre no esté de acuerdo, y no quiero empeorar la situación. Además, ¿y si el tuyo no aprueba lo nuestro? No quiero ser un estorbo ni un motivo de disputa. Aunque... -dijo pensativa- En algún momento tendremos que hacerlo -suspiró- Está bien. Sigo órdenes reales, ¿quién en su sano juicio contradice al príncipe? -sonrió y se incorporó un poco, tan solo lo necesario para apoyar su codo sobre la cama y mirarle desde un ángulo un poco más alto- Pero prométeme que si el rey se opone, no me dejarás. Sé que es mucho lo que pido, pero es que no lo soportaría... -terminó con un leve murmullo cuyo volúmen fácilmente podrían haber superado los grillos que cantaban en la noche. Trazó un curso en el rostro de su príncipe con la yema del dedo índice, en una caricia, observando sus rasgos- Veré este rostro al despertar, cada mañana durante el resto de mi vida. No me importa lo que tenga que hacer para conseguirlo, pero así será -dijo seria, convencida de la certeza de sus palabras.

Pocas eran las personas que alguna vez habían visto la cara más desagradable de Sofia. No solía sacarla a relucir a menudo, y menos aún con personas poco allegadas a ella, pues no era esa faceta suya la que quería enseñar al mundo. Siempre le había gustado ser subestimada, que no se esperasen sus actos. Sus mentiras, chantajes y amenazas entraban en juego cuando las circunstancias no le eran favorables, y si ahora se daba la necesidad, estaba decidida a hacerlo.

Se tendió de nuevo en la cama, sin apenas separar sus labios de los de Maekar. Los ojos de Sofia se perdieron en los violáceos de él mientras escuchaba sus palabras, las cuales la leona no habría nunca esperado poder escuchar. Por supuesto que lo había soñado, como todas las demás damas que crecen en un entorno similar al suyo, pero ella era inteligente, y sabía que la vida no era tal y como la describían las poesías y los bardos que entonaban canciones románticas. Sin embargo, ella había encontrado a su caballero, y aún no lo había asumido del todo, lo que hacía que una sonrisa ocupara su rostro cuando escuchaba que sentía esas cosas por ella de forma sincera.

- Suerte entonces que no tendrás que estar sin mí -rió, abrazando de nuevo a su príncipe, sin intención de liberarlo nunca- Creo que mis padres nunca se han amado de verdad -dijo en un susurro, mientras su mano se colaba bajo la camisa de Maekar para acariciarle por el abdomen con suavidad- Solamente se soportan, y a veces ni siquiera eso. Me alegra saber que nosotros no seremos así -besó el pecho de su príncipe y volvió a pegar en él su mejilla.

Se echó a reír al ver la reacción de Maekar a sus caricias- No será porque tengas tendencias exhibicionistas... -añadió, apoyando la cabeza en la almohada mientras miraba cómo se quitaba la camisa, sin poder reprimir morderse el labio inferior ante tal visión. Ya lo había visto antes así, pero él llevaba razón: a ella le encantaba, y no había motivo para eliminar tales gestos.

Acercó su cuerpo al de su amado cuando éste rodeó su cintura, y pasó sus brazos sobre sus hombros, atrayéndolo hacia ella mientras sus labios capturaban los de él. Sus manos descendieron entonces por su cuello y su pecho en una caricia, y rodearon su cintura al tiempo que oía las palabras que le decía al oído, las cuales la hicieron sonreír de manera traviesa, antes de besar su cuello repetidas veces. Estaba decidida a mantener su palabra y a saber esperar también ella, tenía que ser paciente, una buena dama, pero en situaciones como aquella se preguntaba si lo conseguiría, quién ganaría la lucha entre la tentación y el honor.- Y te prometo que la espera merecerá la pena -dijo en un murmullo.

Sus manos acariciaban la espalda de su príncipe durante un nuevo beso, más largo y húmedo que los anteriores. Encontró entonces su camisón realmente tedioso, pues querría haber sentido sin ninguna barrera el cálido contacto de la piel de su príncipe junto a la suya. Pensó en deshacerse de el, pero no. No podía hacerlo, de modo que bajó la mano hasta su propio muslo, agarrando la tela para tirar de ella hacia arriba lo suficiente para liberar sus piernas, entrelazando éstas con las del Targaryen.

Si alguna era la intención de Sofia era que no llegasen a lo de la noche pasada. No quería volver a poner en entredicho su honor de aquella manera. No debía hacerlo, era una dama, y ya no por lo que pudieran decir, sino por ella misma. Las palabras de Rose la habían hecho recapacitar, y eso que la rosa no había tenido noticias de a donde llegaron los acontecimientos, pero esa convicción se alejaba poco a poco a medida que los minutos iban pasando. No quería entregarse demasiado, no podía hacerlo, pero a la vez era lo unico que quería hacer, no pensar en nada más que no fuese en ellos y dejarse llevar por la situación.

Devoró los labios de su amado mientras sus manos le atraían hacia ella, diciéndose a sí misma que sabría parar cuando fuese necesario. Entrelazó sus dedos entre los rubios mechones de su cabello, mientras su otra mano continuaba acariciando la espalda de su príncipe. Fue entonces, entre beso y beso, cuando sintió cómo una de las curtidas manos de Maekar se colocaba donde un instante antes ella habia tenido la suya, acariciando la piel de la dama antes de subir poco a poco por su cuerpo, acompañado ese viaje por la tela de su camisón. No se sentía avergonzada por ello, pues la noche anterior el dragón ya había visto todo lo que había que ver, y a diferencia de ese momento, lo único que provocó ese gesto en Sofia fue que el calor de su cuerpo subiese, a consecuencia también de los movimientos que sus cuerpos hacían, rozándose de forma cálida e intensa.

Pero él se separó de pronto, disculpándose por aquello. El hecho de que se separase hizo que las ideas de Sofia se pusiesen un poco en orden, pero no lo suficiente cómo para bajarse de nuevo el camisón y limitarse a besar al caballero. En vez de eso negó y tomó entre sus manos el rostro del dragón, atrayéndolo hasta sus labios, aunque solo llegaron a un leve roce, quedándose a la altura suficiente para que sus alientos exaltados se mezclasen- Eres mi príncipe, y serás mi esposo ante los ojos de los Siete en cuanto sea posible. Soy tuya desde antes de lo que podrías imaginar, así que no hay necesidad de disculpas, mi amor -sonrió, y entonces sí unió sus labios con los de él- Quiero disfrutar de mi futuro esposo, aunque no pueda ser aún tanto como desearía...

Las manos de Maekar reaccionaron cálidas, recorriendo con aparente calma la piel de Sofia. Comenzaron a subir poco a poco desde sus caderas, ante la atenta mirada de la dama, quien miraba ensimismada a su príncipe, percibiendo el brillo de sus ojos incluso en la oscuridad. La leona había imaginado muchas veces ese momento, y había asumido que se pondría nerviosa por aquello, pero para su sorpresa, ahora no era así, lo que atribuyó a la relación que había tenido con Maekar desde que se habían conocido en su infancia. Siempre se había sentido muy unida a él, quizás incluso más que con Tybolt, su propio hermano, con quien vivía desde su primer día de vida. Al sentir el calor de su tacto sobre sus pechos, Sofia cerró los ojos, dejándose mover por las sensaciones que aquellas caricias le provocaban.

Al sentir los besos de Maekar en sus labios correspondió a todos y cada uno de ellos, hasta que cambiaron de posición. El se tumbó esta ve en la cama, y ella le abrazo, apoyándose en el. Una sonrisa iluminó su rostro al escucharle; ahora era su turno. Después de darle un tierno besito en la mejilla se colocó sobre él con las piernas a ambos lados de sus caderas. Su camisón se bajó de nuevo, pero en vez de dejar que cayese del todo, lo agarró por los bordes y tiró de él hacia arriba, haciendo que sus rizos cayesen como una cascada dorada sobre su espalda al sacarlo por la cabeza, echando la prenda hacia un lado. Besó una vez más los labios de su príncipe y tomó sus manos, colocándolas en su cintura- Mi príncipe tiene las manos calientes -comentó- Quizás es cierto eso de que sois de la sangre del dragón -agregó con una sonrisa ladina en los labios.

Su corazón palpitaba disparado en su pecho, más por la excitación de aquel momento que por nerviosismo. Movió sus caderas sobre él, en círculos, sintiendo en esa zona algo que no había sentido antes, lo que hizo que una risita escapase de sus labios, divertida. Se agachó entonces y le besó profundamente, bajando sus labios por su mentón hasta su cuello, mientras sus manos acariciaban su cuerpo.

Mordió con suavidad el cuello del príncipe en varias ocasiones, y bajó después los besos por su pecho, acompañándose de caricias durante todo el tiempo. Está de más decir que Sofia nunca había estado en aquella situación, ni siquiera en una levemente parecida, pero no saber qué pasos dar no la hacía sentir insegura o frustrada, pues con él se sentía segura, sin miedo al error.

Fue por ello por lo que se limitó a dejarse guiar por su instinto, dirigiendo con lentitud sus manos por el torso y el abdomen del joven, hasta que el borde de sus pantalones supuso un límite. ¿Y desde cuándo Sofia Lannister había tenido límites? Aquella noche solo existía uno, y ese no sería una simple prenda, así que los finos dedos de la leona se dispusieron a tirar del lazo que los sujetaba a la altura de la cintura, pero se detuvo, mirando a su príncipe durante un instante. Se mordió el labio dubitativa, sonriendo después de tomar una decisión, y en ese momento se echó un poco más atrás, recorriendo su cuerpo con sus besos hasta llegar a la lazada, agarrando con los dientes el extremo de éste y tirando después hacia arriba para deshacerlo.

Se incorporó después de nuevo, mirando directamente a los ojos del dragón- Creo que aún estoy en clara desventaja -dijo, dedicándole una sonrisa traviesa. Después tiró del borde de la prenda hacia abajo con ambas manos, quedando ahora la balanza equilibrada. Se retiró un segundo para poder retirar los pantalones del todo, y luego volvió a su posición, continuando con su peculiar danza sobre las caderas de su caballero. Sin embargo el roce directo que antes no había hizo que algunos gemidos saliesen de los labios de la leona, y se lanzó a los labios de Maekar con sed de ellos- Tendrás que ser tú quien me pare a mí esta vez -susurró contra sus labios. Ella se veía completamente incapaz.

Exhaló un suspiro al escuchar la respuesta a sus palabras, aunque hubo algo dentro de ella que le decía que si el no lo hacía, tendría que ser ella quien detuviese aquello antes de que sucediera algo de lo que pudiesen arrepentirse más adelante. Pero en consideración de Sofia, ese momento no había llegado aún. Quería disfrutar de su príncipe, de su futuro esposo. ¿Qué diferencia había entre el antes y después de la boda? Ahora no pensaba en los dioses, ni en su familia, ni en nadie. Lo que ellos pudiesen pensar estaba en un completo segundo plano en aquel momento.

Dejó que la tendiese sobre las hasta hacía un momento frías sábanas, quedando halagada por aquel comentario y por toda la situación. Con él se sentía especial, y no se cansaría de compensárselo durante el resto de su vida. Abrazó su cuerpo mientras le besaba, sintiendo cómo se colocaba entre sus piernas. Sintió entonces sus besos, los cuales la hacían sonreír de forma algo boba, aunque pronto, al llegar a sus pechos, Sofia notó cómo su respiración se aceleraba, provocando que profundos suspiros llenasen su pecho.

Se sentía incapaz de apartar la mirada de la perfección de su príncipe, pero sus ojos no tardaban en cerrarse al sentir los labios del Targaryen hacer de las suyas. Elevó sus piernas, rodeando su cintura, sintiendo su cuerpo arder por lo contacto directo y la presión que ejercía sobre su sexo.

En el momento en que sintió que su príncipe se retiraba, abandonando el roce de sus labios con su cuerpo, Sofia creyó que iba a parar, que le diría que ya había sido suficiente y que no podrían seguir con aquello. Y en ese caso lo habría aceptado, aunque ella hubiese querido seguir disfrutando de los besos y caricias de Maekar, y por supuesto, haciéndole a él disfrutar todo lo que fuera posible, teniendo en cuenta las limitaciones y su falta de experiencia en aquel ámbito. Pero afortunadamente, aquellas suposiciones distaban de la realidad. La leona habia estado calmada en todo momento, confiando por completo en él, pero en cuanto sus oídos escucharon de labios de su amado que no estuviese nerviosa, fue justamente eso lo que hizo.

Su cuerpo se tensó, y su cabeza se alzó para poder observar lo que él hacia, siguiendo detenidamente con su mirada todos sus movimientos. Quería relajarse, quería disfrutar, pero su curiosidad era mayor que cualquier intención que pudiese tener. Dejó que colocase sus temblorosas piernas a su antojo, y se humedeció los labios, mirando a su príncipe nerviosa cuando fue capaz de adivinar sus intenciones, momento en el que en su cabeza se sucedieron todos los cánticos que conocía dirigidos a la Doncella, quien esperaba que estuviese tan ocupada aquella noche atendiendo a otros que no pudiese ver lo que entre aquellas sábanas se acontecía.

Pero su mente se quedó en blanco al sentir los besos que su príncipe dejaba en su zona más intima, esa que no había sido alcanzada por ningún otro nunca antes, como si hubiese estado esperándole a él desde siempre. Su cabeza volvió a donde había estado antes, cayendo sobre la mullida almohada de plumas. Una sensación nueva se había hecho con ella, y no quería hacer nada por evitarlo. El rugido de la leona amenazaba con salir, y se mordió el labio para hacer que se convirtiera en un leve gemido, que a medida que los segundos avanzaban, se veía acompañado de otros nuevos.

La leona luchaba contra sí misma, contra los sonidos que salían de su boca cada vez que sentía los labios o la lengua del caballero paseándose por su intimidad jugueteando con ella. Su espalda se curvaba cada vez que aquel roce hacía que una corriente de calor la invadiese, y sus manos se aferraron a las finas sábanas de color marfil que cubrían su cama, apretándolas entre sus dedos. Sentía cómo los dedos de su príncipe se habían unido a su boca en aquella tarea, lo que provocaba que ese extraño calor que la llenaba aumentase a cada segundo que pasaba, haciéndola evadirse por completo de todo. Preocupaciones, inseguridades y miedos quedaban lejos ahora que estaba en esa nube, desde la que parecía necesitar más aire para lidiar con aquellas sensaciones.

Sentía su femineidad más humeda que antes, había oído hablar de eso. En una ocasión recibieron una visita en Roca Casterly de una mujer que venía de las Ciudades Libres, aunque había recorrido todo Poniente hasta llegar a la roca. Su septa le dijo que no le convenía acercarse a ella, y como es normal, eso fue exactamente lo que Sofia hizo, descubriendo muchas de las historias que aquella mujer contaba, en las que no vacilaba a la hora de incluír detalles que habrían escandalizado a muchas damas. Y le había hablado de eso, de qué se sentía con un hombre, de lo que éstos podían provocar en ellas, y era ahora cuando descubría que la de Myr no mentía. La respiración de la leona estaba agitada, sentía su cuerpo contraerse, y entre gemidos que inútilmente trataba de ahogar mordiéndose los labios, dejó que un calor abrasador la invadiese y se hiciese con ella, notando cómo la tensión de sus músculos se iba haciendo menor después, poco a poco, antes de ver cómo su príncipe se acariciaba a sí mismo, ahí donde debería estar haciéndolo ella. Sonrió ahora ya mas calmada, y se echó hacia delante lo justo para llegar hasta su rostro, atrayéndolo después hasta sus labios, donde pudo probar su propio sabor a medida que se iba tendiendo poco a poco de nuevo sobre la cama, sin liberarlo de aquel beso.

Se obligó a mostrar seguridad, y con ese sentimiento, obligó al dragón a girar sobre sí mismo para colocarse ella sobre él una vez más. Besó sus labios, los devoró al tiempo que sus manos recorrían su cuerpo hasta que una de ellas, la más valiente, se atrevió a sostener su hombría entre sus dedos, ejerciendo cada vez una presión mayor. Recordó a la invitada de Myr de nuevo, sus consejos, y entonces suspiró profundamente contra los labios de su caballero, decidida a ponerlos en práctica. Sin que su mano se detuviese, sus labios descendieron por su cuerpo hasta que llegó a aquello que sujetaba entre sus dedos. Miró a su príncipe con una mezcla de picardía y vergüenza en la mirada, y después llevó sus labios hasta su firme miembro, recorriéndolo con estos y con su lengua, demostrándole toda la devoción que le profesaba.

Continuó recorriendo su hombría con su boca, sin dejar de masajear con su mano. Cuando la myriense le habló de ello se sintió asqueada, preguntándose cómo una mujer podría estar dispuesta a hacer algo así, pero ahora que veía la reacción de su príncipe ante sus actos, comprendía por qué las mujeres hacían aquello. Él disfrutaba, y eso la hacía disfrutar a ella tanto o más, orgullosa de sí misma por poder satisfacer a su príncipe en un plano en el que hasta el momento había sido una completa inexperta. La noche anterior, cuando se puso tan nerviosa por enfrentarse al hecho de que su desnudez fuese admirada, llegó a pensar que no sería capaz de hacerlo, que en su noche de bodas sería una completa inútil y que Maekar terminaría buscando en otra lo que ella no le había dado, pero ahora esos pensamientos parecían haberse evaporado.

Al escuchar las palabras de su príncipe, Sofia subió la mirada, y aunque subió por el cuerpo de su príncipe hasta besar sus labios, su mano no se detuvo. Quería ver qué pasaba, cómo sería aquello, y sabía que no quedaba nada, así que no cesó en su movimiento, mientras mordisqueaba divertida el cuello del dragón, quien parecía disfrutar del mismo modo que ella lo había hecho antes. Sembró de besos toda la zona donde había mordido, dando un último mordisquito en el lóbulo de su oreja. Atrapó entre sus labios los del príncipe de nuevo, tratando de apagar sus jadeos para evitar ser descubiertos, y fue entonces cuando sintió que su mano se llenaba de la cálida semilla de su futuro esposo, esa que algún día ella albergaría en su interior.