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La Unión del Reino (Toda la facción de las Islas)
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Triston Farwynd
Keira Greyjoy
Victarion Harlaw
Shiera Greyjoy
Gerald Wynch
Askeladd
Franmark Volmark
Harrald Greyjoy
12 participantes
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La Unión del Reino (Toda la facción de las Islas)
La guerra había sido cruenta. La liga de la Sal había causado muchos daños. Había dividido a los hermanos. Entre la flota que poseían, y el Kraken que les seguía fueron unos adversarios del inframundo, ciertamente formidables. Sin embargo, eso no achantó a los hombres del Hierro. Nunca se vio tanto valor a bordo de aquellos navíos que durante siglos habían surcado los mares. La batalla final, aquella batalla que sería llamada posteriormente la batalla de los Huesos de Nagga, fue la decisiva para la victoria. En aquel momento. De nuevo en Nagga para hablar ante todos los supervivientes de aquella guerra civil, Harrald Greyjoy recordaba la cruenta batalla.
Tres cuartos de la flota leal al Rey se enfrentó a toda la flota de la Liga. Comandados por Bjorn, Myre, Harlaw y Farwynd. Según le contaron, lucharon como demonios, e incluso, Victarion mató a Drumm con su propia espada. Sabía que podía confiar en él. La flota enemiga fue capturada, y los barcos que no fueron tomados, se hundieron en aquellas profundas aguas. Harrald, Seguido por los Orkwood se enfrentaron a la otra cara de la fuerza de la Liga. El Kraken. Le hicieron frente como pudieron, y donde Lord Blacktyde cayó, ellos tuvieron a la suerte y al Ahogado de su parte, pues en aquellas circunstancias, con la bestia inmovilizada por las rocas y el coral, Einar también habría salido victorioso. Se perdieron barcos, y hombres, pero la estrategia dio resultado. Las teas de aceite y el fuego dieron buenos resultados. Y cuando el Kraken se acercaba para dar un bocado portal contra un barco, los arqueros de este abrían fuego sin piedad, vendiendo cara su piel. Fue en el último ataque de ese estilo que el Kraken cayó. Su última victima fue el Leviatán, el buque insignia de la armada Greyjoy. Los escorpiones lanzaron el fuego y el aceite y la brea al interior de las fauces de la gran bestia. Tan herida y debilitada. Sin posibilidad de huir. Aquel monstruo murió cerca de Nagga. Harrald se dio el gusto de disparar su ballesta y dejar ciego de un ojo al endiablado ser, el Ahogado se lo llevase.
De nuevo, como ocurriera hacía unos meses, todos los capitanes y hombres del Hierro debían acudir. Ahora no era para una elección. Los traidores habían elegido a su Rey. Se habían enfrentado en una guerra, negándose a librar el Duelo que Harrald deseaba para evitar el derramamiento de sangre, y el resultado fue la victoria de la verdadera corona de madera. Las consecuencias serían fáciles ahora. O se arrodillaban, o morían. No podía permitir más sublevaciones si deseaba expandir el imperio de las Islas.
Harrald no vio a todos los que acudieron, pero sus leales estaban allí, y los vencidos también. Si no acudían, no habría perdón para ellos. No podía dejar más cabos sueltos. ya no quedaba sitio para ningún tipo de piedad. O estaban con él, o contra él.
Entre los huesos de Nagga. Harrald Greyjoy hablo a voces, para ser oído. Frente a él, estaban los hombres que habían luchado contra él.
-Drumm, Sparr, Goodbrother, Volmark, Saltcliffe, Stonehouse... Todos los que me llamasteis perjuro, continental, traidor y falso rey estáis aquí hoy. Han sido seis meses de dura batalla. Hemos derramado sangre mutuamente. Todos hemos perdido hombres, amigos, familia, en nuestras disputas. Unas disputas que carecen de sentido. Pero es cierto. Habéis luchado bien, y nada me gusta más que eso. Enemigos fieros, a los que nos ha costado sudar sangre para vencer. Reconozco vuestra fuerza, y os saludo. Y así lo harán mis hombres. Sin embargo, seguís siendo mis enemigos. Lo más lógico sería exterminaros a todos, no daros oportunidad alguna de volver a alzar un arma contra mi... Pero os respeto, y nunca mato a un hombre a sangre fría.
Se acercó a ellos. Estaba de pie. Rodeados, pero sin perder su dignidad. Habían sido derrotados, pero tratados con honor, pues así actuaban entre ellos los hombres del hierro. A Harrald no le cabía duda de que si el vencido hubiera sido él, le habrían tratado sus enemigos de la misma forma. Aunque seguramente lo hubiera ejecutado al final, honorablemente, pero ejecutado.
-Hoy tenéis la oportunidad de ser perdonados. De formar parte de algo más importante que vosotros, que yo, y que todos los hombres del hierro. Podemos formar parte de un nuevo imperio que ensombrecerá a cualquiera que haya habido alguna vez en el Continente o en el mundo entero. Tenemos la oportunidad de recuperar nuestra gloria pasada, de hacernos un nombre que perdure durante milenios entre nuestras gentes. Uníos a mi, y ayudadme a conquistar como antaño hicieron nuestros antepasados. Las Escudo solo han sido el primer escalón en la escalera del Caos que hemos de subir. Y una vez lleguemos a la cima. No habrá trozo de tierra e el mar que no nos pertenezca. No habrá nuca que no se erice al oír la palabra hierro. No habrá canción que no hable de uno de nosotros. Uníos a mi, y convirtámonos juntos en leyenda. Olvidemos nuestras viejas disputas y miremos juntos hacia nuestro futuro.
Alzó los brazos hacia los hombres que estaban ante él. Desarmados de antemano, por supuesto. Iba a perdonarlos, pero tampoco era estúpido.
-¿Qué decís?
Tres cuartos de la flota leal al Rey se enfrentó a toda la flota de la Liga. Comandados por Bjorn, Myre, Harlaw y Farwynd. Según le contaron, lucharon como demonios, e incluso, Victarion mató a Drumm con su propia espada. Sabía que podía confiar en él. La flota enemiga fue capturada, y los barcos que no fueron tomados, se hundieron en aquellas profundas aguas. Harrald, Seguido por los Orkwood se enfrentaron a la otra cara de la fuerza de la Liga. El Kraken. Le hicieron frente como pudieron, y donde Lord Blacktyde cayó, ellos tuvieron a la suerte y al Ahogado de su parte, pues en aquellas circunstancias, con la bestia inmovilizada por las rocas y el coral, Einar también habría salido victorioso. Se perdieron barcos, y hombres, pero la estrategia dio resultado. Las teas de aceite y el fuego dieron buenos resultados. Y cuando el Kraken se acercaba para dar un bocado portal contra un barco, los arqueros de este abrían fuego sin piedad, vendiendo cara su piel. Fue en el último ataque de ese estilo que el Kraken cayó. Su última victima fue el Leviatán, el buque insignia de la armada Greyjoy. Los escorpiones lanzaron el fuego y el aceite y la brea al interior de las fauces de la gran bestia. Tan herida y debilitada. Sin posibilidad de huir. Aquel monstruo murió cerca de Nagga. Harrald se dio el gusto de disparar su ballesta y dejar ciego de un ojo al endiablado ser, el Ahogado se lo llevase.
De nuevo, como ocurriera hacía unos meses, todos los capitanes y hombres del Hierro debían acudir. Ahora no era para una elección. Los traidores habían elegido a su Rey. Se habían enfrentado en una guerra, negándose a librar el Duelo que Harrald deseaba para evitar el derramamiento de sangre, y el resultado fue la victoria de la verdadera corona de madera. Las consecuencias serían fáciles ahora. O se arrodillaban, o morían. No podía permitir más sublevaciones si deseaba expandir el imperio de las Islas.
Harrald no vio a todos los que acudieron, pero sus leales estaban allí, y los vencidos también. Si no acudían, no habría perdón para ellos. No podía dejar más cabos sueltos. ya no quedaba sitio para ningún tipo de piedad. O estaban con él, o contra él.
Entre los huesos de Nagga. Harrald Greyjoy hablo a voces, para ser oído. Frente a él, estaban los hombres que habían luchado contra él.
-Drumm, Sparr, Goodbrother, Volmark, Saltcliffe, Stonehouse... Todos los que me llamasteis perjuro, continental, traidor y falso rey estáis aquí hoy. Han sido seis meses de dura batalla. Hemos derramado sangre mutuamente. Todos hemos perdido hombres, amigos, familia, en nuestras disputas. Unas disputas que carecen de sentido. Pero es cierto. Habéis luchado bien, y nada me gusta más que eso. Enemigos fieros, a los que nos ha costado sudar sangre para vencer. Reconozco vuestra fuerza, y os saludo. Y así lo harán mis hombres. Sin embargo, seguís siendo mis enemigos. Lo más lógico sería exterminaros a todos, no daros oportunidad alguna de volver a alzar un arma contra mi... Pero os respeto, y nunca mato a un hombre a sangre fría.
Se acercó a ellos. Estaba de pie. Rodeados, pero sin perder su dignidad. Habían sido derrotados, pero tratados con honor, pues así actuaban entre ellos los hombres del hierro. A Harrald no le cabía duda de que si el vencido hubiera sido él, le habrían tratado sus enemigos de la misma forma. Aunque seguramente lo hubiera ejecutado al final, honorablemente, pero ejecutado.
-Hoy tenéis la oportunidad de ser perdonados. De formar parte de algo más importante que vosotros, que yo, y que todos los hombres del hierro. Podemos formar parte de un nuevo imperio que ensombrecerá a cualquiera que haya habido alguna vez en el Continente o en el mundo entero. Tenemos la oportunidad de recuperar nuestra gloria pasada, de hacernos un nombre que perdure durante milenios entre nuestras gentes. Uníos a mi, y ayudadme a conquistar como antaño hicieron nuestros antepasados. Las Escudo solo han sido el primer escalón en la escalera del Caos que hemos de subir. Y una vez lleguemos a la cima. No habrá trozo de tierra e el mar que no nos pertenezca. No habrá nuca que no se erice al oír la palabra hierro. No habrá canción que no hable de uno de nosotros. Uníos a mi, y convirtámonos juntos en leyenda. Olvidemos nuestras viejas disputas y miremos juntos hacia nuestro futuro.
Alzó los brazos hacia los hombres que estaban ante él. Desarmados de antemano, por supuesto. Iba a perdonarlos, pero tampoco era estúpido.
-¿Qué decís?
Harrald Greyjoy- Nobleza
Re: La Unión del Reino (Toda la facción de las Islas)
Algo que le de ambiente
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Así ordenó Lord Franmark Volmark que su escriba registrase la crónica de la derrota, y quizás iban a ser sus últimas palabras ante de ser juzgado como uno de los cabecillas rebeldes de la Liga de la Sal. Entre los vencidos podían respirarse distintos sentidos hacia Harrald Greyjoy, quien les transmitía su ultimátum. Nadie hablaba en aquel grupo formado tanto por capitanes como nobles rebeldes, ninguno osaría interrumpir aquellas palabras que el solo escucharlas en vez de ser directamente ejecutados era más justo de lo que ninguno de todos los rendidos en los huesos de Nagga merecía. A sus oídos sonaban más nobles de lo que jamás esperaría de ningún enemigo, y en las miradas de quienes le rodeaban podía ver todo tipo de opiniones al respecto, cada uno la suya propia, hombres sumidos en el dolor de la derrota, capitanes que clavaban sus ojos encendidos de ira y resentimiento hacia el Greyjoy así como otros tantos que se mantenían férreos, como esculpidos en roca sin translucir lo que se debatía en su interior.
Lord Volmark pese a sentirse completamente humillado y deshonrado se erguía con todo el orgullo que su cansancio y heridas le permitían. El rostro de cansancio, magulladuras en las piernas y un bendaje en el costado izquierdo así como en el antebrazo derecho que junto a su abollada y castigada armadura daba fe de que había luchado en el más caótico fragor de la batalla de principio a fin de esta. Aunque atendía las palabras del Rey, su mente se ensombrecía por la preocupación de si el menor de sus hermanos sobreviviría a las heridas producidas al ser abordado su barcoluengo, así como si decidía negarse a someterse al reinado de Harrald, algo que con seguridad no haría, ya había sangrado suficiente en batalla como para ser ejecutado allí, y las palabras del rey comenzaban a captar su interés crecientemente.
Cuando el silencio se hizo volvió a pensar en lo ocurrido desde que se inició la revuelta, en un pesado suspiro renegó de lo que tiempo atrás había creído fervientemente y les había conducido a la ruina y el fracaso a costa de la traición, supo en aquel momento quien era el verdadero y único señor de las islas, el hombre que enfrente suya les había hablado de lo que conseguirían juntos como nación, de la verdadera gloria de los Hijos del Hierro. Eso era algo que Albus Drumm jamás planteó, nunca fue más allá de la mera rebelión, y ante el se abría la puerta a algo más que la supremacía de las islas, se abrían las puertas de la leyenda y la gloria. Y eso le hizo ser el primero, quizás el único, que caminando pesadamente se acercó a su frente, separándose del grupo y situándose entre los vencidos y Harrald Greyjoy. Habló econ la firmeza que pudo reunir y consiguió hacerse oir en toda la colina de Nagga.
-Arrojaría mis armas a tus pies Harrald Greyjoy...
Hizo una pausa en la que le miró directamente a los ojos, de guerrero a guerrero, de hijo del hierro a hijo del hierro.
-Pero en vez de eso las alzaré en vuestro nombre, Rey Kraken!
Tras decir aquello incó su rodilla ignorando el dolor que recorrió sus heridas, tenía otras cosas más importantes en las que pensar y preocuparse que su mera fatiga.
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La derrota era completa, las familias que integraban la liga habían sido derrotadas en batalla por las fuerzas leales a la que ahora se proclamaba única y verdadera corona de las Islas del Hierro. El Kraken fue muerto, arrinconado contra la roca como un animal en una trampa defendiéndose desesperadamente contra aquellos que van a cazarlo, las naves que no fueron destruidas o quemadas fueron capturadas para engrosar la flota de los vencedores, junto con los incontables verdaderos Hijos del Hierro que cayeron combatiendo por aquello que considerabamos justo y verdadero. Pero por lo que de verdad llevamos las cosas a ese extremo fue por cegarnos en orgullo y envidia a lo que los partidarios de nuestros enemigos conseguían mientras nosotros nos juntábamos a conspirar y preparar una rebelión que no nos sirvió para otra cosa que llenar las estancias acuosas del Ahogado de buenos guerreros que de habernos parado a escuchar y ver con otros ojos lo que las Islas unidas en el estandarte de los rivales de la Liga estaban consiguiendo por las costas de las Tierras Verdes, hubieran tenido un destino más digno que el reunirse prematuramente por la arrogancia de nuestras casas. Ahora aguardo a que quien se alza ante nosotros como Rey de Sal y Roca, más duro y más fuerte con nuestra caída, decida que hacer con nosotros. Sea cual sea su voluntad la aceptaré, si no he sido leal a las Islas en vida, lo seré en muerte junto al Ahogado y mis camaradas caídos.
Así ordenó Lord Franmark Volmark que su escriba registrase la crónica de la derrota, y quizás iban a ser sus últimas palabras ante de ser juzgado como uno de los cabecillas rebeldes de la Liga de la Sal. Entre los vencidos podían respirarse distintos sentidos hacia Harrald Greyjoy, quien les transmitía su ultimátum. Nadie hablaba en aquel grupo formado tanto por capitanes como nobles rebeldes, ninguno osaría interrumpir aquellas palabras que el solo escucharlas en vez de ser directamente ejecutados era más justo de lo que ninguno de todos los rendidos en los huesos de Nagga merecía. A sus oídos sonaban más nobles de lo que jamás esperaría de ningún enemigo, y en las miradas de quienes le rodeaban podía ver todo tipo de opiniones al respecto, cada uno la suya propia, hombres sumidos en el dolor de la derrota, capitanes que clavaban sus ojos encendidos de ira y resentimiento hacia el Greyjoy así como otros tantos que se mantenían férreos, como esculpidos en roca sin translucir lo que se debatía en su interior.
Lord Volmark pese a sentirse completamente humillado y deshonrado se erguía con todo el orgullo que su cansancio y heridas le permitían. El rostro de cansancio, magulladuras en las piernas y un bendaje en el costado izquierdo así como en el antebrazo derecho que junto a su abollada y castigada armadura daba fe de que había luchado en el más caótico fragor de la batalla de principio a fin de esta. Aunque atendía las palabras del Rey, su mente se ensombrecía por la preocupación de si el menor de sus hermanos sobreviviría a las heridas producidas al ser abordado su barcoluengo, así como si decidía negarse a someterse al reinado de Harrald, algo que con seguridad no haría, ya había sangrado suficiente en batalla como para ser ejecutado allí, y las palabras del rey comenzaban a captar su interés crecientemente.
Cuando el silencio se hizo volvió a pensar en lo ocurrido desde que se inició la revuelta, en un pesado suspiro renegó de lo que tiempo atrás había creído fervientemente y les había conducido a la ruina y el fracaso a costa de la traición, supo en aquel momento quien era el verdadero y único señor de las islas, el hombre que enfrente suya les había hablado de lo que conseguirían juntos como nación, de la verdadera gloria de los Hijos del Hierro. Eso era algo que Albus Drumm jamás planteó, nunca fue más allá de la mera rebelión, y ante el se abría la puerta a algo más que la supremacía de las islas, se abrían las puertas de la leyenda y la gloria. Y eso le hizo ser el primero, quizás el único, que caminando pesadamente se acercó a su frente, separándose del grupo y situándose entre los vencidos y Harrald Greyjoy. Habló econ la firmeza que pudo reunir y consiguió hacerse oir en toda la colina de Nagga.
-Arrojaría mis armas a tus pies Harrald Greyjoy...
Hizo una pausa en la que le miró directamente a los ojos, de guerrero a guerrero, de hijo del hierro a hijo del hierro.
-Pero en vez de eso las alzaré en vuestro nombre, Rey Kraken!
Tras decir aquello incó su rodilla ignorando el dolor que recorrió sus heridas, tenía otras cosas más importantes en las que pensar y preocuparse que su mera fatiga.
Franmark Volmark
Re: La Unión del Reino (Toda la facción de las Islas)
[Habla Con: Victarion Harlaw]
>> Al fin hay un rey en las islas de hierro. Quizás nuestros hijos tomen venganza contra los dragones, pero hoy tenemos rey. Hoy tenemos quien nos lideres, nos guste o no, es más de lo que hemos tenido en casi doscientos años. << Así recordaba Askeladd a su señor de Blacktyde. Como alguien que respetaba y defendía a Greyjoy, en silencio. En público se mostraba despectivo hacia el rey, pero en privado, hubiera querido envejecer tal como lo había hecho Harrald.
- Hubiera querido ser como él. - Soltó un resoplido de desprecio y escupió a un lado. A su alrededor muchos hombres estaban de acuerdo, la mayoría eran supervivientes de la flota derrotada, algunos eran hombres que habían servido durante años a Einar en los saqueos de Essos. Todos los que ese día rodeaban a Askeladd habían conocido por si mismos el vigor y la justicia con la que había tratado a sus hombres, la igualdad que había establecido entre ellos. Cuando logro poner pie de nuevo en Marea Negra no lo reconocieron al principio, pero cuando mostro las armas de su señor, todos reconocieron al hombre de las Cenizas, aun cuando su tiempo como hombre ahogado había culminado, cuando su rostro tenía solo una pequeña barba de días y su cabello estaba cortó casi a ras.
Sus ojos seguían destilando odio, tal como aquel día en que volvió. Estaba delgado y harapiento, pero seguía curtido y luego de una semana de reposo Askeladd volvió a estar de pie, aun algo delgado, pero con la mirada potente y terrible en el rostro. Nunca había sido un hombre de musculatura marcada, tenía un gusto obsceno por la bebida y eso lo hacía algo relleno, pero luego de aquellos días, su cuerpo, aun más delgado, tenia los músculos más visibles y el tiempo seguro lo volvería mas fornido de lo que había sabido ser.
Mientras la flota de Blacktyde se reorganizaba para combatir al lado de Greyjoy. Mientras el rey Kraken luchaba en el mar, ganando, perdiendo, pero vendiendo al precio del hierro cada gota del mar de las islas, Askeladd y los viejos saqueadores de Essos lucharon como guerrilleros entre las montañas y los bosques de las islas, eran pocos, sobreviviendo cada día al clima, a los enemigos, a las enfermedades, al mundo. Pero por cada uno que caía de ellos caían decenas de enemigos, enemigos que eran necesitados en el frente, hombres de hierro que debían proteger las tierras que otros les habían dejado a cargo mientras luchaban en el mar por aquello en lo que creían. Llegaban a una isla, incendiaban aldeas, mataban a su población y luego se escondían entre sus ruinas humeantes, entre los bosques, en cualquier lugar donde pudieran y cuando los guardias llegaban guiados por el humo, Askeladd los empujaba con una emboscada hacia la aldea para hacerlos arder, hacia los bosques, hacia las montañas, hacia donde él quisiera, era un hombre con sed de venganza y la experiencia para saber jugar al tira y afloje, haciendo siempre que los enemigos cayeran, siempre capitanes inexpertos dejados atrás por las mejores tropas para que cuidaran del hogar, poco sabían lo que él, muchos menos habían visto lo que él había visto. Jamás quedaban testigos que explicaran como habían sido derrotados los hombres, jamás nadie sabía como sucedía aquello, solo sabían que cada vez los grupos que acudían en respuesta a los asaltos de Askeladd iban mejor armados y en números mas grandes, como si ello fuera a salvarlos. Askeladd era temido entre los hombres de hierro, era un temor con odio, el terror que se le tiene a un monstruo, el terror que te lleva a querer matar si pudieras, pero no puedes, porque temes fallar y quedar a su merced. Sin embargo algunos comenzaron a culpar a la Liga tanto como culpaban a Askeladd, y esa era su intención. Eran bestias cazando aldeanos, pero también eran bestias a las que nadie lograba detener.
Los que morían en combate eran decapitados, así sus cuerpos jamás encontrarían descanso ni placer en el fondo del mar, en el gran banquete no se come si no se tiene una cabeza. A los que se rendían los descuartizaban, los arrojaban a una pira y los hacían arder, siempre dejando el corazón y el cerebro para los perros. Las cabezas de los decapitados perdían los ojos, las lenguas, las narices y los dientes, así, aun cuando arrojaran al mar los cuerpos, todos sabrían por que habían muerto y quien los había enviado. Y todos sabían a quien se estaba vengando. Aquellas deformadas cabezas decapitadas eran siempre clavadas contra alguna pared o las dejaban en el suelo, formando el escudo de la casa Blacktyde, una cabeza mirando hacia delante, otra mirando hacia atrás, formaban el blanco y verde de Marea Negra, aun cuando el verde tardaba varios días en llegar. También, por si alguno sabía leer, con los cuerpos Askeladd siempre hacia formar el nombre de "EINAR". Así nació el rumor de que aquel gigante seguía vivo, que buscaba la venganza como un fantasma.
Su señor de Blacktyde hubiera despreciado sus tácticas, su carencia de piedad, de honor y sobre todo el que levantara un arma contra hermanos indefensos de las islas, pero no le importaba, era efectivo y con las tropas que contaba era mejor que estar en un barco matándose en el mar, donde tenía las de perder. Drumm quería el mar y tenía la ventaja con su Kraken, pero no le serviría de nada si su gente solo quería volver para asegurarse de que su familia siguiera viva. >> Ningún hombre se atreve a cruzar un charco hacia lo desconocido si está seguro de que al volver hacia atrás todo lo que amo arde en llamas << Le había dicho Einar a Evander cuando este le pregunto por qué organizaba tanto la isla para dejarla reforzada antes de partir. Askeladd lo sabía, se sentía orgulloso de saber más que Pyke, pero sin embargo, también sentía envidia. Era Evander Pyke y no Askeladd quien ahora brindaba junto a su señor, riéndose de la victoria. Y él era el que se quedaba en el mundo, condenando su alma maldita a la oscuridad eterna por sus crímenes. Había cambiado, pensaba que luego de los años de saqueos en Essos nada lo haría cambiar ya, pero cambio.
Cada casa que se le regalaba su lealtad a la Liga de Sal terminaba perdiendo poblados, aldeanos y soldados ante las tácticas sucias de Askeladd. Los hombres de hierro, acostumbrados a luchar en el mar, cara a cara con su oponente, vestidos de metal y demostrando su valor contra otro enemigo poco sabían de enfrentarse a trampas, embocadas y el uso del terreno a su favor. Algunos caían en pozos en la tierra en mitad de un bosque y eran enterrados vivos por la lluvia cuando ya no servían para atraer a otros a la emboscada, otros quedaban colgados de los pies por sogas en arboles, inmóviles por el peso de sus armaduras, esperando la muerte entre las fauces de lobos y osos, o hasta que el hambre les destrozaba el estomago. La noche era su hermana, su amiga, su diosa protectora, la mejor amiga que jamás había encontrado un monstruo como Askeladd. Los mayores saqueos, los mayores temores, los creaban entre las sombras de la oscuridad. Su banda era feroz, nadie vivía, ni hombres, ni mujeres, ni niños. Las noches ya no eran para soñar en las islas, eran para estar despiertos y atentos, y allí es donde Askeladd los quería. Cuando ya todos estaban paranoicos en una isla, se movía a otra región y ponía los pelos de punta en otras tierras, violaba otras mujeres, mataban otros hombres, nada los detenía, no con los hombres de hierro luchando una guerra total en el mar. Durante los primeros meses de la guerra, luego de haber vuelto de Dorne con un aura mas sombría que la del mismo Einar, con la mirada oscura y una naciente locura creciendo en su interior, aquellas estrategias de terror eran lo único en que pensaba, aquello era lo único que había optado por hacer. Atacando y luego huyendo con el Hipocampo hasta Marea Negra, envuelto en la piel de oso que otro naufrago había logrado rescatar del Dragón de Mar, fortalecida hasta los dientes y dispuesta a darlo todo por el todo si alguien intentaba desembarcar allí, en la antigua isla de los Blacktyde.
Su alma se había podrido como una herida infectada desplegando su aroma a muerte por doquier. Sonreía, como siempre había hecho, y seguía siendo imposible leerlo, entenderlo o saber en qué pensaba, Askeladd seguía siendo una esfinge imposible de resolver, pero sabían que con la muerte del perro no habían acabado con la rabia. El vacio generado por la muerte de Blacktyde había dado lugar al crecimiento vertiginoso del antiguo hombre ahogado como líder. Los viejos lo conocían y lo aceptaron como guía en la guerra, los novatos seguían a los viejos a falta de un criterio propio. Una palabra del hombre de hierro y la isla lucharía por quien él dijera. Y él solo quería pelear por un hombre, un hombre en el que su antiguo señor había creído hasta el final. No por que creyera que su causa fuera más o menos justa que la de Drumm, sino porque había sido Albus quien había matado a su señor, a su mejor amigo, al hombre al que habría seguido hasta los mismos salones del Dios Ahogado y se hubiera atrevido a enfrentarlo si se lo hubiera pedido. Solo quería vengarlo, ver su cuerpo destrozado contra las rocas, bañarse en su sangre. La venganza era lo único que lo movía en aquella vida y no sabía que sucedería cuando cumpliera su cometido, solo sabia eso, solo sabía que debía tener venganza.
Pero la venganza nunca llego.
En el último mes de la guerra la isla de Marea Negra había recuperado las fuerzas suficientes como para formar una flota propia, una a la altura de las circunstancias. No era ni la sombra de lo que había sido la flota de Einar, pero el tiempo la haría más grande aun. Eran apenas suficientes como para que Greyjoy no se riera en su cara cuando llevara aquellas cascaras de nuez al combate. Ellos estaban en el grupo de Harlaw, en la lucha contra Drumm. Einar había cometido el error de enfrentar al Kraken y a Drumm juntos, Askeladd por su parte había tenido demasiado de pulpo para una vida y no tenía nada contra el calamar, su ira iba dirigida a quien movía sus tentáculos, aquel era el que importaba. Drumm, solo Drumm, todo lo demás era simple paisaje.
Comandaba el Hipocampo, aun pudiendo elegir un galeón, prefería la velocidad de la nave que estaba acostumbrado a navegar. Aquel fue su error. No importaba cuan rápida fuera una nave, rara vez podía hacerle frente a los grandes galeones. Askeladd pago su error enfrentando galeras de guerra junto a la nueva flota de Blacktyde mientras Harlaw le daba muerte a Drumm, las galeras le habían salido al cruce y habían debilitado la defensa que se resistió a la envestida de Victarion, al final, había facilitado la victoria de un oponente de Einar sobre su asesino.
Se había tenido que contentar con enviar a uno de los capitanes de Drumm al fondo del mar, junto a un par de naves y cientos de tripulantes mientras su pequeña flota hacia lo mismo a gran escala. Le producía satisfacción haber derrotado al capitán era más grande y fuerte, como Blacktyde, pero una cabeza más bajo que su antiguo señor. Vestía el hierro y era hábil con la espada, forzándolo a retroceder con golpes de un enorme mandoble que amenazaba con despedazarlo en cada movimiento. Cuando Askeladd lo enfrento ambos ya estaban bañados en sangre, sudando y sonrientes, reconociendo uno en el otro a un ser sediento de sangre, ambos capitanes. Askeladd de un veloz Barcoluengo, el toro de una potente galera. Tenía más hombres, mas fuerzas, pero la gente del hombre de Marea Negra era veterana de cientos de batallas, aun en la derrota harían valer su coraje.
El hombre ahogado lo reconoció como uno de los hombres que había herido a Einar antes de que este lograra enfrentar a Drumm, era una de las grandes cosas por las que su señor había caído, demasiadas heridas, demasiado cansancio y un oponente más que fresco. No podría descargar su ira contra Albus, pero si contra uno de los cobardes. Embistió contra él con Matabestias en una mano y Leñadora en la otra. Dejo que el capitán tuviera la ventaja en fuerza, forzándolo a retroceder una y otra vez, haciéndolo bailar por toda la cubierta, abriendo tajos en enemigos y amigos por igual mientras Askeladd se abría paso matando enemigos que quedaban en medio de su combate. Uno lo tomo desprevenido y golpeo en su yelmo con un hacha de mano, pero el golpe había sido malo y el Angulo difícil, por lo que había logrado detener parte del impacto golpeando con el brazo el palo del hacha justo entre la mano y el duro metal, gracias a eso en lugar de destrozarle el cráneo solo le hundió el yelmo en la cabeza en donde el cuero cabelludo y la frente limitaban cortándole la piel; Una cicatriz que el cabello, con el tiempo, pronto cubriría. Sin embargo quedo aturdido, perdió el equilibrio y se fue al suelo de costado impulsado por el golpe del hacha, como si sus piernas se hubieran apagado, como si todo su ser hubiera deseado dormir. Solo pudo observar de costado, desde el suelo, el avance del gigante. Los hombres de su tripulación lo defendieron, algunos incluso cayeron frente al capitán, pero le dieron tiempo de ponerse de pie ayudado por la espada bastarda. El yelmo no lo dejaba ver, la sangre y el sudor se le metían en el ojo, le hacían arder, sentía que el metal no le dejaba respirar. Se lo quito y sintió la brisa salina del mar lo despertaba, era un aire fresco, cargado con la pena de miles de almas debatiéndose en aquel momento. El enemigo estaba frente suyo, no había nadie más en el mundo. Se imagino a Albus Drumm envuelto en aquel metal y volvió al combate. Las espadas chocaron, las espadas soltaron chispas y el cansancio, tal como había sido la victoria de Drumm sobre Blacktyde, ahora era la victoria de Askeladd sobre el capitán. Sus golpes se volvieron lentos, sus golpes se volvieron suaves, y Askeladd no perdió el tiempo. El capitán levanto la espada y el ahogado trazo un arco desde abajo hacia arriba, dejando el hacha incrustado en la entrepierna del enemigo, quien soltó un alarido de dolor y luego cayó fulminado por una estocada de la espada en el cuello descubierto al levantar el rostro hacia el cielo para gritar. Askeladd lo dejo caer, lo dejo revolcarse en el suelo con las manos en el cuello, desesperado. >> Solo en el tamaño te pareces a él. << Camino sobre su enemigo pisando su entrepierna despedazada y se lanzo de nuevo a la carga contra los restantes tripulantes junto a los hombres que antes lucharon en bosques, montañas y aldeas junto a él, sin piedad, sin cuartel.
Y allí estaba, en Nagga. Viendo como Greyjoy le perdonaba la vida a los hombres contra los que había luchado, contra los que había perdido hermanos. Hombres que si hubieran dado la espalda a Drumm apenas apareció en el horizonte hubieran dejado a las islas como la principal fuerza de Poniente en lugar de un grupo de islas golpeadas por la guerra. Hombres que ahora servirían a Greyjoy en el futuro, a Askeladd no les gusto en lo más mínimo, pero eso significaba que ahora, aquellos hombres tendrían que vivir sus vidas sin poder vengar a sus seres perdidos, degollados y clavados en las paredes de las aldeas en llamas. Askeladd sabía que había eliminado a una docena de nobles como mínimo, la mayoría tenía familia entre los hombres que ahora se arrodillaban, desarmados, para besarle las botas al Kraken.
>> Los hubiera ahogado a todos y hubiera arrasado sus familias. Greyjoy estaría mas seguro poniendo gente de confianza en los castillos tomados en lugar de dárselo a los traidores. << Pensó Askeladd. Pero su lugar no era el de Einar, su lugar era el de un capitán más, lejos de los nobles, lejos del centro del concilio. Apenas escuchando el discurso de Harrald. ¿Que le importaría a Greyjoy su opinión?
Camino, mientras todos seguían hablando, hacia Victarion Harlaw. Camino cojeando de una pierna y con un brazo envuelto en vendas, al igual que su frente y parte de su ojo. El combate se había vuelto sangriento luego de la muerte del enorme capitán de aquella galera, Askeladd había estado sin visión en un ojo por la cantidad de sangre que se le metía cayendo por la herida en la frente, por lo que había sufrido varias heridas de aquel lado al no poder verlas venir. Era obvio que ojo había sido al verle el lado izquierdo tan maltratado. Cada paso le dolía, pero se negaba a tomar leche de amapolas, estaba mejor así. El dolor le recordaba que estaba vivo cuando otros no. Había preferido ocultar su cuerpo maltrecho con la piel de oso de su antiguo señor, aunque esta le quedaba enorme, como si fuera un niño usando las ropas de su padre jugando a ser grande. Se las había arreglado para que la piel no tuviera bordes tocando el suelo, pero estaba envuelto en ella, como un bebe en una manta, se sentía ridículo y demasiado "sucio" como para vestir algo de su antiguo señor, pero la había elegido por una razón: Cuando asaltaba los pueblos, vestía aquella piel. Todos pensaban que Einar seguía vivo y los estaba cazando ya que nadie desconocía el gusto del Señor de Marea Negra de vestir la piel de un oso negro todo el tiempo y los pocos aldeanos a los que había dejado huir habían hecho correr los rumores. Cosa que Askeladd también deseaba, nada daba más miedo que un fantasma buscando venganza y nada causa más pena que encontrarse con aquel fantasma el día que te rindes, mientras estas de rodillas, metiéndote la polla de tu enemigo jurado hasta la garganta y luego agradeciéndole. Eso estaba haciendo Greyjoy, aunque hubiera preferido que los ahogara, respetaba a su señor. Aun así, nadie le quitaría el placer de que lo vieran y supieran que jamás podrían vengar a sus muertos.
Se puso frente a los guardias de Harlaw, quienes fieles a sus costumbres de caballeros pusieron el cuerpo para detenerlo. Lo miraron y en tono altanero le preguntaron quien era y que quería. Askeladd solo se dejo ver el emblema de la casa Blacktyde en su jubón al levantar un poco la piel de oso. Los guardias se miraron y Askeladd se metió entre ellos sin esperar respuesta. Uno le apoyo una mano en el hombro, pero la mirada oscura de Askeladd basto para que supiera que estaba por perder el brazo si no lo quitaba.
- Buen chico. - Soltó mientras con una sacudida de hombro se libero del agarre del caballero.
Se movió hasta Harlaw, lentamente, como si se moviera por un campo de batalla, mientras Greyjoy seguía hablando de lo ventajoso de unirse al Kraken de Hierro. Se poso detrás del caballero de Diez Torres, detrás y hacia la izquierda, como solía marchar con Blacktyde.
- Victarion Harlaw, te presento mis respetos y mis agradecimientos por tu victoria frente a Drumm. - No se iba a arrodillar, si lo hacia quizás luego no podría levantarse sin ayuda. Prefería ofenderlo que quedar como idiota y débil frente a todos. Solo inclino la cabeza y volvió a verlo a los ojos, esos ojos duros y temibles.- Soy capitán de la casa Blacktyde, serví órdenes de Einar en la batalla del Rejo. - Mintió, no había sido capitán en aquella batalla, fue su guardián y le fallo. - Le agradezco lo que ha hecho por la casa Blacktyde y por las islas de hierro. Lord Greyjoy será más efusivo y seguramente le recompensara con mejores regalos de los que este capitán pueda darle, pero, como héroe de esta batalla, me gustaría que tuviera esto. - Soltó mientras con ambas manos comenzó a quitarse la piel de oso. Su brazo izquierdo lo partía de dolor con cada movimiento, sus dedos bailaban torpes por la debilidad y le costaba no dejar ver que por dentro no quería seguir moviéndose, que no podía aguantar más ese dolor. Pero lo aguanto, como si no fuera más que una contractura, sin la capa se notaban las vendas saliendo por las mangas de su jubón, se notaba como sostenía todo su peso en la pierna derecha y se notaban las armas de Einar Blacktyde colgando de los lados de su cintura junto a las dos hermosas dagas que brillaban en la zona lumbar del hombre de hierro. Alargo el brazo derecho y le ofreció la piel a Victarion Harlaw.- Es la piel que Einar Blacktyde llevo desde los diecisiete años. Mato al oso sin más que sus manos y la ha vestido desde entonces. Desde los salones del gran banquete, debe estar extrañándola. El día que muera, señor, por favor, devuélvasela. -No quería dársela a Harlaw, pero siendo quien mato a Drumm, lo menos que podía darle era eso, lo único que podía ofrecerle.
>> En verano te dará sombra si la usas de tienda, en invierno te dará calor, puedes usarla de manta, puedes usarla de cama, puedes usarla para tender trampas y para ocultar todo lo que llevas encima. ¿Eso pueden hacerlo tus espadas, Askeladd? << Por eso, entre todas las cosas que poseía Blacktyde, aquella piel era lo que más cuidaba. Por eso se la entregaba a Harlaw con el mismo honor y el mismo deseo de no entregarlo que tiene un hombre al entregar su hija.
>> Al fin hay un rey en las islas de hierro. Quizás nuestros hijos tomen venganza contra los dragones, pero hoy tenemos rey. Hoy tenemos quien nos lideres, nos guste o no, es más de lo que hemos tenido en casi doscientos años. << Así recordaba Askeladd a su señor de Blacktyde. Como alguien que respetaba y defendía a Greyjoy, en silencio. En público se mostraba despectivo hacia el rey, pero en privado, hubiera querido envejecer tal como lo había hecho Harrald.
- Hubiera querido ser como él. - Soltó un resoplido de desprecio y escupió a un lado. A su alrededor muchos hombres estaban de acuerdo, la mayoría eran supervivientes de la flota derrotada, algunos eran hombres que habían servido durante años a Einar en los saqueos de Essos. Todos los que ese día rodeaban a Askeladd habían conocido por si mismos el vigor y la justicia con la que había tratado a sus hombres, la igualdad que había establecido entre ellos. Cuando logro poner pie de nuevo en Marea Negra no lo reconocieron al principio, pero cuando mostro las armas de su señor, todos reconocieron al hombre de las Cenizas, aun cuando su tiempo como hombre ahogado había culminado, cuando su rostro tenía solo una pequeña barba de días y su cabello estaba cortó casi a ras.
Sus ojos seguían destilando odio, tal como aquel día en que volvió. Estaba delgado y harapiento, pero seguía curtido y luego de una semana de reposo Askeladd volvió a estar de pie, aun algo delgado, pero con la mirada potente y terrible en el rostro. Nunca había sido un hombre de musculatura marcada, tenía un gusto obsceno por la bebida y eso lo hacía algo relleno, pero luego de aquellos días, su cuerpo, aun más delgado, tenia los músculos más visibles y el tiempo seguro lo volvería mas fornido de lo que había sabido ser.
Mientras la flota de Blacktyde se reorganizaba para combatir al lado de Greyjoy. Mientras el rey Kraken luchaba en el mar, ganando, perdiendo, pero vendiendo al precio del hierro cada gota del mar de las islas, Askeladd y los viejos saqueadores de Essos lucharon como guerrilleros entre las montañas y los bosques de las islas, eran pocos, sobreviviendo cada día al clima, a los enemigos, a las enfermedades, al mundo. Pero por cada uno que caía de ellos caían decenas de enemigos, enemigos que eran necesitados en el frente, hombres de hierro que debían proteger las tierras que otros les habían dejado a cargo mientras luchaban en el mar por aquello en lo que creían. Llegaban a una isla, incendiaban aldeas, mataban a su población y luego se escondían entre sus ruinas humeantes, entre los bosques, en cualquier lugar donde pudieran y cuando los guardias llegaban guiados por el humo, Askeladd los empujaba con una emboscada hacia la aldea para hacerlos arder, hacia los bosques, hacia las montañas, hacia donde él quisiera, era un hombre con sed de venganza y la experiencia para saber jugar al tira y afloje, haciendo siempre que los enemigos cayeran, siempre capitanes inexpertos dejados atrás por las mejores tropas para que cuidaran del hogar, poco sabían lo que él, muchos menos habían visto lo que él había visto. Jamás quedaban testigos que explicaran como habían sido derrotados los hombres, jamás nadie sabía como sucedía aquello, solo sabían que cada vez los grupos que acudían en respuesta a los asaltos de Askeladd iban mejor armados y en números mas grandes, como si ello fuera a salvarlos. Askeladd era temido entre los hombres de hierro, era un temor con odio, el terror que se le tiene a un monstruo, el terror que te lleva a querer matar si pudieras, pero no puedes, porque temes fallar y quedar a su merced. Sin embargo algunos comenzaron a culpar a la Liga tanto como culpaban a Askeladd, y esa era su intención. Eran bestias cazando aldeanos, pero también eran bestias a las que nadie lograba detener.
Los que morían en combate eran decapitados, así sus cuerpos jamás encontrarían descanso ni placer en el fondo del mar, en el gran banquete no se come si no se tiene una cabeza. A los que se rendían los descuartizaban, los arrojaban a una pira y los hacían arder, siempre dejando el corazón y el cerebro para los perros. Las cabezas de los decapitados perdían los ojos, las lenguas, las narices y los dientes, así, aun cuando arrojaran al mar los cuerpos, todos sabrían por que habían muerto y quien los había enviado. Y todos sabían a quien se estaba vengando. Aquellas deformadas cabezas decapitadas eran siempre clavadas contra alguna pared o las dejaban en el suelo, formando el escudo de la casa Blacktyde, una cabeza mirando hacia delante, otra mirando hacia atrás, formaban el blanco y verde de Marea Negra, aun cuando el verde tardaba varios días en llegar. También, por si alguno sabía leer, con los cuerpos Askeladd siempre hacia formar el nombre de "EINAR". Así nació el rumor de que aquel gigante seguía vivo, que buscaba la venganza como un fantasma.
Su señor de Blacktyde hubiera despreciado sus tácticas, su carencia de piedad, de honor y sobre todo el que levantara un arma contra hermanos indefensos de las islas, pero no le importaba, era efectivo y con las tropas que contaba era mejor que estar en un barco matándose en el mar, donde tenía las de perder. Drumm quería el mar y tenía la ventaja con su Kraken, pero no le serviría de nada si su gente solo quería volver para asegurarse de que su familia siguiera viva. >> Ningún hombre se atreve a cruzar un charco hacia lo desconocido si está seguro de que al volver hacia atrás todo lo que amo arde en llamas << Le había dicho Einar a Evander cuando este le pregunto por qué organizaba tanto la isla para dejarla reforzada antes de partir. Askeladd lo sabía, se sentía orgulloso de saber más que Pyke, pero sin embargo, también sentía envidia. Era Evander Pyke y no Askeladd quien ahora brindaba junto a su señor, riéndose de la victoria. Y él era el que se quedaba en el mundo, condenando su alma maldita a la oscuridad eterna por sus crímenes. Había cambiado, pensaba que luego de los años de saqueos en Essos nada lo haría cambiar ya, pero cambio.
Cada casa que se le regalaba su lealtad a la Liga de Sal terminaba perdiendo poblados, aldeanos y soldados ante las tácticas sucias de Askeladd. Los hombres de hierro, acostumbrados a luchar en el mar, cara a cara con su oponente, vestidos de metal y demostrando su valor contra otro enemigo poco sabían de enfrentarse a trampas, embocadas y el uso del terreno a su favor. Algunos caían en pozos en la tierra en mitad de un bosque y eran enterrados vivos por la lluvia cuando ya no servían para atraer a otros a la emboscada, otros quedaban colgados de los pies por sogas en arboles, inmóviles por el peso de sus armaduras, esperando la muerte entre las fauces de lobos y osos, o hasta que el hambre les destrozaba el estomago. La noche era su hermana, su amiga, su diosa protectora, la mejor amiga que jamás había encontrado un monstruo como Askeladd. Los mayores saqueos, los mayores temores, los creaban entre las sombras de la oscuridad. Su banda era feroz, nadie vivía, ni hombres, ni mujeres, ni niños. Las noches ya no eran para soñar en las islas, eran para estar despiertos y atentos, y allí es donde Askeladd los quería. Cuando ya todos estaban paranoicos en una isla, se movía a otra región y ponía los pelos de punta en otras tierras, violaba otras mujeres, mataban otros hombres, nada los detenía, no con los hombres de hierro luchando una guerra total en el mar. Durante los primeros meses de la guerra, luego de haber vuelto de Dorne con un aura mas sombría que la del mismo Einar, con la mirada oscura y una naciente locura creciendo en su interior, aquellas estrategias de terror eran lo único en que pensaba, aquello era lo único que había optado por hacer. Atacando y luego huyendo con el Hipocampo hasta Marea Negra, envuelto en la piel de oso que otro naufrago había logrado rescatar del Dragón de Mar, fortalecida hasta los dientes y dispuesta a darlo todo por el todo si alguien intentaba desembarcar allí, en la antigua isla de los Blacktyde.
Su alma se había podrido como una herida infectada desplegando su aroma a muerte por doquier. Sonreía, como siempre había hecho, y seguía siendo imposible leerlo, entenderlo o saber en qué pensaba, Askeladd seguía siendo una esfinge imposible de resolver, pero sabían que con la muerte del perro no habían acabado con la rabia. El vacio generado por la muerte de Blacktyde había dado lugar al crecimiento vertiginoso del antiguo hombre ahogado como líder. Los viejos lo conocían y lo aceptaron como guía en la guerra, los novatos seguían a los viejos a falta de un criterio propio. Una palabra del hombre de hierro y la isla lucharía por quien él dijera. Y él solo quería pelear por un hombre, un hombre en el que su antiguo señor había creído hasta el final. No por que creyera que su causa fuera más o menos justa que la de Drumm, sino porque había sido Albus quien había matado a su señor, a su mejor amigo, al hombre al que habría seguido hasta los mismos salones del Dios Ahogado y se hubiera atrevido a enfrentarlo si se lo hubiera pedido. Solo quería vengarlo, ver su cuerpo destrozado contra las rocas, bañarse en su sangre. La venganza era lo único que lo movía en aquella vida y no sabía que sucedería cuando cumpliera su cometido, solo sabia eso, solo sabía que debía tener venganza.
Pero la venganza nunca llego.
En el último mes de la guerra la isla de Marea Negra había recuperado las fuerzas suficientes como para formar una flota propia, una a la altura de las circunstancias. No era ni la sombra de lo que había sido la flota de Einar, pero el tiempo la haría más grande aun. Eran apenas suficientes como para que Greyjoy no se riera en su cara cuando llevara aquellas cascaras de nuez al combate. Ellos estaban en el grupo de Harlaw, en la lucha contra Drumm. Einar había cometido el error de enfrentar al Kraken y a Drumm juntos, Askeladd por su parte había tenido demasiado de pulpo para una vida y no tenía nada contra el calamar, su ira iba dirigida a quien movía sus tentáculos, aquel era el que importaba. Drumm, solo Drumm, todo lo demás era simple paisaje.
Comandaba el Hipocampo, aun pudiendo elegir un galeón, prefería la velocidad de la nave que estaba acostumbrado a navegar. Aquel fue su error. No importaba cuan rápida fuera una nave, rara vez podía hacerle frente a los grandes galeones. Askeladd pago su error enfrentando galeras de guerra junto a la nueva flota de Blacktyde mientras Harlaw le daba muerte a Drumm, las galeras le habían salido al cruce y habían debilitado la defensa que se resistió a la envestida de Victarion, al final, había facilitado la victoria de un oponente de Einar sobre su asesino.
Se había tenido que contentar con enviar a uno de los capitanes de Drumm al fondo del mar, junto a un par de naves y cientos de tripulantes mientras su pequeña flota hacia lo mismo a gran escala. Le producía satisfacción haber derrotado al capitán era más grande y fuerte, como Blacktyde, pero una cabeza más bajo que su antiguo señor. Vestía el hierro y era hábil con la espada, forzándolo a retroceder con golpes de un enorme mandoble que amenazaba con despedazarlo en cada movimiento. Cuando Askeladd lo enfrento ambos ya estaban bañados en sangre, sudando y sonrientes, reconociendo uno en el otro a un ser sediento de sangre, ambos capitanes. Askeladd de un veloz Barcoluengo, el toro de una potente galera. Tenía más hombres, mas fuerzas, pero la gente del hombre de Marea Negra era veterana de cientos de batallas, aun en la derrota harían valer su coraje.
El hombre ahogado lo reconoció como uno de los hombres que había herido a Einar antes de que este lograra enfrentar a Drumm, era una de las grandes cosas por las que su señor había caído, demasiadas heridas, demasiado cansancio y un oponente más que fresco. No podría descargar su ira contra Albus, pero si contra uno de los cobardes. Embistió contra él con Matabestias en una mano y Leñadora en la otra. Dejo que el capitán tuviera la ventaja en fuerza, forzándolo a retroceder una y otra vez, haciéndolo bailar por toda la cubierta, abriendo tajos en enemigos y amigos por igual mientras Askeladd se abría paso matando enemigos que quedaban en medio de su combate. Uno lo tomo desprevenido y golpeo en su yelmo con un hacha de mano, pero el golpe había sido malo y el Angulo difícil, por lo que había logrado detener parte del impacto golpeando con el brazo el palo del hacha justo entre la mano y el duro metal, gracias a eso en lugar de destrozarle el cráneo solo le hundió el yelmo en la cabeza en donde el cuero cabelludo y la frente limitaban cortándole la piel; Una cicatriz que el cabello, con el tiempo, pronto cubriría. Sin embargo quedo aturdido, perdió el equilibrio y se fue al suelo de costado impulsado por el golpe del hacha, como si sus piernas se hubieran apagado, como si todo su ser hubiera deseado dormir. Solo pudo observar de costado, desde el suelo, el avance del gigante. Los hombres de su tripulación lo defendieron, algunos incluso cayeron frente al capitán, pero le dieron tiempo de ponerse de pie ayudado por la espada bastarda. El yelmo no lo dejaba ver, la sangre y el sudor se le metían en el ojo, le hacían arder, sentía que el metal no le dejaba respirar. Se lo quito y sintió la brisa salina del mar lo despertaba, era un aire fresco, cargado con la pena de miles de almas debatiéndose en aquel momento. El enemigo estaba frente suyo, no había nadie más en el mundo. Se imagino a Albus Drumm envuelto en aquel metal y volvió al combate. Las espadas chocaron, las espadas soltaron chispas y el cansancio, tal como había sido la victoria de Drumm sobre Blacktyde, ahora era la victoria de Askeladd sobre el capitán. Sus golpes se volvieron lentos, sus golpes se volvieron suaves, y Askeladd no perdió el tiempo. El capitán levanto la espada y el ahogado trazo un arco desde abajo hacia arriba, dejando el hacha incrustado en la entrepierna del enemigo, quien soltó un alarido de dolor y luego cayó fulminado por una estocada de la espada en el cuello descubierto al levantar el rostro hacia el cielo para gritar. Askeladd lo dejo caer, lo dejo revolcarse en el suelo con las manos en el cuello, desesperado. >> Solo en el tamaño te pareces a él. << Camino sobre su enemigo pisando su entrepierna despedazada y se lanzo de nuevo a la carga contra los restantes tripulantes junto a los hombres que antes lucharon en bosques, montañas y aldeas junto a él, sin piedad, sin cuartel.
Y allí estaba, en Nagga. Viendo como Greyjoy le perdonaba la vida a los hombres contra los que había luchado, contra los que había perdido hermanos. Hombres que si hubieran dado la espalda a Drumm apenas apareció en el horizonte hubieran dejado a las islas como la principal fuerza de Poniente en lugar de un grupo de islas golpeadas por la guerra. Hombres que ahora servirían a Greyjoy en el futuro, a Askeladd no les gusto en lo más mínimo, pero eso significaba que ahora, aquellos hombres tendrían que vivir sus vidas sin poder vengar a sus seres perdidos, degollados y clavados en las paredes de las aldeas en llamas. Askeladd sabía que había eliminado a una docena de nobles como mínimo, la mayoría tenía familia entre los hombres que ahora se arrodillaban, desarmados, para besarle las botas al Kraken.
>> Los hubiera ahogado a todos y hubiera arrasado sus familias. Greyjoy estaría mas seguro poniendo gente de confianza en los castillos tomados en lugar de dárselo a los traidores. << Pensó Askeladd. Pero su lugar no era el de Einar, su lugar era el de un capitán más, lejos de los nobles, lejos del centro del concilio. Apenas escuchando el discurso de Harrald. ¿Que le importaría a Greyjoy su opinión?
Camino, mientras todos seguían hablando, hacia Victarion Harlaw. Camino cojeando de una pierna y con un brazo envuelto en vendas, al igual que su frente y parte de su ojo. El combate se había vuelto sangriento luego de la muerte del enorme capitán de aquella galera, Askeladd había estado sin visión en un ojo por la cantidad de sangre que se le metía cayendo por la herida en la frente, por lo que había sufrido varias heridas de aquel lado al no poder verlas venir. Era obvio que ojo había sido al verle el lado izquierdo tan maltratado. Cada paso le dolía, pero se negaba a tomar leche de amapolas, estaba mejor así. El dolor le recordaba que estaba vivo cuando otros no. Había preferido ocultar su cuerpo maltrecho con la piel de oso de su antiguo señor, aunque esta le quedaba enorme, como si fuera un niño usando las ropas de su padre jugando a ser grande. Se las había arreglado para que la piel no tuviera bordes tocando el suelo, pero estaba envuelto en ella, como un bebe en una manta, se sentía ridículo y demasiado "sucio" como para vestir algo de su antiguo señor, pero la había elegido por una razón: Cuando asaltaba los pueblos, vestía aquella piel. Todos pensaban que Einar seguía vivo y los estaba cazando ya que nadie desconocía el gusto del Señor de Marea Negra de vestir la piel de un oso negro todo el tiempo y los pocos aldeanos a los que había dejado huir habían hecho correr los rumores. Cosa que Askeladd también deseaba, nada daba más miedo que un fantasma buscando venganza y nada causa más pena que encontrarse con aquel fantasma el día que te rindes, mientras estas de rodillas, metiéndote la polla de tu enemigo jurado hasta la garganta y luego agradeciéndole. Eso estaba haciendo Greyjoy, aunque hubiera preferido que los ahogara, respetaba a su señor. Aun así, nadie le quitaría el placer de que lo vieran y supieran que jamás podrían vengar a sus muertos.
Se puso frente a los guardias de Harlaw, quienes fieles a sus costumbres de caballeros pusieron el cuerpo para detenerlo. Lo miraron y en tono altanero le preguntaron quien era y que quería. Askeladd solo se dejo ver el emblema de la casa Blacktyde en su jubón al levantar un poco la piel de oso. Los guardias se miraron y Askeladd se metió entre ellos sin esperar respuesta. Uno le apoyo una mano en el hombro, pero la mirada oscura de Askeladd basto para que supiera que estaba por perder el brazo si no lo quitaba.
- Buen chico. - Soltó mientras con una sacudida de hombro se libero del agarre del caballero.
Se movió hasta Harlaw, lentamente, como si se moviera por un campo de batalla, mientras Greyjoy seguía hablando de lo ventajoso de unirse al Kraken de Hierro. Se poso detrás del caballero de Diez Torres, detrás y hacia la izquierda, como solía marchar con Blacktyde.
- Victarion Harlaw, te presento mis respetos y mis agradecimientos por tu victoria frente a Drumm. - No se iba a arrodillar, si lo hacia quizás luego no podría levantarse sin ayuda. Prefería ofenderlo que quedar como idiota y débil frente a todos. Solo inclino la cabeza y volvió a verlo a los ojos, esos ojos duros y temibles.- Soy capitán de la casa Blacktyde, serví órdenes de Einar en la batalla del Rejo. - Mintió, no había sido capitán en aquella batalla, fue su guardián y le fallo. - Le agradezco lo que ha hecho por la casa Blacktyde y por las islas de hierro. Lord Greyjoy será más efusivo y seguramente le recompensara con mejores regalos de los que este capitán pueda darle, pero, como héroe de esta batalla, me gustaría que tuviera esto. - Soltó mientras con ambas manos comenzó a quitarse la piel de oso. Su brazo izquierdo lo partía de dolor con cada movimiento, sus dedos bailaban torpes por la debilidad y le costaba no dejar ver que por dentro no quería seguir moviéndose, que no podía aguantar más ese dolor. Pero lo aguanto, como si no fuera más que una contractura, sin la capa se notaban las vendas saliendo por las mangas de su jubón, se notaba como sostenía todo su peso en la pierna derecha y se notaban las armas de Einar Blacktyde colgando de los lados de su cintura junto a las dos hermosas dagas que brillaban en la zona lumbar del hombre de hierro. Alargo el brazo derecho y le ofreció la piel a Victarion Harlaw.- Es la piel que Einar Blacktyde llevo desde los diecisiete años. Mato al oso sin más que sus manos y la ha vestido desde entonces. Desde los salones del gran banquete, debe estar extrañándola. El día que muera, señor, por favor, devuélvasela. -No quería dársela a Harlaw, pero siendo quien mato a Drumm, lo menos que podía darle era eso, lo único que podía ofrecerle.
>> En verano te dará sombra si la usas de tienda, en invierno te dará calor, puedes usarla de manta, puedes usarla de cama, puedes usarla para tender trampas y para ocultar todo lo que llevas encima. ¿Eso pueden hacerlo tus espadas, Askeladd? << Por eso, entre todas las cosas que poseía Blacktyde, aquella piel era lo que más cuidaba. Por eso se la entregaba a Harlaw con el mismo honor y el mismo deseo de no entregarlo que tiene un hombre al entregar su hija.
Askeladd
Re: La Unión del Reino (Toda la facción de las Islas)
La Guerra no había sido tal para mí. Es más, creía que muchos hombres de hierro se habían quedado con ganas de más... pero los putos Drumm y su Liga de Sal habían logrado que la flota de Hierro tuviera que retroceder necesariamente y atacar sus fuerzas para no perder las Islas. El kraken les había dado una ventaja gigante, pero por suerte, Harrald se deshizo de él. Probablemente sea recordado por éso... no así mi caso. Yo había vuelto de Dorne como un capitán más, ya que nadie sabría que el que había sugerido y planeado el capturar al Martell había sido mi idea... Solo Keira, y ella estaba muy ocupada como para darse cuenta... o quería quedarse con el crédito. No me mentiría y me diría a mi mismo que éso no me molestaba... me molestaba, y mucho. Solo esperaba que se me recompensara con algunas de las naves que habíamos capturado. No era mi naturaleza quejarme... si no me reconocían, era porque aún faltaba algo para que lo hicieran.
Pero hoy, ni nunca, mostraría mi desilusión frente a nadie. En cambio, la perenne sonrisa burlona y las cejas levemente enarcadas que coronaban unos ojos divertidos, pero entrecerrados y amenazantes, los cuales observaban el asunto, sentado en uno de los huesos del Nagga en la isla sagrada de los Hombres de Hierro. Allí presentes se encontraban todos los capitanes, pero ahora para ver como Harrald Greyjoy pacificaba las Islas y daba por finalizada la guerra civil mediante la Justicia del Dios Ahogado. Los capitanes renegados estaban solemnemente alineados, esperando su destino. Harrald les dio la oportunidad de someterse o morir, cosa que era completamente entendible, aunque, de ser yo, les sacaba el cráneo a todos y los dejaba clavados en una hilera de picas en Nagga, para que todos recordaran que pasaba con los que me desafiaban... pero supongo que justamente por éso era que no podía llegar a ser Rey jamás. Me reí levemente ante el pensamiento.
Poca había sido mi participación en la Guerra civil, ya que había terminado prácticamente cuando los barcos de Keira llegaron a las Islas, pero por éso justamente es que sentía mas ganas de gloria... mas ganas de navegar los mares y de continuar lo que quedó inconcluso. Asentí levemente cuando el Volmark se rindió... aunque no me fiaría de él. Si te traicionan una vez, no tienen porqué no hacerlo de nuevo... esperé a los otros capitanes, o a ver a alguien que de verdad me interesara ver. La verdad era que, para ser un Isleño, era muy poco dado a intercambiar palabras con los míos. Me parecían en extremo repetitivos todos.
Pero hoy, ni nunca, mostraría mi desilusión frente a nadie. En cambio, la perenne sonrisa burlona y las cejas levemente enarcadas que coronaban unos ojos divertidos, pero entrecerrados y amenazantes, los cuales observaban el asunto, sentado en uno de los huesos del Nagga en la isla sagrada de los Hombres de Hierro. Allí presentes se encontraban todos los capitanes, pero ahora para ver como Harrald Greyjoy pacificaba las Islas y daba por finalizada la guerra civil mediante la Justicia del Dios Ahogado. Los capitanes renegados estaban solemnemente alineados, esperando su destino. Harrald les dio la oportunidad de someterse o morir, cosa que era completamente entendible, aunque, de ser yo, les sacaba el cráneo a todos y los dejaba clavados en una hilera de picas en Nagga, para que todos recordaran que pasaba con los que me desafiaban... pero supongo que justamente por éso era que no podía llegar a ser Rey jamás. Me reí levemente ante el pensamiento.
Poca había sido mi participación en la Guerra civil, ya que había terminado prácticamente cuando los barcos de Keira llegaron a las Islas, pero por éso justamente es que sentía mas ganas de gloria... mas ganas de navegar los mares y de continuar lo que quedó inconcluso. Asentí levemente cuando el Volmark se rindió... aunque no me fiaría de él. Si te traicionan una vez, no tienen porqué no hacerlo de nuevo... esperé a los otros capitanes, o a ver a alguien que de verdad me interesara ver. La verdad era que, para ser un Isleño, era muy poco dado a intercambiar palabras con los míos. Me parecían en extremo repetitivos todos.
Última edición por Gerald Wynch el Jue Mayo 09, 2013 2:12 pm, editado 1 vez
Gerald Wynch
Re: La Unión del Reino (Toda la facción de las Islas)
Con su pequeña hija, de apenas cuatro meses en brazos, la reina se colocó tras su esposo entre su familia, los Greyjoy, apareció, como correspondía, en todo su esplendor, su piel sonrosada, su mirada bicolor había recuperado todo su brillo. Con una túnica de lana negra, ceñida a su magnífica figura, ya recuperada del parto. Los cabellos platino sueltos, luciendo una sola joya, el kraken bicolor, regalo de Keria, y una perla negra, de entre los innumerable regalos que su esposo la había traído como botín de los asaltos.
Harrald se había encargado de trasladar los enfrentamientos lo más lejano de Pike que pudo, sin embargo la reina pudo avistar en la lejanía ese magnífico animal, si era impresionante esa bestia marina, ¿cómo sería un dragón?, una lagartija gigante cruzando los cielos, o tal vez una serpiente marina, porque si ese bicho era real, ¿quizá también lo fueran los otros?
Unos meses que jamás se le borrarían de la memoria, con la su familia en la guerra. Sin saber la suerte que habían corrido su esposo, Keira, Bjorn, ¡que esplendido y hábil almirante!, Axel, el joven sacerdote ahogado, no podía estar más orgullosa de pertenecer a esa familia. Las semanas de angustia coincidieron con su parto, que se adelantó ente las restricciones de comida, la aglomeración de niños y mujeres pululando por la fortaleza, ¡gu,gu! Thory la sacó de sus meditaciones, ¡gu,gu!, sin molestarse en callar, estaba tan tranquila chupando el dedo de su madre, como si tanto hombre extraño no la afectara, tanto discurso, tanto… , en un segundo de silencio, la niña, recién comida, sin un atisbo de saber estar, se limitó a emitir uno de sus maravillosos eructos, demostrando que era una dama de hierro en miniatura, y que estaba presente, y también requería algo de atención.
Shiera miró a su señor y se encogió de hombros, no iba a hablar en esa reunión, el trabajo de intendencia pocos lo reconocían, y ella no lo iba aponer en evidencia, se limitó a mírale como cuando la niña emitía esos sonidos, indicándole lo que pensaba, ¡en eso se parece a ti! Sonrió amable, tras escuchar las carcajadas de algunos hombres, y la risotada de Drass, ver la cara de Keira, y la no menor carcajada de Milah.
Continuó en su lugar, sin comentar nada, solo debía estar al lado de su rey con su familia, mostrando a todos, los amigos, enemigos, traidores y otras especies, que los Greyjoy eran uno, y todos al lado de su señor para los avispados pocas palabras hacían falta, para los otros, un gesto, una generación de kraken se abría paso, Keira y Axel lo demostraban, detrás, esa frágil criatura que era otro nudo en el tapiz hilado del destino.
Harrald se había encargado de trasladar los enfrentamientos lo más lejano de Pike que pudo, sin embargo la reina pudo avistar en la lejanía ese magnífico animal, si era impresionante esa bestia marina, ¿cómo sería un dragón?, una lagartija gigante cruzando los cielos, o tal vez una serpiente marina, porque si ese bicho era real, ¿quizá también lo fueran los otros?
Unos meses que jamás se le borrarían de la memoria, con la su familia en la guerra. Sin saber la suerte que habían corrido su esposo, Keira, Bjorn, ¡que esplendido y hábil almirante!, Axel, el joven sacerdote ahogado, no podía estar más orgullosa de pertenecer a esa familia. Las semanas de angustia coincidieron con su parto, que se adelantó ente las restricciones de comida, la aglomeración de niños y mujeres pululando por la fortaleza, ¡gu,gu! Thory la sacó de sus meditaciones, ¡gu,gu!, sin molestarse en callar, estaba tan tranquila chupando el dedo de su madre, como si tanto hombre extraño no la afectara, tanto discurso, tanto… , en un segundo de silencio, la niña, recién comida, sin un atisbo de saber estar, se limitó a emitir uno de sus maravillosos eructos, demostrando que era una dama de hierro en miniatura, y que estaba presente, y también requería algo de atención.
Shiera miró a su señor y se encogió de hombros, no iba a hablar en esa reunión, el trabajo de intendencia pocos lo reconocían, y ella no lo iba aponer en evidencia, se limitó a mírale como cuando la niña emitía esos sonidos, indicándole lo que pensaba, ¡en eso se parece a ti! Sonrió amable, tras escuchar las carcajadas de algunos hombres, y la risotada de Drass, ver la cara de Keira, y la no menor carcajada de Milah.
Continuó en su lugar, sin comentar nada, solo debía estar al lado de su rey con su familia, mostrando a todos, los amigos, enemigos, traidores y otras especies, que los Greyjoy eran uno, y todos al lado de su señor para los avispados pocas palabras hacían falta, para los otros, un gesto, una generación de kraken se abría paso, Keira y Axel lo demostraban, detrás, esa frágil criatura que era otro nudo en el tapiz hilado del destino.
Shiera Greyjoy- Nobleza
Re: La Unión del Reino (Toda la facción de las Islas)
Si un día fue un caballero, quizá fue solo de nombre, pues nada quedaba en el de Ser. Seis meses atrás se había alzado y había abrazado al Dios del mar, su aspecto y el de sus jinetes había cambiado. Ahora las pesadas armaduras completas lucían motivos marinos cincelados en el oscuro metal entre los emblemas antaño sustraídos de casas del Dominio, Occidente o los Ríos. La armadura de Victarion lucía ahora un tiburón, poderoso animal que ninguna de las casas del hierro mostraban. El tiburón de Harlaw, era ahora, a fuerza de hierro y sangre, reconocido como emblema de la orden de jinetes en la que había sido transformados los últimos resquicios de caballería de las islas.
De derrotado a héroe, las cosas nunca eran así... pero un golpe de mano, un par de cojones y algo de suerte podían acabar con un hombre o elevarlo hasta lo más alto. La guerra le había dado paz, tres de cada diez isleños habían muerto y él se sentía en paz por primera vez en mucho tiempo. había discutido con Harrald en privado hasta casi llegar ambos a las manos y al final se había marchado bufando dejando al Rey con la palabra en la boca por aquello. No lo entendía, no entendía porque los perdonaba... A un puñado de ratas almizcleras que habían seguido a un hombre sin honor; finalmente había optado por mantener la boca cerrada y de nuevo dar peso a las palabras de Harrald aunque no le gustasen. Albus Drumm fue muerto por su mano... sí, pero sin la ferocidad de los hombres de Marearroja había sido imposible. Estaba seguro que la sombra de Einar Blacktyde había pesado más en la guerra que cualquier otro baluarte y fue a la postre lo que impidió a la Liga de la Sal asentarse. No les habían dado ni un minuto de respiro y si ocho meses atrás Harlaw y Marea Negra eran rivales, ahora ambas islas eran manifiestos aliados. Fleance Myre era otro que había caído en gracia del renovado Lord Harlaw y ahora tras la victoria, Lord Myre había sido recompensado con parte de las tierras de labranza de los Volmark, manteniendose la fortaleza de estos últimos bajo el control directo de los "Cearban Marcach" o jinetes tiburón.
Escupió al suelo cuando Volmark habló, Harrald bien podía perdonarlo, pero la potestad de hacer justicia en su isla seguía siendo suya. Tras la proclama al público, Lord Volmark sería juzgado por su señor, contra el cual se había rebelado. Observó por el rabillo del ojo como un guerrero acudía a su formación y tras comprobar sus hombres su procedencia se le dejó avanzar hasta Victarion. El Juez lo reconoció al poco como uno de los lugartenientes de Askeladd, podía recordarlo de la batalla del Rejo, los asaltos terrestres a viejo Wyk y su descabellada ofensiva contra las galeras de Albus Drumm. Lo saludó como a un igual y pronto Askeladd comprobó como lo que en el pasado fue odio, el tiempo tornó en respeto.
-Te recuerdo y recuerdo tu nombre, Askeladd y somos nosotros quienes mostramos nuestro respeto.- Quizá sin la maniobra de los hombres de marea Negra, Albus Drumm habría vuelto a escapar de sus garras aquel dichoso día como llevaba haciendo durante toda la guerra. Sin embargo gracias a Askeladd y a la pericia de Bjorn el moloso "Caballero del Mar" pudo por fin abordar a la nave insignia enemiga. -Poca recompensa puede darme el Rey pues obtuve lo que quise el día que la guerra acabó. Sin embargo... ten por seguro que Greyjoy sabrá y bien de tu valía y la de tu gente.-
Estaba tratando de recordar porque la capa de oso del marino le resultaba tan familiar cuando el otro le sorprendió. No se esperaba aquello y dudó unos cuantos segundos, meditando. Sin duda a Einar le habría dado acidez de tripas de saber que él la llevaría, pero ahora que era reconocido paladín del Dios Ahogado no tenía más remedio que aceptarla, su honor de guerrero y hombre libre lo exigían, no obstante aquello era una muestra de amistad, de camaradería e iba a corresponderla. -La llevaré, para recordar al hombre más valiente que he visto jamás. Cuando el Dios me llamé ten por seguro que se la devolveré, hasta entonces, creo que sé con que actividad honrar esta capa.- Asintió a Askeladd y le tendió el antebrazo en señal de respeto. Antes de que el guerrero volviera con su gente, le tendió un arma envuelta en trapos. La espada de Albus Drumm era el mayor trofeo de la guerra después del misterioso cuerno, Victarion la entregó a la gente que merecía tenerla.
-Llévala a Marea Negra y mostradla como símbolo de vuestra venganza, pues le corresponde a la gente de Blacktyde.
Siguió atendiendo al discurso de Harrald, al que miraban los vencidos. Sus propios ojos penetraban con dureza en los renegados... Satcliffe, Goodbrother, Sparr, Volmark... ninguno de aquellos capitanes osaría mirarlo, pues todos sabían que buscaría cualquier excusa para descuartizarlos. Quizá el rey olvidaba que tras su conversión aquellas familias habían olvidado el motivo de su reclamación y habían hecho sangrar a su patria. Él no olvidaba el rostro de Albus Drumm, ni sus ojos, convencidos de ira y odio luchando por una causa sin fundamento, justo antes de morir. Él jamás olvidaría la guerra civil y aquellos traidores, del primero al último tendrían a Lord Harlaw como declarado enemigo. Harlaw, renovada y fuerte, ardía en deseos de conquista y tras la guerra, sólo necesitaba una chispa para invadir los territorios de los derrotados.
De derrotado a héroe, las cosas nunca eran así... pero un golpe de mano, un par de cojones y algo de suerte podían acabar con un hombre o elevarlo hasta lo más alto. La guerra le había dado paz, tres de cada diez isleños habían muerto y él se sentía en paz por primera vez en mucho tiempo. había discutido con Harrald en privado hasta casi llegar ambos a las manos y al final se había marchado bufando dejando al Rey con la palabra en la boca por aquello. No lo entendía, no entendía porque los perdonaba... A un puñado de ratas almizcleras que habían seguido a un hombre sin honor; finalmente había optado por mantener la boca cerrada y de nuevo dar peso a las palabras de Harrald aunque no le gustasen. Albus Drumm fue muerto por su mano... sí, pero sin la ferocidad de los hombres de Marearroja había sido imposible. Estaba seguro que la sombra de Einar Blacktyde había pesado más en la guerra que cualquier otro baluarte y fue a la postre lo que impidió a la Liga de la Sal asentarse. No les habían dado ni un minuto de respiro y si ocho meses atrás Harlaw y Marea Negra eran rivales, ahora ambas islas eran manifiestos aliados. Fleance Myre era otro que había caído en gracia del renovado Lord Harlaw y ahora tras la victoria, Lord Myre había sido recompensado con parte de las tierras de labranza de los Volmark, manteniendose la fortaleza de estos últimos bajo el control directo de los "Cearban Marcach" o jinetes tiburón.
Escupió al suelo cuando Volmark habló, Harrald bien podía perdonarlo, pero la potestad de hacer justicia en su isla seguía siendo suya. Tras la proclama al público, Lord Volmark sería juzgado por su señor, contra el cual se había rebelado. Observó por el rabillo del ojo como un guerrero acudía a su formación y tras comprobar sus hombres su procedencia se le dejó avanzar hasta Victarion. El Juez lo reconoció al poco como uno de los lugartenientes de Askeladd, podía recordarlo de la batalla del Rejo, los asaltos terrestres a viejo Wyk y su descabellada ofensiva contra las galeras de Albus Drumm. Lo saludó como a un igual y pronto Askeladd comprobó como lo que en el pasado fue odio, el tiempo tornó en respeto.
-Te recuerdo y recuerdo tu nombre, Askeladd y somos nosotros quienes mostramos nuestro respeto.- Quizá sin la maniobra de los hombres de marea Negra, Albus Drumm habría vuelto a escapar de sus garras aquel dichoso día como llevaba haciendo durante toda la guerra. Sin embargo gracias a Askeladd y a la pericia de Bjorn el moloso "Caballero del Mar" pudo por fin abordar a la nave insignia enemiga. -Poca recompensa puede darme el Rey pues obtuve lo que quise el día que la guerra acabó. Sin embargo... ten por seguro que Greyjoy sabrá y bien de tu valía y la de tu gente.-
Estaba tratando de recordar porque la capa de oso del marino le resultaba tan familiar cuando el otro le sorprendió. No se esperaba aquello y dudó unos cuantos segundos, meditando. Sin duda a Einar le habría dado acidez de tripas de saber que él la llevaría, pero ahora que era reconocido paladín del Dios Ahogado no tenía más remedio que aceptarla, su honor de guerrero y hombre libre lo exigían, no obstante aquello era una muestra de amistad, de camaradería e iba a corresponderla. -La llevaré, para recordar al hombre más valiente que he visto jamás. Cuando el Dios me llamé ten por seguro que se la devolveré, hasta entonces, creo que sé con que actividad honrar esta capa.- Asintió a Askeladd y le tendió el antebrazo en señal de respeto. Antes de que el guerrero volviera con su gente, le tendió un arma envuelta en trapos. La espada de Albus Drumm era el mayor trofeo de la guerra después del misterioso cuerno, Victarion la entregó a la gente que merecía tenerla.
-Llévala a Marea Negra y mostradla como símbolo de vuestra venganza, pues le corresponde a la gente de Blacktyde.
Siguió atendiendo al discurso de Harrald, al que miraban los vencidos. Sus propios ojos penetraban con dureza en los renegados... Satcliffe, Goodbrother, Sparr, Volmark... ninguno de aquellos capitanes osaría mirarlo, pues todos sabían que buscaría cualquier excusa para descuartizarlos. Quizá el rey olvidaba que tras su conversión aquellas familias habían olvidado el motivo de su reclamación y habían hecho sangrar a su patria. Él no olvidaba el rostro de Albus Drumm, ni sus ojos, convencidos de ira y odio luchando por una causa sin fundamento, justo antes de morir. Él jamás olvidaría la guerra civil y aquellos traidores, del primero al último tendrían a Lord Harlaw como declarado enemigo. Harlaw, renovada y fuerte, ardía en deseos de conquista y tras la guerra, sólo necesitaba una chispa para invadir los territorios de los derrotados.
Victarion Harlaw- Casa vasalla
Re: La Unión del Reino (Toda la facción de las Islas)
El viaje había sido largo y el precio sanguinario. Nunca una victoria fue tan épica y sin embargo dejaba un sabor amargo y un velo oscuro en el fondo de los ojos de la princesa del Hierro. Habían matado a un kraken, a la criatura más poderosa del mar, al guerrero más formidable del campo de batalla acuoso en donde los Greyjoy pugnaban por imponerse. La Sirena nunca olvidaría la imagen de esa bestia negra como la noche y majestuosa como la misma muerte. Esa mezcla de terror y belleza al contemplarlo. Era la primera vez que veía uno y solo el ahogado sabía si no sería la última. Casi causaba dolor matar a un ejemplar tan admirable y excepcional. Pero su brazo se tensó una y mil veces para aguijonear al enemigo con la pericia de sus flechas. Abocada a la proa, temiendo el próximo revés de sus gigantescos tentáculos. Una sombra negra que se cierne sobre ti en apenas un pestañeo, como si el sol hubiera desaparecido tras una nube oscura de tormenta. Sólo eso y antes de saber qué ha sucedido estás muerto y tu cuerpo yace sin viva en el fondo del océano. El Kraken: era el emblema de su casa y ahora se sentía todavía más orgullosa de portar lo si cabe. No dejaba de parecer una broma que para gloria de su casa, el kraken hubiera tenido que enfrentarse al kraken. Como si una justicia poética, o una ironía extrema quisiese obligar a los Greyjoy a demostrar que verdaderamente son dignos de llevar el nombre de tan colosal animal.
Pero si estaban hoy allí, proclamando el reinado de su padre y la unión de las islas del Hierro era tras pagar el precio de la sangre de muchos Isleños. Keira consideraba absurdo, irracional y demente matarse entre ellos. Ningún beneficio obtendrían las islas de ellos, solo vería sus fuerzas mermadas y sus hijos perdidos. El enemigo estaba fuera, no dentro. Pero así lo habían querido esos necios traidores. Así lo habían forzado y así habían sido masacrados. Y ahora allí estaban con los rebeldes sometidos, esperando que hincaran la rodilla frente a su padre. Cuando la guerra termina, la paz impone la reconciliación y la clemencia. Su padre estaba siendo sensato al ofrecerles el armisticio. Mejor un aliado vivo que un enemigo muerto si deseaban continuar la conquista. Keira sólo temía que la traición continuase oculta en sus voluntades. Tan solo a la espera de vientos mejores en los que volver a darle rienda suelta.
Los hombres del Hierro no olvidan ni perdonan. Ella misma no lo haría, no con esa facilidad. La kraken sabía que esa herida no iba a cerrar por unas cuantas declaraciones de buenas intenciones por parte de los traidores. Esa herida aún supuraba, solo deseaba que no acabara por pudrirse y gangrenar de nuevo el reinado de su padre. Permaneció callada sin embargo dejando que la ceremonia se desarrollase. Escuchó la promesa del Volmark sin inmutarse. -"Ya veremos si no acabas con esas armas metidas por el culo" - pensó al ver la cara de desprecio de muchos de los vasallos de su padre. Ella no iba a contrariar a su padre, pero no pondría la mano en el fuego por otros.
Keira desvió la mirada hacia Wynch, allí estaba con esa expresión suya como si el mundo entero le pareciera una burla. No era un hombre de palabras, sino un hombre de acción. No abriría la boca y se guardaría sus opiniones para sí. Quizá las compartiera con ella, quien sabe. Shiera estaba también a su lado acunando a su hermana. La reina parecía la reencarnación de la pureza en medio de todos esos isleños. Cuando Thorey interrumpió la tensa situación con un sonoro eructo, Keira tuvo que morderse el labio para no soltar una carcajada. Miró a Shiera divertida y se esforzó por concentrarse de nuevo el los vasallos que aguardaban para rendirse ante su padre, para hincar la rodilla ante el verdadero Kraken.
Pero si estaban hoy allí, proclamando el reinado de su padre y la unión de las islas del Hierro era tras pagar el precio de la sangre de muchos Isleños. Keira consideraba absurdo, irracional y demente matarse entre ellos. Ningún beneficio obtendrían las islas de ellos, solo vería sus fuerzas mermadas y sus hijos perdidos. El enemigo estaba fuera, no dentro. Pero así lo habían querido esos necios traidores. Así lo habían forzado y así habían sido masacrados. Y ahora allí estaban con los rebeldes sometidos, esperando que hincaran la rodilla frente a su padre. Cuando la guerra termina, la paz impone la reconciliación y la clemencia. Su padre estaba siendo sensato al ofrecerles el armisticio. Mejor un aliado vivo que un enemigo muerto si deseaban continuar la conquista. Keira sólo temía que la traición continuase oculta en sus voluntades. Tan solo a la espera de vientos mejores en los que volver a darle rienda suelta.
Los hombres del Hierro no olvidan ni perdonan. Ella misma no lo haría, no con esa facilidad. La kraken sabía que esa herida no iba a cerrar por unas cuantas declaraciones de buenas intenciones por parte de los traidores. Esa herida aún supuraba, solo deseaba que no acabara por pudrirse y gangrenar de nuevo el reinado de su padre. Permaneció callada sin embargo dejando que la ceremonia se desarrollase. Escuchó la promesa del Volmark sin inmutarse. -"Ya veremos si no acabas con esas armas metidas por el culo" - pensó al ver la cara de desprecio de muchos de los vasallos de su padre. Ella no iba a contrariar a su padre, pero no pondría la mano en el fuego por otros.
Keira desvió la mirada hacia Wynch, allí estaba con esa expresión suya como si el mundo entero le pareciera una burla. No era un hombre de palabras, sino un hombre de acción. No abriría la boca y se guardaría sus opiniones para sí. Quizá las compartiera con ella, quien sabe. Shiera estaba también a su lado acunando a su hermana. La reina parecía la reencarnación de la pureza en medio de todos esos isleños. Cuando Thorey interrumpió la tensa situación con un sonoro eructo, Keira tuvo que morderse el labio para no soltar una carcajada. Miró a Shiera divertida y se esforzó por concentrarse de nuevo el los vasallos que aguardaban para rendirse ante su padre, para hincar la rodilla ante el verdadero Kraken.
Keira Greyjoy- Nobleza
Re: La Unión del Reino (Toda la facción de las Islas)
Llevaba meses aposentado en las Islas Escudo, desde que fueran conquistadas, con la sola compañía de su amigo Lord Myre y los hombres de ambos, y rodeado de lo que quedaba de los supervivientes del saqueo. Las tareas de gobierno no le gustaban en absoluto, y prefería servir lealtad a la Casa Greyjoy estando lo más cerca posible de estos, pero Harrald había depositado en él tal confianza que no podía permitirse fallarle.
Después de cinco meses y a pesar de ser el regente del lugar, apenas había entrado en la fortaleza de Hierro Gris un par de veces. Esa comodidad se la había cedido a su amigo: Tras la batalla su salud se había visto seriamente perjudicada, y merecía un poco de comodidad. Además, Triston era más de barcos. En tierra se sentía como un león enjaulado, un león marino sin mar. Por esto se pasó los cinco meses dando tumbos de una isla a la otra, supervisando que todo iba bien y sin estar parado en un mismo lugar por más de dos días.
Pero ahora, Lord Harrald Greyjoy lo había convocado a Pyke. Al fin podría disfrutar del mar durante más de un par de horas, aunque se pasase medio trayecto metido en el camarote. Llevaba el mandoble bien afilado, por si acaso. Nunca se puede confiar del todo en la palabra de un traidor.
Cuando llegó a Nagga, Harrald aún no había aparecido, pero los traidores ya estaban allí. No les quitó ojo de encima. Al menor movimiento extraño de cualquiera de ellos se encontraría con el puño de Triston cerrado alrededor de su cuello. Cuando el Rey apareció ante todos ellos, Lord Farwynd pasó por delante del público soltando un gruñido despectivo, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada, y se colocó tras Harrald, guardándole las espaldas. Recordó lo que le había dicho apenas unas horas antes, con la cabeza inclinada y las manos tras la espalda en señal de respeto.
No soy quien para contradecir sus decisiones, Lord Harrald, pero no sé hasta que punto es buena idea perdonar a... esos... Frunció el ceño. Hombres. Dijo con un tono casi gutural. Debieron jurar lealtad a vuestra causa y la de vuestros ancestros y descendientes desde un inicio, y no como si fueseis un mero segundo plato. Triston no era en absoluto el hombre más virtuoso del mundo, pero su lealtad era inquebrantable. Si habían luchado por el bando de otro, debían quedarse con él. En vuestra infinita bondad habéis decidido perdonarles, pero en mi opinión, Mi Señor, nunca se sabe cuando un cambiacapas cambiará de capa otra vez...
Pero allí estaba, apoyándo una decisión que le daba mala espina, de la que pensaba se podrían arrepentir... pero era la decisión de su Rey. Era mucho más sabio que él, y seguro no se equivocaría. Parecía oír en su cabeza las palabras de su hermano Glendon. Eres un maldito lameculos, Triston. Su hermano también era fiel a los Greyjoy, pero no dudaría en criticar delante del Rey una decisión que le parecía mal. No así Triston. El león marino era fácil de convencer si quien formulaba el razonamiento era un Greyjoy.
Escuchó el discurso de Harrald. Escuchó lo que tenían que decir todos. Finalmente, decidió hacer notar su presencia, la cual hasta ahora podría haberse confundido perfectamente con un trozo de mastil de un barco.
Vuestro Rey ha hablado. El único y verdadero Rey, el Rey Kraken. Os ha dado una oportunidad. Le habéis jurado lealtad. Más os vale mantenerla hasta la muerte, u os buscaré y os haré arrodillaros a la fuerza. Y después, os mataré. Así al menos conseguirán mantener su lealtad hasta la muerte.
Después de cinco meses y a pesar de ser el regente del lugar, apenas había entrado en la fortaleza de Hierro Gris un par de veces. Esa comodidad se la había cedido a su amigo: Tras la batalla su salud se había visto seriamente perjudicada, y merecía un poco de comodidad. Además, Triston era más de barcos. En tierra se sentía como un león enjaulado, un león marino sin mar. Por esto se pasó los cinco meses dando tumbos de una isla a la otra, supervisando que todo iba bien y sin estar parado en un mismo lugar por más de dos días.
Pero ahora, Lord Harrald Greyjoy lo había convocado a Pyke. Al fin podría disfrutar del mar durante más de un par de horas, aunque se pasase medio trayecto metido en el camarote. Llevaba el mandoble bien afilado, por si acaso. Nunca se puede confiar del todo en la palabra de un traidor.
Cuando llegó a Nagga, Harrald aún no había aparecido, pero los traidores ya estaban allí. No les quitó ojo de encima. Al menor movimiento extraño de cualquiera de ellos se encontraría con el puño de Triston cerrado alrededor de su cuello. Cuando el Rey apareció ante todos ellos, Lord Farwynd pasó por delante del público soltando un gruñido despectivo, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada, y se colocó tras Harrald, guardándole las espaldas. Recordó lo que le había dicho apenas unas horas antes, con la cabeza inclinada y las manos tras la espalda en señal de respeto.
No soy quien para contradecir sus decisiones, Lord Harrald, pero no sé hasta que punto es buena idea perdonar a... esos... Frunció el ceño. Hombres. Dijo con un tono casi gutural. Debieron jurar lealtad a vuestra causa y la de vuestros ancestros y descendientes desde un inicio, y no como si fueseis un mero segundo plato. Triston no era en absoluto el hombre más virtuoso del mundo, pero su lealtad era inquebrantable. Si habían luchado por el bando de otro, debían quedarse con él. En vuestra infinita bondad habéis decidido perdonarles, pero en mi opinión, Mi Señor, nunca se sabe cuando un cambiacapas cambiará de capa otra vez...
Pero allí estaba, apoyándo una decisión que le daba mala espina, de la que pensaba se podrían arrepentir... pero era la decisión de su Rey. Era mucho más sabio que él, y seguro no se equivocaría. Parecía oír en su cabeza las palabras de su hermano Glendon. Eres un maldito lameculos, Triston. Su hermano también era fiel a los Greyjoy, pero no dudaría en criticar delante del Rey una decisión que le parecía mal. No así Triston. El león marino era fácil de convencer si quien formulaba el razonamiento era un Greyjoy.
Escuchó el discurso de Harrald. Escuchó lo que tenían que decir todos. Finalmente, decidió hacer notar su presencia, la cual hasta ahora podría haberse confundido perfectamente con un trozo de mastil de un barco.
Vuestro Rey ha hablado. El único y verdadero Rey, el Rey Kraken. Os ha dado una oportunidad. Le habéis jurado lealtad. Más os vale mantenerla hasta la muerte, u os buscaré y os haré arrodillaros a la fuerza. Y después, os mataré. Así al menos conseguirán mantener su lealtad hasta la muerte.
Triston Farwynd
Re: La Unión del Reino (Toda la facción de las Islas)
Desde el momento en regrese a Pike hace meses, sabia que la guerra venia en camino y que no solo seria larga sino difícil de ganar, jamás confié en los de la sal, simplemente había demasiado en mi interior en contra del apellido Drumm y lo que significaba para mi pasado mi esposa, el dolor y la soledad y algo mas, la traición, el peor de todos los crímenes para mi. Sin embargo aunque en el fondo de mi alma había tomado la misión de destruir a todos y cada uno de los hombres que apoyaran a aquel miserable traidor, no haría por eso una guerra, simplemente apreciaba en lo que valían las vidas de mis hombres, los recursos de mi flota y la paz de mi familia para arriesgarla asesinando con mis manos al Drumm que estuvo a unos metros de mi en Pike hace tan poco tiempo y sin embargo tanto ha pasado.
Por desgracia mis pensamientos se hicieron realidad mezclados con pesadillas, tal como lo presentía en medio de la soledad en la fortaleza de Pike, la liga de la sal en rebeldía nos declaro una guerra total, no seria simplemente un enfrentamiento menor, sino una lucha a muerte, encarnizada, terrible entre nuestros bandos, el primer ataque fue tan brutal que la flota debió separarse, la mayor parte de la misma quedo bajo mi mando, con Myre, Harlaw y Farwynd acompañándome, mientras mi hermano comandando la otra parte de nuestras fuerzas se lanzaba a la persecución del Kraken.
Durante semanas, duros días y noches de navegación en las mas dantescas condiciones perseguimos a la flota de la sal, entrelazados en un duelo a muerte, en medio de la lluvia, con el viento salvaje hacia el norte, como solía hacer, estaba al frente de mis hombres, desde el puente de mando, ordenando las maniobras a mi timonel. Durante mas de dos meses jugamos el terrible juego de la persecución, sin embargo después de semanas de maniobrar con ventaja, teniendo a un tiro a la flota enemiga una noche el escenario cambio, después de una dura tormenta nuestra flota quedo seriamente dividida, con los barcos apelotonados, dispersos, y a Barlovento, el viejo Drumm elogio ese momento para lanzarse sobre nosotros.
No lo negare, en mi interior sabia que las posibilidades de ganar eran remotas, pues habríamos de librar la batalla final en las peores condiciones posibles, pero no deje salir mis pensamientos, esa era la labor de un almirante, guardar para si la inseguridad y comandar con gallardía a sus hombres y naves, no quedaba nada mas que ir hacia la muerte y tratar de destruir la mayor cantidad de barcos enemigos médiate la mas lógica de las estrategias, dejarles venir hacia nosotros para encerrarlos en una pinza. Tenia tres objetivos, lograr la mayor cohesión en la flota echando mis naves unas sobre las otras impidiendo que los de la sal nos aislaran para tratar de encerrarles en una pinza, destruir al mayor numero de barcos enemigos y hundir al buque insignia de la sal, donde navegaba Albus, si lograba esto la batalla seria nuestra.
El combate fue brutal, tal como lo imaginaba el viejo Drumm trato de dividir a mi flota para aislarnos y tener la ventaja de dos a uno, elemento fundamental para tomar por la popa a los barcos enemigos y barrerlos, solo que el traidor no contaba con la gallardía de los hombres de la sal, durante mas de media hora mi buque se trenzo en una batalla personal con una gran galera, de dos puentes, el combate fue feroz, pero mis hombres eran demonios que lograron rendir al buque, aunque a un alto costo, habíamos perdido mas de 30 hombres, yo mismo había tenido dos heridas, sin embargo en el éxtasis del combate nada me importaba, ante mi los de la sal caían en el error que había planeado aprovechar, al mirarnos en un estado tal, se habían lanzado directamente contra nosotros sin pensar que al estar a barlovento, el viento nos haría girar en una pinza, dejándolos encerrados a la merced de nuestras armas.
Hacia mi observe el estandarte de la sal, “Albus Drumm” susurre, esa era el objetivo final de mi lucha, años enteros había esperado este momento, el instante de terminar con la vida de ese miserable, ordene mis hombres izar todas las velas directamente hacia la proa, abordaríamos a la nave insignia de la sal, al navegar directamente hacia su nave los recuerdos me perseguían, este era el fin de mi misión, apretando mi espada bastarda con fuerza, me situé en el castillo de Proa mientras impactábamos la nave capitán, dos, tres, cinco hombres cayeron ante mi acero, solo que al mismo tiempo que mi nave abordaba al buque de Drumm, la nave de Victarion abordaba igualmente la nave, seria mi amigo el encargado de acabar con la vida del traidor Drumm. En ese instante entendí la inutilidad de dedicar mi vida a destruir a un miserable, apenas tuve tiempo de reflexionar, pues un buque de la sal trato de abordar nuestra nave medio desierta, rápidamente abordamos nuestro propio buque, debía reconocer que los de la sal se habían comportado con gallardía y así mientras acababa con la vida de los hombres que habían abordado mi buque entendía que la batalla tocaba a su final, victoria, victoria total para nuestras armas
Así estaba hoy, caminaba hacia el lugar donde mi hermano estaba situado, sabia la opinión de muchos hombres, se debía pasar a cuchillo a todos los traidores, esa seria quizás la justicia, sin embargo no era inteligente o prudente hacerlo, además había un ultimo argumento, no admiraba nada mas que la gallardía de un hombre, el valor de un soldado o un marinero no se media si moría o no, sino como se enfrentaba a la muerte y en el caso de los hombres de la sal habían sido gallardos guerreros, después de mi hermano me situé a su lado, tomando la palabra hable sosteniendo las palabras del rey – Os aseguro que no hay nada que admire mas que la gallardía de un soldado, sea cual sea el bando en el que combata y vuestros hombres se han comportado como guerreros gallardos y valientes marineros, fieros y orgullosos, si tenéis sensatez en vuestro corazón, debéis aprovechar la oportunidad que vuestro rey os ofrece para finalizar esta lucha y lanzarnos todos a nuevas batallas contra nuestros enemigos externos, no desangrarnos en esta lucha interna, tomen la oportunidad, oportunidad que no se repetirá, pues los hombres del hierro no ofrecen paz dos veces. Mire a la reina, a mi sobrina, a mi hermano mi familia había ganado esta batalla y al menos yo podía dejar atrás a algunos de mis demonios, la guerra había terminado con una nueva victoria y con ella esperaba algo de paz, aun en medio del bravo mar.
Por desgracia mis pensamientos se hicieron realidad mezclados con pesadillas, tal como lo presentía en medio de la soledad en la fortaleza de Pike, la liga de la sal en rebeldía nos declaro una guerra total, no seria simplemente un enfrentamiento menor, sino una lucha a muerte, encarnizada, terrible entre nuestros bandos, el primer ataque fue tan brutal que la flota debió separarse, la mayor parte de la misma quedo bajo mi mando, con Myre, Harlaw y Farwynd acompañándome, mientras mi hermano comandando la otra parte de nuestras fuerzas se lanzaba a la persecución del Kraken.
Durante semanas, duros días y noches de navegación en las mas dantescas condiciones perseguimos a la flota de la sal, entrelazados en un duelo a muerte, en medio de la lluvia, con el viento salvaje hacia el norte, como solía hacer, estaba al frente de mis hombres, desde el puente de mando, ordenando las maniobras a mi timonel. Durante mas de dos meses jugamos el terrible juego de la persecución, sin embargo después de semanas de maniobrar con ventaja, teniendo a un tiro a la flota enemiga una noche el escenario cambio, después de una dura tormenta nuestra flota quedo seriamente dividida, con los barcos apelotonados, dispersos, y a Barlovento, el viejo Drumm elogio ese momento para lanzarse sobre nosotros.
No lo negare, en mi interior sabia que las posibilidades de ganar eran remotas, pues habríamos de librar la batalla final en las peores condiciones posibles, pero no deje salir mis pensamientos, esa era la labor de un almirante, guardar para si la inseguridad y comandar con gallardía a sus hombres y naves, no quedaba nada mas que ir hacia la muerte y tratar de destruir la mayor cantidad de barcos enemigos médiate la mas lógica de las estrategias, dejarles venir hacia nosotros para encerrarlos en una pinza. Tenia tres objetivos, lograr la mayor cohesión en la flota echando mis naves unas sobre las otras impidiendo que los de la sal nos aislaran para tratar de encerrarles en una pinza, destruir al mayor numero de barcos enemigos y hundir al buque insignia de la sal, donde navegaba Albus, si lograba esto la batalla seria nuestra.
El combate fue brutal, tal como lo imaginaba el viejo Drumm trato de dividir a mi flota para aislarnos y tener la ventaja de dos a uno, elemento fundamental para tomar por la popa a los barcos enemigos y barrerlos, solo que el traidor no contaba con la gallardía de los hombres de la sal, durante mas de media hora mi buque se trenzo en una batalla personal con una gran galera, de dos puentes, el combate fue feroz, pero mis hombres eran demonios que lograron rendir al buque, aunque a un alto costo, habíamos perdido mas de 30 hombres, yo mismo había tenido dos heridas, sin embargo en el éxtasis del combate nada me importaba, ante mi los de la sal caían en el error que había planeado aprovechar, al mirarnos en un estado tal, se habían lanzado directamente contra nosotros sin pensar que al estar a barlovento, el viento nos haría girar en una pinza, dejándolos encerrados a la merced de nuestras armas.
Hacia mi observe el estandarte de la sal, “Albus Drumm” susurre, esa era el objetivo final de mi lucha, años enteros había esperado este momento, el instante de terminar con la vida de ese miserable, ordene mis hombres izar todas las velas directamente hacia la proa, abordaríamos a la nave insignia de la sal, al navegar directamente hacia su nave los recuerdos me perseguían, este era el fin de mi misión, apretando mi espada bastarda con fuerza, me situé en el castillo de Proa mientras impactábamos la nave capitán, dos, tres, cinco hombres cayeron ante mi acero, solo que al mismo tiempo que mi nave abordaba al buque de Drumm, la nave de Victarion abordaba igualmente la nave, seria mi amigo el encargado de acabar con la vida del traidor Drumm. En ese instante entendí la inutilidad de dedicar mi vida a destruir a un miserable, apenas tuve tiempo de reflexionar, pues un buque de la sal trato de abordar nuestra nave medio desierta, rápidamente abordamos nuestro propio buque, debía reconocer que los de la sal se habían comportado con gallardía y así mientras acababa con la vida de los hombres que habían abordado mi buque entendía que la batalla tocaba a su final, victoria, victoria total para nuestras armas
Así estaba hoy, caminaba hacia el lugar donde mi hermano estaba situado, sabia la opinión de muchos hombres, se debía pasar a cuchillo a todos los traidores, esa seria quizás la justicia, sin embargo no era inteligente o prudente hacerlo, además había un ultimo argumento, no admiraba nada mas que la gallardía de un hombre, el valor de un soldado o un marinero no se media si moría o no, sino como se enfrentaba a la muerte y en el caso de los hombres de la sal habían sido gallardos guerreros, después de mi hermano me situé a su lado, tomando la palabra hable sosteniendo las palabras del rey – Os aseguro que no hay nada que admire mas que la gallardía de un soldado, sea cual sea el bando en el que combata y vuestros hombres se han comportado como guerreros gallardos y valientes marineros, fieros y orgullosos, si tenéis sensatez en vuestro corazón, debéis aprovechar la oportunidad que vuestro rey os ofrece para finalizar esta lucha y lanzarnos todos a nuevas batallas contra nuestros enemigos externos, no desangrarnos en esta lucha interna, tomen la oportunidad, oportunidad que no se repetirá, pues los hombres del hierro no ofrecen paz dos veces. Mire a la reina, a mi sobrina, a mi hermano mi familia había ganado esta batalla y al menos yo podía dejar atrás a algunos de mis demonios, la guerra había terminado con una nueva victoria y con ella esperaba algo de paz, aun en medio del bravo mar.
Bjorn Greyjoy
Re: La Unión del Reino (Toda la facción de las Islas)
La guerra había sido dura, como esperaba. El bando lealista tenía una ventaja numérica notable, pero se estaban enfrentando contra hijos del hierro y no había enemigo más duro; por no mencionar el tema del kraken. Muchos de sus camaradas se encontraban hoy en el fondo del mar, y la Casa Greyjoy no había ganado nada de todo esto, excepto mantenerse en el trono. Al menos, ya nadie más se atrevería a intrigar contra Harrald durante su reinado; siempre y cuando él aplicara a los vencidos un castigo con efecto disuasorio, en vez de dejarles irse de rositas.
No le gustó que fuera precisamente eso lo que parecía querer hacer. "No es el mensaje adecuado: si tras un motín no matas, al menos, al líder, tu tripulación entenderá que no se exponen a ningún riesgo por oponerse a ti". Pero, por supuesto, no iba a decir eso ni nada. Lo último que le convenía al Rey era que su propia familia le contradijera en la colina de Nagga. Ya se lo diría en privado.
Harley sí que había sacado un cierto beneficio de la campaña. Había conseguido como botín un nuevo barco, un camisote de malla y unas grebas, y un par de cicatrices nuevas. El barco era peor que la Bastarda, pero tampoco esperaba darle mucho uso. Ahora era un señor de tierra firme, no uno del mar; partiría a sus dominios en cuanto esto terminase.
Se acercó a Keira y le puso una mano en el hombro, contento de verla y orgulloso de su papel en la guerra. Hacía un tiempo que no se veían; ambos habían estado más que ocupados, jugándose el pellejo en distintos frentes.
-Buena pesca -le susurró-. Me han contado que dejaste al kraken como un colador. Me habría gustado poder verlo... ¿de verdad era tan grande?
La reunión era demasiado tranquila: hacía falta más fervor, más gritos. Se puso las manos en la boca a modo de altavoz y gritó, desafiando con la mirada a todos los presentes a que se atrevieran a no seguirle.
-¡REY HARRALD! ¡REY HARRALD!
No le gustó que fuera precisamente eso lo que parecía querer hacer. "No es el mensaje adecuado: si tras un motín no matas, al menos, al líder, tu tripulación entenderá que no se exponen a ningún riesgo por oponerse a ti". Pero, por supuesto, no iba a decir eso ni nada. Lo último que le convenía al Rey era que su propia familia le contradijera en la colina de Nagga. Ya se lo diría en privado.
Harley sí que había sacado un cierto beneficio de la campaña. Había conseguido como botín un nuevo barco, un camisote de malla y unas grebas, y un par de cicatrices nuevas. El barco era peor que la Bastarda, pero tampoco esperaba darle mucho uso. Ahora era un señor de tierra firme, no uno del mar; partiría a sus dominios en cuanto esto terminase.
Se acercó a Keira y le puso una mano en el hombro, contento de verla y orgulloso de su papel en la guerra. Hacía un tiempo que no se veían; ambos habían estado más que ocupados, jugándose el pellejo en distintos frentes.
-Buena pesca -le susurró-. Me han contado que dejaste al kraken como un colador. Me habría gustado poder verlo... ¿de verdad era tan grande?
La reunión era demasiado tranquila: hacía falta más fervor, más gritos. Se puso las manos en la boca a modo de altavoz y gritó, desafiando con la mirada a todos los presentes a que se atrevieran a no seguirle.
-¡REY HARRALD! ¡REY HARRALD!
Harley Pyke
Re: La Unión del Reino (Toda la facción de las Islas)
Mis manos temblaban mientras avanzaba junto a Aygon hasta la reunión, tenso como pocas veces. Llegué junto a Lord Harlaw, el ceño fruncido.- Deberíamos acabar con ellos. El Dios Ahogado no suele brindar segundas oportunidades...- Salvo a aquellos de sus elegidos... Una vez muertos, podían volver a la vida con un poco de ayuda del Que Habita Entre Las Olas. Esa gente en medio de las Colinas de Nagga eran los que habían sobrevivido cruelmente a su alzamiento. Se habían alzado y su honor de Hijo del Hierro había muerto con ellos. Los miré con desprecio, antes de caer en la conversación que el Marcach entabló con un hombre. Había cruzado los brazos, y me llevé una mano llena de anillos hechos con caracolas y motivos marinos hasta acariciarme la barba, frunciendo los labios y mirándolo fijamente.
- De modo que tú eres Askeladd. He oído hablar de tí...- Esbocé una sonrisa amplia.- Si lo que dicen es cierto, que las bendiciones del Ahogado caigan sobre tí, carnicero de Blacktyde.- Me quité un anillo, formado por la unión de una caracola con una fina tira de cuero y lo dejé caer al suelo, rompiendo la concha con el pie. Según había atestiguado, daba buen fario, estaba escrito en mi proyecto, aún inacabado por la guerra de la sal.
A las palabras de los demás reyes y capitanes, volví a comenzar a murmurar, llamando la atención de otro hombre de delante- ¿Qué has dicho?- Me adelanté un poco, al llamarme la atención.- ¿Que qué he dicho? ¿Que qué he dicho?- Dije, con voz fuerte, antes de soltar una risotada, más parecida a un ladrido. Me adelanté un poco más, viendo que me había hecho notar. Señalé a los vencidos delante de nosotros.
- ¿Nos traicionan, nos apartan de la victoria que íbamos con total seguridad a tener en el Dominio...? ¡Matan a nuestros hombres, queman nuestros barcos! ¿Y debemos perdonar a esta escoria? ¡Vergüenza! ¡Reyes y capitanes! ¡Lo que está muerto se alza de nuevo!¿Queremos que estos perjuros lleguen a volver a levantarse? Hombres mejores merecen los castillos en los que seguro volverán a tramar traicionarnos. ¡Enviemos sus cuerpos decimados a cada esquina de Viejo Wyk, y complazcamos al Que Habita Entre Las Olas al no permitir que festejen en su castillo al morir! ¡Que moren en las profundidades de la tierra, con los gusanos y los espíritus penitentes de aquellos que no murieron de forma honorable!- Terminé, enterrando metafóricamente hablando la mano en la tierra, dando más fuerza a mis argumentos. Algunos asintieron conmigo, pero temía que habría de convencer a bastantes más para que la voluntad del Dios Ahogado prevaleciese.
- De modo que tú eres Askeladd. He oído hablar de tí...- Esbocé una sonrisa amplia.- Si lo que dicen es cierto, que las bendiciones del Ahogado caigan sobre tí, carnicero de Blacktyde.- Me quité un anillo, formado por la unión de una caracola con una fina tira de cuero y lo dejé caer al suelo, rompiendo la concha con el pie. Según había atestiguado, daba buen fario, estaba escrito en mi proyecto, aún inacabado por la guerra de la sal.
A las palabras de los demás reyes y capitanes, volví a comenzar a murmurar, llamando la atención de otro hombre de delante- ¿Qué has dicho?- Me adelanté un poco, al llamarme la atención.- ¿Que qué he dicho? ¿Que qué he dicho?- Dije, con voz fuerte, antes de soltar una risotada, más parecida a un ladrido. Me adelanté un poco más, viendo que me había hecho notar. Señalé a los vencidos delante de nosotros.
- ¿Nos traicionan, nos apartan de la victoria que íbamos con total seguridad a tener en el Dominio...? ¡Matan a nuestros hombres, queman nuestros barcos! ¿Y debemos perdonar a esta escoria? ¡Vergüenza! ¡Reyes y capitanes! ¡Lo que está muerto se alza de nuevo!¿Queremos que estos perjuros lleguen a volver a levantarse? Hombres mejores merecen los castillos en los que seguro volverán a tramar traicionarnos. ¡Enviemos sus cuerpos decimados a cada esquina de Viejo Wyk, y complazcamos al Que Habita Entre Las Olas al no permitir que festejen en su castillo al morir! ¡Que moren en las profundidades de la tierra, con los gusanos y los espíritus penitentes de aquellos que no murieron de forma honorable!- Terminé, enterrando metafóricamente hablando la mano en la tierra, dando más fuerza a mis argumentos. Algunos asintieron conmigo, pero temía que habría de convencer a bastantes más para que la voluntad del Dios Ahogado prevaleciese.
Axel Greyjoy- Nobleza
Re: La Unión del Reino (Toda la facción de las Islas)
Todos se arrodillaron. Todos juraron lealtad...
Los hombres vencidos que estaban ante él hablaron. Volmark se uniría. Y al ver cómo perdían a su aliado en Harlaw, los demás miembros de la Liga de la Sal decidieron unirse tambien. Hubo malas caras, y eso fue lo que más vio Harrald. Hombres vencidos que aceptaban arrodillarse, pero de los que nacería una nueva revuelta a la más mínima. Sus hombres creían que conocían a Harrald, pero los hombres ahogados tienen razón. Nadie conoce a Harrald. Harrald el Rey Kraken, Harrald el Impredecible.
-Volmark. Nos ayudaste contra la Liga de la Sal. Nunca estuviste de su lado realmente. No de manera efectiva. Fuiste un duro adversario y un buen aliado en la sombra. Estás perdonado. - hizo una seña a sus hombres. Más de cien hombres de armas avanzaron, colocándose detrás de los presos para liberarlos uno por uno, conforme los fuese nombrando Harrald.
Franmark Volmark y los suyos fueron liberados, y ocuparon su lugar entre el resto de gentes del Hierro, cerca de las demás familias de Harlaw.
-Euron Sparr. Tú y tus hombres quemastéis tres aldeas. Con hombres, mujeres y niños en ellas mientras dormían en la isla de Marea Negra. Pero os perdono, porque habéis aceptado uniros a mi de nuevo. Por eso... os libero de la mejor forma que se me ocurre para escoria como vosotros.
A una seña suya. Los hombres de armas de los Greyjoy los cogieron del cuello y los estrangularon. Algunos cuellos se partieron, a otros les faltó el aire, y a otros les hundieron la nuez en la garganta. Ni una gota de sangre fue derramada. Solo mató a los nobles. Los soldados solo seguía órdenes. Los soldados de la casa Sparr pasarían al mando de la casa Greyjoy. Repartidos, donde no pudieran tener fuerza para alzarse de ninguna manera.
-¡La primera ley antigua de las Islas del Hierro, es que los hijos del hierro no derraman su sangre entre sí! Y ni una gota ha sido derramada... ¡Por traidores, asesinos y cobardes, yo os maldigo! Que jamás entréis los salones del Ahogado, hijos del Clan Sparr.
Siguió en su procesión hasta la siguiente familia. Ahora sus rostros eran de terror. Un delicioso terror que casi olía como un pavo asado con la piel crujiente como si fuera fina madera.
-Dorek Stonehouse. Tú y tu familia fuisteis dignos adversarios. Solo nos enfrentamos a vosotros en el campo de batalla. Tus hombres no incendiaron aldeas, ni robaron ganado. Fuiste un rival limpio y respetable. Nuestros ideales diferían. Pero hoy has pedido perdón, y como enemigo honorable que has sido, te perdono con orgullo. Tú y tu familia quedáis libres.
A otra señal de su mano. Los hombres de Harrald soltaron a los Stonehouse y ocuparon su lugar entre las demás familias de su isla. Ellos no serían ejecutados. Harrald siguió andando hasta pararse ante la siguiente familia.
-Annabel Goodbrother... Juraste ante los hombres Ahogados y ante nuestro Dios que me matarías por lo que le hice a tu esposo. Aaron era un buen hombre. Un gran guerrero. Resolvimos nuestras diferencias de una manera incorrecta. La furia me cegó el día que llegaron a mis oídos su alianza con la Liga de la Sal. Sin embargo, luchamos en igualdad de condiciones y nadie más de tu casa, ni de la mía, salió herido. Durante la guerra hiciste como los Stonehouse. Luchasteis honorablemente y sin crímenes de guerra. Sin embargo, sé que me apuñalarás en cuanto tengas ocasión, porque me odias. Y no te lo reprocho. La única solución que se me ocurre es la siguiente. Te destierro de tu hogar, tu poder, derechos y título. Conservarás tu barco, y tu tripulación si quieren quedarse contigo. Si tus hijos desean ir contigo, podrán hacerlo. Los miembros de la casa Goodbrother de Pico también lucharon de manera honorable. A ellos les perdono, pues lucharon bien y limpiamente.
Los hombres de armas se llevaron a la noble y a quienes quisieron irse con ella. No fueron todos. Los de Pico se quedaron, pues no querían perder sus tierras. Y uno de los hijos no se movió. No vio al otro, pues ya estaba andando hacia la siguiente familia.
-Saltcliffe... Victor Saltcliffe... Tú has sido el peor de todos y por quien siento más desprecio. Siete aldeas quemadas en Harlaw. Una en pyke y tres en Gran Wyk. Has violado, robado y matado a tus hermanos, tratándolos como si fueran gente de las tierras verdes... A ti te mataré yo mismo.
No dio tiempo a réplicas. Con un experto movimiento partió el cuello de aquel hombre presa del pánico. Lo dejó mirándose la espalda, tocándosela con la barbilla.
-A este ni lo enterréis ni lo tiréis al mar. Dejadlo al borde del Acantilado en su hogar. Que se lo coman los buitres de los que tanto presumía...
Miró ahora a los hombres Ahogados. Había cumplido las normas. No había derramado su sangre.
"Pérdonalos a todos y creerán que eres debil. No perdones a ninguno y creerán que eres cruel. Perdona a los que fueron útiles o podrían serlo, y no perdones a aquellos que puedan volver a traicionarte. Además de práctico, creerán que eres justo..." Ya no recordaba de quién oyó aquello. O si alguna vez lo oyó fuera de su mente. Tal vez fuera el Ahogado... ¿Qué importaba? Ya estaba hecho.
-Victarion- llamó a su hermano de armas. Justicia de las Islas del Hierro - decide tú con los Drumm. Pues la ira me ciega con esa maldita familia y no seré justo de ninguna de las maneras.
Pasado el momento de Harlaw decidiendo la suerte de los Drumm. Harrald se dirigió a sus hombres. Por fin había acabado esa maldita guerra
-Y ahora, en las islas del Hierro, vuelve a reinar la paz.... ¡PREPARAOS PARA LA GUERRA!
Los hombres vencidos que estaban ante él hablaron. Volmark se uniría. Y al ver cómo perdían a su aliado en Harlaw, los demás miembros de la Liga de la Sal decidieron unirse tambien. Hubo malas caras, y eso fue lo que más vio Harrald. Hombres vencidos que aceptaban arrodillarse, pero de los que nacería una nueva revuelta a la más mínima. Sus hombres creían que conocían a Harrald, pero los hombres ahogados tienen razón. Nadie conoce a Harrald. Harrald el Rey Kraken, Harrald el Impredecible.
-Volmark. Nos ayudaste contra la Liga de la Sal. Nunca estuviste de su lado realmente. No de manera efectiva. Fuiste un duro adversario y un buen aliado en la sombra. Estás perdonado. - hizo una seña a sus hombres. Más de cien hombres de armas avanzaron, colocándose detrás de los presos para liberarlos uno por uno, conforme los fuese nombrando Harrald.
Franmark Volmark y los suyos fueron liberados, y ocuparon su lugar entre el resto de gentes del Hierro, cerca de las demás familias de Harlaw.
-Euron Sparr. Tú y tus hombres quemastéis tres aldeas. Con hombres, mujeres y niños en ellas mientras dormían en la isla de Marea Negra. Pero os perdono, porque habéis aceptado uniros a mi de nuevo. Por eso... os libero de la mejor forma que se me ocurre para escoria como vosotros.
A una seña suya. Los hombres de armas de los Greyjoy los cogieron del cuello y los estrangularon. Algunos cuellos se partieron, a otros les faltó el aire, y a otros les hundieron la nuez en la garganta. Ni una gota de sangre fue derramada. Solo mató a los nobles. Los soldados solo seguía órdenes. Los soldados de la casa Sparr pasarían al mando de la casa Greyjoy. Repartidos, donde no pudieran tener fuerza para alzarse de ninguna manera.
-¡La primera ley antigua de las Islas del Hierro, es que los hijos del hierro no derraman su sangre entre sí! Y ni una gota ha sido derramada... ¡Por traidores, asesinos y cobardes, yo os maldigo! Que jamás entréis los salones del Ahogado, hijos del Clan Sparr.
Siguió en su procesión hasta la siguiente familia. Ahora sus rostros eran de terror. Un delicioso terror que casi olía como un pavo asado con la piel crujiente como si fuera fina madera.
-Dorek Stonehouse. Tú y tu familia fuisteis dignos adversarios. Solo nos enfrentamos a vosotros en el campo de batalla. Tus hombres no incendiaron aldeas, ni robaron ganado. Fuiste un rival limpio y respetable. Nuestros ideales diferían. Pero hoy has pedido perdón, y como enemigo honorable que has sido, te perdono con orgullo. Tú y tu familia quedáis libres.
A otra señal de su mano. Los hombres de Harrald soltaron a los Stonehouse y ocuparon su lugar entre las demás familias de su isla. Ellos no serían ejecutados. Harrald siguió andando hasta pararse ante la siguiente familia.
-Annabel Goodbrother... Juraste ante los hombres Ahogados y ante nuestro Dios que me matarías por lo que le hice a tu esposo. Aaron era un buen hombre. Un gran guerrero. Resolvimos nuestras diferencias de una manera incorrecta. La furia me cegó el día que llegaron a mis oídos su alianza con la Liga de la Sal. Sin embargo, luchamos en igualdad de condiciones y nadie más de tu casa, ni de la mía, salió herido. Durante la guerra hiciste como los Stonehouse. Luchasteis honorablemente y sin crímenes de guerra. Sin embargo, sé que me apuñalarás en cuanto tengas ocasión, porque me odias. Y no te lo reprocho. La única solución que se me ocurre es la siguiente. Te destierro de tu hogar, tu poder, derechos y título. Conservarás tu barco, y tu tripulación si quieren quedarse contigo. Si tus hijos desean ir contigo, podrán hacerlo. Los miembros de la casa Goodbrother de Pico también lucharon de manera honorable. A ellos les perdono, pues lucharon bien y limpiamente.
Los hombres de armas se llevaron a la noble y a quienes quisieron irse con ella. No fueron todos. Los de Pico se quedaron, pues no querían perder sus tierras. Y uno de los hijos no se movió. No vio al otro, pues ya estaba andando hacia la siguiente familia.
-Saltcliffe... Victor Saltcliffe... Tú has sido el peor de todos y por quien siento más desprecio. Siete aldeas quemadas en Harlaw. Una en pyke y tres en Gran Wyk. Has violado, robado y matado a tus hermanos, tratándolos como si fueran gente de las tierras verdes... A ti te mataré yo mismo.
No dio tiempo a réplicas. Con un experto movimiento partió el cuello de aquel hombre presa del pánico. Lo dejó mirándose la espalda, tocándosela con la barbilla.
-A este ni lo enterréis ni lo tiréis al mar. Dejadlo al borde del Acantilado en su hogar. Que se lo coman los buitres de los que tanto presumía...
Miró ahora a los hombres Ahogados. Había cumplido las normas. No había derramado su sangre.
"Pérdonalos a todos y creerán que eres debil. No perdones a ninguno y creerán que eres cruel. Perdona a los que fueron útiles o podrían serlo, y no perdones a aquellos que puedan volver a traicionarte. Además de práctico, creerán que eres justo..." Ya no recordaba de quién oyó aquello. O si alguna vez lo oyó fuera de su mente. Tal vez fuera el Ahogado... ¿Qué importaba? Ya estaba hecho.
-Victarion- llamó a su hermano de armas. Justicia de las Islas del Hierro - decide tú con los Drumm. Pues la ira me ciega con esa maldita familia y no seré justo de ninguna de las maneras.
Pasado el momento de Harlaw decidiendo la suerte de los Drumm. Harrald se dirigió a sus hombres. Por fin había acabado esa maldita guerra
-Y ahora, en las islas del Hierro, vuelve a reinar la paz.... ¡PREPARAOS PARA LA GUERRA!
Harrald Greyjoy- Nobleza
Re: La Unión del Reino (Toda la facción de las Islas)
Las obligaciones habían abordado la agenda de Lord Fleance: aquellas que se derivaban de su propia casa, la gestión y defensa de las islas escudos en la sombra, su participación en la guerra contra la liga de sal… Sin embargo, a pesar de su ajustado breviario, allí estaba Fleance, fiel a la casa Greyjoy, sentado junto a sus hombres en una de las pequeñas colinas que rodeaba los huesos de Naga, y como siempre, en un segundo plano.
Su posición en aquella colina era lo sufcientemente cercana como para ser capaz de escuchar los crujidos de los cuellos de los traidores romperse o las palabras que adornaban el discurso del rey de las islas y lo suficientemente lejos como para ver todo el panorama que allí se cernía. Digamos que la distancia que le separaba del resto de asistentes era inversamente proporcional a la distancia entre la lengua de Triston y el culo de Harrald. Bueno, tal vez exagere y no hubiese tanta jornada entre Fleance y el tropel de hijos del hierro.
Lo cierto que la reunión era todo un entretenimiento: Triston como siempre, haciendo de lameculos; el grano en el culo de Harrald, su sobrino, protestando y airando los deseos de su Dios; Harley alzando a gritos el nombre de su padre; la reina apoyando a su marido, a la vez que cogía en brazos a su retoño… parecía que una pequeña flor había surgido ante tanta devastación; Victarion, por su parte, aceptaba una ofrenda de uno de los hombres de marea negra, a la vez que devolvía la ofrenda con otra ofrenda…Todo un pasatiempo digno de verse. Pero el mayor espectáculo sería el que Harrald ofrecía: palabras de compresión, de afiliación, perdón, algún que otro movimiento ágil acompañado de una rotura de cuello, un exilio y como no, la intervención de Victarion. Vaya, un completo. Pero digamos que eso no era todo, pues la guinda del pastel que tenía preparada, no era más ni menos, que otra declaración de guerra a Poniente.
Parecía que el rey hacía honor a su nuevo seudónimo, el impredecible, pues ¿quién esperaría otra guerra en un lapso de tiempo tan breve?
Su posición en aquella colina era lo sufcientemente cercana como para ser capaz de escuchar los crujidos de los cuellos de los traidores romperse o las palabras que adornaban el discurso del rey de las islas y lo suficientemente lejos como para ver todo el panorama que allí se cernía. Digamos que la distancia que le separaba del resto de asistentes era inversamente proporcional a la distancia entre la lengua de Triston y el culo de Harrald. Bueno, tal vez exagere y no hubiese tanta jornada entre Fleance y el tropel de hijos del hierro.
Lo cierto que la reunión era todo un entretenimiento: Triston como siempre, haciendo de lameculos; el grano en el culo de Harrald, su sobrino, protestando y airando los deseos de su Dios; Harley alzando a gritos el nombre de su padre; la reina apoyando a su marido, a la vez que cogía en brazos a su retoño… parecía que una pequeña flor había surgido ante tanta devastación; Victarion, por su parte, aceptaba una ofrenda de uno de los hombres de marea negra, a la vez que devolvía la ofrenda con otra ofrenda…Todo un pasatiempo digno de verse. Pero el mayor espectáculo sería el que Harrald ofrecía: palabras de compresión, de afiliación, perdón, algún que otro movimiento ágil acompañado de una rotura de cuello, un exilio y como no, la intervención de Victarion. Vaya, un completo. Pero digamos que eso no era todo, pues la guinda del pastel que tenía preparada, no era más ni menos, que otra declaración de guerra a Poniente.
Parecía que el rey hacía honor a su nuevo seudónimo, el impredecible, pues ¿quién esperaría otra guerra en un lapso de tiempo tan breve?
Última edición por Fleance Myre el Jue Mayo 23, 2013 1:34 am, editado 2 veces (Razón : Cambio de suedónimo de Harrald)
Fleance Myre
Re: La Unión del Reino (Toda la facción de las Islas)
Guerra guerra y sí, de nuevo guerra. Las premisas de las Islas del Hierro eran las mismas desde hacía siglos, tan sólo cambiaba la forma de ejecución. La economía del hierro era la que era y a menos que Garlan Tyrell cediese las escudo amablemente para granero y satisfacción de Harrald, los hombres de las siete islas tendrían que seguir sobreviviendo a base de conflictos bélicos y saqueos. Una contienda civil se había saldado con muchos muertos, pero también con muchos vivos preparados. El Rey conocía bien a su pueblo y sabía que ahora niños de doce y trece años, muchos con familias rotas o sin ellas debían empezar a buscar su futuro y a preñar continentales o se tornarían en el germen de una futura rebelión. Avanzó hasta Erick Drumm y el resto de los miembros de aquella odiosa familia.
Harrald le había cedido la facultad de administrar justicia con los Drumm y ya lo tenía claro desde hacía rato. Él no era hombre de arrebatos ante hombres vencidos y arrodillados y no tenía demasiada complejidad la cosa. Aunque antes debía ocuparse de Franmark.
-Lord Volmark, hace seis meses te impedí siquiera rebelarte, así que no hay lugar ahora para castigarte. Has pasado seis meses preso y aunque ahora una decisión justa exige liberarte, de ahora en adelante vendrás conmigo y actuarás en beneficio de la isla de Harlaw como capitán y vasallo mío que eres. Recuperarás tus tierras y tendrás más aún, pero ahora tu y tus hombres navegaréis a mi lado.
Era una declaración formal, Franmark no había participado con la liga de la sal y por tanto sus hombres y los de Harlaw o aliados del Rey no se enfrentaron. Debía tener muy cerca a Volmark, ver como evolucionaba y si percibía algo raro siempre quedaba la opción de meterle una cuarta de acero en las tripas. Los Drumm no tendrían tanta suerte. Victarion hizo una seña a sus hombres y le trajeron a Lluvia Roja en una vaina de cuero recién hecha.
-Erick Drumm, un acero Valyrio no es para matar hermanos. Guardaste aquí esta espada, conspirando mientras nosotros peleábamos en el Rejo o en Las Escudo. Dedicaste su filo a una rebelión contra la asamblea de los huesos, entregarla a las manos de tu tío Albus a quién por derecho pertenecía. Ahora tu rebelión está rota.- Aflojó la hebilla del cinto.- Y tu tío está muerto.- Introdujo la espada larga Valyria en su propio cinto. Las creencias del joven Lord Drumm pasaban por la fe ciega en su tío a quién pertenecía la espada. Ahora que Albus había muerto la ley del hierro le daba su propiedad al hombre que le dio muerte. - Abandonaréis tu y los tuyos, desterrados para siempre, estas islas, vuestros títulos y espadas. Otros hombres y mujeres ocuparán vuestro lugar en Viejo Wyk y todo hombre del hierro podrá daros muerte si volvéis a estas aguas.
Señaló hacia atrás, donde un único barcoluengo, destartalado y viejo aguantaba sobre las aguas de milagro. Los jinetes tiburón alzaron a la decena de nobles de la casa Drumm que quedaban y los condujeron silenciosamente hacia el exilio. Consciente de que dejarlos con vida conllevaría futuras tribulaciones no pudo más que alzar ambos hombros y aceptarlo. "Necesitamos rebeliones para curtir a los críos" Antes de que el Rey terminase aquello desenvainó a Lluvia Roja, una espada larga preciosa, de manufactura épica, sintió lo que sólo sentía cuando empuñaba a anochecer, poder. Apenas se había dado cuenta pero muchos aún le observaban, había a lo sumo una centena de personas en todo poniente con armas de acero Valyrio y él tenía dos. Sin embargo nunca fue un hombre ostentoso y pesar del enorme tesoro que tenía entre manos su arte estaba hecho para "Anochecer". El combate con un mandoble era sustancialmente distinto al de una espada larga, así que decidió dejar un premio en el aire.
-Este arma exige más cuidados que cualquier mujer, una gran responsabilidad, en adelante la custodiaré y se la entregaré tan sólo al guerrero cuya alma esté hecha de auténtico acero.
"Pero aún no" El Ahogado había sido generoso con él pero ahora muchos intentarían arrebatarle la espada. Ninguno lo iba a conseguir, no al menos sin declarar otra guerra. El continente pronto sangraría de nuevo, entre todos habría uno al que pudiera confiarle a Lluvia Roja. llegado el momento, fuese voluntad suya o del otro probaría con Anochecer la valía de aquel guerrero y si su alma estaba hecha para portar acero Valyrio. Hizo un gesto a Harrald.
-¡Ahora silencio, escuchad al Rey!
Harrald le había cedido la facultad de administrar justicia con los Drumm y ya lo tenía claro desde hacía rato. Él no era hombre de arrebatos ante hombres vencidos y arrodillados y no tenía demasiada complejidad la cosa. Aunque antes debía ocuparse de Franmark.
-Lord Volmark, hace seis meses te impedí siquiera rebelarte, así que no hay lugar ahora para castigarte. Has pasado seis meses preso y aunque ahora una decisión justa exige liberarte, de ahora en adelante vendrás conmigo y actuarás en beneficio de la isla de Harlaw como capitán y vasallo mío que eres. Recuperarás tus tierras y tendrás más aún, pero ahora tu y tus hombres navegaréis a mi lado.
Era una declaración formal, Franmark no había participado con la liga de la sal y por tanto sus hombres y los de Harlaw o aliados del Rey no se enfrentaron. Debía tener muy cerca a Volmark, ver como evolucionaba y si percibía algo raro siempre quedaba la opción de meterle una cuarta de acero en las tripas. Los Drumm no tendrían tanta suerte. Victarion hizo una seña a sus hombres y le trajeron a Lluvia Roja en una vaina de cuero recién hecha.
-Erick Drumm, un acero Valyrio no es para matar hermanos. Guardaste aquí esta espada, conspirando mientras nosotros peleábamos en el Rejo o en Las Escudo. Dedicaste su filo a una rebelión contra la asamblea de los huesos, entregarla a las manos de tu tío Albus a quién por derecho pertenecía. Ahora tu rebelión está rota.- Aflojó la hebilla del cinto.- Y tu tío está muerto.- Introdujo la espada larga Valyria en su propio cinto. Las creencias del joven Lord Drumm pasaban por la fe ciega en su tío a quién pertenecía la espada. Ahora que Albus había muerto la ley del hierro le daba su propiedad al hombre que le dio muerte. - Abandonaréis tu y los tuyos, desterrados para siempre, estas islas, vuestros títulos y espadas. Otros hombres y mujeres ocuparán vuestro lugar en Viejo Wyk y todo hombre del hierro podrá daros muerte si volvéis a estas aguas.
Señaló hacia atrás, donde un único barcoluengo, destartalado y viejo aguantaba sobre las aguas de milagro. Los jinetes tiburón alzaron a la decena de nobles de la casa Drumm que quedaban y los condujeron silenciosamente hacia el exilio. Consciente de que dejarlos con vida conllevaría futuras tribulaciones no pudo más que alzar ambos hombros y aceptarlo. "Necesitamos rebeliones para curtir a los críos" Antes de que el Rey terminase aquello desenvainó a Lluvia Roja, una espada larga preciosa, de manufactura épica, sintió lo que sólo sentía cuando empuñaba a anochecer, poder. Apenas se había dado cuenta pero muchos aún le observaban, había a lo sumo una centena de personas en todo poniente con armas de acero Valyrio y él tenía dos. Sin embargo nunca fue un hombre ostentoso y pesar del enorme tesoro que tenía entre manos su arte estaba hecho para "Anochecer". El combate con un mandoble era sustancialmente distinto al de una espada larga, así que decidió dejar un premio en el aire.
-Este arma exige más cuidados que cualquier mujer, una gran responsabilidad, en adelante la custodiaré y se la entregaré tan sólo al guerrero cuya alma esté hecha de auténtico acero.
"Pero aún no" El Ahogado había sido generoso con él pero ahora muchos intentarían arrebatarle la espada. Ninguno lo iba a conseguir, no al menos sin declarar otra guerra. El continente pronto sangraría de nuevo, entre todos habría uno al que pudiera confiarle a Lluvia Roja. llegado el momento, fuese voluntad suya o del otro probaría con Anochecer la valía de aquel guerrero y si su alma estaba hecha para portar acero Valyrio. Hizo un gesto a Harrald.
-¡Ahora silencio, escuchad al Rey!
Victarion Harlaw- Casa vasalla
Re: La Unión del Reino (Toda la facción de las Islas)
Lo que realmente había sucedido entre ambas lealtades a las islas estaba bien a salvo en los muros de su mente, la verdad que había sobrevivido era la que anunciaban Harrald y Victarion, dos hombres que se encontraban por encima de él en contra de lo que había creído al participar en la revuelta de una forma u otra. Los pensamientos de rebeliones, alzamientos y siquiera desobedecer a aquellos que en la práctica eran superiores en fuerzas a él, se desvanecían poco a poco. Seguir con vida tras aquella guerra civil, tras que sus antiguos compañeros de armas e incluso algunos amigos fuesen ajusticiados sin derramamiento de sangre allí sobre los huesos de Nagga y su fortaleza fuese atacada por las tropas de Harlaw, le hizo pensar y darse cuenta que su casa prosperaría mejor lejos de ese tipo de intrigas y pensamientos de alzamiento. Desde aquél día en el que se alzaba libre, hasta la muerte del último Volmark, su lealtad hacia los regentes de Pyke y la corona del Hierro sería férrea y absoluta.
Se puso de pie lentamente, girandose a continuación de las palabras del Rey hacia los que se habían alzado bajo el estandarte del Leviatán, fueron liberados por los hombres de Greyjoy, se hicieron a un lado del resto de cautivos acariciándose unos las muñecas enrojecidas por las ataduras, otros sonrientes de no correr el riesgo que sus antiguos aliados y otros tantos mantenían el porte y guardaban silencio, observando a los que no eran perdonados ser estrangulados entre estertores y desesperados intentos por zafarse. Él mismo los miró morir, manteniendo la mirada con un Sparr que le miraba y entreabría los labios tratando de musitar algo >>Si, os lo advertí, no derrameis sangre innecesariamente, no podíais guardar el hacha un par de meses a que volviera la flota. Finalmente el Sparr expiró y cayó sobre el terreno y su ejecutor pasó al siguiente rebelde, continuó mirando el espectáculo, él podría haberse encontrado allí mismo, algunos suplicaban y otros no se habían dignado a incar la rodilla ante Harrald, a estos últimos no podía sino respetarles, orgullosos e indoblegables hasta el punto en el que él no lo había sido, como mínimo guardaría el recuerdo de ellos, asimismo obligó a sus hombres y uno de sus hermanos a mirar, habló con calma sin apartar la vista de los condenados, no había motivo para alegrarse de la muerte de antiguos compañeros que estarían maldiciendoles con todo el odio que guardaban.
-Miradles bien, han sido valientes, pero la mayoría no de la forma adecuada...Miradles porque podríamos ser todos nosotros, a la próxima no habrá piedad, para ninguno de nosotros, pensaoslo dos veces antes de joderme a mí, al Rey o a cualquiera que pueda haceros eso
Nadie contestó a sus palabras, el silencio que guardaban los Volmark se vió interrumpido por lo que Victarion Harlaw dijo a Franmark, como él decía, no se habían enfrentado al rey directamente, y por tanto no podía ser castigado. A cambio tendría que ser un vasallo leal y un capitán del que toda Harlaw pudiera enorgullecerse, lo que Franmark entendía como que los caballeros de Victarion no le quitarían el ojo de encima en una larga temporada, así como no podría ir al retrete sin su consentimiento y aprobación completa. Franmark asintió, vendiendo a Victarion la libertad que acababa de ganar al arrodillarse frente al Kraken, trató de disimular lo que pensaba, sonriéndole levemente con una extraña y fingida alegria, como si fuesen camaradas desde hacía largo tiempo.
-Solo tenéis que decir hasta donde, Lord Harlaw
Al igual que muchos de los allí presentes, la espada de acero Valyrio que Harlaw mostraba captó su completa atención. Había oído hablar de aquél acero con ondulaciones en su hoja, que eran escasas y que no se asemejaban a ningún otro acero que un guerrero pudiera empuñar. La hoja que portaba Victarion hizo que por unos instantes Franmark menospreciara el pesado y antiguo mandoble de su casa, "Terror de Ándalos", un arma difícil de usar, pesada y que ponía en peligro tanto amigos ocmo enemigos cuando era blandida en batalla por el cabeza del clan Volmark. Aquella espada debía caer en sus manos, él era digno de poseerla, y si para ello tenía que ir pegado al culo de Victarion por todas las costas conocidas lo haría de buen gusto. Su atención cambió cuando el rey se disponía a hablar.
Se puso de pie lentamente, girandose a continuación de las palabras del Rey hacia los que se habían alzado bajo el estandarte del Leviatán, fueron liberados por los hombres de Greyjoy, se hicieron a un lado del resto de cautivos acariciándose unos las muñecas enrojecidas por las ataduras, otros sonrientes de no correr el riesgo que sus antiguos aliados y otros tantos mantenían el porte y guardaban silencio, observando a los que no eran perdonados ser estrangulados entre estertores y desesperados intentos por zafarse. Él mismo los miró morir, manteniendo la mirada con un Sparr que le miraba y entreabría los labios tratando de musitar algo >>Si, os lo advertí, no derrameis sangre innecesariamente, no podíais guardar el hacha un par de meses a que volviera la flota. Finalmente el Sparr expiró y cayó sobre el terreno y su ejecutor pasó al siguiente rebelde, continuó mirando el espectáculo, él podría haberse encontrado allí mismo, algunos suplicaban y otros no se habían dignado a incar la rodilla ante Harrald, a estos últimos no podía sino respetarles, orgullosos e indoblegables hasta el punto en el que él no lo había sido, como mínimo guardaría el recuerdo de ellos, asimismo obligó a sus hombres y uno de sus hermanos a mirar, habló con calma sin apartar la vista de los condenados, no había motivo para alegrarse de la muerte de antiguos compañeros que estarían maldiciendoles con todo el odio que guardaban.
-Miradles bien, han sido valientes, pero la mayoría no de la forma adecuada...Miradles porque podríamos ser todos nosotros, a la próxima no habrá piedad, para ninguno de nosotros, pensaoslo dos veces antes de joderme a mí, al Rey o a cualquiera que pueda haceros eso
Nadie contestó a sus palabras, el silencio que guardaban los Volmark se vió interrumpido por lo que Victarion Harlaw dijo a Franmark, como él decía, no se habían enfrentado al rey directamente, y por tanto no podía ser castigado. A cambio tendría que ser un vasallo leal y un capitán del que toda Harlaw pudiera enorgullecerse, lo que Franmark entendía como que los caballeros de Victarion no le quitarían el ojo de encima en una larga temporada, así como no podría ir al retrete sin su consentimiento y aprobación completa. Franmark asintió, vendiendo a Victarion la libertad que acababa de ganar al arrodillarse frente al Kraken, trató de disimular lo que pensaba, sonriéndole levemente con una extraña y fingida alegria, como si fuesen camaradas desde hacía largo tiempo.
-Solo tenéis que decir hasta donde, Lord Harlaw
Al igual que muchos de los allí presentes, la espada de acero Valyrio que Harlaw mostraba captó su completa atención. Había oído hablar de aquél acero con ondulaciones en su hoja, que eran escasas y que no se asemejaban a ningún otro acero que un guerrero pudiera empuñar. La hoja que portaba Victarion hizo que por unos instantes Franmark menospreciara el pesado y antiguo mandoble de su casa, "Terror de Ándalos", un arma difícil de usar, pesada y que ponía en peligro tanto amigos ocmo enemigos cuando era blandida en batalla por el cabeza del clan Volmark. Aquella espada debía caer en sus manos, él era digno de poseerla, y si para ello tenía que ir pegado al culo de Victarion por todas las costas conocidas lo haría de buen gusto. Su atención cambió cuando el rey se disponía a hablar.
Franmark Volmark
Re: La Unión del Reino (Toda la facción de las Islas)
Le soltó una media sonrisa a Axel Greyjoy y asintió sin ganas, cansado, con los ánimos oscuros y taimados, era más muerto que vivo. Askeladd apenas si tenía un atisbo de alma viva en su cuerpo. - Que el Ahogado se apiade de mi alma. - Murmuro para sí mismo con la cabeza gacha. Su alma estaba condenada, había derramado sangre de sus hermanos y eso no se lo perdonaría jamás. En su vida nunca encontraría la paz del descanso en los salones. Por una guerra, por un propósito, por una venganza había condenado su alma a la eternidad de la nada, del olvido. Apretó los dientes con fuerza y se quedo, en silencio, hundiéndose en aquel abismo de sombras que se había hecho su mente. Le apenaba el reconocimiento de Axel Greyjoy, una especie de reconocimiento inútil, cruel, vano. >> ¿Qué he hecho que merezca una felicitación?<< No sentía placer en haber matado tanta gente, ni los aldeanos, ni los soldados, ni los nobles. Lo había hecho tal como un carnicero corta carne magra en lugar de carne buena, como el herrero fabrica una y otra vez herraduras en lugar de fabricar su obra maestra, como tantos hombres luchaban y morían por causas que les eran ajenas. Askeladd mataba y moría por la causa, pero no la apoyaba. Sus intenciones estaban alejadas de las del resto. Solo quería venganza, una vez muerto Drumm se hubiera ido, aun si la guerra seguía hasta el fin de los tiempos. >> A Greyjoy no le importo Blacktyde. ¿Por qué habría de importarme si degollaban a su familia? Solo es un capitán con corona de madera. Einar quería la gloria de los hombres de hierro, pero a mí… A mí solo me importa… <<
Una risa seguida de un estrepitoso grito de euforia interrumpió sus pensamientos como un cachetazo que lo hacía volver a la realidad. Le lanzo una mirada al hombre a su lado, luego a los demás que alentaban al rey. Le lanzo una mirada a los hechos y afino el oído para percibir lo que sucedía. Entonces también sonrió, pero en silencio, en paz.
- Supongo que esa es mi señal para irme de aquí. - Soltó al ver el castigo por el saqueo, las violaciones y las muertes. Sin embargo, Euron Sparr había herido a Marea Negra en su frágil existencia, y, si bien él también había hecho lo mismo en las tierras de muchos hermanos del hierro, estaba en deuda con la isla de Einar. Aun cuando no le había dado muerte con sus propias manos, aun cuando se exponía a un castigo similar por sus crímenes, avanzo, entre los hombres de hierro y espero que dejaran los cuerpos y los castigos, en silencio con la mirada fija en los muertos de Sparr, espero hasta que todo estuviera decidido, hasta que la faena estuviera hecha. Cuando Greyjoy decidió, cuando Harlaw decidió, cuando se repartieron los premios y los castigos. Askeladd se arrodillo junto al cadáver de Euron Sparr. Su nariz tomo aire con fuerza y sintió el aroma a heces no contenidas que producía la muerte por asfixia. Las flemas pasaron desde su nariz hasta su garganta y con un sonoro ronquido lleno su boca con aquella viscosidad. Metió los dedos entre los labios azulados y fríos del cadáver y abrió su boca. Sus ojos desorbitados miraban con perdición a Askeladd sin mirar nada en verdad, la muerte le había robado incluso la dignidad de contener sus residuos, mucho menos había contenido la capacidad de observar. El carnicero de Blacktyde acerco su boca hacia la del muerto y escupió dentro una lenta y horrenda flema. Luego le cerró la boca y se quedo junto al cuerpo de pie, mirándolo.
- Que todo te sepa a mierda si alguna vez llegas al banquete, imbécil. - Soltó mientras lo miraba con ira. Sintió la Mirada de varios hombres de hierros. Incluso entre ellos era desdeñable aquella actitud de Askeladd, sin embargo, poco le importaba ya.
- Jodanse. - Se abrió paso entre ellos, cojeando por la pierna herida, ignorando insultos por lo bajo y dejando atrás aquel concilio antes de que Greyjoy quisiera hacer justicia con él también. No había sido mucho mejor que los Sparr, solo había sido parte del bando ganador.
Askeladd
Re: La Unión del Reino (Toda la facción de las Islas)
Me encogí de hombros.- Aceptable. Aunque me hubiera gustado volver a tener a Erick delante...- Comenté a uno de mis hombres, con los brazos cruzados, mientras escuchaba las sentencias. Me esperaba bastante menos de mi tío, fue un poco más compasivo de lo que hubiera sido cualquiera. Ya había dejado claro que, de ser por mí, todos los rebeldes estarían junto con el Sparr.
Finalmente carraspeé, en lo que terminaban de decidirse los repartos de tierra, y sonreí ante la declaración de mi tío. Extraje el hacha y mi espada del cinto y las alcé sobre mi cabeza, comenzando a ser seguido por mis hombres. Había perdido unos cuantos en la guerra, tanto en las Escudo como en Viejo y Gran Wyk, pero nunca faltaban hombres devotos que poder alistar. Había llegado un momento en el que parecía que me viesen con otros ojos, una mirada distinta a la acostumbrada. "El Loco..." Tal vez empezase a ganarme otro renombre. Tal vez debiera mostrarme más como el guerrero que era, y dejar de impregnar de santería todo mi discurso. -¡GUERRA!- Grité, hasta que me detuve al sentir un golpe en el hombro. Me moví rapidamente, pero fue más la impresión que otra cosa. Alcé la vista y vi cómo una gaviota se posó solitaria sobre un colmillo de Nagga.
Miré mi hombro y suspiré, de todos los hijos del hierro me tenía que cagar a mí... Aunque claro, seguramente fuera una señal. Asentí para mis adentros, el camino que seguía era el correcto. Así que me hice con una piedra más o menos lisa con la que retirar el regalo de la gaviota a tiempo para ver la actuación de Askeladd, echando a reír. Había valido la pena venir, tal y como esperaba. Pasó por mi lado cuando terminaba de envainar las armas.- Bien hecho. ¡Cuenta conmigo si necesitas algo, Carnicero!- Reí de nuevo, teniendo finalmente que alzar la voz para que me oyese.- Bien, bien... ¡Vamos a beber algo, chicos!- Me froté las manos, dispuesto a llegar de los primeros a la zona de comidas. Me quité la túnica, no hacía mal tiempo ni demasiado frío como para no ir en camisa, a fin de no facilitar las burlas por lo de la cagada de gaviota...
Finalmente carraspeé, en lo que terminaban de decidirse los repartos de tierra, y sonreí ante la declaración de mi tío. Extraje el hacha y mi espada del cinto y las alcé sobre mi cabeza, comenzando a ser seguido por mis hombres. Había perdido unos cuantos en la guerra, tanto en las Escudo como en Viejo y Gran Wyk, pero nunca faltaban hombres devotos que poder alistar. Había llegado un momento en el que parecía que me viesen con otros ojos, una mirada distinta a la acostumbrada. "El Loco..." Tal vez empezase a ganarme otro renombre. Tal vez debiera mostrarme más como el guerrero que era, y dejar de impregnar de santería todo mi discurso. -¡GUERRA!- Grité, hasta que me detuve al sentir un golpe en el hombro. Me moví rapidamente, pero fue más la impresión que otra cosa. Alcé la vista y vi cómo una gaviota se posó solitaria sobre un colmillo de Nagga.
Miré mi hombro y suspiré, de todos los hijos del hierro me tenía que cagar a mí... Aunque claro, seguramente fuera una señal. Asentí para mis adentros, el camino que seguía era el correcto. Así que me hice con una piedra más o menos lisa con la que retirar el regalo de la gaviota a tiempo para ver la actuación de Askeladd, echando a reír. Había valido la pena venir, tal y como esperaba. Pasó por mi lado cuando terminaba de envainar las armas.- Bien hecho. ¡Cuenta conmigo si necesitas algo, Carnicero!- Reí de nuevo, teniendo finalmente que alzar la voz para que me oyese.- Bien, bien... ¡Vamos a beber algo, chicos!- Me froté las manos, dispuesto a llegar de los primeros a la zona de comidas. Me quité la túnica, no hacía mal tiempo ni demasiado frío como para no ir en camisa, a fin de no facilitar las burlas por lo de la cagada de gaviota...
Axel Greyjoy- Nobleza
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