Por tu reino. Por tus hermanos. (Myriah Targaryen)

Desde que había abierto la carta de Daeron, Myriah no había vuelto a ser la misma. El semblante se le había ensombrecido con el paso de los días y ni siquiera el radiante sol que bañaba día tras día los muros del palacio eran capaces de irradiar luz sobre ella. La pena se había clavado en ella como si de una espina se tratase, de esas que cuanto más crees tener controlada, más se introduce bajo la piel, más duele. Parecía que el destino estaba poniéndola a prueba, pues si no, le era casi imposible imaginar por qué le pasaban todas esas cosas a su familia. Creía, incluso, que aquello tenía que ver en parte con la coronación del Fuegoscuro como rey. ¿Y si los dioses, fuera cuales fueran, les estaban mandando señales de que siempre habían estado equivocados? ¿Y si en verdad luchaba al lado de Daeron por una legitimidad que no era la suya? Había cabilado sobre aquello demasiadas veces, tantas que acabó por guardar el pergamino que tanto la había trastocado, para recordarse que hasta los más fuertes podían desfallecer de vez en cuando. Aún así, ella no podía caer más. Era la Reina, después de todo.

Así pues, ese día no se sorprendió siquiera cuando la llamaron a una audiencia privada con Sarella, la que era entonces la señora del palacio en ausencia de todos los demás. Parecía que las mujeres Martell estaban destinadas a sufrir lo indescriptible por los hombres de sus familias, y justamente aquello fue lo que en resumen la joven relató a su hermana mayor una vez que ambas se reencontraron en la sala de reuniones de su hogar, después de acogerla con un beso en la mejilla que Myriah le devolvió con cierto afecto. Cierto era que se parecía mucho a Sarella y que poca relación podía tener con ella, pero eran hermanas, después de todo. Y otra cosa no, pero la sangre llamaba a la sangre más que nada en aquellos tiempos.

Se sentó majestuosamente, con la carta guardada con cuidado cerca de su pecho, esperando que su hermana le bombardeara con la información que hacía semanas tenía que haber conocido. No obstante, no estaba enfadada. Dolida tal vez e histérica cuanto menos, pero no enfadada. Así que abrió los ojos, los oídos, y dejó la mente clara, aunque el nombre de Baelor palpitaba más fuerte que cualquier otro pensamiento en su cabeza.

Y tal y como había pensado desde un principio, Sarella para nada traía buenas noticias. Comprendió cada una de sus palabras y las sintió como si las hubiera dicho ella. La princesa estaba tan apenada como lo estaba su hermana mayor, pero había cosas que se escapaban del entendimiento de ésta. Myriah frunció levemente el ceño y contrajo el labio superior. - Siento escuchar lo de nuestros queridos hermanos. Los tengo presentes en cada una de mis plegarias y estoy segura de que, como Martell que son y donde quiera que se encuentren, los tres están bien. Por eso no has de preocuparte - aseguró con tono casi condescendente. Era más o menos lo que todo el mundo decía en aquellas circunstancias, pero Myriah, por la obviedad, había de creer con todas sus fuerzas que aquello era de verdad, que estaban bien. - Y sabes bien que yo no podría nunca negaros una ayuda como esta... - titubeó, sin saber muy bien cómo continuar, pues hasta donde ella sabía, aquella ayuda ya les había sido prestada. Frunció de nuevo las cejas y buscó la carta, la cual releyó rápidamente y en silencio, bajo la atenta mirada de su hermana, que quizás no entendía lo que estaba haciendo. Sí, en aquella carta Daeron lo dejaba bien claro: ella estaba en Lanza hasta que la flota que le habían mandado, la de los Greyjoy que semanas antes había arribado en Dorne, pudiera mandarla de vuelta.

- Los barcos ya los tenéis. La flota Greyjoy está para apoyar a Dorne, ¿o me equivoco? - inquirió con una ceja levantada. Esperaba que no. Esperaba que los del hierro estuvieran luchando mano a mano con sus hermanos, como aliados que eran de los Targaryen los dos, ero tenía un mal presentimiento que no parecía esfumarse con rapidez. Se mordió el labio inferior, pensativa, y, finalmente le pasó el [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], para que ella misma corroborara el asunto. - Si me equivoco, entonces estamos todos en una mala posición - musitó finalmente. Daeron lo dejaba claro: no podían hacerse cargo de más tropas ni barcos, si no Desembarco del Rey podía caer. Las cosas, efectivamente, estaban crudas para todos.

Con cierta prisa, la pequeña Maise siguió los pasos de su señora desde los grandes aposentos de la princesa de Dorne situados en la Torre del Sol hasta la sala de reuniones del Palacio Antiguo. Las habitaciones y los pasillos que formaban la fortaleza, que día tras día Maise se empañaba en aprender, aunque con cierta dificultad, eran poco a poco reconocidos por la pequeña doncella, a pesar de las pequeñas sorpresas que se encontraba detrás de alguna puerta o al girar alguna esquina, que hacían a la pequeña desear olvidar esa parte del castillo… como aquella vez que encontró al príncipe Olyvar haciéndole cosquillitas a una de las doncellas de palacio… o en aquella ocasión cuando escuchó a una de las hermanas Fowler discutir acaloradamente con el príncipe Maron, o al menos, eso es lo que parecía, más que nada por los gritos guturales que brotaban de la garganta de la vasalla de los Martell.

Cuando lograron llegar a las puertas de la sala de reuniones, la pequeña dama de compañía se adelantó a la princesa Sarella y abrió las grandes puertas a su señora con bastante dificultad para luego seguirla hasta el centro de la habitación. – Sí, mi lady – hizo una pequeña reverencia al escuchar las órdenes. Justo antes de que se dispusiera a realizar las tareas encomendadas por la princesa de Dorne, apareció la Reina Targaryen.

Con timidez y nerviosismo, la pequeña doncella le dedicó una leve sonrisa y una delicada reverencia a la reina de los siete reinos. Cuando recibió el beneplácito de su señora para retirarse, se dirigió hacia la gran mesa de madera que aderezaba la estancia, para preparar a la invitada de honor las delicias que en Dorne sólo se encontraban y suponía que la reina extrañaba.

Roja como un tomate volvió al lugar donde se encontraban los miembros de la realeza para, con voz tímida e inaudible, ofrecerles los manjares que había dispuesto en la bandeja de plata que sostenía entre sus pequeños dedos. Una vez que ambas señoras tomaron lo que quisieron, la pequeña dama de compañía volvió a retirarse para no molestar, pero pendiente de cualquier orden que la involucrara.

Las palabras de Sarella tranquilizaron mínimamente las inquietudes de la Reina. Por una vez en mucho tiempo parecía que sabía algo con total seguridad como para poder comenzar a construir de nuevo una realidad de la que había estado demasiado alejada en los últimos tiempos. Por lo menos en aquello no podría nadie decir que Myriah no había estado enterada: por el momento, la flota Greyjoy sí estaba de parte de los dornienses. Chasqueó la lengua y cruzó las piernas bajo la mesa de la sala de reuniones, mientras su hermana menor tomaba el pergamino entre sus manos y lo leía, todo con un aura de aparente tranquilidad. La mayor de las mujeres Martell la miró durante todo el tiempo, con el rostro totalmente inexpresivo, mas no fue así en su hermana, que apartó los ojos rápidamente del papel y la miró de una forma que provocó que a Myriah se le partiera levemente el corazón, si es que aún quedaba algún trozo intacto. La dorniense asintió levemente su cabeza, sin nada más que aportar a lo que ya su esposo había comentado vía cuervo. Aceptó el apretón de mano de su hermana y una lívida sonrisa apareció en su expresión hasta ahora pétrea. - Gracias, hermana. Como bien dices no es tiempo ahora de hablar sobre tales asuntos. Otras cosas de mayor urgencia nos competen aquí y ahora. Así pues, continúa leyendo, si no te importa – inquirió con la misma sonrisa disonante en la faz, mientras cerraba momentáneamente los ojos ante el tacto de los dedos de su hermana sobre su tez morena. Por supuesto que necesitaba hablar de aquello, pero como bien había asegurado, no tenía intención ninguna de apresurarse. Amaba a su hijo con toda su alma, pero había una mayor oportunidad para él si Myriah retrasaba todo el asunto, pues Daeron no lo mandaría al Muro sin que ella se hubiera despedido. Y no obstante, ella no podía volver si no era con la flota de los Greyjoy, que estaba ocupada luchando junto a los Martell. Como podía observar la Reina, pese a no querer referirse a la traición de Baelor en primer lugar, habría de hacerse indirectamente, pues todo tenía que ver, a fin de cuentas, con lo que estaba ocurriendo en sus vidas.

Dejó que su hermana siguiera leyendo la carta del puño y letra del Rey del que había renegado aquella joven durante casi toda su vida, pero que ahora ayudaba a su pueblo. Myriah bien se sabía aquel trozo de papel de memoria. Se lo había aprendido los días anteriores, quizás pensando que si no lograba hacerlo era porque, en verdad, nada de aquello había llegado a existir nunca. Pero la realidad siempre era mucho más atronadora que sus esperanzas. Sarella, por su lado, logró hacerla volver a la conversación, comentando lo poco que se fiaba de los hijos del hierra. La Reina asintió. - He sido de tu misma opinión durante más años de los que posees, joven hermana. He tenido que ser testigo de mil y un conflictos con ellos. He tenido que cobijar bajo mi techo a la hija del Rey Kraken en su juventud porque era la única forma de asegurarnos que no atacarían Desembarco. Tuve que entregar a Maekar casi por la misma razón durante muchos meses. ¿Quién podría fiarse de unos piratas? Nadie en su sano juicio lo haría – comenzó a decir, solo parando para tomar un poco de vino dulce que anteriormente la joven sirvienta de Sarella, una niña pálida como la nieve que las miraba con aspecto asustadizo, había servido anteriormente. Remojó, pues, su garganta, y tras tomar aire continuó. - Pero ya sabes lo que dicen... Los Targaryen no siempre han sido los más cuerdos, ni nosotros podemos perder la esperanza. Y más ahora, que el Rey Kraken es parte de mi familia – añadió, y la imagen de Shiera apareció en su mente, con un haz de tranquilidad. ¿Sabría Shiera lo que su hermano acababa de hacer con su sobrino, el que ya no era el heredero del Trono de Hierro? ¿Habrían llegado esas noticias a Pyke como habían llegado a Lanza del Sol? Myriah tendió la mano para tomar la carta que su hermana le brindaba y, tras leerla, volvió a tomar un sorbo de vino.

- No puedo culparos a ninguno de no tener empatía hacia los piratas, pues yo misma no la tengo en algunas ocasiones. Y también, como dices, nuestro querido Olyvar es visceral como pocos, sin términos medios, pero es honesto. Así, pues, en realidad es difícil saber qué está ocurriendo verdaderamente... Algo, hermana, se escapa de nuestro entendimiento – aclaró, pensativa. Algo iba tremendamente mal, y no sabía cómo arreglarlo. ¿Escribir a Daeron era una opción que podía considerar en aquellos momentos? ¿Podía reclamar algo a los del hierro, encima de que prestaban ayuda de forma incondicional? Se mordió el labio inferior. - Necesitamos más información sobre el asunto. ¿Sabes algo más?

Myriah respiró tranquila y tamborileó los dedos sobre la mesa de madera maciza, de forma rítmica, mientras observaba los movimientos de su hermana, al otro lado de la habitación. No, en su interior la reina no buscaba, para nada, tranquilizarla, algo de lo que se acababa de percatar la mayor de las Martell. Esperaba que confiara a ciegas en lo que había dicho. Pero los dornienses y más los que llevaban como estandarte el sol y la lanza no podían hacerlo jamás: estaba en su naturaleza el ser desconfiados, y Myriah no podía cambiar eso, pues ella era la peor, llegada al caso. Sin embargo, rezó en su interior para que Daeron no se equivocara en aquello, pues entonces sería la perdición de todos ellos. - Entiendo que no te tranquilice, hermana, pero a veces hay que arriesgarse. Y estamos en guerra, no lo olvides – contestó, acompañando sus palabras con un suspiro. Pestañeó un par de veces, pensativa. Ella no se había dejado convencer, ¿pero cómo iba a explicarle a su hermana que una Martell se podía haber doblegado tanto ante un Targaryen, ante un hombre? Si hubiera estado en Desembarco del Rey, aquello no hubiera pasado. Pero la muerte de Daenerys había cambiado todo y ella llevaba demasiado tiempo en su tierra natal como para no dejar la suficiente libertad a Daeron para que tomara sus decisiones. Porque, no había ninguna de olvidar que él era el Rey, después de todo.

- Cierto es, hermana, que no para todos la familia significa lo mismo que para nosotros, que nos sustentamos unos sobre los otros. Pero hemos de confiar en el raciocinio de las gentes – prosiguió su parlamento. La familia de su esposo no era el ejemplo ideal, teniendo en cuenta que dos hermanos luchaban en aquellos mismos instantes por un trono al que creían tener derecho. Myriah había intentado inculcar a sus hijos el valor de la familia, tal y como ella lo sentía. Creía que eso lo había conseguido, salvo por el menor de ellos, que parecía sacado el peor de los lados de los dragones. Sin embargo, todos parecían ir a una, como ella y sus hermanos. Y es que la angustia que ambas mujeres sentían en aquellos momentos por sus hermanos, mayores o menores, era la prueba de la unión de la sangre.

Esa vez fue ella quien le apretó suavementa la mano a Sarella. - No te preocupes, Sarella. La Madre Rhoynar cuidará de ellos y volverán a ti y a mí sanos y salvos. No obstante, mientras tú descansas, que es lo que deberías hacer, yo escribiré a Daeron, y le comentaré el asunto – le dijo antes de soltarla, pues su hermana se movió y buscó a la pequeña doncella que tenía bajo su mando. La niña, de nuevo, apareció junto a la ahora Señora de Lanza hasta la vuelta de sus hermanos. Myriah la analizó durante un segundo, antes de que Sarella se la ofreciera como doncella personal. Ella ya tenía a Tullah, que había estado a su servicio muchísimos años, pero no le pareció mala idea tener a Maise con ella. Myriah sonrió pues, cogiendo la carta de Daeron antes de levantarse de la silla. - Gracias por todo, hermana. Escribiré a Daeron y te comentaré cuando tenga alguna noticia – dijo, antes de acercarse a ella y darle un suave beso en aquella piel aceitunada y tersa, propia de su juventud. Estimó que no era el momento para preguntarle por sus nietos y sobrina, pues realmente Sarella parecía cansada. Así, pues, quedó la cosa entre ambas, ya que Myriah le hizo una suave señal a Maise para que fuera con ella a sus estancias, para pensar tranquilamente todo lo ocurrido.

Lo que no sabía Myriah es que tiempo era lo que le sobraría en los siguientes meses.