El Destino de un Reino a veces sólo depende de un hombre [Sean Tormenta]

A sus oídos había llegado la existencia de un mercenario en su ciudad. Justo lo que necesitaba, no sabía que derroteros seguiría su plan, tenía una idea, pero no sabía quién podría llevarla a cabo.

Hasta ese momento. Lo hizo llamar a sus estancias privadas, dónde sólo se encontraban sus más fieles guardianes. Le pagaría bien siempre y cuando cumpliera con su cometido.

Preparó vino en una mesa y una bolsa con un buen contenido en peso y valor, más que suficiente para la tarea que le iba a encomendar. Pero claro lo importante no era la misión en sí. Si no el objeto de la misma.

El hombre entró con rostro serio, quizás no le había gustado que le "obligasen" a ir, pero Maron tenía cierta urgencia.

Me han dicho que eres un mercenario, y uno bueno además para que tu nombre haya llegado a mis oídos. ¿Quieres tener un buen trabajo y ciertos beneficios? Porque si lo quieres yo puedo concedértelos, y lo mejor de todo. Sólo tienes que "escoltar" a una persona y traerla sana y salva hasta mi presencia... Fácil y sencillo... ¿Qué opinas?

No se andaba con rodeos, no lo necesitaba, sólo que ese tal Sean fuera tan bueno como se decía y que le gustase el oro tanto como a cualquier otro mercenario.

Por cierto, puedes servirte vino, es de mi cosecha personal.

Los golpes en la puerta de su habitación en la posada Arenas del Sur lograron despertarle. Se levantó de un brinco y se acercó a la puerta sin hacer el menor ruido. Y si lo hubiera hecho tampoco se habría escuchado, los golpes ya eran ensordecedores. Pegó con cuidado la oreja a la puerta de madera y lo que oyó no satisfizo su curiosidad.
-¡Abre ya o echaremos la puerta abajo!- gritó una voz gutural. Sean suspiró. Iba con el pecho descubierto y sólamente unos calzones hasta las rodillas, holgados. Quitó la mesa que bloqueaba la puerta, corrió el pestillo y giró la llave. "Quizá tanta seguridad es un poco exagerado" pensó. Entonces abrió la puerta. Dos hombres lo esperaban al otro lado, armados hasta los dientes y con la sobrevesta en los colores de los Martell. Por un segundo pensó que los mismos príncipes del reino se habían personado en su humilde cuarto, luego descartó la idea. Eran soldados, soldados de la ciudad. "Sólo dos días aquí y ya me está persiguiendo la guardia de la ciudad," no pudo menos que sonreír; "Baldur habría estado orgulloso".
-Muévete- gruñó uno de los soldados entrando en el cuarto.- Se te requiere en el Palacio Antiguo.
-¡Rápido!- añadió el otro al verme impasible de pie frente a le puerta.
-Sin prisa, señores- les dijo Sean, aquello ya empezaba a cansarle.- Ya lo dice el refrán, vístanme despacio que el tiempo apremia.
Se puso una camisa y un chaleco, el cinturón de los Sangre Argéntea (lo llamaba así sólo porque en él enfundaba a Sangre y Plata) y el cinto de Tormenta, se enfundó unas sandalias que había comprado la tarde anterior y unos pantalones bombachos hasta las rodillas que le habían encantado en el bazar. Se enrolló la kufiya al cuello y salió delante de los hombres jugueteando con su anillo de bestia. Al bajar las escaleras de la posada encontró otros dos guardias, y en la calle, junto a la puerta, dos más. "Y yo que creía que iba a pasar desapercibido aquí" se dijo.

El Palacio Antiguo era enorme, rodeado por mar en tres de sus partes. La Torre de la Lanza se alzaba hacia el cielo como una jabalina intentando cazar las nubes, elegante, sobrecogedora, y vacua. Sean no era ajeno a la belleza de semejantes construcciones, pero no le impresionaban lo más mínimo. Las consideraba la expresión de la vanidad personificada, de gobernantes ególatras y arquitectos con ansias de grandeza. La Torre del Sol, en un acto de humildad, había sido construida con mucha menos altura. No obstante, y para no quedar eclipsada por la Lanza, se la cubrió de una cúpula dorada que reflejaba los rayos solares con una intensidad cegadora. Sean suspiró ante tanta belleza vacía.
Lo guiaron a través de pasillos y escaleras, y al fin, los guardias se detuvieron frente a una puerta de madero ornada en oro y acero. Dos aros en forma de serpientes servían de aldabas y los guardias golpearon con ellas la puerta tres veces. Se escuchó una voz y luego pasos y la hoja de la puerta se abrió hacia adentro. Uno de los guardias hizo entrar a Sean y los seis escoltas se quedaron en la puerta.

El hombre que tenía delante llevaba una camisola bermeja de lino con borduras de oro en formas extrañas. Era fuerte y atlético. Su rostro denotaba seriedad, el tipo de seriedad que otorgan los altos cargos. Su piel era cobriza y sus ojos oscuros, como el cabello. Era un Martell, no sabía quién de entre todos, pero era noble. ¿Un consejero? ¿Algún gobernante? Estaba de pie tras una mesa y en ella una bandeja de plata ofrecía vino. Le explicó su plan y esperó.
-Veamos- dijo Sean sirviéndose vino. Abrió la bolsa y su humor cambió por completo. Había oro. Un rápido vistazo y logró contar diez dragones, y debían haber más, y plata. Disimuló su sonrisa bebiendo un trago del vino,- excelente cosecha- mintió, él no sabía nada de vino más allá de que le gustaba beberlo. No habría diferenciado aquella bebida de un vino de taberna ni por azar.- Refugio Estival. Eso está en las Marcas ¿no?- el lugar de aquel encargo no era baladí. Las Marcas se habían independizado y ahora estaban en un inestable equilibrio con Antigua, el Dominio, el propio Dorne y su antiguo hogar, las Tierras de Tormenta. Jugueteó con su anillo y dejó que su mente vagara mientras lo observaba. Era un anillo curioso, siempre se preguntó por qué su madre no lo había vendido nunca, era de plata y debía de valer una fortuna. Era lo único que lo unía a su padre, un padre sin rostro, como el Desconocido. Dependiendo del ángulo parecía un oso, un lobo o un león. Suspiró y miró al hombre que tenía delante.
-Me gusta saber para quién trabajo- dijo al fin.- Y me gusta saber el riesgo de los trabajos que acepto- añadió, miró de nuevo el oro y sonrió,- aunque creo queda bien claro que este riesgo es bien alto. ¿Pero es alto para mí o es alto para vos? ¿O quizás para la persona a la que debo escoltar? No os engañéis, sé perfectamente que no tengo otra opción que hacer este encargo- sonrió, como el que se pone una máscara.- Vuestros guardias en mi habitación, "escoltarme a venir"- alzó la copa de vino como brindando y bebió otro trago.- El vino y el oro sólo son cortesías. Quiero más información, señor Martell. No soy uno de sus caballeros, y usted lo sabe, por eso me quiere a mí. Así que, dígame, y sea sincero: riesgo y objetivos. No necesito saber más- su máscara había desaparecido, había dejado el vaso de plata en la mesa y se cruzaba de brazos frente a su empleador. No tenía ganas de juegos aquella mañana.

Un hombre sin rodeos, mejor. Un mercenario que se anda con estupideces nunca será un buen mercenario. Era más inteligente que la media de la calaña con los que solía tratar. La mayoría habría visto el oro y no se lo hubiera ocurrido ni la más mínima pregunta e incluso habrían creído que podía rechazar el trabajo. Este hombre en cambio no.

Veamos, sois bastante astuto lo habéis entendido todo a la primera. Pero, ¿No creéis que si os ofrezco tal cantidad es para que no hagáis preguntas?

Se sirvió vino y pegó un largo trago del mismo. En realidad debería darle más detalles, Maron lo sabía. Además no quería que fallase el plan.

Es peligroso para la carga, tu no deberías tener demasiados problemas en traerla. La clave es ser discreto. Algo que la mayoría de mercenarios no sabe hacer.

Lo difícil iba a ser precisamente no llamar la atención, pero si lo lograba quizás no tendría ni que derramar sangre.

El riesgo es alto no te voy a engañar, de ahí la suma. Pero si haces bien tu trabajo, la misión te resultará sencilla y encima cobraras esa cantidad tan suculenta.

Era el momento de desvelar quién era el objetivo.

Valerie Tyrell, ese es el objetivo. La distinguiréis porque suele llevar vestidos con los colores Martell y siempre lleva consigo un colgante con nuestro emblema, un regalo mío. Sed cuidadoso con ella no quiero que traiga ni el más mínimo rasguño. En cuanto os adentréis en terreno de Dorne, decidle que yo os mando, y haced que se cambie de ropas para que no se pueda distinguir quién es. Inventáos una historia por si alguien os pregunta. No puedo daros una salvaguarda porque en caso de que os capturen nadie debe saber que yo os he enviado.

Y lo que era más que evidente.

Y por supuesto, que nadie se entere de tu misión, ni de a donde te diriges. Discreción, supongo que sobra deciros que puede suceder en caso de que me traicionéis.

Asentí ante aquel último comentario fingiendo un miedo que no sentía. "Traición sería si te fuera leal, cosa que no soy" pensó Sean, "no deberías amenazar a alguien que conoce un secreto como este". Luego cogió el oro, dejó la copa de vino e hizo una reverencia.
-Descuidad, mi señor- dijo. Se irguió, adoptando una pose de lo más digna y añadió.- Partiré mañana mismo, nadie sabrá quién soy ni quién me envía. Tomaré un barco a Bastión de Tormentas y de allí un corcel hasta Refugio Estival- se detuvo un segundo y pensó el siguiente paso, luego inspiró exageradamente hinchando sus pulmones de aire y luego siguió hablando.- Supongo que cuando tenga a Lady Tyrell partiré hacia el sur y volveré con ella por mar desde Timón de Piedra- asintió por última vez y se despidió con una reverencia.- Con vuestra venia, alteza. Y no os preocupéis, la traeré sana y salva.
Y salió de la sala.

Esa misma tarde abandonó la posada. No volverían a pillarle por sorpresa en aquella ciudad.

Spoiler:

Sean necesito que regreses, tenemos otros asuntos que atender que tienen mayor urgencia.