Y dos dragones más...( Toda la familia )

La puerta chirrió, anunciando que alguien entraba con sigilo a la antesala de la habitación. Myriah, que tenía el sueño más que ligero, tardó poco en darse cuenta de que alguien estaba intentado despertarla, pero con todo el respeto que una Princesa de Dorne y una Reina de Poniente, como era ella, se merecía. - Majestad... - le susurró una voz suave, en medio de la noche. Myriah se dio la vuelta, en medio del sopor que aún la adormilaba. La voz volvió a llamarla por aquel título nobiliario, instando a que se despertara del todo. La reina arrugó el ceño, con los ojos cerrados. Allí nadie solía llamarla Majestad. Allí era Alteza, era Princesa y no Reina. Se irguió en la cama y se encontró con la figura de Tullah, su criada, quien la había acompañado desde Desembarco del Rey, la cual la miraba con una sonrisa un tanto ilusionada. - La Princesa ha empezado a dar a luz, mi señora - dijo, con una rapidez pasmosa, la misma que llevó a Myriah a levantarse de un salto del lecho, yendo hacia las ropas que cuidadosamente la misma Tullah había dejado sobre un baúl horas antes. Aún estaba oscuro fuera del palacio y quedaban bastantes horas para que amaneciera. La dorniense supuso que el parto de Sofia se demoraría bastante, teniendo en cuenta el gran vientre que portaba la joven, lo que hacía suponer que venían más de uno. A Myriah le daba igual el sexo o el número de vástagos de Maekar: lo que no deseaba por nada del mundo era tener otro entierro en Lanza del Sol a causa de un parto.

De camino a las habitaciones de Maekar y su esposa, rezó a los Siete y a la Madre Rhoynar todo lo que pudo y más. Sofia, tal y como Danaerys, no merecía la muerte a tal temprana edad. Ya se habían llevado a su cuñada, esperaba que no se llevaran a su nuera. Ella, por la parte que le tocaba, estaría al lado de Sofia en todo momento, teniendo en cuenta que la madre de la muchacha estaba demasiado lejos. Myriah bien sabía lo que era un parto, lo que era encontrarse con el dolor cara a cara durante horas interminables. Así que ahí estaría, junto a ella, pasara lo que pasase. Y así se lo demostró con un beso rápido en la mejilla al angustiado de Maekar, que esperaba fuera de la habitación, inquieto. Myriah sonrió y apretó levemente el brazo de su ya no tan niño. - Tranquilo, todo saldrá bien... - aseguró con tono calmado, antes de dar un portazo tras de sí y encaminarse a sentarse junto a su nuera, mientras la partera daba instrucciones y la joven leona gritaba del dolor.

Fueron horas interminables. Myriah hizo todo lo que pudo y más para que la Princesa estuviera confortable, y eso incluía que no se la molestara. Nadie podía entrar, incluso vetó la entrada a Aelinor y a Sarella. Ya tendrían tiempo ellas para poder vivir un parto en propias carnes. Porque aquel espectáculo era, no menos, horrible. Gritos de dolor, lágrimas de desesperación y muchas ganas de poder clavarse una espada en el pecho para dejar de sufrir. Y sobre todo, las amenazas a la virilidad de Maekar, que Myriah no pudo más que corresponder con una risa nerviosa. - Vamos, Sofia, que tú puedes - la apremió en un par de ocasiones, hasta que la partera gritó que empujara con todas sus fuerzas y, muchas horas después de que hubiera empezado, pues el Sol comenzaba a aparecer en el horizonte, se escuchó el llanto de un recién nacido. Una niña, de pelo azabache, gritaba en las manos de la matrona. El vientre de Sofia apenas había bajado y sus dolores hacían pensar que, efectivamente, eran dos los que traía al mundo. Pocos minutos después, un niño de cabellos platinos hizo su aparición, llorando como su hermana, abriendo su boca como si la vida le fuera en ello, como si fuera un dragón. Pues así era: eran dos dragones nuevos.

Lavaron a los niños lo más que pudieron, lo mismo que a Sofia, y dejaron entrar a Maekar y a la familia. Myriah se levantó a observar a sus nietos y no pudo evitar sonreír, emocionada, al comprobar sus rasgos. El azar había querido que aquellas dos cositas arrugadas que lloraban inconsoladamente tuvieran más rasgos dornienses de los que tenía su propio padre, el Príncipe inquieto al otro lado de la puerta. Con el mayor de los cuidados tomó a la niña en brazos, al mismo tiempo que Maekar irrumpía como un torbellino en la habitación en dirección a Sofia. Myriah se acercó hasta la pareja, haciendo con una señal de la cabeza que Tullah cogiera a su otro nieto y la siguiera. Cuando hubo estado lo suficientemente cerca de los padres primerizos por duplicidad, asintió con la cabeza y suspiró aliviada, entre sonrisas. - Maekar, Sofia... Os presento, pues, a vuestros hijos -dijo con emoción en la voz, casi con lágrimas en los ojos. Era un alivio que todo hubiera salido bien, que todos estuvieran bien. Justo algo que necesitaban en aquel momento. - Vuestra primogénita... Nymeria, si no me equivoco. Que los Siete la infundan del mismo carácter, belleza y sabiduría que su antepasada - señaló, dejando a la niña en el regazo de una exhausta Sofia. Tullah, sonriendo, le pasó al niño. - Y por aquí está Aemon. Que sea bendecido con la misma nobleza y honradez que el mismo que llevó anteriormente su nombre - continuó la Reina, antes de dejar al bebé junto a su hermana.

Suspiró levemente, a punto de sollozar, cuando observó la familia al completo. Se acercó a su hijo y le dio un beso entre sus cabellos, apretando sus hombros con cariño. - Enhorabuena, padre - musitó, con cierta nostalgia. Hacía nada ella había estado en la misma posición de Sofia, junto a Daeron, abrazando a un Maekar recién nacido y ahora le entregaba sus hijos. Se hacía mayor, ella y todos los demás.

Aelinor estaba acostada cuando escuchó el leve sonido de la puerta entreabriéndose. Sus ojos violáceos apenas parpadeaban mientras ella mantenía la mirada enfocada en el dosel de la cama, por alguna razón aún no conciliaba el sueño. Los pasos sofocados indicaban que quien hubiese abierto la puerta no quería despertar a la Princesa, por lo que se limitó a fingir estar dormida. Los sonidos se acercaron hasta llegar a su lado al cabo de pocos momentos -Alteza...- la voz de Dullah era apenas un susurro y sin embargo la Targaryen abrió los ojos de golpe para mirar su silueta contra el fondo conformado por las dunas de los desiertos más allá de su ventana -Vuestra cuñada tiene ya los primeros dolores- añadió, logrando que Aelinor se sentara de inmediato. Aquella era la razón por la que no dormía, algo dentro de ella sabía que esa era la noche.

Se vistió con prontitud y se apuró al lugar que Dullah le indicó. A Aelinor le parecía increíble como ella y su hermana parecían saberlo todo sin importar la hora que fuese y como de forma incondicional se lo informaban bien fuera a la reina, bien fuera a la princesa, según quien tuviera la información. A pesar de todo, las apreciaba, especialmente a Dullah. La joven alcanzó a ver la figura de su madre recorriendo el pasillo con una velocidad superior a la usual antes de entrar a la habitación privada. Los guardias, allí apostados, no permitían la entrada a nadie. Maekar se encontraba allí, inquieto, como cabría esperarse. Había estado inquieto en los últimos días y ella no lo podía culpar. Todos imaginaban lo que sucedería si ocurriese otra muerte puerperal en Lanza del Sol y ella, más que nadie, imaginaba lo mal que iría todo si algo llegaba a pasarle a Sofía. "Madre, otorgadle fuerzas" pensó, suspirando ante la puerta cerrada a cal y canto. La curiosidad de Aelinor era mucha, pero no se atrevería a desafiar las órdenes de su madre. Nunca había estado en un parto, era demasiado pequeña cuando Maekar y Rhaegel nacieron como para presenciarlo.

La joven se mantuvo durante las horas y horas que duró la labor junto a su hermano menor. Solían ser tan pequeños, y sin embargo ahora... Ahora él tenía una familia por la cual responder. Una familia suya. La Targaryen resultó siendo buena compañía, silenciosa como solía ser pero constante y a pesar de la perenne arruga en el entrecejo de Maekar, Aelinor supuso que prefería eso a encontrarse solo. Sólo horas después, cuando el sol bañaba los desiertos con sus primeros rayos dorados, se escuchó un sonido diferente a los quejidos y amenazas de Sofía, que no obstante continuaban. Un llanto. El primer Targaryen de la siguiente generación había llegado al mundo. Su primer sobrino. Pero Sofía seguía gritando, lo hacía sin cesar y aún no les era permitida la entrada. El miedo iba en ascenso en Aelinor, miedo que se disolvió al escuchar un segundo llanto, asincrónico con el primero. Dos sobrinos... ¡Dos!

De inmediato miró a Maekar con los ojos casi saliéndose de las órbitas y se lanzó a abrazarlo. No los habían visto aún pero lloraban, estaban vivos, y Sofía, exhausta, aún debía estarlo. Había sido fiera como una leona, pero es que no cualquiera podía simplemente traer dragones al mundo -¡Mae, eres papá!- exclamó con una risa brotándole de los labios, aliviada de saber que este parto no había terminado mal. Entonces la puerta se abrió y se dirigieron al interior de la sala con paso apresurado. Aelinor no se fijó en Sofía, que había sido acaparada por su preocupado esposo, sino que lo hizo en los dos pequeños bultos que Myriah y Tullah cargaban. La sonrisa brillaba en el rostro de su madre logrando que se viese tan feliz, tan lozana a pesar de la noche en vela, que la joven por reflejo hizo lo mismo. Se acercó a su madre, quien ahora presentaba los bebés a sus padres. Aelinor sonrió ante la peculiar mezcla: Dragón, desierto y león. Pobre del que se metiera con las dos criaturitas. Sarella irrumpió en la habitación, tomando ambos niños por turnos con la emoción patente en su cara. Aelinor se mantuvo calma junto al lecho de Sofía -Felicidades- dijo, sonriendo mientras bajaba la mirada hacia los dos pequeños dragones. Su mano nívea acarició primero los cabellos azabache de la pequeña y después los platinados del niño, quienes se removían inquietos, seguramente buscando alimento -Que los Siete os protejan ahora y siempre- susurró, más dirigiéndose a los pequeños que a sus padres, aunque incluía a la familia como grupo. Se alejó unos cuantos pasos hasta situarse junto a la orgullosa abuela y apoyó la cabeza en su hombro. Eran hermosos... Eran perfectos.

Baelor aún no conseguía el sueño, la noche era como todas otras, pero en su cabeza rondaban pensamientos como en no todas aquellas noches. Parecía agitarse y volverse a acomodar, como el mar con las olas, pero esos pensamientos fueron interrumpidos cuando un guardia abrió la puerta, casi sin golpear, tal vez pensó que dormía el príncipe, porque apenas vio que estaba parado frente a la ventana con la mirada a ningún lado y una copa de vino en la mano, se detuvo y tartamudeo un poco al hablar. Al menos traía buenas noticias, Sofia estaba dando a luz. Sonrió Baelor de lado y le dio paso a retirarse para que pudiera prepararse, no iba a apurarse mucho, si recién estaba teniendo dolores, iba a tardar un momento en llegar el pequeño dragón, o los pequeños, quien sabe. Se acomodó un poco la ropa solo para poder estar presentable y no ir con la vestimenta que usaba siempre para dormir y partió.

Algunas criadas corrían por los pasillos en la misma dirección que Baelor, este sonreía alto animado al verlas pasar así de desesperadas, cada lugar le recordaba que hoy iban a llegar sus sobrinos, los nombres ya los sabía, al menos los que Maekar había sugerido, unos nombres de verdad muy hermosos, tal vez algún día cuando crezcan podrían igualar las leyendas que conllevan esos nombres consigo.
Baelor había tardado más de lo que había creído, pues cuando llegó a la esquina de donde estaba la habitación, los niños ya estaban llamando a llantos a sus padres, anunciaban a todos los que estaban cerca que dos nuevos hijos de la sangre de Valyria habían llegado. Baelor sonrió ante eso y aspiró profundamente y reanudó sus pasos hasta llegar a la puerta aquella, pudo ver a su tía Sarella entrar casi corriendo, incluso pasó a su lado, pero seguro no lo notó, hoy los reyes no eran ni Daeron, ni Daemon, y los príncipes y herederos no eran Baelor, Maekar, Aerys o Rhaegel. Hoy los reyes eran ellos. Sonrió al pasar por el marco de la puerta y ver a toda la familia tan feliz, algunos hasta llegar las lágrimas. – Los siete no. Su tío los protegerá ahora y siempre. – Se anunció Baelor corrigiendo de una forma cálida a Aelinor.

Se acercó a Maekar y le dio un abrazo, luego sacudió un poco su cabello, mientras le sonreía. – felicidades, hermano. – Dijo simplemente y deshizo el abrazo, a la mitad, pues una mano aún pasaba por el hombro de Maekar. – Son hermosos. Ya imagino los nombres que les has puesto. – Dio un golpe suave en el hombro a su hermano antes de soltarlo y poder acercarse a apreciar a sus sobrinos. – La Reina Nymeria. – dijo mientras se acercaba a la niña, el cabello oscuro y la piel clara como la de los Targaryen, era un contraste que le daría hermosura que toda mujer del poniente envidiaría. – Será la locura de los muchachos, por ella, ejércitos pelearan para tener su belleza. – Acarició su mejilla suavemente con su dedo índice, que no quería quitarla de los brazos, no era bueno con eso de tomar niños. – Y ¿Aemon Targaryen, no? Aemon el caballero Dragón. Él será quien espante a esos muchachos que se acerquen a Nymeria. – Agregó Baelor con una sonrisa mientras miraba al pequeño muchacho, al pequeño dragón. – Felicidades, Maekar, Sofía. Hoy la sangre de los Targaryen y los Lannister será recordada por varias generaciones más, los dos niños serán el orgullo de sus padres, de sus tíos, abuelos y del Poniente entero. – los bendijo Baelor, vio que necesitaba decir algunas palabras por aquellos dos niños, de verdad eran un par de gotas de alegría que llenaban hasta la más grande tristeza y robaban una sonrisa hasta el más amargo de los viejos.