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La rosa y la cierva {Anais}
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La rosa y la cierva {Anais}
Eve recordaba a la perfección el día en que conoció a La Rosa de Fuego, la Grifo tenía tan solo 15 dias del nombre y los deseos de visitar la fértil tierra del Dominio había nacido tiempo antes de poner un pie en Altojardín, puntualmente desde que su padre le anunció que era tiempo de conocer las tierras vecinas a los dominios de la Tormenta porque una Lady como ella no podía pisar el poniente y regir un día sabiendo solo el color de sus zapatos. Su padre estaba seguro que la única hija de los Connington sería Señora de algunas tierras un día, posiblemente rogaba por que fuera la afortunada esposa del Lord del Bastión, pero eso era absurdo, pues fue su propio padre quien se reveló un día contra la casa regente.
Pero ese no era el asunto, y tampoco que Lady Baratheon trajera a su mente el momento en que su padre la forzó a esconderse con su madre pues los ciervos estaban atacando el Nido. Ella había desobedecido, había corrido hacia los establos y montó a su yegua, momento el cual no pensó en las consecuencias y menos que el mismísimo Lord Nathan Baratheon iría tras ella para tomarla como rehén. Pensar en Nathan mientras veía desde lo alto del Castillo en Lanza de Sol como se acercaba la hermosa caravana que custodiaba a la Rosa de Fuego, la hacía sentir perdida, en un estado de confusión que solo aquella Rosa podía calmar. De ahí la sonrisa en el rostro de la Baratheon que denotaba alivio, de ahí que tras darle tiempo a Anais para descansar, mandaría a una doncella del Bastión que pidiera una audiencia con aquella mujer que se había ganado su confianza.
Llevaba tan solo un día en Dorne y se sentía abrumada, no por el cansancio del viaje sino por la temperatura a la que no estaba acostumbrada, a los ropajes livianos que tenía que llevar en contraposición a las pesadas telas que la acompañaban en el Bastión. Extrañaba su tierra tras ocho días de viaje, no debía tener aquel sentimiento de pertenencia con aquel lugar pero los últimos acontecimientos se lo exigían y también se suponía que debía odiar a su esposo pero confusamente estaba comenzando a tener un fuerte sentimiento por él, tan contradictorio como inesperado, tan difícil como la cosa más fácil del mundo, pues era el hombre que los dioses habían escogido para ella.
Sus doncellas hicieron los suyo para prepararla, escogieron un vestido adecuado para el clima a pesar de que el encuentro entre ambas sería previo a la cena y por tanto, en un horario donde prácticamente el sol se había ocultado, dándole la bienvenida a un viento fresco que apaciguaba los ánimos con respecto al odioso calor del sur. Eve había descendido hasta un balcón abierto que permitía mirar la costa y donde a demás había hermosos juegos de agua con estatuas de piedra que los expulsaban, todo perfectamente ornamentado para darle comodidad a las extranjeras. Cuando la Baratheon sintió los pasos de un grupo de personas, supo que era su amiga y las escoltas que no la dejaban en todo momento al igual que a ella, de ahí que volteó su cuerpo con lentitud y con una sonrisa saludó a la Fuegoscuro. –Lady Anais…- tomó ambos antebrazos de la castaña y con un gesto desconocido en la Baratheon besó las mejillas de su amiga, con cercanía, con cierta necesidad de que alguien pudiera contener la angustia que se ocultaba en el joven corazón de la cierva.
Pero ese no era el asunto, y tampoco que Lady Baratheon trajera a su mente el momento en que su padre la forzó a esconderse con su madre pues los ciervos estaban atacando el Nido. Ella había desobedecido, había corrido hacia los establos y montó a su yegua, momento el cual no pensó en las consecuencias y menos que el mismísimo Lord Nathan Baratheon iría tras ella para tomarla como rehén. Pensar en Nathan mientras veía desde lo alto del Castillo en Lanza de Sol como se acercaba la hermosa caravana que custodiaba a la Rosa de Fuego, la hacía sentir perdida, en un estado de confusión que solo aquella Rosa podía calmar. De ahí la sonrisa en el rostro de la Baratheon que denotaba alivio, de ahí que tras darle tiempo a Anais para descansar, mandaría a una doncella del Bastión que pidiera una audiencia con aquella mujer que se había ganado su confianza.
Llevaba tan solo un día en Dorne y se sentía abrumada, no por el cansancio del viaje sino por la temperatura a la que no estaba acostumbrada, a los ropajes livianos que tenía que llevar en contraposición a las pesadas telas que la acompañaban en el Bastión. Extrañaba su tierra tras ocho días de viaje, no debía tener aquel sentimiento de pertenencia con aquel lugar pero los últimos acontecimientos se lo exigían y también se suponía que debía odiar a su esposo pero confusamente estaba comenzando a tener un fuerte sentimiento por él, tan contradictorio como inesperado, tan difícil como la cosa más fácil del mundo, pues era el hombre que los dioses habían escogido para ella.
Sus doncellas hicieron los suyo para prepararla, escogieron un vestido adecuado para el clima a pesar de que el encuentro entre ambas sería previo a la cena y por tanto, en un horario donde prácticamente el sol se había ocultado, dándole la bienvenida a un viento fresco que apaciguaba los ánimos con respecto al odioso calor del sur. Eve había descendido hasta un balcón abierto que permitía mirar la costa y donde a demás había hermosos juegos de agua con estatuas de piedra que los expulsaban, todo perfectamente ornamentado para darle comodidad a las extranjeras. Cuando la Baratheon sintió los pasos de un grupo de personas, supo que era su amiga y las escoltas que no la dejaban en todo momento al igual que a ella, de ahí que volteó su cuerpo con lentitud y con una sonrisa saludó a la Fuegoscuro. –Lady Anais…- tomó ambos antebrazos de la castaña y con un gesto desconocido en la Baratheon besó las mejillas de su amiga, con cercanía, con cierta necesidad de que alguien pudiera contener la angustia que se ocultaba en el joven corazón de la cierva.
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