En busca de una dama ( Sofia Lannister)

El banquete de bienvenida había resultado ser más agotador de lo que Sofia habría esperado. No había hecho demasiado, por lo que suponía que más por el banquete, su cansancio debía ser consecuencia del precipitado camino que había hecho desde Roca Casterly hasta Antigua montando sobre su yegua. Aún así, la joven mantuvo la compostura durante todo el día, en el que no cesaron de llegar visitantes, algunos por cortesía y otros que buscaban simplemente beneficio. Sofia se veía forzada a asistir a cada encuentro, aunque en ocasiones debía dejar a su padre a solas con el invitado, algo que, pese a su naturaleza curiosa, suponía para ella un alivio. Odiaba tener que oír cuán admirada era su familia con mil palabras distintas, cada una de ellas con unas intenciones diferentes, por lo que en cuanto dejó que su padre se pusiese al día con un antiguo conocido de las Ciudades Libres, fue directa a su habitación.

Algunas de sus damas de compañía iban con ella, pero no todas. Se sentía ahogada cuando la rodeaban y la seguían de un lado a otro, por lo que dejó que algunas de ellas guardasen sus estancias mientras ella se encontraba ausente. Fue por esto por lo que se sintió extrañada al ver que el lugar se encontraba completamente vacío cuando ella entró por la puerta, pero aún así no dijo nada. Estaba demasiado cansada para preocuparse por donde andaban cinco doncellas- Podéis marchar -les dijo a las demás mientras se sentaba sobre su cama y se deshacía una de las trenzas que llevaba en el pelo. Lo llevaría suelto para la cena.

Deshizo la trenza entrelazando sus dedos por su cabello, y lo peinó con éstos, repitiendo la misma tarea con el resto de su cabello. Después lo echó todo hacia atrás, dejándolo caer tras su espalda, pero cuando fue a levantarse con intención de ir a su tocador a por un cepillo, alguien se lo impidió. Se sobresaltó cuando vio sobre sus piernas un hurón, pero en vez de salir corriendo como otras damas nobles podrían haber hecho, cogió al animal por debajo de las patas anteriores y se quedó mirándole con los labios fruncidos, pensativa.

La pequeña cabecita del animal era de color blanco, aunque la mayor parte del resto de su cuerpo era más oscura, en colores gris y canela, como el gato que había tenido antes de que su padre le regalase a Sombra. Pobre animal. Su final había sido cuando Sofia tenía seis años, el día que decidió jugar con él y bañarlo en una fuente, de la que después corrió horrorizada al ver que su gato no tenía la capacidad de respirar bajo el agua. En fin.

Algo le decía a la leona que conocía a animal, pero no sabía de qué- ¿Y quién eres tú? -preguntó mirándole a sus diminutos ojos negros, que la miraban con interés. Ella rió al percatarse de la mirada del hurón, y le acarició la cabeza, sin advertir que aquel pequeñajo no era su única compañía. De pronto, unas manos la tomaron por los hombros y la hicieron caer hacia atrás, quedando tumbada en la cama mientras miraba al causante, que sonreía mirándola desde arriba. Sonrió al identificarlo, agradecida porque se tratase de él y no de cualquier indeseable- ¡Un día terminarás matándome del susto!-exclamó mientras su pecho se batía por el sobresalto. Alzó una mano para apartarlo de encima de forma juguetona y se incorporó un poco, apoyándose en la cama sobre sus codos.- ¿Cómo has entrado? Creo que tendré que doblar la vigilancia... -bromeó.

Sofia siguió a Maekar con la mirada, viéndole rodar por la cama, al igual que hizo su mascota en cuanto la dama la soltó, dejándola libre para que se moviese con total libertad por la habitación. Si resultaba ser más revoltosa de la cuenta, ya habría tiempo para ponerlo todo en orden, aunque era consciente de que a su padre no iba a gustarle. Rió con el comentario de su amigo, y cogió un almohadón de la cama, arrojandoselo después a la cara.

Cuando el caballero hizo referencia a su físico, las mejillas de Sofia se sonrojaron irremediablemente, aunque intentase evitarlo. Pero quisiese o no, Maekar era un caballero, uno de los mejores que había conocido la leona, y eso, además del aprecio que sentía por él desde hacía años, la hacía vulnerable a sus halagos, como podía comprobarse fácilmente. Arrugó la nariz cuando sintió los dedos de su acompañante en sus mejillas, sonriendo al oírle hablar de sus pecas- No creo que vayan a irse nunca... -comentó al respecto. A Sofia le agradaba ese rasgo, aunque a veces la hiciese parecer infantil, pero dado que en muchas ocasiones le servía para conseguir lo que quería, nunca se quejaría por ello.

- Dejé pronto la fiesta -dijo cuando Maekar terminó- El viaje fue agotador y quería ir a descansar. Estuve lo suficiente para que Lord Hightower no lo considerase una falta de respeto, pero nada más -se sentó en la cama, encogiendo las piernas- Estoy convencida que la vida de un caballero como tú es mucho más interesante que la de una dama, incluso en mi caso. ¿Y bien? ¿Sueles allanar las habitaciones de las damas o son ellas las que te visitan a horas intempestivas? -dijo repitiendo sus palabras con aire de mofa.

Tomó el cojín después de sentirlo en la cara, mirando a Maekar con la boca abierta, y entre risas lo colocó en su regazo, apoyándose luego sobre éste. Enarcó una ceja cuando insinuó que había sido una pregunta inapropiada o indiscreta, pues ambos eran conscientes que él había hecho otras mucho peores desde que se conocían.

- Por supuesto -respondió cuando le describió a grandes rasgos en lo que consistía su vida- Debe ser un calvario la vida de un caballero -suspiró fingiéndose condescendiente. Sonrió entonces, cuando supo que Maekar consideraba adorables las pecas que salpicaban sus mejillas y su nariz, muchas menos de las que lo hacían años atrás, pero aún eran visibles.- Pero ¿qué dices? -negó con la cabeza al ver la marca de viruela que tenía en un lado de la nariz- No finjas que no sabes que a las damas nos encantan las marcas y las cicatrices -le dijo, apuntándole con el dedo índice a modo de advertencia, aunque lo bajó cuando miró al hurón que descansaba en el hombro de su dueño, echándose a reír al escuchar cómo Maekar hablaba por su mascota.

- Oh, Cuchilla es adorable -comentó acariciando la naricilla del hurón- Pero no estoy segura de que hayas interpretado bien lo que ha dicho. Eso, o que no ha visto las bellezas que siembran todo Poniente... -Sofia era presumida, adoraba ser halagada y su autoestima estaba en una posición envidiable, pero aún así sabía admitir que una mujer era hermosa cuando la veía.- Pero aún así creo que se merece un beso -dijo antes de inclinarse para besar al animal en la cabeza, dejando escapar una risita al escuchar al dragón, aunque aún así, correspondió a su petición- Aunque no creo que lo merezcas tanto como él...

Sofia estaba acostumbrada a ver a Maekar en una actitud diferente, bromista, con una salida para todas las situaciones, evitando la seriedad en cualquier caso, pero en ese momento no era igual que siempre, lo que hizo que la joven frunciese el ceño curiosa, aunque supuso que la causante era la misma que hacía que en aquel momento su corazón latiese más nervioso de lo normal: la cercanía de entonces, la cual solo había habido de críos, cuando las hormonas no están haciendo de las suyas. De todos modos, estaba convencida de que él estaría más que acostumbrado a estar en situaciones similares a aquella, incluso peores y de más cercanía, así que descartó que aquel fuese el motivo.

Afortunadamente él reaccionó, porque ella no estaba convencida de si habría sabido hacerlo.- ¿Tienes más? -preguntó divertida- ¡Claro! Son muestras de valentía, y una dama siempre sabe apreciarlas -exclamó, no muy segura de lo que decía. Tenía claro que si su septa o su madre hubiesen estado allí la hubiesen hecho tragarse aquellas palabras, las cuales habrían considerado incluso ofensivas para ella misma. Pero ¿qué importaba eso? Estaba sola con alguien que no pertenecía a su familia, que no era una de sus damas de compañía ni ninguno de los hombres de su padre. ¿De verdad podía hacer algo que ofendiese a su imagen más de lo que ya había hecho? A pesar de ello, tras la puerta de su habitación, Sofia se mantenía segura, sin ningún miedo o sentimiento de culpa.

La joven leona podía presumir de haber mantenido la situación hasta el momento. Pese a que su ritmo cardíaco estuviese haciendo de las suyas, Sofia había mantenido la compostura durante todo el tiempo. Le había costado más desde aquel discreto besito en la nariz del caballero, pero aún así, lo había conseguido. Sin embargo, cuando le vio quitarse la camisa y dejarla a un lado, tuvo que buscar a Cuchilla con la vista para tener a donde mirar.

Trató de ocultar su nerviosismo cuando él tomo su mano, pero sintió como si todo el calor que las velas de aquella habitación aportaban hubiese subido de golpe a su rostro, el cual parecía que iba a hervir en cualquier momento. Dejó que Maekar guiase su mano por donde quisiese, sintiendo el contraste de sus cicatrices sobre el resto de su piel, observándolas incluso con preocupación, aunque no era capaz de evitar que su mirada se escapase de vez en cuando buscando los ojos azules del caballero mientras éste le hablaba. Un suspiro traicionero se le escapó de los labios, como si su cuerpo quisiese liberar la tensión que había acumulado en tan solo un par de minutos. Aunque tosió levemente con la vana intención de disimularlo, pese a que no hiciese otra cosa que hacerlo más obvio.

Pese a que él había soltado su mano, ésta continuaba examinado las cicatrices del dragón, como si de un imán se tratase- ¿Y esta? -preguntó al reparar en una en su costado derecho, que parecía ser algo mayor que las demás- Yo solamente puedo presumir de los pinchazos de la aguja sobre mi dedo -comentó con una sonrisa ladina, mirando de nuevo al rostro de su acompañante.

Frunció el ceño preocupada por lo que él le contaba, aunque ya se encontrase mejor, alegrándose a su vez de no haber tenido que pasar nunca por lo mismo. Sus paseos a caballo eran obligatoriamente tranquilos, y cuando excedía la velocidad que le permitían estaba tan preocupada por no ser descubierta que parecía estar atada a Rubi. De pronto, y sin haber dado ninguna señal que preparase a Sofia para aquello, Maekar la tomó de la cintura y la colocó sobre su regazo, abrazándola por la espalda. La joven dama rió, creyendo que no se trataba de otra cosa más que de los juegos entre dos amigos, pero sentir contra ella los latidos en el pecho del dragón la hicieron cambiar de idea. Estaba convencida que aquello no era apropiado, no para una dama, no para una noble, y mucho menos aún para la hija de Damon Lannister, quien, pese al hecho de que se tratase de un miembro de una casa amiga, la habría matado por ello.

El corazón de Sofia no podía ir más rápido de lo que ya lo había estado haciendo, así que se limitó a suspirar en el vano intento de recobrar la calma que había perdido con el primer contacto físico entre ambos, mientras colocaba sus manos sobre las del caballero. Cuando escuchó las palabras de Maekar, buscó sus ojos, echándose hacia un lado tan solo lo suficiente para poder mirarle con gesto serio propio de la conmoción, aunque no tardó en vislumbrarse una sonrisa en el rostro de Sofia, más visible tras aquella última pregunta, a la que respondió encogiéndose de hombros- Compruébalo -añadió, intentando aparentar seguridad- Tienes mis manos sujetas -le dijo, moviendo espontáneamente un pulgar para acariciarle- ¿Qué podría hacer para impedírtelo?

Dejó que el dragón la acomodara en uno de sus brazos, gesto que ella aprovechó para apoyar la cabeza en su hombro y mirarle desde ahí, escuchando lo que le decía- Lo se -respondió totalmente convencida, con una sonrisa en los labios, tocando la punta de su nariz con el dedo índice. Era la primera vez que Sofia se veía en una situación como aquella, y quizás, de haber sido otro el caballero que ahora la sostenía entre sus brazos, ella ya habría cortado la situación, habría buscado cualquier excusa para levantarse de aquella cama y habría hecho lo posible por evitar que se repitiese, pero conocía a Maekar desde que sus recuerdos alcanzaban, y confiaba en él incluso más que en sí misma.

Los ojos de Sofia se cerraron con lentitud al sentir el primer beso del joven Targaryen sobre su frente, abriéndose poco después tras llegar a su nariz. Asintió un par de veces, acompañándole cuando rió, encantada la idea de que no fuese el único. Sus amigas, su madre, su tía, sus damas de compañía... todas las mujeres mayores que ella que la conocían le habían hablado de ese momento, del primer beso. Le decían que sería con un caballero valiente y cortés, que la respetase y la hiciese sentir especial, aunque a la hora de entrar en las características físicas las opiniones eran dispares. La leona supuso que cada una plasmaba sus propios deseos, así que se quedó con lo esencial. Y Maekar tenía todo aquello, así que ¿qué había de malo?

Sonrió cuando él llevó su mano hasta su pecho, sintiendo así los latidos de su corazón, mientras que con su otra mano, nuevamente libre, acariciaba el rostro del Targaryen. Él estaba nervioso, y ella también lo estaba, pero siempre tenía las palabras adecuadas para cada situación, y si su amigo necesitaba tranquilizarse, ella fingiría la mayor de las calmas para intentar transmitirle la misma sensación- No lo estés. Vamos, soy solo yo, Sofia -rió- Y si no lo haces tú, seré yo quien lo haga -añadió, tratando de ponerse seria, ansiosa por comprobar si las damas del castillo decían la verdad o si era simplemente otra historia sacada de cualquier canción.

Sonrió de nuevo por el beso que el dragón dejó en su nariz, y continuó atenta a sus palabras, escuchando cada una de ellas mientras miraba a la claridad de sus ojos. Le gustaba aquello que escuchaba, le agradaba que no la considerase la típica dama remilgada que podía encontrarse en cualquier castillo. Para bien o para mal, Sofia siempre había disfrutado de libertad, en pequeñas dosis, sí, pero no trataban de cohartarla o mantenerla a raya, y eso siempre había dado alas a su carácter travieso e impertinente en según que ocasiones.

La leona frunció el ceño curiosa, poniéndose seria cuando Maekar le pidió que no riese. Sin embargo, al escuchar lo que el caballero tenía que decirle le costó mantener la seriedad, y una sonrisa asomó en sus labios a la vez que alzaba las cejas sorprendida, aunque prefirió guardarse sus preguntas para más tarde y no seguir dilatando el momento. Iba a suceder, y lo sabía. Estaba decidida, y aunque llevaba preparándose para aquello desde que comenzó a entender las canciones sobre caballeros y damas, los nervios continuaban ahí, pero en un segundo, en tan solo un instante, desapareció el nerviosismo, y desapareció todo. Cuando sintió la suavidad de los labios del joven sobre los suyos, sus ojos se cerraron y su mente se quedó en blanco. No lo comparó con las canciones, ni con lo que le habían contado, tan solo se dejó llevar mientras abrazaba al príncipe y acariciaba su rostro con sus dedos, mucho menos temblorosos de lo que lo habían estado. Los labios de Sofia apresaron esta vez los del joven, y habría pasado así toda la noche, pero finalmente se separó de él, mirando al Targaryen con una sonrisa- ¿El primero? No te creo -dejó que su risa expulsara los últimos restos de su nerviosismo- Y así será si tú lo quieres -dijo antes de besarle de nuevo, primero en los labios, y después en la mejilla. Sabía que no era así, que las cosas no eran tan sencillas, pero no estaba dispuesta a dejar que nada estropease aquel momento.

Rió al escuchar a Maekar hablarle de los besos de su madre y su hermana, y aunque creería cualquier cosa que él hubiese dicho, aún estaba sorprendida por el hecho de que aquellos fuesen los primeros besos que el dragón le daba a una dama ajena a su familia. ¿Qué Siete Infiernos les ocurría a las damas de la capital? No comprendía cómo ninguna había intentado acercarse a Maekar, aunque entonces consideró la posibilidad de que hubiese sido él quien las hubiese rechazado, sintiéndose ella enormemente halagada al ser la elegida.

Correspondió de nuevo a todos sus besos, comprobando que los demás no tenían nada que envidiar al primero. Mientras él le hablaba, su mano volvió a la cicatriz de su pecho, recorriéndola nuevamente con uno de sus dedos, con delicadeza a medida que le escuchaba. Le miró finalmente a los ojos, con la seriedad que el tema requería. Sofia podía tener la cabeza en las nubes más a menudo de lo considerado normal en cualquier joven de su edad, le gustaba fantasear y pensar que el mundo se arreglaría en un chasquear de dedos, pero era muy consciente de lo que significaba todo lo que él le estaba contando. Esa era la parte de la canción que menos le gustaba. No quería que fuese necesaria la aprobación de su padre o de su hermano, quería ser ella quien eligiese, y aquello se reflejó en su rostro cuando bajó la vista de nuevo al pecho de Maekar, asintiendo a todo lo que él le decía, aunque una sonrisa se volvió a apoderar de ella en el momento que Maekar le hablaba de encuentros secretos. Acarició el brazo del Targaryen durante aquel nuevo beso, y tuvo que responder a sus palabras entre risas por culpa de los besos que dejaba por todo su rostro. Tomo entonces el de él entre sus manos para poder mirarle mientras le hablaba- Nadie sabrá sobre esto, mi príncipe -le aseguró, besándole después- Sé que tendremos que esperar, y aunque nunca me ha gustado hacerlo, esta vez lo haré por nosotros. -asintió, para darle seguridad- Entonces, ¿vendrás a verme? -preguntó retomando el tema anterior. Le gustaba la idea de verse a escondidas, le resultaba divertida, y así se lo hizo saber con cada uno de sus gestos.

Al tumbarse en la cama junto a Maekar fue cuando Sofia reparó en que su hurón ya no estaba ahí, dándose cuenta de lo ajena que había estado a todo lo demás durante aquellos minutos. Se acomodó junto al caballero, abrazándole mientras le miraba ensimismada. Negó ante su pregunta, sonriendo finalmente al escuchar las palabras que le dedicaba. Llevaba razón, a Sofia le encantaba sentirse halagada, y no era de las típicas que negaban todo lo que le decían por modestia, gesto que le parecía incluso de mal gusto.

- Para las palabras se inventaron las cartas -dijo después de corresponder a sus besos- Aunque tendremos que ser cuidadosos con eso. Los cuervos son más ruidosos de lo que me gustaría, haciendo que los escuchen a veces quienes no deben hacerlo -dijo pensativa. No se fiaba de la correspondencia, era fácilmente interceptable, y eso era lo que menos necesitaban en aquel momento- ¿Recuerdas el código secreto que una vez inventamos con Rose para hablar sin que los demás nos entendiesen? Nos vendría bien ahora -rió, recordando la frustración de quienes intentaban comprender lo que decían, exigiéndoles que dejasen de hablar de aquel modo- Pero tantos libros y lecciones me lo han sacado de la cabeza... -suspiró lamentándose, acariciando con su dedo pulgar el labio inferior del joven antes de besarle una vez más- ¿Qué crees que opinarán? Mi padre, el rey, mi hermano...

Sofia coincidía con la opinión de su acompañante. No confiaba en la aprobación de su padre. Maekar pertenecía a la realeza, era hijo del rey, pero no ser el heredero hacía que sus posibilidades a la hora de conseguir el consentimiento de Damon Lannister fuesen inferiores. De haberse tratado de Baelor, su hermano y heredero al trono, el señor habría entregado a su hija en una bandeja de plata, y temía que el hermano menor de éste no fuese considerado suficiente para ella a ojos de la persona más ambiciosa de todo Poniente.

Lo siguiente hizo sonreír a la dama, imaginando cómo sería su vida si escapase con el joven dragón. De tratarse de otra persona, habría rechazado la idea de inmediato. ¿Qué hacía ella alejada de aquella vida de comodidades? Se moriría de hambre, pues le habían enseñado a tener buenos modos, hacer reverencias, bordar, leer, escribir... de todo menos cómo valerse por sí misma.- Sabes que no haría eso por ningún otro. Lo sabes, ¿verdad? -dijo sonriendo. Por él, aprendería. El beso que siguió a esas palabras fue más lento y profundo que los demás, y ella mezcló sus dedos entre los mechones rubios del caballero, atrayéndolo hacia sí.

No le fue fácil recuperar el aliento después de eso, más aún después de sentir cómo mordía su labio inferior antes de separarse. Su respiración seguía agitada cuando escuchó aquella pregunta, que hizo que su imaginación se disparase, imaginando críos de cabellos dorados corriendo por un gran jardín. Igual tenía que cambiar el escenario por un huerto, pero podía hacerlo. Se mordió el labio inferior pensativa- Cuatro, cinco como mucho. Quiero poder mimarlos a todos -contestó bajando su mano desde su cabello a su mejilla. Sofia lo había tenido todo, excepto muestras de cariño por parte de sus padres, y no estaba dispuesta a hacer ella lo mismo- Y todos de edades parecidas, para que puedan jugar juntos -añadió- Pero te daré más si así lo deseas. También quiero mimarte a ti -agregó sonriente antes de lanzarse de nuevo a sus labios.