El camino de las oportunidades [Lucas, Daemon y Jhon]

Después de pasar la mañana rodeada de nobles sin saber qué hacer, se decidió a ir a dar otro paseo por la ciudad. Se decidió a no ir sola, así que pidió a sus guardias que la acompañasen una vez más. Justo antes de salir de sus aposentos, una idea cruzó su mente.

- ¿Sabes dónde se aloja Ser Lucas? - le preguntó Sybell, quien negó con la cabeza.

Salió y preguntó a uno de sus guardias y éste le indicó el lugar exacto. Estaban bien informados pues vigilaban las entradas y salidas de Lucas a sus aposentos, algo que no le gustó nada a Leana. No sabía por qué, estando en Antigua sin su padre atosigándola y agobiándola con su odio a los Coldwater, debían seguir haciendo lo que en el Valle de Arryn.

Suspiró y comenzó a andar en dirección a los aposentos del Coldwater. Una vez allí llamó a la puerta. Cuando esta se abrió, Leana tenía una gran sonrisa en la boca. En el almuerzo habían estado separados y eso no le había gustado.

- Quiero salir de aquí. Quiero ir de nuevo a recorrer las calles de la ciudad. Me gustaría que vinieses conmigo.

Sabía que aceptaría. Lucas nunca rechazaba las invitaciones de Leana, y Leana nunca rechazaba las de Lucas. Lo tomó de la mano y tiró de él hacia afuera. Se moría por darle un beso, pero sabía que no debía hacerlo y menos delante de los hombres que la protegían y que servían a su padre. Resistía la tentación como podía, aunque le resultaba realmente duro.

- Vamos. Seguro que hay muchas cosas que podemos ver. Durante el almuerzo oí que hablaban de los puestos del exterior, no los vi esta mañana...

El carraspeo de uno de sus guardias le indicó que llevaba demasiado tiempo de la mano de Lucas y tuvo que soltarlo, volviéndose para encarar con el ceño fruncido a aquel que había osado molestarla con su sentido del deber.

Las calles de Antigua estaban repletas de gente, unas paseaban, otras compraban y otras vendían sus mercancías aprovechando una oportunidad única. No se borró de su cara la sonrisa mientras observaba todo lo que había a su alrededor.

Tras una dura mañana de entrenamiento, la tarde comenzaba a ser apetecible. Ser Baratheon había accedido amablemente a entablar conversación durante casi toda la mañana, por lo que tras hablar de nuestros asuntos, me encaminé hacia mis aposentos para poder darme un baño, o quizás poder adecentarme un poco, de manera que no pudieran tacharme de sucio o algo por el estilo. Quizás fuera el olor de los guerreros, el aroma que desprendía las que hacían que miles de mujeres se giraran para observarme y, tímidas, volvieran a bajar el rostro para sonreír. No hacía caso a aquellos atrevimientos, era hombre de una sola persona, Anais me pertenecía en cuerpo, alma, rosas, espinas y fuego. Sobretodo fuego, porque no había día que esa llama se avivara y se achispara, creciendo considerablemente para poder robarle varios besos por la mañana, docenas por la tarde, miles por las noches. Ante aquellos pensamientos, llego temprano, justo a la hora de comer al castillo de los Hightower. Me acomodo y me cambio de ropa, quedando con los colores rojos, típicos de mi casa. Casa a la que yo mismo le he dado nombre. Deposito la espada en su esquina, resguardada de las miradas ajenas y avariciosas que quisieran ni tan siquiera mirarla y bajo a comer con mi esposa e hijos, a los que parece que la mañana les ha sido igual de provechosa que a mi. Tras un buen manjar de patos a la naranja y mil y una degustacion de panecillos, es hora de ir a dar un paseo por las calles de Antigua, para seguir reconociendo gente y ver el ambiente.

Anais no me acompaña, ha tomado otro camino para, a la par que yo, conseguir convencer a varias personas, o Lores en todo caso con sus grandes dotes, para ganar adeptos con ganas de llevar a cabo todo lo que me propusiera. No obstante, descarto esos pensamientos. Ya llevo toda la mañana haciendo labores diplomáticas, es hora de disfrutar del ambiente y de, por qué no, tomar algo hasta saciarme en alguna de las tabernas más espectaculares de Antigua. Llevo Fuegoscuro a mi cintura, de nuevo. Me niego a dejarla en los aposentos, pues aunque esté a la vista, la arrogancia y la avaricia siempre rompen el saco de la codicia, así que ante la duda, prefiero no dudar. No la sujeto, pues nadie se atreverá a darle un tirón para arrebatármela, antes tendría que pasar por mis puños si hiciera falta. Camino con gesto firme y desviando la mirada de las mujeres que se atreven ni tan siquiera a insinuarseme - Señora, he de decirle que está usted siendo más fulana que cualquier otra cosa - le dejo escapar a una de ellas, que se va con aires a buscar a otro hombre apuesto y con ganas de desahogarse en sus burdeles. Suspiro y reprimo un bufido que espante a la que se me aproxime, pero simplemente llego a comentarle lo mismo que le he comentado a la anterior. Me paseo por los puestos en busca de algo que me llame la atención y poder regalarle a mi querida reina, a la futura reina de todo Poniente. Encuentro varias baratijas que no están a la altura del esplendor de mi rosa de fuego, así que desisto y me doy la vuelta.

Cual es mi fortuna que justo al darme la vuelta, choco de improvisto con una señorita y casi la hago caer al suelo. La tomo con cuidado antes de verla caer y la suelto de inmediato, al ver que está acompañada - Disculpe, milady, no fue mi intención importunarla - le digo dirigiéndome a ella, para luego volverme a su acompañante - Recibe las mismas disculpas hacia su persona, Ser. O lord - digo, arqueando las cejas porque me suena la cara del hombre que la acompaña. Veo al séquito de guardias que la sigue y, aunque no me temo lo peor pues soy lo suficientemente capaz de enfrentarme a todos y cada uno de ellos, a la vez si hace falta, y vencerlos, no puedo evitar sentirme raro ante tanto séquito. Mientras que yo decido andar sólo, ellos deciden andar acompañado "Síntoma de que no confían en sus propias posibilidades" pienso, mientras espero una respuesta.

Casi rió al chocar contra el hombre de ojos azules. Ya le había pasado antes, hacía más o menos un mes. Estuvo a punto de caer al suelo si no hubiese sido por la rapidez de aquel hombre cuyo rostro le sonaba bastante. Sabía que lo había visto en el banquete, pero no lograba recordar quién era. Desde la tarde anterior cuando llegaron hasta esa tarde habían pasado cientos de rostros frente a ella y solo podía recordar el nombre de aquellos con los que había mantenido una conversación. Ése hombre no estaba entre ellos.

Hizo una reverencia saliendo de detrás de Lucas - Yo soy Leana Lynderly. - No había acabado de incorporarse cuando un grupo de niños se le acercó y la tomaron de la mano.

Sintió verdadera pena, creyendo que le estaban pidiendo dinero para poder comer ese día. Intentó llevarse una mano a un bolsillo que tenía en el vestido, oculto entre los pliegues aguamarina de la falda para sacar algunas monedas y entregárselas cuando oyó sus palabras.

Con el tropiezo, probablemente se le había caído una moneda de ese mismo bolsillo. Les sonrió. Ahora contaban con una moneda de oro que les ayudaría a subsistir unos días. Decidió darles una a cada uno. A ella no le suponía gasto alguno y sabía que a los niños sí les serviría para mucho. Debían tener la edad de Mina. Abrió una manita de cada niño con cuidado y puso en ella la moneda de oro con cuidado.

Uno de los niños señaló a un hombre que se encontraba unos pasos más allá. Él había sido quien había instado a los pequeños a cercarse a dar las gracias. Le sonrió mientras hacía una leve inclinación de cabeza.

Se giró hacia el hombre que había chocado con ella. - No es necesario que os disculpéis, ha sido un accidente, nada más.

Intriga. Si hay algo que me cause conocer nuevas personas es la intriga que les produce el no conocerme. Al parecer no soy tan conocido, y eso, por un lado, lo tomo como algo bueno porque así sabré que, ante todo, no me pueden tener como enemigo si no me conocen de nada. Agarro la empuñadura de mi espada, sin desenfundarla, fuertemente. El ser, ser Lucas Coldwater al parecer, no tenía pinta de buenos amigos, es más, parecía que le había molestado tanto que atrajo a Lady Leana, que así se presentó posteriormente, hacia detrás suya, entre medio de gruñidos por parte de la guardia real. Me acerco, incómodamente, al guarda que ha alzado la voz y, sin alzar la voz, me dirijo hacia él - Creo que no le han enseñado a guardar la educación delante de una dama acompañada de un ser - comento serio, mirando hacia todos los guarda - Si por un casual hay que enseñártelo, no dudaré en hacerlo - sigo diciendo, mientras me separo un poco y señalo a la espada - Pero digamos que soy un hombre de pocas palabras, si hay que enseñarte algo, es a base de espadas - concluyo, prestándo de nuevo mi atención en el ser, al que inclino la cabeza - aunque sea un gesto de sumisión que no suelo hacer a menudo por miedo a verme en peores condiciones o en mayor debilidad que la persona que tengo enfrente, pues no les veo las caras - y vuelvo a hablar, esta vez más calmado y con el semblante serio - Como ya le dije, Ser, no era mi intención importunar su paseo con la bella dama - continúo, inclinando la cabeza hacia Lady Leana, que no parecía estar del todo molesta - Sin más, creo que será mejor me presente. Soy Daemon Fuegoscuro, de Altojardín, portador de Fuegoscuro - concluyo, señalando de nuevo la espada.

Es incómoda la situación, apenas me han pasado cosas de ese calibre pues siempre presto la atención adecuada para no cometer errores que no puedan más que traerme problemas. Debo de tener cuidado, no se las intenciones de más de la mitad de los Lores y Seres que conviven durante varios días en Antigua dada a la llegada del Equinoccio. Debí haber sido más precavido esta vez y haber llevado mi propia guardia personal, o al menos haber propuesto a mi hijo que me acompañara, cualquiera de los dos era buena compañía. Giro la cabeza entonces hacia dos niños que se acercan rápidamente y depositan ambos sendos besos en el dorso de las manos de Lady Lynderly, que complacida ofrece una moneda de oro a cada pequeñuelo. No puedo evitar sonreír un poco, pues entre tanto gesto de seriedad, también hay simpatía y el espíritu de un padre que ha criado a dos hijos, y en pos del tercero si todo salía bien - Ha sido un gesto de buena fe, mi señora - le digo sin olvidarme de la presencia de Ser Lucas, que aún me mira con cara de desconfianza - No es mi intención, Ser Lucas, producir sensaciones equivocadas con mi comportamiento - digo casi ofuscado, apretando los puños y alejándome un poco de la comitiva que los rodea, no por miedo, sino por respeto.

Se colocó por fin al lado de Lucas, si corriese peligro en algún momento, no dudarían sus guardias en protegerla pero esperaba que no lo hiciesen de Lucas ni de aquel hombre que había chocado con ella y que había demostrado una educación digna de un rey. El portador de Fuegoscuro, el hermano bastardo del actual rey. La asombró escucharlo y de inmediato hizo una reverencia.

- Es un honor conocerle, milord. - y no pudo añadir más palabras, solo asentir ante su cumplido por haber regalado monedas de oro a los niños.

Lucas la sorprendió insinuando algo que a ella nunca se le hubiese pasado por la cabeza, confiaba demasiado en los desconocidos aunque sabía que eso podía acarrearle problemas. Estaba en su forma de ser el brindar a todos un primer pensamiento agradable y por eso no había llegado a pensar que el desconocido que se había quedado al margen hasta ese momento podía estar aprovechándose de los niños para conseguir dinero.

- Jhon Escarcha... ¿Escarcha? Disculpad mi curiosidad, pero ¿de dónde venís? Es un apellido muy extraño y que jamás había escuchado antes.

Ignorando cualquier otro comentario, dirigí mi mirada hacia el lado que Ser Coldwater y Lady Lynderley miraba acusadamente. ¿Qué hacía aquel hombre allí? No parecía para nada un Lord, si era la intención que tenía ante todo. Frunzo el ceño y me lo quedo mirando con ojos impertinentes que no demostraban nada bueno. Simplemente no confiaba en las personas de su calaña, quizás fuera porque no parecía para nada una persona de confiar, pues aunque vestía bien y parecía que dinero no le faltaba, se había mantenido en un segundo plano y, en vez de avisar a Lady Lynderley de la pérdida que había tenido, había preferido actuar por ella y ofrecerle la moneda a los críos. Obviamente, no era la acción de darles la moneda a los pequeñas, pues él mismo les hubiera ofrecido quizás varias monedas a los más desfavorecidos, sobretodo si eran niños que deambulaban por las calles sin rumbo fijo. No, era el hecho de haber actuado en nombre de la joven dama, que se mostraba agradecida e intrigada - Bastardo - dejo escapar de mis labios y le mira acusadamente - ¿No cree, "Lord" Escarcha, que hubiera sido mejor dejar que milady actuara por ella sola? - pregunto, mientras me giro a la señora que preguntaba de donde provenía aquel apellido, el cual yo había identificado directamente - Es una variante... a los bartados del Norte se les suele apellidar "Nieve", sin embargo este bastardo ha preferido autoproclamarse "Escarcha". Pocos son los que han hecho eso - concluyo, pues yo he sido uno de los pocos que se han autoproclamado bajo el apellido que más ha querido ante el hecho de ser un bastardo - Yo mismo soy un bastardo - conluyo finalmente, con la mirada seria y controlando en todas direcciones las vistas que, poco a poco, se van acrecentando.

Me cruzo de brazos vigilando en todo momento al nuevo integrante de la comitiva, a la par de que rozo con el hombro, el cual crece por momentos dado a la acusada tensión de mis brazos, la empuñadura de la espada, atento a cualquier movimiento que esté dispuesto a llevar acabo.