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El camino a seguir [Anaís]
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El camino a seguir [Anaís]
Aegor contempló la Isla Zafiro desde la cubierta del Danzarín del Viento, el barco mercader de Pentos que lo había llevado de vuelta a los Siete Reinos. Era la primera visita del bastardo a las tierras de los Tarth, el capitán del barco, un gordo pentoshi de nombre impronunciable con la barba peinada en dos puntas y perfumada con aceites aromáticos, era un visitante asiduo de los dominios del Castillo del Atardecer y le había comentado en una de sus conversaciones nocturnas durante la travesía que la isla era una de las joyas de Poniente y el rincón más hermoso de las Tierras de las Tormentas.
Pero a bordo del barco pentoshi Aegor no alcanzaba a ver las altas montañas, valles profundos y las numerosas cascadas de agua cristalina. Y por el momento eso no iba a cambiar.
Llamó a la puerta del camarote de Anaís y esperó a que la esposa de su hermano le diese permiso para entrar. Era el único camarote del barco y, en un principio, de uso compartido entre ambos pero Aegor se lo había cedido a su cuñada de inmediato. Si bien su relación era un poco más cercana que la de un año atrás, que la de un mes atrás, había ciertos límites que no iba a cruzar.
En el viaje de regreso a los Siete Reinos la opinión que tenía respecto a Anaís había vuelto a cambiar. A mejor. Era una mujer inteligente. Tremendamente inteligente. Cada vez que hablaba con ella se le hacía más evidente que era todo un acierto que Anaís se hubiese unido a su plan de viajar a las Tierras de las Tormentas. Sin ella, ahora lo veía claro, la empresa estaba condenada al fracaso.
-Tenemos que hablar, Anaís, tengo noticias y no son buenas.
Durante el viaje de regreso a Poniente, habían sido la única compañía el uno del otro. Solo podían hablar entre ellos ya que, a excepción del capitán, la tripulación estaba conformada en su totalidad por hombres de las Ciudades Libres que apenas sabían dos o tres palabras en la lengua común de Poniente y los habían rehuido como apestados desde el momento en que uno de ellos realizó un comentario bastante soez sobre Anaís y Aegor respondió rompiendo dos dientes y la nariz al pobre desgraciado.
-Al parecer lord Tarth no está en la isla y no se le espera hasta dentro de unas cuantas semanas. Los dos sabemos que para esto tienes una mejor visión que yo. ¿Qué hacemos ahora?
Pero a bordo del barco pentoshi Aegor no alcanzaba a ver las altas montañas, valles profundos y las numerosas cascadas de agua cristalina. Y por el momento eso no iba a cambiar.
Llamó a la puerta del camarote de Anaís y esperó a que la esposa de su hermano le diese permiso para entrar. Era el único camarote del barco y, en un principio, de uso compartido entre ambos pero Aegor se lo había cedido a su cuñada de inmediato. Si bien su relación era un poco más cercana que la de un año atrás, que la de un mes atrás, había ciertos límites que no iba a cruzar.
En el viaje de regreso a los Siete Reinos la opinión que tenía respecto a Anaís había vuelto a cambiar. A mejor. Era una mujer inteligente. Tremendamente inteligente. Cada vez que hablaba con ella se le hacía más evidente que era todo un acierto que Anaís se hubiese unido a su plan de viajar a las Tierras de las Tormentas. Sin ella, ahora lo veía claro, la empresa estaba condenada al fracaso.
-Tenemos que hablar, Anaís, tengo noticias y no son buenas.
Durante el viaje de regreso a Poniente, habían sido la única compañía el uno del otro. Solo podían hablar entre ellos ya que, a excepción del capitán, la tripulación estaba conformada en su totalidad por hombres de las Ciudades Libres que apenas sabían dos o tres palabras en la lengua común de Poniente y los habían rehuido como apestados desde el momento en que uno de ellos realizó un comentario bastante soez sobre Anaís y Aegor respondió rompiendo dos dientes y la nariz al pobre desgraciado.
-Al parecer lord Tarth no está en la isla y no se le espera hasta dentro de unas cuantas semanas. Los dos sabemos que para esto tienes una mejor visión que yo. ¿Qué hacemos ahora?
Aegor Ríos
Re: El camino a seguir [Anaís]
Decían de Tarth que era un oasis en medio de las constantes tormentas de aquellas tierras que, precisamente, llevaban ese nombre. Anaís había podido comprobarlo en su niñez, aunque poco recordaba con exactitud del hogar de los vasallos de Baratheon. Lo demás, lo había aprendido con el tiempo, su alto valor naval, su capacidad económica, su poder político... No conocía al actual señor de la isla, y eso era algo que la sacaba de quicio. No podía debatir algo tan serio con un aristócrata de su nivel sin haberlo conocido antes como para tener consciencia de sus puntos débiles y fuertes. Además, el hecho de que Daemon hubiese tenido relación con él como para poder acudir a su auxilio como primer intento de alianza, y que ella ni siquiera hubiese cruzado con él una palabra, le sacaba aun más de sus casillas. Con todo, deseaba llegar a su maravillosa isla lo antes posible, y enfrentarse a su encuentro cuanto antes mejor.
Y el motivo era el mar. Anaís había sido siempre una buena navegante. Desde su más tierna infancia había tenido los pies sobre la madera de un navío, ora siguiendo el Mander, ora viajando a las islas que integraba el Dominio, en alguna visita de cortesía o acontecimiento social. Incluso, su padre le había llevado en algunas expediciones de poco riesgo para enseñarle la función de la flota. En conclusión, Anaís amaba el mar. Pero no en aquella ocasión. Nada más poner un pie en la rampa de embarque, había sabido que no guardaría buenos recuerdos de aquel viaje. Quizás porque le recordaba al modo en que habían tenido que huir de su tierra haciéndose pasar por nadie, o tal vez porque la tripulación no parecía muy dispuesta a acogerlos. Desde que habían llegado, se habían creado círculos de charlatanes que intercambiaban risotadas e historias en ese burdo idioma de Pentos, que ni ella ni Aegor comprendían aún. Por encima de todos los motivos se alzaba indiscutiblemente lo sola que se sentía. Y no porque no tuviese con quien hablar, se había sorprendido de la cordial relación que estaban manteniendo su cuñado y ella ahora que la situación les había empujado a ello, meses atrás seguramente uno de los dos hubiese acabado abandonando el barco con tal de no tener que convivir. La realidad era que hacía mucho tiempo que no perdía de vista a sus hijos, y ya los echaba de menos. El haber perdido a los gemelos le había hecho cernirse sobre los tres restantes con mayor apego, y temía por todo lo que pudiese acercarse a ellos, incluso antes de comprobar si era bueno o malo. Se quedaban solos en Pentos, y ella no tenía cómo cuidarlos desde tan lejos, y tampoco tenían recursos para cuidarse por sí mismos. Daemon, por mucho que quisiese afrontar el papel de heredero y líder, era tan solo un niño, que hasta entonces no había tenido que preocuparse de nadie porque tenía dos hermanos por delante de él. Haegon era más sensato quizás, pero no tenía autoridad ninguna frente a su hermano mayor, menos aún desde que éste decidiese encaramarse a su trono de promesas. Y por último, el pequeño Maegor, que aunque bajo la fiel vigilancia de sus doncellas, no se había separado de ella ni un instante desde que nació.
Una llamada a la puerta del camarote la sacó de sus cavilaciones. El capitán les había cedido el único camarote del barco a los dos ponientís, pero Aegor había hecho alarde de caballerosidad y se lo había cedido. Mejor así. No era que no le agradeciese el gesto o desease que se mezclara con la poco amistosa tripulación, no obstante se hubiese sentido incómoda compartiendo habitación con otro hombre, algo que no había hecho a excepción de con su marido_ Adelante_ se apresuró a responder, carraspeando después para añadir firmeza a su voz. No se encontraba del todo bien. Estaba algo pálida y sentía cómo su estómago se revolvía, sutil, pero constante. Jamás se había mareado, pero también era cierto que nunca había pasado tanto tiempo encerrada en un camarote. Aun así, intentó poner buena cara y atender aquello que su cuñado fuese a decirle. Su anuncio de malas noticias le hicieron borrar la sonrisa, pero no se alarmó, al menos no lo demostró_ ¿Qué ocurre?_ “Por favor, que no tenga nada que ver con los niños...” rogaba a los Siete en silencio. Por suerte los dioses lo escucharon, pero la noticia no era mucho mejor.
Se permitió acercarse al ojo de buey y mirar hacia el desierto marino que era su horizonte. A lo lejos, entre la bruma, empezaban a divisarse las primeras siluetas de las montañas de Tarth. Si el vasallo no estaba, tendrían que acudir al Señor pero, ¿a cuál? Tal vez Nathan Baratheon no los recibiera, pero no podían arriesgarse a cruzar sus tierras para visitar a Garlan sin su consentimiento. ¿Qué ocurriría si los capturaban o los reconocían? _ Tendremos que saltarnos ese paso, e ir directamente a Bastión de Tormentas. El destino del barco es Tormentas, de todos modos tendremos que hacer escala allí si queremos encontrar otro medio de llegar a Altojardín. Tal vez Baratheon no nos quiera ayudar, pero aunque sea por los viejos tiempos, podemos pedirle un salvoconducto para cruzar sus tierras hasta el Dominio. _ decidió, no muy segura de su resolución. No estaba segura de nada, por primera vez en su vida, pero no era el momento de volverse indecisa, menos aún cuando sus hijos dependían de ello.
Y el motivo era el mar. Anaís había sido siempre una buena navegante. Desde su más tierna infancia había tenido los pies sobre la madera de un navío, ora siguiendo el Mander, ora viajando a las islas que integraba el Dominio, en alguna visita de cortesía o acontecimiento social. Incluso, su padre le había llevado en algunas expediciones de poco riesgo para enseñarle la función de la flota. En conclusión, Anaís amaba el mar. Pero no en aquella ocasión. Nada más poner un pie en la rampa de embarque, había sabido que no guardaría buenos recuerdos de aquel viaje. Quizás porque le recordaba al modo en que habían tenido que huir de su tierra haciéndose pasar por nadie, o tal vez porque la tripulación no parecía muy dispuesta a acogerlos. Desde que habían llegado, se habían creado círculos de charlatanes que intercambiaban risotadas e historias en ese burdo idioma de Pentos, que ni ella ni Aegor comprendían aún. Por encima de todos los motivos se alzaba indiscutiblemente lo sola que se sentía. Y no porque no tuviese con quien hablar, se había sorprendido de la cordial relación que estaban manteniendo su cuñado y ella ahora que la situación les había empujado a ello, meses atrás seguramente uno de los dos hubiese acabado abandonando el barco con tal de no tener que convivir. La realidad era que hacía mucho tiempo que no perdía de vista a sus hijos, y ya los echaba de menos. El haber perdido a los gemelos le había hecho cernirse sobre los tres restantes con mayor apego, y temía por todo lo que pudiese acercarse a ellos, incluso antes de comprobar si era bueno o malo. Se quedaban solos en Pentos, y ella no tenía cómo cuidarlos desde tan lejos, y tampoco tenían recursos para cuidarse por sí mismos. Daemon, por mucho que quisiese afrontar el papel de heredero y líder, era tan solo un niño, que hasta entonces no había tenido que preocuparse de nadie porque tenía dos hermanos por delante de él. Haegon era más sensato quizás, pero no tenía autoridad ninguna frente a su hermano mayor, menos aún desde que éste decidiese encaramarse a su trono de promesas. Y por último, el pequeño Maegor, que aunque bajo la fiel vigilancia de sus doncellas, no se había separado de ella ni un instante desde que nació.
Una llamada a la puerta del camarote la sacó de sus cavilaciones. El capitán les había cedido el único camarote del barco a los dos ponientís, pero Aegor había hecho alarde de caballerosidad y se lo había cedido. Mejor así. No era que no le agradeciese el gesto o desease que se mezclara con la poco amistosa tripulación, no obstante se hubiese sentido incómoda compartiendo habitación con otro hombre, algo que no había hecho a excepción de con su marido_ Adelante_ se apresuró a responder, carraspeando después para añadir firmeza a su voz. No se encontraba del todo bien. Estaba algo pálida y sentía cómo su estómago se revolvía, sutil, pero constante. Jamás se había mareado, pero también era cierto que nunca había pasado tanto tiempo encerrada en un camarote. Aun así, intentó poner buena cara y atender aquello que su cuñado fuese a decirle. Su anuncio de malas noticias le hicieron borrar la sonrisa, pero no se alarmó, al menos no lo demostró_ ¿Qué ocurre?_ “Por favor, que no tenga nada que ver con los niños...” rogaba a los Siete en silencio. Por suerte los dioses lo escucharon, pero la noticia no era mucho mejor.
Se permitió acercarse al ojo de buey y mirar hacia el desierto marino que era su horizonte. A lo lejos, entre la bruma, empezaban a divisarse las primeras siluetas de las montañas de Tarth. Si el vasallo no estaba, tendrían que acudir al Señor pero, ¿a cuál? Tal vez Nathan Baratheon no los recibiera, pero no podían arriesgarse a cruzar sus tierras para visitar a Garlan sin su consentimiento. ¿Qué ocurriría si los capturaban o los reconocían? _ Tendremos que saltarnos ese paso, e ir directamente a Bastión de Tormentas. El destino del barco es Tormentas, de todos modos tendremos que hacer escala allí si queremos encontrar otro medio de llegar a Altojardín. Tal vez Baratheon no nos quiera ayudar, pero aunque sea por los viejos tiempos, podemos pedirle un salvoconducto para cruzar sus tierras hasta el Dominio. _ decidió, no muy segura de su resolución. No estaba segura de nada, por primera vez en su vida, pero no era el momento de volverse indecisa, menos aún cuando sus hijos dependían de ello.
Anaís Fuegoscuro- Nobleza
Re: El camino a seguir [Anaís]
Bastión de Tormentas.
La Casa Baratheon había sido uno de los principales apoyos de Daemon en su lucha por el Trono de Hierro y la propia relación de Aegor con Lord Nathan era cordial. Sin embargo el bastardo no estaba convencido del todo de acudir directamente a la ancestral fortaleza de los Reyes Tormenta que dominaba la Bahía de los Naufragios. Era un salto demasiado grande. Lord Quentyn significaba una puerta de entrada a las Tierras de las Tormentas, una posible voz amiga en el oído de Lord Nathan, acudir, sin más preámbulos, ante el venado coronado se le asemejaba a intentar apagar fuego valyrio echando una meada.
Aegor esperaba que Lord Nathan tuviese el honor suficiente para respetar a la esposa del que había elegido como rey aunque se hubiese olvidado de la familia de Daemon cuando más ayuda necesitaba. De haber estado solo, el bastardo se habría arriesgado pero con Anaís a su cuidado no las tenía todas con él.
Aegor abrió la boca para da su opinión pero le pareció que la mujer se tambaleaba al apartarse del ojo de buey. El bastardo la alcanzó de una zancada, la sujeto de un brazo con delicadeza y posó tres dedos en la frente de la mujer. Aegor frunció el ceño, Anaís estaba algo pálida y parecía estar algo febril. Había enfermado a causa del viaje o de preocupación por haber dejado a sus hijos solos en Pentos. ¿Cuántos días llevará así? Una parte de él admiró la entereza de la mujer, había mostrado la gran fuerza que poseía, en su misma situación cualquier otra habría empezado a protestar de inmediato y a quejarse a todas horas, pero por el contrario le molestaba que se lo hubiese ocultado cuando específicamente él le había advertido al respecto antes de partir, si estaba enferma Aegor tenía que saberlo. Lo dejo correr, Anaís aún no confiaba en él lo suficiente pero no podían acabar con años de distanciamiento con una semana de buenas palabras.
-Deberías tumbarte un rato, vuelvo ahora mismo.
Cuando Aegor regresó a los pocos minutos, Anaís estaba sentada en la cama. El bastardo sirvió un poco de agua fría en una copa y se la ofreció a la mujer. No había sido posible desembarcar por lo que Aegor ordenó al capitán zarpar de inmediato hacía Bastión de Tormentas, de poco servían las precauciones si la salud de Anaís iba a peor.
-No tardaremos en llegar a Bastión. Quiero que descanses todo lo posible y me avises si va a peor. He pedido al capitán que busque un maestre nada más atracar para que te examine. Y una doncella si necesitas que te ayude unos días –se calló al ver la expresión de Anaís –¿he hecho algo que no debía?
La Casa Baratheon había sido uno de los principales apoyos de Daemon en su lucha por el Trono de Hierro y la propia relación de Aegor con Lord Nathan era cordial. Sin embargo el bastardo no estaba convencido del todo de acudir directamente a la ancestral fortaleza de los Reyes Tormenta que dominaba la Bahía de los Naufragios. Era un salto demasiado grande. Lord Quentyn significaba una puerta de entrada a las Tierras de las Tormentas, una posible voz amiga en el oído de Lord Nathan, acudir, sin más preámbulos, ante el venado coronado se le asemejaba a intentar apagar fuego valyrio echando una meada.
Aegor esperaba que Lord Nathan tuviese el honor suficiente para respetar a la esposa del que había elegido como rey aunque se hubiese olvidado de la familia de Daemon cuando más ayuda necesitaba. De haber estado solo, el bastardo se habría arriesgado pero con Anaís a su cuidado no las tenía todas con él.
Aegor abrió la boca para da su opinión pero le pareció que la mujer se tambaleaba al apartarse del ojo de buey. El bastardo la alcanzó de una zancada, la sujeto de un brazo con delicadeza y posó tres dedos en la frente de la mujer. Aegor frunció el ceño, Anaís estaba algo pálida y parecía estar algo febril. Había enfermado a causa del viaje o de preocupación por haber dejado a sus hijos solos en Pentos. ¿Cuántos días llevará así? Una parte de él admiró la entereza de la mujer, había mostrado la gran fuerza que poseía, en su misma situación cualquier otra habría empezado a protestar de inmediato y a quejarse a todas horas, pero por el contrario le molestaba que se lo hubiese ocultado cuando específicamente él le había advertido al respecto antes de partir, si estaba enferma Aegor tenía que saberlo. Lo dejo correr, Anaís aún no confiaba en él lo suficiente pero no podían acabar con años de distanciamiento con una semana de buenas palabras.
-Deberías tumbarte un rato, vuelvo ahora mismo.
Cuando Aegor regresó a los pocos minutos, Anaís estaba sentada en la cama. El bastardo sirvió un poco de agua fría en una copa y se la ofreció a la mujer. No había sido posible desembarcar por lo que Aegor ordenó al capitán zarpar de inmediato hacía Bastión de Tormentas, de poco servían las precauciones si la salud de Anaís iba a peor.
-No tardaremos en llegar a Bastión. Quiero que descanses todo lo posible y me avises si va a peor. He pedido al capitán que busque un maestre nada más atracar para que te examine. Y una doncella si necesitas que te ayude unos días –se calló al ver la expresión de Anaís –¿he hecho algo que no debía?
Aegor Ríos
Re: El camino a seguir [Anaís]
Esperaba una réplica por parte de Aegor, tal vez un gruñido, una negativa rotunda o incluso una risa sarcástica. Pero no había visto venir el dolor de cabeza, y ya se le nublaba la vista cuando sintió los dedos del guerrero alrededor de su brazo. Su visión era una tormenta de chispas negras y blancas, y sentía que los ojos le quemaban, y la cabeza le latía con fuerza. Sintió la cama bajo ella y se esforzó por volver a ver de nuevo. Cuando al fin volvió a aparecer el camarote frente a ella suspiró, aliviada. Aceroamargo en cambio parecía realmente preocupado, a su manera, con aquel ceño fruncido fijo en ella. Asintió sin decir nada a su consejo, y aprovechó que salía por la puerta y la dejaba sola para echarse hacia atrás, dejando reposar su cuerpo sobre la no muy mullida cama del capitán.
¿Desde cuándo se sentía así? Ni ella misma lo sabía, no se había dado cuenta de que estaba caliente hasta que su cuñado le tomó la temperatura, y llevaba tanto tiempo sin uno de sus ataques de migraña que se había confiado olvidándose de ellos. Quizás había sido el estrés, o el cansancio... Anaís no tenía problemas para dormir, pero desde aquella batalla fatal en Desembarco, sus noches estaban plagadas de malos sueños y sus días de peores despertares. Había perdido la capacidad de descansar. Pero no podía desfallecer ahora. Si había algo que molestaba a Anaís por encima del resto era que la compadeciesen, y que la considerasen débil. Sabía que si aquello iba mayores, Aegor la creería incapaz de cumplir la misión, y la enviaría de vuelta a Pentos, donde era poco más que un mueble de aquella mansión prestada. Se volvió a incorporar, quedando sentada de nuevo sobre el camastro, y se peinó los bucles con los dedos, intentando buscar fuerzas dentro de ella.
Así la encontró Aegor a su regreso, con un rostro imperturbable que solo daba muestras de enfermedad en el color de su piel. Lo miró con una sonrisa escueta dispuesta a continuar con su conversación, esperando ahora sí que le replicase su idea de partir hacia Bastión. Por ello le sorprendió tanto cuando le informó que había dado la orden de poner rumbo directo allí, y más aún que sobrepusiese su estado al viaje y hubiese mandado buscar un maestre. No sabía si sentirse agradecida por su preocupación o bien ofendida por menospreciarla. Así que cuando preguntó si había hecho mal, Anaís le sonrió, en clave de broma, pero sus palabras fueron sentenciosas_ Sí, creer que este ligero mareo puede apartarme de mi deber. Pondremos rumbo a Bastión nada más atraquemos, debemos llegar cuanto antes.
¿Desde cuándo se sentía así? Ni ella misma lo sabía, no se había dado cuenta de que estaba caliente hasta que su cuñado le tomó la temperatura, y llevaba tanto tiempo sin uno de sus ataques de migraña que se había confiado olvidándose de ellos. Quizás había sido el estrés, o el cansancio... Anaís no tenía problemas para dormir, pero desde aquella batalla fatal en Desembarco, sus noches estaban plagadas de malos sueños y sus días de peores despertares. Había perdido la capacidad de descansar. Pero no podía desfallecer ahora. Si había algo que molestaba a Anaís por encima del resto era que la compadeciesen, y que la considerasen débil. Sabía que si aquello iba mayores, Aegor la creería incapaz de cumplir la misión, y la enviaría de vuelta a Pentos, donde era poco más que un mueble de aquella mansión prestada. Se volvió a incorporar, quedando sentada de nuevo sobre el camastro, y se peinó los bucles con los dedos, intentando buscar fuerzas dentro de ella.
Así la encontró Aegor a su regreso, con un rostro imperturbable que solo daba muestras de enfermedad en el color de su piel. Lo miró con una sonrisa escueta dispuesta a continuar con su conversación, esperando ahora sí que le replicase su idea de partir hacia Bastión. Por ello le sorprendió tanto cuando le informó que había dado la orden de poner rumbo directo allí, y más aún que sobrepusiese su estado al viaje y hubiese mandado buscar un maestre. No sabía si sentirse agradecida por su preocupación o bien ofendida por menospreciarla. Así que cuando preguntó si había hecho mal, Anaís le sonrió, en clave de broma, pero sus palabras fueron sentenciosas_ Sí, creer que este ligero mareo puede apartarme de mi deber. Pondremos rumbo a Bastión nada más atraquemos, debemos llegar cuanto antes.
Anaís Fuegoscuro- Nobleza
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