La Rebelión De Los Fuegoscuro
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Este foro está basado en la saga de George R.R. Martin titulada "Canción de Hielo y Fuego", además sacamos contenido de diversas webs relacionadas como Asshai.com o de Hielo y Fuego Wikia. También traducimos expresamente artículos relacionados de Westeros.org para utilizarlos en Valar Morghulis. Los gráficos, plantillas, reglas y personajes cannon fueron creados por los miembros del Staff por lo que poseemos derechos reservados. No intentes plagiar o tomar algo sin habernos notificado o nos veremos forzados a tomar las medidas necesarias y a efectuar las denuncias correspondientes a Foroactivo.

Sean Tormenta

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Mensaje por Sean Tormenta Sáb Mayo 11, 2013 5:51 pm



Sean Tormenta
El último Sangre Argentea



Datos Básicos

Nombre completo:Sean Tormenta.
Apodos: El último Sangre Argentea.
Edad: 22
Lugar de Nacimiento:Bastión de Tormentas.
Clase Social:Bastardo.
Ocupación:Busca empleo: espadachín, guardaespaldas, guerrero, ladrón o matarife
Orientación Sexual:Heterosexual
Armas:Tormenta, una espada de mano y media. Sangre y Plata, ropera y daga braavosis de los Sangre Argentea. Un arco corto.


Descripción Psicológica

Descripción Psicológica: De lengua afilada, ingenio rápido y temperamento fiero, gusta de observar y evaluar antes de hablar. Su rostro, con una media sonrisa dibujada perenne en él, da la apariencia de una persona simple y torpe; muy alejada de la realidad. Es un hombre de palabras rápidas pero decisiones lentas, prefiere observar que actuar y su peor defecto es hablar demasiado.
Indómito y leal, aprovecha cada oportunidad y lleva sus decisiones hasta las últimas consecuencias. No es un hombre de honor, pero sí de altas y profundas responsabilidades. No tiene miedo ni a la muerte, ni al combate ni a los dioses. No sigue a dios alguno, aunque los ha conocido a todos.
Su mayor virtud es la perseverancia, y su peor defecto la vanidad. No se cree mejor que nadie, pero sabe en qué es bueno y no lo oculta. Su lealtad, a veces rayana en la obcecación, le ha granjeado tantos aliados como enemigos, la mayoría de ambos han ido a encontrarse con el Desconocido en sus oscuros salones.
Le encanta el humor absurdo y las peleas de taberna, y se siente más cómodo en las sombras de la noche que en las luces del día; al igual que prefiere la seguridad de un callejón al campo de batalla.
Es un ladrón, un asesino, una sombra. El perfecto aliado y un peligroso enemigo.

Habilidades de Combate:* Excelente espadachín: es letal con Tormenta, su espada de mano y media.
* Excelente espadachín: en las ciudades, en callejones y blandiendo a Sangre y Plata (espada ropera y daga) no hay quien lo venza, posee un equilibrio perfecto y una agilidad felina.
* Puntería más que decente tanto con arco como con ballestas, pero prefiere el arco corto.

Virtudes: Tiene la paciencia de un padre, la constancia de un maestre, la agilidad de un felino y el ingenio de un bardo.
Defectos: Es terco como un uro y le pierden los ojos bonitos y las caderas, cuanto más inalcanzables, más deseables.
Gustos: La yerba y las mujeres, una buena refriega de taberna, y el olor a hierba mojada.
Disgustos: Los piratas lysenos, los cambiacapas y el vino aguado.
Manías,Fobias u Enfermedades: Tiene un anillo desgastado de plata que heredó de su madre con forma de fiera con el que juguetea cuando está nervioso.




Datos Biográficos

Familiares: Elaine Webs, su difunta madre con la que huyó a Tyrosh
Historia: Aquella noche volvía a salir a la mar, esta vez volvía a Poniente, en lugar de huir de él. Sabía que no volvería, ya no quedaba sitio para él en Tyrosh. Los Sangre Argentea habían muerto, los Capas de la Noche se habían hecho con la ciudad. Ahora le buscaban y su cabeza valía más por sí sola que con el resto de su cuerpo. No. Hacía lo correcto. El barco saldría al alba. Se perdió por la calle de los pescadores, hacia su antiguo hogar. Su madre había muerto allí, en la chabola donde habían vivido. La misma chabola donde se instalaron al llegar a Tyrosh. Era lo único que lo unía ya a aquella ciudad.

La vida de Sean cambió por completo cuando llegaron a Tyrosh. Su madre se había ganado la vida tejiendo redes en Bastión de Tormentas y así siguió en Tyrosh. Para ella no supuso un gran cambio, pero sí lo fue para Sean. Las tierras de la Tormenta tenían algo que no existía en la pequeña isla a la que se habían mudado: el Bosque Real. Desde niño, se escapaba de la ciudad durante las tardes de los largos veranos para aprender el oficio de la caza con el que esperaba fuera su mentor (y en secreto deseaba fuera su padre), Gillian Riverwood. Durante las mañanas y caída la noche sus pequeñas manos tejían los nudos más pequeños en las redes que su madre fabricaba para los pescadores, mientras que por las tardes se perdía en el bosque y aprendía a distinguir unas plantas de otras, las huellas de un alce de las de un venado, y los rastros que dejaban en la maleza. En ocasiones, cuando llegaban temprano a la ciudad, Gillian lo llevaba a casa y su esposa y sus hijas le servían la cena como a todo un cazador. Esos preciosos momentos los guardaba en su memoria como un tesoro. Los Riverwood siempre le llamaban por su nombre, y si no usaban el apellido de su madre. En aquella casa Sean siempre fue un Webs, nunca un Tormenta. Excepto Jeyne, la mayor de las hijas de Gillian solía llamarlo Sean Gatosombra Webs.
-¡Ja! Te equivocas- le contestó un día el muchacho-, aquí la única gata eres tú. Una gata pulgosa.
-Seguro que soy capaz de cazar más que tú- lo retó, y salieron al barro a jugar.
-¡¿Puedo ir yo?!- suplicaba Molly, la pequeña de las dos hijas de los Riverwood.
-Claro, seguro que podemos usarte de cebo para cazar ratas- decía su hermana.
-¡Mamá!- la niña siempre terminaba llorando y los dos muchachos en el barro muertos de risa.
Sean llegaba entonces hasta arriba de barro a casa y soñaba con cazas de venados, arcos, flechas, un padre y una familia.
Gillian lo tomó como aprendiz y Sean no tardó en acompañarlo en las partidas de caza que el joven Baratheon comenzó a hacer durante el otoño. Aquellos años fueron buenos, el muchacho se volvió fuerte, ágil y apuesto. Y no tardaron en lloverle piropos de las mozas de las tabernas que la compañía del Lord visitaba durante las largas partidas de caza. A su madre no le gustaba ni la ausencia prolongada de Sean, ni su cercanía al hijo de Lord Baratheon, ni que se relacionara con aquellas muchachas de las posadas.
Aquello último tampoco le gustaba a Jeyne. Los dos jóvenes pasaban mucho tiempo juntos, y la muchacha deseaba, en secreto, convertir al joven Sean en un hombre. Por aquel entonces, Sean era demasiado inocente, y aunque su creciente ego le hacía ser más temerario que valiente, no entendía los comentarios cada vez más mordaces que la muchacha le dirigía.
-¡Y entonces la moza me besó en la mejilla!- se jactó Sean, solía contarle las idas y venidas de las partidas de caza a su amiga siempre que volvía. Se había convertido en una costumbre. Paseaban hasta los muelles, y se sentaban en el rompeolas. Era una tradición, consagrada y que ninguno de los dos rompería.
-Esas mozas de posada no son más que ganado- respondió Jeyne. Su mirada se perdía en el mar, con el ceño fruncido.- Creí que eras un cazador, no un pastor.
-No te entiendo, no era una vaca, era una moza. Más que una vaca parecía una cabritilla, estaba muy seca- levantó el dedo meñique para ejemplificar.
Jeyne se levantó y lo miró a los ojos, sin relajar el gesto.
-¿Sabes qué edad tengo?- le preguntó.
-Un día del nombre más que yo- contestó él encogiéndose de hombros.
-Exacto- sus labios se habían convertido en una mueca de desprecio-, edad de olvidar los juegos. El viejo Butcher quiere que su hijo se case pronto, necesita una esposa que le de nietos y lleve su casa y se encargue de la tienda ahora que llega el otoño.
-¿Fred? ¿Ese gordo?- preguntó Sean con una risa tonta- ¿y con quién espera casarlo el viejo Butcher? ¿Con una vaca?
La risa duró un segundo. Sean no vio venir la bofetada. Aquel fue el último día que habló con Jeyne. No fue hasta que el otoño se volvió más frío y las lluvias se volvieron más frecuentes cuando, durante una partida de caza, mientras él dormía en el establo junto con los demás mozos, en la misma posada de siempre, la moza se escabulló y entre susurros se contaron secretos. Al principio hablaron del señor y sus hombres, de cómo habían echado a los mozos para manosear tranquilamente a las mujeres. Entonces Sean le habló de Jeyne y aquella fatídica noche en el rompeolas.
-¡Pero qué tonto eres!- se burló la niña, estaba completamente pegada a él, tumbada de lado mientras le acariciaba el brazo. Sean la miró, sorprendido. Y ella le besó. Esta vez no en la mejilla. Aquella noche Sean perdió algo más a parte de la inocencia.
Doce días más tarde, cuando regresaron a Bastión de Tormentas, Gillian no le invitó a casa. Al día siguiente, Sean lo esperó en la puerta, como todos los días, para sus pequeñas salidas de caza, pero Gillian no salió. En su lugar salió Molly. Ya no era una niña, ni mucho menos. Se parecía bastante a su hermana, tenía el mismo cabello oscuro, los mismos labios carnosos y las caderas anchas. Los mismos ojos azules y la misma sonrisa. Pero la cara era más redondeada y las orejas más pequeñas. Y la mirada, aquella mirada era completamente diferente. Si Jeyne era una gata agazapada a punto de saltar, Molly era una gata enroscada entre las piernas, ronroneante.
-Mi hermana está preñada- le dijo Molly sin más. Sean se quedó blanco.- El viejo Butcher va a tener un nieto antes de lo que esperaba. Mi madre dice que es normal, que ella también se quedó preñada a la primera y su madre antes que ella, y también su abuela- Sean no podía creerlo. Miró a Molly y sin mediar palabra se dio la vuelta y echó a andar.
Molly lo siguió. Durante unos minutos anduvo sin rumbo, cuando se percató ya había llegado al rompeolas. Molly lo acompañaba. Ella se sentó primero, él se sentó a su lado.
-¿Tu hermana me odia?- preguntó.
-No, idiota- le dijo Molly.- Todo lo contrario.
-¿Cómo lo sabes?- Sean la miró, su corazón se desbocó.
-Las mujeres sabemos eso- se jactó la muchacha. Lo miró de una forma extraña, una mirada que a Sean le parecía familiar.- Mira, esta noche tienes una oportunidad de hacer las paces con ella. Fred Butcher no tiene por qué enterarse. Mis padres cenarán con los suyos para acordar la boda antes de que nadie se entere de su estado, pero mi hermana se queda en casa. Se supone que yo debo estar con ella; pero me ha pedido que me escape hasta la hora del búho y vuelva antes de que regresen mis padres. Quiere verte. Antes de que ese gordo la tome como esposa para siempre- le cogió de la mano y lo miró a los ojos.- Ella te ama a ti.
Sean no pudo esperar a que llegara la noche. Estaba tan nervioso que se coló en la taberna de Teor Sally y se las arregló para quitarle dos vasos de vino sin aguar y se los tomó de golpe.
Llegó la hora y la casa de los Hunter se quedó vacía. Como Molly le había dicho, encontró la puerta abierta y las luces apagadas. Unas manos le taparon los ojos, le besaron el cuello y lo guiaron hasta la alcoba donde Gillian y su esposa dormían. En la penumbra, Sean la besó, la desnudó y la tumbó en la cama.
Enredados estaban cuando la puerta se abrió, el joven se asustó, creyendo que el cazador había llegado. Pero la figura que portaba el farol no era su mentor, sino Jeyne. La confusión le aturdió tan sólo un segundo. Al instante comprendió el engaño y con la luz del farol reconoció a Molly en la alcoba.
¿Cómo había podido ser tan idiota?
Medio desnudo huyó a casa y su madre lo recibió, preocupada. El bofetón no se hizo de esperar, y Sean casi cae de espaldas. Su madre no necesitaba explicaciones para saber qué había estado haciendo, aunque, cuando el muchacho le contó el engaño, se mostró más comprensiva.
-Me juzgarán por adúltero, madre- sorprendentemente no lloraba. Estaba pálido, casi lívido, pero estaba entero, sentado en una silla, rígido.- Un bastardo que no puede sino deshonrar a una familia honrada. ¿Es eso lo que soy, madre?
-Eres un hombre- le respondió ella, con desprecio.- Y tendrás que aprender a dominarte.
Al alba, su madre lo despertó.
-Recoge tus cosas- le dijo,- coge sólo lo que sea imprescindible.
-Sí, madre- Sean supo que su madre lo quería lejos.- ¿Dónde iré?
-Nos vamos a Tyrosh, lo he arreglado todo con un mercante- le dijo.- Rápido. No tenemos mucho tiempo.

Su madre nunca había sido demasiado habladora. Murió un par de años después de llegar a la ciudad, de colerina. No le dejaron verla, y su cuerpo lo incineraron para evitar el contagio.
-Toma- le dijo antes de morir, sus vecinos habían llamado a las autoridades cuando se supo de su afección, y Sean sabía que no le dejarían estar con ella. Elaine le cogió las manos, le dejó un anillo en la palma y la cerró.- Me lo regaló tu padre. Él me quería. Y te habría querido a ti. Estaría orgulloso de tener un hijo como tú.
Aquello fue lo último que le dijo.
Ahora, que el destino le enviaba de nuevo a Poniente, aquel lejano instante parecía el recuerdo de un niño. Sean jugueteó con el anillo y se echó la capa por encima, desapareciendo de nuevo por las calles hasta los muelles.
-¿Estáis ya listo?- preguntó el capitán-, ¿no quieres echar un último vistazo?
-No me queda nada que ver aquí.

Otros: Es un bastardo.










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Mensaje por Brynden Ríos Dom Mayo 12, 2013 7:24 am

-

¡Ficha aceptada!, bienvenido y pásate a hacer los registros, cronología, relaciones y demás.

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