La Rebelión De Los Fuegoscuro
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¿El hombre que necesito? (Sean Tormenta)

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Mensaje por Sarella Martell Dom Mayo 19, 2013 3:26 pm

Sus pajaritos comenzaban a multiplicarse. Un nuevo barco había llegado al puerto de Lanza del Sol, y por lo visto en su interior iba un hombre que, por lo que había oído, podría interesarle. La princesa de Dorne no podía ir por ahí dejándose ver reclutando gente tal y como andaban las cosas. Hubo un tiempo en los que paseaba por donde le daba la gana, y había llegado a meterse en el peor de los tugurios solo para entretenerse. Los dornienses la querían, y nunca le había pasado nada. Pero el prestigio de la Casa Martell no estaba pasando por su mejor momento, por lo que últimamente recurría a emisarios de emisarios de emisarios, contactos de contactos de contactos y amigos de amigos de amigos para cualquier trámite.

Si algo abundaba en Dorne era gente de todas partes. Normal, no había tierra mejor para vivir que el paraíso de arena, y por eso el lugar estaba lleno de gente de las Ciudades Libres. Por eso, nada más enterarse del barco que llegaba de allí, recurrió a Yandry, el joven sirviente de Mors.
No quiero que te vean por allí.
No se preocupe, princesa. Conozco al hombre adecuado.

El tal "hombre adecuado" era un conocido del chaval que solía frecuentar tabernas y prostíbulos, por lo que no desentonaría por allí. El cómo había conocido Yandry a ese tipo prefería no saberlo.
Más te vale que sea de fiar, lo que me hacía falta ahora es líos con borrachos... Que vaya hoy, y que no vuelva sin una respuesta. Me da igual que sea afirmativa o negativa, pero no quiero excusas del tipo no lo he encontrado o se lo está pensando. Ah, y cuando vuelva con noticias, vienes a mi alcoba y me las comunicas. Sí, a mi alcoba. No te preocupes por la hora. Y no me obligues a ir a buscaros. ¿Entendido? El chico contestó con una reverencia y salió corriendo.

Muchas horas más tarde, mientras seguía esperando al chico de pie junto a la ventana, contemplando la noche cerrada, oyó un jaleo tras las puertas de sus aposentos. "Ya estamos..." Salió y, tal y como se temía, uno de sus guardias "protectores" (Sarella prefería llamarlos "incordiadores") medio forcejeaba con el pobre Yandry, el cual intentaba explicarse sin éxito. Déjalo. Al oírla, ambos se volvieron. Se quedaron congelados y con los ojos muy abiertos por un instante. Quizás el guardia no esperaba que el chico tuviera razón. Quizás el chico no esperaba que lo defendiera. Quizás ninguno de los dos esperaba ver a Lady Martell simplemente ataviada con un batín de seda transparente y sin peinar. Está aquí por orden mía. Yandry, por favor, pasa. El guardia no salía de su asombro.

El chico entró, sin cambiar la expresión de sorpresa. Cerró la puerta. ¿Y bien? Balbuceando, el joven lyseno intentó explicar el breve mensaje que traía, autoforzándose a no levantar la vista del suelo. Sarella le agradeció el recado y permitió que saliera de nuevo. Al abrirse las puertas, pudo ver como el guardia seguía tras las mismas con cara de interrogante, y seguía con la mirada a un Yandry al que le faltaban piernas para volver de nuevo a sus habitaciones.

Ya había amanecido. Un hombre verdaderamente útil para ese puesto debía tener, entre sus virtudes, paciencia, mucha paciencia. Y si no era capaz de esperar por una princesa, ¿por quién si no? Aunque también sería muy ingenuo si pensaba que Sarella Martell iría a buscarle para contratarle horas después de desembarcar en Lanza del Sol.

Cuando abandonó la habitación, se encontró al mismo guardia que estaba tan alterado la noche anterior dormido en la puerta. Mejor. Si después de verla medio desnuda ahora la veía abandonando la habitación de incógnito a primera hora del día, tendría cotilleos de taberna para lo que le restaba de vida. Prefería que hablara de su cuerpo a de sus actos.

Llegó al Jardín de la Casa Azul, donde el hombre había sido citado. Y allí estaba. Permaneció observándolo durante un rato tras un árbol, viendo como se comportaba: un hombre robusto, atractivo, con una espada en el cinto y el ceño fruncido, que paseaba despacio por delante de la Tercera Puerta, lugar exacto en el que debía presentarse, sin signos de estar desesperado por la espera, a pesar de que se había prolongado ya por más de una hora. Era hora de dejarse ver.

Ya hacía tiempo que no vestía así: Últimamente, el ser regente de Lanza del Sol la obligaba a llevar una imagen impecable, digna de una princesa. Tal y como iba, parecía una ciudadana más. Llevaba un vestido rojo hecho de muchas telas enredadas entre sí, con un velo rodeando sus hombros y colocado superficialmente sobre su cabeza. Nada de joyas. En los pies, unas sandalias de cáñamo. Y su expresión de pena, desconfianza, tristeza y casi luto se había quedado en la alcoba, con la verdadera princesa de Lanza del Sol. Nadie notaría su ausencia, Maise se encargaría de cubrirla. Nadie podría decir que esa mujer era la princesa de Dorne. Sacó su sonrisa más pícara y se acercó al hombre.

¿Esperáis a alguien, forastero? El hombre se volvió hacia ella, por lo que le contestó con una sonrisa. ¿De dónde venís? ¿No sabéis que pisáis territorio hostil? Ladeó la cabeza. ¿Demasiadas preguntas? Espero que me perdonéis, soy muy curiosa... Espero que no vayáis a usar eso contra una joven e inocente dorniense como yo. Dijo, señalándo la empuñadura de la espada con la mirada. Volvió a sonreír con picardía. Si me permitís ayudar...
Sarella Martell
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Mensaje por Sean Tormenta Dom Mayo 19, 2013 5:56 pm

Pese a que Martin Bors había salido de la taberna poco después de acabar la conversación, Sean tuvo la sensación de que lo vigilaban. Cargó su equipaje al hombro y buscó una posada.
-Son quince venados de plata- respondió el tabernero, que estaba sentado en una silla afilando una daga con bien poca destreza.
-De acuerdo, pero incluirá una botella de su mejor vino y la cena- respondió Sean sin mirar al hombre, frunció la nariz y el entrecejo, como si aquel sitio oliera realmente mal, contó las monedas con los dedos y se las tiró al hombre.- Preparen un baño- añadió soltando otro venado de plata,- y que enciendan un fuego- añadió otra moneda.
-Claro, señor- el posadero lo miró entre intrigado e intimidado.- ¡Greta! Acompaña al señor a la habitación de arriba. Le mandaré al mozo para que encienda el fuego enseguida.
Sean asintió mirando a la tal Greta. Tenía la piel bronceada, unas caderas considerables y un trasero prominente. No era hermosa pero tenía esa belleza humilde que todas las hijas de posaderos poseen: la tentación de la prohibición. Sean conocía bien ese atractivo de taberna, y sus hermanos habían sido presas fáciles de aquel tipo de mozas. Él no caería en semejante trampa. Siguió a la joven y entró en la habitación tras ella, que se marchó mirando al suelo. Fingir ser un adinerado mercader o un noble menor no duraría demasiado, tampoco su dinero, pero al menos aquella noche dormiría bien y tendría un baño caliente.
Tras el baño, y con el fuego encendido, abrió la ventana para ver la ciudad. El aire nocturno era fresco, demasiado en comparación con el calor diurno. Vació el saco de su equipaje sobre la cama y comenzó a prepararlo todo.

Tenía tres camisas limpias. Nunca había seguido la moda tyroshi, y ni siquiera los Sangre Argéntea le habían contagiado el estilo de Braavos. De todas formas nada de lo que había traído le valdría en Dorne, demasiado calor. Eligió una camisa, un chaleco y una kufiya que había robado (mal que le pese) en un puesto esa misma tarde. El resto de la ropa la enrolló en la capa roja de los Sangre Argéntea y la empaquetó con las tiras de cuero entorno al carcaj con las flechas. Dejó el dinero y su daga, Plata bajo los almohadones y se acostó.

-No dormirás jamás del tirón- Anna lo visitó en sueños. Vestía un vestido de seda semitransparente, de negro y morado que contrastaba con su cabello teñido de verde, a juego con sus profundos ojos del color de la oliva.
-¿Acaso vas a torturarme todas las noches de mi vida?- dijo Sean, estaban de pie en la terraza. Ambos se apoyaban en la balconada que había en la habitación de Anna.- Sé que esto es un sueño, y sé que no volverás.
-No tienes la culpa de lo que ocurrió- dijo ella, apoyando su cabeza en su hombro. Ambos se apoyaban en la balconada y ella le agarró del brazo.
-Ya, bueno, eso no cambia nada- respondió él mirando al mar. El balcón de Anna daba al puerto, y las olas se escuchaban sorprendentemente bien allí arriba, como si fuera una enorme caracola.
-No te marches- dijo ella. Pero ya no era ella, sus ojos se habían vuelto grises y en su vientre crecía una mancha de sangre.
-¡No!- gritó Sean, sabía que era un sueño, pero no suavizaba el dolor de verla morir de nuevo.- ¡No!
Anna calló de rodillas y él la agarró, la besó y al separarse ya no era ella. Era Jak, y era Mal, y era el gran Baldur, y su mentor, Arnau el braavosi. Y eran todos sus hermanos Sangre Argéntea. Todos los que murieron aquella noche y los que murieron antes que ellos. Y al final, el rostro de Anna se convirtió en el de Heather. La viuda le sonrió.
-Cuidado con las fieras de la roca y las de los prados. Cuídate de las sierpes y los dragones, vendrán por ti en la hora del lobo. Y las sombras no podrán protegerte...
Entonces despertó. Aún era de noche, faltaban horas para el alba. Era la hora del lobo, suspiró. Se dio cuenta de que tenía a Plata en la mano izquierda. La hoguera se había apagado y las brasas iluminaban la habitación con una luz roja y débil. Parecía que su mundo se había ensangrentado. Se levantó, desnudo y se asomó a la noche. No pudo sino sonreír ante la ironía. "Sangre y Plata".

Se había vestido con una camisa y un chaleco de piel. Las calzas, también de piel. Bajo la camisa llevaba un jubón ajustado de fino lino y una fina coraza de cuero endurecido. Tendría que comprar una brigantina antes o después, pero Dorne no parecía el sitio adecuado para vestirse con algo tan denso a no ser que pretendiera morir asfixiado. Se tapó con su capa de viaje y se cubrió el cuello con la kufiya. Se ató el equipaje con las correas y cruzó el arco en el pecho, bajo la capa. Ató las armas en el cinto y salió a la calle.
Llegó a la Casa Azul antes que el cielo se aclarara con aquel tono rojo que Dorne impregna a todo su mundo: cielo, maro y hasta los pendones son anaranjados. La Tercera Puerta estaba desierta y Sean temió que fuera una trampa. Pero lo descartó. Seguía sintiéndose observado, pero aquel lugar carecía del silencio previo a una emboscada, estaba lleno del incipiente bullir de la mañana. Inspiró aire y se paseó de un lado a otro, mientras el cielo nocturno daba paso al brillante amanecer.
Cuando la mujer se acercó, detuvo su paseo y la miró de arriba abajo antes de que hablara. Sus pasos, seguros y cargados de una sensual picardía, dieron paso a sus palabras, afiladas y premeditadas. Tenía la piel bronceada, el cabello oscuro y el rostro más perfecto que Sean había visto jamás. Y aquellos ojos.
-Descuidad, este acero no os hará el menor daño- dijo Sean con una reverencia. Enrolló la capa en el brazo izquierdo y se inclinó, dejando ver el arco, las flechas y la espada y la daga que aguardaban en la parte trasera de su cinturón, escondidas. Al erguirse de nuevo sonrió y apoyó su mano en la empuñadura de la única espada visible: Tormenta, su espada bastarda cuyo puño casi le llegaba por debajo del pecho.- No os imagináis cuántas millas he recorrido, aunque no considero que este sea un territorio más hostil que aquel del que provengo- sonrió. Los ojos de la joven se habían alejado de su actitud provocadora y pícara. Su mirada profunda, escrutadora; lo analizaba. ¿Quién era esa mujer?- No os disculpéis por vuestra curiosidad, es la mejor de las motivaciones para hablar, preguntar, y conocer los secretos más íntimos de las personas. Quizá en eso me podáis ayudar- le guiñó un ojo.- Pero disculpad mis modales. Permitid que me presente, soy Sean Tormenta, a vuestro servicio- hizo un gesto con la cabeza.- Lo cierto es que sí esperaba a alguien. Aunque a nadie tan hermosa como vos.- Sonrió de nuevo y esta vez miró directamente a la joven a los ojos.- ¿A quién tengo el placer de conocer? Se suponía debía encontrarme con cierta persona, para... discutir la prestación de mis servicios a su noble casa- no dijo más. Quería ver hasta dónde podía llegar aquella mujer, qué ocultaba tras aquella mirada severa y analítica y a dónde lo llevaba aquel juego.
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Mensaje por Sarella Martell Mar Mayo 21, 2013 2:55 pm

Mientras hablaba, se dedicó a escrutarlo de arriba a abajo sin disimulo, y sin borrar la sonrisita. Sean Tormenta... bonito nombre. Los bastardos tenéis nombres más bonitos que la gente de alta cuna, ¿no creéis? Se acercó un poco a él. ¿De verdad me consideráis hermosa? Si apenas podéis verme con tantas telas... supongo que le diréis eso a todas. Yo en cambio no digo a todos los hombres que tienen un nombre bonito...

¿Yo? Una dorniense que pasaba por aquí, para qué aburriros con nombres e historias que mañana habrá olvidado un caballero como vos.
Dijo mientras tocaba con un dedo la empuñadura de su espada, como si quisiera comprobar si tiene polvo. Fingió cara de desconcierto y soltó con una risita. ¿Su noble casa? Rió. En Lanza del Sol solo hay una noble casa, ¿os habéis citado aquí con un Martell? Vaya. De haberlo sabido me habría acicalado más. Aunque... Echó un vistazo a su alrededor. No veo a ningún Lord engalanado por aquí, ¿y vos? Arqueó una ceja y miró la Tercera Puerta, como analizándola. Un sitio muy... ladeó la cabeza varias veces, como pensando ...pintoresco, para citarse con un Lord.

Creó una pausa en la que se dedicó a mirar el lugar con poco convencimiento. Quería crear desconfianza en ese hombre. Se quedó mirándolo para ver como reaccionaba. Algo me dice que ni siquiera vos sabéis qué hacéis aquí exactamente... De hecho, parecéis no saber ni con qué Martell os habéis citado. Puso ojitos de niña pequeña. Lleváis aquí bastante rato y parecéis cansado. Sabéis tan bien como yo que los grandes señores no tienen tiempo para entrevistarse con bastardos y con gente del pueblo a la que ni siquiera conocen. No vendrán. En cambio yo... Se acercó más a él. Yo sí estoy aquí... ¿no le apetece pasear conmigo?
Sarella Martell
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Mensaje por Sean Tormenta Mar Mayo 21, 2013 3:10 pm

-¿Caballero? ¿Yo?- la carcajada fue sincera, movió la cabeza y no disimuló la enorme sonrisa, casi de oreja a oreja.- Me habéis convencido- le ofreció el brazo y comenzó a caminar con aquella joven hermosa.- Oh, sí, los Martell. Por supuesto espero encontrarme con ellos aquí. Pero no serán "ellos", será algún sirviente. Algún hombre prescindible- movió la mano como quitándole importancia,- quizás una bella joven con lengua de caramelo y piel de aceituna, inteligente y mordaz, capaz de llevar a cabo una negociación mejor que cualquier matón de tres al cuarto con un escudo bonito que represente los colores de alguna casa venida a más- sonrió mirando a la joven.- Pero no os engañéis, sé perfectamente lo que hago aquí- su sonrisa ya no era pícara, ni sincera, era una máscara. Cruzaron el extravagante arco de herradura de la Tercera Puerta y caminaron.- En cambio, vos... Vos sí sois una duda razonable ¿sabéis a qué habéis venido? ¿Creéis de veras que podéis ofrecerme algo que merezca la pena? ¿Mentís? ¿Decís la verdad?- siguió caminando, mirando el amanecer más allá de la siluetas de los tejados y las murallas de la ciudad. Con la mano libre se echó la kufiya por la cabeza.- Quizá no sepa mucho de la vida, muchacha, y menos de la vida en Dorne. Pero sé algo sobre las mujeres. La damas mienten. E incluso cuando no lo hacen, nunca dicen la verdad- la miró a los ojos, con esa bonita sonrisa suya, seductora, sirviéndole de máscara.- ¿Qué ocultáis vos, hermosa dama?
Sean Tormenta
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Mensaje por Sarella Martell Miér Mayo 22, 2013 3:58 am

Sois fácil de convencer. Se había llevado a aquel hombre a su terreno con más facilidad de la que pensaba. Tomó su brazo. Osea que queréis poneros al servicio de una Casa que envía impuntuales sirvientes a reuniones con gente para contratar en lugar de presentarse ellos mismos. ¿Realmente os dan confianza? Dijo mirándole. Aunque claro. Soltó una risita y miró al cielo, mientras seguía paseando. Teniendo en cuenta que habéis abandonado vuestro puesto para pasear con una mujer a la que acabáis de conocer y de la que no sabéis ni su nombre... Abrió un poco la boca, denotando sorpresa, y arqueó una ceja. Vaya, ¿quién podrá ser esa misteriosa mujer? Rió de nuevo. Yo no, desde luego. No tengo ninguna relación con esos señores.

Oh, osea que primero me alagáis y luego me llamáis mentirosa, ¿eh? Puso una muy fingida cara de ofensa, con clara intención de provocarlo. Dorne es diferente. Aquí somos todos muy sinceros. Soltó una carcajada. Aunque muchos dicen que no somos de fiar. Quizás no entiendan nuestro humor.

¿De veras queréis saber a qué he venido?
Se soltó suavemente de su brazo y se acercó a él. Ya os dije que pasaba por aquí. ¿Pensáis que oculto algo?... Puede. Mi nombre, tal vez. ¿No tenéis curiosidad por saberlo? Apenas habéis insistido... Siguió acercándose, tanto que llegó a tener su rostro peligrosamente cerca del de él. Cuando casi se estaban rozando, susurró. Me llamo Ariel.
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Mensaje por Sean Tormenta Miér Mayo 22, 2013 5:17 am

-Encantado, Ariel- dijo sin dejar de sonreír. No habría sabido decirse a sí mismo si aquella sonrisa era aún una máscara o si era fruto de aquella extraña situación. No se movió, aquella mujer era realmente hermosa, no merecía la pena moverse, aquella distancia era suficiente.- Sois muy valiente por venir aquí sola. Había oído que las mujeres en Dorne estaban hechas de otra pasta. Pero es realmente curioso comprobarlo en persona. "Son como montañas de arena" me dijeron, "volubles, hipnóticas y peligrosas"- La miró a los ojos, la máscara había desaparecido. La tensión crecía entre ambos. Frunció ligeramente el entrecejo y sus vívidos ojos azules perforaron los profundos pozos negros de Ariel.- Escondéis algo. No vuestro nombre, quizá os hagáis llamar Ariel. Lo que escondéis es quién sois. Las ropas y los bailes, el teatro, pueden engañar a aquellos que ven el mundo como una historia que ha de narrarse- de un movimiento rápido y ágil le apartó el velo, sin dejar de mirarla de aquel modo severo, escrutador.- Pero a mí las historias me traen sin cuidado. El mundo es un juego, un tablero gigante de sitrang, o una partida interminable de cartas, unos caen y otros ocupan su lugar. A mí no me engañáis, vuestra mirada es voraz, primitiva- una mueca de pena se dibujó en sus labios mientras seguía mirando sus dos profundos pozos negros. Entrecerró los ojos y suspiré.- ¿Teméis por alguien? ¿Hacéis esto por alguien cercano?- estaba demasiado cerca.
Entonces se separó, dio un paso atrás y luego otro, sin dejar de observar a la mujer. Inconscientemente sus manos fueron a jugar con su anillo de plata con forma de bestia y cuando hubo dado tres pasos hacia atrás, se giró.
-Disculpadme, pero ha amanecido y tengo una cita en el jardín de la Casa Azul, en la Tercera Puerta- cuando alcanzó el arco de herradura se giró y con una exagerada reverencia se despidió de la dama.- Espero volver a veros, Ariel. Habéis sido una grata sorpresa en esta ciudad de arena y polvo.
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Mensaje por Sarella Martell Miér Mayo 22, 2013 5:55 am

Apartó el velo tan rápidamente que no pudo evitarlo. Casi echa al traste todo su plan. Con un acto reflejo, se sujetó la tela que envolvía sus hombros para que esta no se desprendiese también. ¿De veras seguís pensando que escondo algo? ¿Es que no os parezco suficientemente cercana? Justo cuando fue a dejarse caer sobre los labios de ese hombre, este se apartó, haciendo que casi pierda ridículamente el equilibrio.

No pudo evitar que no se le notara la ira en la cara. Nunca un hombre la había rechazado, todos sucumbían a sus encantos en cuanto se lo proponía. De repente, la Sarella a la que pensaba haber dejado apartada en palacio se apoderó de ella, haciendo crecer el fuego del orgullo en su interior. La guerra la había dejado tan apagada que hacía tiempo que no recordaba lo que era sentirse así.

Mientras lo veía alejarse, y sintiéndose allí plantada, inmóvil, sin saber cómo había pasado de tener a ese forastero entre sus garras a no saber como volver a traerlo hacia sí, le gritó. ¿De repente os interesa esa cita? Intentaba hacerlo, al menos, volver la vista atrás. No acudirán. No encontraréis a nadie allí.

Aprovechó unos instantes en los que se quedó parado mirándola para volver a ponerse a su altura. Habéis cometido más fallos de lo que creéis. Estáis aquí esperando durante más de una hora por ni siquiera sabéis quién. De repente, aparece una mujer y, sin siquiera saber su nombre, os vais a pasear con ella, abandonando vuestro puesto a pesar de sospechar que un Lord puede venir a ofreceros trabajo. Y miradme: Estoy rodeada de telas por todas partes, hasta en la cabeza. Apenas me veis la cara y las manos. Podría ir armada hasta los dientes y ni siquiera lo sabríais, y me habéis permitido acercarme tanto que casi nos besamos. ¿Sabéis que en Dorne trabajamos con veneno? De haberos herido, ni siquiera matarme después os habría salvado. Os llevo ocultando información desde que he aparecido, puesto que apenas os he contestado a ninguna de vuestras escasas preguntas de manera concreta, mientras que vos me habéis dado a mí los suficientes datos como para que quien quiera que fuera para quien estuviera trabajando y quisiera algo de vos o vuestro entorno pudiera hacer lo que quisiera. Se calló y quedó cruzada de brazos, con la cabeza ladeada y los ojos entrecerrados, viendo si el hombre era capaz de contradecirla.

Tras una pequeña pausa, añadió. ¿Alguna casa venida a más? Soltó una mezcla entre un bufido y una risa sardónica. Se quitó la tela que cubría sus hombros y la dejó caer al suelo, quedando al descubierto una medalla con el sol y la lanza de los Martell dibujados. Supongo que ya sabéis quién soy. O deberíais, al menos.
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Mensaje por Sean Tormenta Miér Mayo 22, 2013 6:26 am

"Menos mal que no la he besado" se dijo. No por la amenaza del veneno, sino porque los años en Tyrosh como Sangre Argéntea le habían enseñado que el trabajo y el placer eran una combinación destinada al fracaso absoluto. Vio su melena liberarse como un ola al romper en la arena, con un movimiento hipnótico y tan bello que la Torre que se elevaba tras de sí, teñida de la luz roja del amanecer que arrancaba centellas doradas de la bóveda, quedaba eclipsada. Y sonrió. No una máscara, ni una sonrisa de oreja a oreja de felicidad. Sonrió de satisfacción. Casi había perdido el timón de aquel encuentro, pero lo había logrado recuperar en el último momento. ¡Y de qué manera! Se acercó de nuevo a ella, lentamente, con los brazos a horcajadas con la sonrisa en la boca y negando con la cabeza.
-No he cometido más fallo que haberos dejado creer que estaba engañado- cerró los ojos y asintió, ladeando la cabeza y moviendo la mano en señal de concesión,- aunque cierto es que no esperaba a la mismísima princesa de Dorne. He de repetirme, mi dama, sois muy valiente- le tocó levemente el medallón, que caía entre sus pechos en el lugar adecuado para ser sutil y provocador. De haber llevado escote, habría sido todo un elemento de seducción por sí mismo.- Veréis mi dama. Vos seréis dorniense, y de sangre real, pero yo vengo de los bajos fondos de Tyrosh. Yo no beso la mano de ningún señor, no sirvo a nadie por más tiempo que el que exige un contrato. No os debo temor, lealtad o respeto, para mí vuestro apellido no tiene más significado que el mío- apoyó la mano en su espada, llamada Tormenta, como él;- y razón tenéis al considerarlo hermoso. Para mí sólo sois una mujer. Y de hecho, es más de lo que podría decirse de cualquier apellido- le acarició el contorno de su rostro terminando en la mejilla, no se le iba aquella sonrisa,- y os juro que hoy os habéis ganado un poco de mi amistad.- Dio un paso atrás y examinó de nuevo sus ropajes.- Puede que guardaseis un arma, pero sería una de estas espadas braavosi, y nadie es capaz de vencerme con ellas- le guiñó un ojo,- no podríais herirme jamás. Ni siquiera con la información que os he dado. Podríais intentar apresarme, de noche, en la posada. Pero sólo lograríais perder a algún soldado y que yo huyese de Lanza del Sol. No sé si os habéis dado cuenta, mi dama. No os temo a vos, ni a quien sea que rija esta ciudad de arena y polvo- su mirada volvía a ser severa, y ahora fue él el que se acercó.- No he venido a presentar mis respetos a Dorne. No soy vasallo de nadie. He venido en busca de trabajo.
Y se quedó allí, bajo el arco de herradura de la Tercera Puerta, a una pulgada del rostro de Ariel retándola.
-Y ahora, decidme, mi dama- añadió mientras su mano derecha jugueteaba con su anillo y la izquierda se aferraba al puño de Tormenta- ¿Vais a hacerme apresar, vamos a hablar de negocios o preferís dejar volar la curiosidad?
Sean Tormenta
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Mensaje por Sarella Martell Miér Mayo 22, 2013 8:41 am

Arqueó una ceja. ¿Pretendéis que crea que supisteis con quien hablabais en todo momento? Puso una sonrisita sarcástica, artificial, y entrecerró los ojos. Sí, y vos muy osado. Parecéis no temer a nada ni a nadie, y eso está bien hasta que se rebasa la línea que separa la osadía de la temeridad. Un hombre temerario es un hombre muerto. Y no quiero a un muerto entre mis ayudan... Se frenó. Volvió a mirarlo de arriba a abajo. Hizo como si no hubiera dicho nada. Soy Sarella Martell, princesa de Dorne, pero si pensáis que soy una princesita cursi ponienteña mejor que os vayáis por donde vinisteis. A mí también me dan igual los títulos, los nombres, las edades, el sexo o el número de cicatrices que tenga quien sea. Soy la persona más leal con la que os vais a topar... hasta que me traicionan. Doy lealtad y pido que esta venga de vuelta, y cuando no es así, más le vale a quien sea tener un septo cerca, porque va a necesitar muchas oraciones. No quiero contratos. No quiero que nadie de la vida por mi. Doy directrices muy sencillas, y estas son las que quiero que se cumplan. No pido más. Suspiró y, de nuevo, lo analizó con la mirada. Quizás no seáis el hombre que necesito... Una verdadera lástima. Fue a darse media vuelta con la intención de dejar a ese hombre con la palabra en la boca, aunque bien sabía que la conversación no acabaría ahí. Solo buscaba provocarlo de nuevo. La defraudaría mucho si la dejara irse sin más.

Pero antes de darle tiempo a terminar de girarse, se acercó a ella. Reprimió un respingo cuando él agarró su colgante, e hizo un casi imperceptible movimiento hacia atrás con un hombro que hizo al hombre soltarlo. Cuando tocó en el rostro de Sarella, esta agarró su mano con fuerza y la apartó lentamente. El momento de permitirse ciertas libertades ya se os ha pasado, lo siento. Cuando consideró que su mano estuvo a una distancia oportuna de su cara, la soltó. Dejó escapar una risa muda sarcástica. Más quisierais vos que os mandara apresar... No se dejaría intimidar por el simple hecho de tenerlo tan cerca. Esa carta ya la había jugado ella antes.

Se creó un pequeño silencio. Volvió a ponerse seria. Ese hombre tenía algo que le hacía pensar que podría serle muy útil contar con él. Tuvo esa corazonada desde que supo que venía, antes siquiera de verlo, antes incluso de conocer su nombre. Pero había hecho cosas que no le habían gustado... ¿O sí? Pensó que tenía la situación totalmente bajo control, pero parecía estar resultando ser menos transparente de lo que ella pensaba...
Sarella Martell
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Mensaje por Sean Tormenta Miér Mayo 22, 2013 10:09 am

-¿Qué queréis de mí?- dijo mientras ambos ponían distancia de por medio, no se alejaron mucho; pero aquel juego se estaba alargando demasiado.- Vos me habéis hecho llamar. Sí, sabía que erais quien me había traído aquí, aunque he de decir que me ha sorprendido descubrir a la mismísima princesa de Dorne- estaba cansado.- Ahora entiendo la locura del rey Daeron por las mujeres dornienses- en Tyrosh se decía que toda aquella guerra fraticida se había debido a que el rey Daeron se había obsesionado con Dorne y su esposa dorniense, la mujer más bella del mundo. "Dudo que supere a esta otra princesa", pensó. Volvió a poner los brazos en jarra- ¿Y bien? Puedo seros muy valioso, a un módico precio. No soy ningún noble, por lo que tus vasallos de por aquí no repararán en mí. Tampoco soy dorniense, así que los ponientis no recelarán. Puedo moverme sin ser visto, rastrear a quien sea, entrar en cualquier alcoba y por supuesto, deshacerme de quien haga falta. Ya está, ya me conocéis- separó los brazos poniéndolos en cruz con las palmas de las manos abiertas hacia Ariel, como el que se ofrece como un blanco vivo- soy todo vuestro. Pero decidid pronto, princesa.
Sean Tormenta
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Mensaje por Sarella Martell Miér Mayo 22, 2013 11:07 am

Una mujer puede volver loco a un hombre solo si este venía ya loco de su casa. Sonrió. Sí, efectivamente soy yo quien os ha hecho llamar aquí. Tenéis todas las cualidades que busco en un hombre como vos... aunque mucho me temo que os habéis dejado encandilar por una desconocida con más facilidad de la que deberíais, aunque luego intentaseis remendarlo. ¿Cómo sé que no es esa vuestra debilidad? Chasqueó con la boca y negó con la cabeza. Pero me gustáis. Me gusta vuestro estilo. Os daré una oportunidad, pues...

Sacó un pergamino entre las telas y se acercó a él para entregárselo. Se lo tendió. Esto. Lo retiró súbitamente cuando Sean fue a cogerlo. Espero que tengas suficiente paciencia a pesar de todo lo que has tenido que esperar, y confianza en mí a pesar de mis pequeñas mentirijillas, y no lo abras. Si lo haces, perderá toda su validez. Por no hablar de que va a ser lo más fácil que te voy a encomendar, bueno estaría que fallaras. Ahora sí, le dio el pergamino. Hay una casita allí a lo lejos. Señaló una colina con el dedo. En ella se veía una casita muy humilde, con una parcela derruida al lado, y completamente solitaria. No había nada a su alrededor. No tenía camino de acceso. Parecía inhóspita y deshabitada desde hacía milenios. No es necesario que llames, ni que te identifiques. Simplemente echa esto por debajo de la puerta y te abrirán. No te dejes guiar por su apariencia desde fuera, está perfectamente acondicionada y el señor que la habita, además de un antiguo conocido mío, hace una comida deliciosa. Después de en palacio, no habrá lugar en que estés más cómodo. Y nadie sabrá que estás allí... Sé que puede sonar extraño todo esto, pero si conseguís confiar en mí, conseguiréis que yo confíe en vos.

Echó un vistazo a su alrededor. Empezaba a aparecer el bullicio de la mañana. Nadie había reparado en su presencia, pero por si acaso, volvió a superponerse el velo sobre la cabeza. Además de princesa de Dorne, soy la Consejera de Rumores de Lanza del Sol. Vivimos tiempos aciagos para nuestras tierras, y necesito ojos, oídos e incluso bocas en todas partes. Quiero información. Me da igual lo que tengáis que hacer para conseguirla, pero cuanto más natural seáis, mejor. Seguid con vuestra vida tal y como la teníais prevista, no pido que variéis ni un ápice. Pero quiero saberlo TODO, de TODOS. Hacedlo bien y no será necesario que uséis eso mientras esteis en estas tierras, dijo señalando con la mirada su espada. Puesto que no tendréis enemigos a los que espantar. Y ya sé que sois un guerrero estupendo capaz de matar a alguien antes de mirarlo y que no necesitáis la protección de una joven delicada como yo. Dijo haciendo aspavientos con las manos y poniendo los ojos en blanco. Prefería poner ella las burlas antes de que las hiciera él. Ya estaba acostumbrada a ese tipo de frases heroicas. Pero por si acaso.

Esta es mi propuesta. Simple, como podéis ver. Vos me diréis si la aceptáis o no... No tendréis queja del precio. Hacedlo bien y no escatimaré en nada.
Sonrió peligrosamente. Y recordad.... TODO... de TODOS...
Sarella Martell
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Mensaje por Sean Tormenta Jue Mayo 23, 2013 8:32 am

Desde que se despidieran, Sean había trabajado para ella en secreto. No se quitaba de la cabeza que su señora, su jefa, su maestra, era la mujer más bella que conocía en vida. Su primer encuentro, tan cargado de tensión y explosividad al comienzo, había acabado como los primeros actos de las historias de los bardos, dejándolo con una insatisfacción enorme. No visitó la destartalada casa hasta el día siguiente, después de que el otro Martel lo hubiera sacado de la posada casi a rastras. Estaba claro que aquella posada no era un buen escondite, y él, muy a su pesar, y aunque su intención era limpiar su conciencia y su historia de los oscuros actos que con y por los Sangre Argéntea había realizado; seguía sintiéndose un tanto incómodo estando tan al alcance de los que se creían por encima de él. La facilidad de Maron para hacerlo llamar y obligarlo a trabajar para él había sido la gota que colmó el vaso. Por eso, su tercera noche en Dorne la pasó en la que desde entonces llamó, su nido de serpientes.
El hombre que regentaba el lugar era un anciano retorcido y excesivamente leal a Sarella, al que poca cosa le pudo sonsacar más allá de la receta de un exquisito estofado picante. La casa estaba limpia, pulcra como las aguas cristalinas de la gran fuente de Tyrosh. La destartalada edificación, que parecía abandonada por fuera, en una pequeña colina a las afueras de la primera muralla, escondía toda una mansión bajo ella. Iluminada por pequeños ventanucos excavados en el jardín y con velas aromáticas, Sean encontró una pequeña sala de lectura, una armería, un taller y varias habitaciones. Pasó todo el día siguiente intentando averiguar quién vivía en las habitaciones siguientes, pero no lo descubrió. El hombre, al que convino en llamar la serpiente guardiana -tanto por su aspecto delgado y serpentil, como por su sigilo; se negó a revelarle los nombres de aquellos que vivían en el Nido de Serpientes. Así lo llamó Sean, y se sintió muy satisfecho al ver que el nombre no desagradaba al anciano, que se mesó el blanco cabello con una sonrisa exultante. Tardó dos días en ver a la única residente del Nido de Serpientes. Y al verla, su sorpresa fue mayúscula.

Su quinto día en Lanza del Sol lo pasó deambulando por la ciudad, primero por las calles más amplias, dibujando en su mente el trazado de las mismas, y luego por las calles más estrechas que se perdían entre los edificios. Cuando el cielo se volvió bermejo y el calor cedió pasó por el bazar, compró algunas telas y prendas de ropa más adecuada y volvió al Nido. Se encontró la cena preparada y al Guardián Serpentino leyendo un libro en un sillón de la casa superior. Cenó, en silencio y luego bajó a poner a prueba el taller. En él había tres mesas de trabajo: una de costura con diversas herramientas, tanto un telar como instrumentos de peletería; un banco de trabajo de metal y orfebrería y una mesa que parecía de un pintor, aunque Sean no habría sabido decir si correspondía a un restaurador de libros. Entonces lo entendió.
-Sois un maestre- dijo en voz alta. Sabía que el Guardián Serpentino estaba a sus espaldas, en silencio, observándole. El joven se giró.- Os sorprenderéis, pero es la primera vez que veo uno, y sin la cadena, me cuesta mucho reconoceros- el anciano sonrió y alzó su muñeca donde Sean contempló la cadena enrollada. ¿Qué le había ocurrido? ¿Había desertado? La curiosidad le invadió; pero se mordió la lengua.- Puedo... ¿utilizar el taller?- el Guardián asintió y con una leve reverencia, se marchó. Sean se sintió de lo más intrigado, pero decidió no invadir la intimidad de aquel extraño personaje.
Durante buena parte de la noche trabajó en el taller, primero arreglando piezas de su antigua ropa para poder usarla en el clima dorniense y luego en el que iba a ser su... uniforme de trabajo. A altas horas de la noche volvió a su cuarto y antes del alba volvió al trabajo. Ya tenía buena parte del trabajo hecho cuando, unos pasos tímidos cruzaron el pasillo. Sean se giró de pronto, creyendo que era el Guardián "pero el anciano no habría hecho el menor ruido", sin embargo lo que se encontró fue a una niña que al verlo desapareció. "¿Otra de las espías de Sarella? ¿Una familiar del anciano maestre?" prefirió no saberlo. Si la Princesa le había mandado allí para esconderlo o refugiarlo, igual podía haber hecho lo mismo con otras personas, prefirió no darle importancia. Pero ver a una niña le parecía cuanto menos, curioso.

Antes del mediodía ya había terminado su obra maestra: una armadura de cuero endurecido sin mangas, con una camisa y chalecos de lino blanquecinos que la ocultaban, a la par que ocultaban diversos bolsillos y correas que servían tanto para ocultar objetos como de arnés. Se sintió satisfecho, desde la muerte de Heather no había trasteado con el cuero de aquella manera. Se puso sus botas y eligió una capucha ligera que lo protegería de la arena se ciñó los cinturones y los escondió bajo una faja negra, colgó a Sangre y Plata y subió a comer. La niña había desaparecido, sólo estaban el Guardián Serpentino y él. Comió, se despidió y, enrollándose la kufiya en torno a la cabeza se dedicó a deambular por la ciudad. Lo primero que hizo fue encontrar un callejó cercando desde el que poder subir a los tejados, y allí, lejos de las miradas de la gente, se dedicó a buscar la ruta más rápida hasta el palacio, y hasta el puerto. Deambuló por los tejados del puerto y allí perdió la tarde.

No estaría bien decir que perdió la tarde, ya que encontró dos cosas importantes. La primera, un puesto de pescado de un importante comerciante, en el que se vendía pescado podrido; y la segunda, la taberna La Serpiente Coja. Dos jarras de cerveza y una partida perdida a los dados, adrede, por supuesto; le corroboraron las sospechas sobre el importante comerciante, y un par de borrachos, Illys y Otis le alegraron la noche contándole toda clase de chismes. Salió de allí con menos plata de la que había entrado, pero con dos noticias suculentas que contar a su maestra, ahora faltaba la gran proeza...




Era la hora del lobo cuando por fin alcanzó la balconada. Le había costado entrar, y encontrar un lugar desde el que descolgarse, pero merecía la pena. Jamás habría imaginado que la Encantadora de Serpientes dormía sola, sin amantes, y mucho menos, sin ropa. Se quedó en el balcón, observándola. Pronto amanecería, y no tenía mucho tiempo. Aquel golpe de efecto debía de realizarse rápido. Atravesó las cortinas que ocultaban la habitación y sin hacer el menor ruido, cual sombra nocturna, se deslizó hacia su cama. Sacó la nota de entre sus compartimentos secretos y en ese momento la vio. Las vio. De un salto se alejó de la cama, pero ya era tarde. Tres, cuatro serpientes blancas aparecieron como por arte de magia de entre las sábanas.
-¡Mierda!- se dijo. "Tenían que ser serpientes", se dijo. Al menos no ladrarían, y no despertarían a Sarella. O eso creyó, pues lo primero que vio al alzar la vista fue el rostro de la joven al despertarse.- ¡Espera! ¡No llames a la guardia!- dijo en un grito ahogado.- ¡Soy yo! ¡Mierda!- añadió dando otro salto para alejarse de las serpientes. De una ágil y silenciosa zancada desapareció de la vista de la Princesa y volvió a aparecer tras las cortinas, en el balcón, donde, a la luz de la luna, y con la capucha caída, se podía ver su rostro, en un ictus de tensión.- ¡Por el amor de los dioses antiguos y nuevos!
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Mensaje por Sarella Martell Jue Mayo 23, 2013 11:55 am

Hacía ya horas que había anochecido, y seguía repasando cuentas y más cuentas. Desde la vuelta de Maron todo habían sido reuniones para intentar reparar lo que la guerra había roto. La parte diplomática le había tocado a ella, y esta no solo consistía en asistir a los civiles que se habían visto perjudicados por las peleas de los señores, sino en hacer números, muchos números.

Las horas se le pasaban como si fueran minutos entre pergaminos. En cambio, paradojicamente, los días pasaban como meses, y los meses, como años. Miró a la puerta y le pareció que hacía siglos que vio a Olyvar salir por la misma, con su casco puesto. "Estás más guapo sin casco", le dijo. Qué tontería... De haber sabido que sería la última frase que...

Al volver a bajar la vista hacia los pergaminos, vio a Dragón siseando entre ellos. Cada día estaba más grande y bonita. Le había puesto ese nombre en honor a su sobrino Baelor, quien se la regaló. Baelor... ¿qué habría sido de él? ¿Y por qué no se pensaría mejor el nombre? Podría haberle puesto cualquier otro por él, pero Dragón... No había nada que en ese momento odiara más que los dragones. Bueno, sí: Los pulpos. Los malditos pulpos. Y Poniente entero.

Tú también estás cansada, ¿verdad? Le dijo, aunque no esperaba más que un siseo por respuesta. La acarició y se la colocó sobre un hombro. Hoy te vienes tú también conmigo. Normalmente solo dormía con Arena, pero de vez en cuando también se dejaba acompañar por Dragón, cuando percibía que ambas se sentían igual de solas. Miró por la ventana y se sorprendió al ver tanta oscuridad. Definitivamente, pensaba que era más temprano. Se quitó el batín de seda y se metió en la cama. Solía dormir desnuda porque se sentía mucho más cómoda: las sábanas eran suaves y frescas, y entre su cuerpo solo se enredaban sus adoradas serpientes, y no un grupo de telas. Además, tenía la manía de tapar su cuerpo con la sábana, lo cual no podría hacer si iba vestida si no quería morir de calor. Y sentir la suavidad de las serpientes paseándose por su espalda la ayudaba a conciliar el sueño.

Estaba tan cansada que no recordaba ni haberse acostado. Todo era paz cuando...

¡BRUMRRUM!

El ruido la sacó de sus ensoñaciones. Pero antes de abrir los ojos, oyó una voz... ¿¿Oyó una voz?? Abrió súbitamente los ojos y pegó un respingo, ahogando un grito y tapándose rápidamente su cuerpo con la sábana mientras se encogía contra la pared. Justo cuando se disponía a echar mano de la daga, la cual normalmente llevaba atada al muslo pero la dejaba en la mesita de noche para dormir, y de llamar a gritos a los guardias, se percató de que la figura apenas estaba bailando para esquivar a las serpientes. Era un tanto ridículo. Era...

¿Sean? ¿Pero qué narices hacía allí? ¿Por dónde había entrado? Todavía tenía la mente medio abotargada y confusa, hacía apenas medio minuto estaba profundamente dormida. Ver a un mercenario corpulento montando tal escándalo por un par de serpientes era tan cómico que por un momento temió tener que llevarse la mano a la boca para disimular la risa. Pero la jocosidad se mezcló con el enfado por haberla despertado de esa forma, por lo que se la llevó a la frente. Si no lo veía, no lo creía. Solo son dos. Dijo medio con un suspiro de desesperación. Si no paraba aquel jaleo, sí que vendrían los guardias, y ya no le interesaba que esto ocurriese. Si llegaba a oídos de Maron que estaba en plena noche desnuda con un desconocido, no sabría decir qué cabeza rodaría primero. Oh, por Los Siete. Se levantó, rodeando su cuerpo con la sábana, y cogió del suelo a Arena con la mano que le quedaba libre y la puso junto a Dragón, que seguía en su cama.

Mientras seguía arreglándose la sábana para que se vieran el menor número de partes de su cuerpo posible, dijo en voz baja, aunque no por eso menos imperativa. ¿Entras por mi balcón mientras duermo, en palacio, a riesgo de que te descubran, y te quedas aquí plantado aun viendo que estoy desnuda? No, espera, no respondas. Se dirigió hacia Sean, tratando de no tropezar con la sábana, y le soltó una bofetada. Esperó a que se recompusiera y añadió. Ahora sí, ¿qué haces aquí?
Sarella Martell
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Mensaje por Sean Tormenta Jue Mayo 23, 2013 4:57 pm

Habría preferido perros, incluso lobos huargo, antes que serpientes. No se había recuperado aún del shock de los reptiles cuando Sarella le cruzó la cara de una bofetada.
-Desde luego esto era más fácil cuando eran mercaderes y no princesas- se dijo frotándose la mejilla donde le había golpeado,- tengo noticias para ti. Uno de los vendedores de pescado está defraudando a los compradores, su pescado está podrido.- La miró a los ojos tenía fuego en la mirada. Sean no sonrió.- Y además está esa otra cosa de Maron. No sé si te lo habrá contado, te lo he resumido en esta nota- dijo tendiéndole el pergamino doblado con su estilizada escritura en él.- Bueno, a grosso modo te diré que quiere que finja un secuestro de una joven noble. Al parecer ella está enterada, así que no será demasiado arriesgado- se encogió de hombros,- una vez que salgamos de las Marcas, claro. Espero que no me eches de menos.
Se volvió, alcanzó la cuerda que había dejado enganchada de un saliente en el piso de arriba y tirando del cabo adecuado la desanudó. Luego tiró la cuerda hacia abajo, hacia el tejado y la aseguró en la balconada. Mientras la princesa leía la nota se ató la cuerda a su nuevo arnés y entonces volvió a mirar a su maestra.
-Eres la Encantadora de Serpientes- dijo al fin,- ahora lo entiendo. He conocido a tu Guardián en el Nido de Serpientes, y me ha parecido ver a otra de tus serpientes por allí. Si soy una serpiente más, que lo soy- asintió, su rostro quedaba parcialmente iluminado por la plateada luz lunar y se revelaba real, sincero y severo. Ya no había máscara alguna, las sonrisas habían desaparecido y sólo quedaban sus ojos azul zafiro y su mirada afilada;- y si he de venir, que lo haré, será de noche. Nadie me conocerá en palacio, al menos no como tu confidente, no como tu espía. Seré la peor de tus serpientes. Tu hermano me pagará mis servicios en oro, en montones de oro. Y tú también, algún día- añadió con un gesto leve de su cabeza.- Pero desde hoy y hasta el día en que me liberes de tus servicios, sois mi maestra, la Encantadora de Serpientes. Mis informes te llegarán de noche, en notas- puso los ojos en blanco un segundo,- te los dejaré en la mesa, lejos de tus... amigas. Confiaréis en mí- le dijo, no era una sugerencia, ni un deseo. Era una afirmación.- Y yo confiaré en vos. Puede que conozcáis los venenos, las arenas y los entresijos de los dornienses. Pero en los juegos de las sombras sois aún una niña. Allá afuera hay una guerra, aunque ya no haya ejércitos en los campos de batalla. Ahora es el momento de la guerra en las sombras- le acarició la mejilla mientras inspiraba lentamente.- Tenéis suerte, me tenéis a mí.

Lo que hizo a continuación fue un mero impulso, de haberlo pensado no lo habría hecho jamás. La agarró de la cintura y la atrajo hacia sí besándola con ímpetu. En una fracción de segundo cientos de pensamientos pasaron por su cabeza. La imaginó abriendo los labios y haciendo de aquel beso un beso memorable. Desde la invención del beso han habido cinco besos calificados como los más apasionados y los más puros. Aquel beso los habría dejado a todos atrás. Pero sólo fue su imaginación. Al final de aquella fracción de segundo, Sean se separó, esquivó otra bofetada y sonrió.
-Adiós princesa- dijo y se dejó caer balcón abajo, perdiéndose en las sombras. Un segundo más tarde, tiró del cabo adecuado y la cuerda se desanudó y alzando la vista al cielo, no vio más que oscuridad en el balcón. Sonrió, "pisas arenas movedizas" se dijo, "arenas movedizas plagadas de serpientes". Un escalofrío le recorrió el espinazo y volvió a sonreír, cual niño tras hacer una travesura. Y corrió, corrió por los tejados del Palacio Antiguo, corrió hasta la Tercera Muralla y de allí a un tejado cercano, y siguió corriendo mientras la noche dorniense se acababa y la hora del lobo dejaba paso al ahora del gallo y el negro del cielo se volvía gris rojizo en el quebrado horizonte de las Montañas Rojas.
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Mensaje por Sarella Martell Vie Mayo 24, 2013 8:35 am

Bufó. Mañana haré una inspección entre los mercaderes yo misma. Puso cara de escepticismo. ¿En serio os plantáis aquí de esta forma para decirme que hay un hombre vendiendo pescado podrido? Podría habérselo dicho en cualquier momento. O había algo más urgente que eso, o el señor Tormenta había buscado la primera excusa que se le había ocurrido para colarse en su alcoba. Como fuera la segunda... ¿Quién se había creído?

Pero era la primera. Oh, Maron. Presentía que lo que venía a continuación iba a darle dolor de cabeza. Cogió la nota y oyó lo que el hombre le decía mientras la abría. ¿Cómo? ¿Un secuestro? Definitivamente, la guerra había terminado de trastornar a su hermano mayor. Pero... Aunque parecía que su voz era un mero sonido de fondo, captó la bromita. Sí, moriré de pena en vuestra ausencia. Respondió ácidamente.

Pasó la vista a toda velocidad por la nota. Pero solo vio palabras sueltas. "Recoger... Sana y salva... Nadie os podrá ver... Por las Marcas... Lady Tyrell... Lady Tyrell..." ¿Lady Tyrell? No... pero... ¿en qué...? "¿En qué narices está pensando mi hermano, por los dioses? Estos hermanos míos... me van a matar..." Se llevó la mano a la frente. A ver, no... no podéis hacer esto... esto... es una locura, no podéis... Pero Sean ya se estaba ocupando de disponer la cuerda de la mejor forma posible para volver a descender. "¿Ya se va? ¿Así, sin más?" Emmm ¿Sean? Esto es una locura... Daba igual. Era inútil. Estaba demasiado concentrado en sus cuerdas como para hacerle caso.

Pero entonces, se volvió hacia ella para hablarle. "Maise..." La otra serpiente, como él la llamaba, solo podía ser ella. Acto seguido, empezó a soltar una retahíla que hizo a Sarella poner cara de desconcierto. Ah, ahora resulta que entráis aquí en mitad de la noche mientras duermo y también vais a poner las directrices vos, ¿no? Como bien decís, soy YO quien os ha contratado, así que no pienso tolerar que. Y entonces, la besó. Todo fue tan sumamente rápido que apenas pudo reaccionar. De haberle dado tiempo... De haberle dado tiempo, ¿qué? La tenía fuertemente agarrada por la cintura, y el movimiento casi la hace soltar la sábana que la rodeaba. Se quedó sin respiración. Notaba su pecho bajo la sábana presionado contra el de su misterioso... ¿Ayudante? Estuvo a punto de perder la noción de lo que estaba pasando y responder... Pero su orgullo se lo impidió. Se apartó y fue a darle otra bofetada, esta vez con más fuerza, puesto que el atrevimiento había sido aún mayor. Pero esta vez, Sean fue más rápido que ella y la esquivó. Se remendó la sábana de nuevo contra el pecho con furia y lo miró con los ojos entrecerrados. Serás... Y entonces, se fue.

Se quedó mirando por el balcón como aquel hombre desaparecía en la noche, sin dar crédito aún a lo que había pasado. Permaneció un buen rato con la mirada perdida en la oscuridad, dando vueltas a la nota entre sus manos, con la mente en blanco.

"Maldito sea..."
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