Yo soy de aquel tipo de fuego que prende las olas (Libre)

El sol había desaparecido en un atardecer rojizo que había teñido la costa de Pyke. Constance lo había observado con atención sentada sobre una roca junto a Illham. Él tocaba la flauta con sus hábiles dedos, como si le estuviera hablando. Ella, mientras, cantaba unas pocas frases que iban saliendo directo desde su boca hacia el aire expandiéndose con la brisa marina por todo el lugar.


Aquella misma canción repetida esta vez en una taberna era la que Constance cantaba. Dando vueltas en el lugar, con una jarra de cerveza en la mano, mientras iba de ahí a por allá, escuchando pedazos de conversaciones y pidiendo monedas con la mano libre. Sonreí y daba pequeños pasos de baile. Su vestido, jirones de telas coleccionadas por el mundo, danzaba junto a ella mientras interpretaba aquella canción que había inventado hace sólo unas horas mirando la orillas de Pyke y los barcos que se alejaban rumbo a una nueva aventura.

Canto de otoño, como era conocida en el mundo artístico, había llegado a Pyke en un pequeño barco. Illham lo había conseguido haciendo quizás qué trato con el capitán, y ambos habían tomado sus pocas pertenencias para pisar aquellas peligrosas islas. Constance había oído de las Islas de hierro toda su vida. Desde que vagara sola a los siete años siempre había escuchado hablar de los piratas como lo más malo de Poniente entero. Sin embargo, estando ahí, podía ver un cierto encanto. El agua era pura y cristalina desde donde se le mirase. El mar parecía comérselo todo y en ello se explicaba su Dios Ahogada. No había diplomacia ni sonrisas falsas, sino verdad de tomo y lomo en cada palabra que salía de sus bocas. Sí, había que andar con cuidado, o al menos eso había escuchado decir en el barco hacia ahí, pero en cuidarse no había emoción. ¿Dónde si no quedaba la aventura?.

Su mirada se cruzó con la de Illham que le señalaba que saldría de ahí un momento. Algo tenía que hacer, de seguro lo referente al encargo que el dueño del barco le había solicitado. Sin conocer a nadie la trovadora detuvo su cantar en la última frase y fue dando saltos pequeños hasta la barra. Un hombre corpulento la observó y ella le sonrió antes de tomar un poco de cerveza-. ¿No suelen haber mujeres por aquí?- preguntó girando el rostro para ver que no había otra mujer en la taberna que ella. El hombre la miró y le sonrió dando a conocer una dentadura donde faltaba un diente-. Ahí viene entrando una- anunció, y Constance se giró para ver a la única otra fémina que entraba por la puerta.

Una voz masculina hizo eco y la mirada de Constance se encontró con la figura de un joven isleño. Lo primero que pudo ver fue el hacha que su mano acariciaba y lo segundo los símbolos de fe que pudo reconocer como los del Dios Ahogado, una de las tantas curiosidades de aquel lugar del mundo, su propio Dios. El tabernero refunfuñó. Su gesto pareció cansado de pronto aunque con aquella barba poco se podía decir de su expresión facial, y masculló entre dientes-. El loco....- mientras se hacía ver entre la multitud para responder con una torcida sonrisa-. Hombre, que mandé a una de las putas a traer algo, pensé que sería ella- dijo sin más intentando calmar cualquier reacción apresurada del hombre que había entrado con sus acompañantes. Constance entonces escuchó las segunda pregunta del recién llegado y no tuvo duda alguna de que se refería a ella. De pie frente al taburete su mirada se dirigió del todo a él. "El loco..." pensó para de pronto hacer una relación que le robó una sonrisa. Sabía que habían muchos dementes en esas islas, pero Loco había uno solo, uno que era conocido por sus ataques de ira que brotaban de la nada, cual flor crecía en el Dominio, y por una peculiar forma de ser. El loco era una de esas personas de las que se debía salir corriendo, o al menos eso contaban las historias. Una isleña que había conocido hace un tiempo le contó que compartiendo cama con él despertó escuchando los gritos del joven Greyjoy. Que nunca en su vida había escuchado gritos más aterradores que los que ese hombre había expulsado de su garganta a mitad de la noche, y que sin siquiera pensarlo ella salió corriendo desnuda de sus aposentos sin importarle que medio Pyke la viera en cueros con tal de escapar. El loco... otra curiosidad de la Isla.

- ¿Trabajo?- preguntó el tabernero y miró a la pelirroja por un momento-. Contratado sólo están estas dos ratas- dijo empujando a dos chicos que eran los encargados de repartir las copas que la gente pedía-. Los demás son libres de ir y venir- explicó sin más observando a quien había preguntado para luego servir una jarra de cerveza, la cual pasó a uno de los chicos para que se las llevara al peligroso hombre que todos parecían temer. Entre tanto, Constance se perdió entre la gente por un instante, avanzando a paso suave por la taberna hasta llegar cerca de la entrada. Observó al Loco de costado y tomó la cerveza que el chico había llevado en una bandeja para hacerse de ella y así entregársela a Axel Greyjoy deteniéndose bajo su mirada-. Mucho se cuenta de vos y he de preguntarme cuántas cosas son cuentos y cuantas otras son verdad, excelencia- comentó con una sonrisa y observando sus ojos. Ahí vio, sin duda alguna, el brillo de la locura, un brillo que en pocos ojos había notado con tal claridad y que en ese momento brillaban más que el sol que hace sólo unas horas se había escondido por el horizonte.

Tensión. Sí, ese era el sentimiento que parecía embargar la taberna en el momento que el Greyjoy había cruzado la puerta. Discordia por todos lados era lo que traía su presencia, y para Constance no pasó desapercibida ninguna de las miradas de miedo que habían centellado en los rudos hombres de hierro que ahí estaban. Una pareja osó ponerse de pie con la idea de abandonar el lugar, probablemente conocedores de lo que la presencia de loco podía significar; sin embargo, y ante una palabra de reproche, prontamente tomaron asiento nuevamente sin decir ni réplica como si el Ahogado mismo hubiese emergido desde las profundidades del agua a darles tal orden. Era impresionante.

La mano de la trovadora entregó la cerveza al causante de aquel tirante sentimiento y le sonrió cuando sus ojos se quedaron en los suyos por el momento que bebía un trago de la bebida fermentada. Por el rabillo del ojo Constance notó una pequeña discordia que terminó en nada justo después de escuchar las palabras del Greyjoy. Hizo una corta reverencia inclinando su cabeza lo propio para que su cabello cayera a un lado, y respondió en un tono ligero-. Me han llamado en estas islas la Sirena arrebolada- respondió a aquel apodo dado en aquella misma taberna la última vez que había estado ahí hace ya unos tres años y un poco más-. Pero para el mundo en general me llamo Constance, la trovadora- explicó y acercó a sus labios la jarra de cerveza que había comprado antes de que la llegada del Greyjoy hiciera olvidar a todos que aquel lugar era para beber cerveza y conversas o pelear, según viniera el caso.

De atrás se escuchó un aplauso y de pronto una voz grito-. ¡Qué cante!-. Unos hombres de una mesa golpearon la misma con sus puños y exclamaron-. ¡Sí, que cante. Canta!- animados ya por la bebida y tratando de seguro de relajar el ambiente. La muchacha se volteó coqueta y miró de soslayo al Greyjoy elevando una ceja-. ¿Os gustaría oír una canción? Prometo no defraudaros...- preguntó. Dejó la jarra de su propia cerveza sobre una mesa, y se giró hacia él sacando de la bolsa que colgaba de la tela amarrada a su cintura dos castañuelas-. Será una canción sobre el mar....-comentó sonriendo y le guiñó un ojo divertida esperando el visto bueno del Greyjoy para darle rienda suelta a la canción que ya pululaba por su cabeza.

Asintió ante el gesto de aprobación del hombre de hierro y le hizo una pequeña reverencia antes de situarse en el centro de la taberna. El primer sonido que salió de sus labios llevó a que las voces de conversación se fueran apagando. Poco a poco la voz de Constance se elevó por el local captando la atención de aquellos que estaban ahí. La pelirroja se giró en su puesto y sus ojos se detuvieron en cada uno de los hombres, y al mismo tiempo en ninguno a la vez. Acostumbrada a cantar en sitios como aquellos inició un movimiento suave. Meciéndose en uno dos pasos como un navío tranquilo amarrado al muelle; pero, mientras su voz subía de tono, se comenzó a mover entre las mesas de un lado a otro. Danzaba con gracia y repartía miradas y gestos. Su mano se posaba de pronto en la nuca de un hombre de hierro para luego rozar el hombro de otro. Sutileza y un leve coqueteo. Diversión y sonrisas. Un hombre elevó una jarra de cerveza mientras ella pasaba a su lado y ella le realizó una reverencia de cortesía.

Entre canto y canto de pronto notó que algo no iba bien. Un golpeteo y una silla cayó al suelo cuando un hombre calvo y corpulento se ponía de pie. En su mano llevaba una daga que atravesó la mano de otro hombre que sostenía una cerveza, llevando a que la jarra terminara en el suelo echa añicos. Con aquello iniciaba la primera pelea de la noche en la taberna. De golpe los hombres se pusieron de pie entre gritos. El alcohol ayudaba a la confusión, y la trovadora corrió hacia la barra donde estaba el tabernero, quien veía todo aquello con un claro gesto de enojo, pues a nadie le gustaba que destruyeran su local. El hombre saltó tras la barra y fue con un gruñido donde los hombres que se agarraban a puños-. ¿Suele pasar ésto?- le preguntó Constance a uno de los chicos que atendía mientras rodeaba la barra y observaba todo con un gesto divertido. Podía imaginar una canción de taberna contando la historia de aquel lío. Desde donde estaba con los brazos cruzados sobre el pecho podía observar los dientes que volaban y un dedo que pareció saltar cual petardo por el aire hacia un vaso vacío sobre la barra-. Sí, casi todas las noches- comentó el chico mientras observaba todo con cierto relajo, como quien no ve más que lo habitual. La muchacha elevó su vista por las cabezas de hombres que se acumulaban en el centro del lugar y buscó a Loco... se preguntó si con ello vería a aquel hombre en acción.

No le costó a la trovadora ver cómo los Hombres de Hierro se atacaban unos a otros. En Poniente se solía ver ese rincón del mundo como un lugar salvaje, del todo incivilizado frente a lo que podía ser Occidente, Aguasdulces e incluso Invernalia, que también tenía algo bastante rural; mas, pudiendo observar aquel pleito no le costaba llegar a la conclusión que lo que sus ojos veían era la ley del más fuerte ejercida desde todo ángulo. La naturaleza había impuesto dicha ley desde el inicio de los tiempos, y era innegable que el mundo funcionaba así, aunque en otras partes quisieran esconderlo tras vestidos de corte y palabras elegantes. La ley del más fuerte explotaba frente a sus ojos con los gritos de los Isleños y el movimiento de las armas.

Sentada sobre la barra miró expectante lo que iba a suceder. Un suicida se acercó al Loco con la intención absurda de quizás matarlo. Aquel hombre tenía la cabeza nublada por el alcohol, aunque, por otro lado, de seguro el Loco tenía muchos más enemigos de los que se atrevían a decirlo en voz alta. Uno, dos, tres... o quizás cuántos más tajos se fueron dibujando en el cuerpo del hombre calvo. La sangre saltaba como tinta desbordante de una pluma. Fue retrocediendo hacia la barra, a solo unos metros de donde estaba la trovadora. La última mirada del isleño fue a clavarse a los ojos del Greyjoy que lo asesinaba en nombre de su Dios, y para nadie pasó desapercibido que aquella última mirada fue del más puro odio... de ese odio que asegura que volverá para vengarse, aunque tenga que caminar entre los muertos para lograr ese fin.

El cuerpo cayó al suelo y los siguientes movimientos y palabras del Greyjoy fueron dichas en el absoluto silencio de una batalla terminada. El dueño de la taberna volvía a su barra y mandaba a los niños a sacar el cuerpo y buscar los trapos para limpiar mientras todo lo demás quedaba con aquella calma que seguía a la tormenta. Entonces las palabras del hombre volvieron a resonar. La pelirroja escuchó mirándolo por un momento, y en la más absoluta tranquilidad asintió sin reproche alguno-. Si vienen por mí ya sabe dónde estaré- le dijo al tabernero guiñando un ojo, y sin mostrar más que una paz inquietante se acercó a quien había dado la orden e hizo una leve reverencia.

Salieron de la taberna con la noche caída sobre sus cabezas. Había mucho movimiento en las calles como si nadie de ahí durmiera siquiera cuando el manto oscuro cubría el cielo. En silencio y sin necesidad alguna de ser escoltada, Constance siguió a los hombres de Hierro mostrando una máscara de paz absoluta. Su mirada astuta recorrió las calles en busca de Ilham, pero sin verlo por ninguna parte sabía que lo mejor era llevar la fiesta con tranquilidad. No mostraba nervios ni temor, tampoco valentía ni arrogancia, sólo mostraba un estado efímero de calma dando pasos por los recovecos de Pyke hacia el puerto. Observó cuántos hombres eran y las armas que tenían. Uno a uno y de forma disimulada dio con una que otra daga, espadas y el hacha que Axel Greyjoy tenía en el cinto de su pantalón. Ya en el puerto la trovadora dio un par de pasos más largos y se situó al lado del hombre que mandaba ese tropel. Antes de subir a barco alguno su mano se deslizó por un momento en el brazo del hombre que había ordenado su caminar hasta ahí, y en cuanto tuvo su atención hizo la pregunta cuya respuesta ya intuía-. ¿Cuál es vuestra intención?- clara y precisa, su mirada buscó en el perfil que él le mostraba sus ojos para quizás poder leer en ellos lo que él no le fuera a decir.

Por unos momentos la Petirrojo se imaginó un tipo de respuesta muy diferente a la que recibió. Observó la sonrisa del Greyjoy algo pasmada como si nunca antes hubiese visto sonreír a persona alguna. Curiosa ante aquello aceptó la mano que él le estiró para subir al barco, y aunque no tenía ni la menor idea hacia dónde pretendía navegar la intriga la llevó a dar un gracioso salto y observar desde la cubierta cómo los pocos hombres se comenzaban a replegar.

"Trabajo eficiente" pensó la trovadora pudiendo ver que cada hombre tenía claro qué debía hacer en ese lugar. Sin palabras ni órdenes se movieron y fueron encendiendo las antorchas y brindando una claridad nueva, mística incluso, a aquel barco cuyo nombre sabía a ironía. Lentamente, como si se deslizara sobre el suelo de madera, la mujer avanzó observando los detalles de aquel navío. Imponía, sin duda alguno, y a la vez tenía aquellas heridas de guerra que hacían ver que muchas veces más que sólo un pedazo de madera era un hogar.

Axel Greyjoy se detuvo y observó algo inquieta el cuchillo que sacó. Su mirada estaba posada en la superficie de la proa y mientras hablaba se oía el sonido de la almeja despegándose del navío para caer al mar. Apoyada de espalda a la baranda Constance aspiró el aire marino con una sonrisa en sus labios y ladeó su rostro para observar el de aquel hombre que a todas vistas, o al menos para ella, era del todo curioso-. Los hombres suelen temer antes que pensar, excelencia- dijo con un brillo en sus ojos. Ahora en la Sonrisa de hierro el excelencia venía como dedo al dedal-. Además no es secreto para nadie que vos deberíais ser el próximo Rey- comentó llevando una mano a su cabello que parecía mecerse con el baile de la brisa marina. Con las antorchas encendidas las sombras se alargaban por el rostro del Greyjoy dándole aquel aspecto misterioso que debía ser el mayor temor de muchas personas. La crueldad de aquel hombre era conocida, comentada de boca en boca, y sin embargo, así mismo se comentaba sobre su inteligencia y estrategia y el valor de su fe-. Los rumores de todos los reinos pregonan aquello...- una sonrisa enigmática se posó en sus labios-... ni vuestro primo ni vuestra prima deberían quedarse con aquel título, sino vos, vos habéis nacido para aquello- concluyó con seguridad fijando sus ojos oscuros en él mientras su mano acariciaba la madera del barco con delicadeza sintiendo el movimiento del mar bajo sus pies.

Tomó la almeja con sus dedos y la llevó a su boca sintiendo la sal en la lengua al tragarla. Viscosa, esa era la mejor definición para aquel alimento que traía el mar. La mirada del Greyjoy hablaba de meditación y de atención. Al parecer estaba oyendo sus palabras mientras el viento agitaba las velas que se habían expandido al ser desatadas. Por un momento sus ojos estaban entrecerrados quizás perdido en sus propios pensamientos, y luego aquellos mismos ojos se posaron en ella y se quedaron mirando en silencio sin mediar el zumbido de la brisa ni los ecos de las voces que parecían cada vez más distantes mientras se alejaban de la orilla.

Constance escuchó su pregunta y devolvió su sonrisa con otra-. Todos lo saben, todos lo dicen, en posadas y tabernas.... incluso en lo solitario de sus casas- dijo sin quitarle la mirada por unos momentos. La trovadora se volteó para darle su rostro al mar. Sus ojos se perdieron en el agua y en la luna que brillaba como una luciérnaga enorme en el firmamento-. Vuestro primo parece creer que gobernar es mujeres y placeres y que con un grito todo cobrará solución- sus manos se posaran en la baranda y se afirmó a ella mientras se ponía de puntillas-... vuestra prima tiene el carácter, pero nació mujer, y según se cuenta también cae con facilidad en el placer de la carne- comentó ladeando su rostro para ver el perfil del Greyjoy iluminado por el matiz plata del astro nocturno-. Y no parece probable que los hijos del Hierro admitan que un niño mitad dragón llegue a imponerse como rey, ¿no?- preguntó de forma retórica conociendo la respuesta a esa interrogante. Harrald era temido y odiado por igual, mas aquello no parecía un reflejo de lo que sentía por su descendencia, menos por aquel crío que portaba sangre Targaryen en sus venas.

Un suspiro y la mujer volvió a poner ambos pies en el piso del todo. Sonrió y su mirada se posó una vez más en el mar que tanto fascinaba a aquellos hombres que vivían por y para el por todo lo que les había regalado-. Vos en cambio...- dijo en un susurro. Su mano buscó el brazo del Greyjoy aún sin mirarlo y finalmente giró su rostro para encontrarse con él y con delicadeza elevó su mano hasta posarla con a penas un roce en el mentón del hombre que la miraba-... vos tenéis la dureza del hierro y la inteligencia de un estratega. La fuerza de la juventud y la sabiduría de un elegido- sonrió bajando su mano para dejarla sobre la baranda. Sus dedos se abrazaron de la madera-. Sois llamado a ser el nuevo rey, y es por ello que todo Pyke os teme- confesó con complicidad olvidando que estaban navegando por el mar y no en tierra firme. Ya no sentía siquiera el vaivén de las olas-. El hombre teme cuando ve la grandeza en los ojos de otro. Y vos reflejáis grandeza en su máxima expresión- y sonrió sin una pizca de duda en su mirada, como si no hubiese verdad más absoluta que aquella que salía de sus labios en ese momento. Quien la escuchara no podría más que asentir sabiendo que no mentía. Que la verdad había sido dicha y que el mar lo aprobaba prosiguiendo su danza de marea que parecía del todo perpetua.

En el silencio musical que brindaban las olas golpeando el navío la mujer escuchó lo que el capitán de aquel barco tenía por decir entendiendo un poco más con cada una de sus palabras la lógica tan única y extraña de las islas de hierro. Con su mano sobre la baranda y su cuerpo girado para observar al Greyjoy no se fijó en el movimiento de la mano de éste hasta que la tuvo sobre la suya. Abrió un poco más los ojos, quizás algo extrañada, y percibió la calidez de esa mano que hace sólo unos momentos había matado como si no fuera capaz de tener calidez alguna.

- Vos ya habéis visto el futuro. Lo sabéis- dijo inclinándose un poco hacia él-. Vos habéis visto lo mismo que yo he visto en vuestros ojos- una sonrisa se dibujó en sus labios mientras acortaba la distancia para acercarse tentativamente al oído del Greyjoy. Desde ahí su voz salía como un susurro para que nadie la pudiera oír, salvo ella y el Ahogado que estaba en todas partes-. Y yo... yo seré vuestros ojos donde no podáis llevar los vuestros- su mano libre se posó en el hombro de él para no perder el equilibrio sintiendo la musculatura de él bajo sus dedos-. Vuestros oídos donde sólo alguien sin nombre ni apellido como yo pueda escuchar- se alejó un palmo de él y observó sus ojos brillantes en la noche clara-. Vuestra lengua donde vuestras palabras tengan que parecer susurros...- sonrió por un momento y la mano que él tenía apresada se entrelazó a sus dedos acariciando su piel con el pulgar-. Dejadme ser vuestra sombra, Rey de Hierro, y haré que vuestro nombre resuene en cada recoveco de estas islas y de Poniente entero. Nadie dudará que quien ha nacido para gobernar sois vos. Y aunque ahora parezca que sólo contáis con el Dios Ahogado, ya veréis que pronto contaréis con más hombres de los que pueda contar persona alguna- complicidad, un fulgor de grandeza, una estrella más brillantes que las otras explotó en el cielo y Constance, que por un momento observó el firmamento tras el rostro de Axel Greyjoy vio eso como una señal-... la grandeza es temida pero siempre respetada, y sobretodo siempre seguida-.

Una risa se escapó de los labios del Greyjoy y la mujer se quedó absorta de ella, de su claridad, de la juventud del trinar de aquella risa que aligeraba la tensión del mar y de las olas que explotaban en la nave y disparaba gotas de agua de vuelta. Un sueño, algo tan íntimo y profundo como un sueño... los ojos de Constance estaban posados en el rostro del Greyjoy pudiendo ver en ellos mucho más de lo que había visto en tierra firme. El mar mostraba las cosas de forma distinta, sorpresiva y mágicamente diferentes.

Entonces siguió su mirada desviarse a sus manos. Sus inquietudes sobre quién era ella, su origen. Y finalmente una frase que la dejó sin habla por un instante zambullida en los ojos del hombre que estaba a su lado. Le regaló una sonrisa y sus dedos se escabulleron hacia la nuca del Greyjoy enredándose en su cabello con facilidad. Sintió la tensión del contacto y abrió los labios para responder-. Vengo hacia vos e iré hacia donde tenga que ir para ayudaros- confesó sobre el murmullo de las aguas-. He recorrido todo Poniente y he escuchado más cosas de las que se deberían escuchar. No es primera vez que estoy en Pyke, y no será la última que regrese- se quedó en su mirada expectante por un momento y notó el viento suave que los separaba. La brisa que mecía su vestido y enfriaba la calidez de su piel-. Algo me trajo a vos para que vuestro Reinado surja desde las sombras hacia la mayor de las grandezas. Vos tenéis la luz y yo sólo he venido a encenderla...-. En un movimiento suave separó su mano de la de él y rodeó con ambos brazos el cuello de aquel que podía asesinar a sangre fría y luego reír con tal claridad en medio del mar-. En cuanto a un heredero...- continuó deslizándose para quedar del todo frente a él con su cuerpo entre la baranda y el hombre a cuyo cuello se abrazaba. Desde ahí podía sentir el viento acariciar su espalda y mover su cabello como olas de fuego sobre el agua-... todo gran Rey tiene un heredero digno de sucederle, y vos lo tendréis...- le sonrió-, no dudéis de ello porque lo he visto. Lo veo en vuestros ojos. En el futuro que resplandece en ellos- en un instante de silencio su rostro se inclinó hacia el de él y se acercó a su oído para murmurar en el más dulce tono usado-. Y sólo vos sabéis cuál es el mejor momento para que ello ocurra- afirmó sin dudar de lo que decía sintiendo en el cuerpo del Greyjoy el aroma a sal, a mar, a hierro y a voluntad, pues si algo tenía aquel hombre era voluntad de seguir la causa para la cual había nacido. Nadie podría dudar aquello.

Notó sin dificultad como la respiración del Greyjoy se aceleraba. Sintió la mano posarse sobre el faldón de su vestido a la altura de su cadera y lo escuchó hablar con tal seguridad en su voz que Constance no dudaba que él creía cada una de sus palabras. Una mano de ella acariciaba aquellos cabellos que hablaban de olas y agua salada. Mirada a mirada, notó que él se iba acercando. La palabra heredero revoloteó por alguna parte de su oído, pero estaba más concentrada en aquellos ojos con visos de locura que tanto miedo habían causado en la taberna. Su cuerpo se apegó del todo a la baranda y tras aquel pedazo de madera sólo quedaba el mar extenso e infinito donde, si cayera, probablemente nunca sería encontrada. No supo porqué, pero sonrió, probablemente por la adrenalina. Era peligroso, sabía que era peligroso besar a aquel hombre del cual tantas historias se contaban... ¿pero cuándo el peligro la había detenido a ella?. Nunca... aquel era el precio de la curiosidad.

Acompañando el impulso de la proximidad de él se empinó en sus puntillas y besó aquellos labios donde se colaba el dejo del gusto a cerveza y sal. Cerró los ojos y notó la emoción de tentar el destino, la súbita adrenalina mareándola y envolviéndola como un manto, lo prohibido para toda mujer del continente que veía en los isleños algo parecido a un monstruo. Sus brazos estaban ya enredados en el cuello de él, y su cuerpo, delgado como una espiga, apegado del todo al del Greyjoy que la había llevado a ese barco con quizás aquellas mismas intenciones. Abrió su boca a la de él y percibió el aroma de aquel hombre de hierro que ya había recorrido todas las costas. Era el aroma peculiar de esas islas y ese mar que parecía marcar su nacimiento y su muerte sobre aquella marea. Sin dejar de besarlo palpó a ojos cerrados y bajó una de sus manos tentativamente hacia la camisa sobre su pecho. En aquel movimiento pudo notar bajo la tela unas cicatrices de las cuales había oído cuando le contaron sobre la toma de las islas Escudo. Sonrió en el beso y se alejó de esos labios sólo un momento para susurrar contra ellos con el aliento acelerado-. Llevadme a vuestro camastro- sus ojos brillaron y agregó en un último aliento-... Rey de hierro- con una sonrisa ladeada en sus labios antes de inclinarse para besar aquellos otros labios nuevamente y viendo cómo antes de cerrar los ojos las velas del navío que ondeaba sobre sus cabezas.

Ante sus palabras la trovadora elevó una ceja con una sonrisa divertida. ¿Debía acaso yacer con ese hombre a la vista de la luna y los otros piratas que andaban merodeando por el navío? Parecía un truco, uno que le brindaba intriga a aquella situación, alarma y curiosidad. Parecía ser la tentación del fuego dulcificado por el clamor de las olas, y aún así creía ver segundas intenciones.

Sin palabras inmediatas que decir fue silenciada siquiera de pensarlas por un brusco beso de parte del Greyjoy. Junto a ello pudo sentir cómo él hacía posesión de su cuerpo. Una de sus manos agarraba sus cabellos y la otra parecía indagar queriendo deshacerse de la tela del vestido que cubría las piernas de la trovadora. El agarre era firme, con cierta posesión que hacía lazo con el lema de aquellas Islas: tomarlo todo por la fuerza, sin pedirlo ni rogarlo, sino tomarlo a voluntad. Percibió sus manos y el contacto de aquellos dedos en su piel aproximándolo a él por las caderas. Un suave quejido se escapó de sus labios y abrió los ojos distanciando el beso con la mano que mantenía posada en el pecho del hombre.

- Debierais temer por el heredero que deseáis concebir- comentó buscando sus ojos en la cercanía en la que se hallaban. Su respiración se había acelerado y sus mejillas arrebolado un tanto frente al tacto de él sobre su cuerpo. Inclinándose hacia atrás apoyó la mano que los separaba en la baranda del navío y percibió la brisa fresca del mar acariciando su piel que poco a poco quedaba expuesta-. ¿Qué habéis visto, excelencia, que no me queréis mostrar? ¿Qué escondéis de mis conocimientos cuando yo os he dicho lo que he escuchado y visto por y para vos?- preguntó deslizando la mano que tenía en la nuca del pirata por su espalda e impulsándolo a él ahora a acercarse a ella contra la baranda, dejándolos tan al borde que cualquiera diría que se iban a lanzar al mar. Constance llevó sus labios al cuello del Greyjoy y mordió ligeramente aquel trozo de piel buscando el sabor del hierro. Entretanto elevaba una de sus piernas del suelo y la enredaba con cierta destreza en la cadera de quien ahora se transformaba prácticamente en su único apoyo entre el navío y el infinito charco que soportaba el barco-. ¿Por qué ahora....?- se escapó de sus labios al momento que soltaba los dientes y depositaba sobre la marca un beso húmedo y silencioso, abrumada por el mar, su armoniosa melodía y el hombre que tenía enredado en ella curiosa por conocer los recovecos que aún no podía ver en él.