El Desembarco del Rey [Libre]

- Han pasado muchos años desde que pisé por última vez las calles de la capital. No sé si conoceré alguna taberna donde alojarnos. – el maestro de armas hablaba con franqueza.  Esperaban llegar a Antigua, donde un mercader conocido de ser Brunn iba a alojarles al menos durante algunos días. La tormenta de tierras Baratheon había desviado su rumbo, y se encontraban en aquella ciudad como escupidos por un dios caprichoso.

Su viaje había acabado como una mala noche de borrachera.  No habían conseguido llegar donde deseaban, sus cuerpos se encontraban revueltos,  y sus mentes prestas a resaltar lo más desagradable de aquella mañana. La galera lysena, por lo demás, amarraba en los puertos de Desembarco con el aspecto destartalado de cualquier barco que acaba de sufrir una tempestad.

El joven Lannister observaba el trajín de los marineros desde el castillo de proa. No acababa de recoger sus pertenencias,  confuso por la llegada a la capital de Poniente. Sentía en su cuerpo la sensación de suciedad de aquel que acaba de experimentar una profunda decepción y no acaba de encajarla.  Incluso decepcionarse había sido  decepcionante, pues no había ocurrido de forma brusca, sino lentamente, como un resfriado en los últimos días de invierno.

Primero habían sido las murallas chatas y pobres de Desembarco las que habían derrumbado la imagen ideal de su cabeza. Las leyendas, canciones y cuentos de Poniente hablaban de grandes ciudades gobernadas por reyes poderosos, y él había imaginado la capital de los Siete Reinos como una majestuosa ciudad rojiza protegida por altos muros de piedra carmesí. Las líneas en su mente habían fugado demasiado alto, los colores brillado con otra intensidad, y los galeones del puerto descansado con más nobleza.

Después vinieron los olores y las primeras imágenes. Apostado en uno de los extremos de la cubierta, su mirada ávida había ido sustituyendo la imagen mental de las brillantes calles de Desembarco por la burda estampa plebeya que comenzaba a aparecer. No había balistas en los muros, ni las calles resultaban demasiado limpias conforme se acercaban al puerto. Algún incendio localizado levantaba humo alrededor del Paseo del Lodazal, y un fuerte olor a mercancía pasada invadía la Bahía del Aguasnegras. Cuando las figuras fueron distinguibles y pudo apreciar con mayor detalle formas y colores, los soldados de la Guardia le parecieron de un extraño aspecto pordiosero, con aquellos velos de malla que ocultaban su rostro como si se tratara de ladrones. No es que aquella ciudad fuera una ciudad a evitar, ni una ciudad maldita, ni una ciudad pobre y oscura. Era, sencillamente, una ciudad más que no llegaba a superar la nobleza de Volantis o la elegancia de Braavos. Un puerto grande y bien ubicado, pero aparentemente regido por las mismas leyes y hábitos que el resto de puertos del mundo que conocía.  

- Así que esto es Desembarco – comentó a ser Brunn, que junto al resto de hombres ya comenzaban a cargar sus pertenencias en las tres mulas que habían comprado en Lys.  El soldado asintió, y aquel gesto pareció despejar definitivamente la bruma de ensueño que los trovadores habían creado en la mente de Aidan. Sobreponiéndose al desencanto, y con la mano sobre su espada, colaboró con el resto de hombres en descargar las mercancías.  Cuando hubo acabado, buscó a su hermano.

- Tal vez nos sea útil un mapa en estas circunstancias. – su hermano había memorizado muchas veces el trazado de las ciudades a las que su padre les había llevado. Tal vez Desembarco fuera algo más grande y complicada de memorizar, pero estaba seguro de que Bane tendría algo preparado. – Yo buscaría una posada cerca del barrio noble, al menos por unos días. - El muchacho se rascó la barba mientras esperaba la respuesta de su hermano. Recién descendido de la rampa que conectaba el muelle con el barco, Aidan contemplaba la Puerta del Río. La estampa de los viajeros recién llegados, los bultos empacados y los mercenarios rodeándolos los retrataba con demasiada claridad como forasteros.

Si la hubiera traído hubiera sido sin duda un viaje mucho más interesante y placentero, pero no sería una buena idea presentarse ante buena parte de la sociedad de poniente con su amante, aunque había tratado de convencerlo con todas sus artes.
De todas maneras el viaje ya tomaba a su fin. Subió a cubierta y miró en lontananza, hacía la muralla y hacía el río. Dio la orden de subir su gallardete a lo más alto y que comunicara a las dos naves que le acompañaban que hicieran lo mismo. Los colores oro y sangre combinado con la plata celebrarían su llegada, la llegada del Lord Heredero.
Tenía pensado participar tanto en el torneo como en la pelea cuerpo a cuerpo, puede que fuera un buen punto para ganar el prestigio necesario para impedir que el consejo de regencia decidiera prolongar aún más su periodo de poder en su pueblo.

Bajó del barco y se encaminó hacía el barrio noble, su estatus no le permitiría estar entre los invitados a la fortaleza roja, otra cosa le sorprendería. La mayoría de sus hombres se quedaría en los barcos, pero el buscaría una buena posada en la que quedarse, poder refrescarse y dirigirse posteriormente para ver al resto de invitados. Disculpad Ser, ¿conocéis una buena posada?

La ciudad olía a mierda. En el fondo todas las grandes ciudades tenían el mismo olor, el hedor propio de la humanidad concentrada, la muestra más clara de incivilización. El ser humano se regodeaba de poder vivir en comunidad, pero en realidad, mientras mayor era la concentración de gente, más personas vivían en la inmundicia.

Bane había sido el primero en bajarse y se encontraba observando a las personas que paseaban por la ciudad. ¿Quién era toda esa gente y qué les habría traído a esta ciudad en vez de a otra? Había un montón de historias y si en vez de escucharlas, pudiera leerlas, las disfrutaría.

Al escuchar a su hermano se giró y comprobó como los hombres hacían el resto del trabajo duro, ya se habían acostumbrado a que Bane no hiciera nada, la experiencia les había enseñado que si no deseaban una urgencia médica lo mejor era no forzar la maquinaria del hermano pequeño.

- Los barrios más ricos son los de la colina de Visenya y los de Aegon. - señaló primero las torres del Gran Septo de Baelor y luego las de la Fortaleza Roja. - No existe un barrio noble tal cual, pero las posadas que los nobles de más baja estofa habitan se encuentra bajo la fortaleza, pero mi recomendación sería acercarnos al Gran Septo, allí habrá alojamientos lujosos y estaremos protegidos por los Hijos del Guerrero. En el otro lado... no sabemos que podría pasar.

Dicho esto se encaminó apoyado en un bastón hacia su objetivo, sabía que su hermano le haría caso. Si luego quería codearse con la sangre azul de Desembarco, tampoco estaría tan lejos para no disfrutarla.

El viaje colina arriba se le hizo pesado, y si no fuera por la poción que llevaba en una botellas posiblemente se hubiera quedado por el camino. Entonces vio el nombre de una posada que le hacía familiar, se paró a observarla cuando de repente una voz cortó sus pensamientos. Miró de reojo y vio como junto a su hermano había aparecido otro hombre que preguntaba por un lugar de descanso. Su interés por el hombre fue sustituidos por la posada. El Bardo Lunar. ¿Quién le habría puesto ese nombre?

Bane siempre tenía buenas ideas. Parecía que los dioses, cualesquiera que fuesen, habían desplazado toda la energía de su cuerpo a su cabeza, y mientras que cualquier esfuerzo físico le extenuaba,  su mente se mantenía lúcida día y noche.

- El Gran Septo estará bien, hermano. – durante el viaje había pensado mucho en la religión de los Siete, aquel elenco de ídolos a los que los ponienti habían decidido adorar hace años. – ¿pero crees que aceptarán nuestra presencia sin abrazar su culto? – a sus oídos habían llegado rumores de que los Siete habían ganado mucho poder especialmente en aquella ciudad. Los sacerdotes siempre aprovechaban las luchas de poder para declararse gobernantes del pueblo, y así tomar ellos mismos un pedazo del pastel. – había pensado en prestar mi espada al servicio de estos dioses, pero desconozco el verdadero poder de sus sacerdotes. R’hllor castigaría los votos del que no los profesa con sinceridad,  tal vez esto también sea un riesgo innecesario.

La llegada a la parte alta de la ciudad trajo la presencia de otro viajero junto a ellos. Era un hombre de estatura media, cabello y ojos oscuros. Sus colores eran azul y plata y lo señalaban como noble, pero Aidan no acertaba a distinguir su Casa–  No he velado las armas, buen hombre, no soy caballero ordenado. – ser Brunn le había advertido del tratamiento al que acostumbraban a procurarse los nobles entre sí, especialmente los de aquellas regiones que profesaban la religión de los Siete, pero también había sido advertido de confesar que no era un caballero ponienti. Resultaba curioso, a pesar de todo, que reconocieran la nobleza de su linaje, y Aidan miró a Bane por si él también lo había notado. – Y aunque no conocemos una posada, es probable que el anfitrión que buscamos pueda hospedar a otros viajeros. ¿Qué os trae por la capital?