Los primeros rayos de un sol de primavera [Escena Grupal]

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La “pequeña villa” tenía más de cuarenta habitaciones, no era lo que ella llamaría discreta, situada en un pequeño promontorio desde el ala oeste se podía ver el mar, seguro que el atardecer sería precioso. Las dos habitaciones principales de la casa estaban separadas por un pequeño salón que compartían. Eligió la de la derecha, más pequeña, y dejó la de la izquierda a su hermano, ya que tenía un pequeño despacho adosado. Ordenó a Gwen que se encargara de dar el visto bueno al servicio e instalara los cocineros que habían traído con ellos desde Desembarco.

En su habitación ya se encontraba su equipaje y supuso que, en la de su hermano, estaría el suyo. Cuando salió de un relajante baño, envuelta en un lienzo de lino, Gwen tenía dispuestos dos vestidos... rojo y azul, miró a su doncella ¿tu crees que será muy atrevido?, mientras pasaba dos dedos por la suave seda, rojo sangre... después de todo, tengo una reputación que mantener.

Sabía que el negro sería el color de su hermano... negro sobre rojo, sería perfecto. Puedes guardar el azul. Dejando caer el lino, tomó una bajoveste, amarillo pálido, de suave seda que se ajustaba perfectamente a su esbelta figura, le encantaba el tacto de ese tejido. La prenda se ceñía en los laterales sin dejar ni una arruga, abriéndose en un abanico de pliegues. La manga, estrecha, se adhirió a su brazo como una segunda piel, dejando los hombros al descubierto, sin necesidad de un escote exagerado.

El rojo sangre, matizado, sobre el amarillo pastel, Gwen a justó los lazos en la espalda... Ay... ay..., la fina seda cubrió el amarillo como la caricia de una pluma. La doncella, alzó la tela, sujetándola, disimétrica, con un alfiler en forma de dragón, las dos piezas y los dos colores se unieron. Los hombros se quedaron al descubierto, en forma de barco. Los cabellos trenzados con una cinta del mismo color, rojo oscuro, mezclados con sus cabellos dorados, con hebras de plata, dieron el toque final.

Un rubí depositado sobre su piel de porcelana, rojo oscuro, era la única joya. No era de gran tamaño, engarzado en oro blanco, discreto, como su atuendo, sin adornos... no era necesario, destacaría entre las damas, aunque los rumores que hablaban de un pacto con algún demonio para mantener su juventud, serían uno de los comentarios de la noche, como su relación con su medio hermano.

Shiera, tomó una capa del mismo color que la bajoveste, ocultando sus hombros, y la mayor parte del vestido, del cual sólo se apreciaba el combinado de rojo y amarillo, su vestido era un verdadero misterio.

En el patio de entrada, la guardia del Cuervo, esperaba, perfecta, solemne, junto a su hermano, imponente en su sobriedad, elegante en negro. Estás increíble..., no podría aspirar a mejor pareja, espero un baile que escandalice a la mitad del continente.

De la mano de su hermano, llegó a las salas que que daban entrada al gran salón del banquete, con la habitual ceremonia, y perfecto protocolo Bryn, como representantes oficiales de la Corona. Uno de los lacayos se acercó para tomar la capa de la señora, la mirada fría del cuervo le hizo pararse en seco, con la galantería propia de sus exquisitos modales, su hermano la ayudó con la capa, con lentitud desabrochó la fíbula que sujetaba la prenda, retirándola lentamente, musitando algunas palabras al oído de la mujer, tirando de su mano para ponerla en su antebrazo, sosteníndola con la otra mano. La bastarda se sonrojó levemente, en esos momentos las especulaciones, los rumores iban de oído en oído. Se acercó a su hermano, seguro que somos los protagonistas de la noche, ¡qué poca vergüenza! ¡cómo se atreven!

Sus ojos volaron hacia el fondo del salón, hacía años que no le veía, sonrió al mirar a su hermano mayor, al intercambiar sus miradas, presionó la mano de su hermano, Bryn, mira está nuestro hermano, vamos a saludarle. Se acercó al oído del Consejero, esperemos que seamos bien recibidos.

La presencia de tantas personas lo hacían sentirse ligeramente mareado, no sabía si el resto de su familia acudiría más tarde.Nunca se tenía nada seguro con el resto de los Lannister y cada uno parecían tener sus propios planes privados, era así desde que tenía uso de razón e incluso entre ellos últimamente las cosas estaban algo tensas. Dejó de observar al Baratheon y se centró en el resto de los invitados, a algunos les conocía de vista y a otros sólo de oídas. Tybolt continuó algo apartado hasta que los anfitriones expresaron con buenas palabras y suma cortesía el placer de tener a tantos personajes ilustres allí reunidos, tras ello él se retiró a la habitación asignada para descansar un poco del viaje.

Durmió varias horas y al despertar se sentía como nuevo, como aún faltaba para el banquete se dedicó a observar el mobiliario y tras pedir a sus dos sirvientes que preparasen un baño escogió las prendas más llamativas para la cena, un jubón dorado y un traje de terciopelo rojo, los colores de su emblema familiar. Estaba vistiéndose para presentarse tan orondo como un pavo real cuando unos golpes en su puerta le advirtieron que ya era la hora y aún con los largos cabellos rubios algo húmedos se dirigió al lugar destinado para el banquete.

*Banquete*

El lugar, el salón era una maravilla de fastuosidad y buen gusto dónde ya pululaban algunos de los invitados formando diversos grupos entre sí. Los sirvientes pasaban portando bandejas de plata con deliciosos manjares. No prestó mucha atención a nadie en particular y aquellas cenas solían aburrirle un poco ya que estaban llenas de cortesía y, según él, nadie decía verdaderamente lo que pensaba. Ni siquiera él, y esconder sus garras no era su mejor modus operandi pero intentaría armarse de paciencia y portarse como todo un gatito mimoso, a ver cuanto duraban sus buenas intenciones.

El camino desde la Roca iba a ser largo y agotador, y fue por eso por lo que Damon Lannister había decidido que la mejor manera de que la menor de sus hijos se trasladase en dirección hacia el sur sería una carroza tirada por caballos, rodeada, por supuesto, de su séquito de damas. Pero Sofia no estaba dispuesta a ello. Estaba acostumbrada a tragarse sus protestas, pero en aquella ocasión estaba convencida de su deseo de montar a Rubi y no cesó hasta conseguirlo. Aquel tira y afloja que la leona mantuvo con su padre fue la causante de retraso de Sofia, quien llegó a Antigua ya entrado el día.

Solamente tuvo la oportunidad de arreglarse un poco, retocarse el cabello y el vestido, antes de llegar al banquete, pues por falta de tiempo no le fue posible asistir a la ceremonia de recepción de los Hightower. Por primera vez, trató de no llamar la atención. Nunca llegaba tarde, la habían acostumbrado desde que era una cría a ser extremadamente puntual, y en aquella ocasión no lo había sido en absoluto.

Oteó la sala desde la puerta. Sabía que su hermano se encontraba allí, o al menos esa era su intención al partir hacia Antigua, pero entre tantos invitados la tarea de encontrarlo se le hacía especialmente difícil. Una dama de mediana edad la distrajo, saludándola con énfasis. Sofia no sabía quien era, pero fingió por cortesía hasta que localizó a Tybolt entre las mesas. Se excusó educadamente y fue a sentarse con él, sorprendida al encontrar al menor de los Targaryen junto a su hermano- Con permiso -dijo tomando asiento- Es un placer enontraros aquí, Maekar -sonrió- ¿Me he perdido mucho? -preguntó, mirando a ambos.

En medio del salón, hermosa como una sirena, se sentía anacrónica, fuera de lugar, ¡cómo se había dejado convencer! ¡Maldito capitán araña!, él se había quedado en las divertidas fiestas callejeras, y ella allí, ¡asqueroso hijo de ramera barata!, gruñó por lo bajo.

Incómoda pensaba como todas las damas podían llevar esos lazos, las miró, como iban y venían, coqueteando, en ese terreno no era su ámbito natural.

La Greyjoy dio un paso adelante, el vestido sonó rozando el suelo, la seda sonó frufru... frufu..., por un segundo pensó que se había rasgado por algún lado, tan ajustado estaba que podría estallar, pero ¡oh milagro de la naturaleza! No se había roto,¡no! no sonaba a ¡tris!, ¡no! Era, el frufru... frufu..., de su vestido al caminar. No obstante no pudo evitar mirar hacia el suelo... todo estaba en orden.

Desplazándose por el salón, estaba perdida, no sabía en que lugar situarse, todos parecían saber el lugar que ocuparían, ella era una princesa de las Islas, la única Lady, debería sentarse junto a los representantes de las grandes casas, pero nadie la identificaba.

El petulante hombrecillo vestido como un petimetre, con más lazos y volantes que la más barrocas damas, se acercó a la pirata con la sonrisa forzada de la más almibarada cortesana. My Lady, ¿acaso venís sola? ¿Necesitáis compañía? ¡Calma sirenita!, esto no es la cubierta de tu nave, ni le puedes destripar, el comentario murió en su garganta... quería decirle ¡maldito comepan!, apretó los puños, ante un baboso que quería mirar pos su escote, ignorando quien era la joven dama. Sus ojos pardo-verdosos se tornaron glaciares, como un témpano de hielo flotante en el mar del norte. La comisura de sus labios se arqueó, en ese momento, en su barco, su cabeza ya estaría rodando hacia la popa, mientras la golpeaban sus hombres.

No pudo resistirse, la cara de satisfacción de un gato que se comía un ratón iluminó su rostro, se acercó a su oído, con un cierto cinismo, suave, un claro susurro, nosotros no sembramos. La joven se retiró encantada al comprobar el efecto de sus palabras en el desencajado rostro del hombre, que buscaba a los inexistentes escoltas de la joven. La dama de hierro... ¡adoraba ser pirata!

Era maravillosa esa sensación de poder que le confería la fama violenta de los kraken. El miedo del caballero había aligerado la tensión del momento, se alejó casi trotando del noble, con su andar desgarbado, nada exquisito ¡Veamos si esos vinos son tan buenos como presumen! Si esta cosecha es digna de “adquirir”, se debe catar la mercancía. La voz de una joven la llamó la atención... Alzó una ceja.... ¿Nos conocemos, mi señora?

La música llenaba el ambiente con algo de júbilo entre cada nota, las canciones tristes del invierno comenzaban olvidarse y daban paso a algo más alegre, vivo incluso, los asistentes coreaban algunas canciones que conocían, incluso la rosa tarareaba algunas en su ir y venir, había saludado a tanta gente que se había perdido, había dejado de ver a sus padres un rato atrás pero le daba cierto sentimiento de gusto saber que estaban ahí, cosa que no podía decir de su hermano precisamente. Sus manos nunca habían dejado su copa, era una manía de protección que sus padres le habían inculcado, iba pensando en eso cuando saludó a la Greyjoy, de hecho. -No, la verdad creo que no, soy Rose, Rose Tyrell.- se presentó, efectuando una pequeña reverencia como correspondía.

Una vez anteriormente se había topado con un Greyjoy, el tiempo le parecía eterno así que vagamente lo recordaba, pero siempre había algo interesante sobre ellos y eso era algo que Rose no podía negar, eran tan libres que esa sensación parecía transmitirse en su presencia, quizá era una locura, pero ella tenía cierta curiosidad ante ellos. -¿Es de su agrado el banquete? Hace rato vi que alguien se le acercó algo...bebido... que pena que haya tenido que presenciar aquello.- expresó con una verdadera actitud de simpatía, muchas veces a ella misma le había tocado ese trato, claro que después esas personas no volvían a verse, algo les sucedía como por arte de magia, pero eso no quitaba que aquella joven comprendiese de lo que se trataba, y también lo odiara.