Los primeros rayos de sol {Arianne}

La noche había sido más tranquila de lo que Sofia hubiese esperado, pese a ser la primera de todas las que pasaría durante su travesía hasta Desembarco del Rey. En cuanto los primeros rayos de sol se colaron por las ventanas del camarote de Maekar, Sofia se despertó con lentitud, se desperezó y besó la mejilla de su príncipe, procurando no despertarle. Gateó hasta los pies de la cama y se levantó, arropando al dragón después de ponerse ella el camisón que había llevado la noche anterior. Ahora tocaba volver a su habitación, pues no podía permitir que todo el mundo la viese con la ropa que usaba para dormir.

Se calzó entonces, y salió con sigilo en dirección a su compartimento, evitando cualquier atisbo de mirada indiscreta hasta que finalmente estuvo dentro y a salvo. No necesitaba a ninguna de sus damas para vestirse, y así lo hizo, eligiendo ropajes de seda de color sangre con detalles dorados en aquella ocasión. Se dejó el pelo suelto, sin ningún recogido, algo que lamentó una vez estuvo en cubierta, sintiendo cómo el viento revolvía su melena dorada y acariciaba su rostro.

Caminó hasta la proa con paso lento pero seguro, y se agarró a la baranda, mirando hacia abajo, en dirección al agua, viendo cómo las olas salpicaban sobre el casco del buque. Sofia sonrió, frotándose el rostro con el dorso de la mano sin saber si el agua había llegado hasta ella o era simplemente la sensación que aquella visión le había causado. El sol acariciaba sus mejillas, recordándole que tendría que usar algún ungüento para protegerse la próxima vez, dada la condición nívea de su piel. Seguía temiendo a los barcos, pero desde aquel lugar... No, no le parecía tan horrible.

Sofia estaba pensativa aquella mañana, por su cabeza rondaba todo y nada. El mecer del barco a veces pasaba de ser aterrador a ser hipnótico, y así era como la joven leona se encontraba. Hipnotizada mientras el barco la mecía, las olas la salpicaban al chocar contra el casco del navío y la brisa del amanecer acariciaba su rostro. Esa brisa no la había en tierra, por mucho que ella se empeñase. Pero ese estado de turbiedad duró relativamente poco, pues una voz la alertó de que no estaba sola- Arianne -sonrió- Me alegra encontraros aquí -dijo después de girarse, saludando a una de sus damas. En contra de lo que podría esperarse, Sofia nunca era demasiado cercana con sus damas de compañía. Ella misma las había seleccionado, y había aprobado que fueran ellas y no otras quienes la acompañasen durante su día a día, pero pese a que confiaba en ellas, no se sentía cómoda contándoles sus asuntos, menos aún cuando eran sentimentales.

Pero había excepciones, por supuesto, y una de esas era Arianne. Después de tratar con ella durante algunos años había encontrado a alguien muy similar a si misma, sobretodo en lo referente a la personalidad. Le gustaba que la acompañasen damas de carácter fuerte y con determinación, y la Westerling podía presumir de ambas cosas. Además, eran de edades parejas, haciendo que esa unión fuese mayor. Sofia sonrió de nuevo, y acto seguido frunció el ceño, admirando el colgante que caía del cuello de su dama. Se acercó y lo acunó entre sus dedos, admirando los detalles- ¿Es nuevo o es que nunca lo habíais llevado puesto? Es muy bonito -dijo sonriendo, referida al adorno en forma de lanza. Era sobrio, pero quizás era eso lo que le gustaba a la de La Roca.