Sólo los Siete lo saben (Silvia Tully)

Alia Ryger se sentía abrumada por el hecho de estar en Desembarco del Rey. Durante toda su vida había oído hablar de aquel lugar, y nunca pensó en ir allí, pero por el mero hecho de ser la dama de compañía de Lady Silvia Tully, allí se encontraba.

La mayor parte de la gente con la que se encontraba la trataba de forma extraña, como si estuviese fuera de lugar, y realmente era así como se veía, fuera de lugar. Ella, que el castillo más grande que había visto era Aguasdulces, se encontraba en medio de una vorágine que jamás pensó experimentar.
Mientras paseaba por los alrededores no podía aguantar las miradas de asombro, aquello era, además de grande, más impresionante de lo que cabía esperar, y aunque sus contadas horas libres no le daban para explorar todo lo que le gustaría, aprovechaba cada segundo.

Cuando volvió a sus habitaciones encontró una nota en la que la citaban con urgencia a las habitaciones de Lady Silvia. Odiaba que la tuviese tan amarrada, quería más libertad, ya que no era una doncella cualquiera, seguía siendo miembro de una casa noble, aunque menor, y no de la rama principal, pero estaba segura de que si le mandaba un cuervo a su tío hablándole de lo mal que lo pasaba viviendo con Lady Silvia, no tardaría en volver a Bosque de Sauces.
Corrió a las habitaciones de Lady Silvia, mucho más ostentosas que las suyas que casi se podría decir que eran habitaciones para el servicio. Mientras se acercaba fue aminorando el paso, recordando las palabras que alguien a quien no conocía le había escrito tiempo atrás.

Alia se quedó de pie, parada junto a la puerta rememorando la carta que había recibido, carta en la que de forma anónima le decían que tuviese cuidado con Lady Silvia, que mucha gente decía que ella era la causante de la muerte de su señor padre, el anterior Lord Tully.
La joven Ryger nunca había tenido el valor suficiente para enseñarle aquello a nadie, ni siquiera de hablarlo con alguien de su familia, o incluso la propia Lady Silvia, sobre todo porque la conocía, y aunque Alia supiese hacerle la amable y servicial, nunca la había apreciado lo más mínimo.

Abrió la puerta con la nota en la mano, y se la entregó a una de las doncellas que allí estaban, a la que miró con gesto de meterle prisa para saber qué era aquello tan urgente por lo que la reclamaban.

-He interrumpido mi descanso por esto, supongo que será urgente porque aquí lo indica. ¿Lady Silvia quiere hablar conmigo o algo parecido?

La doncella a la que había metido prisa salió de la estancia, dejando a Alia a solas con la otra doncella. Esta miró a la joven Ryger con gesto amargo y pasó a su lado, dándole un pedazo de papel.

Justo en ese momento escuchó un ruido, y metió el pedazo de papel en el bolsillo de su delantal.

-¡Lady Silvia! Las doncellas me han dicho que venga, ¿ocurre algo?

Tras el susto inicial, Alia volvió a su actitud habitual hacia Lady Silvia. El hecho de que la hubiese visto escondiendo el pedazo de papel la estaba poniendo muy nerviosa.
Realmente ni sabía lo que era, no había tenido tiempo de mirarlo antes de que ella la sorprendiese. Decidió disimular, algo que bien había aprendido durante los once años que hacía que llevaba en Aguasdulces.
Pero aquello era Desembarco del Rey, debía pensar en las consecuencias, pero también debía pensar a lo grande.

-No es nada, Lady Silvia. Se lo he quitado a una de las doncellas, será una nota de amor de algún tendero o palafrenero, eso con suerte.

Se giró y abrió el papel con disimulo. Tuvo que respirar hondo para no gritar. Eran tan sólo tres palabras, pero tres palabras que el fuego se encargaría de destruir. echó el papel arrugado al fuego y se dirigió de nuevo a Lady Silvia.

-Voy a preparar el agua. Traeré el jabón que os manda mi madre, el que tiene savia de sauce, os curará las llagas.

Mientras preparaba el agua tuvo que parar un momento, no podía respirar. "Es una asesina". Aquellas tres palabras rondaban por su cabeza, no sabía si creerlo, pero poco a poco todo iba encajando. La muerte del padre de Lady Silvia había sido demasiado repentina, y Alia no podía dejar de pensar en asesinato.
Volvió a la habitación de Lady Silvia con la jarra con agua y el pequeño trozo de jabón. Lo dejó sobre la mesa de madera para ir a buscar los paños y la palangana.

-Sentaos, Lady Silvia. Dejadme ver esas manos. Por cierto, Lady Silvia-dijo, cogiendo mucho aire para pronunciar la siguiente frase- vuestras doncellas son unas deslenguadas, van por ahí hablando de la relación que tenéis con Lord Medgard. Sabéis que no me gustan los chismes, pero debíais saber la clase de personas que cuidan de vos. Por algo las escucho cuando cuchichean. Soy vuestra dama de compañía, jamás os ocultaría algo así.

Esperaba que no se notase los nervios en su voz. Siempre había sabido que Silvia Tully era una mala mujer, y cada vez tenía más dudas sobre su implicación en la muerte de su padre.