Lloramos al nacer por tener que entrar en este gran escenario de locos || Brynden Ríos

Aquellas habían sido las últimas palabras que nos habíamos dicho mi querida madre y yo antes de que saliera por la puerta de nuestra casa con el delantal puesto, mi desgastado vestido color beige y con la mente preparada para aquella noche. Desde la mañana de aquel primer día del mes diez, mi madre se había levantado con fuertes dolores de cabeza. Al principio parecían ser algo inofensivo, hasta pensaba que eran un simple engaño para que hiciera yo todas las tareas de casa (no sería la primera vez). Pero enseguida supe la gravedad de la situación cuando se dirigió hasta nuestra alcoba y se tumbó en la cama con un dolor de cabeza que no cesaba. Levanté la vista hacia la brillante luna llena, observándola con mis ojos violetas. Mis manos estaban encima de mis caderas en jarra, mientras solté un leve suspiro.-Es la hora.

-Aquí tenéis, señores.- Dije mientras me dirigía hacia una mesa llena de hombres, dejando varias jarras llenas de vino. Todos se giraron para mirarme a mi, observando como me agachaba ligeramente para dejar las jarras en la mesa, observando con gran interés lo que ocurría por dentro de mi escote.-¿Que nos das por lo que hay entre tus piernas, bastarda?.- Dijo uno de los hombres más cercanos a mi, mientras posaba mi mano en mi trasero, moviéndola ligeramente hacia adelante para encontrarse con alguna sorpresa. Sin ninguna clase de expresión en el rostro, me aparté y le asesté una buena bofetada en la cara, hecho que provocó que se llevara su mano a su mejilla sonrosada y que sus compañeros estallaran en grandes carcajadas. Por mi rostro también se asomó una pequeña sonrisa que traté de disimular, mientras escuché como al otro extremo del bar se escuchaba el grito de una mujer. Me giré y pude encontrarme a una puta con cara de horror, observando como dos de sus acompañantes se estaban peleando. Seguramente por ella. Reaccioné rápido mientras me acerqué a aquellos hombres sin ninguna clase de miedo, intentando separarlos o llamar su atención.-¡Eh, si queréis pegaros, salid fuera!.- Dije con un grito, el cual fue ignorado a causa del coro que se había formado gritando "¡Pelea, pelea, pelea!".-He dicho que...-No terminé mi frase cuando un fuerte puñetazo de ambos fue a parar accidentalmente hacia mi boca, provocando que empezara a sangrar. Me llevé mi mano a la boca, muriendo por el dolor que sentía en aquellos momentos. Aquel coro de alabanzas se convirtió en un coro de risas y carcajadas observándome a mi. Mis ojos empezaban a llenarse de lágrimas por el dolor y la impotencia de aquella situación. Pero no pensaba llorar delante de aquellos hombres, era demasiado orgullosa para eso.

Pedir una noche de tranquilidad por aquellos lares, era como pedir a Daemon Fuegoscuro que abandonara sus pretensiones al trono de hierro: un sueño.
Brynden llevaba todas y cada una de las noches desde que había llegado del Tridente prácticamente sin dormir o durmiendo mal. Se refugiaba en la tenue oscuridad de sus aposentos escribiendo o leyendo, viendo como las velas se consumían una tras otras en sus candelabros hasta que el sol despuntaba en el horizonte desvelando los primeros barcos que iban o venían de faenar.
Eso cuando no conseguía pegar ojo. Cuando lo hacía, despertaba en numerosas ocasiones empapado en sudor, con el sabor de la sangre en el fondo de su garganta y exhalando aire como si acabara de escapar del ahogamiento. Sus pesadillas y sueños se repetían; cuando no los protagonizaba su hermana que lo degollaba y le arrancaba el corazón palpitante mientras él aún estaba vivo, acompañado de fondo por un coro de risas de hombres del hierro encabezados por Harrald Greyjoy, aparecía Raghel, uno de sus hombres, al que tuvo que matar por permitir que su hermana escapara, fornicándose a Shiera mientras él permanecía atado mirando aquella lasciva escena.
No, definitivamente, debía acabar con aquello.
Su gran idea consistió en visitar los bajos fondos de Desembarco para distraerse, quizás beber y agotarse un poco antes de caer en su lecho de plumas, puesto que ni el entrenamiento ni el tiro con arco lo habían conseguido.

Había pasado varias veces por delante de aquel local sin llegar a entrar en él, pero aquella noche se inclinó por fin a zambullirse y ver qué podía ofrecerle.
Todo transcurría bastante calmado, nada fuera de lo normal. En todos sitios había borrachos que bramaban sus estupideces, putas que ofrecían sus servicios y camareras siendo el blanco de lugareños con más osadía y cerveza en sus barrigas que sentido común.
La joven que atendía el bar, desde su rostro y sus ojos hasta su forma de actuar, era de una peculiaridad inusitada. Incluso enmarcada en aquel lugar destacaba por encima de las demás mujeres que habitaban en la noche.
Observó un par de veces como, mientras era devorada por las manos y las miradas de los parroquianos, ella se deshacía de ellos con una contundencia poco vista en una mujer común. En otro tiempo y si la situación lo hubiera requerido, Brynden habría intervenido, pero aquello le provocaba curiosidad, quería ver de qué estaba hecha aquella joven.
La noche avanzaba y con ella aumentaba el estado de embriaguez de los lugareños. Algunos abandonaban el local no sin antes trastabillar por toda la taberna hasta dar con la puerta, otros se desplomaban en sus propios asientos y otros… "¡Pelea, pelea, pelea!"

El bastardo levantó la mirada expectante, y acabó con el culo de su cerveza de un trago dejando la reyerta en segundo plano. Pero cuando la cosa fue a mayores decidió intervenir. Se disponía a ello cuando la joven camarera recibió un puñetazo de uno de los contendientes haciendo que topara contra el consejero, que la miró un instante a aquellos ojos violetas anegados de lágrimas, la cogió de los hombros para que no cayera y la dejó a un lado con una fría mirada en la que se dibujaba: Yo me ocupo.

Con una mano enguantada en cuero tachonado, aprovechó que ninguno de los dos se lo esperaba y agarró a uno de la pechera, le propinó dos fuertes puñetazos saltándole un par de dientes y haciendo que cayera sobre un taburete aturdido. Sin saber cómo un puñal había acudido a su mano, agarró al otro por la espalda mientras le propinaba dos rodillazos en el costado, y se lo puso en el cuello. Todos se quedaron quietos:
-Como vuelva a veros por aquí a alguno de los dos –dijo con voz profunda y parca –A ti –mirando al que tenía agarrado –te arranco esa polla de maricón que tienes y lo atraganto a él con ella –señalando con el puñal al otro, que aún sangraba.

El local quedó en silencio. La mitad de ellos sabían ahora quién era aquel hombre, la otra mitad ya se había hecho eco.
Con una tranquilidad casi pasmosa, Brynden se guardó el puñal en la funda y fue hacia la camarera mientras el local volvía a bullir en conversaciones, risas y jolgorio poco a poco.
La cogió por el hombro y le miró la cara:
-¿Estás bien? –dijo escuetamente –venga échate algo, te acompaño.

Al ver que la joven se mostraba reticente a ello, el bastardo volvió a abrir la boca:
-Tranquila, no voy a hacerte daño –no sonrió, pero la tranquilidad se atisbaba en sus fríos ojos -Muchos de aquí saben quién soy, son asiduos de los calabozos de la Fortaleza Roja, pero quizás tú no –se inclinó a su oído, y en un susurro: -Brynden Ríos, aunque supongo que eso te dirá menos que si te digo que me conocen como Cuervo Sangriento –dijo con un minúsculo atisbo de una empatía que no despertaba por casi nadie.

Las lagrimas seguían brotando por mis ojos, más por el dolor y la rabia que cualquier otra cosa. Eché a andar dos pasos con la mano en mi boca llena de sangre, cuando uno de aquellos hombre que se estaba burlando de mi me empujó, haciendo que me fuera al otro extremo. Hubiera jurado que mi destino era estamparme contra el suelo, pero alguien me detuvo y procuró que no fuera así. Alcé la mirada y me encontré con unos ojos azules, fríos e inexpresivos. Lo observé durante unos instantes antes de que, con toda delicadeza, me apartara del medio dejando que me apoyara en la barra para estar más segura. Observé como se alejaba lentamente de mi, mientras con el dorso de mi manos me secaba las lágrimas que habían caído. Detestaba llorar, pero a veces no había otro remedio.

Seguía observando a aquel hombre, mis ojos violetas no se despegaban de el impacientes para saber que es lo que iba a hacer. Mis ojos se abrieron de par en par al ver como plantaba cara a aquellos hombres, los que anteriormente me habían pegado. Detrás de mi se distinguían los rostros de dolor, mostrando empatía por los agredidos y expresándolo con leves gemidos. Realmente no deseaban estar en aquellos pellejos, ni siquiera yo lo deseaba. Cabía decir que no me gustaba la violencia y estaba sorprendida de los acontecimientos que estaba presenciando, pero aquellos hombres se estaban llevando su merecido. Todo el local se había quedado en un silencio sepulcral, con tan solo el eco de leves murmullos que cuchicheaban entre si. Ambos hombres ya se encontraban en el suelo, habiendo perdido la batalla contra aquel desconocido que había salido en mi defensa. ¿Cuando era la última vez que alguien me había salido en mi defensa? A ver, dejadme que piense...nadie.

Todavía seguía mirando asombrada a aquel hombre cuando volvió la vista en mi, pero no era una mirada de miedo, en absoluto. Era de asombro, simplemente. Observé como aquellos hombres que parecían ser unos valientes luchadores resultaban ser unos maricones cobardes, que salieron con la polla entre las piernas de mi taberna. Hasta que no hubieron abandonado el local, no volví a respirar tranquila con total seguridad. Bajé la mirada hasta mi vestido y vi que tenía unas pocas gotas de sangre que había caído desde mi barbilla hasta éste, haciendo que estuviera un poco más asqueroso de lo que ya estaba de por si. Seguí mirando a mi alrededor y la fiesta para los demás clientes pareció seguir, pero entre ellos seguían habiendo susurros mientras observaban al desconocido. ¿Acaso lo conocían? El hombre misterioso volvió a acercarse a mi sin apartar la vista de mis ojos, preguntándome si me encontraba bien.-Estoy...estoy bien.- Logré decir, intentando denotar seguridad en mi voz, aunque no lo conseguí.-No hay noche que no pase una cosa de estas.- Era cierto, cada noche acontecían hechos inesperados para algunos pero, para alguien como yo, cualquier cosa que pudiera ver estaba más que visto y vivido. Por descontado, aquella noche había sido una excepción de lo que podría llamarse una "noche normal". Se ofreció enseguida, todavía con una expresión neutra en su rostro, a acompañarme para que me pudiera asear la cara. Lo mire con un tanto de desconfianza...¿Podía fiarme de aquel hombre, sin pensar que tuviera segundas intenciones? Lo dudaba. Me estremecí al notar su aliento en mi oído, escuchando las palabras que me estaba susurrando. Cuervo Sangriento. Lo conocía. Claro que lo conocía. Bueno, puede que fuera la primera vez que lo viera, pero había oído hablar de el muchas veces por aquel pseudónimo por el que todo el mundo lo llamaba. Cualquiera que hubiera escuchado aquel nombre, hubiera salido corriendo en aquel mismo instante. Lo que me mantuvo en mi sitio con mi rostro firme pero, al mismo tiempo relajado, fue la voz de Brynden (si es que le gustaba que le llamaran así). Podía notar algo de calidez en su voz, puede que tan solo fuera una diminuta porción de ella, pero estaba ahí.- Cerca de aquí hay una fuente.- Le dije mientras cogía una delgada chaqueta para ponérmela encima dispuesta a salir. Me aproximé a la puerta mientras los demás me miraban con ojos curiosos abrir la puerta, dejándola abierta para que mi salvador pasara por ella.

Aquel hilillo de sangre que corría por la barbilla de la joven, pronto se emborronó, fundido por las solitarias lágrimas que surcaban su rostro, asemejándose a la mancha de nacimiento color vino que el bastardo tenía en el cuello y le ascendía hasta media mejilla.
Se quedó un ínfimo instante mirando aquel deleitoso espectáculo que era el plasma escarlata recorrer su pálido rostro. No era violento, ni tampoco alarmante, simplemente era una fina hebra de vida escaparse lastimera a causa del golpe. Aquello, acompañado por aquellos ojos -los ojos dispares de su hermana pasaron fugazmente por su cabeza -era más que digno del apetito del bastardo, que en ningún momento se dejó llevar, manteniéndose firme y conciso. En el siguiente parpadeo salió de su ensimismamiento y observó que su corte comenzaba a inflamarse, por lo que había que hacer algo rápido. Brynden sabía que uno de los mayores remedios para calmar y bajar la hinchazón de un golpe era el hielo, y aunque en el norte era fácil hacerse con ese remedio, no lo era allí en la capital.
Cierto es que lo primero era limpiar la herida, así que la de ojos violetas tomó la iniciativa y salió de la taberna hacia una fuente cercana:
-¿Vas a dejar la taberna s... ? -pero su voz profunda enmudeció ante la decisión de la tabernera.

Caminaron en silencio, tan solo acompañados del maullar de algún gato en busca de comida, los desvaríos de un borracho y la discusión de un par de rameras por ofrecer sus servicios a un asustado putañero que ya se alejaba de ellas.
Miraba de reojo como las lágrimas de la mujer cesaban y se convertían en ríos secos en sus pómulos. No sabía qué decir hasta que su mirada se volvió hacia el corte:
-Cuando volvamos, una infusión de té negro o la pulpa de un tomate te bajará la inflamación -dijo sin más, pues la dialéctica no era el fuerte del consejero, eso o las tres cervezas que reposaban en su estómago.

Cuando llegaron al lugar en cuestión, la joven se sirvió de la fuente para paliar sus necesidades y Brynden observó cómo le agua corría fresca por su barbilla. Pensó y caviló. La última vez que se había interesado por una bastarda con dotes especiales -fue en Antigua- no volvió a saber de ella después, no volvió a buscarlo. Por esa sencilla razón, tardó más de lo necesario en volver a abrir la boca:
-No me toméis por un salvador, un caballero o un galán de cuento -mal empezamos, Bryn -He hecho lo que tenía que hacer, y lo que creo que era justo -esa frialdad enmascaraba muchas cosas.

Continuó con la cabeza alta observando hacia todos lados; tejados, callejones, esquinas... y meditó sus siguientes palabras:
-Hablando de lo que es justo. Creo que saber vuestro nombre dado que ahora sabéis quién soy sería una muestra de agradecimiento -podría haber sonreído, de hecho, sus ojos atisbaba curiosidad, pero permanecían ocultos por la penumbra de los bajos fondos de Desembarco.

Recordó entonces a cierta madame de lengua afilada y lasciva mirada que quizás tuviera a bien recibirlo, pero tendría que esperar, pues sus asuntos entrañaban en aquel instante a una joven de ojos violetas que se debatía entre enjugarse la sangre o huir del bastardo.