Hoy puede ser un gran día, duro con él. (Bjorn)

Se despertó y brillaba el sol. Cosa rara en Pyke, pero un sol radiante y rotundo calentaba las frías y siempre húmedas rocas de las Islas. El cielo estaba limpio, sin mácula. No rastro de niebla ni de una sola nube perezosa que alterase el azul plomizo de su cielo. Los rayos del sol parecían limpiar y purificar cada rincón oscuro o viciado. Esa mañana, se despertó y sonrió. Se levantó, se desperezó y siguió sonriendo. Todo parecía distinto, renovado. ¿Tan reparador había sido el sueño la noche pasada? Se regaló un baño caliente y hasta dejó que sus criadas vertieran en el agua esa serie de hierbajos que Shiera se había empeñado en regalarle. Decía que se echaban en la bañera para perfumarse y quien sabe para qué leches más. Cuando la bastarda le hablaba de consejos de belleza, debía de reconocer que había adquirido una especial habilidad de oírla sin escucharla. Además, ella al agua solo le echaba sal marina que sirve para desinfectar las heridas y te hace oler como el mar ¿que aroma puede ser mejor que ese?

Pero ese día no era la antigua Keira de los últimos meses, cabreada con el mundo, frustrada e incluso algo perdida. Estaba harta de estar harta. Hoy quería reírse del mundo, reírse de todo y de todos, hasta de si misma. Hoy podría atreverse a cualquier cosa. Se vistió esta vez con un minúsculo corpiño de cuero negro ajustado y tensado con unos cordeles en la parte delantera. Se enfundó sus inseparables pantalones de cuero y se calzó sus botas altas. Era lo más femenina que la kraken sabía vestirse. En un alarde de exceso, hasta se cepilló el cabello dorado y desenredó sus pertinaces nudos. Lo dejó suelo, caer a su libre albedrío y por un día los liberó del yugo de su sombrero de capitana. Casi se sentía desnuda sin él. Podía ir en pelota picada, pero cuando realmente se sentía extraña era sin el sombrero. No olvidó enmarcarse los ojos de negro como solía hacer. Le daba expresividad y fiereza y eso le gustaba.

Bebió un trago de vino para aclararse la garganta y salió de sus aposentos tarareando una canción picante sobre la hija de un tabernero. Gajes del oficio, todo el día rodeada de marineros, ya se sabe. Tarareaba y sonreía. Se dirigió a los aposentos de su tío. Se habían descuidado mutuamente en los últimos meses. Ella se había volcado en la guerra y en Shiera. Recién llegada como estaba a las Islas, había cuidado de que se sintiera bien recibida y respaldada. Ahora, ya era la reina del hierro y tenía un bebé del que ocuparse. Ahora Keira volvía a tener tiempo para ella. Abrió la puerta de par en par sin llamar siquiera. Quería sorprenderle. Su tío no solía putañear en sus propios aposentos así que no había riesgo de sorprenderle en una situación comprometida. Y si lo hacía, bueno, así tendría algo más de lo que reírse. - A ver, ¿donde está el ermitaño?¿donde está ese despegado y huraño vejestorio que se hace llamar mi tío?