La Rebelión De Los Fuegoscuro
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Mensaje por Persefone Caron Jue Abr 18, 2013 5:24 am

Ni siquiera ella tenía demasiado claro que era lo que la había empujado a caminar con pasos sigilosos por los pasillos desiertos de Canto Nocturno a aquellas horas. Normalmente tras la cena se encerraba en sus aposentos y no volvía a salir hasta la mañana siguiente. Sin embargo, tras haber compartido cena con el lord Consejero de los Rumores del rey Daeron, se había dirigido al Septo para encender velas ante los altares de los Siete en un desesperado intento de reforzar en su interior la idea de que todo iba a salir bien. En el fondo, algo de todo aquello la asustada. Quizá porque hasta entonces había logrado engañarse a sí misma al pensar que no tenía por qué tomar partido, ni por un rey ni por otro.

Decía desear un cambio, la justicia y la venganza... Pero el cambio también podía traerle dolor y más miseria, y por eso se asustaba al pensar lo cerca que estaban de volver a alzarse o de volver a caer como hacía tan solo un par de años. Se había logrado estabilizar en la pena y en la nostalgia, y el tener que dejar todo eso atrás la asustaba, porque en el fondo, significaba tener que renunciar a algo que ya formaba parte de ella. Su odio hacia los asesinos de su padre la definía, incluso si lograban ganar y aplastar a los Baratheon, perdería esa parte de sí misma, esa parte que ansiaba el fin de la gloria de los venados se vería satisfecha y se apagaría, y así una de sus facetas más predominantes desaparecería.

Si se quedaba sin su odio, sin su rencor, sin su pena, sin su sed de venganza... ¿Quién sería ella sin todo ello? Era como inmolar la mitad de su ser. Pero el vengar a su padre y devolverle la gloria a su Casa bien merecía todo aquello, desde pequeña había aprendido que su deber era velar por Canto Nocturno, que incluso después de casada y como dama de otra Casa, sus esfuerzos debían centrarse en apoyar a los Caron. En su cabeza daban vueltas y más vueltas lo acontecido en la primera rebelión, y por alguna razón los recuerdos eran borrosos como si hubiesen transcurrido décadas. En aquella época ella no era capaz de comprender del todo lo que ocurría, no terminó de entenderlo hasta que le dieron la noticia de la muerte de su señor padre, y para entonces ya era demasiado tarde.

Todo rasgo de credulidad e inocencia había desaparecido de su ser hacía tiempo, y ya estaba acostumbrada a murmurar sobre la caída de los venados... Pero nunca antes hasta la llegada de Brynden Ríos había hablado de aquel tema tan seriamente. Quizá el esperar había dado sus frutos. El Cuervo de Sangre había aparecido como de la nada frente a las puertas de Canto Nocturno con una propuesta que los Caron llevaban soñando muchas noches. A Persefone aún se le ponían los vellos de punta al recordar la extraña sensación que había tenido durante la cena, la sensación de que aquel forastero se había colado en su mente para expresar exactamente sus deseos de revelarse contra los Baratheon... No quiso seguir pensando en ello, incluso hasta Canto habían llegado extraños rumores sobre Brynden Ríos y su capacidad para saber las cosas.

Por lo cual, estar frente a las puertas de las estancias de su inesperado invitado era completamente incoherente, sobre todo a esas horas. Se aproximó con pasos leves hasta la puerta y alzó el puño para llamar, pero se detuvo, quizá ya dormía. Retrocedió un par de pasos sin apartar los ojos de la puerta. No podía echarse atrás, debía asegurarse de que lord Brynden había hablado en serio, y que no se había limitado a pintar en el aire los deseos de sus anfitriones solo para lograr un lugar en el que hospedarse cómodamente. El recelo era completamente lógico, todo aquello parecía demasiado bueno para ser verdad... Pero por alguna razón, Persefone se negaba a comentar esto ante su hermano, quizá porque no quería contagiarlo ni un ápice de su temor a que todo aquello fuera solo un espejismo.

Tironeó levemente de sus mangas con cierta urgencia para insuflarse determinación antes de volver a avanzar hasta la puerta y llamar levemente con los nudillos. Debía mantener una charla con Brynden Ríos que no podía esperar a la mañana siguiente.
Persefone Caron
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Mensaje por Brynden Ríos Vie Abr 19, 2013 3:07 am

Pocas cosas lo hacían sentir incómodo, y una de ellas era estar sucio y poder oler de forma desagradable si había gente cerca. No lo aguantaba, al igual que no aguantaba que otros pudieran exhibir sus olores en su presencia.
Aunque era un hombre de acción, un hombre de exteriores, y por consiguiente era difícil no verlo sudando o con sus ropas manchadas de polvo cuando venía de algún viaje, intentaba por todos los medios que ese aspecto durara lo menos posible. Era algo que no había podido evitar cuando, tras varios días de viaje por tierras del Dominio, había pasado horas en presencia de los hermanos Caron.
Y ahí estaba la otra gran cosa que lo hacía sentir incómodo; las mujeres.
Era un hombre taciturno, solitario y sombrío. Había pasados horas muertas pensando y cavilando acerca del género femenino, había escrito cientos de relatos y reflexiones, había leído en secreto sonetos y obras sobre príncipes azules y cortesanas, que tanto les gustaba a las jovencitas de palacio, por mera curiosidad, pero nada. Brynden Ríos seguía siendo manco, cojo y tuerto con las mujeres.
Tampoco se molestaba mucho en ser de otra forma, pues su aspecto -sus ojos rojos, su rictus pétreo, su frialdad, su atuendo siempre negro y su mancha de nacimiento-, que otrora cierta madame encontrara fascinante, no resultaba muy alentador a la hora de acercarse a él o estar más tiempo de lo necesario en su presencia.
No trasmitía calidez, y para muchos tampoco confianza, a pesar de ser una persona directa, sincera y en cierto modo trasparente. Sea como fuera, Brynden no había nacido para ser amado en ningún sentido.

Cuando la reunión con los Caron hubo terminado, se despidió de ellos y, halegando cansancio, el bastardo fue guiado por un guardia hasta sus aposentos.
Cuando abrió la puerta, la olor a cerrado le sacudió en la cara. El polvo y cierta humedad habían intoxicado la habitación, aunque maquillado por un aroma a vainilla, le otorgaban cierta dejadez no del todo desagradable para el consejero. Si hubieras avisado de tu llegada, pensó.
La estancia era amplia, no más que las suyas en la Fortaleza Roja, pero era espaciosa. Una cama sin dosel, pero cuyas ropas habían cambiadas esa misma noche -seguramente mientras había estado reunido-, un escritorio con tintero, pluma y pergamino, acompañado de una ornamentada pero sencilla silla, y un par de estantes con libros irrelevantes para el bastardo eran las comodidades con las que contaba en Canto Nocturno. Aunque habían olvidado ventilar un poco la habitación, habían incluido una vela perfumada de vainilla, ahora a medio consumir.
El guardia le indicó dónde estaba su baño. En una estancia de dos varas y media de ancha y poco más de una y media de profundidad, había una bañera llena de agua, y en un rincón una jofaina y un espejo.
Brynden agradeció escuetamente al guardia sus indicaciones y lo invitó a salir.

Aún no se había cerrado la puerta y el bastardo ya estaba desnudándose para zambullirse hasta la coronilla en el agua. Cuando se le acabó la respiración, emergió y se dispuso a frotarse con la pastilla de jabón. A los pocos instantes se quedó sin ella; la había gastado por completo. Se enjuagó la cabeza y se incorporó. Salió de la bañera goteando el suelo, y con una amplia toalla de color gris se secó el cuerpo dejando que de su melena aún pendieran incontables gotas de agua.
Sus ropas fueron sencillas: un pantalón negro ajustado a la altura del gemelo y una camisola de lino blanca. Sin más dilación, cómodo y fresco como se encontraba, se echó en la cama con uno de los libros del estante. Era delgado y de tapa verde esmeralda desgastado. Rezaba: "Ninguna canción más dulce".
Brynden sonrió fugazmente y se dispuso a darle una oportunidad.

Con un casi imperceptible repiqueteo llamaron a la puerta. Brynden se alarmó en su fuero interno, pues, por raro que pareciera, no había escuchado a nadie acercarse por el pasillo. Pero mantuvo su frialdad y templanza inalterables.
-Adelante -dijo dudoso con el libro aún en la mano. En ese instante, una de las fuentes de su desasosiego asomó por el resquicio de la puerta. La miró extrañado -Lady Caron... pase, por favor -dijo con firmeza pero un deje de calidez en la terminación.

Habría esperado la visita de Pearse el Bardo para tocarle una serenata nocturna con el laúd, antes que la de aquella mujer. La miró con una pregunta impresa en sus ojos, la cual esperaba que satisficiera y sacara al bastardo de sus dudas: ¿Qué os trae por aquí? pero no la dijo, solo la esperó.
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Mensaje por Persefone Caron Vie Abr 19, 2013 7:18 am

Pues bien, ya no había marcha atrás. Persefone cerró la puerta tras de sí y se giró para mirar a Ríos. Lo encontró ya tendido en la cama y con el pelo mojado, al parecer había llegado en el momento justo, después de que su invitado se bañara y se acomodara, pero antes de que se durmiera. Paseó sus ojos por la estancia y asintió complacida ante el trabajo del servicio, no estaba mal para haber sido preparada tan precipitadamente, y la vela de vainilla era una buena elección en aquellos casos.

Se percató de que Brynden Ríos la observaba esperando una explicación para aquella visita tan impropia de la situación, por lo que se dispuso a dársela mientras se aferraba las manos con fuerza tras la espalda. Lo cierto era que las preguntas se le habían amontonado de pronto en la cabeza. ¿De veras iba la corona a apoyar su rebelión contra los Baratheon? ¿Ese apoyo sería físico o se limitarían a hacer ofrendas al Septo de Desembarco del Rey? ¿Cómo había logrado viajar por el Dominio y por Tormentas sin que nadie lo interceptara? ¿Era cierto eso de que controlaba algún tipo de magia?

-Lamento tener que importunar vuestro descanso, mi lord Brynden, pero me temo que necesito preguntaros algo... Y si no lo hago quién vera mermado su sueño seré yo, porque no me quedaré tranquila hasta que me lo aclaréis -Hizo una pausa en la que pugnó por aclarar su mente para que sus dudas no salieran a borbotones de su boca -Si recibimos ayuda para aplastar a los Baratheon y vencemos, todos nos veremos complacidos y satisfechos, pero mi prudencia me obliga a plantearme la posibilidad contraria... ¿Qué pasará si no vencemos? ¿Nos apoyaréis también entonces? -Suspiró y trató de disimular lo mucho que la aterraba esa posibilidad, pero aparentar algo bajo la mirada de unos ojos rojos era prácticamente imposible.

-Os seré sincera, yo no contaba con ver a mi Casa inmersa en la guerra entre Fuegoscuro y el rey Daeron. Que nuestra revolución esté apoyada por uno de los bandos nos convierte al instante en enemigo del contrario. Y por eso, de pronto, lo que ocurra en esa guerra de hermanos me concierne demasiado. Aún no sé si mi hermano es consciente de que aunque ganemos y nos impongamos sobre los Baratheon, correremos el riesgo de perderlo todo de nuevo si Fuegoscuro llega al Trono de Hierro. Por eso deseo saber cuales son las fuerzas con las que cuenta el rey y la sincera opinión que os merecen mis preocupaciones, que quizá os parezcan menudencias, pero que a mí me desvelan.

Persefone se detuvo en seco al percatarse de que había comenzado a pasear por la habitación como un pajarillo que busca la salida de su jaula. Caminar siempre le había ayudado a que su mente funcionara con más fluidez, pero deambular por la estancia arriba y abajo no era oportuno en aquel momento. Volvió a posar su mirada en Brynden y vio que él tenía en sus manos un libro que ella no tardó nada en identificar. Una débil sonrisa titiló en sus labios impregnando su gesto con cierta nostalgia.

-De niña podía recitar pasajes enteros de ese libro de memoria... -Confesó mientras la sensación de añoranza se acentuaba en ella, añoranza por esos años en los que no tenía nada mejor que hacer que leer una y otra vez sus obras favoritas. Las cosas habían cambiado tanto desde entonces que dudaba de veras poder volver a dedicarse a la lectura o a la escritura, al menos no en un tiempo, era el momento de la acción, no de la contemplación.
Persefone Caron
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Mensaje por Brynden Ríos Lun Abr 22, 2013 4:48 am

El bastardo, sin alterar su postura en la cama, y tan solo reposando el libro sobre su pecho, escuchó y observó a la joven. Se le notaba algo inquieta, lo disimulaba bastante bien, de hecho, mejor que la mayoría de la gente. Aunque no impedía que el consejero se sintiera algo abochornado por causar esa sensación de desasosiego sin haber hecho nada que la alentara.
Rumores, habladurías, de eso se trataba siempre, de lo que la gente hablaba y debía callar. Pero por suerte o por desgracia, Brynden estaba más que acostumbrado a aquel tipo de contratiempos en su trato con la gente, y había aprendido a lidiar con él y usarlo en su beneficio.
Pero con ella no tenía que usarlo. De hecho se planteaba suavizar su tono y desmentir aquello de un hombre osco, agresivo, tan directo que era casi ofensivo, o tan serio y frío que a sus casi treinta y cuatro días del nombre no ostentaba arruga alguna de expresión.
Sonrió fugazmente ante el apuro de Lady Caron y negó con la cabeza:
-No importunáis, mi Lady. El descanso es solo físico -he aquí el culmen de tu ocurrencia, pensó -En ese caso, decidme qué os quita el sueño -su tono era ciertamente relajado y más cálido, quizás porque no podía hacer competencia a las paredes de piedra o a que aquella mujer lo hacía sentir de otra manera. Sea lo que fuere era involuntario -Podéis llamarme Brynden.

No se anduvo con ambages y lo soltó sin preámbulos, sin adornos y sin maquillar sus palabras. Eso le gustaba, era un punto a favor de aquella mujer. Todas las nobles que había encontrado a su paso lo recibían con cierto temor y pomposidad, que sin duda ocultaba una inseguridad manifiesta, y unas ganas de agradar al bastardo para que éste no las crucificara con la mirada. Pero a ella le daba igual. Al parecer no le importaba irrumpir en sus habitaciones en plena noche, algo que nadie se había atrevido a hacer, lo que denotaba cierta decisión. No le importaba mostrar sus miedos de manera directa y en cierto modo cuestionar las palabras del bastardo, lo que la dotaban de una insegura seguridad.
A Brynden le agradaba de sobremanera que fuera tan clara, directa y decidida que no pudo evitar sentirse agitado en su fuero interno. Ciertamente, nunca lo habría esperado de ella.
Entornó los ojos y la escrutó, pero fue rápido, no quería intimidarla ni oprimirla.
-Yo también tendría miedo en vuestro caso si estuviera solo en esta empresa -suspiró -Pero no lo estáis -dejó el libro a un lado y se sentó en la cama reposando sus pies descalzos sobre el frío suelo -Sé que es inevitable pensar en la derrota, más aún cuando ya habéis sufrido sus consecuencias una vez. Pero debemos ver las bazas que hay a nuestro favor que antes no estaban. Aún así, yo soy el primero que dará la cara por vosotros si las cosas se tuercen. Si yo os meto en esto, yo os saco -de la manera que sea.

Se quedó meditando un instante. Desde luego, aquella mujer había pensado en casi todo. Era avispada, no era una pusilánime bajo la capa de su hermano:
-Si te soy sincero, no tengo ni la más remota idea de las tropas con las que cuenta la Corona ni sus aliados -era cierto, y aún así no le importaba saberlo -Me he enrolado en esta misión yo solo, he decidido por mi cuenta, bajo mi propio criterio y con mis propias órdenes y el rey no me puso ninguna objeción, de hecho, aceptó lo que le propuse. Y os juro que no quedaréis solos si sale mal -hizo una breve pausa y observó unos ojos melancólicos, demasiado parecidos a los suyos -Vuestras preocupaciones son normales. Es normal que desconfiéis de un tipo con mi fama que llama a vuestra puerta y os ofrece algo así. Pero como el resto de Poniente, nadie cree que yo tenga palabra, la palabra de un bastardo y encima consejero de los rumores -se incorporó, pasó por delante de la joven y miró por la ventana -Pero lo que sí os diré es que soy bastante directo, sincero y consecuente con mis actos. La gente me cree taimado por mi puesto en el consejo, y aunque debes serlo, creo que el silencio oportuno y los movimientos precisos te hacen igualmente merecedor de ese cargo para desempeñarlo con diligencia -no estaba seguro de si había dicho lo que la joven esperaba, o si siquiera la había calmado, lo que sí estaba seguro era de que hacía tiempo que no usaba palabras tranquilizadoras con nadie, ni había sido tan comprensivo.

El bastardo miró el libro, que lo había dejado sobre la cama, cuando ella lo nombró con cierto aire de nostalgia:
-¿Y ahora puedes? -dijo sin ser ese el real motivo de la pregunta. Siendo sincero, no tenía ganas de leer, más que nada porque, aunque estuviera cansado, estaba demasiado inquieto internamente, y con toda seguridad sería mucho más deleitable escucharlo recitado de su voz.
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Mensaje por Persefone Caron Lun Abr 22, 2013 9:37 am

Persefone se percató de que había estado conteniendo el aliento mientras Brynden respondía a sus dudas una a una con cierta calidez, cierta comprensión... Ella no solía esperar comprensión de aquellos que no pertenecían a su familia o a aquellas tierras. Siempre había pensado que nadie excepto los Caron podían entender las penas y las preocupaciones de un Caron, y que solo los Marqueños podían entender los problemas y las dudas de un Marqueño. Esperaba quizá que su invitado fuera correcto y educado como en la cena, pero la comprensión la pilló por sorpresa. Aquello significaba que sus dudas no eran incoherentes, significaba que a fin de cuentas, tenía motivos por los que dudar, por los que preocuparse...

Pero las palabras de Brynden lograron tranquilizarla. No eran palabras vacías, Ríos les ofrecía apoyo y la instaba a tomar en cuenta las nuevas bazas que podrían jugar a su favor en aquella ocasión. Irradiaba una seguridad vertical y sin fisuras que agradaba enormemente a Persefone, a la que siempre le había gustado caminar sobre seguro. La incertidumbre la hacía enfermar, y la convicción y la firmeza eran cualidades que admiraba en gordo. No había querido creerse la posibilidad de una nueva rebelión contra los Baratheon hasta entonces, pero en ese instante lo supo. Aquel era el comienzo del nuevo alzamiento, un alzamiento apoyado por el Trono de Hierro... Un alzamiento que contaba con la bendición del rey.

Sus oídos se llenaban con el sonido de su propio corazón latiendo de pura emoción, con tanta fuerza que parecía querer salirse de su pecho mientras ella permanecía atenta a cuanto la rodeaba, percibiéndolo todo como si se tratara de un sueño... Hasta que las palabras de Brynden, que se había puesto en pie y miraba en aquel instante por la ventana, la sacaron de aquel estado.

-No he desconfiado de vos por vuestra fama, ni por vuestra condición de bastardo, ni por vuestro cargo de Consejero de los Rumores. He desconfiado de las palabras. Ni aunque se hubiese presentado el rey en persona habría podido dar crédito, mi lo... Brynden. Ha sido como en esos cuentos en los que un anciano encapuchado se presenta en la casa de un humilde labrador en una noche tormentosa y le ofrece la materialización de todos sus deseos, porque resulta que no es un anciano, sino el Herrero disfrazado. Y si el labrador no es consecuente con sus deseos y se excede por codicia, o se convierte en un mal hombre, el Herrero lo castiga haciendo que sus deseos se vuelvan en su contra, haciéndolo más desdichado que al comienzo de la historia... Temía que fuera demasiado bueno para ser verdad. Me habéis traído esperanza, y no me lo esperaba.

Suspiró, ya más calmada después de todo aquel remolino de euforia interior que había terminado por arrasar todos los pensamientos de duda que habían llenado su mente instantes atrás. Pese a que su semblante no había variado un ápice, algo acababa de cambiar en Persefone. Estaba decidida, más decidida que nunca en su vida. Era el momento, no cabía duda. Mientras los Baratheon se afanaban en luchar la guerra de los Dragones, los Caron podrían debilitarlos desde las entrañas de las Tormentas y hacerlos caer.

-Gracias -Murmuró tras un largo instante de silencio en el que se había percatado de que sentía una inmensa gratitud hacia Brynden Ríos, el Cuervo Sangriento, el Consejero de los Rumores, el Bastardo. Un hombre adusto y de aire reflexivo, conocido por tener una mente sagaz y práctica y por ser un hombre de recursos. Muchos lo temían, y se decía por todo Poniente que era peligroso y oscuro... Pero Persefone era pragmática, la gente inofensiva y transparente no era de su agrado, sabía que era mejor rodearse de personas oscuras y peligrosas. Eran preferibles.

Además, acababa de descubrir algo más en Ríos que llamaba su atención. No eran sus ojos sanguinos, sino su forma de mirar a través de ellos... Una mirada profunda e impregnada de algo que a Persefone le era familiar. Todos en Canto Nocturno, y también en los alrededores, habían dado en llamarle la Poetisa Gris. Gris, por la nostalgia y la melancolía que la acompañaban noche y día... Y también había algo gris en Brynden, Persefone podía percibirlo. Quizá esa comprensión que ambos parecían compartir se debía a que se asemejaban en algún sentido.

Ante la pregunta de Brynden de si podía recitar pasajes de aquel libro de memoria como cuando era niña, Persefone entrecerró los ojos y ladeó la cabeza, pensativa.
-Recuerdo alguna rima, alguna de las que fueron mis favoritas... -Buscó asiento en la silla de la estancia y se acomodó mientras se daba tiempo a recordar del todo. Cuando lo logró, volvió a posar su mirada en Brynden.

-Había una rima tonta para niños que decía:

"Como el caballero armado
Enviado a combatir,
Lucharé contra este mundo
Y la esperanza será mi escudo.

Mis oponentes habrán de saber
Que estando entre ellos lo usaré,
pues es un arma de poder
que no fallará en su acometer.

Muchos buscan difamarme
Enemigos de la verdad
Que quisieran silenciarme,
Alzaos todos a vengarme,
Que con vuestra fidelidad
Jamás podrán dañarme."


-Solía recitarla cuando jugábamos a "ven a mi castillo" -Persefone sonrió al recordar esa niñez que se le antojaba inmaculada y totalmente limpia de pesares... Quizá la tenía idealizada de algún modo como la época más feliz y tranquila de su vida, pero era así como la recordaba -Luego había otras rimas tristes pero hermosas, que de pequeña nunca terminé de comprender. Era el diálogo de una doncella con su amado muerto, que se había presentado una noche ante ella, pues sus lloros y lamentos no le dejaban descansar en paz. No recuerdo las palabras del fantasma, solo me vienen a la cabeza las de la doncella... Quizá porque eran las que yo me empeñaba en recitar. Decía...

Por favor, quédate conmigo hasta que salga el sol...
Que la oscuridad de esta noche inmensa me rodea,
Y no tengo candil ni vela.


-Entonces el fantasma le decía que aquel no era su lugar, y que ella debía permitirle marchar y descansar en paz. Entonces ella se desesperaba, y le pedía que la dejara acompañarlo en la muerte.

No temeré ni a la dulce hoja de la daga,
Ni a la soga, ni a la ponzoña...
Quedaré en paz y dormida
Soñando con tus ojos en mi pupila.


-Él se negaba. Le recordaba que aún no era su momento, y que debía seguir viviendo. La echaba en cara que no lo dejara descansar, y ella se desesperaba aún más y le rogaba que se la llevara con él.

Por favor, llévame contigo...
Que aquí para mí no hay nada,
Y no quiero seguir viviendo atada.


-Pero el fantasma volvía a negarse y desaparecía en la noche para no volver jamás. De pequeña me parecía que ese era el fantasma del enamorado menos romántico del mundo. Pero creo que ahora le entiendo. -Se había quedado mirando a la nada, con la mente en algún punto a mitad de ninguna parte y con el costado apoyado contra el respaldo de la silla, absorta y relajada, como si se hubiera olvidado de cualquier trazo de la realidad que la rodeaba.
Persefone Caron
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Mensaje por Brynden Ríos Mar Mayo 07, 2013 3:30 am

El bastardo comprobó cómo las palabras que salían de sus labios con aquel profundo torrente de voz, causaban confort y cierta inquietud en la joven. No era una inquietud en el mal sentido, si no ese tipo de inquietud que te embarga cuando llegaba algo que habías estado esperando con emoción. Sintió su mirada clavada en él, pero del todo perdida. No lo estaba mirando, no observaba su mancha color vino en su cuello, y eso hacía que el consejero no se sintiera incómodo ni intimidado. Ya era suficiente el poder conservar la tranquilidad con una mujer como aquella en la misma habitación que él, y no sentir ese agobiante desasosiego que le oprimía el pecho cuando percibía el interés desmedido de la otra parte.
Se dio la vuelta cuando Lady Caron contestó tras salir de su estado onírico.
-Por si no lo habéis notado, no soy precisamente alguien de cuento, Lady Caron -sonrió amargamente –Soy demasiado crudo, demasiado directo y demasiado poco poético para merecer estar plasmado en tinta y papel –se acercó a ella –Es curioso que nadie haya podido preverme aún. Yo pensaba que era bastante trasparente y legible, pero ya veo que no. Aún así, me alegra haberos causado esa sensación y que la hayáis sabido ver.

Brynden era de ese tipo de personas a las que poco les importaba el reconocimiento que pudiera obtener por lo que hiciera. En cierto modo era ese héroe anónimo que ayudaba al héroe principal a ganar al villano, y que no obtenía ni una mención al pie de la página. Y lo cierto era que se había acostumbrado a ello a lo largo de su vida, e incluso a usarlo en su propio beneficio para convertirse en una de las sombras más escurridizas de Poniente.

Sonrió de manera muy fugaz al agradecimiento de la joven, y se sentó frente a ella. La observó un breve instante, el suficiente para hacerse con cada uno de los rincones de su rostro, pero no demasiado para no turbar su quietud al sentirse quizás intimidada al ser observaba por aquel cuyo sobrenombre era Cuervo Sangriento.
Su semblante era dulce, al igual que sus gestos, no obstante, su expresión y sus ojos iban en disonancia. Vacía no era la palabra, tal vez incompleta. Le faltaba un pedazo de vida, algo se había ido de ella y no lo volvió a recuperar. Un amor, familia, mascota… sea como fuera, Brynden veía más allá de lo que cada uno mostraba. Había observado, tratado y conocido a tanta gente, que sabía diferenciar hasta el arqueo de las cejas. Pero aquella mujer decía mucho más a la vez que intentaba no decir nada. Aunque quería ser amable, el bastardo notaba cierta distancia.
Claro, iluso, eres tú, Brynden, el bastardo, el embaucador, el traicionero, el conspirador, el que se esconde tras un arco para abatir un enemigo, o el que practica magia negra para obtener lo que quiere… decía su cabeza. Pero intentó acallar aquello para poder volver a Lady Caron.

Había encontrado a una mujer interesante, allí, como alejada de todo y de todos, y le extrañaba de sobremanera que nadie se hubiera fijado en ella antes. Pero el consejero la entendía. Si él no fuera quien era –el consejero del rey, un montaraz, un soldado– con toda seguridad no habría salido de la cabaña que se habría construido en el árbol que daba nombre a Árbol de Cuervos. Se dedicaría a escribir relatos que harían incluso ensombrecerse al cielo durante varios años, guarecerse del mundo exterior hasta que la noche se cerniera sobre todo y su refugio no tuviera más remedio que escupirlo o incorporarlo a su mobiliario.
Quizás algún día acabase así, formando parte de un árbol, pero ese día se le antojaba bastante lejano, pero a la vez terriblemente cercano, pues en la guerra como en la vida, solo había una cosa segura, y esa era la muerte.
Por lo pronto, parte de su vida se escribía entre aquellas paredes. Había luchado bastante para llegar hasta allí, había hecho acopio de toda su experiencia e ingenio para cruzar El Dominio y plantarse con más miedo que osadía en aquel lugar. Si hubiera sido Brynden el ermitaño, nada de aquello estaría pasando, y la mirada de una joven no reposaría en él con la profundidad con la que la joven gris lo hacía.

Cuando Lady Caron comenzó a recitar aquellos, aparentemente sencillos, versos, el consejero volvió casi 25 años atrás. Era extraño, pues su infancia no había sido feliz, no había jugado a los típicos juegos con los niños de su edad, ni había cantado alegres canciones, pero sí los había visto y oído en otros. Entonces su rostro se ensombreció, pues no eran gratos recuerdos. Por aquel entonces ya comenzaba a labrarse una fama de chico siniestro y solitario, tan solo rodeado de cuervos y de compañías extrañas. Y aunque era lo que quería en aquel momento, no dejaba de añorar cierta… normalidad. Pero pronto comprendió, y que para bien o para mal el tiempo le ha dado la razón, que él no era normal.
Aún así sonrió con cierta nostalgia mezclada con un profundo pesar, un pesar que esperaba no se reflejara demasiado en sus ojos, ni en su casi imperturbable rictus.

Cuando Persefone propuso recordar aquella de una doncella y su amado fallecido, Brynden la miró entornando levemente los ojos, y cuando ella le devolvió la mirada, le dio pie inclinando la cabeza brevemente a que prosiguiera.
La escuchó casi ensimismado, pero sin perder la compostura. De buena gana habría cerrado los ojos y se habría deleitado con aquello, pero le parecía una falta de respeto. No obstante, se atrevió a comentar algo:
-Dejar marchar a alguien es una de las muestras más hermosas de amor. Aunque visto así, la doncella no quería marcharse… -bajó la cabeza y volvió a subirla para escrutarla de nuevo –El ser humano es egoísta por naturaleza. Y tal es así, que en los actos más puros y altruistas, como era el caso de la doncella, se comete un acto egoísta de manera involuntaria. Tan solo espero que, al igual que tú te diste cuenta en su momento, la doncella también lo hiciera. Que olvidara su pena y viviera como lo hubiera hecho con su amado –le estaba lanzando una indirecta. Ella debía vivir, no permanecer enclaustrada en aquella fortaleza, pues el mundo se estaba perdiendo a una mujer de lo más interesante. Si era avispada, lo estaría pillando.

Se levantó y tomó una de las botellas de vino a las que le habían quitado recientemente el polvo, y sirvió dos copas. Lo olió y lo paladeó con sutileza:
-Dorniense, como no podía ser de otra manera –objetó. La miró a ella mientras decidía si beber o no –Tenéis miedo de que si estuviera envenenada, encontraran vuestro cuerpo cerca del mío –dijo con un amargo sarcasmo –No os preocupéis, prometo desplomarme lejos de vos –sonrió de medio lado, se acercó a la ventana de nuevo y bebió.
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Mensaje por Persefone Caron Miér Mayo 08, 2013 8:38 am

Persefone permaneció en silencio un instante, cavilando. Llegó a la conclusión de que se podrían escribir buenos relatos sobre Brynden Ríos. Sin ir más lejos, de como cruzó tierras hostiles hasta llegar a Canto Nocturno. Y seguro que había más relatos como aquel, o incluso más impresionantes, escondidos en los recuerdos de Ríos. Quizá ni siquiera él era consciente de la hazaña. ¿A caso se infravaloraba? Hablaba de ser demasiado crudo y directo como si aquello fueran defectos. Desde luego a Persefone no se lo parecían. Agradecía mucho poder hablar de sus preocupaciones con alguien que no maquillara sus palabras solo para tenerla contenta. Hablándole con franqueza, Brynden había logrado alegrarla e infundirle más fuerzas que si hubiese preferido hablar valiéndose de eufemismos y preámbulos.

-La vida no es nada poética, y sin embargo se escriben miles de historias y cantares alabándola, o incluso alabando las guerras. No hay nada menos poético que una guerra -Sentenció ella. Sus ojos se posaron en la vela de vainilla que seguía consumiéndose mientras ellos hablaban impregnándolo todo con su aroma -Además, me temo que no os corresponde a vos juzgarlo. Serán las generaciones venideras las que decidirán si merecéis estar plasmado en un cuento. De momento y por fortuna, pertenecéis a la realidad -Ladeó la cabeza. ¿Había dicho por fortuna en voz alta? -De todas formas, no creo que para el Consejero de los Rumores sea bueno ser previsible... Permaneced opaco, es más seguro. Solo deberíais mostraros transparente con aquellos en los que confiéis, como hago yo.

Tras haber escuchado los poemas que ella le había recitado, Brynden llegó a una conclusión sobre la historia de el fantasma y su enamorada. Una conclusión que llegó a la mente de Persefone como el susurro de un viento fresco en una mañana de verano, penetrante. Era como si su mente captara antes que ella que había un mensaje oculto en aquellas palabras. Lo pensó un instante, y tenía sentido. Se mordió el labio inferior, un gesto inconsciente que la solía delatar cuando pensaba en algo con mucha intensidad. Comprendió a que se quería referir Ríos con sus palabras, por lo que volvió a posar su mirada en él.

-Quizá en algún momento lograra recuperarse, quizá alcanzara alguna aspiración... Dejar de ser solo una sombra dentro de un cuento. ¿Le haríais alguna sugerencia a la doncella, Brynden? -Preguntó, queriendo seguir parapetada bajo la indirecta que él le había lanzado. Siempre habían intentado convencerla de que la única huella que una buena dama de la Casa Caron debía dejar en el mundo era su sombra. Eran a los hombres a quienes les correspondía hacer grandes cosas... A las mujeres les correspondía ser sombras, difusas. Pero a Persefone eso no la contentaba. Su mayor aspiración era no resultar inútil y desapercibida... Ella quería algo más. Brynden decidió servir el vino que habían dejado en la estancia para él, un vino dorniense. Perséfone se preguntó si a su invitado le agradaría más el del Rejo. Se fijó en su copa un instante. Ella tenía preferencia por el dorniense, que era fuerte y tenía un sabor perseverante. El del Rejo solía llegar a empalagar su paladar. Ante el comentario de Brynden, Persefone volvió a posar su mirada en Ríos mientras él se alejaba de nuevo para mirar por la ventana.

-Por favor, Brynden, sois un invitado en Canto, consideraos con derecho a desplomaros donde gustéis -Era una broma un tanto macabra, pensó ella mientras le daba un sorbo a su copa. No pudo evitar preguntarse que pensaría su hermano si al amanecer encontrase sus cadáveres en aquella estancia, envenenados, juntos. Sacó esos pensamientos de su cabeza con una leve sacudida, y se preguntó si para Brynden Ríos siempre era así, temiendo que cada copa de vino pudiese contener veneno. Ella al menos lograba sentirse segura tras las murallas de Canto Nocturno -Aquí no habrá vinos envenenados para vos, os lo garantizo. Solemos ser muy cuidadosos con esas cosas. -Aseguró tras pensarlo un instante mientras pasaba sus dedos sobre la vela, jugueteando con el calor de la llama y viéndola titilar.
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Mensaje por Brynden Ríos Jue Mayo 09, 2013 12:59 pm

Volvió la mirada a la joven, y la sorprendió observándolo. Pero estaba absorta en sus pensamientos, ese lugar dentro de cada uno donde realmente se era libre, o al menos se creía serlo. Ese mundo interior plagado de alegrías que uno conservaba como un preciado tesoro, y de pesares que intentaba enterrar o esquivar. Eso es lo que a juicio de Brynden restaban libertad a cada uno, lo que nos limitaba para poder actuar libremente sin pensar en las consecuencias, y así poder afrontar cada situación como si fuera la primera vez.
Él tenía muchas de esas cadenas aferradas a cada extremidad de su cuerpo. Cadenas que la mayoría de las veces lo hacían ser el hombre frío y distante que todos conocían. Alguien receloso de su propia seguridad, alguien que se escondía tras una máscara –o más bien una adusta coraza– de rudeza y parquedad, y espantaba a cada ser que se acercara.
Quizás por aquella razón nunca se molestó en desmentir los oscuros rumores que circulaban en torno a su persona y a sus habilidades. Quizás por eso se preocupó más por ser temido que amado. Puede que por esa razón perdió esa parte humana para el resto de personas; humanidad que guardaba hoy día para su intimidad y para los únicos seres vivos que no juzgaban el exterior del bastardo.
Era un ciclo interminable: el rechazo que profesaba en los demás lo hacía ser de la manera que era, y esa forma de ser causaba rechazo. Horas había pasado cavilando acerca de ello, pero no había llegado a ninguna conclusión factible; poco podía hacer por cambiar, pues el resto lo seguirían viendo como alguien vil y traicionero, prendado de su propia persona, que actúa en beneficio propio.

Pero en aquel instante, las andanzas por su propia psique dieron un giro abismal. Ella no sentía rechazo por él, y las evidencias eran claras. Había ido voluntariamente a sus aposentos, le había recitado algunos de sus pasajes favoritos; de algún modo había abierto un pequeño recoveco donde atisbar su interior y vislumbrar que, a pesar de su juventud, albergaba pesares que no había expulsado y permanecían enterrados bajo montañas de lágrimas, piedras y noches cerradas.
Pero la propia estima de Brynden hacia sí mismo le iba a jugar una mala pasada. Ella no estaba allí por él, estaba por sus propios miedos. Éstos eran más fuertes que el temor que pudiera inspirarle el consejero. No atinaría a ver que ella había permanecido allí más tiempo del necesario, que continuaba sentada como esperando, pero con toda seguridad sería cortesía. Era el consejero del rey, debía ganarse su favor, y si para ello debía recitar un par de poemas, que así fuera…
Basta, dijo una voz en su cabeza, y en ese instante, por segunda o tercera vez en su vida, le hizo caso, y divagó junto a ella:
-Sois bastante joven para tener un concepto de la vida tan negativo –acercándose con cautela, como si lo hiciera hacia un asustado cervatillo –No obstante, no tiene por qué ser una poesía alegre –miró el fondo de su copa y lo apuró –Aún así, hay quien encuentra fascinantes y dignas de alabanza las guerras. Pero esos son, con toda seguridad, los que no han participado en ellas, o aquellos que realmente disfrutan participando.

Ladeó levemente la cabeza cuando escuchó que por fortuna era real, pero intentó hacer caso omiso, dibujándose en sus ojos un brillo diferente al experimentado desde hacía tiempo.
-Tenéis razón –obviando lo anterior, pues eran esos comentarios en los que no sabía cómo actuar, y tampoco quería incomodarla –Aún así, si por esas fuera, no sería transparente con casi nadie. No suelo abrirme a nadie –dijo con un deje de tristeza intentando aparentar sobriedad –Por suerte o por desgracia, mi confianza merma a cada paso que doy en la vida. Quizás por eso voy borrandocomo si de dibujos en la arena se tratara –la posibilidad de hacer una historia sobre Cuervo de Sangre –y se sentó frente a ella.

Formuló una pregunta. Sin duda había pillado la indirecta del consejero, y al igual que ella, decidió proseguir con ese escudo impersonal que se habían creado.
-Dicen que los consejos son una especie de nostalgia, ¿lo habíais oído? Dicen mucho de la persona que los formula y de sus vivencias –y con esa reflexión se arriesgó a ser objeto de observación. Una observación profunda de unos ojos más profundos aún –Pues le diría, que dejara atrás el miedo y la tristeza y aprendiera a perdonar la vida. Es difícil, pero uno debe aprender a darse una nueva oportunidad -le costaba no hablar en segunda persona -No privar a otros de poder conocerla, de poder darle una nueva vida –la miró a los ojos y escrutó su reacción –Nadie nace triste; nadie nace alegre. Ni siquiera más especial que el resto. Son los hechos, las decisiones y las personas que escogemos, las que nos hacen más especiales que el resto del mundo. Y eso no se consigue si una persona se encierra en su fortaleza mirando la vida de otros a través de una ventana –justo lo que él estaba haciendo –Aunque fuera por egoísmo, debería aprovechar cualquier oportunidad que se le presentara para ser feliz, o al menos intentarlo, pues siempre he dicho que hay que arrepentirse de las cosas que se hacen, no de las que no se hacen…

Comprobó para su sorpresa, que la joven era capaz de seguir su macabra broma, y respiró aliviado al descubrir que no la había hecho sentir incómoda. Había algo en ella que hipnotizaba. Era retraída y a la vez impetuosa. Quizás solo necesitaba sentir afinidad por alguien para trasmitir aquello y mostrar su lado más vivo.
Observó cómo pasaba sus delgados dedos por la vela:
-En el fondo, Persefone, no tenéis miedo a quemaros… -dijo con una voz profunda, mientras clavaba sus ojos en los de ella para no dejar escapar ni la más mínima de sus emociones.
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Mensaje por Persefone Caron Vie Mayo 10, 2013 11:31 am

Mirar dentro de esos ojos rojos hacía que lo demás se desdibujase a su alrededor, como si toda su atención fuera absorbida por esos irises sanguinos. Poco a poco, Persefone se había ido percatando de que la conversación que estaba manteniendo con Brynden Ríos no solo se efectuaba mediante palabras; ambos se leían el uno al otro como si fueran trazos de tinta en un pergamino, y los gestos, las miradas y los silencios tenían significado propio. Alcanzar un grado de comprensión tan alto y tan patente con alguien a quien acababa de conocer era para ella del todo inaudito. Siempre solía tardar en confiar en las personas ajenas a su familia, e incluso con sus propios hermanos evitaba temas que tuvieran que ver directamente con sus pensamientos o sus miedos más profundos. Dejarse ver tal y como era ante los ojos de los demás le creaba cierta sensación de indefensión, y sin embargo, pese a que Brynden parecía poder colarse dentro de su mente, se sentía tranquila y segura; quizá porque ella también lograba atisbar algo en él.

Ambos se trataban con cierta cautela, hablando claramente y a la vez escondiendo, acallando y ocultando significados que a fin de cuentas quedaban plasmados en los silencios. Cada detalle parecía ser importante y guardar un amplio significado, y Persefone supo que a partir de aquella noche, iba a asociar el olor de la vainilla a Brynden. Empezaba a estar segura de que su entendimiento manaba de su semejanza. Ambos estaban encerrados en si mismos, eran recelosos y evitaban confiarse a los demás; irónicamente, parecía ser eso lo que les permitía entenderse y tender puentes.

Persefone lo observó mientras volvía a aproximarse a ella desde la ventana y a tomar asiento. Pese a todo, gran parte de Brynden permanecía sumido en el misterio. Ni aunque siguieran hablando toda la noche llegaría a poder terminar de leer en él, estaba segura de que harían falta muchas noches. Mientras tanto, él respondió a su pregunta otorgándole a la doncella del cuento un consejo que en realidad iba dedicado a ella, y que se ceñía a su psique a la perfección. Era como observarse desde fuera reflejada en las palabras de Brynden, que parecían haber construido frente a ella una replica exacta de sí misma con cada cariz de su identidad y sus complejos pensamientos debidamente medidos y representados. Sopesó aquellas palabras consciente de que acababan de darle un buen consejo, un consejo que señalaba que su vida no tenía por qué ser sombría y triste, que había algo más fuera de las paredes del castillo, que hasta ella podía intentar ser feliz; incluso después de años de sombras, rencores y odios que se retroalimentaban, tenía derecho a intentar ser feliz. Suspiró y la imagen mental de si misma desapareció y la volvió a dejar a solas con Brynden.

-Es un buen consejo. Estoy segura de que la doncella lo habría tenido muy en cuenta -Aseguró mientras dejaba que una leve sonrisa titilara en sus labios durante un momento -Pero las nuevas oportunidades son costosas de conceder, implican dejar atrás muchas cosas. Todos nosotros somos las suma de nuestras circunstancias; nuestros recuerdos y elecciones nos construyen como personas. Quizá la doncella temiera renunciar a su pena, porque sin su pena ¿quién es ella? -La metáfora de la doncella estaba llegando demasiado lejos, así que negando levemente con la cabeza añadió -Mi rencor... El rencor de los Caron hacia los Baratheon lleva años dándome fuerzas. Es por eso, que lo que más temo de esta nueva rebelión no es quedar desamparada o tener que volver a arrodillarme ante los de Bastión. Lo que me aterroriza es perder mi odio. Temo ver resarcido mi desprecio hacia los Baratheon, y que lo único que me ha mantenido con estabilidad durante estos años se apague y desaparezca. -Respiró profundamente y casi con alivio al haber podido confesarlo en voz alta -Pero sin duda, sustituir las ansias de venganza por las ansias de felicidad parece un buen remedio para ello -Añadió mientras volvía a distraerse con la vela. Quizá después de la rebelión pudiese comenzar a construirse nuevas metas, unas menos tristes, menos sombrías, alejada de rencores y suplicios. Dejarse conocer.

El silencio volvía a imperar en la estancia mientras ella jugaba de nuevo a pasar sus dedos sobre la tenue y temblorosa llama, que parecía evitar el contacto de su piel, como si no quisiera dañarla. Persefone, sosegada y aplacada de sus temores, no podía evitar que su respiración se pausara y se acompasara a la de Brynden. La afirmación de él, que la observaba juguetear con la vela, la hizo sonreír de nuevo.

-Para los que tenemos las manos frías, rozar el fuego puede ser la única forma de lograr cierta calidez. Es como congelarse en llamas -Contestó, aunque creía que Brynden no se estaba refiriendo a la vela. En el fondo, ella tampoco. Una sonrisa despertó súbitamente en sus boca y en sus ojos. Apartó la mano de la llama y se perfiló los labios con los dedos, templados por el calor de la vela, intentando controlar sus propios gestos y disimular aquella sonrisa pícara que había aflorado sin su permiso. Al final optó por recuperar su copa y apurar su contenido. No sabía en qué dirección se estaba propagando su entendimiento o su interés hacia Brynden Ríos... Mejor dicho, sí que lo sabía, pero no estaba segura de poder controlarlo. Tenía menos claro aún si eso era algo bueno o algo malo. Lo único que sabía con certeza, es que se podía escribir sobre algo como aquello.
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Mensaje por Brynden Ríos Lun Mayo 13, 2013 1:33 am

La danza que en ese momento experimentaban las sensaciones en el ambiente, estaba tomando un matiz agridulce, mezclado con el aroma de una vela oportunamente elegida y la inconfundible esencia de una mujer que aparentaba menos de lo que era. Quizás el potencial y la fuerza que manaban de sus ojos era lo que el bastardo quería captar, algo que le diera la razón y le demostrara que tenía frente a sí a un majestuoso animal enjaulado.
La tristeza y el gris de su mirada no eran naturales; con toda seguridad, había sido forjado a través de los años. El consejero llegó a la conclusión de que, si él había podido dedicarle una fugaz media sonrisa, ella también podría brindarle otra más amplia. Pero ahí radicaba el problema, Brynden no sabía alegrar a una persona, y mucho menos a una mujer. Lo que hasta ahora le estaba ofreciendo eran más matices grises a su ya deslucida vida. Y por primera vez en mucho tiempo, se sintió mal. De ese modo descubrió que la voluntad no lo era todo, estaba demostrado que no bastaba con querer algo para conseguirlo. Había que estar capacitado, y el bastardo estaba tan capacitado para hacer sonreír a la joven, como un cojo para echar una carrera y ganarla.

Hasta ahora tan solo habían jugado a desnudarse el alma, más bien ella, pues Brynden al parecer seguía tan opaco como siempre, o al menos eso esperaba, una esperanza tan falsa como que los cuervos tenían dientes. Muy en el fondo, el consejero se había percatado de las magulladuras que su trasparente armadura había sufrido en lo que llevaba de noche. Las grietas comenzaban a ser más visibles, y la joven se estaba dando cuenta. El bastardo se sentía indefenso, pues nunca había creado escudos para aquel tipo de situaciones. Desde la última vez había puesto barreras, fosos y muchos arqueros para paliar la deficiencia de su protección, pero las barreras no eran sólidas, los fosos estaban secos y las flechas de los arqueros eran poco más que volutas de humo ante la profunda mirada de aquella mujer.

Aún permanecía en estado de profunda disonancia, mientras intentaba aparentar normalidad. Se debatía entre seguir construyendo defensas ante lo inminente, o dejar que se derrumbaran. Era como cruzar con zancos un barranco, como construir una fortaleza sobre barro, como flotar sobre el fuego… tenía que arriesgar, y podía resultar el mayor de los triunfos o la más catastrófica de las derrotas.
Intentando no hacer caso a su fuero interno y a la lucha que dentro se libraba, observó a Persefone disimulando el interés que le suscitaba. Vio de sobra que cavilaba sobre las palabras con las que el consejero le había obsequiado, aunque en realidad eran casi tan intangibles como el vapor, y tan útiles como una espada. Y ese fue el camino que escogió ella con su respuesta; la espada, la lucha, la fuerza, la rabia. En cambio, a pesar de que a Brynden se le agitó algo por dentro, así como cierto deleite por haber encontrado por fin el verdadero animal enjaulado, no era una idea que le agradara del todo, y se lo hizo saber:
-La doncella debía encontrar su verdadera esencia, quién era en realidad antes de que la tristeza hablara y actuara por ella –su voz parca no era la más adecuada para decir aquel tipo de cosas, pero le conferían cierto aire de sobriedad –Debería hacer caso a quien realmente la vio feliz, a quien desde fuera pudiera ver cómo era por dentro sin una opinión sesgada –y en ese instante se dio cuenta de que estaba hablando de más, por no decir que quizás se estaba metiendo donde no debía.

No conocía a aquella joven más que de unos instantes, pero en cambio tenía la sensación de que ya se había encontrado con ella en otro momento, en otro lugar, y posiblemente en otra vida, quizás porque era fácil leerla, porque trasmitía mucho y estimulaba la sensibilidad del bastardo para con los ojos grises, o quizás porque era el reflejo cercano de un alma afín.
Volvió a mirarla y de manera increíble, la comprendió. Si hubiera sido otro hombre y ella otra mujer, la habría cogido por la barbilla y habría clavado sus ojos en ella para decirle que la entendía, pero estaba obligado a no hacerlo, se sentía incapacitado para volcarla en el odio y en el pesar, por ello habló, solo habló:
-Persefone, la vida es demasiado corta para estar siempre odiando. Demasiado complicada para imponernos más dificultades aún. Debemos aprender a buscar otras motivaciones, otras metas, otros logros, y a ser posible, que dependan lo máximo posible de nosotros mismos –se sorprendió a sí mismo hablando de manera tan idílica y optimista, cuando en el fondo creía tan solo la mitad de lo que decía. Pero él ya estaba perdido, él ya se había enrolado en una guerra y destinado a asesinar a su propia sangre, su vida no era tan valiosa, y no tenía siquiera un futuro digno de ser escrito.

Sintió cierta tristeza por dentro, pero si con aquello conseguía salvar la vida de aquella joven que había conseguido captar su atención en tan poco tiempo y en un momento convulso de su vida, dormiría tranquilo después de demasiadas noches en vela.
En ese instante, sus palabras causaron algo que no había previsto; sonrió, lo hizo. Eso era lo que había estado buscando, y ahora que lo había conseguido se sentía extraño. No sabía describirlo. Su respiración se agitó levemente y pudo escuchar un incesante repiqueteo en su pecho. Esperó con cierto temor que la joven no lo notara, pues le resultaría demasiado embarazoso y su rostro se volvería del color de su peculiar mancha de nacimiento.
-Las manos frías esconden algo, Lady Caron ¿os lo habían dicho? La piel es nuestra armadura, y cuando se mantiene fría es porque esconde algo más cálido, algo muy preciado. Es para compensar el fuego interno, es como una defensa ante cualquier cosa que quisiera llegar hasta ese tesoro que tan celosamente escondemos y tanto nos cuesta entregar –eran las palabras de alguien cuyo tesoro estaba tan resquebrajado como su armadura. Por eso era el doble de frío que la gente normal –Es injusto contentarse con una tímida vela para sentir calidez, Persefonecongelarse en llamas es mirar vuestros fríos ojos y ver cómo el fuego danza insolente, dijo para sí, como recitando algo casi olvidado con más deleite de sensatez.

Conforme sus pensamientos irrumpían de manera estrepitosa en su mente, su corazón comenzaba a violentarse. Su mirada se dirigió involuntaria a los labios de la joven, y tan rápido como pudo volvió a sus ojos, con la esperanza de que tampoco hubiera notado aquello.
¿Qué le estaba pasando? Las defensas estaban fracasando de manera estrepitosa, su juicio comenzaba a nublarse y su pecho tomó la voz cantante. Cuando la joven apuró el contenido de su copa, Brynden ya no pensaba. Y en el momento en que Lady Caron enjugaba el vino de sus labios, Brynden cogió con delicadeza y decisión su rostro, y la aproximó hacia él besándola con la sutileza de un poeta y la crudeza de un guerrero.
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Mensaje por Persefone Caron Lun Mayo 13, 2013 7:17 pm

Los pensamientos sobre rencores y penas flotaban como la bruma sobre Persefone. Podía sentirlos aún muy cerca de ella, pero fuera de su mente. Su lugar lo habían ocupado otro tipo de pensamientos, unos más ligeros, que pasaban por su mente a una velocidad tan vertiginosa que a penas era consciente de lo que significaban o representaban. Sabía que tenían algo que ver con el fuego y la calidez, tenían algo que ver con algo escondido, con algo candente que se acababa de prender dentro de ella y que la quemaba tras la piel. Sintió que sus pulmones se vaciaban de golpe en un suspiro atropellado. Las palabras de Brynden habían despertado algo en ella, algo que estaba segura de no poder controlar.

Sabía que debía moverse, alejarse... Pero no podía moverse, en el fondo no quería hacerlo. Era una sensación tan grata... Que Brynden tuviera su mirada posada en ella la tranquilizaba. Por un instante, se preguntó que sentiría si lo que se posase sobre ella fueran sus manos; y simplemente con imaginarlo temblaron todos sus huesos y se le volvió a escapar un suspiro. Sus labios aún sabían a vino cuando él tomó su rostro entre sus manos para besarla. Persefone sabía lo que se esperaba de ella. Una dama de Canto no debía dejarse robar un beso... ¿O sí? ¿Importaba algo lo que ella deseara?

Decidió darse un momento. Un momento que fuera solo para ella, un momento en el que no tuvieran nada que ver los intereses de su familia... Pretender que tras los muros de aquella estancia no existía nada más; y así, pudo corresponder a aquel beso tierno y hambriento al mismo tiempo. Sus manos buscaron rozar el rostro de Brynden, pero terminaron posadas en su cuello, sintiendo el fuerte y violento pulso que latía bajo su piel. Casi podía sentir a Brynden respirar contra ella, y es que se había aproximado a él sin percibirlo, por instinto. Sentía que su sangre se había transformado en un liquido candente, que la consumía desde dentro. Estaba segura de que su fría piel pronto se convertiría en ceniza, y que se la llevaría el viento en el primer suspiro del amanecer.

Persefone rompió el beso al girar el rostro, sabiendo que de haber seguido un instante más no habría podido frenarse. Se puso en pie casi con brusquedad y caminó hacia la ventana... Sus piernas se negaban a avanzar hacia la puerta.

-Por respeto, Brynden... -Casi no tenía aire con el que dar voz a sus palabras -Por el respeto que le debo a mi Casa, a mis hermanos... Por el respeto que le deberé al que vaya a ser mi esposo... No puedo darte nada más -Sentenció con la amargura tiñéndole la voz -Porque nadie me respeta a mí o a mis deseos -De pronto se sentía indignada por tener que salvaguardar los intereses de alguien a quien no conocía, alguien que no tenía ni nombre ni rostro... Un futuro marido difuso en el porvenir, cuya identidad podía cambiar al son de los intereses de su hermano Pearse. Eso no la había molestado nunca, hasta entonces. Odiaba tener que anteponer todo aquello antes que sus propios deseos u opiniones. Ahí radicaba todo el problema. ¿Cómo iba a ser feliz si no era libre?

Pero durante un instante lo había sido. Había elegido salirse de lo establecido, había elegido corresponder a aquel beso... Y eso nadie podía quitárselo. Se volvió para mirar a Brynden, intentando leer su reacción, pero su mente funcionaba demasiado rápido, no podía fijarse en nada, estaba demasiado furiosa, demasiado frustrada, demasiado apenada. Quería patear el suelo y gritar, pero sabía perfectamente que no haría ni lo uno ni lo otro, volvía a ser dueña de sus reacciones, volvía a estar protegida tras su fría piel.

-No he debido... He sido egoísta. Os he permitido besarme cuando sabía perfectamente que no... Que yo no podía... -Su garganta se cerró para impedir que un sollozo escapara de sus labios. Llegaba al punto de ser doloroso el no poder darse prioridad a ella misma, el no poder ni siquiera darle prioridad a Brynden.
-No me pertenezco -Habría deseado poder explicarse mejor, era como si se hubiese asomado a un abismo y se hubiese percatado de que no estaba en su mano echarse atrás para no caer. Se abrazó el torso, presa de un frío terrible que se había cernido sobre ella como una sombra... Pero en sus labios aún latían las huellas de aquel beso, y los mantenía templados.
Persefone Caron
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Guardando cautela, la golondrina visitó al cuervo (Brynden Ríos) Empty Re: Guardando cautela, la golondrina visitó al cuervo (Brynden Ríos)

Mensaje por Brynden Ríos Mar Mayo 14, 2013 6:43 am

Suave, liviano pero a la vez devorador, húmedo, libre y con sabor a vino. Aquellas eran algunas de las palabras que el bastardo podría utilizar para describir el beso que la joven Lady de Canto Nocturno le había correspondido.
Temía que después de tanto tiempo sin acariciar con sus labios ni la carne que había cenado aquella noche, se le hubiera olvidado cómo besar. Al parecer, Brynden aún conservaba su visión para los momentos propicios, aunque no estaba del todo seguro de si aquello lo conduciría a buen puerto.

Y así fue, cuando el siguiente movimiento hubiera sido morder su labio inferior y la duración del beso se prolongaba, la joven se apartó. Quizás le hubiera fallado la percepción, pero el consejero había sentido que le estaba correspondiendo, que no solo él besaba, pero al parecer había errado su movimiento. Ahora que veía los labios de la joven alejarse se dio cuenta de que el beso no había durado tanto como había creído.
¿Fueron sus manos ásperas, su torpeza, su obnubilada evaluación del momento, su origen bastardo, los rumores que lo envolvían, la predominancia de la parte amarga del sabor agridulce de besar a un desconocido…? Esas dudas se agolpaban para dar luz al repentino rechazo de Persefone.
Además de bastardo eres un jodido iluso. ¿Una Lady querer besar a alguien como tú? No me hagas reír. No está en tu destino ser amado, Cuervo de Sangre. Vete a Desembarco, fóllate una puta, págala y date por satisfecho… dijo una voz en su cabeza.
Y en ese momento la rabia lo inundó al escucharlo, pero pudo controlarla antes de destrozarse los nudillos contra la pared de piedra, provocar sin duda que Lady Caron se alarmara y tuvieran que sacarlo de allí a la fuerza, o peor aún, matarlo por supuesta agresión.

La vio alejarse hacia la ventana, mientras un sudor aterciopelado recorrió su nuca tornándose áspero. Supuso que el paso siguiente sería una diatriba de excusas y un portazo al salir, pero se equivocó en parte:
-No os preocupéis –dijo en parte resignado –Supongo que un bastardo con mi historial eclipsa cualquier cosa que hayáis escuchado de mis labios esta noche, Lad… Persefone –se sintió tentado de volver a la formalidad inicial –Lo entiendo. Puedo entenderlo todo, puedo entender que os debáis a un futuro mejor. Aunque no entiendo la fidelidad y el respeto por alguien que no conocéis y que sin duda será mejor que yo. Una amarga verdad –No obstante, supongo –pues no quería afirmarlo a ciencia cierta -que es vuestra decisión y vuestro deseo, y noe me queda otra que respetar lo que hagáis –aún quedaba un resquicio dentro de sí que le imploraba no resignarse.

Su posición era la de alguien que había vuelto a engañarse, la de alguien que volvía a la posición fetal. La de emprender un nuevo camino, aunque no sabía en qué dirección; ventana o puerta. Su reacción no era enfado, era frustración aderezada con el sinsabor de las causas perdidas. Aunque sin duda, el calor que sentía en sus labios era el que no dejaba que volviera a la frialdad del Brynden que ordenaba una emboscada sin inmutarse por la sangre que iba a correr. Pues de sangre iba el asunto; sangre que volvía a su cauce, sangre que no había llegado a ser derramada, sangre palpitante que durante un momento aunó dos cuerpos. Pero su sangre era negra como la noche, como las alas de un cuervo, como la muerte de la oportunidad.

A lo largo de la estancia de Lady Caron en aquellos aposentos, el bastardo se había ilusionado de nuevo después de tanto tiempo. Había encontrado alguien a quien salvar de un eterno cielo gris, alguien de quien poder enamorarse en un futuro, alguien a quien dedicar el sol de la mañana, alguien que llorara su muerte...
Pero todo se había desvanecido por su ímpetu y por sus ansias de subirse a un carro que lo alejara de toda miseria emocional. Él también había sido egoísta, sin duda.
La miró de nuevo, y la vio de forma diferente, dibujada en la oscuridad de la noche, y titilante por la luz de una vela que pugnaba por no consumirse:
-¿Recordáis uno de los consejos que le hubiera dado a la doncella? –dijo mientras caminaba hacia ella con una capa negra de viaje –Que no dejara que nadie hablara por ella, en su caso la tristeza, en el vuestro… no lo sé –tampoco sabía si quería averiguarlo –He encontrado en esta fortaleza mucho más de lo que vine a buscar, y supongo que debería quedarme con eso –pero estaba seguro de que no podía engañarse a sí mismo con aquel falso consuelo.

Le posó la capa sobre los hombros. Olía a viaje; al campo de El Dominio, las aguas del Mander, la taberna de Granmesa, la intemperie de la noche, las montañas de las marcas y ahora a una canción menos dulce.
-No voy a deciros lo que tenéis que hacer o decir. Quizás porque no tengo nada que perder y mucho que ganar un corazón nuevo –he dado ese paso. Pero creo que me he equivocado y os he juzgado de forma errónea. Creí algo que al parecer no puede ser –se puso a su lado, sin siquiera rozarla y miró por la ventana –Perdonad mi impertinencia, no volverá a pasar –implorando a la noche que se estuviera precipitando en su conclusión –Mañana marcharé a Dorne a la vuelta recuperaré mi capa, quiso decir, pero esas palabras se le atragantaron haciendo un nudo en su garganta.

Volvió a mirarla, observó su reacción y miró de nuevo por la ventana:
-Me gusta la noche por su capacidad para sorprender –hizo una pausa –Es magníficamente impredecible… -ciertamente deleitado.
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Mensaje por Persefone Caron Mar Mayo 14, 2013 5:45 pm

Quizá hubiese preferido la furia, pero ver que Brynden se frustraba y resignaba tanto como ella solo terminó por hundirla un poco más en su indignación. Siempre asumió que no le importaría esperar al esposo escogido por su hermano, a fin de cuentas lo consideraba su deber, había sido educada para ello... Pero en aquel momento sentía que algo se le retorcía por dentro, sus ideas, sus sentimientos, se retorcían sobre si mismos como las ramas de un árbol viejo. Hasta aquel momento había entendido los razonamientos que fundamentaban la moral imperante en su Casa y en la mayor parte de Poniente, pero había encontrado una fisura en todo aquello, un punto de inflexión con el que no podía coincidir. ¿Por qué? ¿Por qué las mujeres no tenían derecho a pensar por si mismas? No podían decidir, ni expresar sus deseos con libertad... Mucho menos satisfacerlos. ¿Quién había tenido la genial idea de atar a las mujeres al honor? ¿A quién se le ocurrió que el lugar apropiado para guardar la honra de su familia era la entrepierna de sus hijas?

Lo cierto era que Persefone podía darse con un canto en los dientes. Al menos a ella le habían permitido estudiar sobre letras y otras materias. Muchas mujeres, incluso algunas de familia acomodada, permanecían analfabetas durante toda la vida. También tenía opinión y derecho a expresarse con cierto grado de libertad, pero siempre dentro de los muros de Canto Nocturno, y su voz siempre resonaba menos que la de sus hermanos. Había tenido que aprender a imponerse mientras fingía docilidad, a ser engañosa y prudente para lograr sus objetivos sin que nadie se percatara de ello. Pero siempre había tenido claro que los intereses de los Caron eran los suyos propios, y jamás había estado dispuesta a corromper lo más básico de su educación: Ella pertenecía a su familia hasta que llegara el momento de pertenecerle a otro. A su esposo. Era una transacción fría, pero siempre lo había concebido como algo natural, y lo contrario habría sido deshonroso... Sin embargo, en aquel instante era incapaz de comprender qué había de deshonroso en seguirse a si misma.

Habría querido explicarle a Brynden que su decisión de alejarse de él no tenía nada que ver con su nombre o con su fama... Pero no podía expresar los verdaderos motivos y defenderlos con convicción, porque ella misma se bastaba para poner todo aquello en duda. En lugar de eso, decidió repetirse a si misma los motivos por los cuales debía mantenerse firme y no ceder ante sus propios deseos.

-Debo fidelidad y respeto al que será padre de mis hijos... Incluso sin conocerlo, incluso sin saber si podré amarlo o si terminaré aborreciéndolo. Y sea lo que sea lo que me espera en mi futuro, no tendré forma de saber si es mejor o no... Pero es como ha de ser -Musitó, tratando de sonar convincente... No terminó de lograrlo. Tener en cuenta a un hombre inexistente era muy absurdo, tanto que Persefone tuvo que morderse la lengua para no soltar una maldición.

Sintió que de pronto la cubría con algo, y comprobó que se trataba de su capa de viaje. Persefone no pudo evitar agradecer el gesto con otro suspiro, reconfortada por la protección de la prenda, pero sobre todo porque había vuelto a sentir sus manos muy cerca de su piel. Escuchaba en silencio y se limitaba a morderse la lengua para no sacar a Brynden de su error, pues ni se había equivocado con ella ni la había juzgado mal... Pero aclararle aquello solo habría servido para crearle nuevas dudas, quizá más profundas. Era mejor dejar las cosas como estaban. Cerró los ojos y respiró profundamente el olor de la capa, como queriendo grabar cada matiz del momento en su memoria, ya que no tenía muy claro cuanto más podría durar.

Observaron el paisaje nocturno que les brindaba aquella ventana, en silencio, muy juntos, pero sin llegar a tocarse; y mientras, ella solo podía pensar en lo mucho que deseaba rozar sus manos, quizá solo entrelazar sus dedos un instante. Se rogaba a si misma una última oportunidad de hacerlo, intentando convencerse de que podría apartarse y marcharse después... Había conseguido negarse aquel deseo varias veces hasta que Brynden sentenció con voz profunda que aquello no volvería a pasar. Sintió que sus convicciones se hundían en el barro del desaliento hasta los tobillos, y que su seguridad a la hora de acatar su moral se desestabilizaba por completo. Aguantó estoica sin permitir que su rostro delatara lo mucho que le entristecían esas palabras, y rogó a los Siete con todas sus fuerzas para que aquello no fuera verdad... En el fondo, deseaba que no fuera cierto.

Él se marchaba, y a Dorne nada menos. Una tierra que la había fascinado desde que era una cría. Por sus venas corría sangre dorniense, y siempre había deseado salir de Canto y pasar unos meses viajando por la patria de su madre. Allí las mujeres eran más libres, seguro que hasta era más sencillo ser feliz... Por un momento, estuvo tentada a pedirle a Brynden que se la llevara con él. Pero quizá la solución no estaba en huir a Dorne.

-Las noches esconden secretos, y sin duda son impredecibles... Y no lo lamento -No esperaba ni por asomo todo lo que había ocurrido en lo que de pronto se le antojaba un parpadeo, fugaz, como la caída de las estrellas desde el firmamento. Brynden le había hecho pensar, con sus palabras y su mirada había logrado tranquilizar sus miedos, pero sobre todo, había despertado algo que Persefone había creído no poseer. Y no podía arrepentirse ni sentirse culpable, había sido liberador y tierno, y a la vez fogoso y primario -No deseo que esta noche se convierta en un recuerdo amargo -Dijo mientras alzaba los ojos para mirarlo. Mantuvo la calma en un esfuerzo titánico, y al fin permitió que su mano se posara en su antebrazo -Tened mucho cuidado, Brynden... -Casi se le había olvidado que tras los muros de Canto, había nacido una guerra. Le dedicó una última mirada antes de girar sobre sus talones y dirigirse a la puerta. Necesitaba cerrar los ojos, aunque tenía la certeza de que no iba a lograr conciliar el sueño por mucho que lo intentara.
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Mensaje por Brynden Ríos Miér Mayo 15, 2013 11:33 am

Sin duda, el bastardo había callado más de lo que había dicho, al menos verbalmente. Y al parecer, su acompañante aquella gris noche estaba tomando su mismo ejemplo.
Su silencio lo atormentaba de sobremanera, pero no podía hacer más que permanecer impasible y resignado, pues la verdad que él creía que estaba detrás de su rechazo podría resultar mucho más dolorosa.
En situaciones como aquella, o al menos con una disyuntiva de semejante tamaño, siempre se hacía la misma pregunta: ¿Qué era peor, saberlo o imaginarlo? Pues en ese momento, algo dentro de él pugnaba por salir, arrinconar a la joven contra la pared e instarla a que lo mirara a los ojos y le dijera que le daba asco su mancha de nacimiento, que era un bastardo sin futuro, que ojalá no le hubiera dado aquel beso, y que tan solo le había recitado aquellos versos para ganarse su confianza.

Pero no. Siguió con aquella posición aparentemente despreocupado, con el brazo derecho por encima de la cabeza, apoyado en la pared y el cuerpo ligeramente vencido. Era el brazo con el que tensaba el arco, ligeramente más robusto que el izquierdo, y en aquel momento de tensión podría haber aguantado sobre él cada una de las piedras que componían Canto Nocturno.
Soltó una sonrisa irónica, sin llegar a mostrar los dientes, y negó con la cabeza:
-Repetís esa canción una y otra vez para intentar convenceros a vos misma, pero da la sensación de que no acabáis de creérosla… -dijo con cierta parquedad maquillándola con una pizca de cortesía –No voy a rebatírosla ya lo haréis vos cuando estéis sola –no quiero incomodaros ni presionaros, Persefone. Decidid por vos misma sin que mis palabras empañen vuestra elección. Ahí es donde radica la libertad… -soltó con cierta susceptibilidad.

Suspiró cuando le posó la capa sobre los hombros, pero llegados a ese punto, Brynden ya no discernía si era pesar, angustia, incomodidad o placer.
Debería haber lavado esa capa, pensó como si aquello fuera trascendental y al final decantara la decisión de la joven hacia un lado u otro.
Pero no, en el fondo pensaba que ya estaba todo perdido, que había sido un pasaje de cuatro líneas en la vida de aquella mujer, que había sido su entretenimiento durante unos instantes, que no se entregaría a él ni por todo el oro de Roca Casterly, y que cuando saliera de sus aposentos ni siquiera volvería la vista atrás como en las historias.

El ambiente olía a despedida, a capa de viaje, a vela de vainilla y a ella. Pero por encima de todo era su olor la que inundaba los sentidos de Brynden.
Cerró los ojos e imaginó. Las efigies danzaban por su mente a un ritmo frenético, pero sin embargo, era capaz de percibir detalles sueltos que sin duda pertenecían a ella. Sus ojos, la comisura de sus labios, un hombro, una ceja alzada, sus dedos, una rodilla, un remolino en el pelo, una arruga en las sábanas, el humillo de una vela que se acababa de consumir…

Abrió los ojos y dejó de soñar. Se encontró de nuevo frente al cristal, y allí estaban ellos, uno al lado del otro, sin tocarse, como si un mínimo roce hiciera saltar una chispa incendiaria y prendiera en llamas toda la fortaleza. El rostro de Brynden, frío, impasible, afligido, aunque en el fondo ardía por dentro. El agua de los ríos que corría por sus venas no era capaz de apagar a su otra mitad Targaryen, pero intentaba mantenerla a raya con todo su ahínco. El rostro de la joven, cohibido y esquivo. Sus manos, aunque perennes en su bajo vientre, pugnaban por algo, a saber qué. Sus labios sellados le habían dado la vaga sensación al bastardo de que, de un momento a otro, se iban a abrir para decirle lo contrario de lo que pensaba, o incluso para besarlo, pero tan solo contenían una respiración que volvía a su cauce y unas palabras negadas.

En ese instante, Persefone se giró hacia Brynden y tomó su rostro. Sus manos suaves pero firmes lo atraían hacia sus labios, y cuando lo tuvo frente a sí, mordió su labio inferior y sus manos aferraron su oscuro cabello…
Pero fue solo un reflejo, una ilusión en el cristal. La verdadera Persefone permanecía impasible, mientras Brynden la miró de soslayo esperando esa mano, pero no llegaba.
-Es curioso cómo nos gusta atribuir nuestras responsabilidades a otros entes… como la noche –dijo alegando que los que escondían secretos eran ellos dos, y obviando decir que él tan solo lamentaba haberse precipitado y creído en algo imposible, pero no haber probado aquellos labios cálidos con sabor a vino.

Intentaba permanecer calmada, pero su voz se entrecortaba, lo cual incomodaba al bastardo pues no sabía qué hacer en esos casos:
-Será un recuerdo en cuanto salgáis por esa puerta –temeroso de que eso sucediera –Amargo o no, depende de cada uno, quizás sea tarde para rectificar y hacer que fuera de otra manera… -todo quedaba en el aire, en el aire de la noche, en el aire que ella provocaría al salir de allí, en el aire que ocuparía su ausencia, en el aire que exhalaría de sus pulmones si la volviera a tener entre sus manos, pero sin duda, en el aire de libertad.

De nuevo, una mano se posó sobre Brynden, pero esta vez la sintió en su antebrazo, aquel con el que sostenía el arco, el que daba equilibrio y sentido a su puntería, el que recibía el impacto de la cuerda. Experimentó una electrizante sensación que recorrió su brazo hasta su cuello, erizándole el vello de la nuca. Tomó esa mano de manera instintiva, y la miró cuando ya lo había hecho y su mente estaba más preclara. Su impulso fue soltarla inmediatamente, pero la apretó levemente:
-Es una guerra… nada sale de acuerdo con lo esperado… -como la vida o la noche, pensó mirándola a los ojos y manteniendo su mirada quizás por última vez.

En el instante en que soltó su mano, giró sobre sus talones y deshizo su camino hacia la puerta. La observó desde la ventana un instante, y se aproximó hacia ella lentamente, pero se detuvo en mitad de la estancia, a la altura de la vela, y la miró fingiendo estar distraído.
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Mensaje por Persefone Caron Miér Mayo 15, 2013 7:33 pm

Ya estaba frente a la puerta y su mano se encontraba sobre el pomo, solo tenía que tirar de él y salir de la estancia; pero se había quedado quieta, muy quieta, al sentir que Brynden caminaba tras ella como intentando darle alcance. Esperó un instante con los ojos fuertemente cerrados, casi sin respirar... Pero él no llegó hasta ella, se había detenido en el centro de la estancia, resignado. Y Persefone no lo entendía. Por un instante, cuando había dicho que ni ella misma se creía todo aquello, pensó que lo había entendido, pero no. Brynden parecía capaz de leer todo menos aquello, lo más importante, lo esencial, lo primario. Era una autentica tortura sentir como sus palabras golpeaban su cráneo desde dentro una y otra vez. La libertad era peligrosa, significaba darle la espalda a lo establecido, a lo seguro, a la realidad. Era como un salto al vacío. Demasiado arriesgado, demasiado arriesgado, repetía una voz en su cabeza, la misma voz que le instaba a salir de allí en aquel preciso instante. No lo hizo.

Su mano se crispó sobre el picaporte. De la amarga pena había surgido, de pronto y entre llamaradas, la rabia. Amarga y devastadora, pero también fortalecedora y apasionada, borró de un plumazo todo rastro de precaución y cautela, como anulando todo signo de cordura y sensatez de la mente de Persefone.

-¿Si sabéis que ni yo termino de creerme mis palabras, por qué os conformáis? ¿Por qué no las rebatís? -Se giró para mirarlo, con las mandíbulas y los puños apretados -Deberíais rebatir cada estupidez que digo, deberíais llevarme la contraria, porque como no puedo expresar lo que deseo con libertad, lo digo todo del revés. Y vos lo sabéis -Tragó con fuerza al sentir un nudo de pura furia aflorar en su garganta, y volvió a aproximarse a Brynden -¿Por qué guardáis silencio si esto os incumbe tanto como a mí? -Inquirió mientras comenzaba a caminar en círculos en torno a él -Al parecer no soy la única que se regodea en la pena, que vos os empeñáis en no ver lo que se os presenta. Deberíais hablarme con franqueza, o quizá mentirme. O explicarme que hay formas de satisfacer el deseo sin dañar la honra, ¡soy doncella, no tonta! -Volvía a sentir hervir su sangre, volvía a notar como el color subía a sus mejillas; una explosión de vida y fuerza que era incapaz de controlar. De nuevo sus pensamientos volaban tan rápido que era incapaz de silenciarlos antes de que brotaran de sus airados labios -O podríais ser gentil, como cuando me habéis robado un beso. Prometer cosas que quizá no recordéis mañana... Pero lo que no os consiento es el silencio. -El silencio me hiere. Se detuvo frente a él y consiguió aguantarle la mirada, altiva.

En realidad, su furia no iba dirigida a él, al menos, no conscientemente. Lo que la encolerizaba era haberse resquebrajado, odiaba no poder volver a su estado anterior, prefería la pena a la frustración. También la exasperaba la impotencia y la idea preestablecida de que no podía hacer nada para cambiar aquello. Lo normal habría sido resignarse, había estado a punto de hacerlo... Pero era su sangre dorniense la que parecía haber tomado el control de sus actos. Quizá la presión había terminado por hacer aflorar un ápice de un orgullo que no le pertenecía a ella, sino a sus antepasadas, aquellas a quienes no les daba miedo quemarse.

-Quizá jugáis conmigo -Le recriminó mientras arremetía contra él y lo empujaba, sin mucho éxito Rebatidlo -Quizá el beso a sido un capricho momentáneo -Volvió a empujarlo. Rebatidlo -Quizá fingís pesar para contentarme -Rebatidlo, rebatidlo, rebatidlo -Si el recuerdo de esta noche se convierte en amargo no será por mi culpa -Sentenció, volviendo a posar sus manos en el pecho de Brynden, pero no para empujarlo de nuevo, sin para aferrarse a él con todas sus fuerzas hasta que se le quedaron los nudillos blancos. Su mirada perdió la oscura sombra del reproche y volvió a contemplar a Brynden aflicción -¿Me deseáis? -Susurró al fin, con un deje fatigado despuntando en su voz. Se volvió a perder en aquella mirada de ojos rojos, que en la penumbra de la cámara, de pronto parecían negros. Hasta aquel instante no se había percatado de que la vela se había consumido por completo.
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Mensaje por Brynden Ríos Jue Mayo 16, 2013 7:08 am

Miró de soslayo y vio, mientras pasaba sus dedos endurecidos por la vela, como anteriormente lo había hecho la joven, cómo ésta se alejaba, cómo sus últimos pasos eran para alejarse de él llevándose consigo un pedazo del bastardo.
Pero en el instante en que su mano se posó en el pomo y no le sucedió el movimiento de giro y el sonido de la puerta cerrándose tras de sí, Brynden alzó la vista extrañado, y una profunda sensación de desasosiego se apoderó de él.
El estómago le dio un vuelco, sus sentidos se pusieron en guardia y su mente se agudizó. Pero poco duró su estado de alerta, pues sus músculos se tensaron, su razón se anuló y sus ojos se clavaron confusos en los de Persefone mientras ella comenzaba a hablar y a aproximarse hacia él.

De niño se había enfrentado a insultos, golpes, pedradas, a la soledad, a lóbregos bosques en plena noche; de adulto a jabalíes, zorros, osos, bandidos de casi dos varas de altura, borrachos de taberna de más de diez arrobas de peso, sacado al rey de Roca Casterly sin ser visto ni levantar sospechas, mirado a la tentación a los ojos y salir indemne, cruzado El Dominio con la tensión permanente de ser descubierto… pero en su vida había sentido tanto miedo e incapacitación que cuando atisbó el fuego de la rabia en los ojos de la joven Lady de Canto Nocturno.

Quería responderle, quería hablar, pero sus respuestas morían antes de salir por su boca. No era capaz de hacer frente a semejante salva de preguntas, se limitó en un principio a mirar sus labios abrir y cerrarse, mientras los sonidos que salían de ellos parecían lejanos y producían eco en los oídos del consejero.
Su cabeza estaba embotada, pero de manera increíble almacenaba cada una de las preguntas como una canción interminablemente agónica. Se clavaban en cada uno de las zonas vitales de su cuerpo –la sien, el pecho, el costado, su garganta– derribando su aparente seguridad. Sus barreras se convertían en cenizas tras el paso de las llamas, los fosos se evaporaban con el calor de la deflagración y los arqueros se derretían a causa de la intensa canícula. Ahora era carne, hueso, fuego y sangre, ya nada enfriaba al medio-Targaryen:
-No estoy en tu mente, Persefone, me remito a respetar lo que decides –comenzó henchido de rabia –Claro que quiero rebatiros, claro que no quiero dejaros marchar, claro que os quiero frente a mí aunque sea crispada –en realidad, aquella fiera que comenzaba a resquebrajar los eslabones de su cadena, era lo que Brynden había buscado –Pero ¿qué hago? ¿Os retengo contra vuestra voluntad? ¿Y si me equivoco, y me tomáis por lo que no soy? Prefiero ser un cobarde a vuestros ojos que un oportunista, prefiero despertaros indiferencia que odio, porque si tengo que vivir en vuestra mente no quiero que sea con rencor –No sabía cómo explicar su comportamiento, no estaba acostumbrado a dar explicaciones, él ordenaba sin más –Me regodeo en la pena que llevo arrastrando desde hace tiempo, y que no conseguía quitarme de encima hasta que he descubierto algo en vos tras esa nube gris que os envuelve –llegados a aquel punto, poco le importaba desnudar su alma –Prefiero guardar silencio que mentiros, presionaros u obligaros a algo. Las palabras esclavizan, el silencio al menos otorga el beneficio de la duda –recitando algunos de sus propios escritos.

Ella le sostuvo la mirada, y por primera vez en mucho tiempo, se sintió intimidado. Aún así no bajó sus ojos ni los desvió, los enfrentó, pues la cobardía no tenía cabida en aquel momento. Quería trasmitirle todo lo contrario a la frialdad o a la indiferencia, quería hacerla sentir deseada, quería decirle que anhelaba besarla y tenerla tan cerca que sus pulsaciones volvieran a violentarse y aunarse en un frenético redoble.
Lo que escuchó a continuación no era sino una provocación, Brynden lo sabía. Intentaba presionarlo para que hablara, y aunque él era incapaz de hacer eso con ella, le resultaba ciertamente estimulante.
Lo empujó pillándolo por sorpresa, pero aguantó estoicamente la acometida. Apretó la mandíbula y selló sus labios. Tensó sus hombros y su pecho cuando volvió a empujarlo, esta vez con más ímpetu, lo que provocó que el bastardo acabara acorralado entre el escritorio, la pared y una joven furiosa que sacaba a relucir una fiera de su interior:
-Conspiro para conseguir rumores, pero no juego a desear a nadie, algo que sin duda para mí es más peligroso –aún tenso –No regalo besos ni finjo pesar, pues no es plato de buen gusto un beso no deseado, ni aguantar un hombre enclaustrado y hundido en sus propias penas –se aferró a él como nuca nadie lo había hecho, y experimentó una sensación de confort que creía haber olvidado.

La camisola de lino se arrugó bajo sus puños dejando ver parte de su torso firme y cicatrizado. La mirada afligida de la joven y su respiración levemente entrecortada por la intensidad de su bestia desatada, hizo brillar en los ojos de Brynden una profunda sensación de anhelo.
Cuando la estancia quedó tan solo iluminada por la mortecina luz de la luna que se colaba insolente a través del ventanal, el bastardo se percató de que la vela se había consumido despidiendo tímidos penachos de humo. Y en ese instante se volvió para responder a su pregunta:
-Cuentan al otro lado del mar Angosto, que lo único que separa a una persona de otra es la luz…

Posó su mano en la espalda de la joven y la atrajo hacia sí hasta que no quedó espacio entre ellos. La miró a los ojos de manera deleitable y recorrió ese camino hasta sus labios, donde una vez más, se sumergió con osadía sin la sensación de volver a separarse, pues no lo permitiría una segunda vez.

Jamás había probado el vino mezclado con la rabia, y en ese momento le supo como el mejor sabor de todo Poniente.
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Guardando cautela, la golondrina visitó al cuervo (Brynden Ríos) Empty Re: Guardando cautela, la golondrina visitó al cuervo (Brynden Ríos)

Mensaje por Persefone Caron Jue Mayo 16, 2013 4:34 pm

Si una pizca de cordura hubiese logrado abrirse paso a través del enojo de Persefone, podría haberse percatado de que había terminado por arrinconar a Brynden contra el escritorio; y quizá su sensatez le habría hecho ver que aquella no era la mejor manera de tratar con un hombre más alto y más fuerte que ella. De hecho, él se había tensado con cada acometida, pero había permanecido impasible, respondiendo a cada una de sus preguntas y provocaciones con una sinceridad devastadora que arrasó con cualquier vestigio de recelo que pudiese haber quedado en Persefone. Se sonrió para sus adentros preguntándose como podría ella tachar de cobarde a un hombre que había tenido los arrestos de recorrer tierras enemigas sin ser visto, un hombre que se habría enfrentado a situaciones que ella ni llegaba a imaginar, un hombre de intelecto agudo, un trazador de conjuras, un dragón blanco, un Cuervo de Sangre... Unos ojos rojos que pugnaban con los suyos en la penumbra de la estancia mientras sus palabras la enardecían más y más.

La luna parecía querer jugar a ser su aliada y se asomaba desde la ventana para bañarlos con su luz plateada, con lo que Persefone pudo distinguir las lineas que parecían dibujadas sobre el pecho de Brynden, despuntando tras su camisola blanca. Cicatrices. La joven Caron no pudo mantener las manos quietas, y sus finos dedos se colaron por aquella abertura para recorrer aquellos trazos que guardaban historias bajo la piel, buscando además el calor de aquel pecho amplio y el ritmo acelerado de su corazón. El silencio templó durante un instante a Persefone, que se distrajo leyendo con las puntas de sus dedos cada trazo de piel que conseguía disputarle a la camisola. Las palabras de Brynden rozaron sus mejillas y lograron que volviera a lazar la mirada hasta su boca.

-¿Eso dicen? -Murmuró, como si se tratara de uno de los secretos que debía manejar el Consejero de los Rumores, mientras sus ojos volvían a compartir una mirada de fascinación con los de él. Sintió su mano en la espalda, atraiéndola hasta su cuerpo, haciéndola vibrar de puro anhelo y mezclando sus respiraciones aceleradas en el silencio de la noche -Entonces gustosa dejaría que me engulleran las sombras -Añadió intensificando la provocación en su mirada, hostigándole en un reto mudo.

Él acortó la distancia que separaba sus labios para volver a besarla, y ella, lejos de tener intenciones de alejarse nuevamente, rodeó su cuello con sus brazos y se puso de puntillas para corresponderle con voracidad. Seguía latiendo un ápice de la furia en ellos, por lo que aquel beso resultaba más fiero que el anterior, más vehemente e impetuoso. Se mordían los labios y sus lenguas pugnaban por conquistar a su antagonista, luchando en una guerra que despertaba suspiros en vez de gritos y sonrisas en vez de lágrimas. Persefone habría dado cualquier cosa por no tener que separarse de aquellos labios en toda la noche, pero sus pulmones le pedían aire, y sus ojos requerían volver a perderse en los de él; así que echó la cabeza hacia atrás y tomó una bocanada de aire antes de volver a mirarlo fijamente.

-Por los Siete... ¿Cómo se supone que voy a dejarte marchar mañana? -Rezongó sin lograr calmar el ritmo de sus respiraciones. Su mano se posó en su mejilla para perfilar aquella famosa mancha del color del vino que le había granjeado el apodo de Cuervo Sangriento -Me quedaré aquí mientras Poniente arde, con una capa que me queda grande sobre los hombros... Y solo podré esperar y rezar... Rezar para que las personas a las que aprecio retornen sanas y salvas, y te incluiré entre mis rezos, porque vas a cuidarte muy mucho de morir en esta guerra, Brynden Ríos -Aseguró con todo el convencimiento del mundo, casi con cierto toque imperativo en su voz antes de rozar con sus labios su mejilla, cerca de la comisura de esos finos labios que ya tenía ganas de volver a besar.

La petición que hacía era sincera, a pesar de que Persefone sabía que era de difícil cumplimiento. En la guerra no eran los hombres quienes decidían si vivir o morir, eran sus destinos, trenzados entre los huesudos dedos de la Vieja, los que los guiaban hacia la muerte o los permitían seguir viviendo.
Persefone Caron
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Guardando cautela, la golondrina visitó al cuervo (Brynden Ríos) Empty Re: Guardando cautela, la golondrina visitó al cuervo (Brynden Ríos)

Mensaje por Brynden Ríos Vie Mayo 17, 2013 2:53 pm

El pecho del consejero subía y bajaba al compás de su frenética respiración, mientras los hábiles dedos de la joven perfilaban cada una de las cicatrices que surcaban su piel.
No se encontraba demasiado cómodo cuando alguien hurgaba en su pasado de aquella manera, cuando alguien destacaba cada una de las imperfecciones de su cuerpo. Pero en aquel momento, en que la menor de sus preocupaciones era el significado de cada una de sus marcas de batalla, a Brynden poco le importaba dónde Lady Caron pudiera posar sus dedos.
Sin embargo, la mancha color vino era harina de otro costal. Había sido objeto de burla en su niñez y de fascinación y temor cuando fue adulto. Su piel se erizaba y su temple se turbaba cuando alguien reparaba en ella de manera indiscreta aunque deleitable, y lo cierto era que debía haberse acostumbrado a ello, pues, junto a sus múltiples cicatrices, era su seña de identidad, haciéndolo único para el resto de los cuatro continentes.

En comparación con sus manos, ásperas y curtidas, las de Persefone, suaves y delicadas, respondían a cada surco en la piel con una caricia, aunque ya puestos, al bastardo no le hubiera importado que la joven hubiera seguido aumentando la colección de cicatrices.
La joven se estremeció y tembló de puro anhelo cuando la firme mano del Brynden la atrajo hacia sí, y en ese instante, el bastardo comprobó lo débil que parecía bajo su presencia. Ello no hizo más que despertar aún más el instinto más primario del hombre, y que la deseara con un anhelo casi irrefrenable. El impulso de dominancia afloró de golpe cuando la joven expresó sus deseos de una sombra que todo lo engullera, provocando que el consejero se detuviera un instante, mirara su rostro casi suplicante, y la levantara en peso tomando su trasero, y a horcajadas, girara sobre sí mismo y la depositara sobre la mesa.

La joven respondió con voracidad, y sus ojos así lo reflejaron cuando la tenue luz de la Dama de la Noche reparó sobre ellos. Brynden volvió a ver a la fiera que escondía danzando de un lado a otro de su mirada. No obstante, no pudo olvidar que aquella joven que respondía con tanta vehemencia era doncella, para muchas, su bien más preciado, y si algo había aprendido es que una doncella no se entrega a un bastardo su primera vez.
Aún así, nada podía frenarlo en su alocada acometida ante unos labios tan deleitables, aquella mirada mitad sumisa y mitad frenesí, y aquel cuerpo inmaculado y entregado a él.

En aquella lucha que se disputaba entre sus bocas todo valía. Dientes, implacables cuando se les requería; labios, firmes y luchadores o húmedos y sumisos; y lengua, hábil danzadora en la oscuridad, ariete de los entregados, justadora del pecado…
En ese instante, sus labios se separaron, pero un fino hilillo de saliva los mantenía unidos, como instándoles a que volvieran a unirse antes de que su fragilidad acabar por destruirlo. Pero cuando Persefone echó la cabeza hacia atrás, un nuevo frente se descubría ante él. Aquella franja de piel que hacía doblegar hasta la más implacable de las fieras y electrizar hasta a la más imperturbable de ellas.
Sumió su voraz apetito en su cuello, arrancando suspiros de la joven. Su piel era tersa y su aroma comenzaba a tomar un matiz inconfundible conforme se dejaba llevar por sus instintos. El bastardo de los ríos impidió de nuevo que el aire corriera entre ellos, y buscó la cercanía de la joven hasta que sintió su corazón retumbando contra su pecho, y sus piernas y sus brazos rodeando su cuerpo.

Unas cuartas más abajo, donde el vientre perdía su nombre, el miembro del consejero comenzaba a arreciarse, hasta que notó que las débiles lazadas mal atadas apenas podrían contenerlo.
En su búsqueda de más franja de piel que devorar, Brynden descubrió el hombro de la joven, bañado ahora por la luna, mientras ésta se deshacía en mudos jadeos, arqueando su espalda y su pelvis, y notando el roce de su entrepierna contra su falo.
-Estás hablando del pasado antes de que éste llegue a serlo, Persefone. Es tremendamente desolador –dijo sin que su rostro reflejara pena alguna –Y no hay cabida para ello ahora mismo –dijo de manera ávida.

Pero en ese instante, se detuvo, miró sus ojos deseosos, sus labios enrojecidos y su respiración agitada, y sostuvo su bello rostro entre sus manos. Sabía que la joven no iba a pasar de ahí, o al menos lo intuía, por eso quiso que ella misma se lo dijera.
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Mensaje por Persefone Caron Dom Mayo 19, 2013 1:12 pm

Se encontró a si misma sobre el escritorio en un repentino cambio de tornas, turbada y embriagada de mil y una sensaciones que jugaban a desmadejarla de dentro hacia afuera, a convertirla en vulnerable y pequeña, a fundir su coraza de hielo y a tornarla en nieve derretida, blanda, moldeable, frágil... Pero si había alguien con el que no le importaba verse así era con Brynden, porque ya se encargaría ella de que él tampoco tuviese coraza tras la que protegerse. La cordura se le escapada con cada leve jadeo que trataba de acallar entre sus labios apretados mientras su cuello padecía el ataque hambriento de una boca ardiente, y su piel comenzaba a exudar anhelos, que se mezclaban con el olor de Brynden y la hundían aún más en aquella especie de trance en el que no había cabida para su cautela.

Sintió como el cuerpo de Brynden se cernía un poco más sobre ella, buscando un contacto primario entre ambos. Ella lo percibió entonces endurecido contra su muslo, e instintivamente su cadera se alzó contra la de él para acrecentar el roce, despertando destellos de luz tras sus parpados, que se cerraron con fuerza al percibir una oleada de placer que nacía desde su bajo vientre y se extendía a través de su columna hasta estallar tras cada poro de su piel. No bastó con apretar las mandíbulas para acallarse entonces, y tuvo que hundir el rostro en el hombro de él para esconder un gemido. Sus manos insolentes se posaron en sus caderas para atraerlo un poco más hacia ella, siempre un poco más.

Ya era incapaz de manejar palabras, y sus significados resbalaban sobre ella sin causar ningún tipo de efecto. Solo reaccionaba a los besos, a las caricias, a los mordiscos, a la respiración acelerada de Brynden contra su piel, al sabor de sus labios, a la presión de aquel cuerpo contra el suyo, el calor que nacía en cada roce... No había nada más, no podía haberlo...

Brynden le recordó que sí lo había. Tomó su rostro entre sus manos y la obligó a mirarle a los ojos de nuevo, unos ojos que brillaban llenos de deseo, pero que también parecían cargados de preguntas, preguntas que se precipitaron de nuevo dentro de la conciencia de Persefone y la hicieron dudar. Si tu hermano se entera de esto te molerá a palos, le dijo la voz de su conciencia, casi con cierto reproche, como si le hubiese molestado que la hubiese ignorado hasta entonces. Pearse no lo haría, me aprecia... Terminaría encerrada en algún Septo, pero no me apalearía... Su conciencia contraataco recordándole cada riesgo, cada tropiezo al que se vería expuesta tras aquello. Pero nada, ni siquiera la idea de que la perdida de la doncellez conllevaba dolor, consiguió desestabilizarla en su propósito de entregarse por elección y no por obligación.

Pero en la profunda mirada de Brynden encontró algo más terrible que todo aquello, la certeza de que sobrevivieran a la guerra o no, era poco probable que sus caminos volvieran a cruzarse. A él sus obligaciones lo atarían a su rey y a Desembarco, y ella probablemente se casaría para reforzar alguna alianza de su hermano tras la revolución. Sintió que se le humedecían las pestañas y que algo en sus entrañas se revolvía con ansia. Si solo tenían una noche, no podía renunciar a ella, y aún así, la avaricia terminó por hacerse un hueco en aquel torbellino de deseos. Persefone deseaba otra noche, una más, una antes de que Brynden tuviera que partir para enfrentar la guerra. Se irguió contra él para besarlo, aquella vez de forma más calmada, tranquilizadora, mientras pasaba sus dedos por su pelo y lo apartaba de su rostro.

-Me entregaré a vos, Brynden... -Murmuró, sonriendo contra sus labios. Contestando así a la pregunta muda que le había hecho él. Una de sus manos descendió por su torso lentamente, hasta llegar a su sexo, que palpitaba y emanaba calor bajo los calzones, ya casi incapaces de contener la erección. Ella había comprobado lo agradable que le resultaba el roce contra su sexo excitado, y quiso suponer que con él ocurría lo mismo, así que ayudándose de la palma de su mano, presionó ligeramente sobre el abultamiento de su miembro. Confirmó que así era al volver a leer en los gesto de Brynden. Aumentó gradualmente la presión de su mano, sintiéndose dueña de la situación de nuevo -Pero no esta noche -Añadió antes de dejarle un mordisco en el mentón -Volveréis. Volveréis tras vuestro viaje a Dorne, antes de partir a la guerra... Y me tendréis -Así tendré dos noches que recordar, y no solo una, tendría tiempo para prepararse, para hacerse con algo de té de la Luna, para encontrar formas con las que engañar a un esposo de humo en una noche de bodas, también de humo -Me traeréis arena de Dorne, y yo os devolveré vuestra capa -Sentenció antes de escapar del abrazo de Brynden y lograr llegar hasta la puerta. Casi como quien toma un rehén, Persefone se hizo con la capa de viaje de un tirón y se la colocó sobre los hombros mientras le dedicaba a Brynden una sonrisa igual de voraz que los besos que habían compartido instantes antes. Sin mediar una palabra más, abrió la puerta y se perdió en la oscuridad del corredor, tratando de colocarse bien el vestido.
Persefone Caron
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Mensaje por Brynden Ríos Mar Mayo 21, 2013 4:23 pm

Para su sorpresa, la joven respondió a las incesantes muestras de voracidad de Brynden con vehemencia.
Ella sumergió su rostro en el fuerte hombro del bastardo, mientras arqueaba su espalda buscando el roce de su sexo contra la virilidad de él. El bastardo experimentaba un placer intenso, pero no suficiente, pues sabía de sobra lo que iba después de aquello.

En ese instante, su miembro palpitaba casi liberando las lazadas de su pantalón, y habría dado su cargo de consejero por penetrar con menos piedad que pudor a aquella mujer. Pero estaba casi seguro de que pasarían muchas lunas antes de que aquello sucediera, antes de que ella mojara para él, antes de que se deshiciera en gemidos bajo sus acometidas. Haciendo acopio de todas sus fuerzas, Persefone le susurró algo, algo que el bastardo no podía creer, algo demasiado bueno para ser cierto. La miró de nuevo a los ojos intentando atisbar cualquier signo de mentira, cualquier quimera, pero tan solo encontró fogoso deseo.
Su mano descendió hacia su miembro, que experimentó una palpitante sacudida, consiguiendo, si cabía, aumentar su dureza. Brynden sintió una breve ráfaga de placer, y se juró a sí mismo que si volvía a hacerlo, la tumbaría sobre la mesa y la tomaría sin reparo alguno, así se despertara todo el castillo. Acarició con suavidad un turgente pezón por encima de la sobreveste, pero en ese instante, cuando se disponía a sumergirse en el calor de su pecho, se destapó la quimera y la doncella hizo acopio de una sensatez que el consejero no había vislumbrado desde hacía ya rato. Se escabulló ágilmente de sus brazos, y una picardía y juego sucio, salió de sus aposentos sin dejar al bastardo articular nada. Su cara era de completa perplejidad mezclada con rabia, frustración y deseo mermado.
Cuando la puerta se cerró tras la joven, el bastardo dejó caer sus manos sobre la mesa donde hacía un instante había estado sentada Lady Caron. Aún estaba caliente y él lo notó:
-Me cago en la puta… -maldijo -¿Pero qué coj…? –se refrenó cuando comprobó que estaba alzando la voz. A cambio se mordió el labio y rio a cambio de no llorar o tirarse por la ventana.

Deambuló por la estancia hecho una furia. Aporreó las paredes de piedra, maldijo una y otra vez por lo bajo, hasta que finalmente reparó en que aún seguía erecto dentro de aquella amalgama de emociones.
Comprendió entonces que mientras la sangre continuara acumulada allí y no diera rienda suelta a lo que la joven había provocado, no conseguiría dormir, o como mínimo, pensar con claridad. Por esa razón, su tumbó en la cama y liberó al fin su miembro de las lazadas que lo oprimían. Lo agarró firmemente y dejó que diera los últimos coletazos de excitación antes de comenzar subir y bajar la mano que lo aferraba.
En ese instante no precisaba de mucha inspiración, pues lo prohibido, lo que le había sido velado, le resultaba más que excitante. Decían que la satisfacción era la muerte del deseo, y contando con el nivel de satisfacción que experimentaba en aquel momento, el deseo era casi irrefrenable.

Decenas de efigies se le vinieron a la mente, pero una mujer de cabellos oscuros y sonrisa ladina la que apareció, y le resultó altamente llamativa. Ya casi había la olvidado, pero por alguna extraña razón, su mente lo había traicionado y había querido que acudiera a su recuerdo.
Fue en ese preciso momento cuando comenzó a sentir que el culmen se acercaba, que la explosión estaba cerca, que más pronto que tarde su falo catapultaría su semilla. Y así fue, mientras la imagen de la madame se desvanecía de su evocación, el semen le recorría la mano.

Tras aquello, se quedó un instante antes de volver a recuperar la compostura y que sus pulsaciones volvieran a su cauce. Se lavó la mano y el miembro en una zafa de agua que había cerca de la bañera, y por primera vez en mucho tiempo, durmió en el preciso instante en que dejó caer su cuerpo en el mullido jergón de plumas.
Soñó con muerte, con cuervos, con mujeres a las que no podía tocar, con canciones, y por supuesto con sangre, siempre soñaba con sangre.

***
A la mañana siguiente, antes de que el sol despuntara por el horizonte, en Canto Nocturno no quedaba ni rastro del consejero de los rumores y de sus hombres. Se habían esfumado como volutas de humo en el frescor de la mañana hacia tierras más cálidas.
En ese momento echó de menos su otra capa, puesto que la que llevaba era más fina, y pensó cuánto tardaría en volver a por la otra en el caso de que sobreviviera a la guerra.
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