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Brynden Ríos
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Brynden Ríos
Sangre.
Otra vez ese sabor en el fondo de la garganta disimulado apenas por el del vino que había tomado la noche anterior. Chasqueó un par de veces la lengua con lo que el sabor se acentuó y ahora nada podía enmascararlo.
Estaba algo aturdido, al igual que la mayoría de las mañanas de los últimos meses. Dormía poco y pensaba demasiado, y ello estaba suponiendo una pesadilla para su salud y pasando factura a su humor y a su estado de ánimo, algo ya de por sí alterado.
Pestañeó varias veces para acostumbrar sus ojos a la tenue luz de aquella gris mañana, y se presionó el entrecejo mientras cerraba los ojos con fuerza. Estiró el brazo izquierdo resoplando y desperezándose sin esperar que chocara contra algo, pero sí lo hizo. La figura a su lado, que se dibujaba bajo las sábanas, le daba la espalda; una hermosa espalda con algún lunar aquí y allá.
Se tornó hacia ella y la volteó suavemente para ver su rostro.
Vale, no es Shiera, dijo para sí. No era señal de alivio. Francamente le hubiera dado igual que hubiera sido ella o una gallina. Bueno, una cabra quizás no, pero es que… en su vida había visto mujeres que hacían que echara de menos a las gallinas.
Para él, su mediohermana era una mujer más a la que podría follarse sin sentir el más mínimo reparo. Ni siquiera la sombra del incesto campando a sus anchas por el lecho podría hacer que el bastardo se arredrase ante tal obscenidad
Pero eso no era lo que le preocupaba.
Shiera aparecía en sus sueños incluso con más frecuencia que en la realidad, y cada vez que lo hacía, el mismo sabor metálico de la sangre inundaba su garganta.
Te va a matar, lo hará. Cuando estés durmiendo con alguna de tus fulanas, o lo que es peor, cuando los rumores se hayan cumplido y ella caliente tu jergón, te asestará tal puñalada que el metal de la hoja se fundirá al contacto con tu piel, y te ahogarás en esa sangre que tanto gustas de tragar, decían las múltiples voces en su cabeza.
Pero luego, otras voces más apaciguadoras decían: Te llaman Cuervo Sangriento, ¿cómo esperas hacer honor a ello si no vistes de negro y paladeas sangre de vez en cuando? o, solo quieres matar a alguien, sal, hazlo y vuelve a la hora de cenar, o, es hora de desayunar, tu garganta solo avisa de que tienes hambre…
-¡Bah! Iros a la mierda –dijo desperezándose de nuevo a todas y cada una de aquellas voces.
Se incorporó desnudo y se acercó algo tambaleante hacia una jofaina que había en un rincón de sus aposentos. Se lavó la cara y enjugó su boca. El escupir, una voluta de sangre salpicó el agua describiendo una forma extraña que fue tomando significado.
Brynden se quedó algo obnubilado mirando aquello y acto seguido volvió a la realidad fuera del recipiente. Apretó los dientes, sus puños se fueron cerrando hasta clavarse las uñas en las palmas de sus manos y miró su reflejo. Su marca de nacimiento había tomado un color más escarlata durante la noche, lo que hizo que el hombre hirviera en su enfado y de un golpe mandara la jofaina a la otra punta de la estancia.
La mujer en la cama dio un brinco y miró hacia todos lados nerviosa, preguntándose de dónde provenía semejante zapatiesta. Se tapó los pechos con las finas sábanas, dejando igualmente poco lugar a la imaginación. Asustada, pues ya le habían hablado de la naturaleza de aquel hombre, y algo incrédula, pues no había creído lo que le habían dicho al meterse en su alcoba, no se atrevió a articular palabra.
Cuando el bastardo la miró, ella temió lo peor, pues tenía el rostro desencajado y los ojos henchidos de rabia. Respiró entrecortadamente mientras sus puños comenzaban a abrirse y la mandíbula a relajarse. Volcó su mirada al suelo y casi en un susurro:
-Largo –dijo en una tensa calma a la única persona que lo acompañaba.
Ella, dudosa de haber escuchado con claridad, cometió el gran error de no acatar de inmediato las peticiones de aquel hombre que se debatía entre la posibilidad de asfixiarla con sus propias manos o dejarla marchar.
-Mi señ… -dijo con voz temblorosa.
-¡He dicho que largo! –con voz atronadora. En ese instante dio un fuerte puñetazo al espejo resquebrajándolo y pedacitos del mismo se le incrustaron en los nudillos.
Mientras del puño de Cuervo Sangriento comenzaba a manar sangre, la mujer cogió con premura su vestido de cortesana venida a menos y salió en tropel completamente desnuda de las estancias del bastardo. Fue al menos avispada al comprobar que la desnudez podría ser la diferencia entre la vida o la muerte.
Brynden Ríos se quedó a solas en su habitación mientras su respiración se calmaba, su puño sangraba y el sabor a sangre se atenuaba levemente en su garganta.
Abrió un pequeño armario de licores y sacó uno especialmente fuerte de Lys, se sirvió el culo de un vaso que bebió de un trago y gran parte del resto lo volcó sobre su puño teñido de escarlata. Apretó los dientes de escozor mientras mascullaba para sus adentros recordando la figura que la voluta de sangre había dibujado en su danza sobre el agua:
-Aquellos de tu sangre…
Sangre.
Otra vez ese sabor en el fondo de la garganta disimulado apenas por el del vino que había tomado la noche anterior. Chasqueó un par de veces la lengua con lo que el sabor se acentuó y ahora nada podía enmascararlo.
Estaba algo aturdido, al igual que la mayoría de las mañanas de los últimos meses. Dormía poco y pensaba demasiado, y ello estaba suponiendo una pesadilla para su salud y pasando factura a su humor y a su estado de ánimo, algo ya de por sí alterado.
Pestañeó varias veces para acostumbrar sus ojos a la tenue luz de aquella gris mañana, y se presionó el entrecejo mientras cerraba los ojos con fuerza. Estiró el brazo izquierdo resoplando y desperezándose sin esperar que chocara contra algo, pero sí lo hizo. La figura a su lado, que se dibujaba bajo las sábanas, le daba la espalda; una hermosa espalda con algún lunar aquí y allá.
Se tornó hacia ella y la volteó suavemente para ver su rostro.
Vale, no es Shiera, dijo para sí. No era señal de alivio. Francamente le hubiera dado igual que hubiera sido ella o una gallina. Bueno, una cabra quizás no, pero es que… en su vida había visto mujeres que hacían que echara de menos a las gallinas.
Para él, su mediohermana era una mujer más a la que podría follarse sin sentir el más mínimo reparo. Ni siquiera la sombra del incesto campando a sus anchas por el lecho podría hacer que el bastardo se arredrase ante tal obscenidad
Pero eso no era lo que le preocupaba.
Shiera aparecía en sus sueños incluso con más frecuencia que en la realidad, y cada vez que lo hacía, el mismo sabor metálico de la sangre inundaba su garganta.
Te va a matar, lo hará. Cuando estés durmiendo con alguna de tus fulanas, o lo que es peor, cuando los rumores se hayan cumplido y ella caliente tu jergón, te asestará tal puñalada que el metal de la hoja se fundirá al contacto con tu piel, y te ahogarás en esa sangre que tanto gustas de tragar, decían las múltiples voces en su cabeza.
Pero luego, otras voces más apaciguadoras decían: Te llaman Cuervo Sangriento, ¿cómo esperas hacer honor a ello si no vistes de negro y paladeas sangre de vez en cuando? o, solo quieres matar a alguien, sal, hazlo y vuelve a la hora de cenar, o, es hora de desayunar, tu garganta solo avisa de que tienes hambre…
-¡Bah! Iros a la mierda –dijo desperezándose de nuevo a todas y cada una de aquellas voces.
Se incorporó desnudo y se acercó algo tambaleante hacia una jofaina que había en un rincón de sus aposentos. Se lavó la cara y enjugó su boca. El escupir, una voluta de sangre salpicó el agua describiendo una forma extraña que fue tomando significado.
Brynden se quedó algo obnubilado mirando aquello y acto seguido volvió a la realidad fuera del recipiente. Apretó los dientes, sus puños se fueron cerrando hasta clavarse las uñas en las palmas de sus manos y miró su reflejo. Su marca de nacimiento había tomado un color más escarlata durante la noche, lo que hizo que el hombre hirviera en su enfado y de un golpe mandara la jofaina a la otra punta de la estancia.
La mujer en la cama dio un brinco y miró hacia todos lados nerviosa, preguntándose de dónde provenía semejante zapatiesta. Se tapó los pechos con las finas sábanas, dejando igualmente poco lugar a la imaginación. Asustada, pues ya le habían hablado de la naturaleza de aquel hombre, y algo incrédula, pues no había creído lo que le habían dicho al meterse en su alcoba, no se atrevió a articular palabra.
Cuando el bastardo la miró, ella temió lo peor, pues tenía el rostro desencajado y los ojos henchidos de rabia. Respiró entrecortadamente mientras sus puños comenzaban a abrirse y la mandíbula a relajarse. Volcó su mirada al suelo y casi en un susurro:
-Largo –dijo en una tensa calma a la única persona que lo acompañaba.
Ella, dudosa de haber escuchado con claridad, cometió el gran error de no acatar de inmediato las peticiones de aquel hombre que se debatía entre la posibilidad de asfixiarla con sus propias manos o dejarla marchar.
-Mi señ… -dijo con voz temblorosa.
-¡He dicho que largo! –con voz atronadora. En ese instante dio un fuerte puñetazo al espejo resquebrajándolo y pedacitos del mismo se le incrustaron en los nudillos.
Mientras del puño de Cuervo Sangriento comenzaba a manar sangre, la mujer cogió con premura su vestido de cortesana venida a menos y salió en tropel completamente desnuda de las estancias del bastardo. Fue al menos avispada al comprobar que la desnudez podría ser la diferencia entre la vida o la muerte.
Brynden Ríos se quedó a solas en su habitación mientras su respiración se calmaba, su puño sangraba y el sabor a sangre se atenuaba levemente en su garganta.
Abrió un pequeño armario de licores y sacó uno especialmente fuerte de Lys, se sirvió el culo de un vaso que bebió de un trago y gran parte del resto lo volcó sobre su puño teñido de escarlata. Apretó los dientes de escozor mientras mascullaba para sus adentros recordando la figura que la voluta de sangre había dibujado en su danza sobre el agua:
-Aquellos de tu sangre…
Sangre.
Brynden Ríos- Nobleza
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