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Al fin en casa {Baelor}
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Al fin en casa {Baelor}
Los días y sus noches habían pasado de forma vertiginosa desde que Baelor había aparecido de forma sorpresiva el último día del funeral de la tía Dany. Lanza del Sol volvía a ser el lugar ajetreado de los recuerdos de Aelinor, sólo que ahora todo giraba en torno a una pequeñísima criatura que medía menos de medio metro de largo y a pesar de sus pocas semanas de vida tenía unos ojos tan violáceos como los de la misma dragona, tan parecidos a los de La Bondadosa recién enterrada. Algunos dornienses lo consideraban un mal agüero, otros cuchicheaban mientras miraban a Maron, pero todo aquello tenía sin cuidado a la joven puesto que la pequeña la tenía hipnotizada. La mayor parte de sus días los pasaba en los aposentos de la pequeña princesa Martell, bien fuera mirándola, bien fuera cargándola y contándole historias que no parecían de cuna pero que a la Targaryen le parecía prudente que escuchase. Su apellido era Martell, pero su sangre tenía una mezcla equitativa de arena del desierto y de dragón, y eso no debía olvidarlo nunca, así como ella y sus hermanos jamás habían olvidado los desiertos de los que venía Myriah. Liria no tendría a su madre para que le contase dichas historias, pero para eso tendría a su tía tan pendiente de ella como le fuera posible. De hecho estaba considerando quedarse en Lanza del Sol si Sofía debía quedarse allí hasta su parto no tanto por acompañarla a ella sino por ver unos días más a Liria, a la cual se llevaría consigo a Desembarco si eso no quebrase el corazón de Maron, cuya vida ahora debía girar en torno a la pequeña de cabellos platinados.
Ahora la niña dormía. Había recibido leche de la nodriza hacía pocos minutos, labor que la Targaryen había vigilado con mirada estricta. Ahora se encontraba de nuevo a solas con Liria aunque pronto debería irse también a dormir, aunque su sueño no sería tan plácido como el de la pequeña. Fue entonces cuando Aelinor escucho pasos a sus espaldas y aunque no se giró para ver de quién se trataba, casi podría adivinar. El olor era característico, así como el suave andar, el ritmo de las pisadas y el momento de efectuar la visita. La joven zafó con cuidado la manita de la pequeña Martell que se había cerrado en torno a su dedo índice y alejó un poco la serpiente tejida por Sarella, pues temía que se enroscase en torno al delicado cuello níveo de Liria y la sofocase, por lo que la puso más hacia los pies de la criatura. Baelor se encontraba ya junto a ella y sus ojos no se apartaban de la fascinante niña que tenía a los habitantes e invitados de Lanza del Sol hechizados, hipnotizados, como si de magia negra se tratase. Él mismo había caído ya en el hechizo. Sólo entonces Aelinor comprendió la poca atención que le había prestado a su hermano, apenas y habían hablado en los momentos comunales, como la mesa, pero ella no se había tomado el tiempo de buscarlo en su recámara. Aunque, claro, no le había agradado mucho ver a la Tyrell con él, por muy conocida de Daenerys que fuera y por muy buenas que fuesen sus intenciones. Su familia había traicionado a la Corona, su familia apoyaba al Fuegoscuro en su causa, y su familia debía morir.
Los dos hermanos miraron a la niña por unos minutos más, hasta que volvió su cabeza hacia el ventanal por el que se veían las imponentes dunas del desierto teñidas de tonos azulados por la noche y la luna. Aelinor tomó la mano de Baelor y lo condujo hacia la salida de los aposentos de Liria, que en realidad eran los de Maron, quien aún no parecía haberse retirado a estos. En pocos segundos salieron y el frío desértico les golpeó la piel, barriendo de repente todo el calor que podrían haber acumulado durante el día. Sólo entonces Aelinor se permitió abrazar a su hermano como no lo había hecho hasta entonces, pues las convenciones le impedían dar abrazos largos a nadie, inclusive aunque de sus hermanos se tratase. Había pasado tanto, tanto tiempo desde la última vez que lo había abrazado así y que habían podido estar a solas que a la joven se le antojaba una experiencia totalmente nueva, aunque no lo fuera -Esto es tan caótico- se quejó en un susurro, evitando llorar aunque las lágrimas se acumulaban en sus cuencas, y liberando por fin esa sensación de opresión en su pecho que la había acompañado desde que habían desembarcado en Lanza del Sol y habían visto a las personas vestidas de blanco -Hacías falta tú, Bae... ¿Por qué tardaste tanto?- preguntó, quebrándosele la voz hacia el final mientras algunas pocas lágrimas lograban escapar hacia sus mejillas.
Ahora la niña dormía. Había recibido leche de la nodriza hacía pocos minutos, labor que la Targaryen había vigilado con mirada estricta. Ahora se encontraba de nuevo a solas con Liria aunque pronto debería irse también a dormir, aunque su sueño no sería tan plácido como el de la pequeña. Fue entonces cuando Aelinor escucho pasos a sus espaldas y aunque no se giró para ver de quién se trataba, casi podría adivinar. El olor era característico, así como el suave andar, el ritmo de las pisadas y el momento de efectuar la visita. La joven zafó con cuidado la manita de la pequeña Martell que se había cerrado en torno a su dedo índice y alejó un poco la serpiente tejida por Sarella, pues temía que se enroscase en torno al delicado cuello níveo de Liria y la sofocase, por lo que la puso más hacia los pies de la criatura. Baelor se encontraba ya junto a ella y sus ojos no se apartaban de la fascinante niña que tenía a los habitantes e invitados de Lanza del Sol hechizados, hipnotizados, como si de magia negra se tratase. Él mismo había caído ya en el hechizo. Sólo entonces Aelinor comprendió la poca atención que le había prestado a su hermano, apenas y habían hablado en los momentos comunales, como la mesa, pero ella no se había tomado el tiempo de buscarlo en su recámara. Aunque, claro, no le había agradado mucho ver a la Tyrell con él, por muy conocida de Daenerys que fuera y por muy buenas que fuesen sus intenciones. Su familia había traicionado a la Corona, su familia apoyaba al Fuegoscuro en su causa, y su familia debía morir.
Los dos hermanos miraron a la niña por unos minutos más, hasta que volvió su cabeza hacia el ventanal por el que se veían las imponentes dunas del desierto teñidas de tonos azulados por la noche y la luna. Aelinor tomó la mano de Baelor y lo condujo hacia la salida de los aposentos de Liria, que en realidad eran los de Maron, quien aún no parecía haberse retirado a estos. En pocos segundos salieron y el frío desértico les golpeó la piel, barriendo de repente todo el calor que podrían haber acumulado durante el día. Sólo entonces Aelinor se permitió abrazar a su hermano como no lo había hecho hasta entonces, pues las convenciones le impedían dar abrazos largos a nadie, inclusive aunque de sus hermanos se tratase. Había pasado tanto, tanto tiempo desde la última vez que lo había abrazado así y que habían podido estar a solas que a la joven se le antojaba una experiencia totalmente nueva, aunque no lo fuera -Esto es tan caótico- se quejó en un susurro, evitando llorar aunque las lágrimas se acumulaban en sus cuencas, y liberando por fin esa sensación de opresión en su pecho que la había acompañado desde que habían desembarcado en Lanza del Sol y habían visto a las personas vestidas de blanco -Hacías falta tú, Bae... ¿Por qué tardaste tanto?- preguntó, quebrándosele la voz hacia el final mientras algunas pocas lágrimas lograban escapar hacia sus mejillas.
Aelinor Targaryen
Re: Al fin en casa {Baelor}
Sus días en lanza del sol le iban pareciendo cada vez más largos, no se sentía como antes un sabor amargo le recorría la garganta a cada momento y no podía pasar un tiempo sin estar atento al más mínimo movimiento, era una tortura, ni el sueño podía conseguir. Algo le dolía al dragón, algo le llegaba, no era un adivino, no tenía poderes, pero algo le hacía sentir mal… Algo, quien sabe qué era ese algo. En las noches solo miraba por la ventana y una pequeña lágrima se le caía por los ojos, le rondaba por la mejilla… Y terminaba en su copa de vino, con una gota, una lágrima de un dragón mezclada con el vino de Dorne.
Aquella noche no había sido de menos, el sueño no era sueño, eran pesadillas, despertaba sudoroso, con los puños y los dientes apretados, con una furia que no era propia de él, el lema de los Baratheon le iría bien en aquellos días… Aunque aquella vez no quiso ni intentarlo, se quedó leyendo, parado frente a la ventana, mirando a la nada… A un futuro que tal vez no vendría, pero de todas formas él abriría las alas e intentaría llegar hasta él… Pensando en espadas chocando, en hombres muriendo, en mujeres llorando y en niños sufriendo. Eran dos guerras en su cabeza y el vino no las ahogaba, ni tampoco intentaba hacerlo. Debía buscar la paz… Pero… ¿Cómo encontrarías paz? Si ni siquiera tu mismo la tienes en tu mente.
La quietud lo desesperaba, la calma y la tranquilidad de lugar, no tenía ni fuego para ver… ¿Entre las llamas encontraría alguna respuesta? Quién sabe, algún seguidor de R'hllor tal vez, pero Baelor al menos se entretenía viendo las llamas… Fuego y Sangre, era el lema de su casa… El fuego era divino y la sangre era sensual, roja como la pasión, atrayente y atrapante… Pero para obtenerla primero había que buscarla dentro de una persona, y para sacarla había que apuñalar su corazón. Arrojó la copa de vino, aún con vino dentro y esta hizo un ruido metálico cuando calló, necesitaba paz… Necesitaba… Algún ser que le hiciera sentir que la quietud no era tormentosa para él, que la calma y la tranquilidad eran lo que precedían la paz. Rose ya no se encontraba a su lado, se había ido a Bastión de tormentas y estar separado de ella de nuevo, le hacía sentir un tanto más amargado. ¿Quién dijo que el dragón que siempre sonríe no puede estar amargado de vez en cuando? Ni las hojas de hojamarga le hacían sentir en su boca algo más áspero, ni el vino lo tranquilizaba, su cabeza era un dolor constante y el sueño amenazaba a cada rato… pero no podía dormirse.
Salió de su habitación, ya no lo aguantaba más, la noche de Dorne eran frías… Si el día había sido caliente, la noche era el doble, se aplicaba el mismo cuento para los veranos y los inviernos de Poniente. Iba caminando por los pasillos como si fuera un Otro, silencioso, pero con pasos como si en su cuerpo no hubiera vida, el sueño lo tenía así. Pasó por delante de la habitación donde dormía la pequeña hija de Daenerys… Algo en el sintió que le pedía a gritos que entrara, y así fue. Caminó tranquilamente, su hermana estaba junto a la cuna, parecía que no lo había sentido entrar, los ojos de Baelor estaban algo rojos, y la fuerza en ellos no parecía emanar de él como siempre, suspiró suavemente cuando terminó estando a un lado de su hermana, casi no la miró a ella… Sus ojos quedaron atrapados en la pequeña princesa, la más pequeña en aquel cuarto. Los cerró un momento y suspiró suavemente, impregnando su nariz de aquel olor suave y bello que tenía la bebé, no quería despertarla, pero en aquel momento le habían dado ganas de abrazarla, de tomarla en sus brazos y mirarla de cerca… Una parte de ella le recordaba a su tía, sus ojos se pusieron vidriosos al recordarla y al verla tan marcada en la pequeña Martell.
Sus pensamientos fueron apartados cuando sintió la mano de su hermana, fue como si lo rescatara de un mar de pena cuando sentía estarse ahogando. Cerró los ojos al girarse para caminar, unos segundos, para limpiarlos y volver a mostrarse fuerte y tenaz, aunque no tenía nada que demostrarle a su hermana, tampoco quería preocuparla.
Salieron una vez más y el frio dio contra Baelor de nuevo, no parecía sentirlo mucho, su sangre era de Dragones y el calor corría por dentro de él, su sangre en era de dorniense y el desierto estaba en su interior, en sus cabellos marrones y sus ojos oscuros, en su piel morena, no tan oscura, pero si contrastaba mucho con la de su hermana. Cuando sintió el abrazo de su hermana, otro calor sintió en su cuerpo, no era el dragón, no era el desierto, era un cálido abrazo, tierno y gentil de su hermana, su inocente hermana, su bella hermana. La tomó entre los brazos y escondió su rostro unos segundos contra su hombro, apretándola al igual que los ojos de él. La voz casi quebrada de su hermana cortaba aquel fuego casi como un cuchillo, sus lágrimas, pese a que aún no salían del todo, lo apagaban y hacían a Baelor sentirse como un pequeño, quería acurrucarse al lado del fuego y olvidar todo… Pero no, debía ser fuerte, por su hermana, por ella. Se separó un momento, luego de que ella terminó de hablar y se acercó para besar cálidamente su frente, limpiando con sus pulgares unas lágrimas que recorrían la mejilla de la única dragona de la familia. –Tardé tanto que los dioses me robaron a mi tía y me alejaron de mi familia. – Contesto con pena en su voz, mirando a su hermana hacia sus ojos violáceos, sus cabellos dorados y su piel blanca, toda la sangre de Valyria que Baerlo no había heredado se la llevó su hermana, y le hacía sonreír aquello, era la envidia de muchas damas y seguro que le robaba un suspiro a más de un caballero. – Pero ya estoy aquí, hermana. Además, no estabas sola, tus dragones te acompañaban, ¿No? – Preguntó Baelor por aquellos tres dragones que no existían, algunos le decían loca, Baelor la veía inocente… ¿Cómo si fuera una niña? Quién sabe, él la quería y muchísimo, y no le importaba si soñara con un mundo entero lleno de dragones en cada esquina, él le diría todo el tiempo que si… Que esos dragones son bellos, que esos dragones son fieros y fuertes.
Aquella noche no había sido de menos, el sueño no era sueño, eran pesadillas, despertaba sudoroso, con los puños y los dientes apretados, con una furia que no era propia de él, el lema de los Baratheon le iría bien en aquellos días… Aunque aquella vez no quiso ni intentarlo, se quedó leyendo, parado frente a la ventana, mirando a la nada… A un futuro que tal vez no vendría, pero de todas formas él abriría las alas e intentaría llegar hasta él… Pensando en espadas chocando, en hombres muriendo, en mujeres llorando y en niños sufriendo. Eran dos guerras en su cabeza y el vino no las ahogaba, ni tampoco intentaba hacerlo. Debía buscar la paz… Pero… ¿Cómo encontrarías paz? Si ni siquiera tu mismo la tienes en tu mente.
La quietud lo desesperaba, la calma y la tranquilidad de lugar, no tenía ni fuego para ver… ¿Entre las llamas encontraría alguna respuesta? Quién sabe, algún seguidor de R'hllor tal vez, pero Baelor al menos se entretenía viendo las llamas… Fuego y Sangre, era el lema de su casa… El fuego era divino y la sangre era sensual, roja como la pasión, atrayente y atrapante… Pero para obtenerla primero había que buscarla dentro de una persona, y para sacarla había que apuñalar su corazón. Arrojó la copa de vino, aún con vino dentro y esta hizo un ruido metálico cuando calló, necesitaba paz… Necesitaba… Algún ser que le hiciera sentir que la quietud no era tormentosa para él, que la calma y la tranquilidad eran lo que precedían la paz. Rose ya no se encontraba a su lado, se había ido a Bastión de tormentas y estar separado de ella de nuevo, le hacía sentir un tanto más amargado. ¿Quién dijo que el dragón que siempre sonríe no puede estar amargado de vez en cuando? Ni las hojas de hojamarga le hacían sentir en su boca algo más áspero, ni el vino lo tranquilizaba, su cabeza era un dolor constante y el sueño amenazaba a cada rato… pero no podía dormirse.
Salió de su habitación, ya no lo aguantaba más, la noche de Dorne eran frías… Si el día había sido caliente, la noche era el doble, se aplicaba el mismo cuento para los veranos y los inviernos de Poniente. Iba caminando por los pasillos como si fuera un Otro, silencioso, pero con pasos como si en su cuerpo no hubiera vida, el sueño lo tenía así. Pasó por delante de la habitación donde dormía la pequeña hija de Daenerys… Algo en el sintió que le pedía a gritos que entrara, y así fue. Caminó tranquilamente, su hermana estaba junto a la cuna, parecía que no lo había sentido entrar, los ojos de Baelor estaban algo rojos, y la fuerza en ellos no parecía emanar de él como siempre, suspiró suavemente cuando terminó estando a un lado de su hermana, casi no la miró a ella… Sus ojos quedaron atrapados en la pequeña princesa, la más pequeña en aquel cuarto. Los cerró un momento y suspiró suavemente, impregnando su nariz de aquel olor suave y bello que tenía la bebé, no quería despertarla, pero en aquel momento le habían dado ganas de abrazarla, de tomarla en sus brazos y mirarla de cerca… Una parte de ella le recordaba a su tía, sus ojos se pusieron vidriosos al recordarla y al verla tan marcada en la pequeña Martell.
Sus pensamientos fueron apartados cuando sintió la mano de su hermana, fue como si lo rescatara de un mar de pena cuando sentía estarse ahogando. Cerró los ojos al girarse para caminar, unos segundos, para limpiarlos y volver a mostrarse fuerte y tenaz, aunque no tenía nada que demostrarle a su hermana, tampoco quería preocuparla.
Salieron una vez más y el frio dio contra Baelor de nuevo, no parecía sentirlo mucho, su sangre era de Dragones y el calor corría por dentro de él, su sangre en era de dorniense y el desierto estaba en su interior, en sus cabellos marrones y sus ojos oscuros, en su piel morena, no tan oscura, pero si contrastaba mucho con la de su hermana. Cuando sintió el abrazo de su hermana, otro calor sintió en su cuerpo, no era el dragón, no era el desierto, era un cálido abrazo, tierno y gentil de su hermana, su inocente hermana, su bella hermana. La tomó entre los brazos y escondió su rostro unos segundos contra su hombro, apretándola al igual que los ojos de él. La voz casi quebrada de su hermana cortaba aquel fuego casi como un cuchillo, sus lágrimas, pese a que aún no salían del todo, lo apagaban y hacían a Baelor sentirse como un pequeño, quería acurrucarse al lado del fuego y olvidar todo… Pero no, debía ser fuerte, por su hermana, por ella. Se separó un momento, luego de que ella terminó de hablar y se acercó para besar cálidamente su frente, limpiando con sus pulgares unas lágrimas que recorrían la mejilla de la única dragona de la familia. –Tardé tanto que los dioses me robaron a mi tía y me alejaron de mi familia. – Contesto con pena en su voz, mirando a su hermana hacia sus ojos violáceos, sus cabellos dorados y su piel blanca, toda la sangre de Valyria que Baerlo no había heredado se la llevó su hermana, y le hacía sonreír aquello, era la envidia de muchas damas y seguro que le robaba un suspiro a más de un caballero. – Pero ya estoy aquí, hermana. Además, no estabas sola, tus dragones te acompañaban, ¿No? – Preguntó Baelor por aquellos tres dragones que no existían, algunos le decían loca, Baelor la veía inocente… ¿Cómo si fuera una niña? Quién sabe, él la quería y muchísimo, y no le importaba si soñara con un mundo entero lleno de dragones en cada esquina, él le diría todo el tiempo que si… Que esos dragones son bellos, que esos dragones son fieros y fuertes.
Baelor Targaryen- Realeza
Re: Al fin en casa {Baelor}
Aquellos momentos de debilidad no eran comunes en Aelinor. Pocas veces había dejado salir aquellos sentimientos de zozobra al exterior y menos veces aún habían sido sus hermanos los testigos de ello. La mayoría de las escasas veces que eso sucedía, pasaba en compañía de Myriah. Y sin embargo ahora las lágrimas escapaban de sus ojos sin llegar a ser aquel llanto desconsolado de un niño pero sin ser precisamente discretas, por lo que Baelor no tardó en darse cuenta: Aelinor lo supo cuando, al besar su frente, quitó una de las lágrimas que recién empezaba su escape desde la cuenca. La joven torció la boca en un mohín que nadie sabría interpretar muy bien pero que indicaba su molestia hacia sí misma por aquel momento de debilidad. La pena en la voz de Baelor suavizó de inmediato su gesto. Él también sufría, quizá más que ella misma, y ahora se detestaba por egoísta. ¿Qué era su desasosiego, su intranquilidad comparada a la de él? -En el fondo, jamás estaremos tan lejos- susurró ella, llevando una de sus níveas manos hasta la región paraesternal izquierda de su hermano mayor.
Apoyó la mano nívea que contrastaba con las ropas de Baelor, sintiendo debajo de su palma el suave latir de su corazón. Alzó los ojos violáceos hasta encontrarse con los de él, heredados de su madre, de los desiertos -Siempre estamos aquí- añadió, sin hacer mención a la tía Dany. Aquel tema era igualmente escabroso y doloroso para todos ellos, pero para tres en particular era peor: para Maron, el esposo; para Myriah, la hermana, cuñada y madre; para Baelor, el sobrino, pero a la vez el hermano. La mención de los dragones logró sonsacar una sonrisa en Aelinor, quien estaba extrañada de no haberlos visto aquella noche. Seguramente se encontraban con la pequeña Liria, pues más de una vez había notado como miraban su cunita con curiosidad. Siempre y cuando pasaren desapercibidos, no le incomodaba que los pequeños acompañasen a la pequeña, pues también era suya la sangre del dragón -Tienes razón... Así como Meraxes te acompañaba a tí- respondió, refiriéndose al mayor de sus dragones, aquel que había volado lejos de allí hacía ya un buen tiempo -¿Verdad que él te ha acompañado, Bae? Porque cuando se fué- empezó a explicar, haciendo una pausa casi imperceptible al recordar lo qe había sido la partida de Meraxes, para seguir casi de inmediato -Lo único razonable que se nos ocurrió a Maekar y a mí fué que hubiese partido detrás de tí, cuidándote en el camino- añadió con un fervor casi febril brillando en sus ojos violáceos que se veían casi azules por el efecto de la luna.
Pero ella no había vuelto a ver a Meraxes desde la llegada de Baelor. Quizá el dragón no lo hubiese buscado a él sino a su libertad, y ese pensamiento logró ensombrecerla un poco. No obstante la joven ocultó aquello en lo más profundo de su ser, quizá Meraxes no estuviera, pero tenía a los tres pequeños aún innominados. Debía cumplir aquella diligencia a la mayor prontitud. Tomó entre sus manos una de las de Baelor -No estaba sola, tenéis razón, pero me siento mejor con vos y con Maekar cerca- aceptó, dedicándole una sonrisa a su hermano. Aelinor se la llevaba mejor con Baelor y con Maekar, a pesar de ser más cercana en edad a Aerys y con Rhaegel no solía hablar demasiado tampoco. También daría su vida por ellos dos, sangre de su sangre, pero los lazos que la unían a los dos mencionados en primer lugar eran más fuertes, sin duda alguna -Además, y aunque ella no ha dicho nada, creo que mamá también te necesitaba aquí con nosotros- añadió con un leve encogimiento de hombros.
Poco a poco los pasos los habían alejado gradualmente de los aposentos de Maron y de la pequeña princesa Liria, pasos que apenas hacían eco en las paredes del castillo en Lanza del Sol. Los dos Targaryen tenían un modo similar de moverse, casi sigiloso, que en momentos así solía hacer bien -¿Cómo han estado tus viajes, hermano?- preguntó mientras seguían caminando, como si conocieran tan bien aquel lugar que llegarían a su destino sin apenas fijarse, y seguro así sería pues la vida tenía sus misteriosas formas de lograr que las cosas se llevasen a cabo -¿Por qué os acompañaba Lady Tyrell?- preguntó, modulando cuidadosamente su voz aunque por su mirada cruzó una sombra. Los Tyrell habían traicionado a la corona. Tal vez Lady Rose no, pero los demás de su familia sí. Eran traidores. Pero todo aquello se lo guardó Aelinor, sin saber bien porqué lo hacía, y la sombra pasó por su mirada desapercibida en la penumbra de la noche. Al fondo del corredor vieron un trozo de cielo, un trozo de cielo bajo el cual se encontraba uno de los patios del castillo y en él una fuente en la cual reposaba tranquila el agua, sin moverse siquiera -Si soy sincera, no creo que sea capaz de dormir bien esta noche... ¿Te molestará acompañarme?- preguntó, deseando avanzar a paso ligero hacia el borde de la fuente y sentarse allí. No obstante esperó por la respuesta de Baelor, mirándolo con esa devoción que ella guardaba a su hermano mayor, a Maekar y a su madre.
Apoyó la mano nívea que contrastaba con las ropas de Baelor, sintiendo debajo de su palma el suave latir de su corazón. Alzó los ojos violáceos hasta encontrarse con los de él, heredados de su madre, de los desiertos -Siempre estamos aquí- añadió, sin hacer mención a la tía Dany. Aquel tema era igualmente escabroso y doloroso para todos ellos, pero para tres en particular era peor: para Maron, el esposo; para Myriah, la hermana, cuñada y madre; para Baelor, el sobrino, pero a la vez el hermano. La mención de los dragones logró sonsacar una sonrisa en Aelinor, quien estaba extrañada de no haberlos visto aquella noche. Seguramente se encontraban con la pequeña Liria, pues más de una vez había notado como miraban su cunita con curiosidad. Siempre y cuando pasaren desapercibidos, no le incomodaba que los pequeños acompañasen a la pequeña, pues también era suya la sangre del dragón -Tienes razón... Así como Meraxes te acompañaba a tí- respondió, refiriéndose al mayor de sus dragones, aquel que había volado lejos de allí hacía ya un buen tiempo -¿Verdad que él te ha acompañado, Bae? Porque cuando se fué- empezó a explicar, haciendo una pausa casi imperceptible al recordar lo qe había sido la partida de Meraxes, para seguir casi de inmediato -Lo único razonable que se nos ocurrió a Maekar y a mí fué que hubiese partido detrás de tí, cuidándote en el camino- añadió con un fervor casi febril brillando en sus ojos violáceos que se veían casi azules por el efecto de la luna.
Pero ella no había vuelto a ver a Meraxes desde la llegada de Baelor. Quizá el dragón no lo hubiese buscado a él sino a su libertad, y ese pensamiento logró ensombrecerla un poco. No obstante la joven ocultó aquello en lo más profundo de su ser, quizá Meraxes no estuviera, pero tenía a los tres pequeños aún innominados. Debía cumplir aquella diligencia a la mayor prontitud. Tomó entre sus manos una de las de Baelor -No estaba sola, tenéis razón, pero me siento mejor con vos y con Maekar cerca- aceptó, dedicándole una sonrisa a su hermano. Aelinor se la llevaba mejor con Baelor y con Maekar, a pesar de ser más cercana en edad a Aerys y con Rhaegel no solía hablar demasiado tampoco. También daría su vida por ellos dos, sangre de su sangre, pero los lazos que la unían a los dos mencionados en primer lugar eran más fuertes, sin duda alguna -Además, y aunque ella no ha dicho nada, creo que mamá también te necesitaba aquí con nosotros- añadió con un leve encogimiento de hombros.
Poco a poco los pasos los habían alejado gradualmente de los aposentos de Maron y de la pequeña princesa Liria, pasos que apenas hacían eco en las paredes del castillo en Lanza del Sol. Los dos Targaryen tenían un modo similar de moverse, casi sigiloso, que en momentos así solía hacer bien -¿Cómo han estado tus viajes, hermano?- preguntó mientras seguían caminando, como si conocieran tan bien aquel lugar que llegarían a su destino sin apenas fijarse, y seguro así sería pues la vida tenía sus misteriosas formas de lograr que las cosas se llevasen a cabo -¿Por qué os acompañaba Lady Tyrell?- preguntó, modulando cuidadosamente su voz aunque por su mirada cruzó una sombra. Los Tyrell habían traicionado a la corona. Tal vez Lady Rose no, pero los demás de su familia sí. Eran traidores. Pero todo aquello se lo guardó Aelinor, sin saber bien porqué lo hacía, y la sombra pasó por su mirada desapercibida en la penumbra de la noche. Al fondo del corredor vieron un trozo de cielo, un trozo de cielo bajo el cual se encontraba uno de los patios del castillo y en él una fuente en la cual reposaba tranquila el agua, sin moverse siquiera -Si soy sincera, no creo que sea capaz de dormir bien esta noche... ¿Te molestará acompañarme?- preguntó, deseando avanzar a paso ligero hacia el borde de la fuente y sentarse allí. No obstante esperó por la respuesta de Baelor, mirándolo con esa devoción que ella guardaba a su hermano mayor, a Maekar y a su madre.
Aelinor Targaryen
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