Entre Familia ( Baelor, Miryah, Olyvar,Sarella y Maron Martell)

El príncipe de nuevo se encontraba en sus aposentos, viendo mapas y escribiendo algunas cartas, preparando un viaje marcadores se encontraba en un mapa que era del Poniente tal y como se vería a la fecha, siempre le gustaba tener los más actualizados y exóticos, eran un capricho personal. Cuando un toquido sonó en la puerta, un guardia se hizo anunciar y Baelor lo dejó pasar, diciendo que su hermano Maekar lo llamaba para una reunión, algo que llamó la atención de Baelor. Este le dio paso a retirase y cerró los mapas, libros y guardó las cartas, dejando su pequeño escritorio limpio una vez más.

Salió de ahí y caminó hasta llegar a donde le habían dicho que era el punto de encuentro, un guardia en la puerta estaba esperando, el cual le abrió la puerta para dejarlo pasar, no hacía falta anunciar nada, pues era la familia la que estaba reunida, al parecer. Maekar con un gran mapa en una mesa, Maron, tía Sarella y su tío Olyvar. Enseguida Baelor se detuvo en la puerta y las miradas fueron para él, levantó una ceja y suspiró suavemente, parece que iba a ser una charla extensa, Baelor ya estaba muy cansado, pero no iba a dejar de lado sus deberes y su familia en aquel momento. Movió su cabeza en un saludo cortes y se acercó a la mesa dirigiendo una mirada con una pequeña sonrisa a su tía, que parecía que el momento la había tomando por sorpresa. - ¿A qué se debe la reunión, hermano? – Preguntó mientras se acercaba hasta el punto de poder ver el mapa que estaba extendido en la mesa.

Como antes, a Baelor le gustó el mapa, era detallado y al ser grande se podían ver mejor los detalles de los terrenos. Era un mapa que conocía muy bien, las Tierras de la Tormenta, donde había lo había recibido el lord Baratheon, Nathan Baratheon, y lo había tratado como un gran invitado, tanto que hasta prestó sus soldados para que saliera sano y salvo de aquellas tierras. - ¿Por qué un mapa de Tierra de Tormentas? – Volvió a preguntar el príncipe, la verdad no entendía el por qué de aquello. Nathan le había dado una idea que no apoyaría a su padre, Daeron, cuando salió de tormentas, pero tampoco pensó que se había pasado al bando de los Fuegoscuro, tenía que saber exactamente lo que ocurría…

Aelinor se encontraba con su madre, hojeando algunos libros de su biblioteca personal de antaño en sus aposentos cuando les fueron comunicadas las intenciones de Maekar de reunir a la familia. Las dos mujeres se miraron, sin comprender en dicho momento de qué se trataría, aunque la tensión y el temor en el pecho de la joven dragona le hacía temer lo peor. Lanza del Sol, a pesar de la muerte de Dany, había sido un remanso de paz en el cual las disputas de soberanía del resto de Poniente apenas y existían en su recuerdo, como si de un mal sueño se tratase. ¿El llamado de Maekar sería un llamado de vuelta a la realidad? Así lo sentía Aelinor, a pesar de la calma en la mirada oscura de su madre. Por dentro, la dragona sentía una tormenta avecinándose y no precisamente de forma discreta.

Pocos minutos después se encontraban pasando el umbral de la puerta de los aposentos personales de Maekar, los cuales -por lo que Aelinor sabía- tenían una antesala, como los de su madre, la cual estaba adaptada como si de una biblioteca se tratase. Allí se encontraban ya Sarella, Maron, Baelor y Maekar, a quienes ahora se sumaban Aelinor y Myriah. Las últimas palabras de Baelor resonaban en la mente de la joven con un eco casi aterrador, puesto que hacía pocas semanas él había sido pupilo del Señor de las Tormentas, tierras que, además, colindaban de forma peligrosamente estrecha con las Tierras de la Corona. Y allí mismo se encontraba Refugio Estival, donde Sofía y Maekar iban a... El color fue desapareciendo gradualmente de las facciones de la dragona mientras avanzaba con pasos calmados, al mismo ritmo de los de su madre.

El mapa desplegado sobre el escritorio parecía gritar, ¡guerra, guerra, guerra! ¿Era acaso un cuervo que repetía tan sólo aquella palabra disilábica? Porque no solo el mapa gritaba, también lo hacían las facciones de Sarella, las de Baelor y muy especialmente las de Maekar. ¿Habría estallado antes de lo esperado? La joven respiró, percatándose que había dejado de hacerlo por unos segundos, y enfocó sus ojos violáceos en el mapa de aquellas tierras, embebiendo sus detalles, la exquisita cartografía de aquel trozo de pergamino. No lograba entender porqué era un mapa de Tierra de las Tormentas si El Bastardo se encontraba refugiado entre rosas, azahares y alelíes de Altojardín. Lentamente levantó su mirada, sorprendida de no haber escuchado aún la voz de su madre. Habían pasado unos pocos segundos desde su entrada, segundos que se le habían antojado eternos -¿No debería ser un mapa del Dominio?- preguntó, enarcando una de sus cejas al mirar a Maekar. La tensión era más que tangible en aquel momento.

Suspiró largo y tomó la carta que entregó Maekar a los presentes, la leyó con una mirada firme y cerró los ojos un momento, temía que esto pasara… Pero al parecer los Baratheon ya habían elegido, eso no rebajaba el respeto que tiene por Nathan Baratheon, así que el príncipe solo se limitó a pasarla para que otro leyera y se cruzó de brazos en lo que oía a Maekar, negó suavemente y dirigió la mirada a su hermana, que no hacía mucho había llegado.
Antes de que hablara, dejó hablar a su tío, aún con su mirada en la nada, se podría decir que miraba al mapa de Tormentas, pero la verdad era que no miraba nada. En cuando oyó lo que decía su tío, asintió suavemente y luego llevó su mano hacia su mentón para pensar. Una vez terminó de hablar, para no interrumpir, habló él. – Lo que dice Maron es la verdad. – Dijo el príncipe mientras examinaba el mapa de las Tormentas, acercándose a un lado de la mesa.

-Si quieres mandar tropas de Lanza del Sol o de Dorne está bien si nuestro tío te ayuda, pero marcharán ante tu estandarte, o al menos tu estarás ahí. Y por lo que dice la carta, tienen el paso cerrado a cualquier Targaryen que entre… Eso los volverá hostiles a todos los soldados y cualquier casa cercana avisará a su señor o directamente atacará. - Miró las marcas con lentitud. – Si no hay que pasar por el dominio o ir en barco. – Se separó del mapa y miró de nuevo a Maekar, ninguna de esas dos opciones era válida o sensata. – Nathan no mandará a sus soldados a hacer una masacre sin sentido, él no es así y los cercanos a él tampoco. Aunque no te puedo asegurar que la asedien… Y si tu maestre no saca una espada y trata de matar a uno de sus soldados, no le harán nada. – Parecía estar resignado a que no era una buena idea mandar tropas hasta ahí. – Hay que volver a Desembarco y, si nuestro padre lo ve apropiado, ir hasta Refugio Estival. – Se acercó a Maekar y le puso una mano en el hombro, que seguro se ganaría un manotazo. – Yo sé que amas Refugio Estival así como yo Rocadragón, pero si la atacan y no es una posición ventajosa no iré a morir o a que me capturen. – Sacó la mano luego de ahí y la puso en su cinturón, alejándose un poco de él para darle un espacio y para que piense. – Es verdad que es mejor estar presente con diez hombres que ausente con diez mil… Pero el refrán solo llega hasta ahí, no dice que le pasa a esos diez hombres luego de estar presentes. – Era un poco un juego de palabras, serás valiente y así morirás. – Lo siento, hermano. – Agregó al final, conocía su pena, también a Baelor le desesperaría e irritaría que atacaran Rocadragón, era su asentamiento, era pequeño, y lamentablemente por eso, conocía a cada uno de los que estaban ahí, soldados, sirvientes… A Maekar seguro le ocurría lo mismo y una vida no vale más que otra, pero en este momento vale más la vida de Maekar que la de unos soldados, aunque le doliera a Baelor pensar eso.

Se mordió suavemente el labio inferior mientras volvía a mirar una de las páginas de un tratado sobre estrellas y astronomía. Había descuidado mucho aquellos momentos de tranquilidad en los últimos tiempos, donde lo único que podía necesitar era un vaso de vino, un buen libro entre los manos y un ambiente que solamente debía ser poblado por un silencio absoluto, quizás interrumpido por el suave ruido que hacían las páginas al ser pasadas. No se había parado a pensar cuánto había echado de menos esas pequeñas costumbres que tenía desde una edad medianamente temprana hasta que las circunstancias propiciaron que volviera a hacerlo, como en aquella soleada mañana que, no obstante, traía malas noticias, como de costumbre desde hacía algunos meses.

Disfrutaba de la compañía de su hija, Aelinor, que era partícipe, como ella, de un momento de buena lectura en la antesala de sus habitaciones, decoradas con decenas de libros de los más extraños títulos y materias. La joven princesa había adoptado, con el paso de los años, los mismos hábitos que su madre, quien la miró por encima de aquel tratado, con una media sonrisa. Había sido una mañana ajetreada: Maekar había decidido ausentarse a hacer los Siete sabían qué y su esposa, la bella y embarazadísima Sofia había quedado bajo el cuidado de Aelinor. Sofia, que como de costumbre había pasado mala noche desde que había desembarcado semanas antes en Lanza del Sol, había sucumbido pronto ante el cansancio y se encontraba dormitando en las habitaciones de su cuñada, de la princesa dragona, que con tal de no molestarla, había acudido en pos de su madre, quien la había aceptado en su santuario y había dejado que se impregnara de una tranquilidad que poco duraría, pues segundos después ambas fueron llamadas a un encuentro con Maekar. Tras mirarse estupefactas, sin saber a qué se debía aquello, las dos salieron de las habitaciones de Myriah y emprendieron la marcha hacia las del Príncipe.

La escena que se encontró ahí fue justamente la que más temía: sus hermanos allí estaban, mirando un mapa de la Tierra de las Tormentas que, por otra parte, Baelor y Aelinor no dudaron en cuestionar. Los venados no eran, precisamente, enemigos en un principio, pero Myriah, tan solo mirando los ojos violáceos de su hijo, supo que no era así, que quizás nunca fue así. Cogió la carta justo en el momento en que Baelor terminaba de leerla, consciente de que ni siquiera había saludado a su familia, pero no había tiempo para eso, al menos para el momento. Leyó y releyó las palabras de su esposo y la sangre se le heló por momentos. - Será hijo de... - musitó, en voz tan baja que estaba segura que nadie le había oído. Nathan Baratheon había cumplido exactamente lo que ella suponía que haría. No se había fiado de él cuando Daeron había mandado a Baelor a ser su pupilo, de la misma manera que tampoco se fió nunca de Damon Lannister. Y había acertado en las dos ocasiones. Suspiró y dejó la carta encima del mapa, dejando solo a la vista el trozo en el que se hallaban dibujadas las Marcas de Dorne. Escuchó, todas las alegaciones, las de Maekar pidiendo ayuda, las de Maron y Baelor negándosela en parte, y se ofuscó demasiado. Miró a su hijo menor, consciente de que no le iba a hacer gracia nada de aquello, porque Refugio Estival era suyo.

- Nathan Baratheon no debería opinar quién o quién no pisa un territorio que no es ni suyo. Las Marcas son de Dorne, no de los venados - se giró a Maron y asintió en un movimiento de cabeza - Si tú no quieres emprender una guerra contra ellos, no desde que la última sobre esas tierras está tan cercana y tanto se sufrió, no voy a ser yo quien te diga lo contrario. Pero que no sea por falta de tropas, porque somos aliados en esto y si hace falta para ello los hombres de Tierras de la Corona lucharán bajo tu mando - aseguró, antes de acercarse a Maekar y abrazarlo por los hombros. - Tu hermano y tu tío tienen razón: no es tiempo ahora de encarar al Baratheon. Ve a Desembarco del Rey con Baelor, como así lo ha ordenado tu padre, y junto a él y a tus hermanos, planead esta maldita guerra que tenéis que ganar. Que lo haréis, estoy segura. Aelinor y yo nos quedaremos unos días más con Sofia, porque no está en condiciones de viajar ahora mismo... - le dijo, con tono tranquilo, aunque con la cabeza en mil sitios al mismo tiempo. La guerra, quisieran o no, ya comenzaba a testarse en todos los puntos cardinales del mapa de Poniente y ellos, por supuesto, no debían de ser menos.

La situación poco a poco se había vuelto convulsa. Las declaraciones de Maekar y la carta de su padre habían dejado a Aelinor de una pieza: ¿Cómo es que Nathan Baratheon se atrevía a hablar sobre esos terrenos? Ni siquiera aunque las Marcas no fuesen dornienses tenía derecho a hablar de esa forma a su príncipe, a Maekar: Aquellas tierras desde hacía casi doscientos años pertenecían a la familia Targaryen y ellos tan sólo debían cuidar de ellas. La furia que sentía en su interior la vió reflejada en el escueto susurro de su madre y en su mirada. Quiso tomar el papel entre sus manos, arrugarlo, tirarlo al suelo, pisotearlo, escupir en él y devolvérselo al Baratheon para que así se diera cuenta de su soberana opinión al respecto.

Pero no lo haría. Dejarse llevar por los impulsos jamás era una buena opción. En su lugar la joven con ojos color violeta respiró profundo y meneó la cabeza de un lado a otro. Escuchó con atención como todos intentaban calmar a Maekar y aunque admiraba que lo hicieran, Aelinor no podía hacer menos que darle la razón a su hermano menor. Si a ella le llegasen a tocar algo suyo... Bueno, esas personas sabrían lo que es la furia del dragón -Los Siete están siempre de parte de los legítimos- dijo, su voz siendo poco más que un susurro, si bien el silencio que siguió a las declaraciones de su madre logró que fuese audible a los allí presentes -Tanto en Dorne como en el resto de Poniente. Si los demás antepasados de los actuales señores fueron vencidos o se rindieron ante Aegon, eso me trae sin cuidado: Hace a los Targaryen los soberanos, y a sus hijos legítimos los herederos a la Corona. Si estos no capitularon, dichos terrenos no tienen porqué pertenecer a esta- se explicó con un gesto serio en su cara.

La joven, mientras hablaba, se había acercado a Maekar. Tomó una de sus manos entre las suyas, un poco más pálidas que las de él, y le dió un apretón cariñoso. Lo que él necesitaba en aquellos momentos era apoyo emocional, una pérdida así no podía ser tomada tan a la ligera -A traidores de ese calibre hay que caerles con todo el peso de la corona, Mae- susurró, con la mirada fija en el mapa que Maekar había desplegado sobre la mesa. Cada vez que veía el blasón de los Baratheon allí impreso sentía ganas de romper, destruír, quemar. ¡Cómo desearía que los pequeños fueran ya dragones adultos! -Y eso sólo lo puedes coordinar desde Desembarco- concluyó, soltando su mano. No había mucho más que decir, pues en una sóla mirada le había comunicado a su hermano cómo sentía aquel atrevimiento del Baratheon, como comprendía sus ansias por defender lo suyo pero como lo más sensato era lo propuesto por los demás, más neutros en el asunto.