Días de vino y rosas || Fleance

Qusayra se paseaba por los jardines que colindaban el torreón todavía sin saber bien que era lo que esperaba de aquel día que se alzaba sobre su cabeza con el clima tranquilo que parecía acompañar todos los días en las islas. No estaba contenta, habían pasado ya largos días desde la última vez que viera a su tío, el que era su invitado pero que no tenía una fecha concreta de llegada, pasearse por el torreón que ahora podía considerar que era en parte suyo. Recién llegados a su nuevo hogar, se encontraban en la habitación, todo era normal, todo era tranquilo y de pronto estalló antes de que pudiera darse cuenta. Aún ahora se reprochaba su actitud en aquella ocasión, no por ser neutral y no defender a ninguno de los dos, sinceramente consideraba que la cosa había sido culpa de los dos y que se debían unas disculpas, pero si del modo en el que les había hablado. Se le pegaban las malas costumbres del hierro y toda la tensión había estallado en el momento más inoportuno. Se había disculpado en su carta, le había invitado para arreglar las cosas con toda la formalidad posible para demostrar que había sido un arrebato y nada más... Pero no había recibido respuesta a su cuervo así que no sabía si aceptaba, si no quería saber nada o... Quien sabe que, podían ser tantas cosas.

Deambulaba de arriba abajo sin nada mejor que hacer que tomar aire una y otra vez mientras observaba quien sabe que allá en lo lejos, como si el barco fuera a dibujarse ante sus narices de pronto. Había hecho una tarea importante con el jardín, y eso que ella había sido la primera en bromear con el tema, pero los días eran largos y cuando uno se aburre pues se aferra a cualquier cosa que sea medianamente interesante para no dejarse llevar por el tedio. Las flores no eran tampoco la gran alegría, no son como los animales que al menos te devuelven los gestos, no, las flores se quedan ahí y más te vale cuidarlas si no quieres que se marchiten y te quiten toda la poca diversión que pueden darte. Alzó la vista al cielo, el día que había empezado tan prometedor, ahora parecía empezar a enturbiarse con unas nubes grises que anunciaban tormenta de verano. Corta, pero abundante. Cuando la primera gota cayó contra su frente la lysenna decidió que esperar fuera no era una buena idea y que, si Fleance iba a verla necesitaría con que secarse de la lluvia, algo que comer, beber y sobretodo ropa con la que vestirse.

Aunque no sabía si le haría gracia llevar nada que perteneciera a su esposo.