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Casting para Consejero de la Moneda
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Casting para Consejero de la Moneda
Nombre del Cannon Elegido: Consejero de la Moneda
¿Porque lo has elegido?: El Consejo Real de Poniente siempre me ha creado un cierto interés. Petyr Baelish es uno de los personajes más enigmáticos, enrevesados, misteriosos, poco escrupulosos y más interesantes con que cuenta la saga, a mi parecer, y sería más que interesante ocupar un puesto similar.
Casting:
- Sarslbury, no tengo todo el día. Vamos, no hagas esto más difícil de lo que es -replicó el rubio, haciendo denotar una burda expresión exasperada en su rostro. Nada más lejos de la realidad, desde luego, pero si no se considerase a sí mismo un espléndido actor jamás habría llegado a su posición, ni mucho menos la habría mantenido. Un noble sin escrúpulos, tajante, efectivo en todo lo que hace. Así era como debía mostrarse al público.
El público en cuestión era Argos Sarslbury, un pobre hombre que había cometido el error de estar en deuda con él y negarse a saldarla. Tiempo atrás había acudido a él, desesperado, solicitando el préstamo de cien ciervos de plata para comprarle un mandoble al herrero y valerse de él para defender su hogar; alegaba que se alojaba con su esposa en una vivienda maltrecha apostada con demasiada cercanía al Lecho de Pulgas y los asaltos estaban a la orden del día. Le había hecho saber que trabajaba en el puerto y podría devolvérselo, y lo acordado estipulaba que los intereses ascenderían a diez ciervos de plata al mes. Además, Westerling accedió a concederle tal préstamo bajo la promesa de que tan sólo la emplearía para intimidar a posibles delincuentes, y sería empleada como el arma que era únicamente en caso de imperiosa necesidad de vida o muerte.
Y allí estaba, dos meses más tarde, exigiéndole la devolución de los doscientos ciervos correspondientes. Si lo analizamos bien, desde luego que no salen los cálculos. Habiendo acordado un interés de diez ciervos al mes, lo lógico sería cobrarle ciento veinte al hombre... Pero Kvothe había aplicado un plus por las circunstancias. Y es que Argos no había empleado el hacha para defender a nadie. En realidad, ni siquiera tenía familia; no era más que uno más entre tantos bandidos del propio Lecho de Pulgas que se había comprado un arma con el dinero del reino y la usaba para robar a quienes osasen recorrer semejante barrio con una bolsa de dinero tintineando al caminar.
Resultaba evidente que el Consejero desentonaba allí. Tan sólo aquella elegante camisa ancha, negra como el carbón, de una tonalidad perfecta tan sólo rota por el broche plateado en forma de concha marina en representación y recuerdo del escudo de su casa -seis conchas marinas en campo de arena-, poseía un valor mucho mayor al de la mayoría de andrajosas vestimentas de los que se habían congregado en torno a la escena.
Y la escena no era otra que él y cuatro de sus guardias arrinconando a Sarslbury a la entrada del Lecho de Pulgas, más un puñado de extras en forma de miradas curiosas, aquí y allá.
Estaba claro cuál sería el castigo para aquel imbécil que había osado reírse de él en su cara. Y es que una de las pocas cosas que Kvothe soportaba era a alguien con unas dotes de actuación capaces de darle a él una bofetada en la cara. Metafóricamente, desde luego. Pero no sólo se había reído de él. Le había engañado. Había roto las reglas del préstamo y ahora se negaba a saldar la deuda del mismo. El castigo normal sería exigir la cantidad acordada de antemano o bien algo equitativo en valor, y una noche en prisión. Pero ese era el precio a pagar por alguien que no cumplía con la devolución del préstamo; aquel hombre había cometido un error mucho más grave, así que Kvothe había decidido subir la deuda ochenta ciervos más y la pena a una semana completa entre rejas.
- Por favor, señor, ¿qué le voy a decir a mi mujer? -suplicó el hombre, con los ojos llorosos y la voz quebrada. El Consejero clavó en el una cetrina mirada de desprecio. No se la iba a colar dos veces, desde luego.
- Hazme el favor de dejarlo. Hegmar, adelante -instó a uno de sus guardias, señalando la bolsa de monedas que aferraba el "pobre" hombre. Se resistió, pero despojado de su mandoble, poco pudo hacer al respecto, y no pudo evitar que le arrebataran su dinero. El guardia le tendió la bolsita a Kvothe, quien la cogió y se la acercó al oído, agitándola. El tintineó que alcanzó a escuchar resultó más bien pobre-. Veamos. Te he requisado el mandoble, lo cual resta cien ciervos a la deuda. Aún me debes otros cien, y aquí no debe de haber más de... ¿Veinte, quizá? -poco convencido, torció el gesto y la abrió, derramando su metálico contenido sobre la palma de la mano abierta. Su expresión se arrugó aún más, y miró a Argos de nuevo, suspirando-. ¿Cinco ciervos de plata? ¿Me tomas el pelo? -por la expresión del hombre, supuso que lo próximo que le iba a decir era que no tenía nada más que darle, que tuviese piedad, así que Westerling alzó la mano para hacerle callar antes de que empezara a hablar-. En ese caso, estarás encerrado dos semanas y, acto seguido, trabajarás otras dos para mí, como un esclavo, a fin de saldar el resto de la deuda. Y si por un casual intentaras zafarte de ello o atentar contra mi persona -su tono de voz se tornó amenazante, y pasó a señalarle con el dedo- se te condenaría a muerte. ¡Guardias!
Dejó que ellos se encargaran del pobre hombre y, en cuanto a él, se dio la vuelta y se encaminó hacia la Fortaleza Roja, con una sonrisa ladina pintada en la cara. ¡Cómo adoraba jugar con la ignorancia de la gente! Él no era más que un Consejero. Tenía contactos, espías e influencias. Se había ganado un nombre. La gente de a pie veía a los nobles y a los consejeros como alguien sumamente importante. Y lo era, pero no con el poder para mandar ejecutar a nadie. Ni siquiera contaba con autoridad para mandar encarcelar a nadie, pero cada cual tenía sus recursos al margen de la legalidad o del conocimiento ajeno; era la forma más segura de sobrevivir en Desembarco del Rey en una posición como la suya. Aquel tipo se pasaría una semana encerrado en el sótano de un viejo edificio cerca de la Colina de Aegon, y pensaría que estaba encarcelado bajo los mismísimos cimientos de la Fortaleza Roja. Se lo pensaría dos veces antes de volver a jugar con Kvothe Westerling.
¿Porque lo has elegido?: El Consejo Real de Poniente siempre me ha creado un cierto interés. Petyr Baelish es uno de los personajes más enigmáticos, enrevesados, misteriosos, poco escrupulosos y más interesantes con que cuenta la saga, a mi parecer, y sería más que interesante ocupar un puesto similar.
Casting:
- Sarslbury, no tengo todo el día. Vamos, no hagas esto más difícil de lo que es -replicó el rubio, haciendo denotar una burda expresión exasperada en su rostro. Nada más lejos de la realidad, desde luego, pero si no se considerase a sí mismo un espléndido actor jamás habría llegado a su posición, ni mucho menos la habría mantenido. Un noble sin escrúpulos, tajante, efectivo en todo lo que hace. Así era como debía mostrarse al público.
El público en cuestión era Argos Sarslbury, un pobre hombre que había cometido el error de estar en deuda con él y negarse a saldarla. Tiempo atrás había acudido a él, desesperado, solicitando el préstamo de cien ciervos de plata para comprarle un mandoble al herrero y valerse de él para defender su hogar; alegaba que se alojaba con su esposa en una vivienda maltrecha apostada con demasiada cercanía al Lecho de Pulgas y los asaltos estaban a la orden del día. Le había hecho saber que trabajaba en el puerto y podría devolvérselo, y lo acordado estipulaba que los intereses ascenderían a diez ciervos de plata al mes. Además, Westerling accedió a concederle tal préstamo bajo la promesa de que tan sólo la emplearía para intimidar a posibles delincuentes, y sería empleada como el arma que era únicamente en caso de imperiosa necesidad de vida o muerte.
Y allí estaba, dos meses más tarde, exigiéndole la devolución de los doscientos ciervos correspondientes. Si lo analizamos bien, desde luego que no salen los cálculos. Habiendo acordado un interés de diez ciervos al mes, lo lógico sería cobrarle ciento veinte al hombre... Pero Kvothe había aplicado un plus por las circunstancias. Y es que Argos no había empleado el hacha para defender a nadie. En realidad, ni siquiera tenía familia; no era más que uno más entre tantos bandidos del propio Lecho de Pulgas que se había comprado un arma con el dinero del reino y la usaba para robar a quienes osasen recorrer semejante barrio con una bolsa de dinero tintineando al caminar.
Resultaba evidente que el Consejero desentonaba allí. Tan sólo aquella elegante camisa ancha, negra como el carbón, de una tonalidad perfecta tan sólo rota por el broche plateado en forma de concha marina en representación y recuerdo del escudo de su casa -seis conchas marinas en campo de arena-, poseía un valor mucho mayor al de la mayoría de andrajosas vestimentas de los que se habían congregado en torno a la escena.
Y la escena no era otra que él y cuatro de sus guardias arrinconando a Sarslbury a la entrada del Lecho de Pulgas, más un puñado de extras en forma de miradas curiosas, aquí y allá.
Estaba claro cuál sería el castigo para aquel imbécil que había osado reírse de él en su cara. Y es que una de las pocas cosas que Kvothe soportaba era a alguien con unas dotes de actuación capaces de darle a él una bofetada en la cara. Metafóricamente, desde luego. Pero no sólo se había reído de él. Le había engañado. Había roto las reglas del préstamo y ahora se negaba a saldar la deuda del mismo. El castigo normal sería exigir la cantidad acordada de antemano o bien algo equitativo en valor, y una noche en prisión. Pero ese era el precio a pagar por alguien que no cumplía con la devolución del préstamo; aquel hombre había cometido un error mucho más grave, así que Kvothe había decidido subir la deuda ochenta ciervos más y la pena a una semana completa entre rejas.
- Por favor, señor, ¿qué le voy a decir a mi mujer? -suplicó el hombre, con los ojos llorosos y la voz quebrada. El Consejero clavó en el una cetrina mirada de desprecio. No se la iba a colar dos veces, desde luego.
- Hazme el favor de dejarlo. Hegmar, adelante -instó a uno de sus guardias, señalando la bolsa de monedas que aferraba el "pobre" hombre. Se resistió, pero despojado de su mandoble, poco pudo hacer al respecto, y no pudo evitar que le arrebataran su dinero. El guardia le tendió la bolsita a Kvothe, quien la cogió y se la acercó al oído, agitándola. El tintineó que alcanzó a escuchar resultó más bien pobre-. Veamos. Te he requisado el mandoble, lo cual resta cien ciervos a la deuda. Aún me debes otros cien, y aquí no debe de haber más de... ¿Veinte, quizá? -poco convencido, torció el gesto y la abrió, derramando su metálico contenido sobre la palma de la mano abierta. Su expresión se arrugó aún más, y miró a Argos de nuevo, suspirando-. ¿Cinco ciervos de plata? ¿Me tomas el pelo? -por la expresión del hombre, supuso que lo próximo que le iba a decir era que no tenía nada más que darle, que tuviese piedad, así que Westerling alzó la mano para hacerle callar antes de que empezara a hablar-. En ese caso, estarás encerrado dos semanas y, acto seguido, trabajarás otras dos para mí, como un esclavo, a fin de saldar el resto de la deuda. Y si por un casual intentaras zafarte de ello o atentar contra mi persona -su tono de voz se tornó amenazante, y pasó a señalarle con el dedo- se te condenaría a muerte. ¡Guardias!
Dejó que ellos se encargaran del pobre hombre y, en cuanto a él, se dio la vuelta y se encaminó hacia la Fortaleza Roja, con una sonrisa ladina pintada en la cara. ¡Cómo adoraba jugar con la ignorancia de la gente! Él no era más que un Consejero. Tenía contactos, espías e influencias. Se había ganado un nombre. La gente de a pie veía a los nobles y a los consejeros como alguien sumamente importante. Y lo era, pero no con el poder para mandar ejecutar a nadie. Ni siquiera contaba con autoridad para mandar encarcelar a nadie, pero cada cual tenía sus recursos al margen de la legalidad o del conocimiento ajeno; era la forma más segura de sobrevivir en Desembarco del Rey en una posición como la suya. Aquel tipo se pasaría una semana encerrado en el sótano de un viejo edificio cerca de la Colina de Aegon, y pensaría que estaba encarcelado bajo los mismísimos cimientos de la Fortaleza Roja. Se lo pensaría dos veces antes de volver a jugar con Kvothe Westerling.
Kvothe Westerling
Re: Casting para Consejero de la Moneda
¡Casting aceptado! Bienvenido y pasa a hacer la ficha.
Valar Morghulis- Admin
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