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Mientras los hombres van a la guerra las damas....
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Mientras los hombres van a la guerra las damas....
"¿Vosotros decís que la buena causa es la que santifica incluso la guerra?
Yo os digo: la buena guerra es la que santifica toda causa."
Nietzsche
Yo os digo: la buena guerra es la que santifica toda causa."
Nietzsche
La brisa era fría, algo propio de Bastión de Tormentas por su cercanía al mar y a las olas. Pero hoy parecía más fría de lo usual, como si estuviera evocando el fin de la primavera y con ello la cercanía de una nueva temporada, una que podía ser fría como el acero y espeluznante como la soledad. Aún en aquella ventisca de agua salada se podía sentir el óxido sabor de la sangre. Quizás eran mis imaginaciones, pero ya desde la toma de Refugio Estival era capaz de ver muertos, sesos y sangre en todas partes. Incluso comer carne a la hora de cenar me parecía una tarea del todo imposible. ¿Quién querría alimentarse de carne cuando mucha de la misma había tenido que ser enterrada alrededor de Refugio para así evitar una peste?. Eso me preguntaba cuando paseaba entre los soldados que custodiaban Bastión y los veía alimentarse con una facilidad que, hasta cierto punto, me desesperaba. Pero luego pensaba que esos hombres eran soldados, yo en cambio era una dama que desde pequeña jugó a ser uno, pero que en definitiva no lo era.
Vestida con pantalones de montar y una blusa holgada verde oscuro, estaba junto a Rose en el jardín interior de la Fortaleza. Con la guerra rodeándonos ya no salía a cabalgar al alba como siempre me había gustado hacer. Podía ser peligroso, y aunque no era para nada miedosa, sí sabía cuándo debía ser previsora. Le había prometido a Nathan tener el mayor cuidado posible, y no rompería esa palabra, al menos no cuando dependía de mí. Así que ahora me limitaba a otras diversiones. Entrenaba un poco con la espada, aunque nunca había sido buena en ello. Y procuraba pasear entre los soldados y preguntarles si requerían algo. También estaba atenta a la evolución de la escuela de sanadores, y yo misma ejercía como sanadora cuidando de las heridas de los soldados que ya estaban casi del todo sanadas después del ataque a Refugio. Theon, mi principal paciente, mejoraba con el mejor de los ánimos y eso me tenía mucho mejor. No podía permitir que Nathan perdiera también a su mejor amigo, y menos cuando estaba bajo mi cuidado. Sin embargo, y aunque mi día estaba completo entre mis diferentes actividades, mi pasatiempo favorito seguía siendo aquel que había afinado desde que comenzara a ir a tabernas. El tiro al blanco era la forma más entretenida de pasar las veladas ociosas, y como habían varias tardes ociosas al quedar de castellana de Bastión, debía admitir que había mejorado muchísimo en aquella habilidad.
- Rose, tienes que sentir el peso de la hoja en tu mano. Lo importante es que seas capaz de calcular cuánta fuerza requerirás para tal peso. Entre más pesado es más fácil dirigirlo, pero más difícil alcanzarlo- señalé parada a unos metros de un árbol del cual colgaba uno de los tiros dibujados para mí. Tenía mis pies medianamente separados mientras una de mis manos sujetaba una daga. Mis ojos miraban con atención el tiro que había frente a mí. El punto rojo me llamaba, casi me gritaba mientras yo movía mi muñeca en la dirección correcta que deseaba que tomara la daga-. Debe ser un tiro limpio, simple, pero eficaz- le comenté sin mirarla, pero absolutamente consciente de que me estaba escuchando. Aspiré un poco de aire y la fui soltando lentamente. La concentración era absoluta y poco importaban el trinar de los pájaros o el sonido de las espadas chocando a lo lejos, mientras los soldados tenían su práctica diaria alrededor de la fortaleza. Tensé mi brazo y luego ejercí la fuerza que requería. La daga salió disparada de mis manos y cayó en el punto rojo clavándose como se clava un cuchillo en el corazón. Una sonrisa presuntuosa se dibujó en mis labios y dije girándome a mirarla-. ¿Ves? No es nada difícil- dije con orgullo y caminé hacia el árbol para sacar mi daga de ahí.
Vestida con pantalones de montar y una blusa holgada verde oscuro, estaba junto a Rose en el jardín interior de la Fortaleza. Con la guerra rodeándonos ya no salía a cabalgar al alba como siempre me había gustado hacer. Podía ser peligroso, y aunque no era para nada miedosa, sí sabía cuándo debía ser previsora. Le había prometido a Nathan tener el mayor cuidado posible, y no rompería esa palabra, al menos no cuando dependía de mí. Así que ahora me limitaba a otras diversiones. Entrenaba un poco con la espada, aunque nunca había sido buena en ello. Y procuraba pasear entre los soldados y preguntarles si requerían algo. También estaba atenta a la evolución de la escuela de sanadores, y yo misma ejercía como sanadora cuidando de las heridas de los soldados que ya estaban casi del todo sanadas después del ataque a Refugio. Theon, mi principal paciente, mejoraba con el mejor de los ánimos y eso me tenía mucho mejor. No podía permitir que Nathan perdiera también a su mejor amigo, y menos cuando estaba bajo mi cuidado. Sin embargo, y aunque mi día estaba completo entre mis diferentes actividades, mi pasatiempo favorito seguía siendo aquel que había afinado desde que comenzara a ir a tabernas. El tiro al blanco era la forma más entretenida de pasar las veladas ociosas, y como habían varias tardes ociosas al quedar de castellana de Bastión, debía admitir que había mejorado muchísimo en aquella habilidad.
- Rose, tienes que sentir el peso de la hoja en tu mano. Lo importante es que seas capaz de calcular cuánta fuerza requerirás para tal peso. Entre más pesado es más fácil dirigirlo, pero más difícil alcanzarlo- señalé parada a unos metros de un árbol del cual colgaba uno de los tiros dibujados para mí. Tenía mis pies medianamente separados mientras una de mis manos sujetaba una daga. Mis ojos miraban con atención el tiro que había frente a mí. El punto rojo me llamaba, casi me gritaba mientras yo movía mi muñeca en la dirección correcta que deseaba que tomara la daga-. Debe ser un tiro limpio, simple, pero eficaz- le comenté sin mirarla, pero absolutamente consciente de que me estaba escuchando. Aspiré un poco de aire y la fui soltando lentamente. La concentración era absoluta y poco importaban el trinar de los pájaros o el sonido de las espadas chocando a lo lejos, mientras los soldados tenían su práctica diaria alrededor de la fortaleza. Tensé mi brazo y luego ejercí la fuerza que requería. La daga salió disparada de mis manos y cayó en el punto rojo clavándose como se clava un cuchillo en el corazón. Una sonrisa presuntuosa se dibujó en mis labios y dije girándome a mirarla-. ¿Ves? No es nada difícil- dije con orgullo y caminé hacia el árbol para sacar mi daga de ahí.
Valerie Tyrell
Re: Mientras los hombres van a la guerra las damas....
Aquella mañana había sido diferente en cada aspecto que pudiese pedirse, mientras Valerie había salido a revisar que las cosas con los soldados y la fortaleza en general estuviesen bien en el área en el que a ella le gustaba, Rose se había dedicado a cubrir aquellas tareas de “damisela” que tanto le fastidiarían a la Baratheon de tener que hacerlas por si misma. Ordenó las comidas de aquel día, la limpieza, las compras que habría que hacerse, la ropa que había que remendar gracias a las prácticas matutinas y cuando estuvo todo listo, revisó todo de nuevo como su madre le había dicho que hacía una mujer que se preciase de serlo. Caminó por Bastión de Tormentas con un gran sentido de la ubicación, cada flor estaba puesta en el lugar que debería, la tinta estaba en el tintero del despacho del Señor de las Tormentas, se había encargado personalmente de que tuviera la cera y el papel que usualmente se usaba para asuntos importantes y que parecía comenzar a menguar luego de tantos cuervos y prestamos para campañas fuera de Bastión. Parecía que todo estaba en orden, el trabajo de aquel día terminado con eficacia, después de todo tenía una práctica infinita revisando aquellos detalles que hacían de un lugar lo suficientemente prolijo como para que diese la imagen de seguridad que todos pensarían encontrar. “El desorden es el reflejo de nuestro interior” recordó con una sonrisa, las palabras de su madre parecían haber estado presentes en ella durante aquella mañana, y en ese momento más que nunca le parecieron ciertas.
Mientras que incluso en la servidumbre se podía ver un claro sentimiento de seguridad y tranquilidad, por dentro los pensamientos de la Rosa estaban un tanto perturbados, los meses seguían corriendo y ella no podía ver ni el inicio ni el fin de todo aquello. Después de un baño rápido, se permitió vestir de nuevo con pantalones de cuero negro y una camisa que de no ser por el corsé de la misma fabricación que el pantalón, parecería que era diez tallas más grande de lo necesario. Resopló al verse en el espejo y trenzó su cabello con facilidad, sin necesitar ayuda extra, una virtud aprendida entre sus viajes a solas donde los soldados no eran los mejores para ayudar en la tarea de peinar sus dorados cabellos. Por la ventana el día parecía claro, algo raro para aquel lugar, pero igualmente sonrió ante la imagen que tenía frente a sí antes de reunirse en el jardín con la que se había convertido en su compañera y confidente. Por un rato entrenó con Valerie el arte de la espada, donde la rosa parecía no ser tan mala como podría esperarse, aquello le hizo sonreír, había tenido un buen maestro que la había presionado desde todo ángulo posible, así que le fue sencillo hacer lo mismo, presionar sin cansarse, al menos eso había estado haciendo hasta que dejaron caer las armas y se dedicaron a algo un tanto más complicado para la Rosa del Dominio.
“Arrojar dagas” Aquel pensamiento vagó por su mente hasta que logró asentarlo, parpadeó un par de veces y tomó una de las que Valerie tenía en un pañuelo sobre una roca plana, la meció entre sus dedos como lo habría hecho con su propia arma y se concentró en escuchar las instrucciones que le daba. A pesar de no verla, Rose parecía seguir cada uno de sus movimientos, pesó el arma entre sus dedos, la acomodó como mejor le pareció y se movió solo para ver como la daga soltaba un zumbido algo vago antes de acertar en el blanco. –Si bordaras como lanzas dagas, serías la favorita de mi madre, creo que incluso me quitarías el puesto.- comentó con una sonrisa burlona antes de ponerse en el lugar que antes había ocupado la mujer de cabellos oscuros. Siguió cada uno de los pasos que le dijo, se tranquilizó y ni siquiera el quiebre de una rama a las espaldas de ambas le hizo voltear para preguntar quién les buscaba. Resopló en una nueva ocasión y con una certeza casi infinita lanzó la daga que de no haber sido por el viento, habría quedado un poco más al centro. –Olvídalo, creo que igual seguiría siendo su favorita…- terminó por decir al ver lo cerca que habían quedado, paralelas de no ser por una fina línea que las separaba como el oro separaba las clases a expensas de la educación impartida. Fue luego de eso que se giró y con una sonrisa digna de las mejores cortes recibió a quien se unía a su pequeña reunión.
Mientras que incluso en la servidumbre se podía ver un claro sentimiento de seguridad y tranquilidad, por dentro los pensamientos de la Rosa estaban un tanto perturbados, los meses seguían corriendo y ella no podía ver ni el inicio ni el fin de todo aquello. Después de un baño rápido, se permitió vestir de nuevo con pantalones de cuero negro y una camisa que de no ser por el corsé de la misma fabricación que el pantalón, parecería que era diez tallas más grande de lo necesario. Resopló al verse en el espejo y trenzó su cabello con facilidad, sin necesitar ayuda extra, una virtud aprendida entre sus viajes a solas donde los soldados no eran los mejores para ayudar en la tarea de peinar sus dorados cabellos. Por la ventana el día parecía claro, algo raro para aquel lugar, pero igualmente sonrió ante la imagen que tenía frente a sí antes de reunirse en el jardín con la que se había convertido en su compañera y confidente. Por un rato entrenó con Valerie el arte de la espada, donde la rosa parecía no ser tan mala como podría esperarse, aquello le hizo sonreír, había tenido un buen maestro que la había presionado desde todo ángulo posible, así que le fue sencillo hacer lo mismo, presionar sin cansarse, al menos eso había estado haciendo hasta que dejaron caer las armas y se dedicaron a algo un tanto más complicado para la Rosa del Dominio.
“Arrojar dagas” Aquel pensamiento vagó por su mente hasta que logró asentarlo, parpadeó un par de veces y tomó una de las que Valerie tenía en un pañuelo sobre una roca plana, la meció entre sus dedos como lo habría hecho con su propia arma y se concentró en escuchar las instrucciones que le daba. A pesar de no verla, Rose parecía seguir cada uno de sus movimientos, pesó el arma entre sus dedos, la acomodó como mejor le pareció y se movió solo para ver como la daga soltaba un zumbido algo vago antes de acertar en el blanco. –Si bordaras como lanzas dagas, serías la favorita de mi madre, creo que incluso me quitarías el puesto.- comentó con una sonrisa burlona antes de ponerse en el lugar que antes había ocupado la mujer de cabellos oscuros. Siguió cada uno de los pasos que le dijo, se tranquilizó y ni siquiera el quiebre de una rama a las espaldas de ambas le hizo voltear para preguntar quién les buscaba. Resopló en una nueva ocasión y con una certeza casi infinita lanzó la daga que de no haber sido por el viento, habría quedado un poco más al centro. –Olvídalo, creo que igual seguiría siendo su favorita…- terminó por decir al ver lo cerca que habían quedado, paralelas de no ser por una fina línea que las separaba como el oro separaba las clases a expensas de la educación impartida. Fue luego de eso que se giró y con una sonrisa digna de las mejores cortes recibió a quien se unía a su pequeña reunión.
Rose Tyrell- Nobleza
Re: Mientras los hombres van a la guerra las damas....
Bastión de Tormentas era una enorme roca pesada y silenciosa situada en lo alto de aquellos acantilados que se elevaban por encima de las aguas del Mar Angosto. Sus gruesos muros de piedra parecían aislar a sus habitantes de la naciente primavera que se desarrollaba en el interior, pareciendo que en el interior del baluarte aún continuara siendo invierno. Las criadas, los sirvientes, los soldados... se movían por la fortaleza con la seguridad y la tranquilidad de quienes se saben protegidos a pesar de que Poniente parecía bullir igual que lo hace un volcán a punto de entrar en erupción. Brinna llevaba casi una luna en aquel lugar y comenzaba a acusar el ambiente de Bastión, en el que aún pesaba el luto por Eve Baratheon haciendo que incluso el aire pareciera espesarse e hiciera dificultoso el respirar. La joven Wendwater, acostumbrada a la rutina de Caminoarroyo en la que era frecuente escuchar música o los alegres gritos de su hermano pequeño cuando jugaba, soportaba con estoicismo aquella exasperante tranquilidad, esforzándose por no romper con la discreta armonía que reinaba en Bastión y sintiéndose respetada por sus habitantes aunque también algo apartada de todos ellos. Brinna se preguntaba si la considerarían una intrusa o si quizá pensaban que era una oportunista, pero en cualquier caso no se trataba de una cuestión que le preocupara demasiado siempre y cuando mantuvieran la misma actitud reverente hacia ella. Solía pasar mucho tiempo en sus aposentos, en ocasiones acompañada de las doncellas que le habían adjudicado, leyendo cualquier tomo de historias y poemas que cayera en sus manos, observando cómo la primavera florecía en las montañas que rodeaban la fortaleza mientras ésta seguía sumida en un lúgubre ambiente invernal en el que el fantasma de la difunta esposa del señor parecía pasearse por los corredores.
Aquella mañana, sin embargo, había decidido salir a dar un paseo por alguno de los patios que suponían pequeños núcleos de aire puro y libre en Bastión de Tormentas. El sol relucía entre las perennes nubes que parecían poblar el cielo de aquellas tierras y Brinna se negó a cubrirse con alguno de los oscuros y tristes vestidos que solía ponerse para respetar el velado luto que aún parecía guardarse por Eve Baratheon. Aún así, tampoco quería ser tildada de osada o provocadora, así que se conformó con un vestido en color crema ribeteado de encaje blanco que dejaba sus brazos al descubierto así como parte de pecho en un discreto escote del cuello redondo, abandonando con resignación sus prendas estampadas y bordadas en uno de los arcones que había traído consigo desde Caminoarroyo. Dejó sus aposentos con un rápido caminar que hacían ondear tras de sí su melena rubia, dirigiéndose con premura hacia el jardín interior en el que estaría fuera de todo riesgo y dejando tras de sí el eco de sus pasos hasta que pisó la tierra que cubría los serpenteantes senderos en torno a los cuales se configuraba el resto de flora que poblaba el jardín. Suspiró con alivio, cerrando los ojos unos instantes hasta que escuchó voces femeninas que atrajeron su atención, ¿serían criadas escabulléndose de sus tareas y flirteando con los guardias? Se movió entre los árboles con la intriga dibujada en su rostro hasta que al retirar una rama baja y quebradiza que se rompió entre sus dedos, descubrió a Valerie Baratheon y Rose Tyrell practicando el lanzamiento de dagas. Ambas llevaban pantalones y Brinna enarcó una ceja, ¿jugaban a ser hombres? No concebía ni comprendía el atuendo varonil en una mujer como medio de mostrar una fortaleza y tenacidad que no eran incompatibles con los vestidos de seda y encaje, algo en lo que se consideraba paradigmática. El verdadero peligro radicaba en la puntería, ya fuera la de una daga arrojadiza o la de los escarnios en forma de metáfora. En aquel momento, la dama de El Dominio se volvió hacia ella con una sonrisa tras haber lanzado su daga y la joven correspondió de la misma manera. Nadie le había explicado el por qué de la presencia de aquella mujer allí, así que había deducido que simplemente estaba visitando a la que parecía ser su íntima amiga, dado el tiempo-y también las tareas de gestión- que ambas compartían en aquella fortaleza.
- Por suerte no he aparecido tras esa diana - comentó con un gesto de alivio en el rostro, agachándose un poco para evitar la esquiva rama quebrada y avanzando hacia las dos jóvenes. Apenas había cruzado algunas fórmulas de cortesía cuando se habían encontrado en momentos de reunión como las comidas o las cenas, así que no sabía qué recibimiento esperar de ambas dada la tibieza que parecía mostrarle todo el mundo en aquella fortaleza - Buenos días, mis señoras - exclamó entonces mientras hacía una ensayada reverencia, con un sutil matiz irónico en aquel tratamiento femenino que disimulaba una interrogativa y pasando su mirada de la Baratheon a la Tyrell, siempre sin perder la sonrisa. Por un momento se planteó el pedir perdón por la más que probable intromisión pero rápidamente desechó la idea: pronto sería la señora de Bastión de Tormentas, Lady Baratheon, y no creía que tuviera que disculparse por pasear por la fortaleza - Qué peculiar vuestro entretenimiento - dijo mientras veía las dagas colocadas sobre un paño extendido en una roca, preparadas para ser arrojadas - Una espera encontrar a las damas ocupadas en otro tipo de labores - agregó con tono alegre, animosa al recibir en su piel los rayos de sol que lograban colarse a través del follaje de los árboles y al respirar el húmedo ambiente marino que llegaba hasta allí traído por los vientos procedentes del este - Supongo que es gratificante salir del camino trazado de vez en cuando aunque al final haya que regresar irremediablemente a él - tras aquellas palabras apoyó sus caderas y su espalda en el tronco de un fuerte roble que parecía delimitar la mitad norte del jardín; parecía haber cierta resignación en esa frase pero para Brinna tan sólo era una constatación de la realidad. - Yo procuro no abandonar el sendero que se abre a mis pies, es mucho más seguro que internarse por lugares atrayentes pero de los que luego es difícil salir... si es que se puede - se encogió de hombros; Brinna nunca se había considerado abiertamente rebelde ni tampoco distinta a otras damas de su edad y condición; sí era en cambio mucho menos hipócrita sin dejar de ser coherente con lo que le habían enseñado y por eso no le importaba mostrarse conformista en vez de fingir que luchaba contra situaciones que no podía cambiar.
Aquella mañana, sin embargo, había decidido salir a dar un paseo por alguno de los patios que suponían pequeños núcleos de aire puro y libre en Bastión de Tormentas. El sol relucía entre las perennes nubes que parecían poblar el cielo de aquellas tierras y Brinna se negó a cubrirse con alguno de los oscuros y tristes vestidos que solía ponerse para respetar el velado luto que aún parecía guardarse por Eve Baratheon. Aún así, tampoco quería ser tildada de osada o provocadora, así que se conformó con un vestido en color crema ribeteado de encaje blanco que dejaba sus brazos al descubierto así como parte de pecho en un discreto escote del cuello redondo, abandonando con resignación sus prendas estampadas y bordadas en uno de los arcones que había traído consigo desde Caminoarroyo. Dejó sus aposentos con un rápido caminar que hacían ondear tras de sí su melena rubia, dirigiéndose con premura hacia el jardín interior en el que estaría fuera de todo riesgo y dejando tras de sí el eco de sus pasos hasta que pisó la tierra que cubría los serpenteantes senderos en torno a los cuales se configuraba el resto de flora que poblaba el jardín. Suspiró con alivio, cerrando los ojos unos instantes hasta que escuchó voces femeninas que atrajeron su atención, ¿serían criadas escabulléndose de sus tareas y flirteando con los guardias? Se movió entre los árboles con la intriga dibujada en su rostro hasta que al retirar una rama baja y quebradiza que se rompió entre sus dedos, descubrió a Valerie Baratheon y Rose Tyrell practicando el lanzamiento de dagas. Ambas llevaban pantalones y Brinna enarcó una ceja, ¿jugaban a ser hombres? No concebía ni comprendía el atuendo varonil en una mujer como medio de mostrar una fortaleza y tenacidad que no eran incompatibles con los vestidos de seda y encaje, algo en lo que se consideraba paradigmática. El verdadero peligro radicaba en la puntería, ya fuera la de una daga arrojadiza o la de los escarnios en forma de metáfora. En aquel momento, la dama de El Dominio se volvió hacia ella con una sonrisa tras haber lanzado su daga y la joven correspondió de la misma manera. Nadie le había explicado el por qué de la presencia de aquella mujer allí, así que había deducido que simplemente estaba visitando a la que parecía ser su íntima amiga, dado el tiempo-y también las tareas de gestión- que ambas compartían en aquella fortaleza.
- Por suerte no he aparecido tras esa diana - comentó con un gesto de alivio en el rostro, agachándose un poco para evitar la esquiva rama quebrada y avanzando hacia las dos jóvenes. Apenas había cruzado algunas fórmulas de cortesía cuando se habían encontrado en momentos de reunión como las comidas o las cenas, así que no sabía qué recibimiento esperar de ambas dada la tibieza que parecía mostrarle todo el mundo en aquella fortaleza - Buenos días, mis señoras - exclamó entonces mientras hacía una ensayada reverencia, con un sutil matiz irónico en aquel tratamiento femenino que disimulaba una interrogativa y pasando su mirada de la Baratheon a la Tyrell, siempre sin perder la sonrisa. Por un momento se planteó el pedir perdón por la más que probable intromisión pero rápidamente desechó la idea: pronto sería la señora de Bastión de Tormentas, Lady Baratheon, y no creía que tuviera que disculparse por pasear por la fortaleza - Qué peculiar vuestro entretenimiento - dijo mientras veía las dagas colocadas sobre un paño extendido en una roca, preparadas para ser arrojadas - Una espera encontrar a las damas ocupadas en otro tipo de labores - agregó con tono alegre, animosa al recibir en su piel los rayos de sol que lograban colarse a través del follaje de los árboles y al respirar el húmedo ambiente marino que llegaba hasta allí traído por los vientos procedentes del este - Supongo que es gratificante salir del camino trazado de vez en cuando aunque al final haya que regresar irremediablemente a él - tras aquellas palabras apoyó sus caderas y su espalda en el tronco de un fuerte roble que parecía delimitar la mitad norte del jardín; parecía haber cierta resignación en esa frase pero para Brinna tan sólo era una constatación de la realidad. - Yo procuro no abandonar el sendero que se abre a mis pies, es mucho más seguro que internarse por lugares atrayentes pero de los que luego es difícil salir... si es que se puede - se encogió de hombros; Brinna nunca se había considerado abiertamente rebelde ni tampoco distinta a otras damas de su edad y condición; sí era en cambio mucho menos hipócrita sin dejar de ser coherente con lo que le habían enseñado y por eso no le importaba mostrarse conformista en vez de fingir que luchaba contra situaciones que no podía cambiar.
Brinna Baratheon
Re: Mientras los hombres van a la guerra las damas....
El comentario de Rose me hizo reír. Mi propia madre había rogado porque bordar fuera mi pasatiempo, pero siempre, desde pequeña, había visto a Nathan con admiración, y siendo el niño no me quedó otra que seguir el paso de un niño en la militar educación-. La última vez que intenté bordar salí más dañada por la aguja de lo dañada que he salido de una batalla, comprenderás que preferí dejarlo- le respondí acompañada de una risa y retrocedí hasta un árbol paralelo. Desde ahí quería observar a Rose mientras apoyaba mi espalda en el tronco. El día claro me daba buena espina, un poco de luz entre la típica bruma y nubes de Bastión. Mi mirada por un instante se fue al cielo y luego bajó hacia Rose, quien hacía su primer lanzamiento de manera bastante más diestra de lo que me esperaba-. ¡Muy bien!- exclamé acercándome al disco y tomando la daga que Rose había lanzado. Sólo un poco para el centro, pero no estaba nada de mal para un primer lanzamiento.
Entonces escuché una voz. Giré mi cuerpo y me encontré con Brinna. Mi hermano me había hecho prometerle que no la asustaría, y aunque algunas ganas no me faltaban, solía obedecer a Nathan porque aquel era mi deber. Bajé la daga hacia un costado de mi cuerpo y la dejé en mi cinto. La vi avanzar y recibí su reverencia saludándola con un asentimiento de cabeza. En Bastión no era de las que hacía reverencias a nadie, excepto fuera formalmente necesario. Aquí los protocolos se aligeraban cuando no habían invitados, y considerando que Rose ya sería parte de la familia, y Brinna también, era de mi parecer que aquellos protocolos inútiles quedaran perdidos en la bóvedas de los actos oficiales-. Dime Valerie, Brinna, señora es demasiado protocolar para la futura familia- le dije con una sonrisa y retrocedí unos pasos para toma asiento en un tronco botado que había quedado así luego del paso de una de las variadas tormentas que azotaban estas tierras. Saqué de mi cinto la daga que había guardado y la dejé sobre el paño donde las demás dagas descansaban. Mi mirada se posó en ellas mientras oía a Brinna hablar. La peculiaridad de estas tierras solía ser desconocida para los extraños. Pero Tormentas tenía una fuerza, una cierta masculinidad que para muchos era difícil comprender. La corte de Bastión no era de bailes ni mascaradas, no, la corte era de fuerza, genialidad militar y voz de mando, algo que las demás cortes no solían tener. Sólo era cosa de recordar las prácticas de la corte del Dominio.... ufff, no quería siquiera pensar en aquello.
- Haces bien en no abandonar el sendero de tierras que no conocéis- le comenté elevando mi vista para mirarla. Era una niña, eso se podía deducir de una primera mirada. Una niña que no sabía bien dónde estaba, si quiera. La había formado para ser madre y esposa, sin duda alguna, pero no estaba segura si aquella formación incluía política y fortaleza. Nunca me había gustado la gente de la Corona. Su cercanía al trono de hierro los ponía estúpidos y los hacía creer mejores que el resto. Era un prejuicio, uno de muchos otros que tenía grabados en mí, y que sería una ardua batalla sacarlos de mi interior-. Mas, yo conozco estas tierras como si cada una de las líneas de mi mano se abrieran ante mí como un mapa. Nunca me he perdido en Bastión, y siempre sabré reconocer el camino de vuelta, sin importar donde me encuentre- señalé abriendo la palma de mi mano que estaba algo sucia de tierra pos las prácticas de la mañana-. Sin embargo, y con la guerra a nuestros pies, salir a aventurar es poco inteligente. Bastión es una de las fortalezas más seguras de todo Poniente, y lo mejor es quedarse en ella, al menos que un giro del destino provoque un cambio de planes- miré a Rose por un instante haciendo recuerdo de una conversación. Si Bastión caía ante un ejército enemigo teníamos planificada una ruta de escape. Le había prometido a Nathan, a Maron, incluso a lord Connington sobrevivir a esta guerra. Y sobrevivir, algo que era instintivo, ahora era sacramental y por ello inquebrantable.
Me puse de pie una vez más y tomé una de las dagas que estaba en el paño. Como antes bambaleé su peso en mi mano y la tomé por el mango mientras la lanzaba hacia arriba y la volvía a tomar. Mis ojos observaron una vez más el punto central donde la daga y su punta filosa debía enterrarse. Arrugué un poco el ceño y la lancé, dándole en el centro con precisión mientras una nueva sonrisa se dibujaba en mi rostro-. Qué ganas que fuera un enemigo el punto y que la daga se enterrara en su corazón. Si con ello esta guerra pudiera terminar pronto, la culpa no corroería mi alma por abatir a aquel que atrasa la vuelta a la normalidad...- señalé mirando a ambas con el brillo de la seguridad en mis ojos. Morir nunca me había dado miedo, pero matar con injusticia me parecía un verdadero temor. En esta guerra muchos morirían de manera injusta, y lo que más temía era que aquellos que debía morir, aquellos que eran culpables de todos estos malos, no morirían resguardados en las inocentes vidas de sus soldados, observando con una copa en la mano como unos a otros terminaban sepultados en las bastas tierras de Poniente.
Entonces escuché una voz. Giré mi cuerpo y me encontré con Brinna. Mi hermano me había hecho prometerle que no la asustaría, y aunque algunas ganas no me faltaban, solía obedecer a Nathan porque aquel era mi deber. Bajé la daga hacia un costado de mi cuerpo y la dejé en mi cinto. La vi avanzar y recibí su reverencia saludándola con un asentimiento de cabeza. En Bastión no era de las que hacía reverencias a nadie, excepto fuera formalmente necesario. Aquí los protocolos se aligeraban cuando no habían invitados, y considerando que Rose ya sería parte de la familia, y Brinna también, era de mi parecer que aquellos protocolos inútiles quedaran perdidos en la bóvedas de los actos oficiales-. Dime Valerie, Brinna, señora es demasiado protocolar para la futura familia- le dije con una sonrisa y retrocedí unos pasos para toma asiento en un tronco botado que había quedado así luego del paso de una de las variadas tormentas que azotaban estas tierras. Saqué de mi cinto la daga que había guardado y la dejé sobre el paño donde las demás dagas descansaban. Mi mirada se posó en ellas mientras oía a Brinna hablar. La peculiaridad de estas tierras solía ser desconocida para los extraños. Pero Tormentas tenía una fuerza, una cierta masculinidad que para muchos era difícil comprender. La corte de Bastión no era de bailes ni mascaradas, no, la corte era de fuerza, genialidad militar y voz de mando, algo que las demás cortes no solían tener. Sólo era cosa de recordar las prácticas de la corte del Dominio.... ufff, no quería siquiera pensar en aquello.
- Haces bien en no abandonar el sendero de tierras que no conocéis- le comenté elevando mi vista para mirarla. Era una niña, eso se podía deducir de una primera mirada. Una niña que no sabía bien dónde estaba, si quiera. La había formado para ser madre y esposa, sin duda alguna, pero no estaba segura si aquella formación incluía política y fortaleza. Nunca me había gustado la gente de la Corona. Su cercanía al trono de hierro los ponía estúpidos y los hacía creer mejores que el resto. Era un prejuicio, uno de muchos otros que tenía grabados en mí, y que sería una ardua batalla sacarlos de mi interior-. Mas, yo conozco estas tierras como si cada una de las líneas de mi mano se abrieran ante mí como un mapa. Nunca me he perdido en Bastión, y siempre sabré reconocer el camino de vuelta, sin importar donde me encuentre- señalé abriendo la palma de mi mano que estaba algo sucia de tierra pos las prácticas de la mañana-. Sin embargo, y con la guerra a nuestros pies, salir a aventurar es poco inteligente. Bastión es una de las fortalezas más seguras de todo Poniente, y lo mejor es quedarse en ella, al menos que un giro del destino provoque un cambio de planes- miré a Rose por un instante haciendo recuerdo de una conversación. Si Bastión caía ante un ejército enemigo teníamos planificada una ruta de escape. Le había prometido a Nathan, a Maron, incluso a lord Connington sobrevivir a esta guerra. Y sobrevivir, algo que era instintivo, ahora era sacramental y por ello inquebrantable.
Me puse de pie una vez más y tomé una de las dagas que estaba en el paño. Como antes bambaleé su peso en mi mano y la tomé por el mango mientras la lanzaba hacia arriba y la volvía a tomar. Mis ojos observaron una vez más el punto central donde la daga y su punta filosa debía enterrarse. Arrugué un poco el ceño y la lancé, dándole en el centro con precisión mientras una nueva sonrisa se dibujaba en mi rostro-. Qué ganas que fuera un enemigo el punto y que la daga se enterrara en su corazón. Si con ello esta guerra pudiera terminar pronto, la culpa no corroería mi alma por abatir a aquel que atrasa la vuelta a la normalidad...- señalé mirando a ambas con el brillo de la seguridad en mis ojos. Morir nunca me había dado miedo, pero matar con injusticia me parecía un verdadero temor. En esta guerra muchos morirían de manera injusta, y lo que más temía era que aquellos que debía morir, aquellos que eran culpables de todos estos malos, no morirían resguardados en las inocentes vidas de sus soldados, observando con una copa en la mano como unos a otros terminaban sepultados en las bastas tierras de Poniente.
Valerie Tyrell
Re: Mientras los hombres van a la guerra las damas....
Cantos, bailes y algunas otras más cosas propias de las damas se amontonaban en su mente mientras escuchaba a la Baratheon hablar de lo que sucedía cuando tomaba una aguja, de ser así, Valerie tendría un largo camino que recorrer para convertirse en Lady Tyrell, como todas tendrían que emprender un día para dejar atrás lo que eran y salir como mariposas en primavera y adaptarse al cambio o perderse a si mismas en el intento. –Recordaré darte algunos consejos, para que los recites con perfección y te quites de encima a las Septas que querrán reformarte hasta que seas Valerie “la perfecta”…- comentó con una sonrisa sincera que derivó en una ligera risa. Si, era posible que lo intentasen, estaba en ella no permitirlo, nadie debía tocar lo que la hacía única. Un zumbido fue lo único que se escuchó poco antes de que la mujer de cabellos oscuros le felicitase por el lanzamiento, a final de cuentas no era la indefensa damisela que se esperaba que fuera. –De cualquier modo no habría problema, Lady Wendwater, no hemos fallado.- se permitió decir la rosa con la misma expresión con la que la había recibido a aquella reunión informal. Se permitió observarla, iba vestida de blanco cuando aún nadie podía superar la ausencia de la Señora de Bastión de Tormentas, bajó la mirada por un segundo ante el recuerdo que Brinna no tendría, ella solamente estaba ahí para llenar el abismal hueco que Eve había dejado tras de si, no entendería y Rose Tyrell no pretendía ser su maestra en aquel tema que aún seguía estando a flor de piel.
Suspiró ante el saludo efectuado por la joven de cabellos dorados, correspondiendo como debía, no había nada en la Tyrell que no hubiese sido pulido por años de practica, desde la más mínima sonrisa hasta la mirada más amarga. – Puedes llamarme Rose, no soy partidaria de que se deje de lado mi nombre. Ni Valerie ni yo seremos señoras de nada hasta que nos casemos, así que podemos disfrutar aún de tener un nombre propio.- comentó la menor de los Tyrell con simpleza, la verdad más pura, no eran nadie y hasta que no se casasen lo serían, así eran las reglas en aquel mundo gobernado por hombres sedientos de sangre, dispuestos a venderse a si mismos por esa sangre. Pensó por un momento en lo equivocadas que podían sonar sus palabras para alguien que había seguido el esquema cuadrado de educación a los que sometían a las jóvenes damas, pero no dijo nada para borrar sus palabras o aligerarlas, desde que había comenzado a vivir en Bastión parecía que su carácter y sus rasgos se habían endurecido aunque una sola de sus sonrisas trajese de vuelta a la Rose que había llegado a aquel lugar para ayudar, para convertirse en algo más que una simple damisela que no podía hablar más que de libros e historias perdidas en el tiempo.
No, ya no era esa persona que había dejado su hogar hacía unos meses, había tomado otro sendero aún con el miedo de lo desconocido, algo de lo que quizá su madre no estuviese orgullosa, pero si ella misma y había aprendido que en soledad no importaba el orgullo de otros, sino el propio. – Una vez leí que una dama debe saber de todo para poder hablar desde el conocimiento pues sino se convierten en palabras vacías, técnicamente estábamos cumpliendo con el precepto que las Septas propagan y por lo tanto, son labores permitidas.- musitó con una sonrisa, si algo sabían hacer en el Dominio era torcer las palabras, encontrar huecos en ellas y deleitarse en su uso. Si la rosa no hubiese crecido en la Corte más difícil de Poniente quizá sería ajena a aquello, inocente y soñadora, algo que poco a poco dejaba atrás aunque no lo dejase relucir, después de tantos años podía decirse que los despliegues no eran precisamente su tema favorito. Las palabras de la mujer de cabellos oscuros le hicieron sonreir, el destino era algo de lo que muchas veces habían hablado, que habían dejado de lado pero seguía presente en su mente con una sutileza de la cual no podían desprenderse. –Con la guerra ya nada es totalmente seguro, Valerie, aunque intentemos que la mayoría de las cosas que nos rodean lo sean…- soltó sin más, una sonrisa a medias mientras se acomodaba uno de sus cabellos rebeldes que habían escapado de la trenza que llevaba aquella mañana.
Un suspiro fue suficiente para mostrarse en acuerdo con ambas, quizá no era inteligente salirse del sendero, pero si no lo hacían entonces ¿Quiénes eran? No se trataba de geografía, sino de algo más profundo que Rose no quería discutir en su totalidad. Se mordió los labios al momento en que la dama lanzó una daga de nueva cuenta, sonriendo al encontrarse con el resultado. -¿Quién es realmente el enemigo, Valerie? Todos piensan como tu, solo que aún no tenemos un enemigo establecido más que las facciones que nos muestran, tanto uno como otro pueden ser inocentes… y de cualquier modo, nunca ha existido la normalidad, no podemos añorarla tanto.- terminó por decir, apoyándose contra uno de los árboles que parecían proteger la diana en la que la daga había quedado incrustada. Había momentos donde temía por encontrar al enemigo, por ver en su lugar a quien no quería, por tener que soportarlo, así que con el corazón en un puño parecía tener que dirigirse por la vida. -¿Alguna de las dos sabe si alguien ya ha ido hoy al orfanato?.- preguntó, cambiando el tema de conversación por uno un tanto menos controversial, uno que les permitiera salirse por la tangente hacia los daños colaterales de la guerra que comenzaban a verse en Bastión, al menos luego del ataque a Refugio Estival, momento en donde la misma Rose había comenzado sus visitas, donde se había permitido formar vínculos con aquellos que no tenían a nadie más que a ella para recurrir.
Suspiró ante el saludo efectuado por la joven de cabellos dorados, correspondiendo como debía, no había nada en la Tyrell que no hubiese sido pulido por años de practica, desde la más mínima sonrisa hasta la mirada más amarga. – Puedes llamarme Rose, no soy partidaria de que se deje de lado mi nombre. Ni Valerie ni yo seremos señoras de nada hasta que nos casemos, así que podemos disfrutar aún de tener un nombre propio.- comentó la menor de los Tyrell con simpleza, la verdad más pura, no eran nadie y hasta que no se casasen lo serían, así eran las reglas en aquel mundo gobernado por hombres sedientos de sangre, dispuestos a venderse a si mismos por esa sangre. Pensó por un momento en lo equivocadas que podían sonar sus palabras para alguien que había seguido el esquema cuadrado de educación a los que sometían a las jóvenes damas, pero no dijo nada para borrar sus palabras o aligerarlas, desde que había comenzado a vivir en Bastión parecía que su carácter y sus rasgos se habían endurecido aunque una sola de sus sonrisas trajese de vuelta a la Rose que había llegado a aquel lugar para ayudar, para convertirse en algo más que una simple damisela que no podía hablar más que de libros e historias perdidas en el tiempo.
No, ya no era esa persona que había dejado su hogar hacía unos meses, había tomado otro sendero aún con el miedo de lo desconocido, algo de lo que quizá su madre no estuviese orgullosa, pero si ella misma y había aprendido que en soledad no importaba el orgullo de otros, sino el propio. – Una vez leí que una dama debe saber de todo para poder hablar desde el conocimiento pues sino se convierten en palabras vacías, técnicamente estábamos cumpliendo con el precepto que las Septas propagan y por lo tanto, son labores permitidas.- musitó con una sonrisa, si algo sabían hacer en el Dominio era torcer las palabras, encontrar huecos en ellas y deleitarse en su uso. Si la rosa no hubiese crecido en la Corte más difícil de Poniente quizá sería ajena a aquello, inocente y soñadora, algo que poco a poco dejaba atrás aunque no lo dejase relucir, después de tantos años podía decirse que los despliegues no eran precisamente su tema favorito. Las palabras de la mujer de cabellos oscuros le hicieron sonreir, el destino era algo de lo que muchas veces habían hablado, que habían dejado de lado pero seguía presente en su mente con una sutileza de la cual no podían desprenderse. –Con la guerra ya nada es totalmente seguro, Valerie, aunque intentemos que la mayoría de las cosas que nos rodean lo sean…- soltó sin más, una sonrisa a medias mientras se acomodaba uno de sus cabellos rebeldes que habían escapado de la trenza que llevaba aquella mañana.
Un suspiro fue suficiente para mostrarse en acuerdo con ambas, quizá no era inteligente salirse del sendero, pero si no lo hacían entonces ¿Quiénes eran? No se trataba de geografía, sino de algo más profundo que Rose no quería discutir en su totalidad. Se mordió los labios al momento en que la dama lanzó una daga de nueva cuenta, sonriendo al encontrarse con el resultado. -¿Quién es realmente el enemigo, Valerie? Todos piensan como tu, solo que aún no tenemos un enemigo establecido más que las facciones que nos muestran, tanto uno como otro pueden ser inocentes… y de cualquier modo, nunca ha existido la normalidad, no podemos añorarla tanto.- terminó por decir, apoyándose contra uno de los árboles que parecían proteger la diana en la que la daga había quedado incrustada. Había momentos donde temía por encontrar al enemigo, por ver en su lugar a quien no quería, por tener que soportarlo, así que con el corazón en un puño parecía tener que dirigirse por la vida. -¿Alguna de las dos sabe si alguien ya ha ido hoy al orfanato?.- preguntó, cambiando el tema de conversación por uno un tanto menos controversial, uno que les permitiera salirse por la tangente hacia los daños colaterales de la guerra que comenzaban a verse en Bastión, al menos luego del ataque a Refugio Estival, momento en donde la misma Rose había comenzado sus visitas, donde se había permitido formar vínculos con aquellos que no tenían a nadie más que a ella para recurrir.
Rose Tyrell- Nobleza
Re: Mientras los hombres van a la guerra las damas....
Brinna cruzó sus pies envueltos en seda color crema mientras escuchaba hablar a ambas mujeres con un elocuente gesto de interés que mantenía su cabeza ladeada. Enarcó las cejas tan sólo unos instantes en una expresión de sorpresa al escuchar en concreto a Valerie Baratheon, contemplando por unos momentos la palma de su mano sucia de tierra. Al parecer había interpretado sus palabras acerca de senderos y caminos de forma literal, y la joven Wendwater se preguntó si acaso el uso de las metáforas era algo que aún no aprendido a manejar a pesar de las enseñanzas de su maestre en Caminoarroyo o simplemente la aguerrida Baratheon prefería no indagar demasiado en el sentido de las palabras. En cualquier caso decidió no replicar ante su respuesta; era obvio que no abandonaría Bastión de Tormentas si no era en compañía de su prometido o por expresa orden suya, así que el hecho de que Valerie la creyera capaz de una tontería semejante hizo que se sintiera infravalorada por la que se convertiría en su cuñada en pocas semanas. Cuando ésta lanzó una nueva daga al objetivo marcado en un árbol, expresó su falta de arrepentimiento en cuanto al arrebatar la vida de quien pudiera importunar el regreso a la paz y Brinna esbozó una sonrisa que dibujaba cierta displicencia. Imaginaba el dolor sufrido por aquella mujer en los últimos años al ver su tierra sacudida por la guerra y regada con la sangre de sus habitantes y sus seres más queridos, así que supuso que aquellas atrevidas palabras eran una forma de desahogar la frustración y el pesar que sentía en cuanto a la sucesión de desdichas que habían azotado la Tierra de las Tormentas. No la culpó ni tampoco se escandalizó, pues tras la muerte de su padre había escuchado a su propia madre expresar deseos muy parecidos en cuanto a los bandidos que habían acabado con la vida de Lord Wendwater.
Sin embargo, al escuchar las palabras de Rose Tyrell en cuanto a las enseñanzas de las septas no pudo evitar soltar una risa alegre como hacía tiempo que no se escuchaban en Bastión de Tormentas. Siempre había oído que aquella joven era el modelo de dama perfecta y que en El Dominio e incluso más allá se habían tomado sus modales y su exquisita educación como ejemplo y referencia ante otras muchachas. - Entonces veré gustosa como orináis en una callejuela o cómo caéis en una charca de fango... También son experiencias de las que poder hablar - el rostro de la joven de la Corona no mostró ningún pudor a pesar de la vulgaridad en su lenguaje, fruto de la impulsividad que se le hacía difícil controlar en situaciones relajadas como aquella y siguió hablando tras un suspiro - No sé si estar de acuerdo con vuestras palabras, Rose, aunque imagino que es una útil interpretación para huir de los reproches en cuanto a lo que se espera de una dama, tomaré nota de ellas - finalizó sin perder la divertida sonrisa que apareció en su rostro. Asintió con la cabeza ante las siguientes palabras de la Tyrell; no podía menos que estar de acuerdo con ellas en ese aspecto pues estaba segura de que ella misma era considerada del bando enemigo por muchos de los que la rodeaban en esos momentos, incluyendo a las dos jóvenes ante ella. ¿Por qué parecían mostrar una velada hostilidad hacia ella? ¿La veían como una rival, alguien de quien desconfiar? La idea no podía resultarle más divertida, pues tan sólo era una niña que acataba las órdenes de una madre que buscaba lo mejor para ella en los difíciles tiempos que corrían, así que aquella situación le dio una idea acerca de lo asustadas que debían sentirse ambas para sentir recelo hacia alguien de tanta indefensión como ella.
Negó con la cabeza ante la pregunta que Rose Tyrell dirigió a ambas, aliviada al dejar atrás el tema de una guerra que parecía flotar en cada rincón de aquella fortaleza y que había llegado a provocarle cierto sentido de culpabilidad al proceder sus raíces de las tierras gobernadas por aquellos que se habían conformado como enemigos directos de la familia Baratheon, a la que ella pronto pertenecería. - Ni siquiera sabía que había un orfanato - expresó con sinceridad, encogiéndose de hombros mientras dejaba atrás el árbol en el que se había estado apoyando y suspirando con cierto hastío. Supuso que aquella confesión despertaría nuevos recelos en Valerie y en Rose y que la acusarían de no preocuparse de aquellos niños cuyos progenitores habían desaparecido durante las guerras y batallas de las Tormentas. Sabía además que aquellos reproches no serían hechos con la intencionalidad de procurar su integración en aquellas tierras sino por el contrario, para marcar una diferencia que no obstante ya existía, así que decidió que no seguiría importunando a las dos jóvenes con una presencia que parecía haberles creado cierta tensión. - Iré a la biblioteca con vuestro permiso - pronunció estas palabras con mordacidad, pronto ella sería la señora de Bastión de Tormentas y quizá decidiera prescindir de aquellas formalidades al pisar un suelo que sería suyo - El maestre prometió prestarme algunos libros con leyendas acerca de estas tierras - les explicó con una sonrisa ilusionada, deseosa de conocer nuevos mitos acerca de Poniente, máxime si se trataba del reino del que sería señora - Os dejo continuar con vuestros juegos, espero que os divirtáis - y mientras recogía los bajos de su vestido para no ensuciarlos con la tierra de aquel jardín interior, agregó con una sonrisa cordial - Espero verlas a ambas durante la cena -. Una leve reverencia rubricó sus palabras antes de enfilar el camino de regreso al interior de la fortaleza. El sol que había ido a buscar a aquel patio también la recibiría en el atrio de piedra contiguo a la biblioteca de los Baratheon.
Sin embargo, al escuchar las palabras de Rose Tyrell en cuanto a las enseñanzas de las septas no pudo evitar soltar una risa alegre como hacía tiempo que no se escuchaban en Bastión de Tormentas. Siempre había oído que aquella joven era el modelo de dama perfecta y que en El Dominio e incluso más allá se habían tomado sus modales y su exquisita educación como ejemplo y referencia ante otras muchachas. - Entonces veré gustosa como orináis en una callejuela o cómo caéis en una charca de fango... También son experiencias de las que poder hablar - el rostro de la joven de la Corona no mostró ningún pudor a pesar de la vulgaridad en su lenguaje, fruto de la impulsividad que se le hacía difícil controlar en situaciones relajadas como aquella y siguió hablando tras un suspiro - No sé si estar de acuerdo con vuestras palabras, Rose, aunque imagino que es una útil interpretación para huir de los reproches en cuanto a lo que se espera de una dama, tomaré nota de ellas - finalizó sin perder la divertida sonrisa que apareció en su rostro. Asintió con la cabeza ante las siguientes palabras de la Tyrell; no podía menos que estar de acuerdo con ellas en ese aspecto pues estaba segura de que ella misma era considerada del bando enemigo por muchos de los que la rodeaban en esos momentos, incluyendo a las dos jóvenes ante ella. ¿Por qué parecían mostrar una velada hostilidad hacia ella? ¿La veían como una rival, alguien de quien desconfiar? La idea no podía resultarle más divertida, pues tan sólo era una niña que acataba las órdenes de una madre que buscaba lo mejor para ella en los difíciles tiempos que corrían, así que aquella situación le dio una idea acerca de lo asustadas que debían sentirse ambas para sentir recelo hacia alguien de tanta indefensión como ella.
Negó con la cabeza ante la pregunta que Rose Tyrell dirigió a ambas, aliviada al dejar atrás el tema de una guerra que parecía flotar en cada rincón de aquella fortaleza y que había llegado a provocarle cierto sentido de culpabilidad al proceder sus raíces de las tierras gobernadas por aquellos que se habían conformado como enemigos directos de la familia Baratheon, a la que ella pronto pertenecería. - Ni siquiera sabía que había un orfanato - expresó con sinceridad, encogiéndose de hombros mientras dejaba atrás el árbol en el que se había estado apoyando y suspirando con cierto hastío. Supuso que aquella confesión despertaría nuevos recelos en Valerie y en Rose y que la acusarían de no preocuparse de aquellos niños cuyos progenitores habían desaparecido durante las guerras y batallas de las Tormentas. Sabía además que aquellos reproches no serían hechos con la intencionalidad de procurar su integración en aquellas tierras sino por el contrario, para marcar una diferencia que no obstante ya existía, así que decidió que no seguiría importunando a las dos jóvenes con una presencia que parecía haberles creado cierta tensión. - Iré a la biblioteca con vuestro permiso - pronunció estas palabras con mordacidad, pronto ella sería la señora de Bastión de Tormentas y quizá decidiera prescindir de aquellas formalidades al pisar un suelo que sería suyo - El maestre prometió prestarme algunos libros con leyendas acerca de estas tierras - les explicó con una sonrisa ilusionada, deseosa de conocer nuevos mitos acerca de Poniente, máxime si se trataba del reino del que sería señora - Os dejo continuar con vuestros juegos, espero que os divirtáis - y mientras recogía los bajos de su vestido para no ensuciarlos con la tierra de aquel jardín interior, agregó con una sonrisa cordial - Espero verlas a ambas durante la cena -. Una leve reverencia rubricó sus palabras antes de enfilar el camino de regreso al interior de la fortaleza. El sol que había ido a buscar a aquel patio también la recibiría en el atrio de piedra contiguo a la biblioteca de los Baratheon.
- Spoiler:
- Off: Brinna sale del post
Brinna Baratheon
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