Siempre se encuentra el camino de vuelta {Myriah-Daeron-Maekar}

Aelinor no pudo respirar tranquila hasta que cruzó las puertas de la Fortaleza Roja. En un principio no había querido que sus hermanos se separasen de ellas, aunque no había otra salida pues cuando se vieron obligados a volver a Desembarco, Sofía estaba aún demasiado débil por su parto y los niños eran aún demasiado pequeños como para soportar un viaje. Pero la situación se iba haciendo crítica así como el ambiente en Lanza del Sol se había ido enrareciendo y tanto Myriah como su hija y su cuñada sabían que no podían ni deberían posponer demasiado su viaje a Desembarco del Rey. Por esa razón decidieron contratar una galera, pues la de la flota se había ido con Maekar y Baelor. Además, Aelinor pensaba que era mejor viajar sin insignias pues aunque Nathan Baratheon no había dicho nada acerca de pasar frente a Bastión, algo en ella le decía que era mejor pasar por allí como si de cualquier barco pentoshi se tratase. Así lo hicieron y después de 10 días de viaje llegaban por fin al puerto de Desembarco. Allí, por fin, descubrieron su identidad a los Capas Doradas, quienes arreglaron todo para el translado de las Princesas y la Reina a la Fortaleza Roja, lugar al que fue enviado un mensajero a avisar a los hombres de la casa del regreso de ellas.

No se habían atrevido a enviar un cuervo por el miedo a que este fuese interceptado y sus planes revelados. La paranoia se hacía evidente en Aelinor quien creía ver traidores a cada esquina así como habían resultado siéndolo el Fuegoscuro, el Tyrell, el Baratheon, el Stark y otros tantos bajo sus insignias. Por esa razón no fué sino hasta que pasó las murallas que separaban a la Fortaleza Roja del resto de la ciudad que se sintió segura, en casa. El cansancio era evidente en los ojos de Sofía por lo que esta se retiró pronto a descansar a los aposentos privados que le habían sido asignados junto con los dos pequeños Príncipes que, a diferencia de su madre, no parecían notar el cansancio de los días de viaje. "Son todos unos dragones", pensaba la orgullosa tía mientras se disponía a entrar también al Torreón de Maegor. Fue entonces que uno de los Capas Blancas se dirigió a ellas -Su Majestad... Su Alteza- empezó, saludando respectivamente a Myriah y a Aelinor -Su Majestad, el Rey Daeron, solicita veros de inmediato en sus aposentos- dijo, y sólo entonces notó la sombría expresión en los ojos del soldado así como la poca euforia que se había encontrado a su llegada. Algo estaba sucediendo, y el algo evidentemente no era bueno. ¿Estarían cerca los ejércitos del Fuegoscuro? ¿El Baratheon marchaba ya contra Desembarco? No lo sabían, pero asintieron para subir rápidamente las escaleras hacia los aposentos privados del rey, su padre, para averiguarlo.

A pesar de estar bien presentadas y de la alegría de haber vuelto sanas y salvas a Desembarco, el cansancio era evidente en su mirada. ¿Qué otras cosas les depararía el destino ahora? Subieron las escaleras en silencio, si bien madre e hija iban cogidas de la mano, como si así se pudieran dar fuerzas para lo que venía. Una guerra, sí, ya sabían que estaban en guerra, pero ¿cuánto les costaría esa guerra? Los tres dragones subían a la par con ellas, cosa que por una vez tranquilizaba a Aelinor: Sabía que a su padre no le molestaría la presencia de los tres pequeños, eso sin saber que él sólo pretendía verlos para no exaltarla a ella. Llegaron al fin a los aposentos reales, donde las hicieron pasar de inmediato. En la sala privada se encontraban tanto su padre como su hermano menor de pie, esperándolas. Aunque ambos sonreían había algo en sus sonrisas que no lograba convencer del todo a la joven dragona de su veracidad. A pesar de ello, ella sí sonrió de forma amplia y se lanzó a abrazar primero a Maekar, cuyo gesto duro predominaba sobre la sonrisa, y después a su padre, quien ya había saludado a su madre. ¿Dónde estaba Baelor? ¿Había marchado ya a la batalla? -Gracias a los Siete estamos todos reunidos- suspiró al fin, asumiendo que Baelor subiría en breve mientras los miraba de forma alternativa. ¿Qué sería eso tan urgente que requería audiencia inmediata? Entonces algo captó su atención: Desde la ventana se veía como un gran dragón volaba hacia el Norte. Aelinor reconoció sus escamas negras y doradas, sus garras potentes y curvas, su forma de volar: Era Meraxes, su Meraxes. ¿Por qué volaba en esa dirección? Fuese cual fuese la razón le alegraba ver que aún volvía de vez en cuando a ver cómo estaban las cosas por Desembarco. Le hacía creer que de estar en problemas volvería a ellos, imponiéndose sobre los demás. Supuso que los demás lo veían como ella, aunque era la única que tenía esa imagen en la cabeza, por supuesto.