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The woods are an archer's best friend. { Orson B. }
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The woods are an archer's best friend. { Orson B. }
Cuando Amanda Reyne picó espuelas, dejó tras ella una estela de incertidumbre y leve estrés.
En donde se encontraba resultaba más un problema para la joven Lady, que una salida para entrenerse. Se suponía que iba de caza, y aunque las damas como ella no solían hacer ese tipo de cosas, se había tomado la molestia, pues era su deseo y necesitaba un tiempo a solas con su arco y flechas. Tanto el Lord Reyne como su hijo estaban muy ocupados con sus asuntos con los grandes señores, y ella se había cansado de tanta diplomacia, de tantas discusiones y de tantos vestidos ajustados.
Cuervos iban y venían de la casa Reyne cuando Amanda marchó, las noticias variaban entre buenas y malas, demasiadas como para que la muchacha se interesara en saberlas. Cuando por fin salió a su destino, a duras penas se despidió de su señora madre con un abrazo que duró tanto como su sonrisa de serenidad, y al emprender su camino con la cuadra de hombres que formaban su guardia, y sus dos damas de compañía, Amanda no pudo sentirse más libre.
Pero ya cuando habían abandonado el Occidente y los días pasaron, supo que había algo extraño. Nunca se había atrevido a ir tan lejos; el camino se le hizo extraño, y el ambiente pesado. En momentos como aquellos, maldecía su actitud de chiquilla, no obstante, Amanda Reyne no se detuvo, y siguió con su camino.
En unas de las noches, había escuchado varias historias acerca de lo que pasaba en Poniente, sentada en la mesa de una posada, con sus acompañantes rodeándola. Amanda escuchaba con atención, aunque su rostro expresara indiferencia, y sus ojos fuesen distantes y fríos. Ya al día anterior de llegar a lo que sería su límite, la rubia de verdes ojos se había detenido a pasar un tiempo practicando su arco, encontrándose con otro grupo de personas que iban a la dirección contraria. Llevaban un estandarte, probablemente alguno de una casa vasalla cercana, pero no supo reconocerlo, pues estaban algo lejanos de su alcance visual.
Amanda arribó en Tierra de Tormentas con una llamada de alerta. No era el mejor lugar para quedarse, y aquello la guió a culpar internamente a los hombres que la habían llevado. Por un momento pensó lo peor, pero uno de ellos, Ser Jeremy, la conocía desde que era una niña. No podía hacerle daño, él la consideraba como la hija que nunca tuvo. Y a pesar de eso, Amanda aún recelaba de ellos.
El dinero no le fue problema, el encontrar un sitio en donde quedarse tampoco. Amanda sólo quería explorar esos bosques e irse a casa cuanto antes, no era de su agrado estar en las tierras que les pertenecían a los Baratheon. La joven rubia se encontraba escribiendo un cuervo aquella mañana, dirigido a su padre, que debía de estar furioso por su ida, quizás más preocupado que enojado, y temía que de un momento a otro el león rojo de su casa se presentara ante su puerta para llevarla a casa. A pesar de que ese fuera el distintivo del grupo que estaba con ella, no deseaba llamar demasiado la atención. Por ende, Amanda les había ordenado con sutileza, que mientras estuviesen allí, mantuviesen el anonimato. No quería levantar preguntas, ni mucho menos rumores.
Una de sus damas de compañía entró a decirle algo con referente a la salida de caza y el clima. Amanda había visto las hojas caer y ser arrastradas por el viento, las nubes llenando el cielo de un tono gris tristón, y el ambiente cabizbajo. Sin embargo, ella sólo tomó su arco, y carcaj, el cual se lo echó al hombro. Las llamadas de advertencia fueron varias, pero la rubia y jovial leona no se detuvo a escuchar ni una sola palabra, limitándose a salir de la posada y a montar su caballo. Cuando se dio cuenta de que uno de sus hombres hizo amago de seguirla, ella puso mala cara y ordenó, imperiosamente, que iría sola. Ser Jeremy se le quedó mirando con cara de pocos amigos.
Ya sé que le dirás a mi padre al respecto, en cuanto le veas.
Pero el pensar en los ojos de hielo del Lord Reyne no le hizo mermar su marcha. Por ende, cuando comenzó su ida hacia el bosque, lo hizo sin mirar atrás. Su corcel corría y el viento acariciaba su rostro, el cabello rubio ondeaba tras ella cual bandera alzándose con libertad y gracia, y su mirada estaba llena de decisión y reproche. Amanda Reyne sabía cuidarse sola, y detestaba que le acompañaran a cualquier lugar a donde fuera; ya tenía suficiente en Castamere, en donde la vigilaban hasta cuando se iba a dormir.
Al notar la espesura del bosque, la rubia se bajó de su montura y dejó a su caballo cerca de un lago, algo escondido del ojo del tercero que siempre resultaría curioso al ver un animal como aquél en tan buen estado. De todos modos, no iría lejos. Ella sólo quería explorar, sólo eso. Ni siquiera tenía planes de cazar algo, jamás cazaría nada, pero el salir con su arco y la excusa de una "caza" resultaba divertido para Lady Reyne.
Cuando se adentró en el bosque advirtió la humedad y tranquilidad. Los animales más pequeños corrían al sentirle cerca, a pesar de que los pasos de Amanda no eran pesados, sino tan ligeros como el aire. A duras penas se podía oír una vara frágil de madera quebrarse, que se podía confundir con unos de los tantos susurros del ambiente. Tanto silencio empezaba a hacer que sus oídos pitaran, y cómo no, se puso alerta, pues había aprendido a las malas que tanta paz era antesala a un hecho que resultaba ser todo lo contrario. Una flecha se encontró con la cuerda de su arco, pero no fijó un punto, sino que la dejó ahí; si se le presentaba alguna sorpresa actuaría al momento. Lo que no previno fue el resbalón que le costó su quietud, gracias a un pequeño charco de barro. Susurró algo ininteligible entre dientes, y se acarició el cabello, sacándose un par de hojas. Cuando se puso de pie y recogió su arco y flecha, se dió cuenta de que su vestido color celeste se le había rasgado, y también se había manchado. Entonces, Amanda escuchó las palabras de su septa, cuando tendría unos escasos diez años.
"¡Amanda, mírate! ¡Estás hecha un desastre! ¿Crees que así llegarás a ser la dama de bien que tu padre quiere que seas? Nadie se va a querer casar con una lady de tal aspecto."
Claro, si tan sólo la septa supiera, que de ser por su padre, Amanda se quedaría solterona. Gruñó, colocando su flecha en tensión con la cuerda del arco y apuntando al horizonte, en donde se había topado con una colina que daba a una vista hermosa. Amanda estuvo a punto de lanzar la flecha, cuando un ruido le hizo girarse en el acto sobre sus talones, y la punta de aquella letal cosa casi salió disparada en contra de un hombre. La muchacha sólo tensó más los brazos y tomó con fuerza el arco y la flecha, apuntándole con los ojos entrecerrados. Se dio cuenta de que tenía todo el aspecto de una salvaje y no el de una lady de Castamere, ¡cuán avergonzados estarían los de su casa si nada más vieran a la joven leona en ese estado!
Amanda tenía el rubio cabello cayendo a un lado, como una cortina de color oro, con algunas hojas intercaladas entre los mechones. Jadeaba, y el delicado vestido color celeste ya tenía la parte baja de su falda manchada de barro. Eso sin contar el rasgón que se hizo al caerse.
En resumen, Amanda Reyne parecía ser una amenaza hostil.
Sin embargo, eso no le hizo bajar el arco. No habló, no dijo nada, sólo sus ojos hablaron por ella y su respiración pareció calmarse, no quería parecer asustada ante el extraño de masculinas expresiones y grisácea mirada.
En donde se encontraba resultaba más un problema para la joven Lady, que una salida para entrenerse. Se suponía que iba de caza, y aunque las damas como ella no solían hacer ese tipo de cosas, se había tomado la molestia, pues era su deseo y necesitaba un tiempo a solas con su arco y flechas. Tanto el Lord Reyne como su hijo estaban muy ocupados con sus asuntos con los grandes señores, y ella se había cansado de tanta diplomacia, de tantas discusiones y de tantos vestidos ajustados.
Cuervos iban y venían de la casa Reyne cuando Amanda marchó, las noticias variaban entre buenas y malas, demasiadas como para que la muchacha se interesara en saberlas. Cuando por fin salió a su destino, a duras penas se despidió de su señora madre con un abrazo que duró tanto como su sonrisa de serenidad, y al emprender su camino con la cuadra de hombres que formaban su guardia, y sus dos damas de compañía, Amanda no pudo sentirse más libre.
Pero ya cuando habían abandonado el Occidente y los días pasaron, supo que había algo extraño. Nunca se había atrevido a ir tan lejos; el camino se le hizo extraño, y el ambiente pesado. En momentos como aquellos, maldecía su actitud de chiquilla, no obstante, Amanda Reyne no se detuvo, y siguió con su camino.
En unas de las noches, había escuchado varias historias acerca de lo que pasaba en Poniente, sentada en la mesa de una posada, con sus acompañantes rodeándola. Amanda escuchaba con atención, aunque su rostro expresara indiferencia, y sus ojos fuesen distantes y fríos. Ya al día anterior de llegar a lo que sería su límite, la rubia de verdes ojos se había detenido a pasar un tiempo practicando su arco, encontrándose con otro grupo de personas que iban a la dirección contraria. Llevaban un estandarte, probablemente alguno de una casa vasalla cercana, pero no supo reconocerlo, pues estaban algo lejanos de su alcance visual.
Amanda arribó en Tierra de Tormentas con una llamada de alerta. No era el mejor lugar para quedarse, y aquello la guió a culpar internamente a los hombres que la habían llevado. Por un momento pensó lo peor, pero uno de ellos, Ser Jeremy, la conocía desde que era una niña. No podía hacerle daño, él la consideraba como la hija que nunca tuvo. Y a pesar de eso, Amanda aún recelaba de ellos.
El dinero no le fue problema, el encontrar un sitio en donde quedarse tampoco. Amanda sólo quería explorar esos bosques e irse a casa cuanto antes, no era de su agrado estar en las tierras que les pertenecían a los Baratheon. La joven rubia se encontraba escribiendo un cuervo aquella mañana, dirigido a su padre, que debía de estar furioso por su ida, quizás más preocupado que enojado, y temía que de un momento a otro el león rojo de su casa se presentara ante su puerta para llevarla a casa. A pesar de que ese fuera el distintivo del grupo que estaba con ella, no deseaba llamar demasiado la atención. Por ende, Amanda les había ordenado con sutileza, que mientras estuviesen allí, mantuviesen el anonimato. No quería levantar preguntas, ni mucho menos rumores.
Una de sus damas de compañía entró a decirle algo con referente a la salida de caza y el clima. Amanda había visto las hojas caer y ser arrastradas por el viento, las nubes llenando el cielo de un tono gris tristón, y el ambiente cabizbajo. Sin embargo, ella sólo tomó su arco, y carcaj, el cual se lo echó al hombro. Las llamadas de advertencia fueron varias, pero la rubia y jovial leona no se detuvo a escuchar ni una sola palabra, limitándose a salir de la posada y a montar su caballo. Cuando se dio cuenta de que uno de sus hombres hizo amago de seguirla, ella puso mala cara y ordenó, imperiosamente, que iría sola. Ser Jeremy se le quedó mirando con cara de pocos amigos.
Ya sé que le dirás a mi padre al respecto, en cuanto le veas.
Pero el pensar en los ojos de hielo del Lord Reyne no le hizo mermar su marcha. Por ende, cuando comenzó su ida hacia el bosque, lo hizo sin mirar atrás. Su corcel corría y el viento acariciaba su rostro, el cabello rubio ondeaba tras ella cual bandera alzándose con libertad y gracia, y su mirada estaba llena de decisión y reproche. Amanda Reyne sabía cuidarse sola, y detestaba que le acompañaran a cualquier lugar a donde fuera; ya tenía suficiente en Castamere, en donde la vigilaban hasta cuando se iba a dormir.
Al notar la espesura del bosque, la rubia se bajó de su montura y dejó a su caballo cerca de un lago, algo escondido del ojo del tercero que siempre resultaría curioso al ver un animal como aquél en tan buen estado. De todos modos, no iría lejos. Ella sólo quería explorar, sólo eso. Ni siquiera tenía planes de cazar algo, jamás cazaría nada, pero el salir con su arco y la excusa de una "caza" resultaba divertido para Lady Reyne.
Cuando se adentró en el bosque advirtió la humedad y tranquilidad. Los animales más pequeños corrían al sentirle cerca, a pesar de que los pasos de Amanda no eran pesados, sino tan ligeros como el aire. A duras penas se podía oír una vara frágil de madera quebrarse, que se podía confundir con unos de los tantos susurros del ambiente. Tanto silencio empezaba a hacer que sus oídos pitaran, y cómo no, se puso alerta, pues había aprendido a las malas que tanta paz era antesala a un hecho que resultaba ser todo lo contrario. Una flecha se encontró con la cuerda de su arco, pero no fijó un punto, sino que la dejó ahí; si se le presentaba alguna sorpresa actuaría al momento. Lo que no previno fue el resbalón que le costó su quietud, gracias a un pequeño charco de barro. Susurró algo ininteligible entre dientes, y se acarició el cabello, sacándose un par de hojas. Cuando se puso de pie y recogió su arco y flecha, se dió cuenta de que su vestido color celeste se le había rasgado, y también se había manchado. Entonces, Amanda escuchó las palabras de su septa, cuando tendría unos escasos diez años.
"¡Amanda, mírate! ¡Estás hecha un desastre! ¿Crees que así llegarás a ser la dama de bien que tu padre quiere que seas? Nadie se va a querer casar con una lady de tal aspecto."
Claro, si tan sólo la septa supiera, que de ser por su padre, Amanda se quedaría solterona. Gruñó, colocando su flecha en tensión con la cuerda del arco y apuntando al horizonte, en donde se había topado con una colina que daba a una vista hermosa. Amanda estuvo a punto de lanzar la flecha, cuando un ruido le hizo girarse en el acto sobre sus talones, y la punta de aquella letal cosa casi salió disparada en contra de un hombre. La muchacha sólo tensó más los brazos y tomó con fuerza el arco y la flecha, apuntándole con los ojos entrecerrados. Se dio cuenta de que tenía todo el aspecto de una salvaje y no el de una lady de Castamere, ¡cuán avergonzados estarían los de su casa si nada más vieran a la joven leona en ese estado!
Amanda tenía el rubio cabello cayendo a un lado, como una cortina de color oro, con algunas hojas intercaladas entre los mechones. Jadeaba, y el delicado vestido color celeste ya tenía la parte baja de su falda manchada de barro. Eso sin contar el rasgón que se hizo al caerse.
En resumen, Amanda Reyne parecía ser una amenaza hostil.
Sin embargo, eso no le hizo bajar el arco. No habló, no dijo nada, sólo sus ojos hablaron por ella y su respiración pareció calmarse, no quería parecer asustada ante el extraño de masculinas expresiones y grisácea mirada.
Amanda G. Reyne
Re: The woods are an archer's best friend. { Orson B. }
Cuando Orson Baratheon oteó el horizonte, no vio nada más que verde, rojo y amarillo. La lejanía esmeralda que indicaba los característicos campos de húmeda hierba de Tierra de Tormentas, extendiéndose como mantas pesadas sobre los cimientos de la dura roca. Conforme más se acercaba, el entorno se volvía gris y apagado, como eran aquellas tierras. En la Tormenta nunca había color: solo negro, solo oscura lluvia y solo rayos y destellos blancos puntuales. Así era la tierra de los Baratheon, a su vez. Y en su falta de color y viveza, residía la belleza del lugar. Incluso en la triste sobriedad de esos campos, de esas rojas montañas en la lejanía, ya penetrando el terreno de las Marcas; ese rojo sucio y distante, como un santuario extraño y árido... incluso en tales detalles existía nobleza y atractivo. Y el amarillo brillante del sol que coronaba la hermosa panoramica y bañaba con su luz el ejército de pinos soldado y demás árboles que conformaban los bosques a los que Orson se dirigía... aquel amarillo, cobrizo y dorado al golpear las hojas, era la guinda del pastel.
Pero ser Orson no apreciaba estas cosas, estaba obcecado en forzar a su corcel, Durran, hasta límites exigentes. Cabalgaba bordeando el perímetro del bosque con una gran velocidad, en solitario; su ropa se alzaba hacia atrás cuando el viento la golpeaba, y Orson espoleaba al animal incluso cuando no debía hacerlo. Trotaba en busca del vuelo de Mataliebres, el viejo y sabio azor que cazaba con él desde pequeño. Cada vez que el ave se atrevía a acercarse, Orson marcaba un firme movimiento con el brazo, y la solemne criatura emprendía de nuevo el vuelo, hasta que por destino o por la simple e inevitable llamada del hambre, decidió adentrarse a las copas de los árboles, al bosque. Y Orson quiso seguirlo.
Relajó el ritmo al pasar entre los primeros troncos, alzando las manos enguantadas para tocarlos, como si pidiera permiso a antiguos dioses en los que no creía para comenzar el sutil acecho. Durran tranquilizó su respiración y obedeció al jinete con presteza, sabiendo que entre los árboles Orson exigía silencio y cuidado en sus pasos. El Joven Venado vestía la ropa más sencilla imaginable; cuero de los pies a la cabeza, tela y capa de oscuros colores para cubrir, botas altas de viaje y su arco y su espada colgados a la espalda, como había empezado a llevar las armas últimamente. Cualquiera lo tomaría por un cazador furtivo, por un campesino extraviado de no apreciar las armas o... por un caballero realmente pobre. Y su cara, lejos de los pueblos, no era muy conocida. Pero quien rondara aquellos días por Bastión de Tormentas sin duda identificaría al heredero de los Baratheon.
Bajó de Durran y tomó con firmeza el arco, olvidándose de Mataliebres, pensando que quizás estaría... matando liebres. No le honraría con una presa más suculenta; no lo conseguía desde hacía muchos años. No. Si quería volver a Bastión con algo interesante, debía ser por su propia mano... o su propia fecha, siendo más correctos. Y es que necesitaba aquello. Había pasado los últimos días entre politiqueo, entre consejos con su hermano Nathan y torturado por la presencia de los Señores de la Tormenta. Necesitaba aquella visita solitaria al bosque, poder despejarse al fin... necesitaba la sensación de adrenalina que invadía su cuerpo cuando escuchaba un sonido que no debía oir, cuando se mentalizaba con ideales tiros imaginarios conforme sus ojos azules y oscuros recorrían el bosque, la flecha que tensaba como punto de referencia. Un animalillo... el mínimo animalillo. La flecha deslizarse de sus dedos y la cuerda vibrar al dispararla... el sonido del vuelo, dolorosamente tenso como el acero fundido de una forja que tomaba forma, el golpe seco de la punta traspasar la piel y la carne y, en ocasiones, el distante, débil, cruelmente avergonzado chorro de sangre bañar las hojas del suelo.
Lo había hecho. El ciervo recibió el tiro, pero era cabezón como el propio Orson y salió corriendo con la flecha entre los muslos. El menor de los Baratheon tomó una segunda flecha y salió a su encuentro, confiando en no necesitar seguir el rastro de sangre. Corrió entre los arbustos, golpeándose la cara con hojas puntiagudas y metiendo las botas en más de un charco de barro, y cuando se disponía a salir al fin a un claro, sus ojos chocaron con el tallo de una planta rugosa y polvorienta. Orson tosió al sentir los ojos irritados, y siguió moviéndose hasta caer al otro lado de los arbustos, entre dos árboles. Hizo demasiado ruido.- Siete Infiernos... -Blasfemó entre toses, intentando recuperarse y caminando... hasta escucharlo.
Como un resorte se giró y alzó la segunda flecha hacia... una mujer. Su mente aturdida y sus ojos llorosos le parecían querer engañar. En ocasiones veía un árbol, en otras, cuando sus ojos se aclaraban con sus propias lágrimas, veía el torso de una mujer que... le apuntaba con un arco.- ¿Quién...? -Tosió más y se aclaró la vista pestañeando con rapidez nerviosa. Una mujer de cabellos dorados, cayéndole por los hombros como una cascada de miel... hojas entre el dorado, ropa embarrada... era bella. «Y te está apuntando con un arco, imbécil... n-no olvides que te está apuntando con un arco»- ¿Eres... una maldita ninfa? -Fue lo único que pudo decir, destensando su propia arma y echando una leve risotada de incredulidad e impotencia. Casi ignorando su presencia por un segundo dio un paso hacia ella, intentando buscar el ciervo herido en la lejanía. Cuando supo que no daría con él, solo entonces, decidió centrarse en la mujer, entrecerrando los ojos y manteniendo el arco bajo, pero dispuesto.- ¿Quién se supone que eres, mujer? -Algo le decía que debía usar más formalidad, a pesar de lo poco convencional de la situación. Esperaba encontrar animales, esperaba encontrar viejos inútiles cazando conejos, esperaba encontrar mercaderes extraviados, pero nunca tal... ¿dama? casi salida de un cuento- Conozco a todo aquel que caza en estos bosques, y tu cara no me suena ni siquiera de los pueblos, cercanos o lejanos. -En un gestó rápido se pasó el antebrazo por los labios, quitándose más de aquel infernal polvo irritante-
Pero ser Orson no apreciaba estas cosas, estaba obcecado en forzar a su corcel, Durran, hasta límites exigentes. Cabalgaba bordeando el perímetro del bosque con una gran velocidad, en solitario; su ropa se alzaba hacia atrás cuando el viento la golpeaba, y Orson espoleaba al animal incluso cuando no debía hacerlo. Trotaba en busca del vuelo de Mataliebres, el viejo y sabio azor que cazaba con él desde pequeño. Cada vez que el ave se atrevía a acercarse, Orson marcaba un firme movimiento con el brazo, y la solemne criatura emprendía de nuevo el vuelo, hasta que por destino o por la simple e inevitable llamada del hambre, decidió adentrarse a las copas de los árboles, al bosque. Y Orson quiso seguirlo.
Relajó el ritmo al pasar entre los primeros troncos, alzando las manos enguantadas para tocarlos, como si pidiera permiso a antiguos dioses en los que no creía para comenzar el sutil acecho. Durran tranquilizó su respiración y obedeció al jinete con presteza, sabiendo que entre los árboles Orson exigía silencio y cuidado en sus pasos. El Joven Venado vestía la ropa más sencilla imaginable; cuero de los pies a la cabeza, tela y capa de oscuros colores para cubrir, botas altas de viaje y su arco y su espada colgados a la espalda, como había empezado a llevar las armas últimamente. Cualquiera lo tomaría por un cazador furtivo, por un campesino extraviado de no apreciar las armas o... por un caballero realmente pobre. Y su cara, lejos de los pueblos, no era muy conocida. Pero quien rondara aquellos días por Bastión de Tormentas sin duda identificaría al heredero de los Baratheon.
Bajó de Durran y tomó con firmeza el arco, olvidándose de Mataliebres, pensando que quizás estaría... matando liebres. No le honraría con una presa más suculenta; no lo conseguía desde hacía muchos años. No. Si quería volver a Bastión con algo interesante, debía ser por su propia mano... o su propia fecha, siendo más correctos. Y es que necesitaba aquello. Había pasado los últimos días entre politiqueo, entre consejos con su hermano Nathan y torturado por la presencia de los Señores de la Tormenta. Necesitaba aquella visita solitaria al bosque, poder despejarse al fin... necesitaba la sensación de adrenalina que invadía su cuerpo cuando escuchaba un sonido que no debía oir, cuando se mentalizaba con ideales tiros imaginarios conforme sus ojos azules y oscuros recorrían el bosque, la flecha que tensaba como punto de referencia. Un animalillo... el mínimo animalillo. La flecha deslizarse de sus dedos y la cuerda vibrar al dispararla... el sonido del vuelo, dolorosamente tenso como el acero fundido de una forja que tomaba forma, el golpe seco de la punta traspasar la piel y la carne y, en ocasiones, el distante, débil, cruelmente avergonzado chorro de sangre bañar las hojas del suelo.
Lo había hecho. El ciervo recibió el tiro, pero era cabezón como el propio Orson y salió corriendo con la flecha entre los muslos. El menor de los Baratheon tomó una segunda flecha y salió a su encuentro, confiando en no necesitar seguir el rastro de sangre. Corrió entre los arbustos, golpeándose la cara con hojas puntiagudas y metiendo las botas en más de un charco de barro, y cuando se disponía a salir al fin a un claro, sus ojos chocaron con el tallo de una planta rugosa y polvorienta. Orson tosió al sentir los ojos irritados, y siguió moviéndose hasta caer al otro lado de los arbustos, entre dos árboles. Hizo demasiado ruido.- Siete Infiernos... -Blasfemó entre toses, intentando recuperarse y caminando... hasta escucharlo.
Como un resorte se giró y alzó la segunda flecha hacia... una mujer. Su mente aturdida y sus ojos llorosos le parecían querer engañar. En ocasiones veía un árbol, en otras, cuando sus ojos se aclaraban con sus propias lágrimas, veía el torso de una mujer que... le apuntaba con un arco.- ¿Quién...? -Tosió más y se aclaró la vista pestañeando con rapidez nerviosa. Una mujer de cabellos dorados, cayéndole por los hombros como una cascada de miel... hojas entre el dorado, ropa embarrada... era bella. «Y te está apuntando con un arco, imbécil... n-no olvides que te está apuntando con un arco»- ¿Eres... una maldita ninfa? -Fue lo único que pudo decir, destensando su propia arma y echando una leve risotada de incredulidad e impotencia. Casi ignorando su presencia por un segundo dio un paso hacia ella, intentando buscar el ciervo herido en la lejanía. Cuando supo que no daría con él, solo entonces, decidió centrarse en la mujer, entrecerrando los ojos y manteniendo el arco bajo, pero dispuesto.- ¿Quién se supone que eres, mujer? -Algo le decía que debía usar más formalidad, a pesar de lo poco convencional de la situación. Esperaba encontrar animales, esperaba encontrar viejos inútiles cazando conejos, esperaba encontrar mercaderes extraviados, pero nunca tal... ¿dama? casi salida de un cuento- Conozco a todo aquel que caza en estos bosques, y tu cara no me suena ni siquiera de los pueblos, cercanos o lejanos. -En un gestó rápido se pasó el antebrazo por los labios, quitándose más de aquel infernal polvo irritante-
Invitado- Invitado
Re: The woods are an archer's best friend. { Orson B. }
Algo le había dificultado la vista al desconocido, haciendo que parpadeara varias veces y que aparentemente le costara el centrar su mirada con nitidez rápidamente. Amanda pudo haber aprovechado ese momento para echarse a correr en la dirección contraria, hacia su caballo, o como mucho, lanzarle una flecha lo suficientemente cerca como para que se distrajera y le diera unos valiosos segundos de ventaja. Pero no había hecho nada, absolutamente nada al respecto.
Se dijo que aquello era un castigo de los Dioses, por ir en contra de los consejos dados y ser tan necia, pero descartó todo sermón dado a sí misma al instante. No iba a lamentarse por aquello, aún tenía opciones para evadir al hombre que ante ella se encontraba. Parecía estar interesado en buscar algo, antes de posar su atención en Amanda, y el tono burlón y displicente hizo que la rubia inflara su pecho con orgullo, algo ofendida por la manera en que se había dirigido a ella. No podía esperar menos, pero tampoco debía exigir más; no todos los días aquél hombre se iba a encontrar una desconocida por los bosques, ni menos una Reyne de Castamere. Una lady que, en ese momento, parecía ser más una salvaje que una dama. No era novedad alguna que apenas pisara un bosque Amanda se volviera un desastre de tal magnitud, pero en esa ocasión era diferente. Ahora no estaba en su hogar, no pisaba las mismas piedras que la guiaban a los lugares especiales, y ni mucho menos estaba rodeada de gente que era confiable. En ese sitio se sentía más segura con el arco como lo tenía, tensado y listo para escupir una flecha, que fuera de alarma.
Su acompañante también tenía un arco y estaba vestido mejor para la ocasión, en comparación con Amanda, aunque claro, jamás podía comparar la vestimenta de un hombre con la de una mujer. La diferencia radicaba en que él había bajado su arma y ella no; él hasta había reído, y ella no. Amanda no cedió ni un ápice y sus ojos se volvieron más ávidos, no obstante, la pregunta que tanto temía que formulara llegó a sus oídos al momento. Por supuesto, no podías tener aspecto buen parecido y apuntar a los demás con tu arco porque enseguida iban a exigir saber quién eres. El decirlo no resultaría un problema para Amanda, pero lo que sí sería un incordio sería el explicarle que hacía allí, tan lejos de su casa; por eso, la muchacha se mordió la lengua con sutileza.
Finalmente, bajó el arco y relajó los músculos. La flecha seguía en su lugar, pero no tan tensa y dispuesta a matar como segundos antes lo estuvo.
«Todo lo que hacen los impulsos» pensó, amargamente.
– ¿Es así como son recibidos los terceros por estas tierras? – comentó, con su tono de voz melodioso convertido en un reclamo rencoroso, aún con el orgullo en la mano. Entonces recordó que no fue lo mejor preguntar aquello, quizás era lo mínimo que podía recibir a cambio; le estaba apuntando con su arco. Aún así, eso no evitó que Amanda Reyne alzara el mentón y enarcara las cejas, con el garbo de una dama – Y mis disculpas por tan displicente gesto, pero no pude reaccionar de mejor manera. Con tan aplastante silencio, vuestros pasos y presencia resultaron una amenaza; mis reflejos sólo cumplieron con su deber.
Cortesía ante todo. Contó hasta tres para no terminar siendo borde, no deseaba serlo. Ya había roto suficientes reglas en los últimos días, no iba a romper alguna otra, o eso se podía decir a ella misma hasta que se viera obligada a hacerlo.
Un rayo de sol acarició el rostro de la rubia, haciendo resaltar el tono verde sus ojos, tan nítidos como una hoja de verano alzada al sol. Amanda había retrocedido el paso que el dio, por precaución; más que nunca, deseaba estar en Castamere. La joven volvió a colocar la flecha en el carcaj, pero no soltó el arco, al menos demostrando así que no tenía intención alguna de hacerle daño. Otro tema sería si el manifestara lo contrario.
Amanda se tomó su tiempo antes de responder, sin saber qué decirle. Sin saber si mentirle o ser sincera, porque fácilmente podría decirle que estaba de paso por esas tierras. Su rostro era conocido por algunas regiones del Occidente, no había viajado tan allá como lo había hecho en ese entonces, y dudaba que la reconocieran a primera vista. Además, si el hombre la hubiese reconocido terminaría por ser más amable... Si es que acaso estaba tratando con una persona con modales. ¿Y qué si él era el salvaje? Aunque estaba más presentable que Amanda, tuvo que descartar esa opción.
«Serás idiota, Reyne.»
La joven lo miró de arriba a abajo con algo de descaro y se echó la cabellera hacia atrás, ya que empezaba a estorbarle en el rostro.
– ¿Quién se supone que soy? – "Lady Amanda de la casa Reyne, de Castamere. Así es, lady, así que algo más de respeto, o sino mis flechas hablarán por mí." Eso quiso responderle, pero en cambio, se limitó a sisear la pregunta que formuló como respuesta. Sus ojos brillaron con una emoción un tanto frenética –. ¿Ah, no? Verá... La curiosidad me ha guiado a este sitio. Y por lo tanto, a vos.
Amanda no se esforzó por parecer jovial, o al menos pasable al comenzar a hablarle. La suerte no estaba de su lado en esa mañana, pero quizás la cosas podrían cambiar si tan sólo supiera o encontrara la manera de hacer que se girasen a su favor. Eso corría por su cuenta, era lista, sabía zafarse de los problemas con facilidad, y aquello no debería de resultarle tan tedioso. Algo le decía que mientras más tiempo se quedara en ese sitio, peor lo iba a pasar, así que continuó con su monológo, improvisando cada unas de las palabras y tratando de parecer más delicada, aunque con el vestido y el cabello como lo tenía no le era tan sencillo.
– Creáme cuando le diga que yo tampoco tenía en mis planes toparme con, como mínimo, otro arquero. De hecho, sólo deseaba pasar un rato en el bosque, ver qué encontraba de bueno, y volver a mi lugar, sin causar mucho revuelo. –Le dedicó una sonrisa fugaz, llena de su encanto personal. Era la sonrisa que aparecía cada vez que quería algo de su padre, o de alguna otra persona. Si pudiese verse a sí misma en ese instante se reiría por tan patético intento de ser simpática.
– Os puedo decir mi nombre si me decís el vuestro. Así, al menos podéis ahorraros el llamarme "mujer", pues no estoy acostumbrada a que se dirigan a mí de esa manera. –imperiosa y directa, Amanda le rodeó de manera que diera la cara con el camino por el cual llegó a esa colina. Más abajo, estaría su caballo esperándola. Lo hizo con pasos felinos, ligeros como una pluma, como quien no quiere la cosa, y además, retirándose del pequeño barranco que le daba la vista hacia las montañas.
Una ráfaga de viento alzó su rubia melena, con delicadeza.
– Y no, mi señor. No soy una ninfa. Soy tan humana como vos... O eso creo. –terminó por fruncir el ceño levemente, con la curiosidad escarbando el rostro del hombre que tenía al frente. Ahora que lo notaba, era más alto, y fornido. Tenía los rasgos que destacaban por terrenos como aquellos, por lo que las características de Amanda fácilmente la delataban como una mujer ajena a ese sitio, y también, se podía deducir su sitio natal con tan sólo mirar a aquellos ojos verdes y la larga melena dorada.
¿En dónde se había metido Amanda Reyne? No lo sabía. Sólo esperaba poder evadirlo, o como mínimo, esperar que no saliera nada negativo de aquél encuentro. El estar lejos de su casa le hacía sentirse insegura hasta de las miradas lascivas que recibía cuando se quedaba en las posadas.
Se dijo que aquello era un castigo de los Dioses, por ir en contra de los consejos dados y ser tan necia, pero descartó todo sermón dado a sí misma al instante. No iba a lamentarse por aquello, aún tenía opciones para evadir al hombre que ante ella se encontraba. Parecía estar interesado en buscar algo, antes de posar su atención en Amanda, y el tono burlón y displicente hizo que la rubia inflara su pecho con orgullo, algo ofendida por la manera en que se había dirigido a ella. No podía esperar menos, pero tampoco debía exigir más; no todos los días aquél hombre se iba a encontrar una desconocida por los bosques, ni menos una Reyne de Castamere. Una lady que, en ese momento, parecía ser más una salvaje que una dama. No era novedad alguna que apenas pisara un bosque Amanda se volviera un desastre de tal magnitud, pero en esa ocasión era diferente. Ahora no estaba en su hogar, no pisaba las mismas piedras que la guiaban a los lugares especiales, y ni mucho menos estaba rodeada de gente que era confiable. En ese sitio se sentía más segura con el arco como lo tenía, tensado y listo para escupir una flecha, que fuera de alarma.
Su acompañante también tenía un arco y estaba vestido mejor para la ocasión, en comparación con Amanda, aunque claro, jamás podía comparar la vestimenta de un hombre con la de una mujer. La diferencia radicaba en que él había bajado su arma y ella no; él hasta había reído, y ella no. Amanda no cedió ni un ápice y sus ojos se volvieron más ávidos, no obstante, la pregunta que tanto temía que formulara llegó a sus oídos al momento. Por supuesto, no podías tener aspecto buen parecido y apuntar a los demás con tu arco porque enseguida iban a exigir saber quién eres. El decirlo no resultaría un problema para Amanda, pero lo que sí sería un incordio sería el explicarle que hacía allí, tan lejos de su casa; por eso, la muchacha se mordió la lengua con sutileza.
Finalmente, bajó el arco y relajó los músculos. La flecha seguía en su lugar, pero no tan tensa y dispuesta a matar como segundos antes lo estuvo.
«Todo lo que hacen los impulsos» pensó, amargamente.
– ¿Es así como son recibidos los terceros por estas tierras? – comentó, con su tono de voz melodioso convertido en un reclamo rencoroso, aún con el orgullo en la mano. Entonces recordó que no fue lo mejor preguntar aquello, quizás era lo mínimo que podía recibir a cambio; le estaba apuntando con su arco. Aún así, eso no evitó que Amanda Reyne alzara el mentón y enarcara las cejas, con el garbo de una dama – Y mis disculpas por tan displicente gesto, pero no pude reaccionar de mejor manera. Con tan aplastante silencio, vuestros pasos y presencia resultaron una amenaza; mis reflejos sólo cumplieron con su deber.
Cortesía ante todo. Contó hasta tres para no terminar siendo borde, no deseaba serlo. Ya había roto suficientes reglas en los últimos días, no iba a romper alguna otra, o eso se podía decir a ella misma hasta que se viera obligada a hacerlo.
Un rayo de sol acarició el rostro de la rubia, haciendo resaltar el tono verde sus ojos, tan nítidos como una hoja de verano alzada al sol. Amanda había retrocedido el paso que el dio, por precaución; más que nunca, deseaba estar en Castamere. La joven volvió a colocar la flecha en el carcaj, pero no soltó el arco, al menos demostrando así que no tenía intención alguna de hacerle daño. Otro tema sería si el manifestara lo contrario.
Amanda se tomó su tiempo antes de responder, sin saber qué decirle. Sin saber si mentirle o ser sincera, porque fácilmente podría decirle que estaba de paso por esas tierras. Su rostro era conocido por algunas regiones del Occidente, no había viajado tan allá como lo había hecho en ese entonces, y dudaba que la reconocieran a primera vista. Además, si el hombre la hubiese reconocido terminaría por ser más amable... Si es que acaso estaba tratando con una persona con modales. ¿Y qué si él era el salvaje? Aunque estaba más presentable que Amanda, tuvo que descartar esa opción.
«Serás idiota, Reyne.»
La joven lo miró de arriba a abajo con algo de descaro y se echó la cabellera hacia atrás, ya que empezaba a estorbarle en el rostro.
– ¿Quién se supone que soy? – "Lady Amanda de la casa Reyne, de Castamere. Así es, lady, así que algo más de respeto, o sino mis flechas hablarán por mí." Eso quiso responderle, pero en cambio, se limitó a sisear la pregunta que formuló como respuesta. Sus ojos brillaron con una emoción un tanto frenética –. ¿Ah, no? Verá... La curiosidad me ha guiado a este sitio. Y por lo tanto, a vos.
Amanda no se esforzó por parecer jovial, o al menos pasable al comenzar a hablarle. La suerte no estaba de su lado en esa mañana, pero quizás la cosas podrían cambiar si tan sólo supiera o encontrara la manera de hacer que se girasen a su favor. Eso corría por su cuenta, era lista, sabía zafarse de los problemas con facilidad, y aquello no debería de resultarle tan tedioso. Algo le decía que mientras más tiempo se quedara en ese sitio, peor lo iba a pasar, así que continuó con su monológo, improvisando cada unas de las palabras y tratando de parecer más delicada, aunque con el vestido y el cabello como lo tenía no le era tan sencillo.
– Creáme cuando le diga que yo tampoco tenía en mis planes toparme con, como mínimo, otro arquero. De hecho, sólo deseaba pasar un rato en el bosque, ver qué encontraba de bueno, y volver a mi lugar, sin causar mucho revuelo. –Le dedicó una sonrisa fugaz, llena de su encanto personal. Era la sonrisa que aparecía cada vez que quería algo de su padre, o de alguna otra persona. Si pudiese verse a sí misma en ese instante se reiría por tan patético intento de ser simpática.
– Os puedo decir mi nombre si me decís el vuestro. Así, al menos podéis ahorraros el llamarme "mujer", pues no estoy acostumbrada a que se dirigan a mí de esa manera. –imperiosa y directa, Amanda le rodeó de manera que diera la cara con el camino por el cual llegó a esa colina. Más abajo, estaría su caballo esperándola. Lo hizo con pasos felinos, ligeros como una pluma, como quien no quiere la cosa, y además, retirándose del pequeño barranco que le daba la vista hacia las montañas.
Una ráfaga de viento alzó su rubia melena, con delicadeza.
– Y no, mi señor. No soy una ninfa. Soy tan humana como vos... O eso creo. –terminó por fruncir el ceño levemente, con la curiosidad escarbando el rostro del hombre que tenía al frente. Ahora que lo notaba, era más alto, y fornido. Tenía los rasgos que destacaban por terrenos como aquellos, por lo que las características de Amanda fácilmente la delataban como una mujer ajena a ese sitio, y también, se podía deducir su sitio natal con tan sólo mirar a aquellos ojos verdes y la larga melena dorada.
¿En dónde se había metido Amanda Reyne? No lo sabía. Sólo esperaba poder evadirlo, o como mínimo, esperar que no saliera nada negativo de aquél encuentro. El estar lejos de su casa le hacía sentirse insegura hasta de las miradas lascivas que recibía cuando se quedaba en las posadas.
Amanda G. Reyne
Re: The woods are an archer's best friend. { Orson B. }
Aquella mujer le hacía gracia. No en un sentido despectivo, claro. Más por la situación. Con cada una de sus palabras, bajó un poco más el arco hasta apuntar directamente a la hierba. Su rostro no había mostrado ninguna expresión de recelo o de inquina; pocas veces Orson sentía esto. Más bien, seguía esbozada la típica sonrisa que tanto le caracterizaba. Notaba a la mujer cada vez más resuelta ante su presencia, aunque seguía desconfiando de él tanto como él de ella... seguramente más. Los hombres no solían salir perdiendo cuando se encontraban con mujeres en aquellas situaciones. Todo lo contrario. Al menos, la rubia mujer tenía la suerte de que Orson no era un violador, o un ladrón. El problema es que eso ella aún no lo sabía. Estaba claro por su forma de alejarse y de mirarle. Y aún así, el Joven Venado la veía capaz de zafarse de cualquier hombre que pudiera intentar forzarla de alguna forma. Se la veía ágil y digna del arco que llevaba en las manos.
Los terceros en estas tierras, mi señora... son recibidos como en cualquier otras tierras. -Arqueó una ceja, ladeando la cabeza con curiosidad mientras miraba a la mujer con más atención, de arriba abajo. Sin duda, Orson podía decir que pocas veces había visto mujeres así en Bastión de Tormentas, muchísimo menos en los bosques más lejanos, como aquel- Pero vos no sois una simple visitante, ¿verdad? Honestamente, vuestra forma de hablar se me hace más digna de una dama que de una campesina, una cazadora o... una ninfa, cierto. -Soltó una leve carcajada, colgándose el arco a los hombros y mirándola a los ojos, estudiando su gesto- De acuerdo, vuestros reflejos han actuado de forma admirable... pero si a vos se os justifica tal reacción por mi manera de acercarme, creo que podría decir lo mismo. ¿Os habéis visto? De veras parecéis uno de los entes de los bosques de los que tanto hablaba mi ama de cría... y vos también me habéis apuntado con una flecha. -Terminó, tajante, asintiendo con la cabeza-
Sí, eso he preguntado... -Sonrió ante la palpable y brillante emoción de sus ojos. Orson realmente estaba disfrutando de aquel encuentro, y eso que solo habían hablado. La mujer era... intrigante, curiosa.- Así que la curiosidad os ha guiado a este lugar... y a mí. -Reprimió una sonrisa aún más amplia, dando un paso hacia ella- Decidme... ¿estabais curiosando por hombres? Suelen haberlos en las posadas, pero son todos viejos desdentados. Y aunque no conozco burdeles donde trabajen hombres, no tan lejos de Desembarco del Rey, os puedo asegurar que el bosque es el lugar menos ideal para rastrear en busca de uno... aunque, además de curiosidad, hayáis tenido suerte, pues aquí estoy yo. -Alzó las manos, dándole a cada una de sus palabras una estúpida pomposidad que quedaba mal en Orson Baratheon. Terriblemente falsa, pero le entretenía-
¿No esperabais encontrar otro arquero? Aparte de animales, no suele haber otra cosa por estos bosques. -Su tono adoptó un cierto nivel de seriedad- Aún no he visto a los hombres cazar con espadas, y por aquí no se nos da bien la lanza. -Se estremeció por su sonrisa. Aquel extraño encuentro le confundía por todas partes, pero la actitud de la mujer era tan hermosa, en cierto modo, como ella misma. Caminó un poco hacia atrás, junto a ella, intentando encararse aún, aunque captando alguna cierta intención de... ¿escaparse? Orson no veía motivo- Lamento que no estéis acostumbrada a que os llamen mujer, debéis de provenir de una tierra de muy obtusos, o muy maleducados... porque yo llamo a las cosas lo que son. -Lanzó una mirada más descarada a su pecho, a su cadera- Y vos sois una mujer. Y si para saber vuestro nombre tengo que dar el mío... -Se encogió de hombros, suspirante, acelerando su mente en busca de una palabra que usar, un nombre con el que mantener una identidad menos incómoda que la del heredero de aquellos dominios- Llamadme ser... Rory. Ser Rory de las Marcas. -Musitó, muy poco convincente, cruzando los brazos- Creo que es vuestro turno, lady No Ninfa...
Los terceros en estas tierras, mi señora... son recibidos como en cualquier otras tierras. -Arqueó una ceja, ladeando la cabeza con curiosidad mientras miraba a la mujer con más atención, de arriba abajo. Sin duda, Orson podía decir que pocas veces había visto mujeres así en Bastión de Tormentas, muchísimo menos en los bosques más lejanos, como aquel- Pero vos no sois una simple visitante, ¿verdad? Honestamente, vuestra forma de hablar se me hace más digna de una dama que de una campesina, una cazadora o... una ninfa, cierto. -Soltó una leve carcajada, colgándose el arco a los hombros y mirándola a los ojos, estudiando su gesto- De acuerdo, vuestros reflejos han actuado de forma admirable... pero si a vos se os justifica tal reacción por mi manera de acercarme, creo que podría decir lo mismo. ¿Os habéis visto? De veras parecéis uno de los entes de los bosques de los que tanto hablaba mi ama de cría... y vos también me habéis apuntado con una flecha. -Terminó, tajante, asintiendo con la cabeza-
Sí, eso he preguntado... -Sonrió ante la palpable y brillante emoción de sus ojos. Orson realmente estaba disfrutando de aquel encuentro, y eso que solo habían hablado. La mujer era... intrigante, curiosa.- Así que la curiosidad os ha guiado a este lugar... y a mí. -Reprimió una sonrisa aún más amplia, dando un paso hacia ella- Decidme... ¿estabais curiosando por hombres? Suelen haberlos en las posadas, pero son todos viejos desdentados. Y aunque no conozco burdeles donde trabajen hombres, no tan lejos de Desembarco del Rey, os puedo asegurar que el bosque es el lugar menos ideal para rastrear en busca de uno... aunque, además de curiosidad, hayáis tenido suerte, pues aquí estoy yo. -Alzó las manos, dándole a cada una de sus palabras una estúpida pomposidad que quedaba mal en Orson Baratheon. Terriblemente falsa, pero le entretenía-
¿No esperabais encontrar otro arquero? Aparte de animales, no suele haber otra cosa por estos bosques. -Su tono adoptó un cierto nivel de seriedad- Aún no he visto a los hombres cazar con espadas, y por aquí no se nos da bien la lanza. -Se estremeció por su sonrisa. Aquel extraño encuentro le confundía por todas partes, pero la actitud de la mujer era tan hermosa, en cierto modo, como ella misma. Caminó un poco hacia atrás, junto a ella, intentando encararse aún, aunque captando alguna cierta intención de... ¿escaparse? Orson no veía motivo- Lamento que no estéis acostumbrada a que os llamen mujer, debéis de provenir de una tierra de muy obtusos, o muy maleducados... porque yo llamo a las cosas lo que son. -Lanzó una mirada más descarada a su pecho, a su cadera- Y vos sois una mujer. Y si para saber vuestro nombre tengo que dar el mío... -Se encogió de hombros, suspirante, acelerando su mente en busca de una palabra que usar, un nombre con el que mantener una identidad menos incómoda que la del heredero de aquellos dominios- Llamadme ser... Rory. Ser Rory de las Marcas. -Musitó, muy poco convincente, cruzando los brazos- Creo que es vuestro turno, lady No Ninfa...
Invitado- Invitado
Re: The woods are an archer's best friend. { Orson B. }
Amanda, con sus palabras, imaginó que la hospitalidad no era muy común por ahí. Y en ninguna parte en la que se le considerara como intrusa, estaba en territorio que no conocía y por lo tanto, algo de recelo y desconfianza a primera vista era lo menos que se podía merecer. Cosas como aquellas, hacía que la joven rubia se sintiera muy fuera de lugar, como si no hallara qué hacer para salir de esa situación, lo que en realidad le causaba incordio. Su mente enlazaba las palabras que escribiría para su padre, y enviaría en un cuervo nada más llegara con los demás; pediría disculpas por su acto de impulso y rebeldía, y les haría la suave petición de volver cuanto antes al Occidente, pues a decir verdad, se sentía solitaria al quedar muy lejos de su tierra natal.
El viento gélido sopló, y acarició las mejillas de Amanda, mientras por lo bajo pensaba que se aproximaba una llovizna. A su alrededor, oía el bosque susurrar, diciéndole cosas que no podía entender.
Su acompañante parecía estar entretenido con el encuentro, en cambio, Amanda le sonreía y era "amable" con él, pero en realidad no deseaba quedarse allí por más tiempo. Y sin embargo, debía de admitirlo: aunque no quisiera, ella también estaba disfrutando de sus respuestas. Sin añadir que le dio curiosidad el ver que también era un arquero.
– Entes del bosque... –repitió en un susurro, que pretendía estar entre la línea de la burla y el cinismo –. Antes de adentrarme en el bosque estaba más presentable, si a eso se refiere, pero no es como si por estos lugares importase tanto el aspecto físico...
Las expresiones de aquél hombre resultaban cada vez más risueñas, como si se tratara de algún reflejo suyo, nato de su manera de ser; como si se burlase, aunque no lo hacía directamente. Se le veía interesado en dirigirle la palabra, ella también lo estaba, aunque no lo demostraba abiertamente.
«Curiosidad e impulsos de niñata malcriada. » Pensó, advirtiendo que había avanzado un paso. Amanda se tensó, y quiso retroceder, pero por unos instantes sus pies no le obedecieron, quedándose en donde estaba y alzando el mentón para mirarle directamente a los ojos, retadora. Al él mencionar aquello, ambas cejas se enarcaron filosamente, con cinismo, mientras bufaba. En ese momento la rubia acostumbraba a cruzarse de brazos y dirigir esa misma mirada, pero no pudo hacerlo, ya que tenía el arco en la mano. Aquello, de no ser porque estaba menos presentable que una campesina perdida en los bosques, y parecía una salvaje, podía tomárselo como un insulto.
– ¿Hombres? ¿Lo dice en serio? Decidme una cosa, mi señor... ¿Realmente luzco como una mujer que necesita a alguno? Jamás iría tras uno, ellos vienen a por mí. –Engreída, se auto insultó internamente – Y además, cuando he dicho qué encontraba de bueno, me refería a una buena presa, o un bonito paisaje. Me refería a serenidad. No a un hombre.
Rodó los ojos, pero al él mencionarse a sí mismo y a lo de la suerte, le miró fijamente. Luego, poco a poco, se rió cuando efectuó ese gesto.
– ¿Vos? ¿Como no podéis estar tan seguro de que ha sido al revés? Después de todo, no soy una simple visitante. – Cerró sus palabras con una mirada significativa, que iba en conjunto con algo de intriga y coqueteo, digna de alguien como ella.
Amanda entrecerró los ojos. Claro que en un bosque lo más natural es que se encontrase a un arquero, eso lo sabía, y en el fondo una chispa de ira se encendió. La joven Reyne detestaba que le recordaran lo obvio, ella no era tonta.
– Mi señor, ¿habéis visto el clima? ¿Oído la quietud? En tiempos así, los animales intuyen lo que les viene, se esconden. No es lo mejor salir si se sabe que no vais a poder cazar nada, es por eso que me ha extrañado verle. Aunque quizás vuestras habilidades con el arco hayan tenido más éxito que las mías, pues se le veía interesado en buscar algo momentos atrás. – Admitió, ladeando la cabeza efímeramente y observando de reojo el bosque, colina abajo, el camino por el cual debía de marchar. El hombre se le había cercado lo que ella se había alejado y sus dos gemas esmeralda observaron su semblante.
Amanda frunció los labios. Una vez más, tuvo que contar hasta tres para no ser borde. Lentamente, se volvió de lleno hacia él, su cara queriendo dar directamente con la suya para responderle aquello.
– No son las palabras, sino la manera en que las decís, mi señor. Estáis refiriéndose hacia mí con un tono que no me termina de gustar, ni me gustará. – se acercó un paso hacia él cuando dirigió sus ojos hacia otro lugar que no era su cara, tenía que alzar levemente la cabeza ya que era más alto. Amanda estudió su rostro mientras el le daba su nombre, pero lo hizo de manera tan poco contundente, que la rubia le dio esa mirada recelosa, que solía hacer al que la recibiera reírse y sacar a la luz su mentira. Muy bien, si él mentía ella podía hacerlo también sin ningún problema, sabía hacerlo mucho mejor. – Yo soy Lady Amy, de la casa Merrywheather de Granmesa. Es un... Placer, conoceros Ser Rory de las Marcas.
Amanda hizo gala de su educación y conocimientos dados, buscando entre sus memorias las veces que le obligaron a estudiarse los libros con las casas vasallas de todas las grandes casas de Poniente. En cierto modo, sólo manipuló una verdad, pues ella era parte de una casa vasalla también, pero no de la Merrywheather, y mucho menos provenía del Dominio. Sólo evitaba mostrar su verdadera identidad por esos lugares, además, ¿quién era Rory? Porque no se fiaba ni un pelo de ese nombre.
Amanda suspiró, meneando la cabeza de un lado a otro.
– Decidme algo, Ser, ¿es vuestra habilidad para mentir tan patosa como la que desarrolláis con vuestro arco? Aunque, por lo que veo... –Chasqueó la lengua, completando su frase sin necesidad de decir otra palabra.
La rubia le dio la espalda y se adentró más en el manto del bosque, decidida a avanzar un poco más, pero no quería. Su responsabilidad le gritaba que debía volver cuanto antes, pero había algo que le susurraba lo contrario. Le atraía la idea de seguir hablando con él. Por ende, colocó una mano sobre un tronco y le miró por sobre su hombro, primero con sus párpados bajos, ascendiendo conforme terminaba de mirar su figura, y sus ojos encontraron los de él una vez más. Le miró con curiosidad.
– Debéis conocer este bosque muy bien... Aparte de este sitio, ¿qué otro vale la pena visitar? Me encantaría contar con alguien que me acompañara, aunque claro, espero que no seais un violador o un asesino. Porque como me pongáis una mano encima... Vais a conocer lo peligrosa que puede ser una Lady no ninfa caminando por el bosque.
Amanda enarcó ambas cejas, esperando su respuesta.
El viento gélido sopló, y acarició las mejillas de Amanda, mientras por lo bajo pensaba que se aproximaba una llovizna. A su alrededor, oía el bosque susurrar, diciéndole cosas que no podía entender.
Su acompañante parecía estar entretenido con el encuentro, en cambio, Amanda le sonreía y era "amable" con él, pero en realidad no deseaba quedarse allí por más tiempo. Y sin embargo, debía de admitirlo: aunque no quisiera, ella también estaba disfrutando de sus respuestas. Sin añadir que le dio curiosidad el ver que también era un arquero.
– Entes del bosque... –repitió en un susurro, que pretendía estar entre la línea de la burla y el cinismo –. Antes de adentrarme en el bosque estaba más presentable, si a eso se refiere, pero no es como si por estos lugares importase tanto el aspecto físico...
Las expresiones de aquél hombre resultaban cada vez más risueñas, como si se tratara de algún reflejo suyo, nato de su manera de ser; como si se burlase, aunque no lo hacía directamente. Se le veía interesado en dirigirle la palabra, ella también lo estaba, aunque no lo demostraba abiertamente.
«Curiosidad e impulsos de niñata malcriada. » Pensó, advirtiendo que había avanzado un paso. Amanda se tensó, y quiso retroceder, pero por unos instantes sus pies no le obedecieron, quedándose en donde estaba y alzando el mentón para mirarle directamente a los ojos, retadora. Al él mencionar aquello, ambas cejas se enarcaron filosamente, con cinismo, mientras bufaba. En ese momento la rubia acostumbraba a cruzarse de brazos y dirigir esa misma mirada, pero no pudo hacerlo, ya que tenía el arco en la mano. Aquello, de no ser porque estaba menos presentable que una campesina perdida en los bosques, y parecía una salvaje, podía tomárselo como un insulto.
– ¿Hombres? ¿Lo dice en serio? Decidme una cosa, mi señor... ¿Realmente luzco como una mujer que necesita a alguno? Jamás iría tras uno, ellos vienen a por mí. –Engreída, se auto insultó internamente – Y además, cuando he dicho qué encontraba de bueno, me refería a una buena presa, o un bonito paisaje. Me refería a serenidad. No a un hombre.
Rodó los ojos, pero al él mencionarse a sí mismo y a lo de la suerte, le miró fijamente. Luego, poco a poco, se rió cuando efectuó ese gesto.
– ¿Vos? ¿Como no podéis estar tan seguro de que ha sido al revés? Después de todo, no soy una simple visitante. – Cerró sus palabras con una mirada significativa, que iba en conjunto con algo de intriga y coqueteo, digna de alguien como ella.
Amanda entrecerró los ojos. Claro que en un bosque lo más natural es que se encontrase a un arquero, eso lo sabía, y en el fondo una chispa de ira se encendió. La joven Reyne detestaba que le recordaran lo obvio, ella no era tonta.
– Mi señor, ¿habéis visto el clima? ¿Oído la quietud? En tiempos así, los animales intuyen lo que les viene, se esconden. No es lo mejor salir si se sabe que no vais a poder cazar nada, es por eso que me ha extrañado verle. Aunque quizás vuestras habilidades con el arco hayan tenido más éxito que las mías, pues se le veía interesado en buscar algo momentos atrás. – Admitió, ladeando la cabeza efímeramente y observando de reojo el bosque, colina abajo, el camino por el cual debía de marchar. El hombre se le había cercado lo que ella se había alejado y sus dos gemas esmeralda observaron su semblante.
Amanda frunció los labios. Una vez más, tuvo que contar hasta tres para no ser borde. Lentamente, se volvió de lleno hacia él, su cara queriendo dar directamente con la suya para responderle aquello.
– No son las palabras, sino la manera en que las decís, mi señor. Estáis refiriéndose hacia mí con un tono que no me termina de gustar, ni me gustará. – se acercó un paso hacia él cuando dirigió sus ojos hacia otro lugar que no era su cara, tenía que alzar levemente la cabeza ya que era más alto. Amanda estudió su rostro mientras el le daba su nombre, pero lo hizo de manera tan poco contundente, que la rubia le dio esa mirada recelosa, que solía hacer al que la recibiera reírse y sacar a la luz su mentira. Muy bien, si él mentía ella podía hacerlo también sin ningún problema, sabía hacerlo mucho mejor. – Yo soy Lady Amy, de la casa Merrywheather de Granmesa. Es un... Placer, conoceros Ser Rory de las Marcas.
Amanda hizo gala de su educación y conocimientos dados, buscando entre sus memorias las veces que le obligaron a estudiarse los libros con las casas vasallas de todas las grandes casas de Poniente. En cierto modo, sólo manipuló una verdad, pues ella era parte de una casa vasalla también, pero no de la Merrywheather, y mucho menos provenía del Dominio. Sólo evitaba mostrar su verdadera identidad por esos lugares, además, ¿quién era Rory? Porque no se fiaba ni un pelo de ese nombre.
Amanda suspiró, meneando la cabeza de un lado a otro.
– Decidme algo, Ser, ¿es vuestra habilidad para mentir tan patosa como la que desarrolláis con vuestro arco? Aunque, por lo que veo... –Chasqueó la lengua, completando su frase sin necesidad de decir otra palabra.
La rubia le dio la espalda y se adentró más en el manto del bosque, decidida a avanzar un poco más, pero no quería. Su responsabilidad le gritaba que debía volver cuanto antes, pero había algo que le susurraba lo contrario. Le atraía la idea de seguir hablando con él. Por ende, colocó una mano sobre un tronco y le miró por sobre su hombro, primero con sus párpados bajos, ascendiendo conforme terminaba de mirar su figura, y sus ojos encontraron los de él una vez más. Le miró con curiosidad.
– Debéis conocer este bosque muy bien... Aparte de este sitio, ¿qué otro vale la pena visitar? Me encantaría contar con alguien que me acompañara, aunque claro, espero que no seais un violador o un asesino. Porque como me pongáis una mano encima... Vais a conocer lo peligrosa que puede ser una Lady no ninfa caminando por el bosque.
Amanda enarcó ambas cejas, esperando su respuesta.
Off: Perdona la tardanza. ;-;
El comienzo de la semana se me lanzó encima.
El comienzo de la semana se me lanzó encima.
Amanda G. Reyne
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