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Casting de Orson Baratheon
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Casting de Orson Baratheon
Nombre del Cannon Elegido: Orson Baratheon
¿Porque lo has elegido?: Estaba decidido a escoger un Baratheon (es mi casa favorita en varios aspectos; el lema, la fortaleza y especialmente el origen (tanto por la rama valyria como por la Casa Durrendon; Argilac, los Reyes Tormenta, Erenei hija de Dioses) que me parece uno de los más épicos. En cuanto a Orson, entiendo que pueda parecer un hombre simple (le gustan las mujeres, el vino, los banquetes (muy típico) pero me ha inspirado una potencial solemnidad, y aunque la responsabilidad no sea su fuerte, le veo un buen sentido de la lealtad y el deber con su familia.
No sabía cómo, pero a poco de levantarse, casi se golpeó contra la pared de la posada. Sentía una cruel inclinación en el edificio, en un edificio del que la gente solía salir borracha y tambaleante... no era justo. La mente de Orson sabría de lo injusto de la situación, si pudiera encontrarla o encontrarse a sí mismo. La sensación del alcohol recorriendo su cuerpo de arriba abajo, aturdiendo su cabeza como un moho rojo como la sangre... el característico azul oscuro de sus ojos estaba rodeado de pequeñas venas; sus ojos irritados, su garganta parecía un tunel rasposo del que emergía una voz rota y desastrosa- Por los Siete... Infiernos... -Fue lo único que pudo decir. Parecía que ninguna otra palabra quería nacer, así que repitió la blasfemia una y otra vez mientras se levantaba de la cama, buscando sus botas entre los cuerpos adormecidos e igualmente para el arrastre de sus hombres y amigos. No podía levantar los pies de la madera, y sus ojos legañosos oteaban la lejanía del piso en busca de su ropa.
Tardó unos segundos en darse cuenta de que la llevaba encima. Pero no era la ropa con la que había entrado, parecía más bien un saco de patatas roido por los ratones. Era un... ¿jubón? marrón, y los faldones de la túnica parecían cosidos por una septa ciega. Las botas, al menos, seguían siendo las suyas. Lo supo al encontrarlas junto a ser Martin, un anciano caballero de la Casa Swann, en la esquina norte del piso; el viejo caballero estaba abrazado a una prostituta como si fuese su propia madre. «Así vigilo las fronteras hermano... así cabalgo bajo nuestro estandarte. Con hombres tan orgullosos de sí mismos como nosotros de ellos.» Suspiró, recobrando la sonrisa típica en su rostro conforme los músculos se le destensaban.
Orson sabía que su hermano le conocía bien, pero insistía en enviarle de una punta de Tierra de Tormentas a otra, cargado de deberes, mensajes demasiado importantes como para confiárselos a un cuervo, o caballeros para vigilar a los siempre desconfiados señores de las Marcas. Orson no podía negarse, desde luego, pero se sentía la tormenta silenciosa de su hermano. Le incomodaba la sensación de que le cargara de objetivos y responsabilidades para hacer de él un digno heredero... y Orson sabía que no lo era. No lo sería. Y no lo quería ser.
Pero no se negaba. Tal disconformidad le conducía siempre bajo el techo de un lupanar o entre las paredes de una posada como en la que se encontraba en aquel momento. Acababa de visitar a los Connington de Nido del Grifo, algo que a ellos no les había hecho mucha gracia, como simple, pacífico y honorable recordatorio de que el venado negro de los Baratheon seguía gobernando aquellas tierras. Pasó el tiempo justo entre aquellos con los que se enfrentó en la sublevación, y prefirió pasar el resto de la semana entre los pequeños pueblos y ciudades a la ladera de las montañas centrales de Tierra de Tormentas.
Y en aquellas villas apartadas y tan lejanas y separadas de la Bahía de los Naufragos, podía dejar a un lado la rigidez que su apellido le sometía sin correr el riesgo de recibir las malas miradas de los perros de su hermano. «Pero no aprendo.» Pensó, apoyando el brazo en una estantería mientras su pie luchaba por entrar en la bota. «A la mañana siguiente siempre deseo haber sido un poco más como Nathan.» Era un pensamiento que le hizo reir.
Shhh... ¡c-callad...! -Gritó ser Jaden desde el suelo, dormido sobre sus propias babas.- ¿A... a quién mandas callar, viejo? -Orson le dio una patada en la espalda, tambaleante. Jaden se giró- Ser Orson... lo... lo siento.
-Creo que lo siento yo más que tú... -Musitó, notando el fuerte olor a alcohol salir de su boca, pero Orson no era quien para juzgarle. No en esos ámbitos.- Vamos, levanta tú al menos. No me gusta desayunar solo.
-S-shí, ser... Orson. Señor.
Caminó con Jaden escaleras abajo, empezando a escuchar el sonido de los laudes y el vociferío de los bardos frente a la barra. «¿Qué? ¿Tan pronto?» Pensó, frotándose los ojos con dos dedos antes de atarse los cordones del jubón. Entonces entendió que, quizás, no era tan pronto como pensaba. Y que bien podría haber pasado un día durmiendo. «No, aún es pronto.» Lo supo al bajar y apreciar los rayos del sol de mediodía a través de las ventanas. Más que verlos, los sufrió. Tardó en adaptarse a la luz, sintiendo que los ojos empezaran a llorarle. Hizo un gesto agotado al posadero y se acercó a un barril abierto, donde metió las manos y se mojó la cara de un poco de agua templada, con sabor a cobre.
-¿Será verdad que el bufón de los Baratheon ha bajado a amenizarnos la velada?
Las palabras se le clavaron en el cerebro como agujas. Sonaban demasiado altaneras, demasiado orgullosas y excesivamente ofensivas.
-¿Perdón?
-Ya me habéis oido... vos sois Orson Baratheon, ¿me equivoco? Esos ojos... ese palo metido por el culo. Muy inconfudible.
El elemento que le hablaba, en cambio, era una criatura achaparrada, calva, con unas cejas muy grises. Llevaba cota de malla, y un jubón con una marca que los ojos de Orson aún no captaban con claridad.
-Yo no tengo ningún palo metido por ningún lado, ser. -Se giró completamente, casi encarándose a aquel hombre. Conforme su vista recobraba la normalidad, pudo apreciar más detalles en él. Le faltaba un ojo, y las dos grandes sombras que habían junto a la puerta eran, al igual que él, hombres de Refugionegro; la marca del jubón era el rayo inconfundible de los Dondarrion.
-Di lo que tengas que decir y márchate. No es que mis hombres y yo seamos adalides del respeto y el honor, pero sabemos con quién hablar y con quién callar. En algún lugar habrá un maestre dispuesto a enseñarte el respeto que le debes a tus señores feudales.
-¿No me lo enseñaréis vos? -«No, no. Demasiado cansado. Demasiado molido. No puedo, cabrón. Ni siquiera sé dónde está mi espada.»
L-largo... -Orson se giró conforme hablaba, apoyándose en la barra y buscando al posadero con la mirada. Sabía que aquel hombre de los Dondarrion no se iría sin más, y lo confirmó cuando su brazo tenso y blanquecino le hizo girarse de nuevo. Lo que no esperaba era tener una daga en el cuello- ¡Ojo por ojo, maldito cornudo! -Agarró su brazo, intentando separarlo, pero estaba demasiado cansado. La punta de la daga estaba a poco de rozar su ojo. Un alarmismo aceleró el corazón de Orson cuando ser Jaden estampó el barril de agua sucia en la cabeza del tuerto, derribándolo por completo.
Orson se abalanzó sobre él, aun con la mano armada de aquel hombre atrapada entre las suyas, y hundió su propio cuchillo en el cuello blanco y flácido del calvo. La sangre brotó por su boca, arrugada en el esbozo de una siniestra sonrisa. Orson se estremeció al sentir la sangre mancharle las manos y se dio cuenta, demasiado tarde, de que los acompañantes de Refugionegro corrían hacia él, blandiendo cada uno una maza. Casi como un niño confuso escaló la barra y se dejó caer al otro lado. En el último momento escapó del golpe de una maza, que astilló la madera y reventó varias copas cercanas. Cuando Orson se levantó dispuesto a confrontarlos, ser Martin y su escudero habían acudido desde el piso de arriba y atravesaron a los hombres con sus espadas.
Fue rápido e intenso; fugaz.
-¿Quién es? -Orson apretó los labios, casi haciendo chirriar los dientes- ¡¿Quién es el cabrón que casi me saca un ojo!? -Su voz sonó demasiado aguda, demasiado chirriante, pero su rostro; su expresión era fiel al lema de su propia casa. Martin entrecerraba los ojos, mirando al cadáver. Su escudero, cabizbajo como siempre. Ser Jaden se había sentado, casi parecía volver a dormirse.
-El Desfiladero. -Masculló Martin- La batalla del Desfiladero. Este desgraciado es... e-era, ser Bonifer de Refugionegro. Perdió el ojo cuando los Dondarrion se enfrentaron a tus fuerzas, Orson. -Miró a Martin con cierta incredulidad, antes de llevarse la mano a la cara y ser consciente, de golpe, de que el posadero estaba temblando a su lado, ahogando en sí mismo gran cantidad de gritos, insultos y lloriqueos.- Dioses... estoy harto de los fantasmas. Vámonos. Cuanto antes. -Orson caminó hacia la salida de la posada, con la vana esperanza de que sus caballos estuvieran fuera y no hubiesen desaparecido como su espada- Siete Infiernos...
¿Porque lo has elegido?: Estaba decidido a escoger un Baratheon (es mi casa favorita en varios aspectos; el lema, la fortaleza y especialmente el origen (tanto por la rama valyria como por la Casa Durrendon; Argilac, los Reyes Tormenta, Erenei hija de Dioses) que me parece uno de los más épicos. En cuanto a Orson, entiendo que pueda parecer un hombre simple (le gustan las mujeres, el vino, los banquetes (muy típico) pero me ha inspirado una potencial solemnidad, y aunque la responsabilidad no sea su fuerte, le veo un buen sentido de la lealtad y el deber con su familia.
Casting
No sabía cómo, pero a poco de levantarse, casi se golpeó contra la pared de la posada. Sentía una cruel inclinación en el edificio, en un edificio del que la gente solía salir borracha y tambaleante... no era justo. La mente de Orson sabría de lo injusto de la situación, si pudiera encontrarla o encontrarse a sí mismo. La sensación del alcohol recorriendo su cuerpo de arriba abajo, aturdiendo su cabeza como un moho rojo como la sangre... el característico azul oscuro de sus ojos estaba rodeado de pequeñas venas; sus ojos irritados, su garganta parecía un tunel rasposo del que emergía una voz rota y desastrosa- Por los Siete... Infiernos... -Fue lo único que pudo decir. Parecía que ninguna otra palabra quería nacer, así que repitió la blasfemia una y otra vez mientras se levantaba de la cama, buscando sus botas entre los cuerpos adormecidos e igualmente para el arrastre de sus hombres y amigos. No podía levantar los pies de la madera, y sus ojos legañosos oteaban la lejanía del piso en busca de su ropa.
Tardó unos segundos en darse cuenta de que la llevaba encima. Pero no era la ropa con la que había entrado, parecía más bien un saco de patatas roido por los ratones. Era un... ¿jubón? marrón, y los faldones de la túnica parecían cosidos por una septa ciega. Las botas, al menos, seguían siendo las suyas. Lo supo al encontrarlas junto a ser Martin, un anciano caballero de la Casa Swann, en la esquina norte del piso; el viejo caballero estaba abrazado a una prostituta como si fuese su propia madre. «Así vigilo las fronteras hermano... así cabalgo bajo nuestro estandarte. Con hombres tan orgullosos de sí mismos como nosotros de ellos.» Suspiró, recobrando la sonrisa típica en su rostro conforme los músculos se le destensaban.
Orson sabía que su hermano le conocía bien, pero insistía en enviarle de una punta de Tierra de Tormentas a otra, cargado de deberes, mensajes demasiado importantes como para confiárselos a un cuervo, o caballeros para vigilar a los siempre desconfiados señores de las Marcas. Orson no podía negarse, desde luego, pero se sentía la tormenta silenciosa de su hermano. Le incomodaba la sensación de que le cargara de objetivos y responsabilidades para hacer de él un digno heredero... y Orson sabía que no lo era. No lo sería. Y no lo quería ser.
Pero no se negaba. Tal disconformidad le conducía siempre bajo el techo de un lupanar o entre las paredes de una posada como en la que se encontraba en aquel momento. Acababa de visitar a los Connington de Nido del Grifo, algo que a ellos no les había hecho mucha gracia, como simple, pacífico y honorable recordatorio de que el venado negro de los Baratheon seguía gobernando aquellas tierras. Pasó el tiempo justo entre aquellos con los que se enfrentó en la sublevación, y prefirió pasar el resto de la semana entre los pequeños pueblos y ciudades a la ladera de las montañas centrales de Tierra de Tormentas.
Y en aquellas villas apartadas y tan lejanas y separadas de la Bahía de los Naufragos, podía dejar a un lado la rigidez que su apellido le sometía sin correr el riesgo de recibir las malas miradas de los perros de su hermano. «Pero no aprendo.» Pensó, apoyando el brazo en una estantería mientras su pie luchaba por entrar en la bota. «A la mañana siguiente siempre deseo haber sido un poco más como Nathan.» Era un pensamiento que le hizo reir.
Shhh... ¡c-callad...! -Gritó ser Jaden desde el suelo, dormido sobre sus propias babas.- ¿A... a quién mandas callar, viejo? -Orson le dio una patada en la espalda, tambaleante. Jaden se giró- Ser Orson... lo... lo siento.
-Creo que lo siento yo más que tú... -Musitó, notando el fuerte olor a alcohol salir de su boca, pero Orson no era quien para juzgarle. No en esos ámbitos.- Vamos, levanta tú al menos. No me gusta desayunar solo.
-S-shí, ser... Orson. Señor.
Caminó con Jaden escaleras abajo, empezando a escuchar el sonido de los laudes y el vociferío de los bardos frente a la barra. «¿Qué? ¿Tan pronto?» Pensó, frotándose los ojos con dos dedos antes de atarse los cordones del jubón. Entonces entendió que, quizás, no era tan pronto como pensaba. Y que bien podría haber pasado un día durmiendo. «No, aún es pronto.» Lo supo al bajar y apreciar los rayos del sol de mediodía a través de las ventanas. Más que verlos, los sufrió. Tardó en adaptarse a la luz, sintiendo que los ojos empezaran a llorarle. Hizo un gesto agotado al posadero y se acercó a un barril abierto, donde metió las manos y se mojó la cara de un poco de agua templada, con sabor a cobre.
-¿Será verdad que el bufón de los Baratheon ha bajado a amenizarnos la velada?
Las palabras se le clavaron en el cerebro como agujas. Sonaban demasiado altaneras, demasiado orgullosas y excesivamente ofensivas.
-¿Perdón?
-Ya me habéis oido... vos sois Orson Baratheon, ¿me equivoco? Esos ojos... ese palo metido por el culo. Muy inconfudible.
El elemento que le hablaba, en cambio, era una criatura achaparrada, calva, con unas cejas muy grises. Llevaba cota de malla, y un jubón con una marca que los ojos de Orson aún no captaban con claridad.
-Yo no tengo ningún palo metido por ningún lado, ser. -Se giró completamente, casi encarándose a aquel hombre. Conforme su vista recobraba la normalidad, pudo apreciar más detalles en él. Le faltaba un ojo, y las dos grandes sombras que habían junto a la puerta eran, al igual que él, hombres de Refugionegro; la marca del jubón era el rayo inconfundible de los Dondarrion.
-Di lo que tengas que decir y márchate. No es que mis hombres y yo seamos adalides del respeto y el honor, pero sabemos con quién hablar y con quién callar. En algún lugar habrá un maestre dispuesto a enseñarte el respeto que le debes a tus señores feudales.
-¿No me lo enseñaréis vos? -«No, no. Demasiado cansado. Demasiado molido. No puedo, cabrón. Ni siquiera sé dónde está mi espada.»
L-largo... -Orson se giró conforme hablaba, apoyándose en la barra y buscando al posadero con la mirada. Sabía que aquel hombre de los Dondarrion no se iría sin más, y lo confirmó cuando su brazo tenso y blanquecino le hizo girarse de nuevo. Lo que no esperaba era tener una daga en el cuello- ¡Ojo por ojo, maldito cornudo! -Agarró su brazo, intentando separarlo, pero estaba demasiado cansado. La punta de la daga estaba a poco de rozar su ojo. Un alarmismo aceleró el corazón de Orson cuando ser Jaden estampó el barril de agua sucia en la cabeza del tuerto, derribándolo por completo.
Orson se abalanzó sobre él, aun con la mano armada de aquel hombre atrapada entre las suyas, y hundió su propio cuchillo en el cuello blanco y flácido del calvo. La sangre brotó por su boca, arrugada en el esbozo de una siniestra sonrisa. Orson se estremeció al sentir la sangre mancharle las manos y se dio cuenta, demasiado tarde, de que los acompañantes de Refugionegro corrían hacia él, blandiendo cada uno una maza. Casi como un niño confuso escaló la barra y se dejó caer al otro lado. En el último momento escapó del golpe de una maza, que astilló la madera y reventó varias copas cercanas. Cuando Orson se levantó dispuesto a confrontarlos, ser Martin y su escudero habían acudido desde el piso de arriba y atravesaron a los hombres con sus espadas.
Fue rápido e intenso; fugaz.
-¿Quién es? -Orson apretó los labios, casi haciendo chirriar los dientes- ¡¿Quién es el cabrón que casi me saca un ojo!? -Su voz sonó demasiado aguda, demasiado chirriante, pero su rostro; su expresión era fiel al lema de su propia casa. Martin entrecerraba los ojos, mirando al cadáver. Su escudero, cabizbajo como siempre. Ser Jaden se había sentado, casi parecía volver a dormirse.
-El Desfiladero. -Masculló Martin- La batalla del Desfiladero. Este desgraciado es... e-era, ser Bonifer de Refugionegro. Perdió el ojo cuando los Dondarrion se enfrentaron a tus fuerzas, Orson. -Miró a Martin con cierta incredulidad, antes de llevarse la mano a la cara y ser consciente, de golpe, de que el posadero estaba temblando a su lado, ahogando en sí mismo gran cantidad de gritos, insultos y lloriqueos.- Dioses... estoy harto de los fantasmas. Vámonos. Cuanto antes. -Orson caminó hacia la salida de la posada, con la vana esperanza de que sus caballos estuvieran fuera y no hubiesen desaparecido como su espada- Siete Infiernos...
Invitado- Invitado
Re: Casting de Orson Baratheon
¡Casting aceptado! Bienvenido y pasa a hacer la ficha.
Nathair Arryn- Otros
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