Casting Anthon Greyjoy

La luz apenas entraba por la pequeña ventana del camarote, el suave romper de las olas contra el barco, suponía martillazos dentro de la cabeza de Anthon, que apenas era capaz de entreabrir los ojos sin que todo fuese brumoso. Recuerdos de la noche anterior volvieron a su mente y una desganada sonrisa apareció en sus labios tras recordar su victoria en las cartas, no sin recurrir a ciertos… trucos.
Unos golpes sonaron y un gruñido abandonó su garganta. Esto no pareció disuadir al visitante, que siguió aporreando la puerta del camarote, despertando el dolor del cabeza del joven. Soltó un gruñido, esta vez más alto, dejando claro que no pensaba atender a la llamada. De nuevo se hizo el silencio, durante unos instantes.
Unos golpes más insistentes acompañados de la voz de un desgraciado marinero, consiguieron poner en pie a Anthon que, tras unos instantes tratando de que la cabeza no le diese vueltas, se encaminó a la puerta y la abrió con brusquedad. El marinero, no parecía nada contento con la misión que le habían encomendado. «Menos que va estar…»
En un arranque de furia, no temió agarrarle por el cuello, mientras le miraba fijamente a los ojos, los cuales ahora reflejaban su miedo. Apretó, levemente, mostrando que no dudaría en estrangularle sin más motivo que el despertarle tras una noche de excesos.
-¿Con qué motivo osas molestarme? –Su voz, todavía ronca por las horas de sueño y las cervezas tomadas, no era menos intimidante. En sus ojos casi podría apreciarse una chispa de locura.
-C-capitan…-La voz sonó ahogada por la presión que todavía ejercía contra su garganta, sin embargo, Anthon no cedió ni un poco.- S-se avecina t-tormenta… H-han avistado… un barco.
Soltó al marinero, casi lanzándolo contra el suelo, con una mueca de asco. Volvió a su camarote en busca de su espada, antes de poner rumbo a cubierta. Al salir, el viento le golpeó en la cara, con fuerza, a lo lejos se distinguían las nubes negras. Una carcajada abandonó su garganta. Sentía euforia.
En seguida tomó el mando del barco, lanzando órdenes sin dejar de moverse por la cubierta, con la misma facilidad que el pez se mueve por el agua. Ya se oían los truenos, el barco estaba apenas a una hora de distancia, la tormenta la tenían encima ya. Los gritos se cruzaban, tratando de hacerse oír por encima del fuerte clamor, la emoción, la expectación… El ambiente era el adecuado. Iban a tomar ese barco.
La lluvia golpeaba su rostro, ¿era la lluvia? ¿O quizás fuesen las enormes olas al romper contra el barco? Daba igual.
El barco se balanceaba, los marineros más jóvenes de aferraban con fuerza a cualquier cosa fija, mientras que los más mayores y experimentados, parecían disfrutar más que el propio Anthon con la fuerte tormenta.
El otro barco parecía tener serios problemas, así que cuando lograron alcanzarlo, pese al fuerte oleaje, no supuso un problema tomarlo. Un barco lleno de objetos para el comercio, por supuesto, no había grandes luchadores en él…
Anthon no tardó en desenvainar, moviéndose con soltura por la encharcada cubierta y en seguida encontró rival. Un hombre algo mayor, parecía experimentado… sin embargo, él era más rápido y más preciso en sus golpes. Acostumbrado al movimiento del barco, habiéndose casi criado en uno, evitar sus estocadas y acertar en sus propios golpes no era tarea complicada. Una finta, un resbalón de su rival, un tablón mal colocado… Anthon empezó a lanzar un golpe contra su costado, que, con un elegante y certero giro, cambió de rumbo, golpeando su pierna y haciéndolo caer.
No se molestó en contemplar el cuerpo caído, todavía con vida, pero carente de opción a presentar resistencia, antes de continuar. Había unos cuantos enemigos a batir.
Horas más tarde, sus hombres retiraban los cadáveres y mantenían vigilados los prisioneros, mientras otro grupo, se dedicaba a mover las mercancías del barco enemigo al propio. Acabada la acción, Anthon contemplaba el panorama con una mueca casi aburrida.
-¡Capitán!
Se volvió, uno de sus hombres arrastraba a una mujer que parecía haber permanecido escondida en uno de los camarotes durante toda la trifulca. El aburrimiento se desvaneció mientras contemplaba a la muchacha forcejear con uno de sus hombres. El aburrimiento… el aburrimiento se convirtió en deseo.
Con pasos decididos y sonrisa seductora se encaminó hasta la muchacha. Aunque todavía forcejeaba, Anthon fue consciente de la pasión que trataban de ocultar sus ojos. No cruzaron palabra, tan solo acarició su rostro. La sintió temblar bajo su toque y una sensación de triunfo se adueñó de su ser.
La diversión se prolongaría hasta el alba.