Casting para Keira Greyjoy

Nombre del Cannon Elegido: Keira Greyjoy
¿Porque lo has elegido?: Nunca he llevado a un personaje de esta casa y me parecen enormemente divertidos y con una idiosincrasia diferente al resto de las casas. Me gustan además los personajes con carácter.

Casting:

Salió de su camarote farfullando improperios mientras se calaba su desvencijado sombrero negro con el kraken bordado. El veterano barcoluengo se movía lento y renqueante como una vieja coja al son del crujir de la madera. La niebla que se había levantado esa mañana, densa y plomiza, envolvía la embarcación como el abrazo de un amante posesivo y celoso. Navegaban rumbo a Las Islas del Hierro, de nuevo rumbo a Pyke. Keira Greyjoy hubiera degollado a cualquiera que lo insinuase, pero lo cierto era que siempre que volvía a la presencia de su padre, su humor se oscurecía como el mar nocturno en una noche sin luna.

- ¡Abroquelad las velas malditos bastardos! - Rugió mientras se dirigía hacia el timón del barco a grandes zancadas. - Quita tus zarpas de mi timón, necio. Conduces mi nave con la misma determinación que una doncella virgen ante el lecho nupcial. Lenta, dubitativa y melindrosa. Está claro que si quiero que se hagan bien las cosas tengo que hacerlas yo misma Keira viró la rueda para buscar la dirección del viento más propicia para ganar velocidad. El barcoluengo giró lentamente en respuesta a su maniobra y las velas se hincharon como prominentes barrigas blancas. Un grumete de apenas 15 días del nombre llamó la atención de la capitana al dejar caer una cuerda por descuido. Keira no consentía ningún error en sus hombres. El mar es duro e indómito y no tolera a los imbéciles ni a los necios. Los devora, los engulle sin piedad y desaparecen. - ¡Amarra ese cabo de una jodida vez o usaré tus intestinos para atarlo yo misma!

Keira respiró hondo intentando calmar su furia. Ponerse a los mandos del barcoluengo siempre templaba su ánimo. El frío viento en la cara y el olor a sal la relajaron de inmediato. Amaba esa sensación de libertad. Mantuvo el rumbo una vez que alcanzaron la velocidad adecuada y pidió que le trajeran una jarra de cerveza y algo de queso y pan negro. No había nada que le abriera más el apetito que la suave brisa del mar.

Lo mejor de volver a Pyke era reencontrarse con su tío. Siempre era grato volver a reencontrarse con Bjorn Greyjoy. El hermano de su padre era su mentor y su consejero en muchos aspectos. Con él podía relajarse delante de un par de cervezas y hablar tranquilamente del mar, de los vientos o de sus ultimas expediciones. Con él podía bajar momentáneamente la guardia, retirar las defensas. Era lo más parecido a un amigo que Keira había conocido. Con los demás debía estar siempre alerta. Debía pagar en todo momento la inexcusable falta de haber nacido sin una polla entre las piernas. En cada situación debía demostrar que era astuta, que era fuerte, que era capaz. Mucho más de lo que debía hacerlo su hermano. Ella siempre estaba puesta en tela de juicio, siempre analizada y medida en busca de la debilidad que los hombres del hierro tanto despreciaban. Esa debilidad que se le adjudica sólo por ser mujer salvo que se demuestre lo contrario más allá de toda duda, cada día, en cada momento.

Keira veía esa duda en los ojos de su padre. Por mucho que se esforzara, por mucho que mostrara su valía. Allí estaba, en el fondo de la mirada de Lord Greyjoy. No era temible con el acero, era cierto. Ese era su pecado. Sin duda sabía defenderse y había perdido la cuenta de los hombres cuyas tripas había rajado. Era ágil y rápida, pero no podía competir con la fuerza bruta de un hombre. Pasó largos años entrenándose hasta la extenuación. Todos los días se levantaba con la espada en la mano y caía rendida en el lecho con él asido. Aun recordaba las noches de niña que había pasado rezando al dios ahogado para que la convirtiera en un hombre rudo y grande. Ahora se reía de su propia estupidez. El dios ahogado sin duda tenía cosas mejores que hacer.

Con el paso de los años y quizá en gran medida gracias a su tío comprendió que su don era otro. No era la espada, era su inteligencia. La Greyjoy era la más capaz y cualificada para gobernar a los hombres del Hierro, para llevar a cabo su plan y llevarles a cuantas victorias se propusiese. Mucho más que su hermano sin duda. Ella podría devolverles la gloria y las riquezas que por derecho merecían. Keira lo sabía, y quizás algún día, su padre también lo sabría.