Faeryn Fowler

“Así como una tormenta
la desgracia cayó sobre nosotros…”

Nacida como segunda hija y tercera de los vástagos, legítimos, de Doran y Farelia Fowler fue instruida, como todos los demás, en el arte del combate aunque no de forma tan estricta que con su hermana. Su madre vio en ella la oportunidad de instruirla, además, como la perfecta dama.
Hasta que cumplió los nueve años pasaba más tiempo jugando con su medio hermano, Doran, que llevando a cabo sus tareas y obligaciones. Fue en ese momento, cuando su hermano mayor, Feral, comenzó a instruir a su medio hermano que ella comenzó a poner más ahínco a su educación e instrucción que su madre se empeñaba en proporcionarle mientras, a ratos, aprendía con su hermana y su hermano las artes del combate, pero las espadas nunca fueron su fuerte. Ella parecía tener más soltura con el arco y la lanza, además de con las armas cortas. Carecía de la fuerza necesaria, pero no así de la agilidad.

Todo parecía casi perfecto, hasta que cumplió trece años. Su madre cayó gravemente enferma a causa de un veneno que les era desconocido y del que no conocían, tampoco, su antídoto. Tras una lenta agonía su madre finalmente falleció, dejándola sola y desamparada bajo la tutela de una septa para acabar su instrucción como dama “refinada”, algo que nunca consiguieron realmente, aunque si captó la base. Tras la muerte de su madre, Faeryn, dejó de ser asidua a las clases de la septa, centrándose más en el combate. Sin su madre, éstas instrucciones carecían de sentido para ella, únicamente lo hacía para contentar a su madre.

Poco después, Feral fue herido de gravedad en una escaramuza. Faeryn no estuvo presente, pero desde entonces recuerda a Faolain más fría y más encerrada en sí misma, evitando en todo lo posible las relaciones afectivas.

“…tras la tormenta
el sol siempre vuelve a aparecer entre las nubes”

Tras la muerte de su hermano mayor, Faolain comenzó a pasar más tiempo con ella. Desde entonces, Faeryn aprendió todo cuanto Feral enseñó a su hermana mayor, entrenaba durante horas junto a Doran y su hermana, haciéndose más fuerte y más ágil, dejando a un lado todo cuanto había aprendido junto a su madre.
Faolain ocupó el lugar como Señora de Dominio del Cielo y, a su manera, demostraba su cariño y preocupación por ella. A pesar de las exigencias en su entrenamiento y las duras pruebas a las que la exponía, Faeryn sabía que su hermana la quería.
Fue entonces cuando parecía que, a pesar de todo, podían ser una familia relativamente feliz.

Cuando cumplió quince años, conoció a un joven que decía provenir de una familia noble. Durante meses estuvieron viéndose, aunque en secreto. Faeryn no lograba entender la razón de tanto secretismo, pero joven e inexperta como era se enamoró profundamente y lo aceptó sin más. Una noche se entregó a él, regalándole su doncellez y, según ella, incluso su corazón.
Días más tarde, mientras daba un paseo a caballo, lo vio a lo lejos en compañía de otra dama. Al acercarse un poco más alcanzó a ver que parecía que acababan de casarse, descubriendo así que ella sólo fue un pasatiempo, una amante de otras tantas que el joven tendría.
Aquello rompió su corazón en mil pedazos, tornándola más fría e insensible en cuanto al trato con hombres se trata.
Al llegar a casa destrozó tanto como pudo para paliar su ira, sus lagrimas ardían en sus mejillas y sus manos sangraban a causa de los pedazos rotos de todo aquel objeto que caía en sus manos y que ella estrellaba contra el suelo después. Rasgó cortinajes y ropas, pateó muebles y arrancó tapices, pero nada consiguió calmar su corazón de tan alta traición.

Desde ese día no ha vuelto a confiar en nadie a ciegas, aún menos en un hombre, el culpable de que su personalidad soñadora y romántica quedase eclipsada bajo una máscara de frialdad y dureza impropias de ella, el culpable de que una tremenda ira se alojase en su corazón congelándolo al instante de tal manera que ni el calor del Desierto ha sido capaz de derretirlo.
Desde ese día es ella quien usa a los hombres a su antojo, comparte su cama con ellos si es necesario, o si le apetece, y después desaparece sin más, sin explicación alguna.

“…por más empeño que se ponga en unir los trozos de un corazón roto
Siempre quedarán las grietas.”