Aemon Fuegoscuro

Nombre del Cannon Elegido: Aemon Fuegoscuro.

¿Porque lo has elegido?: La personalidad y las características se ajustan a lo que quiero interpretar en el foro, además de poder aportar el toque de amistad entre hermanos que este personaje necesita.

Casting:

El sonido del acero golpeando el acero había sido música para sus oídos desde que tuvo uso de razón. Aunque nunca había pisado un campo de batalla, cada entrenamiento era como un feroz combate a muerte... Un combate a muerte con espadas embotadas, por supuesto. Esquiva, avanza, golpe alto. Paso atrás, parada, cruce de pies. Estos eran los pasos del baile que Aemon Fuegoscuro llevaba bailando desde que pudo sostener una espada de madera.

De pequeños, su gemelo Aegon y él se perseguían por todo el castillo lanzándose estocadas con palos; o tendían emboscadas a los guardias y sirvientes. Pero pronto se convirtió en algo más que un juego. Las espadas de madera dieron paso a las de metal, los pasillos del castillo al patio de entrenamientos, y el juego a una sana rivalidad entre ellos. Ahora, el maestro de armas observaba atentamente a los escuderos y nuevos reclutas intercambiar golpes corrigiendo algunos errores aquí y allí. Aquel tipo serio y cojitranco los analizaba con sus pequeños ojos perdidos bajo unas cejas tan densamente pobladas como el Bosque Encantado más allá del Muro.

Aemon y Aegon daban lo mejor de sí luchando el uno contra el otro. Ambos sudaban bajo los yelmos, los gambesones y las protecciones; pero sonreían de oreja a oreja. Aemon porque disfrutaba con el combate, y Aegon porque no dejaba de lanzarle pullas a su hermano sin que el maestro de armas se diera cuenta. Durante un instante, Aegon se distrajo con las jóvenes sirvientas que salían de la cocina hacia el almacén y Aemon aprovechó el momento para lanzar una serie de abrumadores ataques a su hermano hasta que lo derribó y le arrebató la espada. Sonriendo y jactándose de su victoria, Aemon ayudó a Aegon a levantarse justo cuando el maestro de armas ordenaba un cambio de parejas.

A su hermano le había tocado un gigantón medio lelo hijo de un vasallo cuyo apellido no recordaba y a él un joven recluta para la guardia del castillo, hijo de algún artesano. Tenía los brazos fuertes y le ponía mucho empeño, pero Aemon era más rápido y más certero, por lo que se dedicó a juguetear con él, divertido ante los inútiles esfuerzos del muchacho por acertarle algún golpe.

Tras unos instantes, un revuelo a su espalda atrajo su atención. Al darse la vuelta vio como el gigantón golpeaba con una impropia brutalidad a su hermano que se encogía desarmado en el suelo. El maestro de armas corrió cojeando hacia ellos, pero Aemon llegó de dos zancadas. Cargó con el hombro al costado de aquella enorme mole y lo apartó de Aegon. Con una furia impropia de él, le lanzó golpes y estocadas buscando los puntos débiles de aquellas protecciones que conocía como la palma de su mano. Sin más demora, el maestro de armas se interpuso entre ellos y desarmó con facilidad a ambos contendientes.

-¡Ya basta! -Gritó con sus espesas cejas formando dos arcos perfectos-. Se acabó el entrenamiento por hoy. ¡Lagáos todos!

Aemon respiró hondo y ayudó a su hermano a ponerse en pie. Por suerte las protecciones y las espadas embotadas cumplían con su función y Aegon sólo tenía algunas magulladuras y un par de futuros cardenales. Los hermanos se marcharon juntos para lavarse mientra cuchicheaban en voz baja sobre el entrenamiento de aquel día. El mayor de los gemelos levantó la vista y vio a Aceroamargo observándolos muy serio desde uno de los balcones de la estancia principal. Aemon levantó la mano para saludarlo, a lo que Aceroamargo respondió dándose la vuelta y entrando en la estancia. No cabía esperar nada más de él. Juntos, los gemelos se dirigieron al interior del castillo.