Rose Tyrell

¿Qué era lo que buscaba aquella dama entre ese laberinto de flores? Nadie podía responderlo, ni siquiera ella misma parecía poder poner en palabras lo que buscaba, era algo especial, algo fuera de lo ordinario aún en aquella belleza que la rodeaba. Las faldas de su vestido parecían detener su avance, pero como siempre nada la detuvo, nada nunca había logrado que Lady Rose se cansara de buscar, nada había logrado que aquella dama hiciera la voluntad de otros sobre la suya misma al menos no por imposición, otra cosa muy distinta era que aquella dama era feliz complaciendo a otros, demostrando que podía ser una gran mujer en aquel frenético mundo de cambios.

Rose Tyrell nunca se había detenido a pensar más de dos segundos sobre el gobierno, más bien tenía una vena altruista, disfrutaba ayudar a otros, siempre con la idea de que en algún momento ella podría necesitarlo y aquella señora con un niño en brazos en la calle, podía ser una mano para ella en el peor momento, si bien no le importaba la política, sabía que el poder no era para siempre, todos los días había alguien tratando de buscar más y podría querer arrebatárselos de las manos, también entendía que una gran lady era compasiva y dulce con otros, era por eso por lo único que mantenía aquella actitud, eso y que tener amigos le parecía mucho mejor que tener enemigos.

Se detuvo un segundo en seco, haciendo un gesto con la mano para que sus acompañantes se detuvieran, con ella siempre salían un caballero anotado a su guardia personal y dos damas, fuera a donde fuera, no iba sola, a la rosa de Altojardín le aterrorizaba la soledad. –Alto, creo que he encontrado lo que buscaba.- musitó como si la flor que acababa de encontrar fuera a alejarse de ella, era un espécimen hermoso de una rosa con pétalos lilas y rosas, los colores favoritos de su abuela. –¿Qué es eso que ha encontrado, mi lady?.- preguntó una de las jóvenes que la acompañaba, una de sus confidentes, de sus amigas del alma. –Algo especial para alguien especial.- contestó con una voz lo suficiente melodiosa como para atraer la curiosidad de aquel caballero que frunció el ceño al no entender el juego de palabras. -¿Acaso he de acompañarla luego a algún otro lado, Lady Rose?.- preguntó con una cierta incomodidad, si algo no le gustaba a aquel caballero era que lo tuvieran hasta muy tarde paseando por el pueblo como a la lady parecía gustarle. –No será necesario, el destinatario de esta rosa está en el lugar justo a donde regresaremos.- respondió con sinceridad, alzando la mano para que le pasaran las tijeras que usaría para extraer aquella rosa de entre la corona de espinas en la que se encontraba.

Algunos días no se dedicaría a pensar en metáforas con las rosas y las espinas, otros si se sentía con ánimo podía verlas por horas y compararlas consigo misma, había tantas cosas en ella que no le gustaban, como espinas, pero había otras que la sacaban adelante, que aligeraban las cosas, como las rosas, suspiró quedamente ante el recuerdo de sus tardes llenas de pensamientos entrincados y tomó las tijeras que le ofrecían. Después de tanto tiempo se había convertido en una experta para podar las flores de los jardines y ésta vez no era la excepción, sonrío ante su trabajo y lo mostro al resto. -¿Qué les parece?.- preguntó con naturalidad, a sabiendas de que le dirían la verdad. –Es magnífica, una rosa digna de una rosa.- contestó otra de las jóvenes, muchas veces le habían hecho ese juego de palabras, era la rosa que representaba a la Casa Tyrell lo que les daba pie al juego, ante esto se encogió de hombros y colocó la rosa recién podada al cuidado del caballero. –Espero que la proteja tan bien como se merece.- soltó mientras la depositaba en sus manos, él tendría algún lugar secreto para guardar su pequeño tesoro, al menos eso le podía confiar a uno de sus mejores amigos.

Si bien Rose Tyrell tenía un extraño grupo de amigos, era mucho mejor de lo que ella podía pedir, todos eran o habían sido alguna vez pupilos en Altojardín, incluso el caballero que había sido nombrado así por Lord Tyrell luego de que prometiera que estaría siempre al servicio de su hija, la flor que de verdad había que cuidar. Había demasiados secretos entre aquellas amistades que la rosa frecuentaba, ellos conocían su verdadero propósito en la vida, ellos eran sus cómplices, así como las estrellas eran las cómplices declaradas de la luna en una noche preciosa, así era su amistad, tan preciosa y única que solamente podía ser comparada con la rosa recién encontrada, una rosa que desde ese momento comenzaba a marchitarse. ¿Acaso Rose Tyrell se marchitaría alguna vez y dejaría su actitud divertida e inocente para convertirse en su antítesis? Eso, todavía estaba por verse aunque a ella no le pareciera la mejor partida del juego…