La Rebelión De Los Fuegoscuro
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Venados en el desierto [Eve Baratheon]

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Trama Venados en el desierto [Eve Baratheon]

Mensaje por Invitado Vie Sep 14, 2012 3:38 am

El suave balanceo que había mecido el barco desde Bastión de Tormentas hasta Lanza del Sol había acompañado las reflexiones de Jenna Baratheon en su viaje hacia la boda de Daenerys Targaryen y Maron Martell, en las lejanas tierras de Dorne. En las últimas lunas su vida social parecía haberse activado y ella había accedido a ello, aunque no de demasiada gana. Había acudido a la fiesta del equinoccio por consejo de Orson y ahora se dirigía hacia la calurosa y exótica Dorne en representación de su casa, ya que sus hermanos estarían enfrascados en un nuevo conflicto que azotaba Poniente. Su cuñada Eve, o “la Connington”, como ella solía llamarla para sí misma o tan sólo en presencia de Orson, la acompañaba en ese viaje para no quedar sola en Bastión y comenzar a ejercer su papel de señora de Tierra de Tormentas. No habían compartido demasiada intimidad ni mucho menos confidencias durante el trayecto, limitándose a comentar banalidades y avatares del viaje cuando coincidían juntas a la hora de comer o de cenar. Por suerte, Stefan había supuesto siempre un gran tema de conversación cuando ambas mujeres se sumergían en silencios incómodos que no sabían cómo romper. A veces Jenna tenía la sensación de estar siendo injusta con aquella mujer que a fin de cuentas no había decidido su destino, pero no podía evitar que el rencor que sentía hacia Nathan se extendiera hacia ella. En cualquier caso, el hecho de no inculcar esos sentimientos en Stefan creía que la redimía.

Cuando el barco llegó a Lanza del Sol, ambas damas pudieron constatar cómo la ciudad estaba preparándose para el gran enlace. Las calles principales estaban engalanadas y bullían con la gente que había acudido allí para ver a los príncipes en su camino hacia el lugar en el que se celebraría la ceremonia, y no sólo ricos mercaderes que buscaban clientes con los que enriquecerse sino también mendigos, prostitutas y saltimbanquis de todo tipo a los que Stefan contemplaba con ojos de admiración. Jenna pensó que quizá la vida en Bastión era demasiado apagada para un niño de seis años y a su mente regresaron las palabras de Orson hablándole de la posibilidad de que fuese enviado como escudero a otra Corte. Las damas desembarcaron escoltadas por los guardias que las habían acompañado hasta allí y enseguida Jenna tuvo que coger de la mano a Stefan para que no saliera corriendo por los muelles, impulsado por su curiosidad. - Lady Eve... ¿os importaría hacer el trayecto al Palacio Antiguo a pie para que Stefan pueda ver los espectáculos callejeros? - preguntó Jenna girando el rostro hacia su cuñada, la hermosa rubia que caminaba a su lado - ¿O estáis cansada y preferís que cojamos los caballos? -. El encargado de las caballerizas de Bastión había preparado la yegua que Ser Buckler le había regalado a Jenna cuando se casaron pero ésta la había rechazado, escogiendo otro caballo. No había montado ese animal desde que él había muerto.

Alrededor de las dos damas y el inquieto pequeño, la tripulación se afanaba en descargar el barco e ir colocando baúles y demás enseres sobre el muelle, que posteriormente serían llevados al Palacio Antiguo en carros y mulas traídos también desde Bastión. A pesar de que se acercaban días de fiestas, celebraciones y encuentros con miembros de otras casas nobles de Poniente, Jenna no podía dejar de pensar en sus hermanos. - Mandaremos un cuervo a Bastión cuando lleguemos al palacio - dictaminó, esta vez sin pedir la opinión de Eve puesto que no creía que fuese algo discutible sino lógico; cuando se cercioró de que su tono de voz quizá había rozado el autoritarismo, agregó: - Podéis a escribir a mi hermano informándole de que el viaje ha sido apacible y que ya estamos instaladas, para su tranquilidad y la de Orson... aunque no sé en qué momento podrían recibir la misiva - finalizó con un leve titubeo, pues no sabía si alguno de ellos permanecería en Bastión o si ambos acudirían a combatir al Rey Buitre. La posibilidad de que a alguno de los dos pudiese ocurrirles algo mientras ellas estaban en Dorne hacía que un nudo de angustia cerrara su garganta.
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Trama Re: Venados en el desierto [Eve Baratheon]

Mensaje por Invitado Miér Sep 19, 2012 2:14 pm

{Escucha esto, me recuerda a Dorne (?)
Los viajes no significaban otra cosa que dejar la calma del hogar, o eso era lo que pensaba Eve cada vez que dejaba la fortaleza que se aferraba fervientemente al acantilado de piedras macizas en Bastión de Tormentas, que por cierto no tenía nada de calmo. La Baratheon asociaba todo a la sensación de resguardo que existía al interior de las paredes, la protección de guardias leales, espadas que rendían fidelidad a su esposo y a todos los ciervos que habitaban el castillo, incluso a ella, que por mucho tiempo fue una extraña.

Ahora, tras finalizar el trayecto más agotador pero estimulante de esas difíciles semanas, se daba el tiempo para pensar que el viaje de Bastión a Altojardín, para luego volver a la fortaleza y embarcarse a las costas del Mar de Dorne, había sido una hazaña que no olvidaría jamás. Su cuerpo joven aun se lo permitía porque mas aun todavía no tenía hijos… y aquella palabra la había llevado a pensar en Nathan, en la última noche que pasó con él en Altojardín, en que su principal misión había comenzado siendo quedar embarazada de él pero con el paso del tiempo, las caricias, el calor del hombre que debía odiar, había aplacado su corazón, músculo que en ese momento estaba apretado y quizás demasiado compungido para ser Eve la dueña de esos sentimientos. No lo extrañaba, no deseaba tenerlo a su lado, lo único que quería era verlo vivo cabalgando hasta el Bastión mientras que ella observaba por la ventana de sus aposentos, anhelando esa noche en que lo tendría en sus brazos otra vez. Rogaba a los siete y a la madre, porque le trajera vivo a su esposo.

¿Estaba bien pensarlo de ese modo? ¿Desearlo, desear su protección otra vez? ¿Desear…?. No había nada malo con desear, de hecho ese viaje a las cálidas costas del sur le ayudaría a olvidar todos esos sentimientos que arremetían contra la decisión firme que había tomado cinco años atrás, la de hacer justicia, cosa que a veces también deseaba olvidar. De un segundo a otro la pasividad del viaje fue apagada por el anuncio del capitán, pues estaban próximos a tierra y que las tres torres de Lanza de Sol les estaban dando la bienvenida. Eve sonrió con sutileza y no fue hasta que pisaron un pie en tierra firme que la plenitud volvió a su rostro, la gente, el bullicio, los colores y la temperatura anunciaban que aquello estaba empezando, que debía dejar atrás la sensación de tristeza y unirse a su cuñada y sobrino, los cuales habían sido la única compañía real del viaje. –Por supuesto que no, Lady Jenna. Estoy segura de que a todos nos gustará…- asistió Eve, siendo acompañada por un grupo no menor de guardias que protegían a los Baratheon desde cierta distancia. Una doncella extendió un velo para que Eve pudiera protegerse del sol y otras cuatro llevaban en sus manos unos pequeños quitasoles de tela y cuentas para cubrir a las ciervas en todo momento.

Eve miró a su cuñada, aquella que se parecía tanto a Nathan que obsérvala le traía su mirada azulada a la mente y por tanto, el recuerdo de su último encuentro. Luego bajó la vista a su sobrino y sonrió, aquel niño era tan inteligente como sus tios, era un nacido de la furia y Eve a veces pensaba en silencio que sería muy protector con el hijo que ella algún día tendría. La rubia no era muy cercana físicamente, pero con el niño surgía un lado que no creía tener. Le acarició la cabeza hasta la nuca y le habló. –Stefan, me gustaría que antes de entrar al castillo me esperes, deseo darte algo que te envió Lord Nathan- miro a Jenna con cierta complicidad, intentándole decir que era algo demasiado bueno que Nathan haya pensado en Stefan, que a pesar de la frialdad del ciervo, siempre tenía a su sobrino en la mente, porque Eve sabía cuánto Nathan deseaba un hijo, solo que jamás lo había comentado.

Siguieron caminando en silencio, pues el bullicio que las acompañaba era suficiente para admirar los alrededores, sentir el calor del lugar, observar las tonalidades ocres y las miradas oscurecidas de las mujeres de esas tierras. De hecho, cuando Lady Jenna le dio a conocer su idea de enviar un cuervo a los Baratheon en Las Marcas, Eve ni siquiera reparó en el tono en que se lo dijo y que aquello parecía más una orden que una sugerencia. En realidad, ambas estaban para acompañarse, no para hacer evidente que en cinco años no habían sido capaz de formar una amistad, dadas las circunstancias de haberse conocido. Eve esperaba que el viaje pudiera ayudarlas, no sabía cómo ni cuanto se tardaría, pero tenía la confianza de que no eran tan diferentes como se creía. –Por supuesto, lo haré incluso antes de la cena de bienvenida. No debemos ser una preocupación para ellos, deben saber que estamos bien lo antes posible.- asistió con esa seguridad tan suya, que parecía ir más allá siempre, mucho más allá que sus pasos. –Lord Baratheon ha enviado una nota a Stefan, espero que no sea de su molestia, Lady Jenna- habló cuando el niño ya se había adelantando un par de pasos, totalmente extasiado con lo que veía, pero firmemente custodiado por cuatro espadas.


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Trama Re: Venados en el desierto [Eve Baratheon]

Mensaje por Invitado Dom Sep 23, 2012 3:21 am

Jenna asintió con la cabeza ante la afirmación de su cuñada a su propuesta de ir a pie. Enseguida un despliegue de doncellas y guardias atendieron a los deseos de sus señores y se extendieron en torno a ellas, las primeras procurando que el duro y seco sol de Dorne no dañase las blancas pieles de las venados mediante velos y parasoles, y los segundos aislándolas que de cualquier persona que pudiese resultarles molesta en su camino hasta el castillo en el que se alojarían, aquel que se veía a lo lejos y rodeado de recias murallas. Mientras caminaban en silencio, Jenna miró con cierta resignación todo aquello que se presentaba ante sus ojos, tan atrayente y exótico para su hijo como amenazador y desconocido para ella. Jenna no era mujer que gustase de novedades y de lo extraño, y Stefan parecía tener los gustos contrarios en ese sentido; sería un gran viajero cuando tuviese posibilidades para ello y la dama ya lo imaginaba como a Orson, vagando de un lado para otro hasta que las responsabilidades lo llamasen. La suave voz de Eve hizo que Jenna girase apenas el rostro para contemplarla; la belleza pálida y delicada de su cuñada contrastaba con los rostros oscurecidos por el sol de las mujeres de Dorne. La dama enarcó las cejas al escuchar lo que Eve tenía que decirle a Stefan, y cuando ésta la miró con complicidad y un brillo de bondad en sus ojos, Jenna tan sólo pudo corresponderla con una expresión de estupor, pues realmente le sorprendia que Nathan tuviese algo preparado para el pequeño. Stefan, obviamente mucho menos enrevesado a su corta edad, respondió con entusiasmo a su tía, prometiendo tener paciencia.

Continuaron caminando, ambas manteniendo la compostura en la que habían sido educadas como damas de Poniente, mientras Stefan se acercaba a todo o a casi todo lo que le permitían los guardias Baratheon que le custodiaban. Jenna pensó que sería imposible controlarle; Dorne era demasiado diferente a Tierra de Tormentas y en parte no le parecía bien cercenar la curiosidad del niño. Asintió con la cabeza cuando Eve aceptó enviar esos cuervos y Jenna se sintió algo injusta por el modo en que la había hablado antes; si su cuñada se había percatado de ello, desde luego había reaccionado con mucha elegancia. - ¿Una nota? – preguntó con cierta ingenuidad, aún sorprendida porque Nathan hubiese podido pensar en Stefan – Por supuesto que no me molesta – se apresuró a decir, tratando así de corregir las malas formas en que se había dirigido anteriormente a ella – No sabía nada… -. Un tono de amargura impregnó de nuevo sus palabras; por supuesto que ella no sabía nada, ¿cuántos en Bastión se molestaban en cruzar las puertas de aquellas estancias en las que solía permanecer prácticamente todo el día trabajando con sus hierbas? Tan sólo Orson. Los ojos azules de Jenna no se movieron de Stefan, que acariciaba a una especie de mono que un hombre llevaba atado con una cuerda, y continuó hablando, tratando de amenizar el trayecto que las separaba del Palacio Antiguo, donde cada una ocuparía sus aposentos y no tendrían que verse en situaciones incómodas?. – Lady Eve, ¿habéis traído vos algo de lino en vuestro equipaje? Porque hace más calor en estas tierras del que creía y apenas traje prendas frescas, creo que tendré que mandar hacer ropa nueva para Stefan a los sastres de palacio. Si hubiese escuchado a Orson… - suspiró hondamente evocando las últimas conversaciones que habían tenido en Bastión ambos hermanos - Él ya me advirtió de cómo era el clima de este lugar.

Su presencia no pasó inadvertida entre las gentes que poblaban el puerto, a pesar del enorme bullicio que parecía tener entretenidos a mercaderes y a sus posibles clientes. Muchos eran los ojos que se volvían hacia las dos mujeres de pieles blancas y ojos claros que parecían no querer la caricia del sol que reinaba en Dorne, y las riquezas de sus vestiduras no demasiado livianas despertaban la codicia en algunas de las gentes que las observaban sin perder detalle. Por unos instantes, Jenna se arrepintió de haber cedido al capricho de Stefan y su inagotable curiosidad, pues se sentía algo insegura. – Eve… - dijo aproximándose un poco a ella al tiempo que fijaba su mirada en un hombre desdentado que jugaba con un pequeño cuchillo, apoyando su hombro huesudo y desnudo en la pared mientras sonreía con las lascivia a ambas mujeres; el desagrado que Jenna sentía le hizo olvidar el tratamiento de lady que su cuñada merecía, pasando a un trato de aparente confianza aunque ella ni reparase en ello en ese momento - ¿No os sentís insegura aquí? Da la sensación de que estas gentes no respetan nada… ¿Los Martell nos aprecian? – inquirió con cierta ingenuidad; los asuntos de guerra y política eran potestad de sus hermanos, pero quizá Eve supiese algo al respecto pues a fin de cuentas, compartía el lecho con el Lord de las Tormentas.
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Trama Re: Venados en el desierto [Eve Baratheon]

Mensaje por Invitado Lun Sep 24, 2012 2:36 pm

Muchas cosas atraían la mirada de la joven regente, pero nada se comparaba a la curiosidad de su sobrino por todo lo que lo rodeaba. Ella se sentía de esa forma en aquellas tierras desconocidas, pero también era imposible ocultar la confusión que se había instalado en su corazón tras dejar Altojardín hace unas semanas, como si eso fuera más importante que los hermosos objetos que brillaban a su alrededor.

Justo en ese instante de introspección su sobrino volvió hacia ellas captando la atención de Eve e indicándoles algo fabuloso que había encontrado en el camino, a demás de animales extraños que no se veían en las Tierras de los Baratheon y que curiosamente Eve tampoco había visto hasta ese día. La señora le sonrió al niño con complicidad y a continuación, tras volver a estar en solitario con su cuñada se dio el tiempo de observarla y responder a su comentario. –En realidad yo también me he sorprendido, me lo dio cuando partí desde el Dominio al Bastión, prohibiéndome que se lo pasara antes de la llegada a Lanza de Sol- Nathan era un hombre reservado con sus asuntos y con ella aun mas, en el Bastión la única que se había ganado su confianza era Valerie y con ella pasaba la mayoría del tiempo, en teoría si Valerie hubiese asistido junto a Jenna y ella, lo más probable es que Eve jamás se hubiese enterado del presente para su sobrino.

Con aquel pensamiento no supo si sentirse afortunada porque su esposo no la involucrara en sus asuntos o rechazada, por ser una esposa incapaz de generar confianza en Nathan. Eve sabía que desde Altojardín las cosas cambiarían, no sabía si aquello le beneficiaba o no, pero tenía el presentimiento de que ya nada sería como antes. –Me pidió que fuéramos sensatas, que éstas tierras son diferentes al lugar de dónde venimos…- por un momento iba a llamar a ese lugar como ‘el hogar de ambas’, pero sintió que no venía al caso, que no deseaba incomodar a Jenna en ningún momento durante la estadía en lanza de Sol porque sabía que la presencia de Eve no le era demasiado grata y no había que ser demasiado observador para entender que la Baratheon aun no se acostumbraba a tener a la hija de un traidor en sus tierras.

Eve levantó la mirada al divisar que el castillo de los Martell se acercaba e inmediatamente introdujo su diestra a un pequeño bolsillo hecho con pliegues de tela, el cual contenía el encargo de su marido. Faltaba poco para entrar a los terrenos reales cuando escuchó a Jenna referirse al clima y los ropajes que los ciervos llevaban. –Aunque me negué en un comienzo a hacerlo, le he hecho caso a la Septa, ella me aconsejó que era prudente traer telas por si las necesitaba…- sonrió compartiendo el alivio que su cuñada sentiría. –No salgo demasiado y jamás se me habría ocurrido ese detalle- era una regente joven y aquellas cosas eran asunto de la experiencia. Su madre no había dedicado tanto tiempo en enseñarle esas cosas prácticas que una señora debía saber, quizás porque no quería demasiado a su hija o porque no tenía esperanzas de que Eve se casara un día. La Baratheon pensó en la Dondarrion, su madre que no veía desde que había dejado el Nido de grifos y quien tampoco se había pronunciado en todo ese tiempo, pues la culpaba de la muerte de su padre y todo lo malo que había pasado con su familia.

Recordar aquello la hizo olvidar a Nathan por un instante, pero también la sacó de ese momento de observación y disfrute que el recorrido hasta el castillo le provocaba, incluso no reparó en lo que pudo haber alertado a su cuñada, pues la castaña se dirigió a Eve con un recelo y preocupación que llamó la atención de la cierva. –Recuerde lo que dijo su hermano, lady Jenna. Acá la gente es diferente y no tenemos mayores problemas con los Martell… pero ya sabe que no es bueno fiarse- habló la Baratheon mientras buscaba a su sobrino más adelante, el cual estaba custodiado por las espadas que su esposo había enviado para él. Era un niño inquieto y curioso, dos cualidades que si se explotan con firmeza pueden convertirlo en el Baratheon que su esposo esperaba ver. –Stefan…- llamó la mujer luego de pasar por el umbral que los separaba de la tierra mundana y les daba la bienvenida al árido castillo de los Martell. –Acércate…- le indicó mirando a Jenna. Eve se detuvo en el camino y un número de guardias siguieron escoltando el aparataje de las ciervas, a excepción de dos espadas que se quedaron en espera de que Eve reanudara el paso junto a su sobrino. La cierva se agachó para quedar a la altura del pequeño y sacó de su bolsillo lo que su tío había enviado para él. –Toma Stefan, puedes abrirlo cuando estés en tu habitación, no antes ¿si?- le indicó la mujer.


Nota de Nathan Baratheon:
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Trama Re: Venados en el desierto [Eve Baratheon]

Mensaje por Invitado Jue Sep 27, 2012 5:06 am

Jenna prestaba atención a las palabras de Eve sin dejar de observar a la gente que las rodeaba y que posaban en ellas miradas curiosas y también codiciosas. La impudicia latente en los ojos de algunos hombres era tan evidente que la dama llegó a sonrojarse al sentirse desnuda ante aquellas miradas lascivas. Con un gesto azorado, logró apartar sus ojos de semejante descaro para posarlos sobre el rostro de Eve, cuyo perfil se recortaba contra el cielo azul de Dorne. Al contemplar su cutis fino y pálido, muy semejante al suyo, creyó entender por qué a aquellos hombres habituados a rostros morenos y ojos negros les resultaban atrayentes las mujeres como ellas. – Sensatas… - repitió Jenna con un suspiro de resignación – Está claro que esta tierra es muy diferente a la nuestra así que tendremos que llevar la prudencia por bandera al igual que el blasón de nuestra casa… Me gustaría que Stefan entendiera eso, aunque creo que tiene diplomacia de sobra… - agregó con cierto tono de sorpresa impregnado en su voz al ver al pequeño conversando con otro niño de su edad de piel oscura y revueltos cabellos azabache que le enseñaba un pequeño juguete de madera que sostenía entre sus sucios dedos. Cuando su cuñada apeló a su poca experiencia en viajes para justificar su pequeña confusión a la hora de escoger el equipaje que llevaría a Dorne, no pudo menos que sentirse en parte identificada con ella. Permaneció en silencio unos instantes; ambas tenían prácticamente la misma edad aunque sus experiencias vitales habían sido muy diferentes. Jenna había disfrutado de la tranquilidad de un segundo plano pero sin embargo Eve se veía al frente de una casa que ni siquiera era la suya… ¿Cómo se hubiese sentido Jenna si hubiese tenido que actuar como Lady Buckler? Quizá tan abrumada como lo parecía estar su cuñada, o al menos era eso lo que se adivinaba por sus palabras. Jenna se vio inusitadamente obligada a proporcionar algo de consuelo a Eve. – Con el tiempo sabréis qué hacer en cada momento. Seguir los consejos de la septa es una buena opción mientras la experiencia se erige como vuestra maestra.

Eve no parecía saber mucho más que ella en cuanto a la disposición que los Martell tenían sobre los venados y Jenna supuso que aquello era bueno. Si hubiese algún indicio de que los Baratheon no fuesen agradables a ojos de los Martell, estaba segura de que Nathan y Orson les hubiesen advertido adecuadamente o simplemente no habrían permitido que hiciesen aquel viaje solas. Jenna suspiró y se dijo a sí misma que debía relajarse y disfrutar de aquellos días en Dorne; no muchos tenían la ocasión de conocer los Siete Reinos aunque ella nunca había tenido esa necesidad. Amaba Tierras de la Tormenta, amaba Bastión y amaba a su familia, no requería nada más. Al fin llegaron al castillo de los Martell y Jenna agradeció el frescor que se sentía entre aquellos muros; la sombra que proporcionaban las paredes eran un gran consuelo después de haber caminado bajo el sol, y por los corredores y pasillos se deslizaba una brisa que a pesar de arrastrar con ella parte de la calidez del exterior, aliviaba el rostro. El sol que dominaba el blasón de los Martell se veía acá y allá y Jenna se sentía observaba, como si aquellos astros fuesen ojos que las vigilasen. Cuando escuchó la voz de Eve, abandonó aquellas reflexiones para observar a Stefan recogiendo la nota que su tía le ofrecía. El niño adoptó una actitud majestuosa impropia de su edad, asegurando que obedecería las instrucciones de Eve con voz seria, dándose importancia de una manera algo cómica. Jenna contempló la escena con cierto recelo, sintiéndose apartada en esa situación, pensando en su rencor que Nathan había hecho aquello con la intención de acercar el niño a sus intereses.

Ambas fueron recibidas por sirvientes de alta estofa, vestidos con aquellas prendas exóticas y lujosas –y en opinión de Jenna, escasas- , que las condujeron hacia los aposentos que compartirían. Al parecer y para que no se sintieran solas, habían escogido para ellas dos alcobas comunicadas a través de un amplio saloncito que podrían compartir a solas sin tener que encontrarse con más gente si así lo deseaban. La tonalidades rojas, anaranjadas y amarillas que dominaban la decoración de aquel lugar desagradó a Jenna pero entusiasmó a Stefan, quien aún sujetando contra el pecho la nota de su tío, saltaba como contagiado por la vitalidad de tanto colorido. Tras poner a disposición de las damas dos jarras de vino dorniense y un plato en el que abundaban los higos, las granadas y otros frutos que Jenna jamás había visto, los sirvientes las dejaron solas. Stefan comunicó entonces que se iría a una de las alcobas para estar a solas y leer la nota, ante lo que Jenna asintió a pesar del disgusto que le provocaba. Bajando la mirada a los exuberantes cojines de seda ornamentados con pequeñas monedas tintineantes, la dama suspiró desabrochando los primeros botones de su vestido para dejar al descubierto su cuello y aliviarse del calor. Cuando regresó la mirada a su cuñada, apenas pudo decir nada pues Stefan regresó al saloncito con gesto orgulloso y una amplia sonrisa; por el brillo que Jenna detectó en sus enormes ojos castaños, dedujo que era imposible que el contenido de la nota fuese perjudicial y se sintió más tranquila. El niño aseguró con voz marcial que él sería el encargado de que nada les ocurriese allí a su madre y a su tía - ¿Alguna vez habéis probado esas frutas? – preguntó a Eve, señalando con el dedo un violáceo higo que exudaba una pequeña gota dorada por su base.
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Trama Re: Venados en el desierto [Eve Baratheon]

Mensaje por Invitado Dom Sep 30, 2012 5:25 pm

Desde que Eve se casó con el Baratheon y comenzó su vida en Bastión de Tormentas, jamás había pensado en darle un hijo a Nathan, es más, parte de su odio hacia él se había enfocado en beber brebajes que enviaban de Nido de Grifos para no quedar embarazada de su esposo. Así había pasado el tiempo y en ese momento, tras dejar el Bastión y haber partido a Dorne junto a su cuñada y su sobrino, sobre todo con la compañía del pequeño niño, pudo darse cuenta que el instinto maternal que creyó no tener si existía, quizás no para dedicar su vida a dar a luz y criar niños, pero el deseo de tener un bulto sobre los brazos ya no parecía ser una pesadilla, sino que al contrario, el niño que tendría sería el pasaje a su salvación.

¿Como había podido ser tan ilusa? por años negándole a Nathan un hijo cuando haberlo tenido desde el comienzo la habría alejado del ciervo, le habría dado la tranquilidad de que el Baratheon no le haría daño a la madre de su hijo… Como si Nathan la hubiese maltratado alguna vez, incordiado o desatendido, si algo tenía que reconocer Eve era que su esposo a pesar de haberla obligado a contraer nupcias con él, siempre había sido un buen hombre, incluso más que un buen hombre, cuando Eve creyó que todo lo que había pasado el minuto que se conocieron hace 10 años se lo había llevado el viento, Nathan le recordaba que sus actos bien intencionados hacia ella se debían a eso.

Recordar aquello y sentir que el corazón se volvía una masa blanda cargada de debilidad, fue lo que la impulsó a olvidarlo todo y dejar de mirar a Stefan con la intensión de buscar rasgos en él que podrían parecerse a los de su futuro hijo, y de paso, ayudaba también a dejar de pensar en Nathan cuando su cuñada buscaba conversación con ella. –Ser madre debe ser una labor muy compleja sobre todo a la edad de Stefan, en que los niños parecen ser muy inquietos y curiosos…- pensó en voz alta, observando cómo su sobrino desaparecía nuevamente entre la multitud y como los guardias lo seguían con gran facilidad. Miró a Jenna tratando de intercambiar una mirada entusiasta, pero solo vio el perfil de su cuñada dejando entrever que la nostalgia estaba presente en cada momento de su vida. Eve la entendía a pesar de no haber vivido algo como eso, la muerte del hombre que amas, pero si compartía aquella mirada de desolación tras ver partir a alguien tan querido como fue Andrew en manos de Nathan. Tenía que odiar a su esposo, el culpable de la muerte de su hermano más querido…

Siguieron el trayecto hasta el castillo Martell, Eve le dio a su sobrino el encargo de su esposo y luego de dejar atrás los ceremoniosos saludos que se le hacían a cada casa Regente al ingresar a la extensión del castillo, las ciervas fueron dirigidas a los aposentos que ocuparían, comunicados por una salita de unos cuantos metros cuadrados que suplantaría a los comedores y recintos del Bastión donde Jenna y Eve compartían. No es que tuvieran una relación muy estrecha, de hecho hasta ese evento jamás había compartido un viaje con Jenna, o más allá de veinte minutos que es lo que duraban las comidas en el Bastión. El silencio de la habitación y la frescura que de pronto entró al lugar por los enormes vanos con hermosas formas abovedadas, la hizo dar cuenta de que eran desconocidas y que estar compartiendo aquel lugar era mucho pedir para ambas. La rubia se acercó a la ventana más próxima mientras que deslizaba de su pelo el pañuelo que una doncella había puesto, el calor era una sensación que detestaba sentir y con haber llegado al pequeño salón, los ánimos parecieron mejorarse. -¿Aquellas?- preguntó Eve de vuelta, volteando su cuerpo para ver lo que Jenna le mostraba. –Si las he probado, para un banquete en Desembarco del Rey el año anterior.- asistió acercándose a la mesa para tomar el fruto y ponerlo sobre un plato de losa marrón oscura y brillante, agregó además un par de frutas que si llegaban a las tierras de los Baratheon a diferencia del higo. –Se que no esperaba que yo la acompañara a Dorne ¿verdad Lady Jenna?...- comenzó diciendo mientras que avanzaba hasta tomar asiento en un sillón que tenía todas las de ser el lugar cómodo que esperaba. Puso el plato sobre sus muslos y observó a su cuñada. –Incluso me imagino que hubiese preferido a otra acompañante, como Valerie o alguien de su familia más directa…- llevó el fruto a su boca y dio una mordida discreta, solo para sentir el dulzor del fruto de forma mas directa.
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Trama Re: Venados en el desierto [Eve Baratheon]

Mensaje por Invitado Miér Oct 03, 2012 4:06 am

Alrededor de las dos mujeres flotaba un silencio denso y cálido perfumado con los mil aromas que entraban por los recovecos de las celosías de madera que cubrían las ventanas. En el pasillo, se oían las voces de los sirvientes que iban de un lado a otro preparando los aposentos del resto de invitados y se percibía la vida que poblaba aquella fortaleza. Era todo tan colorido y parecía haber una energía tan intensa en aquel lugar que Jenna llegaba a sentirse abrumada por ese lugar. Se preguntó si Eve se sentiría igual, acostumbrada como estaba ella misma a las brisas forestales, al olor del mar, a la visión de bosques y ríos, el frescor tras una tormenta… Stefan no parecía demasiado afectado; aunque se pasaba la mano por la frente de tanto en tanto, estaba demasiado interesado n explorar cada pequeño detalle de aquella habitación como para pensar en nada más. Jenna le observó mientras el pequeño subía a uno de los divanes para tomar entre sus dedos una de las monedas de cobre que colgaban de su tapicería; en ese instante, la dama escuchó la pregunta que su cuñada le formulaba, dando a entender que en aquellos momentos sus pensamientos estaban siendo muy distintos. Jenna mantuvo la mirada sobre Eve unos segundos; llevaba dos años compartiendo lecho con su hermano pero ella aún no había quedado encinta, algo que había despertado algunas habladurías. Jenna estaba convencida de que no era la naturaleza quien impedía que Nathan obtuviese un heredero de su misma sangre, sino la intervención de la mano de la hermosa mujer que tenía delante. – Es tremendamente complicado ser madre – respondió tras un hondo suspiro, mirando a su cuñada con ojos tristes aunque no era ése el sentimiento que hubiese querido expresar – Cargar sobre los hombros con la responsabilidad de formar una buena persona es una tarea difícil… Al margen de… los sentimientos que despierta – concluyó Jenna, intentando esbozar una sonrisa pero sintiendo de nuevo aquellas garras que oprimían su corazón.

Eve parecía mostrarse más locuaz o cuanto menos, más animada, cuando Jenna le preguntó por aquellos frutos violáceos y ella se apresuró a responder con amabilidad. La venado asintió con la cabeza con aire pensativo, recordando que en efecto Nathan y su esposa habían viajado el año anterior a la capital de los Siete Reinos para asistir a no recordaba qué celebración. Jenna tan sólo tenía presente que había pasado aquellos días maldiciendo por enésima vez a su hermano por abandonar Bastión para tomar parte en un banquete mientras ella languidecía en sus aposentos y Valerie y Orson trataban de recuperar la normalidad. Jenna sacudió la cabeza para dejar que sus cabellos castaños resbalasen por sus hombros tras extraer de la espesa melena la horquilla que los sujetaba; Eve tomó algunas frutas y se dispuso a dar buena cuenta de ellas y Stefan decidió imitarla, tomando algunas uvas directamente de la bandeja en la que les habían servido. El siguiente comentario de su cuñada la cogió totalmente por sorpresa. Para ocultar su estupor, tomó un cepillo de marfil y lo deslizó por sus cabellos mientras hablaba. – Lo cierto era que ni siquiera esperaba venir a Dorne – dijo encogiéndose de hombros, mientras sus ojos azules volaban hasta una de las cortinas que flotaba en el aire suavemente debido a la brisa que la mecía – Orson y yo acudimos a la fiesta del equinoccio en Antigua y estaba convencida de que seríais Nathan y vos quienes acudiesen a un evento tan importante como la boda de la princesa Targaryen – hizo una pausa que aprovechó para tomar asiento en uno de los divanes perpendiculares al asiento que había tomado Eve; de este modo no tenía que mirarla de frente en momentos algo incómodos como aquel – De hecho creo que así hubiera sido de no haber aparecido en las Marcas ese Rey Buitre -. Las palabras de Jenna actuaron como un incentivo para que Stefan saltase del diván y corriera por todo salón fingiendo que perseguía a ese revolucionario; en otra ocasión su madre le habría reñido, pero estaba demasiado sorprendida escuchando a Eve.

Eve, o la Connington, como ella solía llamarla, siempre le había parecido una mujer arrogante y orgullosa, soberbia y llena de altanería, pero aquella última afirmación mostraba todo lo contrario y Jenna no sabía cómo asimilarlo. ¿Podría ser posible que hubiese estado confundida todo ese tiempo acerca de la mujer que tenía delante, comiendo fruta con tranquilidad a pesar de que sus palabras revelaban cierta inquietud? ¿O era todo una estrategia para ganarse a Jenna y obtener más favores en Bastión de Tormentas? Respirando hondo, decidió no inclinarse aún hacia ninguna de las dos posibilidades; iban a pasar algunos días juntas, sin la compañía de nadie cercano, así que le convenía tratar de tranquilizarse. – Lo que hubiese preferido realmente sería permanecer en la tranquilidad de Bastión de Tormentas y no embarcar cuando ha transcurrido tan poco tiempo desde el viaje al Dominio – Jenna pensó que había encontrado una respuesta diplomática que además, no faltaba a la verdad – ¿Vos hubieseis elegido quedaros allí o venir con mi hermano? – inquirió enarcando las cejas, dando por hecho al igual que su cuñada que su compañía no era bien recibida. Dejando el cepillo sobre la mesa, junto a la bandeja de frutas, dijo con voz resignada: - Nosotras hemos de estar en esta tierra extraña participando en la celebración del enlace de personas a las que no conocemos mientras mis hermanos se enfrentan a los ejércitos de ese Rey Buitre… aunque supongo que no seríamos de demasiada utilidad en Bastión, al menos podríamos estar más cerca… -. Jenna pensó que quizá sus palabras habían sido crueles, habida cuenta que estaba hablando de la importancia de la cercanía familiar a una mujer que había sido arrancada del seno de la suya, pero también Eve debía comprender que ahora su familia eran los Baratheon.
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Trama Re: Venados en el desierto [Eve Baratheon]

Mensaje por Invitado Mar Oct 09, 2012 10:22 am

Asistió cuando su cuñada le habló sobre ser madre y la labor que eso conllevaba, a demás de la preocupación por otro ser que había salido de su propio vientre. Aquello la hizo pensar en la semilla que su esposo había puesto en Altojardín, la cual Eve ya sentía como propia, como si efectivamente hubiese crecido un poco durante el viaje a Dorne. Quería confiar que era así, pero también sabía que antes de tomar brebajes para impedir algún embarazo, Eve no había tenido siquiera indicios de que algo creciera en su interior, al contrario, ella era muy consciente de que no era como todas las mujeres, que estaba defectuosa.

Bajo la vista y siguió el recorrido hasta el castillo en silencio, se mantuvo así hasta llegar a la salita de los ciervos y no fue hasta que tomó asiento con un plato lleno de frutas, que se sintió en condiciones de hablar temas más íntimos con Jenna. Eve la escuchó con mucha atención y asistió tras oír en la misma frase al Rey Buitre. Dejó su plato sobre la mesa de esquina y comenzó a hablar. –Nathan es muy reacio a los eventos sociales, incluso tanto como yo…- observó los movimientos lentos de su cuñada y continuó con las palabras luego de pensar en el banquete en Desembarco que había citado minutos atrás. –Recuerdo muy bien que el banquete en la capital el año anterior, fue al único que asistimos luego de que Nathan fuera aconsejado sobre no dejar de lado las invitaciones que otros regentes le hacían… - aquel tema había sido un dolor de cabeza para su esposo, situación que ella no se enteró de la boca del ciervo pero que el Maestre le indicó con preocupación. El motivo por el cual su esposo había evitado salir de la fortaleza y relacionarse con otros regentes recaía puntualmente en que ninguno de aquellos Lores había acudido en ayuda hacia la casa Baratheon cuando ocurrió la revolución de los Grifos y eso, Nathan no lo olvidaba.

El rostro de su cuñada la hizo pensar más allá, ella no mostraba mayores sentimientos hacia la visita a Dorne y menos hacia la situación que acababa de presentarse entre ellas, esos minutos de honestidad que prácticamente no existían en Bastión de Tormentas se estaban desarrollando en una lugar lejano que posiblemente estimulaba a que ambas se vieran las caras como debía ser. Antes de eso, antes de que compartieran un barco por ocho días sin ninguno otro familiar que ayudara a evitar las conversaciones entre ellas, Eve no se había hecho ninguna idea del carácter de su cuñada, menos creía tener el poder de opinar sobre ella o su historia de vida sin siquiera conocerla en profundidad, no podía, era absolutamente impensado pues Jenna jamás le había hecho nada para pensar mal de ella. –Hubiese preferido quedarme en Bastión, la fortaleza me hace sentir segura, como en casa, a pesar de que llevo poco tiempo en ella.- asistió tras la pregunta de Jenna, luego estiró su mano y cogió un fruto de color rojizo oscuro que le pareció apetitoso a la vista. Escuchó pacientemente a su cuñada sin llevarse el fruto a los labios y luego meditó las palabras de la Baratheon hasta dar con lo que esperaba decir. –Estar aquí es lo que Nathan deseaba para nosotras, Valerie está en el Bastión y tan pronto como felicitemos a los recién casados volveremos, dilatar nuestra estadía acá nos pone en un riesgo innecesario…- Nathan lo sabía, entendía que asistir a aquel evento ayudaría a que los lazos fraternales se mantuvieran en el sur y que a demás, la presencia de las ciervas en el lugar demostrara la firmeza de la casa frente a sus compromisos, que cada pieza de los ciervos era útil y necesaria para mantener a los Baratheon tan inexpugnables como siempre.

-Aunque no lo creas Jenna, las Tierras de la Tormenta siempre han sido mi hogar, y si regir el Bastión es lo que debo hacer ahora, a pesar de no quererlo en un momento, es lo que haré sin miramientos, es lo que los dioses deseaban para mi…- se silenció de un segundo a otro, comprendiendo que había dicho más de lo que hiciese querido, pero aquello no le complicaba, mal que mal estaba frente a su cuñada, la hermana de su esposo y la mujer en que en teoría, podía confiar.
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Trama Re: Venados en el desierto [Eve Baratheon]

Mensaje por Invitado Mar Oct 16, 2012 9:26 am

Jenna clavaba la mirada en su cuñada y sentía que su gesto se agriaba conforme la escuchaba hablar y referirse a Bastión como su hogar. En un alarde de incongruencia, no le agradó oír esas palabras ni ver tanta determinación en Eve como señora del Bastión de Tormentas, pues le sugirió que aquello era lo que la mujer había estado anhelando y que quizá por eso había mostrado tan escasa resistencia a ser casada con un hombre al que no conocía y que había humillado a su familia. Se mantuvo en silencio unos instantes, observando a la mujer delante de ella, y ni siquiera movió un ápice su expresión cuando Stefan se acercó a ella para deslizar sus deditos por la espesa melena castaña de su madre. Tras los labios cerrados, Jenna apretaba los dientes conteniendo cualquier improperio que pudiese provocar un cisma aún mayor entre ambas. Debía esperar a estar de regreso en Bastión y no aguar la estancia en Lanza del Sol; aún existía la posibilidad de haber entendido mal las palabras de Eve pero algo dentro de ella, un genuino rencor que había brotado en su ser hacía dos años y tras la guerra que había sacudido Tierra de Tormentas, no le permitía mirarla sin ver en la antigua Connington pérfidas intenciones hacia los Baratheon. – Mi hermano rige Bastión de Tormentas – aclaró finalmente, poniendo en sus labios la frase más tibia que había encontrado, cuyas palabras tan sólo remarcaban una obviedad que quería sacar a relucir ante su cuñada – Vos debéis apoyarle y aconsejarle cuando os lo pida, y no dejar en evidencia a nuestra familia – Jenna hizo una pausa, sin dejar de contemplar el hermoso rostro de su cuñada y comprendiendo que eso era lo que le había salvado la vida a ella y a su familia, y por lo que Nathan la había escogido para mantener caliente su lecho.

Ella misma habría realizado aquellas funciones junto a su esposo en Puertas de Bronce cuando éste hubiese sido convertido en Lord, y el ver cumplidos sus anhelos en esa mujer le provocaba un rechazo instantáneo motivado por los celos y también por la desesperación al comprender que nunca tendría la vida que había deseado. El rencor y el resentimiento generados en el pasado regresaron a su mente golpeando con la misma fuerza con que los soldados golpeaban sus escudos antes de la batalla, y se obligó a sí misma a no convertir a Eve en el blanco de sus frustraciones, no al menos mientras estuviesen en tierra extranjera y obligadas a compartir aquellos aposentos. – Vuestra entrega a la casa Baratheon es admirable sin duda – exclamó mientras se ponía en pie de nuevo, desviando la mirada de Eve para recoger en la palma de su mano las horquillas que había extraído de sus cabellos – y espero que nunca haya motivos para dudar de vuestra lealtad, aunque sea tan sólo por manteneros sana y salva -. Las palabras de Jenna contenían un velado tono de amenaza en el que la dama reparó segundos después, pues no había sido esa su intención sino la de expresar a su cuñada que no confiaba en una auténtica lealtad por su parte. Incapaz de retractarse o de disculparse por el tono de su comentario, pestañeó un par de veces apartando la mirada de los ojos azules de su cuñada y dijo en voz baja, recuperando su tono apacible y sereno: - Si me disculpáis, voy a encargarme del baño de Stefan y a buscar ropa más liviana para él. No deja de moverse y pasará aún más calor que nosotras – añadió, tratando de usar a Stefan y la rutina que conllevaba sus cuidados como un bálsamo para aplacar la anterior hostilidad que ella misma había creado.

Mientras entre protestas y quejas Stefan se encaminaba al cuarto que compartiría con su madre –encargándose además de ocultar la nota que su tío Nathan le había hecho llegar mediante Eve-, Jenna pasó junto a su cuñada y se detuvo unos instantes a su lado, creándose un silencio algo tenso entre ambas mujeres. ¿Habría evaluado Nathan la posibilidad de aquellas situaciones cuando había decidido enviarlas a Dorne? ¿O inmerso como estaba en los problemas de Las Marcas ni siquiera lo había pensado? Fuese lo que fuese, ya no tenía remedio. – Si gustáis, podemos cenar en estas mismas estancias – dijo al fin, buscando el registro de voz más cordial que pudo hallar – Mañana tendremos tiempo y más ánimos para conocer al resto de invitados y también a la familia Martell, el viaje ha sido largo -. Y tras una inclinación de cabeza, desapareció en dirección a la alcoba que compartiría con Stefan, suspirando hondamente y batallando consigo misma una vez más.
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