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Nuevo rumbo [Libre]
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Nuevo rumbo [Libre]
El cielo, encapotado e inquieto, rugía anunciando una nueva tormenta. Se podían vislumbrar rayos serpenteantes entre las oscuras nubes. Y un viento estridente, a su vez, silbaba deslizándose por la orografía, agitando las ramas de los árboles y dificultando el trote. Pronto llovería.
Bryen Truenorrojo se alivió al atisbar a poca distancia una venta. Se encontraba un tanto apartada del camino, conectada a éste por una senda que apenas resultaba ser un par trazos de barro sobre el verde. Truenorrojo señaló la venta y miró a su escudero, Axell, que lo seguía a poca distancia montado en Dientes, el palafrén del caballero errante.
-Pasaremos aquí la noche -afirmó Bryen y el escudero no pudo más que asentir.
La venta era pequeña y sucia pero acogedora. En la sala común apenas cabían tres grandes mesas y sus respectivos bancos. Las paredes y el techo se encontraban ennegrecidos a causa del humo. Y una chimenea surtía de calor y de luz a la sala, menester para el que eran inútiles los escasos ventanucos de las paredes. En ese momento, compartían conversación y varias jarras de cervezas media docena de hombres de armas. No lucían blasón en sus jubones, ni colores que los distinguiesen. Probablemente fuesen caballeros errantes, mercenarios o bandidos. Un poco más allá, en otra de las mesas, cenaba un hermano mendicante. Y en la mesa más apartada y oscura dos misteriosos viajeros. Al entrar y echar un vistazo a la posada, Truenorrojo fue objeto de todas las miradas. Cruzó mirada con ellos. Afloró cierta hostilidad.
-Bienvenido, viajero. -le salió al encuentro un ser rollizo e hirsuto de, además, facciones porcinas. Presumiblemente el ventero-. ¿En qué puedo serviros?
-Desearía una estancia y cena para dos. Y también dos jarras de cerveza negra -contestó Truenorrojo y señaló la puerta de entrada-. Afuera espera mi escudero con dos caballos; sitio en las caballerizas y forraje para ellos.
Pasó un momento hasta que el ventero se puso en marcha. Lo necesario para observar a Bryen y comprender ante qué clase de viajero se encontraba: un hombre de armas preparado para transitar los caminos y hacer frente a los peligros derivados de las pasadas guerras. Así lo atestiguaban sus prendas: chaleco de cuero tachonado sobre el jubón, espada pendiendo de la cintura y botas de montar. En la espalda, fuera de vista, cruzando la región lumbar de lado a lado, guardaba su espada corta. Y así, tras echar el vistazo, el ventero, raudo y veloz, entró en las cocinas. Se escucharon algunos gritos y salió un mozalbete que se encargaría de las monturas. Bryen se sentó en la misma mesa que el septón. Hubo un saludo áspero y casi gutural y cruzaron miradas, analizándose el uno al otro. El presunto predicador siguió comiendo el estofado que humeaba en la mesa. Bryen también decidió ignorar al resto de comensales.
Tras dejar a recaudo del sirviente del ventero las monturas y cargar con los pertrechos de Truenorrojo y los suyos propios hasta la habitación de ambos, apareció Axell. Estaba resoplando, cansado por acarrear la ropa, armadura y demás enseres del caballero. Asimismo estaba hambriento tras un largo día de marcha.
-¿Qué hay de cenar, ser Bryen? -preguntó impaciente el mozuelo, desconocedor de la turba que allí se congregaba y deseoso de llenarse la tripa-. ¿Y cuándo llegaremos a Desembarco del Rey?
-Aquí tienen, mis señores -anunció de forma inesperada el rechoncho ventero al tiempo que dejaba dos raciones de estofado de cerdo con cebollas y patatas y dos jarras de cerveza sobre la mesa, salvando así de una severa reprimenda a Axell de parte Bryen.
Axell, hambriento como estaba, dejó el acoso al caballero para más tarde. Truenorrojo desechó amonestar al jovenzuelo y se dedicó, distraído, a cenar de manera mecánica y a observar el hipnótico baibén de las llamas de la chimenea. Aún faltaban algunos días para llegar a Desembarco del Rey y deseaba llegar de una vez. Tendría ocasión de participar en el Torneo y sobretodo, y tras la guerra, Desembarco del Rey sería una ciudad llena de oportunidades para alguien como él. Podría alcanzar la gloria que aún se le vetaba. De hacerse un nombre. De demostrar su valía, honrar la sangre que corría por su venas y defender el honor de sus amigos.
Bryen Truenorrojo se alivió al atisbar a poca distancia una venta. Se encontraba un tanto apartada del camino, conectada a éste por una senda que apenas resultaba ser un par trazos de barro sobre el verde. Truenorrojo señaló la venta y miró a su escudero, Axell, que lo seguía a poca distancia montado en Dientes, el palafrén del caballero errante.
-Pasaremos aquí la noche -afirmó Bryen y el escudero no pudo más que asentir.
La venta era pequeña y sucia pero acogedora. En la sala común apenas cabían tres grandes mesas y sus respectivos bancos. Las paredes y el techo se encontraban ennegrecidos a causa del humo. Y una chimenea surtía de calor y de luz a la sala, menester para el que eran inútiles los escasos ventanucos de las paredes. En ese momento, compartían conversación y varias jarras de cervezas media docena de hombres de armas. No lucían blasón en sus jubones, ni colores que los distinguiesen. Probablemente fuesen caballeros errantes, mercenarios o bandidos. Un poco más allá, en otra de las mesas, cenaba un hermano mendicante. Y en la mesa más apartada y oscura dos misteriosos viajeros. Al entrar y echar un vistazo a la posada, Truenorrojo fue objeto de todas las miradas. Cruzó mirada con ellos. Afloró cierta hostilidad.
-Bienvenido, viajero. -le salió al encuentro un ser rollizo e hirsuto de, además, facciones porcinas. Presumiblemente el ventero-. ¿En qué puedo serviros?
-Desearía una estancia y cena para dos. Y también dos jarras de cerveza negra -contestó Truenorrojo y señaló la puerta de entrada-. Afuera espera mi escudero con dos caballos; sitio en las caballerizas y forraje para ellos.
Pasó un momento hasta que el ventero se puso en marcha. Lo necesario para observar a Bryen y comprender ante qué clase de viajero se encontraba: un hombre de armas preparado para transitar los caminos y hacer frente a los peligros derivados de las pasadas guerras. Así lo atestiguaban sus prendas: chaleco de cuero tachonado sobre el jubón, espada pendiendo de la cintura y botas de montar. En la espalda, fuera de vista, cruzando la región lumbar de lado a lado, guardaba su espada corta. Y así, tras echar el vistazo, el ventero, raudo y veloz, entró en las cocinas. Se escucharon algunos gritos y salió un mozalbete que se encargaría de las monturas. Bryen se sentó en la misma mesa que el septón. Hubo un saludo áspero y casi gutural y cruzaron miradas, analizándose el uno al otro. El presunto predicador siguió comiendo el estofado que humeaba en la mesa. Bryen también decidió ignorar al resto de comensales.
Tras dejar a recaudo del sirviente del ventero las monturas y cargar con los pertrechos de Truenorrojo y los suyos propios hasta la habitación de ambos, apareció Axell. Estaba resoplando, cansado por acarrear la ropa, armadura y demás enseres del caballero. Asimismo estaba hambriento tras un largo día de marcha.
-¿Qué hay de cenar, ser Bryen? -preguntó impaciente el mozuelo, desconocedor de la turba que allí se congregaba y deseoso de llenarse la tripa-. ¿Y cuándo llegaremos a Desembarco del Rey?
-Aquí tienen, mis señores -anunció de forma inesperada el rechoncho ventero al tiempo que dejaba dos raciones de estofado de cerdo con cebollas y patatas y dos jarras de cerveza sobre la mesa, salvando así de una severa reprimenda a Axell de parte Bryen.
Axell, hambriento como estaba, dejó el acoso al caballero para más tarde. Truenorrojo desechó amonestar al jovenzuelo y se dedicó, distraído, a cenar de manera mecánica y a observar el hipnótico baibén de las llamas de la chimenea. Aún faltaban algunos días para llegar a Desembarco del Rey y deseaba llegar de una vez. Tendría ocasión de participar en el Torneo y sobretodo, y tras la guerra, Desembarco del Rey sería una ciudad llena de oportunidades para alguien como él. Podría alcanzar la gloria que aún se le vetaba. De hacerse un nombre. De demostrar su valía, honrar la sangre que corría por su venas y defender el honor de sus amigos.
Bryen Tormenta- Otros
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