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Chispas entre piedra y lluvia [Nathan]
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Chispas entre piedra y lluvia [Nathan]
Apenas el sol lucía sobre el mar Angosto, más allá de la Bahía de Tarth, cuando los estandartes negros y dorados de los Baratheon se elevaron en el cielo grisáceo de un amanecer fresco y ventoso que no evocaba aún la primavera que había madurado ya en Poniente. La voz de los capitanes que daban órdenes de formación al centenar de soldados que cubrirían el camino desde Bastión de Tormentas hasta Nido de Grifos sonaban en el silencio del alba y parecía recorrer las rocosas montañas que les rodeaban hasta volver en forma de un eco que se escuchaba en toda la fortaleza. Los relinchos de los caballos les acompañaban, así como algún espontáneo comentario que intercambiaron algunos hombres antes de emprender la marcha hacia el oeste, recorriendo las primeras millas de Sendahueso hasta que se desviaron hacia un paso meridional que serpenteaba entre una frondosa y brumosa pineda paralela a la costa. Las primeras horas de viaje serían fáciles y cómodas, pues no sería hasta que llegaran a las inmediaciones de Nido de Grifos que tendrían que internarse por los angostos caminos de montaña en los que la marcha debería ralentizarse. Además, el avance entre los regios y centenarios pinos era agradable al esparcir sobre la comitiva el fresco perfume de sus afiladas agujas y entre sus angulosas copas verdes los blasones Baratheon lucieron brillantes y orgullosos ante los ojos de un grupo de soñolientos leñadores que habían madrugado y avanzaban con sus hachas al hombro hacia el claro del bosque en el que cortaban y acumulaban los troncos que alimentarían las chimeneas y las hogueras de muchos hogares a la redonda. En el camino de tierra y pequeños cantos rodados que se abría paso entre los gruesos troncos de los pinos y los leñosos arbustos que creían bajo su sombra sonaban los coordinados pasos de los soldados que a pesar del ambiente relajado de la expedición, mantenían un disciplinado orden en la formación. El ruido de las pisadas de sus botas de cuero sobre las pequeñas piedras del sendero tan sólo era roto por las voces y risas de Brinna y Steffan, quienes amenizaban el viaje a base de un entretenido juego de acertijos que la reina trataba de complicar cada vez más para mantener la atención de un niño al que parecían gustar los desafíos. - ¡Tramposa! - exclamaba un indignado Steffan mientras su tía reía a carcajadas, manteniendo sus manos enguantadas en piel de cabritillo alrededor de las riendas de su caballo del color del chocolate, cuyo oscuro aspecto se suavizaba al quedar cubiertos sus cuartos traseros con la falda del vestido celeste que la reina había escogido para la visita al Nido de Grifos. Una suave capa de piel de armiño blanco cubría además sus hombros y su espalda ante las amenazantes nubes grises que se reunían sobre sus cabezas y presagiaban lluvia y esta vez había prescindido de cualquiera de sus delicados escarpines de seda para calzar unas botas de montar de brillante cuero azabache. Sus cabellos dorados caían sueltos por su espalda, aprovechando así Brinna la ausencia de una madre que insistía en la conveniencia de transmitir decencia y seriedad llevando siempre el pelo recogido, y una fina y ligera tiara de oro blanco realizada con pequeñas cornamentas entrelazadas constituían el único ornamento en su peinado. Delante de la reina y Steffan, quien montaba un caballo que su padre había criado para él y al que Jenna nunca había dirigido una sola mirada, Nathan Baratheon cabalgaba escoltado por dos de sus hombres de confianza con los que parecía intercambiar algún que otro comentario, quizá sobre las posibilidades que aquella pineda ofrecía no sólo por su madera sino también por la fauna susceptible de ser cazada que correteaba por allí o a lo mejor acerca de la conveniencia de establecer un puesto pesquero de cabotaje en aquel trecho de la Bahía de los Náufragos. De tanto en tanto, Brinna le dedicaba una mirada de soslayo sin perder la atención prestada al juego que mantenía con Steffan, secretamente admirada ante la rotunda negación de su marido a portar sobre sus cabellos rubicundos la corona de los reyes Baratheon y también halagada por su insistencia en que ella sí llevara la de las reinas de las Tormentas en su primera salida de Bastión.
El angosto camino que dificultaba el acceso a Nido de Grifos se mostraba abrupto y hostil incluso para unos caballos más que acostumbrados a moverse entre montañas pero no fue aquel un gran inconveniente para los expertos jinetes de las Tormentas, cuyo adiestramiento en la Academia Militar promovida por el propio rey se hacía evidente y también necesario en situaciones como aquella. Tan sólo la reina mostró cierto temor al titubear su caballo ante el arduo sendero de roca que parecía horadar los afilados peñascos que les rodeaban, pues frente a las amplias praderas que rodeaban Caminoarroyo y por las que Brinna solía cabalgar, aquella agreste senda formada por rocas negras cubiertas de musgo verde y blanquecinos hongos aparecía como un gran obstáculo para la joven. Fue Beren, uno de los capitanes que comandaba aquella pequeña porción de ejército, quien descabalgó de su montura para tomar las riendas del caballo de Brinna y guiarlo con decisión y suaves palabras de aliento hasta que al fin el camino se abrió a los pies de Nido de Grifos. La joven respiró aliviada exhalando un hondo suspiro al haber dejado atrás al fin aquel camino y soportó estoicamente las inofensivas burlas de Steffan, quien había mostrado una mayor serenidad ante aquella situación a pesar de que también era la primera vez que el pequeño cabalgaba fuera de los límites de Bastión de Tormentas. Aquel breve momento de distensión mientras esperaban a que los portones de fortaleza se abrieran ante la comitiva del rey vino acompañado de una fina y ligera lluvia que estalló al fin sobre sus cabezas; el niño elevó sus airadas protestas mientras trataba de cubrirse el cabello con uno de sus brazos, tratando de llamar la atención de su tía quien le ignoró inconscientemente al sentir que su garganta se cerraba y su corazón se encogía al penetrar en la fortaleza que había sido el hogar de los Connington. Si en Bastión de Tormentas se había sentido siempre como una intrusa, la sensación que tuvo mientras se detenían en el patio de armas y eran atendidos por el servicio de Nido de Grifos fue la de que cada piedra de aquel castillo la despreciaba y la odiaba. A pesar de todo, se esforzó en desprender sonrisas y palabras amables hacia cada criado que se aproximó a ella para ayudarla a bajar de su caballo o para ofrecerle cobertura ante la lluvia, pese a lo cual se apresuró a acercarse a su marido en busca de su apoyo, tomándose la libertad de enlazar su brazo en torno al de él mientras la mano libre se cerraba en torno a la de Steffan. El castellano encargado de Nido de Grifos se ocupó de guiarlos hacia un enorme salón en el que rugían cuatro regias chimeneas fabricadas en piedra gris, anunciándoles con buen ánimo que en breve tendrían el almuerzo servido y también tinas de agua caliente si así lo deseaban. Nathan le hizo algunas preguntas acerca de la gestión de la fortaleza a las que Brinna no prestó mucha atención, pues de soslayo podía percibir las suspicaces miradas de los soldados que portaban el blasón de los grifos rojos y blancos y también las de algunos sirvientes que se mostraban curiosos acerca de la reina de las Tormentas. Ante sus reacios gestos, la reina respondió con sonrisas y leves inclinaciones de cabeza en forma de saludo, y sólo cuando algunos de ellos se mostraron turbados e incluso avergonzados ante aquella reacción pudo sentirse Brinna más segura entre los muros de Nido de Grifos. También en aquel baluarte flotaba un ambiente lúgubre y pesado como las piedras de los muros pero la reina no lo acusó con intensidad pues había sido la tónica también desde que había llegado a Bastión de Tormentas y aún no había conseguido aplacar de forma contundente su innata alegría y la tendencia a la sonrisa, la broma y la actividad constante.
La comida fue abundante y los reyes y su sobrino fueron acompañados por el castellano del Nido y también por los capitanes que les habían escoltado hasta la fortaleza. La presencia del niño y de Brinna aligeró las conversaciones que surgían en torno a las perdices en escabeche, el pan con mantequilla, la morcilla con huevos y las patatas con tomillo, y la reina tuvo la ocasión de hacer gala de su buen humor y su capacidad de participar en temas acerca de política, sorprendiendo a los hombres que la rodeaban en aquella mesa con una férrea opinión en cuanto a la conveniencia de la existencia de reinos independientes y autónomos para una mejor prosperidad de los mismos. - ¿Engordar las arcas de una gran casa mediante impuestos que provocan el detrimento del resto de Poniente para una protección que, en fin, muchas veces ni siquiera es efectiva? - preguntaba de forma retórica la joven, encogiéndose de hombros de una manera tan indignada que resultaba incluso cómica - No es que los Targaryen fueran nunca demasiado atentos con sus vasallos - agregó después con un gesto sarcástico en su rostro mientras bajaba la mirada a su plato para seguir deshuesando una perdiz como si de alguno de los dragones se tratara - ¿Cómo iban a serlo con el resto de Poniente? Cada casa debe ocuparse de los suyos, no hace falta ningún rey de Poniente - finalizó su discurso con un tono incluso burlón antes de limpiar literalmente un hueso con la boca. Si aquellos hombres estaban de acuerdo o no con las enfáticas declaraciones de la reina no lo mostraron con demasiado ahínco, quizá porque ellos ya se encontraban degustando un delicioso postre a base de peras al vino que parecía endulzar hasta la dureza de los muros entre los que se encontraban y Steffan comenzó a desplegar sus exigencias en forma de insistente petición de visitar los campos de entrenamiento de los Connington. - Yo iré con él - dijo Brinna interrumpiendo así los intentos de aquellos hombres de convencer al niño de la imposibilidad de aquello, pues tras el almuerzo todos ellos se juntarían en la sala de reuniones para tratar asuntos relacionados con la gestión de Nido de Grifos y ahí Steffan no podría acompañarlos sin caer en el tedio rápidamente. Antes de que el testarudo niño pudiera quejarse, pues obviamente prefería hacer aquella visita con un caballero antes que con una dama, Brinna le tomó de la mano y tras despedirse con una suave reverencia de los hombres, abandonó aquel salón para enfilar uno de los oscuros pasillos de la fortaleza alumbrado tan sólo por un puñado de antorchas cuyas llamas se veían mal alimentadas. Una rechoncha sirvienta se cruzó en su camino y pensó en detenerla para ordenarle que añadiera más aceite a aquellas teas, sin embargo abandonó aquella idea pues aunque era la reina de las Tormentas y como tal, señora también de aquellas tierras, quizá su mandato fuera interpretado como una muestra de soberbia muy alejada de la realidad de Brinna. Tras cruzar una amplia arcada de piedra y también un pequeño patio regido por un oxidado pozo que no parecía usarse mucho a tenor de las enredaderas que crecían sobre la piedra y el arco de hierro que lo coronaba, reina y príncipe llegaron hasta lo que parecía ser un patio de armas trasero. A pesar de la lluvia o quizá porque ésta era fina y casi acariciadora, muchos soldados Connington entrenaban entre bromas y alguna que otra expresión malsonante que se elevaba por encima del rumor del agua cayendo sobre la piedra. Brinna condujo a Steffan hasta una superficie techada con tablones de madera y que resultó ofrecer una protección algo precaria puesto que alguna que otra gota furtiva se colaba entre las tablas y caía sobre los cabellos, los hombros o las manos de ambos Baratheon. El niño no pareció molesto ante aquella situación y a pesar de que llegaba hasta allí el ácido e intenso olor a excremento procedente de las caballerizas, estaba mucho más interesado en observar a los hombres afanados en pasar el tiempo tratando de mejorar su pericia en el combate.
- ¡Mira, tía, tienen dianas! - exclamó con voz aguda y emocionada, señalando unas enormes dianas dibujadas con colores que servían para afinar la puntería de tres o cuatro arqueros que parecían competir entre risas desafiantes y nimias apuestas consistentes en el pago de vino, putas o ambas cosas. - También las hay en Bastión - respondió ella observando a los soldados tensando sus arcos, prácticamente inmóviles mientras mantenían los ojos en su objetivo y no en la punta de la flecha, como quizá ella haría para calcular la trayectoria del proyectil. Esos hombres eran rudos pero no poseían una complexión fuerte como la de aquellos destinados a combatir cara a cara con la espada y el escudo, por lo que Brinna comprendió por qué era el arco una de las armas escogidas normalmente por las mujeres que gustaban de la guerra. Suspiró tratando de contener a Steffan a su lado para que no corriera a atosigar a los soldados con sus decenas de preguntas sobre el manejo de las armas y la actitud en la batalla, y pensó que quizá ella podría ser capaz de manejar el arco con cierta habilidad, pues no parecía requerir una fuerza física de la que carecía. - Lo sé, a veces tiro al arco con tío Orson... pero nuestras dianas no tienen esas líneas de colores - le explicó Steffan librándose con un rápido ademán de la sujeción de Brinna para aproximarse un poco más a los arqueros aunque manteniéndose todavía bajo los límites de la techumbre de madera, reposando contra una de las vigas que la sostenían y admirándoles con ojos brillantes, mostrando así su ilusión de ser un gran guerrero con el paso de los años. - Claro, los Baratheon no necesitan tantas pistas para acertar - respondió ella dejando ir una risa, halagando en demasía la destreza de los venados en la guerra para henchir aún más el orgullo del niño, quien se volvió a ella con una sonrisa complacida y también arrogante. - Tú no sabes tirar con el arco y eres una Baratheon - le espetó con una provocadora displicencia, como si retara a su tía a involucrarse en su familia también en ese aspecto. La reina le sonrió sesgando la mirada fingiendo que se sentía ofendida por aquel comentario, alentando así la juguetona risa del niño que se transformó de repente en una mueca de alegría al elevarse su mirada por encima del hombro de Brinna, quien se giró para comprobar que lo que había emocionado a Steffan era la aparición de Nathan, cuya reunión parecía haber sido algo más breve de lo esperado. La reina levantó una mano para llamar la atención de su marido, que parecía dirigirse hacia las caballerizas seguido por Beren y otros dos hombres, y cuando logró que sus ojos se posaran en ella le hizo reunirse con ambos, cobijados todos así bajo las tablas de madera sobre las que caía la lluvia. - Mi señor, el príncipe Steffan quiere dianas con colores en Bastión para acertar más cuando entrene con Ser Orson - le dijo mientras miraba de reojo al niño, quien se apresuró a tratar de embustera a su tía muy indignado al tiempo que ella reía, devolviéndole aquella falacia en forma de acusación y señalándola con gravedad mientras comunicaba a aquellos señores que la reina de las Tormentas no sabía tirar con el arco, con una actitud tan digna que parecía estar culpándola de alta traición. - Es cierto, jamás he tocado un arco - se exculpó ella posando su mano enguantada sobre sus senos, conteniendo la risa mientras se volvía hacia Nathan y los otros caballeros - Mis manos han estado siempre demasiado ocupadas con agujas y liras, mi señor - le dijo al rey con un teatral tono de disculpa mientras en sus ojos brillaba la diversión ante el tremendo enfado que había logrado despertar en Steffan y su posterior y vengativa defensa. Beren, siguiendo aquel juego, fingió asimismo escandalizarse ante semejante confusión y para deleite del pequeño venado exigente, le preguntó frunciendo el ceño de forma exagerada: - ¿Qué haremos entonces con la reina Baratheon, mi señor? -.
El angosto camino que dificultaba el acceso a Nido de Grifos se mostraba abrupto y hostil incluso para unos caballos más que acostumbrados a moverse entre montañas pero no fue aquel un gran inconveniente para los expertos jinetes de las Tormentas, cuyo adiestramiento en la Academia Militar promovida por el propio rey se hacía evidente y también necesario en situaciones como aquella. Tan sólo la reina mostró cierto temor al titubear su caballo ante el arduo sendero de roca que parecía horadar los afilados peñascos que les rodeaban, pues frente a las amplias praderas que rodeaban Caminoarroyo y por las que Brinna solía cabalgar, aquella agreste senda formada por rocas negras cubiertas de musgo verde y blanquecinos hongos aparecía como un gran obstáculo para la joven. Fue Beren, uno de los capitanes que comandaba aquella pequeña porción de ejército, quien descabalgó de su montura para tomar las riendas del caballo de Brinna y guiarlo con decisión y suaves palabras de aliento hasta que al fin el camino se abrió a los pies de Nido de Grifos. La joven respiró aliviada exhalando un hondo suspiro al haber dejado atrás al fin aquel camino y soportó estoicamente las inofensivas burlas de Steffan, quien había mostrado una mayor serenidad ante aquella situación a pesar de que también era la primera vez que el pequeño cabalgaba fuera de los límites de Bastión de Tormentas. Aquel breve momento de distensión mientras esperaban a que los portones de fortaleza se abrieran ante la comitiva del rey vino acompañado de una fina y ligera lluvia que estalló al fin sobre sus cabezas; el niño elevó sus airadas protestas mientras trataba de cubrirse el cabello con uno de sus brazos, tratando de llamar la atención de su tía quien le ignoró inconscientemente al sentir que su garganta se cerraba y su corazón se encogía al penetrar en la fortaleza que había sido el hogar de los Connington. Si en Bastión de Tormentas se había sentido siempre como una intrusa, la sensación que tuvo mientras se detenían en el patio de armas y eran atendidos por el servicio de Nido de Grifos fue la de que cada piedra de aquel castillo la despreciaba y la odiaba. A pesar de todo, se esforzó en desprender sonrisas y palabras amables hacia cada criado que se aproximó a ella para ayudarla a bajar de su caballo o para ofrecerle cobertura ante la lluvia, pese a lo cual se apresuró a acercarse a su marido en busca de su apoyo, tomándose la libertad de enlazar su brazo en torno al de él mientras la mano libre se cerraba en torno a la de Steffan. El castellano encargado de Nido de Grifos se ocupó de guiarlos hacia un enorme salón en el que rugían cuatro regias chimeneas fabricadas en piedra gris, anunciándoles con buen ánimo que en breve tendrían el almuerzo servido y también tinas de agua caliente si así lo deseaban. Nathan le hizo algunas preguntas acerca de la gestión de la fortaleza a las que Brinna no prestó mucha atención, pues de soslayo podía percibir las suspicaces miradas de los soldados que portaban el blasón de los grifos rojos y blancos y también las de algunos sirvientes que se mostraban curiosos acerca de la reina de las Tormentas. Ante sus reacios gestos, la reina respondió con sonrisas y leves inclinaciones de cabeza en forma de saludo, y sólo cuando algunos de ellos se mostraron turbados e incluso avergonzados ante aquella reacción pudo sentirse Brinna más segura entre los muros de Nido de Grifos. También en aquel baluarte flotaba un ambiente lúgubre y pesado como las piedras de los muros pero la reina no lo acusó con intensidad pues había sido la tónica también desde que había llegado a Bastión de Tormentas y aún no había conseguido aplacar de forma contundente su innata alegría y la tendencia a la sonrisa, la broma y la actividad constante.
La comida fue abundante y los reyes y su sobrino fueron acompañados por el castellano del Nido y también por los capitanes que les habían escoltado hasta la fortaleza. La presencia del niño y de Brinna aligeró las conversaciones que surgían en torno a las perdices en escabeche, el pan con mantequilla, la morcilla con huevos y las patatas con tomillo, y la reina tuvo la ocasión de hacer gala de su buen humor y su capacidad de participar en temas acerca de política, sorprendiendo a los hombres que la rodeaban en aquella mesa con una férrea opinión en cuanto a la conveniencia de la existencia de reinos independientes y autónomos para una mejor prosperidad de los mismos. - ¿Engordar las arcas de una gran casa mediante impuestos que provocan el detrimento del resto de Poniente para una protección que, en fin, muchas veces ni siquiera es efectiva? - preguntaba de forma retórica la joven, encogiéndose de hombros de una manera tan indignada que resultaba incluso cómica - No es que los Targaryen fueran nunca demasiado atentos con sus vasallos - agregó después con un gesto sarcástico en su rostro mientras bajaba la mirada a su plato para seguir deshuesando una perdiz como si de alguno de los dragones se tratara - ¿Cómo iban a serlo con el resto de Poniente? Cada casa debe ocuparse de los suyos, no hace falta ningún rey de Poniente - finalizó su discurso con un tono incluso burlón antes de limpiar literalmente un hueso con la boca. Si aquellos hombres estaban de acuerdo o no con las enfáticas declaraciones de la reina no lo mostraron con demasiado ahínco, quizá porque ellos ya se encontraban degustando un delicioso postre a base de peras al vino que parecía endulzar hasta la dureza de los muros entre los que se encontraban y Steffan comenzó a desplegar sus exigencias en forma de insistente petición de visitar los campos de entrenamiento de los Connington. - Yo iré con él - dijo Brinna interrumpiendo así los intentos de aquellos hombres de convencer al niño de la imposibilidad de aquello, pues tras el almuerzo todos ellos se juntarían en la sala de reuniones para tratar asuntos relacionados con la gestión de Nido de Grifos y ahí Steffan no podría acompañarlos sin caer en el tedio rápidamente. Antes de que el testarudo niño pudiera quejarse, pues obviamente prefería hacer aquella visita con un caballero antes que con una dama, Brinna le tomó de la mano y tras despedirse con una suave reverencia de los hombres, abandonó aquel salón para enfilar uno de los oscuros pasillos de la fortaleza alumbrado tan sólo por un puñado de antorchas cuyas llamas se veían mal alimentadas. Una rechoncha sirvienta se cruzó en su camino y pensó en detenerla para ordenarle que añadiera más aceite a aquellas teas, sin embargo abandonó aquella idea pues aunque era la reina de las Tormentas y como tal, señora también de aquellas tierras, quizá su mandato fuera interpretado como una muestra de soberbia muy alejada de la realidad de Brinna. Tras cruzar una amplia arcada de piedra y también un pequeño patio regido por un oxidado pozo que no parecía usarse mucho a tenor de las enredaderas que crecían sobre la piedra y el arco de hierro que lo coronaba, reina y príncipe llegaron hasta lo que parecía ser un patio de armas trasero. A pesar de la lluvia o quizá porque ésta era fina y casi acariciadora, muchos soldados Connington entrenaban entre bromas y alguna que otra expresión malsonante que se elevaba por encima del rumor del agua cayendo sobre la piedra. Brinna condujo a Steffan hasta una superficie techada con tablones de madera y que resultó ofrecer una protección algo precaria puesto que alguna que otra gota furtiva se colaba entre las tablas y caía sobre los cabellos, los hombros o las manos de ambos Baratheon. El niño no pareció molesto ante aquella situación y a pesar de que llegaba hasta allí el ácido e intenso olor a excremento procedente de las caballerizas, estaba mucho más interesado en observar a los hombres afanados en pasar el tiempo tratando de mejorar su pericia en el combate.
- ¡Mira, tía, tienen dianas! - exclamó con voz aguda y emocionada, señalando unas enormes dianas dibujadas con colores que servían para afinar la puntería de tres o cuatro arqueros que parecían competir entre risas desafiantes y nimias apuestas consistentes en el pago de vino, putas o ambas cosas. - También las hay en Bastión - respondió ella observando a los soldados tensando sus arcos, prácticamente inmóviles mientras mantenían los ojos en su objetivo y no en la punta de la flecha, como quizá ella haría para calcular la trayectoria del proyectil. Esos hombres eran rudos pero no poseían una complexión fuerte como la de aquellos destinados a combatir cara a cara con la espada y el escudo, por lo que Brinna comprendió por qué era el arco una de las armas escogidas normalmente por las mujeres que gustaban de la guerra. Suspiró tratando de contener a Steffan a su lado para que no corriera a atosigar a los soldados con sus decenas de preguntas sobre el manejo de las armas y la actitud en la batalla, y pensó que quizá ella podría ser capaz de manejar el arco con cierta habilidad, pues no parecía requerir una fuerza física de la que carecía. - Lo sé, a veces tiro al arco con tío Orson... pero nuestras dianas no tienen esas líneas de colores - le explicó Steffan librándose con un rápido ademán de la sujeción de Brinna para aproximarse un poco más a los arqueros aunque manteniéndose todavía bajo los límites de la techumbre de madera, reposando contra una de las vigas que la sostenían y admirándoles con ojos brillantes, mostrando así su ilusión de ser un gran guerrero con el paso de los años. - Claro, los Baratheon no necesitan tantas pistas para acertar - respondió ella dejando ir una risa, halagando en demasía la destreza de los venados en la guerra para henchir aún más el orgullo del niño, quien se volvió a ella con una sonrisa complacida y también arrogante. - Tú no sabes tirar con el arco y eres una Baratheon - le espetó con una provocadora displicencia, como si retara a su tía a involucrarse en su familia también en ese aspecto. La reina le sonrió sesgando la mirada fingiendo que se sentía ofendida por aquel comentario, alentando así la juguetona risa del niño que se transformó de repente en una mueca de alegría al elevarse su mirada por encima del hombro de Brinna, quien se giró para comprobar que lo que había emocionado a Steffan era la aparición de Nathan, cuya reunión parecía haber sido algo más breve de lo esperado. La reina levantó una mano para llamar la atención de su marido, que parecía dirigirse hacia las caballerizas seguido por Beren y otros dos hombres, y cuando logró que sus ojos se posaran en ella le hizo reunirse con ambos, cobijados todos así bajo las tablas de madera sobre las que caía la lluvia. - Mi señor, el príncipe Steffan quiere dianas con colores en Bastión para acertar más cuando entrene con Ser Orson - le dijo mientras miraba de reojo al niño, quien se apresuró a tratar de embustera a su tía muy indignado al tiempo que ella reía, devolviéndole aquella falacia en forma de acusación y señalándola con gravedad mientras comunicaba a aquellos señores que la reina de las Tormentas no sabía tirar con el arco, con una actitud tan digna que parecía estar culpándola de alta traición. - Es cierto, jamás he tocado un arco - se exculpó ella posando su mano enguantada sobre sus senos, conteniendo la risa mientras se volvía hacia Nathan y los otros caballeros - Mis manos han estado siempre demasiado ocupadas con agujas y liras, mi señor - le dijo al rey con un teatral tono de disculpa mientras en sus ojos brillaba la diversión ante el tremendo enfado que había logrado despertar en Steffan y su posterior y vengativa defensa. Beren, siguiendo aquel juego, fingió asimismo escandalizarse ante semejante confusión y para deleite del pequeño venado exigente, le preguntó frunciendo el ceño de forma exagerada: - ¿Qué haremos entonces con la reina Baratheon, mi señor? -.
Brinna Baratheon
Re: Chispas entre piedra y lluvia [Nathan]
-¿Deberías cabalgar con ellos, nosotros harás mucho más aquí que en la retaguarda si algo pasara- Nathan había el viaje hacía el nido en la vanguardia de la formación que llevaba a la familia del regente hasta las que un día fueron las tierras de los Connington, pero aquello no estaba siendo tan bien visto por aquel que durante los últimos meses más que como una espada juramentada se había transformado en una especie de consejero, aunque uno muy particular pues más que cualquier otro tema el que más parecía importarle era el estado emocional del que ahora era el rey de la tormenta -No sé trata de hacer mucho o poco, nadie sabe que esta vez viaja lo que queda de mi familia conmigo, si alguien pretendiera atacar me buscarían a mí, Beren y Kefren ya tiene órdenes de tomar un tercio de los hombres y regresar a bastión sin mirar atrás si algo pasara en el camino- hasta ese momento todo lo que Nathan había hecho era dar explicaciones que no parecían entrelazarse entre ellas, sin embargo fue sólo en ese momento en el cual revelo a su hombre de confianza el porqué no compartía la totalidad del viaje con su esposa y sobrino. A pesar de que la tierra de la tormenta parecía haberse sumido en un letargo durante los últimos meses, la confianza natural que había demostrado Nathan en el paso ahora por momentos rondaba en la paranoia, cada vez que se desplazaba de un lugar a otro o lo hacía algún miembro de su familia, tendía a preocuparse por horas de analizar cada detalle del posible viaje, los caminos que cruzaría y los puntos críticos de aquella ruta… hasta ahora al único que no había sido capaz de someter a esos cuidados era a Orson… por lo mismo aquel viaje que iba a ser en un comienzo sólo una rutina, había terminado siendo un largamente planificado viaje, pues aunque a los ojos de Brinna y Steffan, lo que ocurría era una falta de atención del rey hacia ellos, la verdad era que el objeto de sus preocupaciones eran ellos exclusivamente. -Ya veo, por eso la Armadura negra y la capa amarilla y todo estos detalles. Que preocupado su majestad, yo que pensaba que sólo se había arreglado para su reina- Como siempre Almeric en los momentos de tranquilidad y en donde él mismo evaluaba que no había peligro alguno, terminaba arruinando todo con alguna broma o alguna tontería de aquellas que a él le parecían graciosas, y aunque Nathan las solía agradecer pues distendían el ambiente, no le agradaba para nada cuando aquello ocurría tan cerca de Brinna. -Que guapa reina, cuando me canse de ser una espada jurada buscare una esposa en tus nuevas tierras… y por cierto, he estado pensando, te he salvado tanto el cuello que cuando tengas un hijo debería llamarlo Almeric- siguió jugando pesar de las miradas disconformes que le dedicaba el regente, aunque después de unos cuantos minutos esas mismas miradas se transformaron en algunas risas que cruzo con él, de cierta forma a sus espadas juradas, a aquellos que él mismo había hecho llamar “jinetes del rayo”, siempre les había agradecido algo respecto a sus esposas, las habían apoyado sin criticas, Theon siempre había demostrado afecto por Eve y ahora no mostraba critica alguna hacía Brinna, y por otra parte Beren y Almeric, que eran sus más cercanos, siempre se mostraban a favor de ella, ya fuera dedicando buenas palabras o incitando al rey a prestar más atención a su joven esposa en estos tiempos de paz.
El camino seguía su curso normal en las cercanías de la ruta algunas pequeñas villas de campesinos se alzaban y generaban algunas detenciones obligadas para Nathan quien había hecho de aquella costumbre, siempre había algún hombre que hacía las veces de líder y deseaba hablar con el rey en nombre de su comunidad, en primeras ocasiones Nathan había decidido no detener su marcha y derivarlos hacia el nido del grifo en donde les daría audiencia a todo aquel que algo necesitara. Sin embargo luego de una clara ocasión en que desde la muchedumbre se había alzado un grito en que resaltaba que para los poblados de bastión de tormentas si se detenía y para los del nido no lo hacía, Nathan había decidido hacerlo también pues no quería generar ahora una revuelta campesina en las tierras de los Connington, sin embargo las quejas solían ser siempre las mismas, o mejor dicho los veladas quejas pues nadie se atrevía nunca a soltar todo de forma directa y la verdad era comprensible, sin importar como fuera la queja Nathan sabía que él era un caso excepcional al aceptar hablar con ellos, otros reyes que habían existido en poniente a duras penas aceptaban hablar con sus vasallos nobles, mucho menos con un pequeño líder local de una tierra olvidada en el gran mapa que era poniente, y de todos modos la queja siempre era uno “los impuestos”, el tributo era algo que según los campesinos les ahogaba y no les permitía vivir, todo alimentado con el vivo recuerdo de que hace sólo meses las tierras de la tormenta habían peleado su guerra siguiendo su discurso de libertad y tiempos mejores… pero para suerte de todos y en especial de Nathan esta vez tenía noticias y no sólo promesas, aunque como siempre respondió con diplomacia y buenas palabras, los primeros en enterarse debían ser sus vasallos, los señores de las tierras de lo que estaba por venir para tierra de tormentas. Pero salvo algunas detenciones sin mucho contra tiempo el viaje fue normal, algo más lento por la dificultad que suponía la cantidad de hombres que se movilizaba y el hacerlo con algunas personas del sequito de Brinna y Steffan que no estaba acostumbrados a esa clase de cabalgaduras, sin embargo nada entorpeció el viaje de los reyes de la tormenta, ni siquiera el clima tan frecuente de aquellas tierras.
La llegada al nido fue todo protocolar en esta ocasión, el nido del grifo se había engalanado con los estandartes de los Baratheon, pues aunque Nathan se había negado a reclamar aquellas tierras del todo con su nombre, no era un secreto que era el propio Lord Baratheon quien regía esas tierras como una extensión de bastión de tormentas, a algunos aquello les agradaba a otros no tanto, pero Nathan consideraba que aún era lo mejor, mejor que sólo fuera considerado el guardián del nido por ahora y no transformar al nido en el hogar de una casa cadete… al menos por ahora. A pesar de que por momento la incomodidad de algunas de las criadas del nido (principalmente las mujeres) por la presencia de una reina que no fuera Eve, todos velaron mantener las apariencias frente a la joven reina pues el carácter de Nathan en el nido era más reconocido por su brutalidad a la hora de tomar aquella fortaleza ya dos veces por la fuerza y por el trato cordial que solía tener con los criados de bastión que prácticamente lo habían visto crecer.
Para suerte de todos la cena llegó pronto, con ello el ambiente de tensión desapareció un poco, el castellano era un hombre de confianza y los capitanes del nido también, algunos se habían negado a pelear al lado de Jared en la última rebelión aludiendo que no volverían a cometer el mismo error dos veces y se habían pasado al bando de Nathan antes de finalizada la guerra, otros eran hombres de armas y caballeros de Nathan que habían ganado esa posición producto de su lealtad, por ende se desprendía que en aquella mesa sólo había gente de confianza y los habituales. Fue cuando la conversación se torno más amena que Nathan decidió anunciar algo al castellano del nido. -Trae los pergaminos- solicitó Nathan a un joven criado que estaba cerca de la puerta, quien no dudo en coger una bandeja de plata con una serie de pergaminos enrollados que comenzó a entregar a todos los presentes en la mesa, sorprendentemente para algunos incluso entrego una copia para Brinna. -Leedlos- solicitó Nathan haciendo que cada uno de los presentes leyera por su propia cuenta y a su propio ritmo el pergamino.
- Spoiler:
Desde el día 15 del sexto mes, del año 190. Yo, Nathan Baratheon, Señor de Bastión de Tormentas, Rey da la Tierra de la tormenta y el Bosque Real.
[justify]Declaro por medio del presente la Abolición del tributo al que eran sometidos los señores de Tierras de la Tormenta para el pago de tributos a los Targaryen. Hoy, gracias a nuestra fuerza y el sacrificio de nuestros hombres y mujeres, la tierra de la tormenta es una tierra independiente y libre de cualquier opresión extranjera. La independencia la han ganado todos los señores Vasallos que participaron en esta guerra y por ende todos gozaremos del logro y los beneficios obtenidos por nuestra independencia.
Este tributo será remplazado sólo por el aporte a la academia de guerra de tierra de la tormenta, pero dicho aporte sólo representa un 25% del anterior tributo que cada casa pagaba a los Targaryen. Este tributo será beneficio para todos y cada uno de los señores que se podrá beneficiar de dicha edificación, el 75% restante cada señor podrá decidir lo que es mejor para sus tierras, pues cada señor conoce las necesidades de su casa y de aquellos a los que le ha jurado protección.
Adjunto también a este decreto que cada casa Vasalla de tierra de tormentas, tendrá el derecho a roturar, 5 nuevas hectáreas, para ser trabajadas y que estas sirvan como estimulo para que cada señor pueda hacer llegar a sus tierras nuevas familias, que encuentren en tormenta nuevas oportunidades lejanas al robo y al pillaje.
Nathan Baratheon
Señor de Bastión de Tormentas
Rey de la Tierra de la Tormenta y El Bosque Real
Nathan aguardo unos momentos en silencio esperando a que todos dieran una clara señal de que habían terminado de leer, y cuando así fue solicitó la opinión de los presentes en especial la del castellano, sin embargo la primera en hablar fue su esposa, la cual de inmediato dejo ver una clara y elaborado opinión acerca de las intenciones de su esposo en reducir los impuesto de la tierra de la tormenta, lo cual de alguna forma sorprendió a algunos de los presentes pues Brinna tenía aquella imagen de ser sólo una niña, pero ahora demostraba que también tenía una opinión y una historia tras ella pues no dudo en nombrar a los Targaryen mientras que otros muchas veces evitaban incluso nombrarlos… esta misma acción lejos de molestar a Nathan por su intromisión en la conversación que algunos consideran de señores, dibujo un ligera sonrisa en el rostro de Nathan quien sólo respondió con una ligera reverencia hacia ella cuando termino de hablar, agradeciendo así su comentario [color=#585858]-Lo que ha dicho mi esposa, yo no soy un Targaryen, no daré la espalda a mis vasallos mucho menos a aquellos que me han apoyado en mis luchas…-[color] siguió Nathan las palabras de su esposa, sin embargo una nueva intromisión vino esta vez de parte de Steffan quien no estaba acostumbrado a aquellas reuniones mucho menos a aquellas conversaciones, y aunque un día tenía que aprender a hacerlo en esta ocasión Nathan no dudo en consentir sus deseos en especial porque Brinna se ofrecía a hacerle compañía -Esta bien, cuida de tu tía, Steffan- Dijo Nathan en tono amable, un tono promovido una aquella nueva sensación que le había provocado Brinna, cuando ambos dieron la espalda a los hombres, Nathan hizo una ligera seña a dos de los guardias en la habitación para que los siguieran encargando a ellos la custodia de los dos Baratheon.
-Lo que dice vuestra esposa es lo correcto Lord Baratheon, vuestra decisión es sabía ayudara a mantener contento a vuestro pueblo, es importante que os vean como una mejora respecto a los Targaryen- Dijo el castellano cuando ya sólo quedaban hombres en aquella sala, alabando de cierta forma a ambos señores de la tierra de la tormenta, y aunque para Nathan aquello ya era una decisión que estaba tomada pues el mensaje también había sido enviado ya a todos los señores de tierra de la tormenta, era importante para Nathan recibir las primeras palabras de aliento por la medida que había tomado -Lo sé, y será de ese modo… y comenzaremos por bastión y el nido, es de mi interés particular que los campesinos, no se bajaran sus impuestos, pero si todo lo que nido compre a la villas y granjas locales, será mejor pagado de lo que había sido hasta ahora, necesitamos aumentar nuestro flujo de oro y esta será la mejor forma- Si bien Nathan no sabía muy bien cómo explicar todo aquellos que estaba en su cabeza, si estaba completamente consciente de sus pensamientos y sabía que era la mejor decisión que podía haber tomado, aquello no sólo llevaría mas ingresos a las familias del nido, sino que permitiría a los Baratheon manejar de mejor forma los flujos de dinero y el nivel de beneficio que entregarían, psicológicamente era mucho más fácil pagar menos que aumentar un impuesto -Habéis aprendido bien de los Lord Athys Arryn, joven Nathan- continuo tratando de halagar el hombre a su ahora rey, pero Nathan sólo respondió con sonrisas y gestos amables, y luego de unos quince minutos más dio por finalizada la cena pidiendo a Almeric, Beren y Kefren que lo acompañaran al despacho que antes fue de Jared para analizar las mejoras en la defensa del nido.
-El nido es una gran fortaleza, casi imposible de tomar por aquellos que no la conocen, pero nosotros la hemos tomado ya dos veces y jared la conoce, tenemos que mejorar las defensas del nido- Comentaba Nathan mientras caminaba por los pasillos rumbo al despacho a sus espadas juradas, sin embargo dicha conversación fue interrumpida repentinamente por la visión de su esposa intentado llamar su atención en el campo de tiro de los Connington. -Ven conmigo Beren, ustedes dos sigan, ya los alcanzare- indicó Nathan quien curiosamente no dudo en apartarse por unos minutos de sus deberes, pues finalmente estando las los personas que más le preocupaban en el nido y no bastión, podía extender el viaje más si era necesario, así que camino hasta ellos mientras podía ver el rostro lleno de ilusión de Stefan, el niño era el más feliz con el viaje y aquella sonrisa que por momentos parecía el destino quería borrar del todo del niño, seguía floreciendo por pequeños detalles -¿dianas de colores? Son más que nada para competencias, a Orson no le gustan, ya ves como es él para esas cosas de torneos y eso… pero veremos qué puedo hacer por ti- le dijo cuando ya estuvo junto a ellos poniendo una mano sobre su cabeza. Al venado no lo extrañaba para nada que todos parecieran interesados en el tiro con arco, los Connington tenían fama de grandes arqueros lo mismo que sus tropas y al parecer eso no había cambiado, pero Nathan siempre omitía cualquier tipo de comentario de ese tipo pues no quería encender recuerdos sobre su viejo señor en aquellos hombros, por lo que sabía Jared no había sido un mal señor para sus tierras, pero lo había traicionado a él por segunda vez y Nathan no podía permitir que existiera una tercera oportunidad. Steffan se mostro conforme con la respuesta que él le daba mientras seguía molestando su tía aludiendo que ella no sabía disparar el arco, cosa que no le extrañaba a Nathan pues no imaginaba a Brinna en aquellos menesteres, pero alentado por su sobrino y el ambiente “festivo” que los rodeaba -Un arco compuesto y un guante para Lady Baratheon- pidió Nathan sin preguntar nada a Brinna, de hecho sólo se mantuvo tranquilo ante la mirada sorprendida de Steffan y por cierto también la de Brinna, los tres se mantuviera cubiertos a pesar de que la lluvia afortunadamente comenzaba a declinar, sólo Nathan rompió el silencio cuando Beren regreso con un elegante guante de arquería y un arco compuesto que entrego a Nathan antes de alejarse unos pasos dando espacio a los Baratheon para continuar con su pequeña reunión familiar. -Los Baratheon siempre sabemos usar algún arma, por lo que sé nadie te ha visto emplear una en bastión, Brinna… ¿quieres aprender?- le pregunto extendiendo el guante de cuero negro a su esposa mientras él sostenía el arco con la otra mano sin dejar de mirarla los ojos, todo bajo la atenta mirada de Steffan que daba pequeños saltitos alrededor de ellos emocionado por ver a Brinna usar un arma y probablemente también satisfecho por poder realizar una pequeña venganza contra su tía que seguro fracasaría en su intento si aceptaba -Sé que quizás está alejado de tus enseñanzas, pero ahora eres una Baratheon y eres reina necesitas saber defenderte- le continuo argumentando siempre en un tono amable bastante familiar y poco frecuente entre ambos.
-Lo que dice vuestra esposa es lo correcto Lord Baratheon, vuestra decisión es sabía ayudara a mantener contento a vuestro pueblo, es importante que os vean como una mejora respecto a los Targaryen- Dijo el castellano cuando ya sólo quedaban hombres en aquella sala, alabando de cierta forma a ambos señores de la tierra de la tormenta, y aunque para Nathan aquello ya era una decisión que estaba tomada pues el mensaje también había sido enviado ya a todos los señores de tierra de la tormenta, era importante para Nathan recibir las primeras palabras de aliento por la medida que había tomado -Lo sé, y será de ese modo… y comenzaremos por bastión y el nido, es de mi interés particular que los campesinos, no se bajaran sus impuestos, pero si todo lo que nido compre a la villas y granjas locales, será mejor pagado de lo que había sido hasta ahora, necesitamos aumentar nuestro flujo de oro y esta será la mejor forma- Si bien Nathan no sabía muy bien cómo explicar todo aquellos que estaba en su cabeza, si estaba completamente consciente de sus pensamientos y sabía que era la mejor decisión que podía haber tomado, aquello no sólo llevaría mas ingresos a las familias del nido, sino que permitiría a los Baratheon manejar de mejor forma los flujos de dinero y el nivel de beneficio que entregarían, psicológicamente era mucho más fácil pagar menos que aumentar un impuesto -Habéis aprendido bien de los Lord Athys Arryn, joven Nathan- continuo tratando de halagar el hombre a su ahora rey, pero Nathan sólo respondió con sonrisas y gestos amables, y luego de unos quince minutos más dio por finalizada la cena pidiendo a Almeric, Beren y Kefren que lo acompañaran al despacho que antes fue de Jared para analizar las mejoras en la defensa del nido.
-El nido es una gran fortaleza, casi imposible de tomar por aquellos que no la conocen, pero nosotros la hemos tomado ya dos veces y jared la conoce, tenemos que mejorar las defensas del nido- Comentaba Nathan mientras caminaba por los pasillos rumbo al despacho a sus espadas juradas, sin embargo dicha conversación fue interrumpida repentinamente por la visión de su esposa intentado llamar su atención en el campo de tiro de los Connington. -Ven conmigo Beren, ustedes dos sigan, ya los alcanzare- indicó Nathan quien curiosamente no dudo en apartarse por unos minutos de sus deberes, pues finalmente estando las los personas que más le preocupaban en el nido y no bastión, podía extender el viaje más si era necesario, así que camino hasta ellos mientras podía ver el rostro lleno de ilusión de Stefan, el niño era el más feliz con el viaje y aquella sonrisa que por momentos parecía el destino quería borrar del todo del niño, seguía floreciendo por pequeños detalles -¿dianas de colores? Son más que nada para competencias, a Orson no le gustan, ya ves como es él para esas cosas de torneos y eso… pero veremos qué puedo hacer por ti- le dijo cuando ya estuvo junto a ellos poniendo una mano sobre su cabeza. Al venado no lo extrañaba para nada que todos parecieran interesados en el tiro con arco, los Connington tenían fama de grandes arqueros lo mismo que sus tropas y al parecer eso no había cambiado, pero Nathan siempre omitía cualquier tipo de comentario de ese tipo pues no quería encender recuerdos sobre su viejo señor en aquellos hombros, por lo que sabía Jared no había sido un mal señor para sus tierras, pero lo había traicionado a él por segunda vez y Nathan no podía permitir que existiera una tercera oportunidad. Steffan se mostro conforme con la respuesta que él le daba mientras seguía molestando su tía aludiendo que ella no sabía disparar el arco, cosa que no le extrañaba a Nathan pues no imaginaba a Brinna en aquellos menesteres, pero alentado por su sobrino y el ambiente “festivo” que los rodeaba -Un arco compuesto y un guante para Lady Baratheon- pidió Nathan sin preguntar nada a Brinna, de hecho sólo se mantuvo tranquilo ante la mirada sorprendida de Steffan y por cierto también la de Brinna, los tres se mantuviera cubiertos a pesar de que la lluvia afortunadamente comenzaba a declinar, sólo Nathan rompió el silencio cuando Beren regreso con un elegante guante de arquería y un arco compuesto que entrego a Nathan antes de alejarse unos pasos dando espacio a los Baratheon para continuar con su pequeña reunión familiar. -Los Baratheon siempre sabemos usar algún arma, por lo que sé nadie te ha visto emplear una en bastión, Brinna… ¿quieres aprender?- le pregunto extendiendo el guante de cuero negro a su esposa mientras él sostenía el arco con la otra mano sin dejar de mirarla los ojos, todo bajo la atenta mirada de Steffan que daba pequeños saltitos alrededor de ellos emocionado por ver a Brinna usar un arma y probablemente también satisfecho por poder realizar una pequeña venganza contra su tía que seguro fracasaría en su intento si aceptaba -Sé que quizás está alejado de tus enseñanzas, pero ahora eres una Baratheon y eres reina necesitas saber defenderte- le continuo argumentando siempre en un tono amable bastante familiar y poco frecuente entre ambos.
Nathan Baratheon- Nobleza
Re: Chispas entre piedra y lluvia [Nathan]
Algunas gotas de agua resbalaban por los oscuros cabellos de Steffan, cayendo en sus mejillas y en la punta de su nariz mientras sonreía complacido ante las atenciones que le prestaban los adultos y dirigiendo una maliciosa mirada a Brinna, creyéndola en un apuro del que seguro la joven no sabría salir. La respuesta a la pregunta que Beren había formulado con el mismo tono que hubiera usado la vieja Walda en alguna de las regañinas con las que no dudaba en reprender incluso al propio rey de la Tormenta vino ofrecida no por el pequeño príncipe, sino por Nathan, quien pidió con tono tranquilo un arco y un guante de tiro. Steffan dibujó una elocuente expresión de sorpresa en el rostro convirtiendo su boca en una “o” perfecta mientras miraba a Nathan y después, presa de la emoción, se abalanzó sobre Brinna aferrándose a sus faldas y mirándola con una sonrisa emocionada. La joven reina posó una mano sobre sus cabellos para revolverlos, intentando no perder el equilibrio por el ímpetu con el que el niño se había lanzado hacia ella, mostrándose también asombrada por la reacción de Nathan a las provocaciones de Steffan. - Mi señor, tan sólo son juegos... - dijo ella bajando un poco la voz y casi en un tono de disculpa, temiendo quizá que Nathan interpretara que Brinna había empleado al niño para canalizar un deseo que no se había atrevido a expresar. Steffan escuchó sus palabras y estalló en una sucesión de risas burlonas sin dejar de apoyarse sobre las piernas de su tía, echando la cabeza hacia atrás y mostrando el hueco que uno de sus dientes de leche había dejado en su boca. - ¡No te atreves! - exclamó desafiante, sujetándose en el vestido de Brinna para no caer hacia atrás, sin preocuparse ninguno de los dos de si la seda se estaba arrugando en demasía o no. Beren, cumplidor y con una expresión divertida en sus endurecidos rasgos de soldado, llegó de nuevo junto a los venados portando aquello que Nathan le había pedido. Escuchando sus palabras, la reina tomó el guante azabache que su marido le entregaba, observándolo cuidadosamente y también con algo de curiosidad desprendiéndose de su guante de cabritilla antes de ponerse aquella pieza de cuero, puesto que no se trataba de una prenda convencional al constar de una ancha tira de pellejo pulido con cubrimiento para tan sólo los tres dedos con los que debería tensar la cuerda del arco. - Nunca vi a ninguna de las mujeres de mi familia usar un arma, mi señor - respondió sosteniéndole la mirada con una mezcla de emoción y quizá con una timidez inusitada en ella ante aquella diferencia entre ambas familias; no se planteó siquiera negar la oportunidad que Nathan le estaba ofreciendo mientras Steffan saltaba alrededor de ambos como si así desahogara su impaciencia ante la probabilidad de ver a Brinna usar el arco - Claro que me gustaría aprender, precisamente porque está muy alejado de todo lo que se me ha inculcado en Caminoarroyo - añadió mientras su sonrisa se ensanchaba, acercándose en su expresividad a la del niño que trataba de alcanzar el arco que aún sostenía Nathan - Quiero involucrarme en todo lo que signifique ser reina de las Tormentas más allá de portar esta corona - afirmó elevando sus dedos envueltos en cuero negro y dando un pequeño toque a la tiara de oro blanco que reposaba en sus cabellos. “Incluso pertenecer a una familia que parece perseguida por la muerte”, pensó para sus adentros sin que aquella funesta reflexión se manifestara a través de sus ojos azules, pues en aquel instante en que Nathan se dirigía a ella con una amabilidad y un agrado que iban más allá de la fría cordialidad con que solía tratarla no tenía la menor intención de mencionar nada que pudiera empañar su ilusión ante aquel cambio. Con cierta osadía, tomó el arco que sostenía el rey entre sus manos, sintiendo en la palma descubierta de su mano derecha la calidad de la madera de asta de cabra con que estaba fabricada la parte interior de aquel arma. No pesaba demasiado, pero aún así Brinna se sintió extrañamente fuerte al cerrar sus dedos en torno a un objeto diseñado para matar a otras personas. La sensación al sujetar aquel arco era desde luego muy diferente a la de sostener una aguja de hueso o una lira de concha de tortuga, y lo sopesó en su mano sin apartar sus ojos de Nathan.
Beren se dirigió presto hacia dos soldados que practicaban en la diana más cercana a aquel techado de madera que les protegía, indicándoles con autoridad que debían dejarla libre para el uso de los reyes Baratheon. Cuando los jóvenes se volvieron hacia ellos, Brinna les mostró una amplia sonrisa de agradecimiento, ocultando la culpabilidad que sentía al sentirse como una niña caprichosa aun a sabiendas de que no era así, y elevó la mano enguantada en cabritillo para dedicarles un saludo que ellos correspondieron con extrañas sonrisas, quizá al no esperar una reacción humilde en la joven reina. - Tienen más dianas - exclamó Steffan con practicidad, como si hubiera advertido la preocupación de Brinna, encogiéndose de hombros y dando aquel asunto por finalizado mientras se giraba de nuevo hacia sus tíos; señalando con malicia a Brinna, le dijo guiñando un ojo: - Espero que no te dispares a tí misma -. La reina rió sorprendida por aquel comentario tan atrevido y le propinó un suave pellizco en el hombro que arrancó un exagerado quejido en el niño. Brinna entregó de nuevo el arco a Nathan con la familiar ligereza que era habitual en ella, alejada de actos y gestos excesivos en gravedad y dignidad si no se le requería, y tras abrir el broche de plata con forma de venado que cerraba en su cuello la larga capa de armiño blanco con que se cubría, le entregó la prenda a Beren con la confianza con que trataba a aquellos que eran más cercanos a los Baratheon. Se estremeció en el momento en que decidió prescindir del abrigo que le proporcionaba la capa, pero eligió la comodidad en sus movimientos antes que la protección ante el frío, confiando también en la fortaleza de su salud de hierro y el progresivo amaine de la fina lluvia que castigaba con insistencia Nido de Grifos aquella tarde. - Lo intentaré yo sola - exclamó ante los hombres mientras, ya arco en mano, avanzaba con largos pasos sobre el terreno embarrado en el que practicaban otros soldados, quienes le dirigieron miradas de soslayo al verla avanzar con su vestido celeste sobre el fango de aquel descuidado patio de armas como una flor de lobelia que surge en el lodo llamando la atención entre el cuero redurecido y el metal que dominaba el espacio. Steffan permaneció con el resto de los hombres bajo el techo de madera, mostrándose más arrogante que aquellos que lo escoltaban a sus espaldas mientras contemplaba a su envalentonada tía moverse como si supiera lo que estaba haciendo. Tras tomar una flecha que descansaba en el suelo, Brinna fijó la mirada en la diana de colores cuya madera se oscurecía al mojarse con la lluvia mientras empuñaba el arco ante ella, extendiendo el brazo con el que lo sostenía tal como había visto hacer a los hombres que allí entrenaban. Apostó uno de sus pies ante ella, asomando la encenagada punta de su bota de montar bajo la seda azul de su vestido, mancillado en su parte inferior por el barro y la lluvia, y también irguió la espalda al tiempo que colocaba la flecha en la cuerda del arco. Sus anteriores movimientos, elegantes y bien dispuestos, quedaron empañados entonces cuando no fue capaz de ajustar la hendidura de la parte trasera de la flecha en la tensa cuerda, haciéndola caer al suelo para deleite de Steffan, quien rompió a reír divertido ante la situación. Brinna se inclinó para recoger la flecha antes de que cualquiera de los hombres que la rodeaban pudiera hacerlo por ella, y le sacó la lengua a su atrevido sobrino, reprimiendo un gesto que solía usar en Caminoarroyo cuando ningún adulto responsable la observaba y que consistía en mostrar el dedo medio. La inconveniencia de usar aquello ante Nathan y el resto de hombres era demasiado evidente como para que la joven reina se atreviera a ello, así que decidió volver la mirada a su diana, esbozando una sonrisa divertida como si no se percatara de que la lluvia empezaba a mojar sus cabellos y a calar su vestido.
Logró esta vez que la flecha se sostuviera en la cuerda y no dudó en envolverla con los tres dedos enfundados en cuero negro, no sin cierta dificultad al ser aquel guante demasiado grande para su mano y siendo un obstáculo la holgura de la prenda en sus dedos. No se dejó vencer por aquel leve impedimento y tiró hacia atrás de la cuerda, percibiendo la tensión del arco mientras éste se doblaba hacia atrás y sorprendiéndose Brinna al cerciorarse de la fuerza que había que emplear hasta que la punta de la flecha rozó la madera del arco. Por unos instantes temió que cuando abriera los dedos, la flecha le golpeara el rostro tal como había sugerido Steffan, pero ya era demasiado tarde para corregir su postura y el brazo flexionado que tensaba la cuerda comenzaba a temblar ligeramente. Contuvo el aire, llevando sus ojos de la punta de la flecha con restos de barro hasta la diana de colores, en concreto hacia el punto rojo de su centro, y soltó cuerda y flecha cerrando los ojos en el último momento. Suspiró aliviada al no sentir el latigazo de la cuerda en su mejilla y se apresuró a abrir los ojos de nuevo, avanzando un par de pasos hacia la diana en busca de la flecha que había lanzado. No la halló clavada en la madera sino en uno de los sacos de arena que reposaban tras la linea de dianas y apoyados contra el muro de piedra, y que a tenor de los múltiples agujeros que presentaban tenían la finalidad de acoger flechas perdidas para evitar que se rompieran contra la pared de roca. - ¡Fallaste! - exclamó Steffan echando a correr hacia ella y salpicándose de barro, pasando de largo de la reina para acercarse al saco de arena y señalar la flecha clavada en él, mirando a Nathan y Beren con expresión jocosa - ¡Ni se acercó un poco! - les gritó desde aquel lugar, recuperando después la flecha y regresando junto a la resignada Brinna, cuyos cabellos dorados se habían convertido en oro viejo al mojarse con la lluvia. - Mejor que te enseñe el tío Nathan - le dijo al llevar junto a ella con el tono de un anciano que da consejos. La reina le miró enarcando una ceja con expresión divertida y recogiendo el bajo de su vestido para no pisarlo, volvió junto al rey y el leal Beren, ladeando la cabeza y sonriendo de forma encantadora mientras decía: - ¿Me enseñaréis, mi señor? Es más difícil de lo que pensaba y de milagro no he matado a nadie - añadió con una risa mientras retiraba de su rostro algunos cabellos mojados que se habían pegado a su mejilla - Os compensaría vuestras lecciones con una clase magistral de bordado pero me temo que no es de vuestro interés - agregó de forma festiva, relajada y divertida como hacía tiempo que no se sentía, dedicando una mirada brillante a su marido en cuyos cabellos brillaba alguna furtiva gota de lluvia que había escapado entre los tablones de madera del tejado bajo el que se resguardaba - Tengo más que aprender de vos que vos de mí, así que prometo ser una excelente alumna llena de paciencia... - garantizó bajo la atenta mirada de Nathan, Beren y el inquieto Steffan, que mascullaba entre dientes sus protestas ante tanta charla y tan pocas clases de arco. Brinna, pasando por algo sus caprichosas quejas, se acercó un poco más a Nathan creando entre ambos un súbito clima confidencial para añadir en voz baja: - Si mi septa en Caminoarroyo escuchara lo que acabo de decir, me golpearía las manos con una escuadra de madera por mentir de forma tan descarada -. Rubricó aquella confesión con una risa y volvió a alejarse de su marido para regresar sobre sus pasos ante la diana que parecía provocarla unas cuantas varas más allá, esperando que Nathan la siguiera para recibir su primera lección.
Beren se dirigió presto hacia dos soldados que practicaban en la diana más cercana a aquel techado de madera que les protegía, indicándoles con autoridad que debían dejarla libre para el uso de los reyes Baratheon. Cuando los jóvenes se volvieron hacia ellos, Brinna les mostró una amplia sonrisa de agradecimiento, ocultando la culpabilidad que sentía al sentirse como una niña caprichosa aun a sabiendas de que no era así, y elevó la mano enguantada en cabritillo para dedicarles un saludo que ellos correspondieron con extrañas sonrisas, quizá al no esperar una reacción humilde en la joven reina. - Tienen más dianas - exclamó Steffan con practicidad, como si hubiera advertido la preocupación de Brinna, encogiéndose de hombros y dando aquel asunto por finalizado mientras se giraba de nuevo hacia sus tíos; señalando con malicia a Brinna, le dijo guiñando un ojo: - Espero que no te dispares a tí misma -. La reina rió sorprendida por aquel comentario tan atrevido y le propinó un suave pellizco en el hombro que arrancó un exagerado quejido en el niño. Brinna entregó de nuevo el arco a Nathan con la familiar ligereza que era habitual en ella, alejada de actos y gestos excesivos en gravedad y dignidad si no se le requería, y tras abrir el broche de plata con forma de venado que cerraba en su cuello la larga capa de armiño blanco con que se cubría, le entregó la prenda a Beren con la confianza con que trataba a aquellos que eran más cercanos a los Baratheon. Se estremeció en el momento en que decidió prescindir del abrigo que le proporcionaba la capa, pero eligió la comodidad en sus movimientos antes que la protección ante el frío, confiando también en la fortaleza de su salud de hierro y el progresivo amaine de la fina lluvia que castigaba con insistencia Nido de Grifos aquella tarde. - Lo intentaré yo sola - exclamó ante los hombres mientras, ya arco en mano, avanzaba con largos pasos sobre el terreno embarrado en el que practicaban otros soldados, quienes le dirigieron miradas de soslayo al verla avanzar con su vestido celeste sobre el fango de aquel descuidado patio de armas como una flor de lobelia que surge en el lodo llamando la atención entre el cuero redurecido y el metal que dominaba el espacio. Steffan permaneció con el resto de los hombres bajo el techo de madera, mostrándose más arrogante que aquellos que lo escoltaban a sus espaldas mientras contemplaba a su envalentonada tía moverse como si supiera lo que estaba haciendo. Tras tomar una flecha que descansaba en el suelo, Brinna fijó la mirada en la diana de colores cuya madera se oscurecía al mojarse con la lluvia mientras empuñaba el arco ante ella, extendiendo el brazo con el que lo sostenía tal como había visto hacer a los hombres que allí entrenaban. Apostó uno de sus pies ante ella, asomando la encenagada punta de su bota de montar bajo la seda azul de su vestido, mancillado en su parte inferior por el barro y la lluvia, y también irguió la espalda al tiempo que colocaba la flecha en la cuerda del arco. Sus anteriores movimientos, elegantes y bien dispuestos, quedaron empañados entonces cuando no fue capaz de ajustar la hendidura de la parte trasera de la flecha en la tensa cuerda, haciéndola caer al suelo para deleite de Steffan, quien rompió a reír divertido ante la situación. Brinna se inclinó para recoger la flecha antes de que cualquiera de los hombres que la rodeaban pudiera hacerlo por ella, y le sacó la lengua a su atrevido sobrino, reprimiendo un gesto que solía usar en Caminoarroyo cuando ningún adulto responsable la observaba y que consistía en mostrar el dedo medio. La inconveniencia de usar aquello ante Nathan y el resto de hombres era demasiado evidente como para que la joven reina se atreviera a ello, así que decidió volver la mirada a su diana, esbozando una sonrisa divertida como si no se percatara de que la lluvia empezaba a mojar sus cabellos y a calar su vestido.
Logró esta vez que la flecha se sostuviera en la cuerda y no dudó en envolverla con los tres dedos enfundados en cuero negro, no sin cierta dificultad al ser aquel guante demasiado grande para su mano y siendo un obstáculo la holgura de la prenda en sus dedos. No se dejó vencer por aquel leve impedimento y tiró hacia atrás de la cuerda, percibiendo la tensión del arco mientras éste se doblaba hacia atrás y sorprendiéndose Brinna al cerciorarse de la fuerza que había que emplear hasta que la punta de la flecha rozó la madera del arco. Por unos instantes temió que cuando abriera los dedos, la flecha le golpeara el rostro tal como había sugerido Steffan, pero ya era demasiado tarde para corregir su postura y el brazo flexionado que tensaba la cuerda comenzaba a temblar ligeramente. Contuvo el aire, llevando sus ojos de la punta de la flecha con restos de barro hasta la diana de colores, en concreto hacia el punto rojo de su centro, y soltó cuerda y flecha cerrando los ojos en el último momento. Suspiró aliviada al no sentir el latigazo de la cuerda en su mejilla y se apresuró a abrir los ojos de nuevo, avanzando un par de pasos hacia la diana en busca de la flecha que había lanzado. No la halló clavada en la madera sino en uno de los sacos de arena que reposaban tras la linea de dianas y apoyados contra el muro de piedra, y que a tenor de los múltiples agujeros que presentaban tenían la finalidad de acoger flechas perdidas para evitar que se rompieran contra la pared de roca. - ¡Fallaste! - exclamó Steffan echando a correr hacia ella y salpicándose de barro, pasando de largo de la reina para acercarse al saco de arena y señalar la flecha clavada en él, mirando a Nathan y Beren con expresión jocosa - ¡Ni se acercó un poco! - les gritó desde aquel lugar, recuperando después la flecha y regresando junto a la resignada Brinna, cuyos cabellos dorados se habían convertido en oro viejo al mojarse con la lluvia. - Mejor que te enseñe el tío Nathan - le dijo al llevar junto a ella con el tono de un anciano que da consejos. La reina le miró enarcando una ceja con expresión divertida y recogiendo el bajo de su vestido para no pisarlo, volvió junto al rey y el leal Beren, ladeando la cabeza y sonriendo de forma encantadora mientras decía: - ¿Me enseñaréis, mi señor? Es más difícil de lo que pensaba y de milagro no he matado a nadie - añadió con una risa mientras retiraba de su rostro algunos cabellos mojados que se habían pegado a su mejilla - Os compensaría vuestras lecciones con una clase magistral de bordado pero me temo que no es de vuestro interés - agregó de forma festiva, relajada y divertida como hacía tiempo que no se sentía, dedicando una mirada brillante a su marido en cuyos cabellos brillaba alguna furtiva gota de lluvia que había escapado entre los tablones de madera del tejado bajo el que se resguardaba - Tengo más que aprender de vos que vos de mí, así que prometo ser una excelente alumna llena de paciencia... - garantizó bajo la atenta mirada de Nathan, Beren y el inquieto Steffan, que mascullaba entre dientes sus protestas ante tanta charla y tan pocas clases de arco. Brinna, pasando por algo sus caprichosas quejas, se acercó un poco más a Nathan creando entre ambos un súbito clima confidencial para añadir en voz baja: - Si mi septa en Caminoarroyo escuchara lo que acabo de decir, me golpearía las manos con una escuadra de madera por mentir de forma tan descarada -. Rubricó aquella confesión con una risa y volvió a alejarse de su marido para regresar sobre sus pasos ante la diana que parecía provocarla unas cuantas varas más allá, esperando que Nathan la siguiera para recibir su primera lección.
Brinna Baratheon
Re: Chispas entre piedra y lluvia [Nathan]
Después de la “pelea” del día anterior, después de muchas veces prometiéndose que intentaría que las cosas cambiaran al menos un poco, aquel era el primer día en que Nathan era 100% consciente de donde estaba parado, y no eran los recuerdos ni planes de guerra los que dominaban su mente, por unos segundos mientras observaba a Brinna y Steffan en el campo de tiro pensó que quizás todo lo que había sido necesario para aquello era salir de bastión de tormentas donde en la familiaridad que le había permitido a la gente todos se sentían con el derecho de recordarle a su esposa muerta. Además, aquella escena traía a su mente por primera vez un recuerdo que si le era grato, su propio heredero, pero en aquel minuto había mucho espacio para pensamientos ni sueños pues Steffan parecía empeñado en mostrar su superioridad con las armas frente a su tía, al menos eso era lo que dejaba ver pues el venado creía ver también un intento de apoyarla y hacerla sentirse natural frente a aquella incómoda situación, y es que nadie podía negar que era una situación particular ella era una reina ahora y sólo hombres se dedicaban a obsérvala como si ella fuera el espectáculo después de comer, sin embargo ella seguía dando particulares muestras de una mujer digna de ser respetada pues a los ojos del rey no parecía asustada ni mucho menos avergonzada por el contrario parecía decidida y así lo confirmaron sus palabras cuando dirigiéndose a él hablo de la corona de oro blanco que coronaban sus dorados cabellos. -Pues entonces cumple tus deseos y transfórmate en una reina que no necesite una corona, no es simple, pero si lo haces la corona que llevas en tus cabellos en el futuro no será más que un adorno como los anillos en tus manos o el colgante en tu cuello, pues nadie necesitara una corona para saber que eres la reina de estas tierras-, curiosamente Nathan hablaba en un tono tranquilo y familiar como si los malos entendidos entre ellos nunca se hubiera dando y aquel viaje no fuera otra cosa que un viaje bien planificado por ambos por mucho tiempo. No hubo más que aquellas palabras pues Nathan tampoco era un hombre demasiado demostrativo, o al menos había dejado de serlo hace muchos años atrás, cuando los sueños de caballería y torneos habían dado lugar a las responsabilidades de heredero y posteriormente de señor de esas tierras azotadas por la tormenta.
Mientras Nathan observaba a su esposa alejarse aceptando el desafío que se le había planteado, también pudo ver como Beren rápidamente solicitaba a los soldados que se alejaran un poco dando espacio a los reyes de la tormenta. Había sido una buena decisión designar a Beren al cuidado de Brinna, había sido así desde que la habían acompañado al cruzar el rodeo, cuando la entregaron a Nathan como esposa y se había mantenido al cuidado de Brinna en todas su salidas salvo durante la guerra pues Nathan también sabía de las habilidades de la espada jurada y lo había sacado de bastión… Además Beren, con edad similar a la de Nathan siempre se había mostrado empática con la joven reina, pero a la vez sumamente respetuoso. Cuando todos se hubieron apartado Brinna de alguna forma volvió a hacer gala de su particularidad, de aquello que la diferenciaba a la gente de la tormenta cuando con un gesto sencillo agradeció a hombres que aunque no lo hubieran deseado estaban destinados a obedecer los deseos de los reyes de la tormenta, además con el mismo orgullo con el que miraba el desplante de Brinna, observaba a Steffan quien ya había dejado ese intento de mostrarse superior por gestos amables que intentaban confortarla aún más para darle tranquilidad en sus ya anunciado intento en solitario. Todos guardaron silencio mientras observaban a Brinna, parecía que sabía lo que estaba haciendo, un pie delante del otro, su espalda recta, hasta ese punto parecía ser la postura más indicada para hacer un tiro aceptable al menos, pero finalmente sostuvo la cuerva por muy poco tiempo… lo que siguió al lanzamiento fueron las risas del pequeño Baratheon, incluso en un comienzo en el rostro de Nathan se dibujo una sonrisa pero pronto la cambio pues notaba que Brinna se giraba para hablarle a él.
Nathan la escucho hablar con semblante serio a pesar de sus palabras y aunque era mucha la gracia que le provocaba lo que ella decía no sonrió simplemente se mantuvo son sus ojos clavados en los de ella hasta que termino de hablar -Pues ahora eres una reina, nadie te golpearía de todos modos- fue todo lo que le dijo antes de dar un paso al frente mientras se quitaba los guantes que cubrían sus manos y comenzar a caminar junto a ella bajo la lluvia que parecía jugar con ellos con constantes aumentos y bajas en su intensidad [color=#585858]-Es la primera vez que disparas lo has hecho bien dentro de todo, al menos la flecha ha volado- le volvió a hablar cuando estuvo ya a sólo unos pasos de ellos y la lluvia ayudaba a que aquella conversación fuera solo para ambos y por momentos para Steffan quien parecía debatirse entre acercarse o alejarse de la pareja de reyes. Pero en esta ocasión las cosas no quedaron en simples palabras pues con una indicación de su mano le pidió que avanzaran una vez más hasta el punto en que ella había estado anteriormente, no le decía mucho sólo pensaba en la mejor forma de explicarle y que todo no fuera un real fracaso pues la lluvia en realidad estaba resultando desagradable en especial para alguien como Nathan quien nunca había sido un real amante de la arquería -Sólo has fallado porque no fuiste capaz de acertar a la diana, nosotros no prácticamente para torneos o demostraciones el único objetivo es acertar a tu enemigo y tu enemigo no es un punto rojo es mucho más que eso, por eso en bastión no usamos colores- le dijo mientras seguía caminando esta vez con ella quieta y el caminando hasta colocarse justo a su espalda y pegando su cuerpo al de ella para poder pasar sus brazos por el costado y poder sostener la mano de ella que sostenía el arco. Por un segundo Nathan dudo en continuar pues noto que esa era la primera vez en que ambos estaban tan cerca en público, pero finalmente opto por continuar, fue ahí cuando su mano libre busco primero los mechones de cabello que cubrían su oído para despegarlo y acercarse suficiente a ella para hablar más bajo -Soltaste la flecha demasiado pronto…- le comentó casi en un susurro mientras extendía su mano y de inmediato uno de los soldados que estaba cerca le acerco un carcaj para que el pudiera tomar una flecha [color=#585858]-Un pie adelante y la espalda Recta…- le volvió a instruir mientras era el quien movía sus brazos haciendo que la flecha se posicionara en la cuerva para luego quedar frente a ambos, el rostro de Nathan prácticamente descansaba en sus hombros mientras le hablaba muy bajo y la vista de él se mantenía fija en su objetivo que ahora era marcado por la posición del arco -Hasta aquí habías hecho todo bien, el resto sólo fueron los problemas de la primera vez…- su mano izquierda estrecho la de ella entorno al arco ejerciendo una leve presión en el arma y en su mano, pero a diferencia de cuando lo hizo sola el arco no temblaba y es que aunque Nathan también se sentía un poco turbado por la situación mantenía su respiración tranquila e intentaba apuntar con naturalidad, en especial cuando su mano derecha sostuvo con más vigor la de ella y tenso la cuerda con dos de sus dedos hasta dejarla casi a la altura de sus hombros -Debes sostener el arco con fuerza, te acostumbraras si sigues practicando, tu pulso no debe temblar porque la flecha no volara hacia donde quieres, además debes tomarte tu tiempo apuntar, respirar y sólo cuando estés segura… soltar- después de aquella última palabra soltó la cuerda y la flecha voló hasta ensartarse dos líneas más lejos del punto central que marcaba la diana, a pesar de que el lanzamiento había terminado Nathan no se separo de ella por unos momentos y antes de hacerlo sólo dijo -Lo has hecho bien- dicho aquello dio dos pasos hacia atrás distanciando su cuerpo del de ella sintiendo un repentino golpe frio que le indicaba que su cuerpo ya había abandonado la seguridad que le proponía el cálido cuerpo de su esposa -Si no me equivoco cuando lanzaste sola cerraste los ojos, no debes hacerlo, es lamentable pero recuerda que un arco es un arma no un juguete, está hecho para lastimar, si no puedes dispararlo con la convicción de que quieres lastimar a quien le disparas, no pasaras nunca de ser sólo una participante de torneos- aquello ultimo ya lo dijo en un tono un poco más alto lo suficiente como para que su sobrino también escuchara y comprendiera que los arcos no eran un juego, sobre todo el pequeño Steffan que aún tenía muchos años por vivir y muchos torneos en los que participar representando a su casa y su propio orgullo.
El Nuevo momento entre los reyes de la tormenta fue roto por unos aplausos provenientes desde la zona cubierta por el techo, para ese momento y sin que Nathan se diera cuenta su guardia había regresado y ahora el publico que presenciaba aquella escena no era sólo el niño, Beren y los soldados que practicaban en el campo de tiro, sino que se les había unido Kefren y Almeric que no habían dudado en aplaudir exageradamente el lanzamiento de la pareja de reyes, pero Aunque Nathan sabía muy bien que aquello le significaría más de alguna broma en el futuro se mantuvo cerca de su reina y le entregó una nueva flecha para que lo intentara una vez más ahora en solitario -Inténtalo una vez más, sólo una vez más y regresa a la fortaleza, te enfermaras- le dijo con autoridad pero a la vez con un tono lo suficientemente amable como para que sus instrucciones no fueran mal tomadas por la joven mujer. -¡Pero Tío! Yo también quiero practicar, somos Baratheon, estamos acostumbrados a la lluvia- intervino Steffan quien se había mantenido en silencio durante los últimos minutos, si bien se había divertido también quería lanzar y para ellos estaba dispuesto a apalear al orgullo de su casa, sin embargo no encontró una respuesta positiva en los ojos de su tío quien de inmediato corto cualquier ilusión de aquello -Sé que somos Baratheon, pero tú también regresaras al castillo, te bañaras y te secaras, si lo haces cuando deje de llover Almeric te llevara a montar ¿Recuerdas que me dijiste que querías hacer lo que escuchaste que venía a hacer la espada?- le preguntó de inmediato Nathan para convencerlo y además ya era un tema hablado, durante el viaje había hablado con Almeric de que su falta de cuidado le costaría inventarse una muy buena historia para Steffan a quien no tenía pensado si quiera introducirlo aún el mundo al que Almeric se había referido Almeric en Bastión de tormentas. -Tu puedes Brinna- le dijo Nathan a su reina antes de volver a alejarse de ella dejándola sola como el centro de atención a la espera de su próximo disparo mientras él tomaba de los hombros a Steffan y caminaba junto a él hasta la zona techada donde Kefren de inmediato se quito su capa para cubrir al pequeño heredero de la tormenta.
-¿Por qué siempre haces eso y te resulta?- pregunto de inmediato Almeric mientras observaban como Brinna se preparaba para disparar el arco una vez más -No sé a qué te refieres- respondió Nathan mientras le dicaba una quedada mirada a su espada juramentada quien parecía no tener deseos de esperar si quiera unas cuantas horas antes de comenzar a cargarlo por lo que había visto sólo unos minutos atrás -Ya sabes, campo de entrenamiento, mujer hermosa, tu muy cerca de ella ¿No te recuerda a nadie?- le volvió a preguntar divertido evocando recuerdos del pasado en la intimidad que le ofrecía el hecho de que los otros tres presentes estaban centrados en el lanzamiento de la reina de la tormenta -Te insisto, no sé de que hablas- le volvió a decir Nathan pero esta vez con una sonrisa de superioridad de que de alguna forma incluso reconforto a la espada juramentada de los Baratheon quien sabía aquel gesto era casi un recuerdo olvidado -Ahora eres rey es más fácil perderte quien sabe dónde, sólo procura esta vez no dejarme con ningún estúpido en la cocina- le comentó Almeric justo al tiempo en que el silencio era roto por aplausos mucho más francos dedicados al mejorado lanzamiento de Brinna que ahora si bien no había dado en el centro e incluso lo había hecho más lejos que Nathan, si había logrado golpear la Diana provocando los vítores de Steffan y los aplausos de las otras dos espadas juramentadas.
Nathan dio un paso adelante quitando de la manos de Beren la capa de su reina y camino hacía ella que aún estaba de espalda a ellos, quizás analizando lo que acababa de hacer -Lo has hecho muy bien- le dijo mientras ponía su capa sobre sus hombros para cubrirla de una lluvia que lejos de detenerse parecía volverse aún más fuerte.
Nathan Baratheon- Nobleza
Re: Chispas entre piedra y lluvia [Nathan]
Cuando Brinna se giró, su rostro rubicundo mostraba una amplia sonrisa de satisfacción al comprobar que Nathan la había seguido bajo la lluvia hasta posicionarse junto a ella frente a la diana que aparecía como un desafío ante la reina inexperta en las lides de la guerra. Bajo el techado de madera, Steffan aparecía inquieto y sin apartar sus ojos de ambos, sabiendo de alguna manera que debía permitirles ese momento a solas aun en una situación tan peculiar e inesperada como aquella. Similares pensamientos debían ocupar las mentes de Beren, Almeric y el resto de caballeros que solían rodear al rey en calidad de consejeros pero también de amigos, pues ninguno de ellos amagó siquiera el acercarse a la pareja para ofrecerles algún tipo de protección contra la ligera pero persistente llovizna que calaba a los reyes de las Tormentas. Haciendo honor al título que ambos portaban, ni Nathan ni Brinna parecían molestos por la lluvia que caía sobre ellos ni tampoco prestaron especial atención a un trueno ahogado que retumbó en la lejanía, sobre las montañas que se elevaban hacia el oeste y que parecían haber engullido al sol antes de tiempo. La joven permaneció quieta con el arco en la mano mientras atendía a las explicaciones de su marido, que se colocó tras su cuerpo acortando las distancias de tal modo que Brinna recordó una de las pocas noches en que Nathan había visitado su lecho, abrazándola desde atrás como parecía hacerlo ahora aunque el destino de sus manos esta vez no fue su vientre, su sexo o sus senos, sino la mano con la que la reina sostenía el arco ante ella. Brinna sintió que bajo las frescas gotas de lluvia que resbalaban por sus mejillas la piel comenzaba a arder; sabedora de que se había sonrojado por la abrumadora cercanía de su marido, dio gracias a los Siete por encontrarse de espaldas a él y sobre todo, lo bastante alejada de las miradas indiscretas de los hombres que les observaban para que éstos no se percataran de su rubor virginal. - Ojalá los enemigos de Bastión fueran tan fáciles de ver como ese punto rojo... - respondió la joven ante las palabras de Nathan, aunque su breve discurso se vio interrumpido por el respingo que contuvo al sentir el suave roce de los dedos de su marido en sus cabellos húmedos al retirarlos de su mejilla para depositar un suave susurro en su oído. Brinna se estremeció entre los brazos del rey, perdiendo la atención prestada a sus consejos en cuanto al tiro con arco para concentrarse en el inusitado terciopelo que parecía envolver su voz, en la aspereza de la barba que rozaba la fina piel de su cuello, en la firmeza de su mano cerrándose sobre la de ella... El corazón de la joven se aceleró en su pecho y no fue alentado por pensamientos románticos de doncella inmaculada sino por sensaciones mucho más mundanas e inmediatas, propias de cualquier muchacha que siente a través del fino vestido de seda el cuerpo del hombre con derecho a poseerla cuando así lo deseara. Tras un pestañeo y justo en el momento en que Nathan tensaba la cuerda mostrándole a Brinna hasta qué punto debía hacerlo, ésta volvió a atender debidamente a las explicaciones que le ofrecía siempre sin perder la sonrisa en el rostro y que era visible tan sólo para los hombres que contemplaban la escena imbuidos en un respetuoso silencio que presagiaba la importancia que aquel momento tendría en un futuro no demasiado lejano. - Es difícil no temblar cuando una no se siente demasiado segura... - logró responder también con un susurro que parecía fundirse con el canto de la lluvia bañando la piedra de la fortaleza, volviendo el rostro hacia Nathan de manera que sintió cómo su barba castaña raspaba su mejilla húmeda, encontrando en este tacto un nuevo motivo para enardecerse que dio a su frase un sentido ambiguo y aplicable a contextos más cálidos, secos e íntimos que en el que se hallaban. La flecha escapó de la pareja cuando Nathan así lo creyó conveniente y Brinna siguió su trayectoria hasta que la vio clavarse en el borde de la diana, lejos del corazón de la misma pero firmemente hundida más al sur, algo que por el momento resultó igualmente satisfactorio para la sonriente joven llena de orgullo. Su marido se separó entonces de ella, una vez cumplida su labor, y la reina tan sólo acertó a sonreír suavemente, dedicándole una mirada de soslayo bastante alejada de la candidez con la que solía contemplarle. - No volveré a cerrar los ojos, mi señor - le aseguró mientras cubría una de sus mejillas con la mano que aún portaba el precario guante de cuero negro, en un inconsciente gesto encaminado a ocultar parcialmente el descarado rubor que parecía desvelar a gritos los pensamientos -o más bien las sensaciones- que habían despertado en la reina tras el estrecho e inesperado contacto con Nathan.
Los exagerados pero aún así halagadores vítores que surgieron repentinamente de la zona techada llamaron la atención de Brinna, quien se giró hacia el grupo de hombres con una sonrisa complacida, prescindiendo de cualquier gesto de timidez que cabía esperarse en una muchacha tan joven en una situación así de intimidadora para saludar a su improvisado público con un gesto de la mano y una graciosa reverencia tan desproporcionada como los aplausos que le estaban dedicando. Nathan fue de nuevo el centro de su interés cuando extendió hacia ella una nueva flecha extraída del carcaj que un soldado les había ofrecido antes, animándola a volver a disparar pero esta vez haciendo uso del bagaje de sus consejos, acompañando sus palabras con una velada orden en forma de recomendación en aras de evitarle un incómodo constipado a la reina. - Así lo haré, mi señor - respondió con convencimiento en contraste con las indignadas protestas de Steffan, quien en su irritante carácter comenzaba a mostrar los primeros síntomas de cansancio tras aquel viaje. Tuvo que contener una nueva carcajada cuando salió a relucir la confusión entre los propósitos de Almeric y lo que había comprendido el pequeño Baratheon, y no pudo evitar desviar la vista hacia el arrebolado caballero, quien carraspeó y frunció los labios ante la nueva misión que le había encomendado su rey. Observó a Nathan y a Steffan mientras se alejaban hacia la superficie techada del patio de armas tras asentir ante las escuetas palabras de aliento que le dedicó su esposo; con un gesto lleno de determinación, se encaró nuevamente hacia la herida diana por cuyos orificios se colaba la lluvia que empapaba también de arriba a abajo a la joven reina. Incluso las grises nubes que encapotaban el cielo del reino parecían prestar atención al nuevo disparo de Brinna; la joven se esforzó por no cerrar los ojos esta vez cuando soltó la cuerda y la flecha, no pudiendo contener una exclamación de júbilo muy poco propia de una dama al percibir el sonido hueco que hizo la punta de la saeta al clavarse en la madera de la diana. Steffan acompañó a su tía haciendo que su aguda voz se elevara entre los muros del patio para felicitarla, y una vez más las espadas juramentadas aplaudieron la gesta de la reina sin displicencia pero también sin un excesivo agasajo que resultara demasiado adulterado. Llevaba una mano a la curva de la cadera calculando mentalmente cuánto tendría que haber elevado la flecha para aproximarse más al centro de la diana cuando sintió que alguien cubría su espalda con la capa de armiño blanco que había abandonado en manos de Beren. Se volvió con rapidez, deduciendo que había sido éste quien se preocupaba de devolverle su prenda, pero descubrió sin embargo que se trataba de su marido y no pudo reprimir una nueva y luminosa sonrisa que pareció alumbrar la oscuridad de ocaso que se cernía sobre el sombreado patio de armas regido por la lluvia. El Rayo de Sol, como había sido llamada Brinna por su padre allá en Caminoarroyo, hacía así gala de un apelativo que en Bastión de Tormenta todos desconocían al preferir cubrir a su reina de malintencionadas sombras, quizá incapaces de tolerar el alegre fulgor que desprendía la joven en aquel ambiente lóbrego y viciado por el dolor y el sufrimiento. - Gracias, mi señor - le respondió mientras posaba sobre él una brillante mirada, cerrando la capa sobre su cuello y aprovechando los escasos segundos en que sus manos se encontraron para volver a percibir la calidez de una piel que apenas conocía aún - El buen maestro hace al buen alumno superior, así que espero recibir más lecciones de vos - continuó hablando animosa mientras ambos se encaminaban al interior de la fortaleza con largos pasos que les hacían chapotear en el barro sin que ninguno de los dos concediera demasiada importancia a aquel hecho. Atravesaron juntos el estrecho pasillo mal iluminado que antes había atraído la atención de la reina, escoltados por dos guardias que les seguían en silencio haciendo resonar sus armaduras de malla en la calma de aquel castillo, y sin demasiada dilación, el matrimonio Baratheon se separó para encaminarse cada cual a sus aposentos, tras el intercambio de una silenciosa mirada que fue tan breve como intensa.
Sumergida en el agua caliente de la tina que había sido llevada a los aposentos que ocuparía aquella noche en Nido de Grifos, Brinna lanzaba preguntas a las mujeres que habían sido designadas para atenderla durante su estancia en la fortaleza. Si en otras ocasiones se había atrevido a interrogar a las criadas de Bastión acerca de las maneras de complacer y deleitar a un hombre, esta vez el interés de la reina estaba en el arte de la seducción y en la manera de atraer al objeto de su deseo en vez de esperar a ser elegida. Las sirvientas, al principio algo turbadas y confusas ante las dudas de la reina, acabaron cediendo a sus peticiones al no percibir en la joven ninguna malicia sino tan sólo una ávida curiosidad que no dudaron en satisfacer con cautela al principio y con gran jocosidad después, llenando el silencio de aquel ala del baluarte las traviesas risas de las mujeres. Mientras cepillaban y perfumaban sus cabellos con esencia de jazmín de verano, Brinna escogió para la cena un atrevido vestido rojo con brocados dorados que bajaban en una línea recta desde el pecho hasta el suelo y que decoraban también las amplias mangas con forma de campana, prescindiendo de sus habituales prendas en discretos tonos pasteles en pos de una tela brillante y atrayente. Decidió exhibir su cuello libre de colgantes o collares que pudieran desviar la atención de su piel pero sí se preocupó de colocar la tiara Baratheon sobre su cabeza. Unos botines de terciopelo rojo completaron un atuendo con el que Brinna pretendía deslumbrar no sólo a los habitantes de Nido de Grifos, donde parecían concentrarse muchos de sus detractores, sino especialmente a su rey. - Mi señora, ¿enaguas de seda o de satén? - preguntó una de las mujeres sosteniendo ambas prendas en sus manos. - No llevaré enaguas - respondió la reina girándose hacia ella con una expresión en su rostro tan impúdica y sugerente que el resto de criadas se echó a reír, intercambiando rijosos comentarios entre ellas al tiempo que Brinna abandonaba aquellas estancias para dirigirse al salón en el que se celebraría la cena. La lluvia en el exterior no sólo se había intensificado sino que había engendrado truenos y relámpagos para desatar una violenta tormenta sobre Nido de Grifos. La reina no pudo evitar un estremecimiento cuando, cruzando a toda velocidad uno de los oscuros y descuidados corredores de aquella fortaleza, un rayo bañó la piedra de luz blanca como si sorprendiera a la joven cometiendo un acto clandestino. Los soldados que la escoltaban tuvieron que contener una risa ante aquella inesperada reacción, pues era de esperar que Brinna se hubiera acostumbrado al fenómeno natural que daba nombre a las tierras de las que era reina.
Cuando llegó al fin al gran salón dominado por decenas de blasones de los Baratheon y otras casas vasallas de las Tormentas, no se extrañó al comprobar que los hombres asistentes a la cena aguardaban por ella en pie en torno a una imponente mesa alargada. No encontró a Steffan entre ellos, de lo que dedujo que finalmente el agotamiento había hecho presa del pequeño tras un baño relajante y habían decidido acostarlo. - Buenas noches, mis señores - exclamó Brinna con tono alegre haciendo una reverencia y dirigiéndose después hacia Nathan, quien sostenía entre los dedos un vaso presumiblemente lleno de agua con limón - Buenas noches, mi rey - añadió ensanchando su sonrisa con aire travieso. El saber que Nathan desconocía que nada la cubría bajo la falda de su vestido rojo sangre avivaba la expresión juguetona de su rostro. Nada más tomar asiento la reina el resto de hombres hizo lo propio y casi de inmediato la cena fue servida. Cinco cochinillos con pasas fueron depositados sobre la mesa rodeados de otras viandas como pan de centeno con mantequilla batida, tocino ahumado, guiso de verduras y trufas de queso, todo regado con un dulce vino de El Dominio que las espadas del rey no tardaron en catar. - Almeric, ¿sabéis que he tenido el placer de conocer a la yegua que gustáis de montar en Nido de Grifos? - preguntó Brinna con fingida inocencia, dirigiéndole una mirada de soslayo mientras jugaba con el pedazo de tocino que sostenía con las puntas de los dedos. Ante la incómoda turbación del principal hombre de confianza de su marido, la reina continuó hablando bajo las atentas miradas de sus compañeros, que creían saber exactamente a qué se refería la joven pero se resistían a creer que aquella niña mostrase semejante manejo del doble sentido en aquellas cuestiones - Creo que habéis hecho una buena elección pero habéis de tener cuidado... es de las yeguas que enseguida se acostumbran a su jinete y si éste gusta de montar varios animales, podría disgustarse y negarse a ser dócil... - añadió Brinna enarcando las cejas con un gesto de advertencia. Almeric carraspeó mientras se limpiaba la boca con una servilleta, mirando alternativamente a sus compañeros y también a su rey, y finalmente respondió mientras usaba su puñal para tomar un pedazo de pan: - Gracias, mi señora, tendré en cuenta vuestro... inesperado pero valioso consejo -. Brinna le sonrió satisfecha; su intención con aquellas palabras en realidad no era escandalizar a los hombres con los que compartía la mesa ni incomodar a Almeric, sino proteger a una chica de su edad que se había mostrado profundamente embaucada por el saber hacer y la maestría de un hombre como aquél, curtido en mil batallas libradas entre sábanas y jadeos. Tras aquella breve conversación, hubo un momento de silencio en aquel salón en el que por unos instantes tan sólo se escuchó el chisporroteo de las llamas que bailaban en el interior de las chimeneas que custodiaban los muros de aquella sala y el tableteo de la lluvia golpeando los postigos de madera de los ventanales que horadaban las paredes. Brinna detestaba aquel silencio en el que parecía hacerse dominante el luto, la tristeza y el dolor, así que no dudó en hacer que su voz se elevase de nuevo. - Mi señor, ¿creéis que podré hablar mañana con el maestre de este castillo... si es que lo hay? - aventuró antes de meterse una pasa entre los labios mientras prestaba atención a su marido - Querría ver la biblioteca, ¿podría llevarme algún volumen interesante a Bastión? -. Tras las atrevidas afirmaciones realizadas momentos antes a Almeric, casi parecía imposible que ahora la misma joven fuera la que hablara con semejante cautela. Aquellos cambios en sus temas de conversación, incluso en el tono de voz y las distintas expresiones que adoptaba su rostro en cada uno de ellos, atraparon la atención y la curiosidad de las espadas juramentadas de Nathan, quienes comenzaban a descubrir poco a poco qué había tras la discreta y, por lo visto, desconocida reina Baratheon.
Los exagerados pero aún así halagadores vítores que surgieron repentinamente de la zona techada llamaron la atención de Brinna, quien se giró hacia el grupo de hombres con una sonrisa complacida, prescindiendo de cualquier gesto de timidez que cabía esperarse en una muchacha tan joven en una situación así de intimidadora para saludar a su improvisado público con un gesto de la mano y una graciosa reverencia tan desproporcionada como los aplausos que le estaban dedicando. Nathan fue de nuevo el centro de su interés cuando extendió hacia ella una nueva flecha extraída del carcaj que un soldado les había ofrecido antes, animándola a volver a disparar pero esta vez haciendo uso del bagaje de sus consejos, acompañando sus palabras con una velada orden en forma de recomendación en aras de evitarle un incómodo constipado a la reina. - Así lo haré, mi señor - respondió con convencimiento en contraste con las indignadas protestas de Steffan, quien en su irritante carácter comenzaba a mostrar los primeros síntomas de cansancio tras aquel viaje. Tuvo que contener una nueva carcajada cuando salió a relucir la confusión entre los propósitos de Almeric y lo que había comprendido el pequeño Baratheon, y no pudo evitar desviar la vista hacia el arrebolado caballero, quien carraspeó y frunció los labios ante la nueva misión que le había encomendado su rey. Observó a Nathan y a Steffan mientras se alejaban hacia la superficie techada del patio de armas tras asentir ante las escuetas palabras de aliento que le dedicó su esposo; con un gesto lleno de determinación, se encaró nuevamente hacia la herida diana por cuyos orificios se colaba la lluvia que empapaba también de arriba a abajo a la joven reina. Incluso las grises nubes que encapotaban el cielo del reino parecían prestar atención al nuevo disparo de Brinna; la joven se esforzó por no cerrar los ojos esta vez cuando soltó la cuerda y la flecha, no pudiendo contener una exclamación de júbilo muy poco propia de una dama al percibir el sonido hueco que hizo la punta de la saeta al clavarse en la madera de la diana. Steffan acompañó a su tía haciendo que su aguda voz se elevara entre los muros del patio para felicitarla, y una vez más las espadas juramentadas aplaudieron la gesta de la reina sin displicencia pero también sin un excesivo agasajo que resultara demasiado adulterado. Llevaba una mano a la curva de la cadera calculando mentalmente cuánto tendría que haber elevado la flecha para aproximarse más al centro de la diana cuando sintió que alguien cubría su espalda con la capa de armiño blanco que había abandonado en manos de Beren. Se volvió con rapidez, deduciendo que había sido éste quien se preocupaba de devolverle su prenda, pero descubrió sin embargo que se trataba de su marido y no pudo reprimir una nueva y luminosa sonrisa que pareció alumbrar la oscuridad de ocaso que se cernía sobre el sombreado patio de armas regido por la lluvia. El Rayo de Sol, como había sido llamada Brinna por su padre allá en Caminoarroyo, hacía así gala de un apelativo que en Bastión de Tormenta todos desconocían al preferir cubrir a su reina de malintencionadas sombras, quizá incapaces de tolerar el alegre fulgor que desprendía la joven en aquel ambiente lóbrego y viciado por el dolor y el sufrimiento. - Gracias, mi señor - le respondió mientras posaba sobre él una brillante mirada, cerrando la capa sobre su cuello y aprovechando los escasos segundos en que sus manos se encontraron para volver a percibir la calidez de una piel que apenas conocía aún - El buen maestro hace al buen alumno superior, así que espero recibir más lecciones de vos - continuó hablando animosa mientras ambos se encaminaban al interior de la fortaleza con largos pasos que les hacían chapotear en el barro sin que ninguno de los dos concediera demasiada importancia a aquel hecho. Atravesaron juntos el estrecho pasillo mal iluminado que antes había atraído la atención de la reina, escoltados por dos guardias que les seguían en silencio haciendo resonar sus armaduras de malla en la calma de aquel castillo, y sin demasiada dilación, el matrimonio Baratheon se separó para encaminarse cada cual a sus aposentos, tras el intercambio de una silenciosa mirada que fue tan breve como intensa.
Sumergida en el agua caliente de la tina que había sido llevada a los aposentos que ocuparía aquella noche en Nido de Grifos, Brinna lanzaba preguntas a las mujeres que habían sido designadas para atenderla durante su estancia en la fortaleza. Si en otras ocasiones se había atrevido a interrogar a las criadas de Bastión acerca de las maneras de complacer y deleitar a un hombre, esta vez el interés de la reina estaba en el arte de la seducción y en la manera de atraer al objeto de su deseo en vez de esperar a ser elegida. Las sirvientas, al principio algo turbadas y confusas ante las dudas de la reina, acabaron cediendo a sus peticiones al no percibir en la joven ninguna malicia sino tan sólo una ávida curiosidad que no dudaron en satisfacer con cautela al principio y con gran jocosidad después, llenando el silencio de aquel ala del baluarte las traviesas risas de las mujeres. Mientras cepillaban y perfumaban sus cabellos con esencia de jazmín de verano, Brinna escogió para la cena un atrevido vestido rojo con brocados dorados que bajaban en una línea recta desde el pecho hasta el suelo y que decoraban también las amplias mangas con forma de campana, prescindiendo de sus habituales prendas en discretos tonos pasteles en pos de una tela brillante y atrayente. Decidió exhibir su cuello libre de colgantes o collares que pudieran desviar la atención de su piel pero sí se preocupó de colocar la tiara Baratheon sobre su cabeza. Unos botines de terciopelo rojo completaron un atuendo con el que Brinna pretendía deslumbrar no sólo a los habitantes de Nido de Grifos, donde parecían concentrarse muchos de sus detractores, sino especialmente a su rey. - Mi señora, ¿enaguas de seda o de satén? - preguntó una de las mujeres sosteniendo ambas prendas en sus manos. - No llevaré enaguas - respondió la reina girándose hacia ella con una expresión en su rostro tan impúdica y sugerente que el resto de criadas se echó a reír, intercambiando rijosos comentarios entre ellas al tiempo que Brinna abandonaba aquellas estancias para dirigirse al salón en el que se celebraría la cena. La lluvia en el exterior no sólo se había intensificado sino que había engendrado truenos y relámpagos para desatar una violenta tormenta sobre Nido de Grifos. La reina no pudo evitar un estremecimiento cuando, cruzando a toda velocidad uno de los oscuros y descuidados corredores de aquella fortaleza, un rayo bañó la piedra de luz blanca como si sorprendiera a la joven cometiendo un acto clandestino. Los soldados que la escoltaban tuvieron que contener una risa ante aquella inesperada reacción, pues era de esperar que Brinna se hubiera acostumbrado al fenómeno natural que daba nombre a las tierras de las que era reina.
Cuando llegó al fin al gran salón dominado por decenas de blasones de los Baratheon y otras casas vasallas de las Tormentas, no se extrañó al comprobar que los hombres asistentes a la cena aguardaban por ella en pie en torno a una imponente mesa alargada. No encontró a Steffan entre ellos, de lo que dedujo que finalmente el agotamiento había hecho presa del pequeño tras un baño relajante y habían decidido acostarlo. - Buenas noches, mis señores - exclamó Brinna con tono alegre haciendo una reverencia y dirigiéndose después hacia Nathan, quien sostenía entre los dedos un vaso presumiblemente lleno de agua con limón - Buenas noches, mi rey - añadió ensanchando su sonrisa con aire travieso. El saber que Nathan desconocía que nada la cubría bajo la falda de su vestido rojo sangre avivaba la expresión juguetona de su rostro. Nada más tomar asiento la reina el resto de hombres hizo lo propio y casi de inmediato la cena fue servida. Cinco cochinillos con pasas fueron depositados sobre la mesa rodeados de otras viandas como pan de centeno con mantequilla batida, tocino ahumado, guiso de verduras y trufas de queso, todo regado con un dulce vino de El Dominio que las espadas del rey no tardaron en catar. - Almeric, ¿sabéis que he tenido el placer de conocer a la yegua que gustáis de montar en Nido de Grifos? - preguntó Brinna con fingida inocencia, dirigiéndole una mirada de soslayo mientras jugaba con el pedazo de tocino que sostenía con las puntas de los dedos. Ante la incómoda turbación del principal hombre de confianza de su marido, la reina continuó hablando bajo las atentas miradas de sus compañeros, que creían saber exactamente a qué se refería la joven pero se resistían a creer que aquella niña mostrase semejante manejo del doble sentido en aquellas cuestiones - Creo que habéis hecho una buena elección pero habéis de tener cuidado... es de las yeguas que enseguida se acostumbran a su jinete y si éste gusta de montar varios animales, podría disgustarse y negarse a ser dócil... - añadió Brinna enarcando las cejas con un gesto de advertencia. Almeric carraspeó mientras se limpiaba la boca con una servilleta, mirando alternativamente a sus compañeros y también a su rey, y finalmente respondió mientras usaba su puñal para tomar un pedazo de pan: - Gracias, mi señora, tendré en cuenta vuestro... inesperado pero valioso consejo -. Brinna le sonrió satisfecha; su intención con aquellas palabras en realidad no era escandalizar a los hombres con los que compartía la mesa ni incomodar a Almeric, sino proteger a una chica de su edad que se había mostrado profundamente embaucada por el saber hacer y la maestría de un hombre como aquél, curtido en mil batallas libradas entre sábanas y jadeos. Tras aquella breve conversación, hubo un momento de silencio en aquel salón en el que por unos instantes tan sólo se escuchó el chisporroteo de las llamas que bailaban en el interior de las chimeneas que custodiaban los muros de aquella sala y el tableteo de la lluvia golpeando los postigos de madera de los ventanales que horadaban las paredes. Brinna detestaba aquel silencio en el que parecía hacerse dominante el luto, la tristeza y el dolor, así que no dudó en hacer que su voz se elevase de nuevo. - Mi señor, ¿creéis que podré hablar mañana con el maestre de este castillo... si es que lo hay? - aventuró antes de meterse una pasa entre los labios mientras prestaba atención a su marido - Querría ver la biblioteca, ¿podría llevarme algún volumen interesante a Bastión? -. Tras las atrevidas afirmaciones realizadas momentos antes a Almeric, casi parecía imposible que ahora la misma joven fuera la que hablara con semejante cautela. Aquellos cambios en sus temas de conversación, incluso en el tono de voz y las distintas expresiones que adoptaba su rostro en cada uno de ellos, atraparon la atención y la curiosidad de las espadas juramentadas de Nathan, quienes comenzaban a descubrir poco a poco qué había tras la discreta y, por lo visto, desconocida reina Baratheon.
Brinna Baratheon
Re: Chispas entre piedra y lluvia [Nathan]
Las prácticas de tiro habían terminado con la promesa de que estas se iban a repetir en bastión de tormentas para ayudarla a mejorar y aunque Nathan sabía muy bien que él estaba muy lejos de los mejores arqueros de la Tormenta, también era cierto que aquella escena le había provocado ciertos deseos de volver a tener a Brinna cerca y aunque no lo dijera tampoco estaba entre sus deseos que Brinna practicara con otra persona que no fuera él, así que pesar de que el tiro con arco le había desagradado desde que era un niño, ahora se vería obligado a practicar un poco para mejorar sus cualidades en el tiro con arco… por primera vez en su vida Nathan se planteaba que su padre había tenido razón las cientos de veces que le había insistido en que debía aprender a lanzar con arco y él se había defendido diciendo que aquella era un arma para cobardes y mujeres… Ahora tendría que mejorar en pro de enseñarle a Brinna, pero en ese preciso momento lo que necesitaba era regresar su mente a las labores que lo había llevado al nido, reparar defensas y mejorar aquellos puntos que Nathan consideraba los factores críticos que le habían facilitado ya en dos ocasiones la toma de aquella compleja fortaleza, pero desgraciadamente no había podido contar con la opinión de sus dos espadas juramentadas pues ambos se habían escusado, Beren aludiendo que las horas se habían pasado y necesitaba enviar unos cuervos y por otra parte Almeric se había justificando aludiendo que necesitaba preparar las cosas para llevar a cabalgar a Steffan tal cual lo había obligado a prometer el mismo Nathan, así que pronto ya no quedó más remedio que suspender todo hasta el próximo día, se les había ido el día entre un viaje más lento, una cena más larga y el momento que paso junto a su familia, pero a pesar de que Nathan era un perfeccionista no estaba molesto y decidió regresar a sus aposentos para prepararse también para la cena.
En los aposentos de Nathan ya se encontraba dispuesta la bañera para él… una gran estructura de madera cubierta con una manta blanca y agua tibia que humeaba al entrar con contacto con el frio ambiente del castillo. -Dejadme sólo- pidió el venado haciendo que todos los que se encontraban en la habitación salieran de ella mientras él desabrochaba el cinturón que sostenía a su espada Rayo y la dejaba sobre uno de los muebles para luego comenzar a retirar pieza por pieza sus vestimentas… las cuales por cierto cada vez que debía quitarlas el mismo le parecían demasiadas… la túnica, coraza. Hombreras, brazales, pieza a pieza fue quitándose su armadura hasta quedar completamente desnudo y sintiéndose mucho más liviano que minutos atrás, era sorprendente lo mucho que pesaba la armadura y como se había acostumbrado a eso con el paso de los años, al punto de que ahora era más extraño para él sentirse así de ligero pues había acostumbrado a su cuerpo a vestir siempre con armadura ya fuera metálica o de cuero endurecido. Cuando al fin hubo terminado todo el ritual que era desnudarse se subió sobre el pequeño taburete que servía para entrar en la bañera y se metió en el agua con un ligero quejido placentero al sentir que el agua rodeaba su cuerpo hasta quedar sentado con el cuerpo sumergido hasta los hombros. En la completa soledad y con el agua tibia rodeándole era mucho más simple para él pensar, incluso el estar lejos de bastión de tormentas le ayudaba por curioso que pareciera en el nido no habían recuerdos tristes y mucho menos en ese momento, durante las horas que habían pasado su mente se había olvidado de malos momentos para llenarlo de breves recuerdos de castellanos y aliados avalando su gestión, la sonrisa del pequeño Steffan complacido por algo tan simple como un viaje y la sonrisa de Brinna prometiéndole ser una excelente alumna y alabándole con franqueza en los ojos.
Nathan perdió la noción del tiempo que se mantuvo en el agua, pero seguramente fue mucho pues pronto una vez más una de las criadas ingreso en la habitación atribuyendo a su ingreso la preocupación por el bienestar del Lord, pero Nathan no se quejo ni le reprocho nada pues al sacar sus manos del agua pudo notar la yema de sus dedos arrugada pues su cuerpo ya se comenzaba a adaptar para dar fricción a sus extremidades luego de mantenerse tanto en el agua. -¿Deseáis que solicite vuestra armadura de cuero endurecido o jubón de cuero blando? mi señor- la joven criada mientras se giraba para dar la espalda al Lord que se ponía de pie en la bañera y salía de ella para envolverse con una prenda atada a su cintura -No, traed pantalones de cuero y camisa de seda explicó muy a grandes rasgos pues sabía que en aquella fortaleza no era muchas su prendas de vestir mucho menos las con aquellas características, no fue necesario que Nathan repitiera la orden para que la criada se alejara algo avergonzada mientras su señor se paseaba por la habitación con propiedad y total tranquilidad pues sabía que su mente no había estado antes para trabajo y por lo mismo ahora el tiempo no era su enemigo como solía serlo para reuniones meramente protocolares como aquella. -Podéis retiraos- volvió a decir Nathan para poder comenzar a vestirse, cosa que no aguardo mucho más cuando ella se hubo retirado pantalones de cuero muy parecidos a los que usaba para montar pero claramente más cuidado en su fabricación, lo mismo las lustrosas botas que le habían llevado hasta ahí todo normal no difería mucho de la habitual vestimenta de Nathan, lo nuevo para los habitantes del nido estaba en la prenda superior de Nathan, una camisa de seda negra muy ligera con detalles bordados en el mismo color negro que sólo lucían al estar a contra luz, una vestimenta poco común en el rey tormenta pero siempre coronado por el cinturón y su espada en la cintura, quizás podía no vestir armadura pero no se alejaría de su espada.
La cena de aquella noche parecía mucho más viva que en cualquier otra visita de Nathan al nido, la presencia de la reina hacía que todo fuera diferente, los anfitriones del nido del grifo parecían esmerarse más de lo normal, algunos para demostrar la vieja gloría de la casa de la ex señora Baratheon y otros simplemente porque deseo de demostrar su lealtad para con la nueva pareja de reyes dejando atrás situaciones del pasado. Todos parecían más animados de lo normal incluso comentando cosas poco comunes como era posibles excursiones de casería en próximas visitas pero todos guardaron silencio cuando la reina ingreso en el salón, no sólo Nathan noto lo bella que lucía su reina. -Buenas Noches, mi señora- respondió Nathan a su saludo mientras se encamino para ser él mismo quien la ayudara a tomar asiento y luego regresar para hacer lo propio al tiempo que lo hacia el resto de los caballeros que compartían la mesa con ellos aquella noche. El resto de la comida iba en total normalidad, por momentos se compartían algunos comentarios o algunas alabanzas de Beren o Almeric a la buena mano de la cocinera del Nido del Grifo, pero Nathan de pronto sintió que la comida se le quedaba en la garganta al escuchar a Brinna emplazar a Almeric por el tema de sus monturas, por un momento pensó en pedirle no continuara con el tema sin embargo la seguridad que imprimía a sus palabras y el tono carente de malicia hizo que simplemente guardara silencio a la espera de cómo se desarrollaba aquel comentario. Aunque lo que vino le pareció un tanto incomodo sólo se soltó una ligera carcajada con la reacción de Almeric, pues bien conocía al hombre más cercano a él dentro de la guardia, amaba a las mujeres y las mujeres tendían amarlo a él y aunque era cierto que su gusto por aquella niña era una particularidad dentro de su historial, no sabía que los sueños de lealtad de su esposa por una de sus doncellas fueran cumplidos por su espada juramentada, conocía bien a Almeric y no era un secreto para nadie que los rumores decían que el hombre incluso tenía posibilidades de transformarse en el próximo señor del nido del grifo. Luego de aquello se hizo un ligero silencio que nadie se atrevía a romper, pero una vez más fue la joven quien rompió el silencio con preguntas ahora dirigidas hacia él -Lamentablente no hay maestre, pero que lo podáis llevar a bastión está en manos de nuestro buen amigo- respondió Nathan apuntando al castellano del nido el cual no dudo en permitir a Brinna llevar a bastión todo aquello que fuera su deseo, lamentablemente el nido se había quedado sin maestre pues este se había optado por dejar sus juramentos y seguir leal a Jared Connigton, Nathan desconocía si este seguía con vida o no, lo que si sabía era que el nido ahora permanecía sin maestre y el guardia de todo aquello que le pertenecía a los Connington en otros tiempos ahora estaba bajo el resguardo del castellano.
El resto de comida continuo mucho más animada en gran medida gracias a Brinna que se había transformado en el centro de atención luego de mostrarse como una mujer bella se había dado maña de opinar en cada uno de los temas que se habían tocado incluso realizando algún comentario cuando alentados por el castellano Almeric y Beren comenzaron a hablar un poco sobre la campaña en tierras de la corona. Una noche tranquila como pocas y curiosamente una noche que se daba en las tierras que presagiaban noches hostiles y con complicaciones pero que al final habían resultado más cómodos que sus propias tierras. Luego de unas horas y de que se les sirviera como postre fruta cocida el castellano se excuso e incito a todos a ir descansar pues la tormenta parecía hacerse más fuerte y el día de mañana estaba lleno de actividades para todos. -Es lo mejor, estaréis también cansada por el viaje, mi señora- le dijo Nathan a su esposa y aunque en realidad Brinna parecía ser la que tenía el rostro más vivo de todos los presentes no tuvo otra opción que aceptar cuando Nathan ordeno a dos de los guardias que la acompañaran a sus aposentos, todo en tonos muy amables e incluso con promesas de por medio de que en el próximo día podrían visitar el muelle de las tierras de los Connington pues uno de sus objetivos de aquella visita era mejorar el astillero y así dar un mayor auge a las fuerzas navales de tierra de la tormenta y así poder desarrollar otros planes que incluían a algunos de sus vasallos.
El venado acompaño a su reina hasta el punto en que sus caminos se distanciaba a sus diferentes aposentos dejando que la guardia marchara con ella y luego se mantuviera en la planta baja, intentando también dejar de lado aquella paranoia propia de Nathan ya arraigada desde la primera guerra civil. A pesar del sonido y la sorpresiva luz con la que coronaban la noche los truenos y relámpagos Nathan sentía que aquella habñia sido una noche tranquila una como pocas que había tenido desde que había terminado la guerra contra los Targaryen, pero a pesar de la tranquilidad su insomnio no mejoraba aunque esta vez casi que lo agradecía pues intentaría avanzar un poco en todo aquello que estaba pendiente incluso en algunos mapas que necesitaría más adelante, y eso fue lo que hizo al llegar a su despacho sin embargo la tranquilidad no duro mucho pues la puerta se abrió de pronto dejando ver a Nathan un Arco y luego Almeric entrando en la habitación. -Su majestad, me han dicho que es un gran maestro de arquería ¿Me aceptaría como su discípulo?- dijo en tono burlon mientras entraba con descaro en la habitación y dejaba el arco de lado tras ver el rostro divertido que ponía Nathan a verle actuar de aquella forma -No es divertido si no te enojas- le dijo mientras se dejaba caer en la cama del Rey haciendo gala de todo su descaro y sus privilegios como amigo del mismo -Pensé que él molesto serías tu- respondió Nathan mientras giraba la silla con la que se había atrincherado con los mapas para quedar de frente a él -¿enojado, yo? ¿Porqué?- preguntó con honestidad pues a sus ojos en realidad no había motivo para molestarse, aunque luego de observar a Nathan unos momentos más sonrió entiendo a que se refería -¿Por lo de tu joven y atractiva esposa?- volvió a preguntar buscando los celos del aún joven rey, celos que no tardo en encontrar en una mirada sería de parte de Nathan para quien no había pasado desapercibido lo hermosa que había lucido aquella noche Brinna, pero luego de haber encontrado aquello que buscaba decidió el mismo continuar hablando. -De todos modos si hizo ese comentario es tu culpa en más de un sentido… Lo de la joven, no estoy seguro me agrada, pero también sabemos que esta alentada por ese maldito rumor que dejaste correr sobre eso del nombramiento de Lord que sabes no me interesa, no quiero ser lord y ver pasar mis días sentado en un trono, tu naciste Baratheon, tú te jodes… yo no, puedo morir mañana, la semana que entra, en un mes o en un año y sigue siendo lo mismo- le dijo poniense un poco más serio en aquello último, Nathan conocía sus motivos, era la primera persona a la que había ofrecido transformar en Lord y entregar el nido a su persona, pero él se había negado de forma rotunda apelando a su amistad para no ser obligado a aceptar -Eres un mal agradecido ¿Sabes cuantas personas querrían quedarse con este lugar?- preguntó Nathan sin muchas esperanzas de comenzar una vez más la conversación del porque no se quedaba con el nido -Ya hablamos de eso, no arruines la noche, hablamos de tu esposa y de mi no malestar con ella- le dijo poniéndose de pie mucho más serio y disponiéndose a marcharse del lugar que Nathan decidiera contra atacar con su nombramiento -Y como te dije es tu culpa, pues es tu deber hacer sentir segura a tu esposa en el nido, en bastión y en Roca Casterly si es necesario- le dio mientras se dirigía a la puerta y le dedicaba una mirada que parecía incluso tener reproche pues era algo que le había dicho muchas veces -Ya hablamos ese tema… además no sabía que fueras un experto en relaciones- se intentó defender un distendido Nathan -¿No escuchaste a tu esposa? La chica está muerta por mi, tan mal no lo debo hacer- le dijo con una última sonrisa y un gesto de su mano antes de salir por la puerta, cosa que no duro mucho pues pronto asomo su cabeza una vez más -Por cierto, dos cosas más… eres un abusivo, no era necesario que la tomaras de la cintura de esa forma para lanzar un arco, y segundo me llevó a Steffan por la mañana, Beren y 8 guardias vendrán conmigo, volvemos a almorzar y tercero…- no pudo terminar pues de forma casi infantil una figura de madera voló por los aires haciendo que Almeric saliera definitivamente de la habitación.
Nathan Baratheon- Nobleza
Re: Chispas entre piedra y lluvia [Nathan]
HHacía semanas que Brinna no recordaba una velada tan grata como la de aquella noche, y conforme avanzaba el tiempo se sentía más y más cómoda entre aquellos muros, llegando a percibir la familiaridad que aún no lograba sentir en Bastión de Tormentas, donde ostentaba su señorío directo. La presencia de Almeric y Beren, contadas excepciones entre aquellos que la rodeaban y solían ser displicentes y algo desagradables con la joven reina, animaba a ésta a participar en todos y cada uno de los temas de conversación que se pusieron sobre aquella mesa. Incluso cuando estimuladas sus lenguas y ensanchados sus egos por el vino, comenzaron los hombres a rememorar detalles acerca de la campaña que les había llevado a las puertas de Desembarco del Rey supo Brinna participar de forma activa, demostrando que conocía bastantes detalles militares y estratégicos de los movimientos de los ejércitos de las Tormentas. Si alguno de aquellos hombres había imaginado a la joven aburrida en Bastión mientras duró la guerra, entregada a la lira y a las tareas de bordado y asomada a la ventana en espera de su rey, no podían estar más equivocados. Movida por la curiosidad, Brinna no había dudado en pasar horas en los aposentos que Nathan usaba a modo de despacho y en el que habían discutido el día anterior, revisando notas y mapas, llegando a aprender de memoria toda la estrategia militar seguida durante las lunas que duró el conflicto y en el que las tropas de su madre habían combatido junto a las de los Baratheon. Aquella cena fue la primera vez en la que la joven decidió mostrar sus conocimientos, quizá olvidando mantener la prudencia que hasta ahora le había hecho ocultar aquello para evitar el disgusto en su marido al comprender éste que Brinna había estado en su despacho más tiempo de lo esperado y con intenciones muy distintas a las de poner algo de orden en aquella sala eminentemente masculina. Prestó además gran atención al castellano de Nido de Grifos especialmente después de que éste le permitiera llevarse consigo los volúmenes que deseara de la biblioteca de la fortaleza; por eso mismo, cuando éste fue el primero en levantarse de la mesa recomendando al resto de comensales hacer lo mismo, Brinna temió por unos segundos haberse excedido en sus atenciones hasta el punto de hastiar al caballero. No dudó en mostrarse algo decepcionada cuando en efecto Almeric, Beren y también Nathan decidieron apoyar la propuesta del castellano, quien aludió además a la fuerza con la que la tormenta azotaba el baluarte. No pudo la reina protestar ni tratar de convencer a alguno de aquellos hombres de que permaneciesen un rato más con ella en aquel caldeado comedor, pues a una orden de Nathan dos guardias se apostaron a su lado dispuestos a escoltarla hasta sus aposentos. El consuelo que le ofreció el rey bajo la promesa de llevarla consigo a visitar los muelles pareció animar el espíritu de la joven, quien no dudó en cambiar el gesto decepcionado de su rostro por una vivaz sonrisa. - Me gustaría poder subir a bordo de alguna galera - expresó Brinna sin perder el ánimo mientras caminaban por la oscuridad de aquellos corredores tan mal alumbrados que la joven se aliviaba cuando algún relámpago sustituía las sombras con su cegadora luz blanca, ya que así se aseguraba de no tropezar. Nathan caminaba junto a ella en silencio, y aunque la joven no sabía si realmente estaba prestándole atención o se encontraba inmerso en otros pensamientos, decidió seguir hablando para no perder el cálido hilo que parecía haberse tejido entre ellos desde que llegaran al Nido de Grifos - Nunca he navegado y no sé lo que se siente cuando el suelo se balancea bajo los pies - explicó animosa hasta que llegaron a las puertas de sus aposentos; la alcoba del rey estaba unas varas más allá en ese mismo pasillo, por lo que se despidieron en aquel rincón, Brinna algo decepcionada ante aquella separación, el rey como siempre opaco y cordial, aunque a ojos de la reina más relajado, menos tenso.
Sin embargo, una vez en aquella alcoba iluminada con la tenue luz que ofrecían las velas blancas apostadas en los candelabros de hierro situados en cada rincón de la estancia y también a ambos lados del amplio lecho de plumas, Brinna acusó de repente todos los miedos y las inseguridad que solían rondarle en Bastión de Tormentas, como si al fin le hubieran dado caza. Dedicó sus últimas provisiones de optimismo a reír con las doncellas que la ayudaron a desvestirse y le cepillaron la espesa melena dorada mientras ella se lavaba el rostro con agua fría, y cuando al fin la dejaron a solas para que pudiera conciliar el sueño, Brinna se cercioró de que tenía miedo a los fantasmas, concretamente al fantasma de Eve Connington, al que imaginaba flotando por aquellos pasillos atravesando muros y puertas hasta llegar a los aposentos que ocupaba Nathan. A medio arropar y con el cuerpo hundido en el cálido y blando jergón de plumas, Brinna dirigía sus ojos azules hacia la angosta ventana abierta en el muro de la alcoba y cubierta ahora por las hojas de madera que la aislaban del viento y la lluvia, no así de los pequeños rayos de luz blanca que se colaban por sus rendijas ni tampoco del sonido del agua tableteando sobre su superficie. ¿Estaría la violenta tempestad atormentando el alma de Nathan en la soledad de sus aposentos? ¿Estaría el rey rememorando hermosos momentos vividos allí con su anterior esposa, sumido en la melancolía y los recuerdos? Brinna apretó los dientes, cerró los puños, giró a un lado y al otro, nerviosa e incapaz de conciliar el sueño mientras aquellos pensamientos continuaran rondando su mente y clavando pequeños aguijones de celos en su virgen corazón. La tormenta no amainaba de la misma forma en que no lo hacía el turbado ánimo de la reina, hasta que finalmente y presa de la impaciencia y la desazón, la joven abandonó el lecho prácticamente de un salto, dispuesta a hacer algo para cambiar la situación. Demasiadas lunas llevaba actuando de forma pasiva, confiando en que el paso de tiempo se pondría de su parte para comprobar que el destino no tenía sino reveses para ella, rezando a la Madre y a la Doncella incontables oraciones para que su buen hacer fuera recompensado de alguna manera... Llena de determinación, cubrió su cuerpo desnudo con un liviano batín de seda blanca y sin siquiera ponerse unos escarpes que aislaran sus pies del frío suelo de piedra, tomó una vela entre sus manos y se enfrentó a la helada y húmeda corriente de aire que había hecho de los pasillos su señorío. Los truenos y la lluvia se hacían más audibles ahí fuera y aunque la joven se estremeció ante la agresividad del temporal, cogió aire y echó a andar por el corredor con paso acelerado, protegiendo la llama de la vela con la palma de la mano y centrando sus ojos en aquel pequeño fuego. Estaba dispuesta a hacerse valer ante su esposo y no sólo con una amena conversación o su buena disposición a aprender a tirar con arco, tampoco con el exquisito comportamiento que mostraba en los actos oficiales ni con la amistad que había tejido con el pequeño Steffan. Semanas llevaba escuchando los tórridos consejos que le ofrecían algunas de sus sirvientas, atendiendo a los relatos de sus aventuras con soldados de la guardia o los campesinos que trabajaban entre los muros de Bastión... Si bien su experiencia era realmente escasa en cuanto a la práctica, no lo era así la información de la que disponía ni mucho menos el arrojo que le hacía caminar por aquellos corredores de piedra como dueña y señora que era de ellos. No se mostraría lánguida y marchita junto a un esposo gris y taciturno ni permitiría que todos vieran menguar a la Reina de las Tormentas. Trazaría su propio camino bajo los pies y doblegaría al destino a ser lo que ella deseaba que fuera. Sin embargo, todos estos pensamientos parecieron flaquear cuando al fin se encontró frente a la puerta de madera que la separaba de su esposo. Un ruido dentro le indicó que aún permanecía despierto, y apretó las mandíbulas cuando los celos dibujaron en su mente la escena del martirizado rey recordando a la joya de aquella fortaleza.
Cogió aire y lo contuvo mientras elevaba el puño en el aire para golpear con los nudillos la recia puerta de madera, hallando respuesta casi de inmediato en forma de invitación. La voz de Nathan sonó a sus oídos entre resignada y divertida y advirtió entonces que el rey parecía estar esperando a alguien. Un rubor prendió de inmediato en sus mejillas, atacando de nuevo los celos con una insólita estocada mientras posaba la mano en el frío manillar de hierro negro para empujar la puerta y acceder al interior de los aposentos. Antes siquiera de pronunciar una sola palabra, los ojos de la joven reina barrieron la alcoba, hallando que Nathan estaba completamente solo frente a un escritorio cubierto de mapas desordenados y llenos de apuntes, algunos de ellos recientes al brillar aún la tinta negra sobre la superficie rugosa del pergamino. - Buenas noches, mi señor - dijo al fin Brinna posando sus ojos sobre Nathan al cerciorarse de que estaba tardando demasiado en pronunciarse y en explicar su presencia en aquellos aposentos sin haberse hecho anunciar antes. - Veo que también el desvelo os ha atrapado a vos - añadió ofreciendo así la excusa más fácil que aclarara el porqué de acudir a aquella alcoba. De pie ante él sosteniendo la vela blanca y cubierta por el ligero batín también blanco tapizado en sus hombros por la melena rubia, Brinna parecía ofrecer un punto de luz mayor incluso que el de los relámpagos cuando se colaban a través de los postigos de madera que cubrían las ventanas. Caminó hacia él con pasos lentos pero seguros, procurando que fueran perceptibles las curvas de sus caderas para la liviana tela que las cubría, estando a punto de pisar en su camino una figura de madera que yacía en el suelo junto a la puerta. - Estáis trabajando - dijo con un tono de voz sorprendido cuando pudo ver de cerca los mapas de las Tormentas y las desordenadas anotaciones que parecían haber caído sobre un pedazo de pergamino rasgado, así como la pluma que aún reposaba entre los dedos de Nathan. En la claridad de su voz se leía que no era aquella escena la que había esperado encontrar y también que lo que veía no le desagradaba. Era Brinna consciente del egoísmo implícito en aquel pensamiento pero no se sentía culpable en absoluto por descubrir que su marido estaba desvelado por el reino y no por la mujer que había ocupado su corazón durante años. No pudo leer en sus ojos ninguna traza de tristeza o de pesar, sino una serenidad que contribuyó a la suya propia mientras tomaba asiento en una silla junto a él, dejando la vela sobre el escritorio. Al sentarse, la abertura de su batín se agitó desvelando por unos segundos el suave vello rubio que cubría su sexo y también un seno abundante y redondeado cuyo pezón endurecido por el frío de aquella noche se remarcaba bajo la seda blanca al igual que su compañero. Brinna, aún algo confusa por no haberse encontrado con la situación que estaba dispuesta a enfrentar, no fue consciente de aquella breve exposición de su cuerpo desnudo, contemplando a Nathan unos instantes con curiosidad y el atrevimiento brillando en sus ojos, como si su boca contuviera palabras que no consideraba adecuado pronunciar. El rápido chisporroteo de la vela que había traído consigo pareció apremiarla para que al fin rompiera el silencio creado entre la pareja y tamizado por las voces de la tormenta. - ¿Pensáis que soy hermosa? - preguntó al fin, no con aquella falsa modestia de las jóvenes deseosas de ser halagadas, tampoco con una vanidad oculta, ni siquiera con la chispa traviesa de quien busca un agasajo. En su rostro iluminado por el resplandor dorado de las velas, Brinna dejaba ver la honda resignación de quien pregunta sabiendo que recibirá una negativa o cuanto menos, una respuesta que no será de su agrado, pese a lo cual sostuvo la mirada de Nathan posando en él sus ojos azules teñidos de una humildad en la que sin embargo, también brillaba una viveza difícil de aplacar.
Sin embargo, una vez en aquella alcoba iluminada con la tenue luz que ofrecían las velas blancas apostadas en los candelabros de hierro situados en cada rincón de la estancia y también a ambos lados del amplio lecho de plumas, Brinna acusó de repente todos los miedos y las inseguridad que solían rondarle en Bastión de Tormentas, como si al fin le hubieran dado caza. Dedicó sus últimas provisiones de optimismo a reír con las doncellas que la ayudaron a desvestirse y le cepillaron la espesa melena dorada mientras ella se lavaba el rostro con agua fría, y cuando al fin la dejaron a solas para que pudiera conciliar el sueño, Brinna se cercioró de que tenía miedo a los fantasmas, concretamente al fantasma de Eve Connington, al que imaginaba flotando por aquellos pasillos atravesando muros y puertas hasta llegar a los aposentos que ocupaba Nathan. A medio arropar y con el cuerpo hundido en el cálido y blando jergón de plumas, Brinna dirigía sus ojos azules hacia la angosta ventana abierta en el muro de la alcoba y cubierta ahora por las hojas de madera que la aislaban del viento y la lluvia, no así de los pequeños rayos de luz blanca que se colaban por sus rendijas ni tampoco del sonido del agua tableteando sobre su superficie. ¿Estaría la violenta tempestad atormentando el alma de Nathan en la soledad de sus aposentos? ¿Estaría el rey rememorando hermosos momentos vividos allí con su anterior esposa, sumido en la melancolía y los recuerdos? Brinna apretó los dientes, cerró los puños, giró a un lado y al otro, nerviosa e incapaz de conciliar el sueño mientras aquellos pensamientos continuaran rondando su mente y clavando pequeños aguijones de celos en su virgen corazón. La tormenta no amainaba de la misma forma en que no lo hacía el turbado ánimo de la reina, hasta que finalmente y presa de la impaciencia y la desazón, la joven abandonó el lecho prácticamente de un salto, dispuesta a hacer algo para cambiar la situación. Demasiadas lunas llevaba actuando de forma pasiva, confiando en que el paso de tiempo se pondría de su parte para comprobar que el destino no tenía sino reveses para ella, rezando a la Madre y a la Doncella incontables oraciones para que su buen hacer fuera recompensado de alguna manera... Llena de determinación, cubrió su cuerpo desnudo con un liviano batín de seda blanca y sin siquiera ponerse unos escarpes que aislaran sus pies del frío suelo de piedra, tomó una vela entre sus manos y se enfrentó a la helada y húmeda corriente de aire que había hecho de los pasillos su señorío. Los truenos y la lluvia se hacían más audibles ahí fuera y aunque la joven se estremeció ante la agresividad del temporal, cogió aire y echó a andar por el corredor con paso acelerado, protegiendo la llama de la vela con la palma de la mano y centrando sus ojos en aquel pequeño fuego. Estaba dispuesta a hacerse valer ante su esposo y no sólo con una amena conversación o su buena disposición a aprender a tirar con arco, tampoco con el exquisito comportamiento que mostraba en los actos oficiales ni con la amistad que había tejido con el pequeño Steffan. Semanas llevaba escuchando los tórridos consejos que le ofrecían algunas de sus sirvientas, atendiendo a los relatos de sus aventuras con soldados de la guardia o los campesinos que trabajaban entre los muros de Bastión... Si bien su experiencia era realmente escasa en cuanto a la práctica, no lo era así la información de la que disponía ni mucho menos el arrojo que le hacía caminar por aquellos corredores de piedra como dueña y señora que era de ellos. No se mostraría lánguida y marchita junto a un esposo gris y taciturno ni permitiría que todos vieran menguar a la Reina de las Tormentas. Trazaría su propio camino bajo los pies y doblegaría al destino a ser lo que ella deseaba que fuera. Sin embargo, todos estos pensamientos parecieron flaquear cuando al fin se encontró frente a la puerta de madera que la separaba de su esposo. Un ruido dentro le indicó que aún permanecía despierto, y apretó las mandíbulas cuando los celos dibujaron en su mente la escena del martirizado rey recordando a la joya de aquella fortaleza.
Cogió aire y lo contuvo mientras elevaba el puño en el aire para golpear con los nudillos la recia puerta de madera, hallando respuesta casi de inmediato en forma de invitación. La voz de Nathan sonó a sus oídos entre resignada y divertida y advirtió entonces que el rey parecía estar esperando a alguien. Un rubor prendió de inmediato en sus mejillas, atacando de nuevo los celos con una insólita estocada mientras posaba la mano en el frío manillar de hierro negro para empujar la puerta y acceder al interior de los aposentos. Antes siquiera de pronunciar una sola palabra, los ojos de la joven reina barrieron la alcoba, hallando que Nathan estaba completamente solo frente a un escritorio cubierto de mapas desordenados y llenos de apuntes, algunos de ellos recientes al brillar aún la tinta negra sobre la superficie rugosa del pergamino. - Buenas noches, mi señor - dijo al fin Brinna posando sus ojos sobre Nathan al cerciorarse de que estaba tardando demasiado en pronunciarse y en explicar su presencia en aquellos aposentos sin haberse hecho anunciar antes. - Veo que también el desvelo os ha atrapado a vos - añadió ofreciendo así la excusa más fácil que aclarara el porqué de acudir a aquella alcoba. De pie ante él sosteniendo la vela blanca y cubierta por el ligero batín también blanco tapizado en sus hombros por la melena rubia, Brinna parecía ofrecer un punto de luz mayor incluso que el de los relámpagos cuando se colaban a través de los postigos de madera que cubrían las ventanas. Caminó hacia él con pasos lentos pero seguros, procurando que fueran perceptibles las curvas de sus caderas para la liviana tela que las cubría, estando a punto de pisar en su camino una figura de madera que yacía en el suelo junto a la puerta. - Estáis trabajando - dijo con un tono de voz sorprendido cuando pudo ver de cerca los mapas de las Tormentas y las desordenadas anotaciones que parecían haber caído sobre un pedazo de pergamino rasgado, así como la pluma que aún reposaba entre los dedos de Nathan. En la claridad de su voz se leía que no era aquella escena la que había esperado encontrar y también que lo que veía no le desagradaba. Era Brinna consciente del egoísmo implícito en aquel pensamiento pero no se sentía culpable en absoluto por descubrir que su marido estaba desvelado por el reino y no por la mujer que había ocupado su corazón durante años. No pudo leer en sus ojos ninguna traza de tristeza o de pesar, sino una serenidad que contribuyó a la suya propia mientras tomaba asiento en una silla junto a él, dejando la vela sobre el escritorio. Al sentarse, la abertura de su batín se agitó desvelando por unos segundos el suave vello rubio que cubría su sexo y también un seno abundante y redondeado cuyo pezón endurecido por el frío de aquella noche se remarcaba bajo la seda blanca al igual que su compañero. Brinna, aún algo confusa por no haberse encontrado con la situación que estaba dispuesta a enfrentar, no fue consciente de aquella breve exposición de su cuerpo desnudo, contemplando a Nathan unos instantes con curiosidad y el atrevimiento brillando en sus ojos, como si su boca contuviera palabras que no consideraba adecuado pronunciar. El rápido chisporroteo de la vela que había traído consigo pareció apremiarla para que al fin rompiera el silencio creado entre la pareja y tamizado por las voces de la tormenta. - ¿Pensáis que soy hermosa? - preguntó al fin, no con aquella falsa modestia de las jóvenes deseosas de ser halagadas, tampoco con una vanidad oculta, ni siquiera con la chispa traviesa de quien busca un agasajo. En su rostro iluminado por el resplandor dorado de las velas, Brinna dejaba ver la honda resignación de quien pregunta sabiendo que recibirá una negativa o cuanto menos, una respuesta que no será de su agrado, pese a lo cual sostuvo la mirada de Nathan posando en él sus ojos azules teñidos de una humildad en la que sin embargo, también brillaba una viveza difícil de aplacar.
Brinna Baratheon
Re: Chispas entre piedra y lluvia [Nathan]
La puerta volvía a sonar, a los oídos de Nathan aquella era la llamada de sólo una persona, Almeric no había quedado contento con sus jugarretas de minutos atrás o ahora era Beren quien iba a hacer eco de las bromas de Almeric, pero ya era eran cosas que pasaban y en verdad de cierta forma aquello le reconfortaba al venado pues lo hacía regresar a lo que él consideraba tiempos mejores y a un ambiente menos solmene y con más camaradería. Sin embargo grande fue la sorpresa de Nathan cuando quien atravesó la puerta no fue una de sus espadas juramentadas sino que Brinna, más sensual que nunca vistiendo un batín de seda que dejaba al descubierto sus largas y bien formadas piernas al tiempo que su cuerpo era marcado por la escasa luz que ofrecía la noche haciendo incluso que ella luciera mucho más enigmática cuando por momentos algún rayo iluminaba los cielos haciendo que también el cuerpo de su joven esposa se viera iluminado de aquella curiosa forma -Buenas noches, mi señora- saludó Nathan luego de unos segundos cuando su voz ya no marcaba la sorpresa que le había provocado verla entrar de aquella forma. Cierto era que a Nathan no le sorprendiera que Brinna no pudiera dormir era conocedor de que en más de alguna ocasión ella había intentado saber cosas sobre Eve y ahora que estaba en la que un día fue su fortaleza seguro era muchas más las dudas que rondaban su cabeza, pero si bien no le sorprendía sus dificultades para dormir, si le sorprendía el hecho de que hubiera optado por visitar sus aposentos, aquella situación no era común entre ambos pues los escasos encuentros que habían tenido durante los ya casi 6 meses de su matrimonio habían sido una expresa solicitud de él y a la que Brinna había accedido por el compromiso que le significaba ser su esposa o al menos así era como lo veía Nathan. Aún así Brinna ahora estaba ahí sin motivos muy claros y con una sensualidad que desconcertaba al ahora rey tormenta quien luego de unos momentos de silencio volvió a atinar a hablar -El insomnio no suele tener muchas complicaciones en encontrarme, señora- le dijo intentado hacer un poco más ameno el momento e intentar continuar el tono ameno que habían tenido durante aquel día y obviando mayores explicaciones pues seguro ella había escuchado los rumores de lo poco que dormía el rey y aunque el maestre le había recomendado leche de amapola para conciliar el sueño, Nathan se negaba aludiendo que eso lo adormecería demasiado. -Lamento no haberme puesto de pie para recibiros, esperaba que se tratara de Almeric o Beren, mis disculpas mi señora- le dijo mientras la observaba acercarse a él, obligando a tragar tanta saliva como le fue posible por la sorpresa y un nerviosismo que creía olvidado en otros tiempos, pero la realidad era que de cierta forma lo desconcertaba la actitud de Brinna y más le desconcertaba el hecho de que no le molestara… y es que como le iba a molestar si por mucho que por largos meses se negara a tener mayor contacto con ella por considerarse un traidor, lo cierto es que Brinna era tremendamente atractiva y aún muy joven. -No es precisamente trabajo… sólo algunas anotaciones que temo olvidar por la mañana- le comentó mientras volvía a fijar su mente en los mapas para alejar sus pensamientos de sexo de su esposa que no había pasado desapercibido para él así como tampoco su busto tan casualmente expuesto para él.
La sensación que tenia Nathan era extraña, sabía que había sido él quien había tomado la virtud de la joven reina y ni siquiera de aquella ocasión recordaba un momento como ese y aunque en su mente intentara negarlo torpemente… él conocía muy bien el motivo de aquello, sabía que aquel deseo no provenía de la obligación o una situación netamente producto de sus necesidades físicas, luego de verla aquel era el más puro de los deseos, pero aún así prefirió apartar su mente de aquellos pensamientos y regresarlo a los mapas intentado que su vista no viajara al cuerpo inocente de su esposa. Para Nathan aquel silencio no era incomodo, el castillo en silencio permitía que por momentos sólo un trueno rasgara los cielos para romper el silencio y que en otros todo lo que se pudiera escuchar era su pluma rasgando los pergaminos al compas de la respiración de ambos. Pero Brinna rompió el silencio con una pregunta que él no esperaba tener que responder… en público siempre había sido el primero en alabar la belleza de su esposa pero en la intimidad poco decía sobre ella como si de aquella forma mantuviera una inútil fidelidad que ya nunca nadie reclamaría -Mi padre una vez me dijo que nunca debía preguntar algo cuya respuesta podía no gustarme y si lo hacía debía estar dispuesto a escuchar algo que no deseo- le dijo de forma seca mientras se ponía de pie y se alejaba de ella para caminar hasta la ventana abierta en donde se apoyó dando la espalda al paisaje permitiendo que su cuerpo se ilumina por la luz blanca de la noche y los repentinos rayos, todo mientras la miraba sin perder detalles de ella -Eres hermosa Brinna, siempre me has parecido bella incluso cuando te conocí y también has demostrado ser una mujer inteligente- a pesar de que sus palabras era un abierto halago, su tono de voz tenía el matiz de una disculpa -Tu nunca has sido el problema entre nosotros, eres hermosa y reconozco en ti todo aquello que siempre desee en mi esposa…- a pesar de que el tono de culpabilidad se mantenía, en su voz también se podía sentir la honestidad de sus palabra… y es que no era falso lo que le estaba diciendo, había conocido a Eve con 15 días del nombre y había deseado en que se transformara en su esposa para regir juntos aquellas tierras… pero aquello no había sido un sueño que nunca se cumplió, palabras de afecto o la silenciosa compañía que le ofrecía Brinna al venado, con la grifo nunca habían existido… cosa que sacaba más de su eje al rey que por meses se había negado a aceptar de buena grado las atenciones de su esposa. Una vez más emprendió el camino hasta quedar parado frente a ella que se mantenía sentada donde antes había estado… una vez más tragando saliva dio los pasos finales para quedar frente a ella donde solo con su pulgar y de forma algo tosca acarició su mejilla antes de volver a decir -Tu nunca has sido el problema- le volvió a decir dando a entender que él era el culpable pero sin decirlo abiertamente, luego de aquello sólo se inclino un poco para besar su frente antes de volver a sentarse frente al mapa.
Esta vez Nathan no dejó que el silencio reinara entre ellos y dando un largo suspiro alejo su silla de los mapas para extender una de sus manos y tomar a Brinna de una mano para guiarla y sentarla en sus piernas de una forma en que ellos nunca habían estado. -Esta es la academia de guerra de la tormenta, existen otras en poniente pero ninguna tan grande como esta, Dondarrion, Swann, Selmy, Baratheon y Connington la construimos juntos, hoy en este lugar entrenan nuestros hombres para disminuir la cantidad de hombres de armas y aumentar nuestra caballería- le explicó mientras su zurda sostenía su cintura con cuidado y su derecha pasaba desde atrás de su cuerpo hacía el mapa para mostrarle un punto en el mapa en donde se mostraban un dibujo de la academia de guerra. Dudaba que ella hubiera visto aquello pues la única copia de ese mapa le pertenecía y siempre lo portaba y la verdad él nunca se había dado el tiempo de explicarle nada pues nunca había sentido la necesidad que sentía ahora de reconocerla como su esposa aunque fuera en aquellos pequeños gestos -Esto es Amberly, es la tierra de los Rogers, una casa siempre leal a mi casa…- una vez más le indicó un punto en el mapa en el cabo de la Ira -… Y este junto al Nido del Grifo es el Nido de cuervos, a fortaleza de los Morrigen…- le explicó mientras dibujaba con su dedo un triangulo que unía las tres fortalezas mencionadas en aquella conversación y entre aquel punto se trazaba un nuevo dibujo, uno muy fresco pues lo había agregado él hace sólo unos momentos tras mucho pensar en aquella situación -…Si los Rogers prestan su ayuda y comprometen recursos junto a los Morrigen, este punto se entregara a ellos con terrenos del nido para formar aquí un nuevo puerto mercante- le comentó mientras aún de forma poco común la manipulaba dejando que la mano en el mapa ahora descansada en su pierna mientras la giraba para mirarla a los ojos mientras terminaba de exponer ante su reina un pensamiento oculto hasta ese momento para todos pues ni siquiera sus espadas juramentadas conocían detalles de aquel nuevo ambicioso proyecto del joven rey que una vez más parecía estar dispuesto a prolongar su nombre en la historia no sólo por sus habilidades en la guerra sino también por sus proyectos sobre tierra de la tormenta -La guerra ha quitado mucho a todos, pero a nosotros nos ofrece una nueva oportunidad, hoy desembarco del rey no es la oportunidad como lo era antes, dirigida por un gobierno basado en la fe, muchos pueblos se muestran rehaceos a que sus productos viajen has ese punto… es por eso que apoyando por esta nueva situación nace la oportunidad de atraer el comercio de Pentos, Thyrosh, Myr y Lys hasta nuestras costas, pero aún así necesitamos de un nuevo puerto, uno que no despierte el temor de los navegantes como es nuestro puerto en bastión- le volvió a explicar mientras su mano abandonada su pierna para trazar líneas imaginarias con sus dedos que trazaban caminos entre las ciudades en cuestión hacia aquel posible nuevo puerto, Con aquello daba por finalizada su exposición sin dejar de mirarla a los ojos y aunque sus manos no recuperaban el valor de minutos atrás para descansar una vez más en sus piernas, su mirada no se apartaba de su rostro y sus ojos pues hacía gala de su control para que su miraba no se desviara a su escote -¿Qué opinas?- Le preguntó finalmente con cierta ansiedad por escuchar su opinión, pero sin soltar la mano en su cintura que la mantenía aún sentada sobre su regazo.
Lo que lo impulsaba a hacer aquello tampoco lo comprendía, quizás Almeric tenía razón en algo… en el Nido del Grifo nadie parecía dispuesto a cuestionar su relación. En las primeras visitas al nido se había quedado ahí por eso mismo, en el nido podía sentirse tranquilo, podía lamer sus heridas sin que nadie lo mirara con lastima como si su vida hubiera terminado junto a la de su fallecida esposa o cuestionándolo por haber contraído matrimonio con una mujer que parecía dispuesta a demostrarle en días más cariño del que le había demostrado Eve en años de matrimonio. Y ahora sentía la misma tranquilidad de tener un momento tranquilo junto a ella. -¿te gustaría pasar unos días más aquí?- volvió a preguntar mientras la miraba pues había tomado su mejilla que con condujera su mirada hacía él y pudiera responderle mirándole a los ojos, pero antes de aquella respuesta volvió a explicarle -Yo viajare al sur en los próximos días para reunirme con Theon, Lord Morrigen y Lady Rogers-
La sensación que tenia Nathan era extraña, sabía que había sido él quien había tomado la virtud de la joven reina y ni siquiera de aquella ocasión recordaba un momento como ese y aunque en su mente intentara negarlo torpemente… él conocía muy bien el motivo de aquello, sabía que aquel deseo no provenía de la obligación o una situación netamente producto de sus necesidades físicas, luego de verla aquel era el más puro de los deseos, pero aún así prefirió apartar su mente de aquellos pensamientos y regresarlo a los mapas intentado que su vista no viajara al cuerpo inocente de su esposa. Para Nathan aquel silencio no era incomodo, el castillo en silencio permitía que por momentos sólo un trueno rasgara los cielos para romper el silencio y que en otros todo lo que se pudiera escuchar era su pluma rasgando los pergaminos al compas de la respiración de ambos. Pero Brinna rompió el silencio con una pregunta que él no esperaba tener que responder… en público siempre había sido el primero en alabar la belleza de su esposa pero en la intimidad poco decía sobre ella como si de aquella forma mantuviera una inútil fidelidad que ya nunca nadie reclamaría -Mi padre una vez me dijo que nunca debía preguntar algo cuya respuesta podía no gustarme y si lo hacía debía estar dispuesto a escuchar algo que no deseo- le dijo de forma seca mientras se ponía de pie y se alejaba de ella para caminar hasta la ventana abierta en donde se apoyó dando la espalda al paisaje permitiendo que su cuerpo se ilumina por la luz blanca de la noche y los repentinos rayos, todo mientras la miraba sin perder detalles de ella -Eres hermosa Brinna, siempre me has parecido bella incluso cuando te conocí y también has demostrado ser una mujer inteligente- a pesar de que sus palabras era un abierto halago, su tono de voz tenía el matiz de una disculpa -Tu nunca has sido el problema entre nosotros, eres hermosa y reconozco en ti todo aquello que siempre desee en mi esposa…- a pesar de que el tono de culpabilidad se mantenía, en su voz también se podía sentir la honestidad de sus palabra… y es que no era falso lo que le estaba diciendo, había conocido a Eve con 15 días del nombre y había deseado en que se transformara en su esposa para regir juntos aquellas tierras… pero aquello no había sido un sueño que nunca se cumplió, palabras de afecto o la silenciosa compañía que le ofrecía Brinna al venado, con la grifo nunca habían existido… cosa que sacaba más de su eje al rey que por meses se había negado a aceptar de buena grado las atenciones de su esposa. Una vez más emprendió el camino hasta quedar parado frente a ella que se mantenía sentada donde antes había estado… una vez más tragando saliva dio los pasos finales para quedar frente a ella donde solo con su pulgar y de forma algo tosca acarició su mejilla antes de volver a decir -Tu nunca has sido el problema- le volvió a decir dando a entender que él era el culpable pero sin decirlo abiertamente, luego de aquello sólo se inclino un poco para besar su frente antes de volver a sentarse frente al mapa.
Esta vez Nathan no dejó que el silencio reinara entre ellos y dando un largo suspiro alejo su silla de los mapas para extender una de sus manos y tomar a Brinna de una mano para guiarla y sentarla en sus piernas de una forma en que ellos nunca habían estado. -Esta es la academia de guerra de la tormenta, existen otras en poniente pero ninguna tan grande como esta, Dondarrion, Swann, Selmy, Baratheon y Connington la construimos juntos, hoy en este lugar entrenan nuestros hombres para disminuir la cantidad de hombres de armas y aumentar nuestra caballería- le explicó mientras su zurda sostenía su cintura con cuidado y su derecha pasaba desde atrás de su cuerpo hacía el mapa para mostrarle un punto en el mapa en donde se mostraban un dibujo de la academia de guerra. Dudaba que ella hubiera visto aquello pues la única copia de ese mapa le pertenecía y siempre lo portaba y la verdad él nunca se había dado el tiempo de explicarle nada pues nunca había sentido la necesidad que sentía ahora de reconocerla como su esposa aunque fuera en aquellos pequeños gestos -Esto es Amberly, es la tierra de los Rogers, una casa siempre leal a mi casa…- una vez más le indicó un punto en el mapa en el cabo de la Ira -… Y este junto al Nido del Grifo es el Nido de cuervos, a fortaleza de los Morrigen…- le explicó mientras dibujaba con su dedo un triangulo que unía las tres fortalezas mencionadas en aquella conversación y entre aquel punto se trazaba un nuevo dibujo, uno muy fresco pues lo había agregado él hace sólo unos momentos tras mucho pensar en aquella situación -…Si los Rogers prestan su ayuda y comprometen recursos junto a los Morrigen, este punto se entregara a ellos con terrenos del nido para formar aquí un nuevo puerto mercante- le comentó mientras aún de forma poco común la manipulaba dejando que la mano en el mapa ahora descansada en su pierna mientras la giraba para mirarla a los ojos mientras terminaba de exponer ante su reina un pensamiento oculto hasta ese momento para todos pues ni siquiera sus espadas juramentadas conocían detalles de aquel nuevo ambicioso proyecto del joven rey que una vez más parecía estar dispuesto a prolongar su nombre en la historia no sólo por sus habilidades en la guerra sino también por sus proyectos sobre tierra de la tormenta -La guerra ha quitado mucho a todos, pero a nosotros nos ofrece una nueva oportunidad, hoy desembarco del rey no es la oportunidad como lo era antes, dirigida por un gobierno basado en la fe, muchos pueblos se muestran rehaceos a que sus productos viajen has ese punto… es por eso que apoyando por esta nueva situación nace la oportunidad de atraer el comercio de Pentos, Thyrosh, Myr y Lys hasta nuestras costas, pero aún así necesitamos de un nuevo puerto, uno que no despierte el temor de los navegantes como es nuestro puerto en bastión- le volvió a explicar mientras su mano abandonada su pierna para trazar líneas imaginarias con sus dedos que trazaban caminos entre las ciudades en cuestión hacia aquel posible nuevo puerto, Con aquello daba por finalizada su exposición sin dejar de mirarla a los ojos y aunque sus manos no recuperaban el valor de minutos atrás para descansar una vez más en sus piernas, su mirada no se apartaba de su rostro y sus ojos pues hacía gala de su control para que su miraba no se desviara a su escote -¿Qué opinas?- Le preguntó finalmente con cierta ansiedad por escuchar su opinión, pero sin soltar la mano en su cintura que la mantenía aún sentada sobre su regazo.
Lo que lo impulsaba a hacer aquello tampoco lo comprendía, quizás Almeric tenía razón en algo… en el Nido del Grifo nadie parecía dispuesto a cuestionar su relación. En las primeras visitas al nido se había quedado ahí por eso mismo, en el nido podía sentirse tranquilo, podía lamer sus heridas sin que nadie lo mirara con lastima como si su vida hubiera terminado junto a la de su fallecida esposa o cuestionándolo por haber contraído matrimonio con una mujer que parecía dispuesta a demostrarle en días más cariño del que le había demostrado Eve en años de matrimonio. Y ahora sentía la misma tranquilidad de tener un momento tranquilo junto a ella. -¿te gustaría pasar unos días más aquí?- volvió a preguntar mientras la miraba pues había tomado su mejilla que con condujera su mirada hacía él y pudiera responderle mirándole a los ojos, pero antes de aquella respuesta volvió a explicarle -Yo viajare al sur en los próximos días para reunirme con Theon, Lord Morrigen y Lady Rogers-
Nathan Baratheon- Nobleza
Re: Chispas entre piedra y lluvia [Nathan]
Las primeras palabras que el rey ofreció como respuesta a la cuestión de Brinna provocaron que la joven se sintiera atravesada por uno de aquellos rayos que quebraban las nubes y que se asemejaban a lanzas de hielo. Bajó la mirada a sus manos, entrelazadas sobre el regazo cubierto de seda blanca, y evocó aquel mismo consejo en la voz de su madre, a la que había dejado en un segundo plano desde que fuera señora de las Tormentas y decidiera comenzar a caminar sin la sombra de Lady Wendwater proyectada sobre ella. Tan sólo elevó sus ojos de nuevo cuando Nathan abandonó su asiento para dirigirse hacia la ventana cuyos postigos eran golpeados por las gruesas gotas de lluvia que bañaban toda la fortaleza. Una vez más y como cada vez que ella trataba de acortar distancias entre ambos, él se ocupaba de recuperar la lejanía en la que parecía sentirse cómodo o quizá menos amenazado. Un relámpago delineó la figura del regente de Bastión de Tormentas, provocando un rápido parpadeo en Brinna al mismo tiempo que su corazón se encogía en el pecho conforme se arrepentía no sólo de haber hecho aquella pregunta sino también de haber acudido a aquellos aposentos. Las palabras que Nathan agregó al sabio consejo del anterior Lord Baratheon supusieron sin embargo un rápido alivio a la congoja que parecía estar haciendo presa de la joven; la sinceridad implícita en aquellos halagos sencillos que pudieran parecer manidos pero no lo eran en la soledad del matrimonio reforzaron la seguridad que Brinna había estado a punto de perder. - Gracias, mi señor - respondió apenas en un tono de voz, matizado su agradecimiento por una suave sonrisa, quizá ofreciéndole una contestación que pudiera parecer humillada en otro contexto pero que brotaba de forma genuina en la reina acosada por la incertidumbre. Nathan recuperó entonces la cercanía, haciendo que sus botas de cuero crujieran en el suelo y elevándose aquel ruido en el breve silencio que precedió a un nuevo trueno que hizo retumbar las paredes. Brinna no apartó sus ojos de él, mostrando un rostro complacido y dejando que la espesa melena dorada cayera por su espalda cuando levantó la cabeza para continuar mirándole cuando se detuvo frente a ella, aún sin tomar asiento de nuevo. Su sonrisa se ensanchó cuando posó sobre ella aquel pulgar endurecido por haber empuñado espadas durante muchos años, y como siempre que tenía alguno de aquellos gestos para con ella lejos de la vista de los demás y más allá del puro contacto carnal de desahogo, sintió que su corazón aleteaba rápidamente dentro de su pecho. Un suave beso en la frente selló aquel breve momento de consuelo, y aunque Brinna había acudido a aquella alcoba con intención de despertar en su rey instintos muy alejados del paternalismo que parecía expresar aquel beso, se sintió satisfecha con que él no la hubiera repudiado abiertamente ni le hubiera pedido que abandonara la estancia. - Tampoco lo sois vos... - comenzó a decir, tejiendo con rapidez en su mente la manera de consolarle y de alejar de él la culpabilidad que caía sobre sus hombros en cuanto al tortuoso camino de su matrimonio; sin embargo, Nathan volvió a tomar asiento junto a ella, suspirando hondamente antes de extender una de sus manos hacia ella. En un primer momento la reina creyó que simplemente estaba indicándole el camino de salida, hasta que reparó en la palma extendida hacia arriba, los dedos flexionados y distendidos y el gesto serio pero afable de su rostro. Con una sonrisa algo confusa, Brinna posó su mano sobre la de él, intuyendo que eso era lo que él le pedía, y dejó que sus pequeños dedos blancos se relajaran sobre su mano encallecida. Aquel contacto tan sencillo alimentó un núcleo de calor entre sus pieles que contrastó con la tibieza de aquella alcoba escasamente caldeada por una chimenea que necesitaba ser alimentada y cuyas llamas no podían combatir con el frescor de esa noche de tormenta. Un suave tirón hizo que Brinna se pusiera en pie y de modo instintivo fue a parar al regazo de su marido, quedando sentada sobre sus piernas al modo de una niña pero con una connotación muy distinta, seguramente por la cercanía del rostro del rey a sus senos apenas cubiertos por la seda blanca.
Trató de superar la turbación por aquel súbito contacto prestando atención a las explicaciones que Nathan le ofrecía acerca del mapa que cubría prácticamente todo el escritorio y que Brinna no pudo reconocer de sus pesquisas en el gabinete del rey en Bastión. Sin embargo, la ligera presión que los dedos del rey ejercían en la curva de su cintura y el calor que crecía entre ambos cuerpos le dificultaba la concentración, así como el sentir en sus nalgas las arrugas de su pantalón de cuero. Cierto era que habían compartido momentos de una carnalidad mucho más explícita que ella, pero no dotada de la intimidad que parecía crecer en ese instante y que se había gestado a lo largo del reconfortante día que habían compartido en Nido de Grifos. Mientras Nathan le hablaba de aquella Academia de Guerra que parecía ser el punto central de los planes que tenía para el reino, Brinna se atrevió a deslizar su brazo por detrás de los fuertes hombros de su marido, también cubiertos de seda pero ésta de color azabache, sintiendo en su antebrazo desnudo el cosquilleo de los rubicundos cabellos de Nathan. - ¿Connington? - preguntó curiosa y también sorprendida, pues con la colaboración de la familia que había sido señora de la fortaleza que los cobijaba en ese momento entendía que el proyecto llevaba varias lunas en marcha - ¿No teméis que reclamen su participación en la Academia? - preguntó instantes antes de responderse a sí misma - Aunque cierto es que no se encuentran en condiciones de exigiros nada... -. Sus ojos azules siguieron el desplazamiento que el dedo de Nathan hacía sobre el pergamino, trazando una línea que unía las tres fortalezas cercanas para acabar exponiendo así cuáles eran las intenciones en las tierras que pisaban. No pudo menos que alegrarse al escuchar aquellos planes, pues aunque ella creía que esa noche podría romper la maldición que había en Nido de Grifos y que mantenía atado a su marido a los recuerdos, todo sería mucho mejor si eran otros los que se ocupaban de la fortaleza y no hacían tan necesarias las visitas del rey. Una de las manos de Nathan acarició entonces uno de sus muslos, y aunque no era la primera vez que sus dedos aferraban la carne de sus piernas, sí era la primera vez que lo hacía con una delicadeza sensual que logró enardecer a la joven reina, quien sostuvo la mirada de Nathan mientras éste hablaba, de nuevo tratando de centrarse en lo que decía y no en lo que hacía. - Mi madre me ha dicho que ha disminuido notablemente el número de carros de comerciantes que van por el Camino Dorado hasta Desembarco del Rey - dijo apoyando la información que el rey le proporcionaba en cuanto a la mengua del comercio en la que había sido capital de Poniente. Nathan retiró entonces la mano que caldeaba su pierna para marcar en el mapa las ciudades de Essos con las que pretendía comerciar aprovechando aquella coyuntura y Brinna sintió un acusado frío en su piel que llegó a irritarla hasta el punto de tener que contenerse para no devolver la mano de su marido donde estaba. Alzó las cejas cuando Nathan solicitó expresamente su opinión y no pudo contener una sonrisa de satisfacción; aunque quizá había sido demasiado osada exponiendo determinados argumentos durante la comida y la cena de aquel día, parecía haber obtenido los resultados que deseaba y era el ser valorada más allá que por la fuerza militar que Caminoarroyo aportaba a Bastión de Tormentas. - Es una idea muy lúcida, mi señor, además creo conveniente guardar el puerto de Bastión para un uso más restringido y no permitir que cualquiera pueda estar demasiado cerca del baluarte - expuso con claridad y una aparente serenidad, pues la mano que aún aferraba su cintura seguía provocando que su corazón latiera con una rapidez producto del suave ardor que se apoderaba de su cuerpo de una manera en que no había conocido. Brinna se sorprendió a sí misma deseando que siguiera tocándola al tiempo que dos de sus dedos se introducían bajo el cuello de la camisa negra para acariciar con suavidad la nuca de su rey.
Hubo unos segundos de silencio entre ambos tras haber expuesto Brinna su opinión en cuanto a la expansión comercial de Tormentas, y ante la turbación de no sentirse lo suficientemente serena como disimular su nerviosismo, devolvió su mirada al mapa que había servido como excusa para la cercanía de aquella noche. No pudo sin embargo aprovecharse demasiado de aquella situación, pues con un movimiento de su mano, Nathan atrajó de nuevo la atención de su reina añadiendo una nueva propuesta al suave gesto con el que había hecho que Brinna le volviera a mirar. La joven entreabrió los labios algo confusa ante aquella idea; para bien o para mal, Nathan siempre lograba sorprenderla con ese tipo de detalles, algo que sucedía a menudo incluso en Bastión cuando se presentaba de improviso a compartir el desayuno con ella sin ser esperado ya por la joven, y en muchas otras ocasiones en las que él parecía dispuesto a tenerla en cuenta en su rutina diaria. - Me quedaré mientras vos estéis aquí - decidió finalmente, ladeando su rostro haciendo que su cabello se derramara sobre su hombro como una cascada de oro - Cuando partáis al sur, marcharé de regreso a Bastión con Steffan, creo que en unos días se cansará de la novedad que resulta para él Nido de Grifos y preferirá volver a la cotidianidad de Bastión... y a sus juegos con los hijos del herrero - añadió encogiéndose de hombros con una sonrisa resignada, pensando que quizá a Nathan no le agradaba que tuviera trato con chiquillos cuya diferencia de estatus era tan acusada. Los dedos que acariciaban la nuca del rey ascendieron entonces por su cuero cabelludo enredándose con unos cabellos que resultaban ser más suaves de lo esperado. Brinna contempló el rostro de su marido; era atractivo, era aguerrido, y la opacidad en aquellos ojos que en ocasiones había llegado a odiar aparecía ahora como algo enigmático y misterioso que quizá podría ser desvelado a la tenue luz de las velas de esa alcoba. Acomodada en su regazo y con pocas intenciones de abandonar tan cómodo y enardecedor asiento, Brinna deslizó la yema de su dedo índice por la barba recién recortada, deleitándose en su aspereza. El movimiento de su brazo desplazó la abertura del batín de seda, quedando el borde del mismo posado sobre el pezón erecto de forma tan precaria que parecía que tan sólo hacía falta un suave soplido para que el redondo y blanco seno quedara al descubierto. La atención que Brinna prestaba al rostro de Nathan hizo que no fuera consciente del atrevimiento de aquella prenda y del descaro de aquel pecho que parecía buscar protagonismo en aquella escena, así que dijo apenas levantando la voz por encima del rumor de la lluvia que golpeaba los postigos de madera: - Si deseáis... puedo quedarme a dormir aquí, quizá juntos logremos derrotar al insomnio, de la misma manera en que podemos derrotar otras cosas - hizo una pausa que otorgó a la joven cierto aura sensual aun dentro de la ingenuidad que parecía rodearla siempre; la chispa en sus ojos se había convertido ahora en un vehemente fuego cuyas llamas parecían devorar la inocencia de Brinna - Podemos derrotar al pasado - añadió enarcando las cejas y tildando aquella frase con cierta arrogancia al realmente saberse capaz de eliminar la huella que Eve Connington había dejado en las Tormentas y especialmente, en el hombre que la sostenía en su regazo - También a los fantasmas y a los malos presagios e incluso a la infelicidad y los malos entendidos... -. El dedo que se solazaba en su barba rubia delineó entonces la curva de su mandíbula hasta ascender y rozar el lóbulo de su oreja, para así tomar el camino de descenso por su cuello. Brinna le acariciaba con ánimo más juguetón que realmente seductor, inexperta en aquella clase de lides, pero de alguna manera aquel roce ocultaba una intencionalidad morbosa que podía advertirse en la tenue sonrisa de la reina, en aquellos labios entreabiertos y en la piel que ardía bajo la seda blanca.
Trató de superar la turbación por aquel súbito contacto prestando atención a las explicaciones que Nathan le ofrecía acerca del mapa que cubría prácticamente todo el escritorio y que Brinna no pudo reconocer de sus pesquisas en el gabinete del rey en Bastión. Sin embargo, la ligera presión que los dedos del rey ejercían en la curva de su cintura y el calor que crecía entre ambos cuerpos le dificultaba la concentración, así como el sentir en sus nalgas las arrugas de su pantalón de cuero. Cierto era que habían compartido momentos de una carnalidad mucho más explícita que ella, pero no dotada de la intimidad que parecía crecer en ese instante y que se había gestado a lo largo del reconfortante día que habían compartido en Nido de Grifos. Mientras Nathan le hablaba de aquella Academia de Guerra que parecía ser el punto central de los planes que tenía para el reino, Brinna se atrevió a deslizar su brazo por detrás de los fuertes hombros de su marido, también cubiertos de seda pero ésta de color azabache, sintiendo en su antebrazo desnudo el cosquilleo de los rubicundos cabellos de Nathan. - ¿Connington? - preguntó curiosa y también sorprendida, pues con la colaboración de la familia que había sido señora de la fortaleza que los cobijaba en ese momento entendía que el proyecto llevaba varias lunas en marcha - ¿No teméis que reclamen su participación en la Academia? - preguntó instantes antes de responderse a sí misma - Aunque cierto es que no se encuentran en condiciones de exigiros nada... -. Sus ojos azules siguieron el desplazamiento que el dedo de Nathan hacía sobre el pergamino, trazando una línea que unía las tres fortalezas cercanas para acabar exponiendo así cuáles eran las intenciones en las tierras que pisaban. No pudo menos que alegrarse al escuchar aquellos planes, pues aunque ella creía que esa noche podría romper la maldición que había en Nido de Grifos y que mantenía atado a su marido a los recuerdos, todo sería mucho mejor si eran otros los que se ocupaban de la fortaleza y no hacían tan necesarias las visitas del rey. Una de las manos de Nathan acarició entonces uno de sus muslos, y aunque no era la primera vez que sus dedos aferraban la carne de sus piernas, sí era la primera vez que lo hacía con una delicadeza sensual que logró enardecer a la joven reina, quien sostuvo la mirada de Nathan mientras éste hablaba, de nuevo tratando de centrarse en lo que decía y no en lo que hacía. - Mi madre me ha dicho que ha disminuido notablemente el número de carros de comerciantes que van por el Camino Dorado hasta Desembarco del Rey - dijo apoyando la información que el rey le proporcionaba en cuanto a la mengua del comercio en la que había sido capital de Poniente. Nathan retiró entonces la mano que caldeaba su pierna para marcar en el mapa las ciudades de Essos con las que pretendía comerciar aprovechando aquella coyuntura y Brinna sintió un acusado frío en su piel que llegó a irritarla hasta el punto de tener que contenerse para no devolver la mano de su marido donde estaba. Alzó las cejas cuando Nathan solicitó expresamente su opinión y no pudo contener una sonrisa de satisfacción; aunque quizá había sido demasiado osada exponiendo determinados argumentos durante la comida y la cena de aquel día, parecía haber obtenido los resultados que deseaba y era el ser valorada más allá que por la fuerza militar que Caminoarroyo aportaba a Bastión de Tormentas. - Es una idea muy lúcida, mi señor, además creo conveniente guardar el puerto de Bastión para un uso más restringido y no permitir que cualquiera pueda estar demasiado cerca del baluarte - expuso con claridad y una aparente serenidad, pues la mano que aún aferraba su cintura seguía provocando que su corazón latiera con una rapidez producto del suave ardor que se apoderaba de su cuerpo de una manera en que no había conocido. Brinna se sorprendió a sí misma deseando que siguiera tocándola al tiempo que dos de sus dedos se introducían bajo el cuello de la camisa negra para acariciar con suavidad la nuca de su rey.
Hubo unos segundos de silencio entre ambos tras haber expuesto Brinna su opinión en cuanto a la expansión comercial de Tormentas, y ante la turbación de no sentirse lo suficientemente serena como disimular su nerviosismo, devolvió su mirada al mapa que había servido como excusa para la cercanía de aquella noche. No pudo sin embargo aprovecharse demasiado de aquella situación, pues con un movimiento de su mano, Nathan atrajó de nuevo la atención de su reina añadiendo una nueva propuesta al suave gesto con el que había hecho que Brinna le volviera a mirar. La joven entreabrió los labios algo confusa ante aquella idea; para bien o para mal, Nathan siempre lograba sorprenderla con ese tipo de detalles, algo que sucedía a menudo incluso en Bastión cuando se presentaba de improviso a compartir el desayuno con ella sin ser esperado ya por la joven, y en muchas otras ocasiones en las que él parecía dispuesto a tenerla en cuenta en su rutina diaria. - Me quedaré mientras vos estéis aquí - decidió finalmente, ladeando su rostro haciendo que su cabello se derramara sobre su hombro como una cascada de oro - Cuando partáis al sur, marcharé de regreso a Bastión con Steffan, creo que en unos días se cansará de la novedad que resulta para él Nido de Grifos y preferirá volver a la cotidianidad de Bastión... y a sus juegos con los hijos del herrero - añadió encogiéndose de hombros con una sonrisa resignada, pensando que quizá a Nathan no le agradaba que tuviera trato con chiquillos cuya diferencia de estatus era tan acusada. Los dedos que acariciaban la nuca del rey ascendieron entonces por su cuero cabelludo enredándose con unos cabellos que resultaban ser más suaves de lo esperado. Brinna contempló el rostro de su marido; era atractivo, era aguerrido, y la opacidad en aquellos ojos que en ocasiones había llegado a odiar aparecía ahora como algo enigmático y misterioso que quizá podría ser desvelado a la tenue luz de las velas de esa alcoba. Acomodada en su regazo y con pocas intenciones de abandonar tan cómodo y enardecedor asiento, Brinna deslizó la yema de su dedo índice por la barba recién recortada, deleitándose en su aspereza. El movimiento de su brazo desplazó la abertura del batín de seda, quedando el borde del mismo posado sobre el pezón erecto de forma tan precaria que parecía que tan sólo hacía falta un suave soplido para que el redondo y blanco seno quedara al descubierto. La atención que Brinna prestaba al rostro de Nathan hizo que no fuera consciente del atrevimiento de aquella prenda y del descaro de aquel pecho que parecía buscar protagonismo en aquella escena, así que dijo apenas levantando la voz por encima del rumor de la lluvia que golpeaba los postigos de madera: - Si deseáis... puedo quedarme a dormir aquí, quizá juntos logremos derrotar al insomnio, de la misma manera en que podemos derrotar otras cosas - hizo una pausa que otorgó a la joven cierto aura sensual aun dentro de la ingenuidad que parecía rodearla siempre; la chispa en sus ojos se había convertido ahora en un vehemente fuego cuyas llamas parecían devorar la inocencia de Brinna - Podemos derrotar al pasado - añadió enarcando las cejas y tildando aquella frase con cierta arrogancia al realmente saberse capaz de eliminar la huella que Eve Connington había dejado en las Tormentas y especialmente, en el hombre que la sostenía en su regazo - También a los fantasmas y a los malos presagios e incluso a la infelicidad y los malos entendidos... -. El dedo que se solazaba en su barba rubia delineó entonces la curva de su mandíbula hasta ascender y rozar el lóbulo de su oreja, para así tomar el camino de descenso por su cuello. Brinna le acariciaba con ánimo más juguetón que realmente seductor, inexperta en aquella clase de lides, pero de alguna manera aquel roce ocultaba una intencionalidad morbosa que podía advertirse en la tenue sonrisa de la reina, en aquellos labios entreabiertos y en la piel que ardía bajo la seda blanca.
Brinna Baratheon
Re: Chispas entre piedra y lluvia [Nathan]
Cuando la escucha hablar Nathan se preguntaba si hacía bien comportándose de aquella forma con ella, aquel pensamiento no iba dirigido al tratarla bien, en ningún caso era eso, su preguntaba estaba dirigida a hacerla participe a ella cada vez que sentía ese impulso de querer salir delante de intentar hacer una vida con ella y de no convertirla a ella en una mujer miserable y triste a su lado, sabía bien que por momentos incluso era posible que aquella actitud la terminada confundiendo aún más a ella pues unos días las quería y su deseo por tenerla cerca era evidente y otros la evitaba cuanto le era posible. Aquellas situaciones le molestaba, no por ella sino por él mismo, era un hombre dominante y aquella sensación de no ser capaz de controlarse a si mismo le molestaba demasiado así como también se había culpado en la intimidad muchas veces el no ser capaz de simplemente disfrutar esos momentos, siempre un pero, siempre un pensamiento que le arrebatara aquellas gratas sensaciones que le provocaba la muchacha. Pero extrañamente en esos momentos lo que rondaba en su mente no era la culpa por la cercanía que existía entre ambos, aquello que había sido la piedra de tope en tantas otras ocasiones ahora ni siquiera era un recuerdo pues en la mente del rey tormenta estaba la pregunta de cuantas oportunidades como aquella se abría perdido ya en el pasado, sabía que las había perdido pues era el mismo quien nunca le daba oportunidad a ella de estar cerca de él… en muchas discusiones ella así se lo había hecho saber, siendo incluso ella la que pedía la oportunidad de salir de las sombras de una muerte, de hecho tal cual lo había hecho veladamente la noche anterior en bastión de tormentas donde le había acusado de viajar al nido del grifo para seguir un fantasma, y no es que a Nathan le gustara sentirse desafiado, todo lo contrario era algo que le molestaba, pero también era cierto que lo que él deseaba en Brinna era que se volviera una reina, una reina de verdad no una mujer simplemente sometida, una que al menos se resistiera y peleara por aquel lugar que ahora le pertenecía por derecho y que ella estuviera dispuesta a reclamar por mucho que otros dijeran que no era para ella, en otras palabras la cercanía de Nathan con ella aquella noche la había forjado ella misma sin saberlo, con su reclamo airado la noche anterior, con sus conversación fluida en la llegada al nido y en al cena de aquella noche y con su valor de estar ahí en esos momentos. -No sabía que tan fluido era tu contacto con Lady Wendwater, espero que la próxima vez que le escribas le des mis saludos y buenos deseos para con ella- le dijo algo divertido pues lo cierto era que aquella mujer sacaba en él el lado juvenil que hace tanto había perdido, ese lado que le gustaba provocarla aprovechando su posición y aunque Brinna aquello no lo sabía, aunque de todos modos en esta ocasión se lo dijo de una forma más franca que la habitual pues en realidad se sentía algo reconfortado con que Brinna tuviera contacto con su familia y sobre todo las noticias que ella le daba, la escases de carros en camino dorado era perfecta para sus pretensiones. -Así es Brinna, muy bien pensado, es una de las ideas alejar a cualquiera de nuestro puerto, el maestre de vuestra casa y vuestro padre os han enseñado muy bien- aquello ultimo lo dijo incluso con un dejo de orgullo personal hacia ella.
Luego de la conversación Brinna pronto atendió su solicitud dibujando en el rostro de Nathan una espontanea y últimamente rara sonrisa, aunque su sorpresa llegó aún más cuando ella comentó acerca de los juegos de Steffan con el hijo de herrero, era en esos momentos cuando lograba dimensionar la facilidad que tenía Steffan para ganar la lealtad de aquellos que le rodeaban, incluso parecía haber ganado la de Brinna con prontitud pues de aquellos juegos el nada sabía, aunque eso tampoco le molestaba a Nathan no lo solía alentar pues había un temor en Nathan y era que el niño siguiera los exactos pasos de su tío Orson, el niño hacía que Nathan recordaba los exactos pasos que un día trazara Orson y no era que su hermano fuera un mal hombre, pero era conocido por todos su desprecio por la formalidad de las cortes y si Steffan un día tenía que ser su heredero sería un rey y no podría ir por los bosques negándose a dormir en la casa de sus vasallos o simplemente esquivando las responsabilidades de su familia… pero definitivamente no se opondría que Steffan se relacionara con la gente de bastión, cada uno de esos hombres había demostrado su lealtad, y aunque a Nathan no le gustara la vida de su hermano, también debía reconocer que de seguir sus pasos no era tan malo, a final de cuentas todo poniente clamaba a Orson Baratheon como el mejor guerrero, un asesino de señores y campeón de su casa.
Poco a poco la tranquilidad de Nathan iba abandonándolo pues mientras dejaban de contemplar el mapa le era cada vez más complejo dejar de sentir algo al observarla en especial cuando ella en aparente inocencia dejaba que su cuerpo quedara más y más al descubierto enardeciéndolo y haciendo cada vez más complejo el que sus deseos no fueran cada vez más claros, más complejo aún lo hacía con sus caricias y cariños cargados de estima y espontaneidad. El deseo en Nathan era tal que en su mente de inmediato se dibujo una respuesta positiva a su ofrecimiento de dormir a su lado, pero sin que ella supiera una vez más aquello tan propio de ella y que poco a poco le comentaba a agradar a él, le paso la cuenta, mucho hablar sobre un tema que no quería tratar lo hizo detener su ansiosa respuesta… no, no quería que fuera ahora ella la que había que su mente se llenare de recuerdos y deseos, trato de centrar su mente lejos de sus comentarios acerca de Eve y fantasmas, no la hizo guardar silencio porque era algo que le debía, pero se negaba a responder, de verdad no quería hablar sobre batallas con muertos o malos recuerdos, en ese momento todo lo que rondaba la cabeza de Nathan era el más puro de los deseos para con su joven esposa, deseo real, no sólo esa necesidad de satisfacer una necesidad de su cuerpo, esta vez la deseaba y por primera vez en seis meses no estaba dispuesto a dejar que una recuerdo le derrotara. Por un segundo en el rostro de Nathan se dibujo la misma mirada sombría de siempre cuando ella termino de hablar y llevo uno de sus dedos a que cruzara sus labios de par en par indicándole que guardara silencio, todo para luego tomar sus manos y dejarla en su regazo lejos de cualquier tacto con su cuerpo… por largos segundos se mantuvieron de esa forma hasta que una de las manos de Nathan una vez más se acerco a ella esta vez para acariciar sus labios, con un solo dedo toco el borde de sus labios como si los dibujara poco a poco en su rostro sin despegar la viste de sus labios que se entreabrían con el paso de sus dedos, complacido Nathan pudo ver como los ojos de la reina se cerraban frente a su tacto, con sus dedos aún en la comisura de sus labios y con ella con los ojos cerrados la pudo observar un momento, aquella era Brinna, era realmente hermosa, dulce y no lo despreciaba ¿Por qué ella no podría haber sido su libre elección? ¿Porqué Nathan debería condenarse a un matrimonio por conveniencia si en realidad Brinna era hermosa? Esta vez el venado no se perdió en sus pensamientos, la respuesta llegó a su cabeza con prontitud, Brinna podía ser su elección. Sin decir nada se acerco a ella con lentitud, Nathan es consciente de que ella sabe la besara pues la respiración de ambos esta cada vez más cerca … el rey no sabe bien si es su respiración la agitada o la de ella, lo cierto es que él se siente como un niño, ha besado muchas mujeres en su vida pero no puede negar que en ese momento hay un dejo de nerviosismo, un nerviosismo que sólo se termina cuando sus labios se encuentran y luchan en un suave beso, un beso suave y lento que poco a poco avanza por deseo de Nathan en uno más apasionado pues muerde sus labios con suavidad mientras la besa mientras su lengua choca con sus dientes buscando entrar en su boca y encontrar su lengua. Poco a poco sus labios se vuelven a entreabrir permitiéndole el acceso a ella… sus alientos se mezclan en aquel beso y de inmediato las manos del otrora regente de la tormenta van al cabello de su esposa entrelazando sus dedos a sus rubios cabellos con caricias que acompañan el suave y apasionado movimiento de sus labios contra los de ella.
Después de largos minutos el venado corta aquel beso, el primero en seis meses de casados que nacía desde el deseo y no desde la obligación, el volver a apartarse de ella fue lento como si en realidad prefiriera no apartarse de ella sin embargo lo hace, mas no para separarse definitivamente de ella sino para poder hablarle -Nada me gustaría más que pasaras la noche aquí, pero deja el pasado como esta, no necesitamos derrotarlo sólo vivir con él- finalmente aquello era lo que debía hacer, ahora lo comprendía, olvidar era inútil pues al fin todo lo que había pasado en su vida antes de ella lo habían transformado en el hombre que ahora era, lo que ahora debía hacer era poder llevarlo sin que aquello le significara continuar estancado en lo mismo. Nada más le dijo pues no espero una respuesta de parte de ella y de inmediato haciendo gala de su fuerza la cogió entre sus brazos para alzarla y dejando de lado cualquier plan futuro para la tormenta la condujo hacia la cama donde la acostó para poder retirar finalmente aquel batín que secretamente le había estado tentado y enardeciendo sus deseos por ella.
Nathan Baratheon- Nobleza
Re: Chispas entre piedra y lluvia [Nathan]
Brinna conocía bien aquel gesto taciturno que se posó en el rostro de Nathan cuando ella trató de animarle a que juntos superaran el escollo que suponía el pasado del rey de las Tormentas ante ellos. Nuevamente sintió que el corazón se encogía dentro de su pecho, temiendo haber sido demasiado osada al mencionar asuntos que no le incumbían directamente -aunque sí indirectamente- y cerciorándose del error cometido al ser ella misma la que trajera aquellos asuntos a un primer plano de nuevo. Sin decir nada, Nathan le indicó que guardara silencio, muda orden que la joven acató con un leve sonrojo producto de la congoja que comenzaba a crecer en ella al mismo tiempo que la sensación de fracaso y torpeza. Las manos del rey, rudas y tibias, tomaron las de Brinna para dejarlas en su regazo a medio desnudar, rechazando con delicadeza las caricias que la reina le regalaba mientras trataba de crear un momento de intimidad con él. La joven asumió aquel gesto como una muestra de su repudio hacia actitudes de aquel tipo y Brinna se preguntó qué era lo que había hecho mal si nada más había hecho que seguir los consejos de mujeres más experimentadas y sobre todo, más descocadas que ella. Durante aquellos breves instantes deseó incluso que las velas se apagaran para no tener que exponerse a la mirada de Nathan tras la equivocación cometida, y tan atenazada se sentía por el desacierto al que la había conducido su arrojo que ni siquiera fue capaz de abandonar aquel regazo acogedor para regresar a sus aposentos. Sin embargo, un nuevo movimiento en Nathan la arrancó de sus pesimistas conclusiones y levantó la mirada de sus pequeñas manos justo en el instante en que las yemas de los dedos del rey se posaban con inusitada delicadeza en sus labios. Brinna recibió el inesperado tacto con un suave respingo y una mirada de sorpresa en sus ojos azules, velados por una tristeza que ahora comenzaba a derivar en serenidad conforme percibía en la piel de sus labios el tacto áspero de unos dedos que a pesar de estar más habituados al acero, se mostraban capaces de expresar ternura e incluso cariño. Nathan se demoró delineando la forma de su boca entreabierta al tiempo que Brinna entornaba los ojos de forma instintiva, como si de alguna manera estuviera siendo subyugada a su marido con aquel simple roce. Era la primera vez que la acariciaba de una forma tan tierna e intensa a la vez, y aunque no podía quejarse de no tener un marido considerado que la había tratado con respeto las escasas veces que había visitado su lecho, sí era cierto que sus actitudes en aquellas ocasiones no habían supuesto más que una tibieza poco estimulante junto con una cordialidad poco acorde con momentos que se suponían apasionados. Los pensamientos de Brinna se habían convertido en un torbellino espoleado por las nuevas sensaciones que parecían obnubilar su raciocinio, pues la reina sentía que su cuerpo ardía bajo la liviana seda blanca y que exigía más atención que la que obtenían sus confusas conclusiones respecto a lo que estaba pensando. Nathan logró una vez más dirigir los pensamientos de la joven cuando se aproximó a ella despacio, acortando progresivamente la distancia entre ambos con la intención de besarla. Brinna se mantuvo inmóvil, sintiendo que su respiración se aceleraba en cuestión de segundos conforme todo parecía perder intensidad a su alrededor. Ya no percibía el resplandor de las llamas de las velas que los rodeaban, tampoco escuchaba el crujido de los pantalones de cuero que llevaba Nathan, ni siquiera se hacían audibles ya para la reina los truenos y los relámpagos que gestaba la tormenta que descargaba su furia sobre Nido de Grifos. Sólo existía para Brinna el hombre que ahora la besaba con suavidad, presionando su boca con la fuerza justa para hacerle sentir la aspereza de su bigote en su labio superior, enardeciéndola aquel detalle de masculinidad que la incitaba a entreabrir los labios para recibirle de una forma más profunda.
El primer roce de sus lenguas fue tan cálido y húmedo que Brinna no pudo evitar un estremecimiento que sacudió su cuerpo de arriba a abajo, dejando que fuera su marido quien tomara el mando en un beso tan íntimo que exigía que sus cuerpos estuvieran cada vez más cerca. La joven contenía el aire ante lo abrumador de aquella situación, permitiendo con docilidad que Nathan enredara sus dedos en su espesa melena rubia, desordenándola alrededor de su rostro mientras seguía besándola, sin una voracidad descontrolada pero sí con un agrado palpable en la ligereza de sus movimientos, en la dedicación que su boca demostraba a la de la joven. Cuando se separó de ella, el primer instinto de Brinna fue adelantarse unos centímetros en busca de la cálida boca de su marido, hasta que tras un parpadeo prestó atención a sus palabras, como si abandonara un estado de trance. Sus manos continuaban en su regazo, no por la falta de deseo de tocar y acariciar a Nathan, sino por el propio nerviosismo del momento, por lo inesperado de aquel beso. - Hagámoslo así entonces - respondió ante la propuesta que el rey de las Tormentas hizo en cuanto al pasado que les perseguía - El pasado entonces será nuestro, igual que el presente y también el futuro - agregó con un suave susurro, pues la turbación que sentía tras aquel beso que aún le hacía saborear a Nathan en su boca le impedía hablar con firmeza. Todo su cuerpo temblaba y agradeció estar acogida en el regazo de su rey, pues de otra manera se hubiera sentido realmente vulnerable. Apenas había terminado de hablar cuando Nathan la levantó en volandas a pulso directamente desde sus rodillas, poniéndose en pie con ella en brazos con tal ímpetu que las llamas de las velas titilaron ante su rápido movimiento. Brinna rodeó su cuello con los brazos esbozando una sonrisa emocionada, siendo aquella la primera vez que un hombre que no fuera su padre o su tío la tomaba en brazos., no pudiendo esconder la satisfacción que le producía aquel momento en el que podía sentir la tensión de los músculos de Nathan bajo sus piernas y en su espalda. Dejó que la recostara en aquel esponjoso lecho de plumas que se hundió bajo su peso y le dedicó una sonrisa poco inocente mientras se acomodaba sobre las pieles grises y pardas que cubrían la cama que acogería esa noche al matrimonio Baratheon. El batín de seda blanca aún cubría uno de sus senos y también su vientre y su sexo, pero Nathan se apresuró en retirar aquella prenda con la delicadeza que le inspiraba la liviana tela y el pálido cuerpo de la joven que yacía bajo él. Brinna sintió cierta vergüenza; no era la primera vez que estaba desnuda frente a su esposo pero sí era la primera vez que la contemplaba de forma tan directa, que no se limitaba a buscar la entrada de su sexo con los dedos para penetrarla y llevar a cabo su propio desahogo. Muchas cosas estaban siendo iguales y a la vez diferentes aquella noche, y Brinna se sentía más expuesta incluso que la vez en que Nathan se apropió de su virtud. La pasión que ahora percibía en los ojos de su marido y también en sí misma hacía que esa noche se presentara como una nueva oportunidad para ambos de rectificar la torpeza y la incomodidad que parecían haber estado dominando su relación desde que llegaran a Bastión de Tormentas juntos. La joven reina trató de envalentonarse al saberse acogida en parte por las sombras que reinaban en el rincón de aquella alcoba al carecer del mismo número de velas que la parte en la que se hallaba el escritorio, así que alargó sus manos hacia la camisa de seda negra que cubría el torso de Nathan, rozando la suave tela con las yemas de los dedos hasta percibir bajo éstos el calor de su cuerpo. - ¿Os quedaréis hasta la hora del desayuno? - preguntó con la misma suavidad con que le acariciaba, luciendo en sus ojos una petición sincera, un brillo caprichoso ante la costumbre de Nathan de abandonar el lecho al amanecer las escasas ocasiones en que lo habían compartido.
Una de sus manos se deslizó por el costado de Nathan, pasando cerca de su axila hasta posarse en su omóplato para instarle a cubrirla con su cuerpo. Aquel deseo expresado en forma de suave presión en su espalda obedecía no sólo a la auténtica necesidad de sentirle más cerca de ella sino también al pudor que la invadía mientras la miraba, por más que sus ojos se mostrasen más que agradados con lo que veían. - Gracias por haberme invitado a acompañaros en este viaje - le dijo con una sonrisa mientras sentía el peso del cuerpo de Nathan sobre el suyo, cubriendo así su desnudez a excepción de sus senos, que constituían la frontera entre ambos mientras se miraban a los ojos y se negaban a ser escondidos, exhibiendo su piel blanca y los rosados pezones erectos, mucho más osados que la joven cuyas mejillas se teñían de rubor. Se cercioró entonces la reina de las Tormentas de que no se había equivocado al expulsar a aquella deslenguada sirvienta de Bastión de Tormentas, pues aquella decisión había sido el germen de la concatenación de acontecimientos que les habían llevado al momento en el que estaban. Quizá todo tuviera un sentido, un propósito, y todos aquellos entramados aún estuvieran demasiado alejados de su entendimiento; en cualquier caso, no era momento de filosofar ni de reflexionar, no mientras tuviera el cuerpo de Nathan sobre ella, presionando su vientre con su entrepierna aún enfundada en el cuero negro de los pantalones. Se sorprendió a sí misma deseando que la poseyera aun a sabiendas de que seguramente doliera o simplemente molestara como otras veces; quería tenerlo dentro y sellar así el nuevo entendimiento que parecía haberse creado entre ambos, tan sólo le faltaba el arrojo necesario para pedírselo. Llevó una de sus manos al cuello de la camisa de seda azabache con cierto halo dubitativo aunque esbozando una sonrisa algo ingenua y traviesa a la vez, como la de la niña que se atreve a hacer algo que no sabe si le está permitido o no, y se ocupó de desabrochar los primeros botones de plata que lanzaban esporádicos destellos argénteos cuando la luz de las llamas incidía en ellos. Introdujo después sus dedos por la abertura para acariciar la piel de su torso con una sonrisa complacida, descubriendo así algunas de las cicatrices que surcaban su carne y en las que apenas había reparado en otros momentos. Quizá aquella noche todo parecía más hermoso, más especial y hasta la tormenta que otra noche la habría atemorizado resultaba un acompañamiento estimulante, la mejor sinfonía de fondo a los instantes que los reyes compartían en las sombras de aquel lecho y que parecían ser el preludio de algo mejor. Brinna levantó la cabeza de los almohadones para buscar de nuevo los labios de Nathan, alcanzando tan sólo su mentón cubierto de aquella barba rubia recién recortada por ella misma el día anterior y que besó con el mismo fervor como si se tratara de su boca.
El primer roce de sus lenguas fue tan cálido y húmedo que Brinna no pudo evitar un estremecimiento que sacudió su cuerpo de arriba a abajo, dejando que fuera su marido quien tomara el mando en un beso tan íntimo que exigía que sus cuerpos estuvieran cada vez más cerca. La joven contenía el aire ante lo abrumador de aquella situación, permitiendo con docilidad que Nathan enredara sus dedos en su espesa melena rubia, desordenándola alrededor de su rostro mientras seguía besándola, sin una voracidad descontrolada pero sí con un agrado palpable en la ligereza de sus movimientos, en la dedicación que su boca demostraba a la de la joven. Cuando se separó de ella, el primer instinto de Brinna fue adelantarse unos centímetros en busca de la cálida boca de su marido, hasta que tras un parpadeo prestó atención a sus palabras, como si abandonara un estado de trance. Sus manos continuaban en su regazo, no por la falta de deseo de tocar y acariciar a Nathan, sino por el propio nerviosismo del momento, por lo inesperado de aquel beso. - Hagámoslo así entonces - respondió ante la propuesta que el rey de las Tormentas hizo en cuanto al pasado que les perseguía - El pasado entonces será nuestro, igual que el presente y también el futuro - agregó con un suave susurro, pues la turbación que sentía tras aquel beso que aún le hacía saborear a Nathan en su boca le impedía hablar con firmeza. Todo su cuerpo temblaba y agradeció estar acogida en el regazo de su rey, pues de otra manera se hubiera sentido realmente vulnerable. Apenas había terminado de hablar cuando Nathan la levantó en volandas a pulso directamente desde sus rodillas, poniéndose en pie con ella en brazos con tal ímpetu que las llamas de las velas titilaron ante su rápido movimiento. Brinna rodeó su cuello con los brazos esbozando una sonrisa emocionada, siendo aquella la primera vez que un hombre que no fuera su padre o su tío la tomaba en brazos., no pudiendo esconder la satisfacción que le producía aquel momento en el que podía sentir la tensión de los músculos de Nathan bajo sus piernas y en su espalda. Dejó que la recostara en aquel esponjoso lecho de plumas que se hundió bajo su peso y le dedicó una sonrisa poco inocente mientras se acomodaba sobre las pieles grises y pardas que cubrían la cama que acogería esa noche al matrimonio Baratheon. El batín de seda blanca aún cubría uno de sus senos y también su vientre y su sexo, pero Nathan se apresuró en retirar aquella prenda con la delicadeza que le inspiraba la liviana tela y el pálido cuerpo de la joven que yacía bajo él. Brinna sintió cierta vergüenza; no era la primera vez que estaba desnuda frente a su esposo pero sí era la primera vez que la contemplaba de forma tan directa, que no se limitaba a buscar la entrada de su sexo con los dedos para penetrarla y llevar a cabo su propio desahogo. Muchas cosas estaban siendo iguales y a la vez diferentes aquella noche, y Brinna se sentía más expuesta incluso que la vez en que Nathan se apropió de su virtud. La pasión que ahora percibía en los ojos de su marido y también en sí misma hacía que esa noche se presentara como una nueva oportunidad para ambos de rectificar la torpeza y la incomodidad que parecían haber estado dominando su relación desde que llegaran a Bastión de Tormentas juntos. La joven reina trató de envalentonarse al saberse acogida en parte por las sombras que reinaban en el rincón de aquella alcoba al carecer del mismo número de velas que la parte en la que se hallaba el escritorio, así que alargó sus manos hacia la camisa de seda negra que cubría el torso de Nathan, rozando la suave tela con las yemas de los dedos hasta percibir bajo éstos el calor de su cuerpo. - ¿Os quedaréis hasta la hora del desayuno? - preguntó con la misma suavidad con que le acariciaba, luciendo en sus ojos una petición sincera, un brillo caprichoso ante la costumbre de Nathan de abandonar el lecho al amanecer las escasas ocasiones en que lo habían compartido.
Una de sus manos se deslizó por el costado de Nathan, pasando cerca de su axila hasta posarse en su omóplato para instarle a cubrirla con su cuerpo. Aquel deseo expresado en forma de suave presión en su espalda obedecía no sólo a la auténtica necesidad de sentirle más cerca de ella sino también al pudor que la invadía mientras la miraba, por más que sus ojos se mostrasen más que agradados con lo que veían. - Gracias por haberme invitado a acompañaros en este viaje - le dijo con una sonrisa mientras sentía el peso del cuerpo de Nathan sobre el suyo, cubriendo así su desnudez a excepción de sus senos, que constituían la frontera entre ambos mientras se miraban a los ojos y se negaban a ser escondidos, exhibiendo su piel blanca y los rosados pezones erectos, mucho más osados que la joven cuyas mejillas se teñían de rubor. Se cercioró entonces la reina de las Tormentas de que no se había equivocado al expulsar a aquella deslenguada sirvienta de Bastión de Tormentas, pues aquella decisión había sido el germen de la concatenación de acontecimientos que les habían llevado al momento en el que estaban. Quizá todo tuviera un sentido, un propósito, y todos aquellos entramados aún estuvieran demasiado alejados de su entendimiento; en cualquier caso, no era momento de filosofar ni de reflexionar, no mientras tuviera el cuerpo de Nathan sobre ella, presionando su vientre con su entrepierna aún enfundada en el cuero negro de los pantalones. Se sorprendió a sí misma deseando que la poseyera aun a sabiendas de que seguramente doliera o simplemente molestara como otras veces; quería tenerlo dentro y sellar así el nuevo entendimiento que parecía haberse creado entre ambos, tan sólo le faltaba el arrojo necesario para pedírselo. Llevó una de sus manos al cuello de la camisa de seda azabache con cierto halo dubitativo aunque esbozando una sonrisa algo ingenua y traviesa a la vez, como la de la niña que se atreve a hacer algo que no sabe si le está permitido o no, y se ocupó de desabrochar los primeros botones de plata que lanzaban esporádicos destellos argénteos cuando la luz de las llamas incidía en ellos. Introdujo después sus dedos por la abertura para acariciar la piel de su torso con una sonrisa complacida, descubriendo así algunas de las cicatrices que surcaban su carne y en las que apenas había reparado en otros momentos. Quizá aquella noche todo parecía más hermoso, más especial y hasta la tormenta que otra noche la habría atemorizado resultaba un acompañamiento estimulante, la mejor sinfonía de fondo a los instantes que los reyes compartían en las sombras de aquel lecho y que parecían ser el preludio de algo mejor. Brinna levantó la cabeza de los almohadones para buscar de nuevo los labios de Nathan, alcanzando tan sólo su mentón cubierto de aquella barba rubia recién recortada por ella misma el día anterior y que besó con el mismo fervor como si se tratara de su boca.
Brinna Baratheon
Re: Chispas entre piedra y lluvia [Nathan]
-He incluso más- le respondió pensando en la hora del desayuno, se sentía tan cómodo que su mente por unos momentos se permitió pensar en nuevos momentos juntos, en la mañana siguiente la guardia del nido estaría ocupada en la custodia de Steffan lo mismo que sus espadas juramentadas así que podría darse el lujo de no levantarse al alba ya que había adelantado suficiente trabajo en las horas previas a que Brinna hiciera arribo a sus aposentos, era una sensación extrañara para él, el simple hecho de sentirse de ese modo ya lo era por si sola una sensación extraña luego de haber pasado años en que dormir con su esposa no fuera una opción recomendada. -Deja de pensar en el pasado o el futuro- le pidió en un momento en un tono amable y tranquilo, era una petición en todo sentido pues su voz carecía de aquel tono de voz autoritario que solía usar, no, esta vez se lo estaba solicitando que se dejara de preocupar de eso y aunque entendía que para ella era una preocupación, era algo que Nathan necesitaba no pensar en lo que había pasado o en lo que podría pasar el día de mañana con cada una de sus decisiones, siempre decidía pensando en que era lo mejor para sus tierras pero el destino le había enseñado muy bien que muchas cosas no se dirigen… y además pensar en el futuro le hacía recordar aquel sueño que tanto lo había asustado días atrás. Pero no quería llenarse de pensamientos, los dioses sabían que de verdad en ese minuto no quería pensar en nada, la deseaba y en su mente sólo estaba el pensamiento de que en aquello no había nada de malo.
Nathan ya no recordaba la última vez que su corazón había bombeado de aquella forma, o en realidad sí, pero en aquella ocasión era la furia y el deseo de pelear lo que había sido el motor de aquel impulso, no como ahora, deseaba a su esposa como nunca antes se había permitido hacerlo. Y es que aquel deseo que parecía explotar cada vez con más fuerza no provenía simplemente de sus actos, sino también de los de ella que por primera vez tomaba un rol activo en su encuentro... No es que Nathan la culpara a ella de que no fuera así en otra ocasiones, todo lo contrario era completamente consciente de que el gran responsable era él, pero ahora, siendo más libre era la propia Brinna la que se atrevía a jugar en aquel reconfortante lecho... lo hacía con timidez, es cierto, pero aquella ligera sonrisa traviesa y sus labios sutilmente abiertos eran suficientes para avivar aún más el deseo en el ya de por si enardecido Baratheon. Cuando ella se alzó y beso sus labios él simplemente se dejo hacer hasta que una vez más el deseo lo domino y buscó él mismo sus labios una vez más. Pero la necesidad de sentirla cerca era aún mayor y luego de unos momentos en sus labios se alzó para quitar él mismo la fina camisa que aún cubría su torso. Desde lo alto la pudo observar otra vez... Hermosa, frágil, pero esta vez con un brillo en sus ojos que hacia evidente su decisión y a los ojos de Nathan incluso algo de deseo por lo que en aquella habitación estaba ocurriendo, de todos modos no fueron más que sólo unos minutos los que la observo y se dejo observar por ella, pues pronto se recostó sobre ella, esta vez había más decisión en sus actos, su boca de inmediato buscó la de ella mientras su diestra dibujaba el costado de su cuerpo con ciertos aires de desesperación, mismos aires que luego lo impulsaron a llevar su mano hacia sus muslos para a acariciarlos de forma pausada, tomándose el tiempo necesario para disfrutar de cada milímetro de suavidad y calidez que le podía ofrecer el cuerpo de su joven esposa. Con el mismo ritmo que el beso de los reyes tomaba intensidad lo hacían las manos de Nathan que entre caricias poco a poco buscaba abrir las piernas de Brinna para pode acomodarse entre ellas al mismo tiempo que aquella mano que ya tanto había explorado el cuerpo de ella, ahora se abría paso entre ambos cuerpos, primero para acariciar el Rubio y suave vello que cubría su sexo y luego para buscar la zona más sensible de ella... No era esta la primera vez que los dedos de Nathan buscaban el sexo de su esposa, pero si era la primera vez que lo hacían con suavidad y la prolijidad suficiente para la yema de sus dedos proporcionara caricias a los pliegues de su sexo mientras buscaba separarlos con una delicadeza que probablemente Brinna no recordara o no conociera de él.
Aquella lentitud en cada movimiento sólo la habían tenido una vez y había sido en la primera noche juntos, pero ahora era diferente, en aquella ocasión Nathan había intentado hacerlo lento respetando su primera vez, pero aquello no había terminado en nada más que un deseo de consideración frustrado por un momento que nunca les perteneció. Pero al igual que lo era todo en aquel día, ese momento era diferente a cualquier otro que hubieran vivido antes, los movimientos lentos no eran un burdo intento de consideración sino que eran la antesala de movimientos que gradualmente se hacían más y más intensos en la medida que los dedos del venado iban ganando humedad gracia al sexo de su esposa que a pesar de todo no era indiferente a los cariños dedicados por parte del rey tormenta. Nathan no era un joven inexperto que no conociera el motivo de aquella humedad y el deseo de ella por mínimo que fuera aumentaba su propio deseo. Para ese momento en la cabeza de Nathan no había preguntas ni tampoco dudas… habían pasado ya muchas noches desde que habían compartido el lecho y ahora que lo volvían a hacer la única consideración de Nathan era una delicadeza en sus acciones que no había tenido antes, la tranquilidad y el deseo en la mirada de su esposa a pesar de su desnudes no le habían pensar en un rechazo incluso luego del último beso incluso podía ver como sus pechos subían ligeramente cuando intentaba respirar. Era hermosa, Brinna realmente joven y hermosa, pero por más que sus deseos fueran deleitar su vista con aquella que era el objeto de sus deseos, era su cuerpo el que notoriamente exigía cada vez más cercanía, cercanía que ya no era suficiente con el simple hecho de estar cerca o de sentir sus pechos contra su pecho mientras se besaban… sin decir nada Nathan se puso de pie para terminar de desnudarse, no había nada elegante en sus movimientos sino cierta premura en sus movimientos, sus pantalones terminaron en el suelo al igual que cualquier otra prenda para quedar una vez más frente a ella, ya desnudo la excitación que antes había dejado ver a modo de gestos ahora era evidente pues con su miembro erecto era muy poco lo que podía esconder los efectos que la joven reina había provocado aquella noche.
Una vez más sus manos recorrieron las piernas de Brinna, pero esta vez con más firmeza pues no fueron caricias las que la invitaron a abrir sus piernas, esta vez sus muslos le acogieron con más prontitud y luego de unas cuantas caricias que lubricaran su sexo la penetración no se hizo esperar. Un ligero quejido escapo de los labios de Nathan al penetrarla, nunca había dejado de sentir placer al penetrarla por el contrario, cada vez que lo hacía las oleadas de placer eran más intensas, lo que siempre lo había detenido era la culpa, pero no aquella noche, cuando su miembro ya estuvo en parte dentro de ella alzo su mirada clavando sus ojos en los de ella como un aviso a que aquello no hacía más que comenzar, en esta ocasión no sería algo rápido ni brusco, en la mente del hombre sólo estaba disfrutar de aquello que él mismo se había privado y por lo mismo la tomaría como fuera su deseo… con un suave movimiento de sus caderas su miembro comenzó a entrar en ella una vez más mientras que su mano derecha le ayudaba a apoyarse contra la cama y la izquierda recorría sus piernas desde sus muslos hasta acaricias sus nalgas con la misma lentitud que le penetraba. Aquello no duro más que unos pocos minutos, minutos de inmenso placer para Nathan, cuando al fin la hubo penetrado completamente se mantuvo quiero dentro de ella, observándola y dejando que su sexo se acomodara y acostumbrara al de él. -Brinna- le dijo de pronto, su voz estaba jadeante y a pesar de que aún no se movía ni un centímetro de ella el placer que sentía por estar en ella hacía que su respiración ya fuera notoriamente más agitada de lo que era en situaciones normales y lo fue aún más cuando se inclino un poco más sobre ella haciendo que su miembro ingresara un poco más en ella… aunque su verdadero deseo no era ese sino que el hecho de que poder acercarse a ella para poder besar aquellos labios que comenzaban a coger un tono rojizo que se conjugaba de forma perfecta con el rubor de sus mejillas. No le dijo nada más sólo un corto beso como la antesala a la reanudación de los movimientos, en un comienzo una vez más sus movimientos en ella se mantenían de la misma forma suave que lo había hecho en un comienzo, pero el placer era mayor que la razón de Nathan, quería hacer que ella disfrutara tanto como él de aquel encuentro, sin embargo pronto aquellos pensamientos y cualquier otro comenzaron a abandonar sus pensamientos y casi sin notarlo comenzó a aumentar el ritmo de sus penetraciones y la mano que antes acariciaba sus piernas ahora había obligado a la pierna de la reina a enlazarse a su espalda mientras él apoyaba sus manos a los costados del rostro de ella para tener un punto desde el cual sostenerse ahora que la el ritmo comenzaba a aumentar gradual pero constantemente, al igual que algunos cortos y suaves quejidos que salían de su boca que comenzaban a llenar la habitación rompiendo el silencio sepulcral que había reinado en ella durante tantas noches.
Nathan ya no recordaba la última vez que su corazón había bombeado de aquella forma, o en realidad sí, pero en aquella ocasión era la furia y el deseo de pelear lo que había sido el motor de aquel impulso, no como ahora, deseaba a su esposa como nunca antes se había permitido hacerlo. Y es que aquel deseo que parecía explotar cada vez con más fuerza no provenía simplemente de sus actos, sino también de los de ella que por primera vez tomaba un rol activo en su encuentro... No es que Nathan la culpara a ella de que no fuera así en otra ocasiones, todo lo contrario era completamente consciente de que el gran responsable era él, pero ahora, siendo más libre era la propia Brinna la que se atrevía a jugar en aquel reconfortante lecho... lo hacía con timidez, es cierto, pero aquella ligera sonrisa traviesa y sus labios sutilmente abiertos eran suficientes para avivar aún más el deseo en el ya de por si enardecido Baratheon. Cuando ella se alzó y beso sus labios él simplemente se dejo hacer hasta que una vez más el deseo lo domino y buscó él mismo sus labios una vez más. Pero la necesidad de sentirla cerca era aún mayor y luego de unos momentos en sus labios se alzó para quitar él mismo la fina camisa que aún cubría su torso. Desde lo alto la pudo observar otra vez... Hermosa, frágil, pero esta vez con un brillo en sus ojos que hacia evidente su decisión y a los ojos de Nathan incluso algo de deseo por lo que en aquella habitación estaba ocurriendo, de todos modos no fueron más que sólo unos minutos los que la observo y se dejo observar por ella, pues pronto se recostó sobre ella, esta vez había más decisión en sus actos, su boca de inmediato buscó la de ella mientras su diestra dibujaba el costado de su cuerpo con ciertos aires de desesperación, mismos aires que luego lo impulsaron a llevar su mano hacia sus muslos para a acariciarlos de forma pausada, tomándose el tiempo necesario para disfrutar de cada milímetro de suavidad y calidez que le podía ofrecer el cuerpo de su joven esposa. Con el mismo ritmo que el beso de los reyes tomaba intensidad lo hacían las manos de Nathan que entre caricias poco a poco buscaba abrir las piernas de Brinna para pode acomodarse entre ellas al mismo tiempo que aquella mano que ya tanto había explorado el cuerpo de ella, ahora se abría paso entre ambos cuerpos, primero para acariciar el Rubio y suave vello que cubría su sexo y luego para buscar la zona más sensible de ella... No era esta la primera vez que los dedos de Nathan buscaban el sexo de su esposa, pero si era la primera vez que lo hacían con suavidad y la prolijidad suficiente para la yema de sus dedos proporcionara caricias a los pliegues de su sexo mientras buscaba separarlos con una delicadeza que probablemente Brinna no recordara o no conociera de él.
Aquella lentitud en cada movimiento sólo la habían tenido una vez y había sido en la primera noche juntos, pero ahora era diferente, en aquella ocasión Nathan había intentado hacerlo lento respetando su primera vez, pero aquello no había terminado en nada más que un deseo de consideración frustrado por un momento que nunca les perteneció. Pero al igual que lo era todo en aquel día, ese momento era diferente a cualquier otro que hubieran vivido antes, los movimientos lentos no eran un burdo intento de consideración sino que eran la antesala de movimientos que gradualmente se hacían más y más intensos en la medida que los dedos del venado iban ganando humedad gracia al sexo de su esposa que a pesar de todo no era indiferente a los cariños dedicados por parte del rey tormenta. Nathan no era un joven inexperto que no conociera el motivo de aquella humedad y el deseo de ella por mínimo que fuera aumentaba su propio deseo. Para ese momento en la cabeza de Nathan no había preguntas ni tampoco dudas… habían pasado ya muchas noches desde que habían compartido el lecho y ahora que lo volvían a hacer la única consideración de Nathan era una delicadeza en sus acciones que no había tenido antes, la tranquilidad y el deseo en la mirada de su esposa a pesar de su desnudes no le habían pensar en un rechazo incluso luego del último beso incluso podía ver como sus pechos subían ligeramente cuando intentaba respirar. Era hermosa, Brinna realmente joven y hermosa, pero por más que sus deseos fueran deleitar su vista con aquella que era el objeto de sus deseos, era su cuerpo el que notoriamente exigía cada vez más cercanía, cercanía que ya no era suficiente con el simple hecho de estar cerca o de sentir sus pechos contra su pecho mientras se besaban… sin decir nada Nathan se puso de pie para terminar de desnudarse, no había nada elegante en sus movimientos sino cierta premura en sus movimientos, sus pantalones terminaron en el suelo al igual que cualquier otra prenda para quedar una vez más frente a ella, ya desnudo la excitación que antes había dejado ver a modo de gestos ahora era evidente pues con su miembro erecto era muy poco lo que podía esconder los efectos que la joven reina había provocado aquella noche.
Una vez más sus manos recorrieron las piernas de Brinna, pero esta vez con más firmeza pues no fueron caricias las que la invitaron a abrir sus piernas, esta vez sus muslos le acogieron con más prontitud y luego de unas cuantas caricias que lubricaran su sexo la penetración no se hizo esperar. Un ligero quejido escapo de los labios de Nathan al penetrarla, nunca había dejado de sentir placer al penetrarla por el contrario, cada vez que lo hacía las oleadas de placer eran más intensas, lo que siempre lo había detenido era la culpa, pero no aquella noche, cuando su miembro ya estuvo en parte dentro de ella alzo su mirada clavando sus ojos en los de ella como un aviso a que aquello no hacía más que comenzar, en esta ocasión no sería algo rápido ni brusco, en la mente del hombre sólo estaba disfrutar de aquello que él mismo se había privado y por lo mismo la tomaría como fuera su deseo… con un suave movimiento de sus caderas su miembro comenzó a entrar en ella una vez más mientras que su mano derecha le ayudaba a apoyarse contra la cama y la izquierda recorría sus piernas desde sus muslos hasta acaricias sus nalgas con la misma lentitud que le penetraba. Aquello no duro más que unos pocos minutos, minutos de inmenso placer para Nathan, cuando al fin la hubo penetrado completamente se mantuvo quiero dentro de ella, observándola y dejando que su sexo se acomodara y acostumbrara al de él. -Brinna- le dijo de pronto, su voz estaba jadeante y a pesar de que aún no se movía ni un centímetro de ella el placer que sentía por estar en ella hacía que su respiración ya fuera notoriamente más agitada de lo que era en situaciones normales y lo fue aún más cuando se inclino un poco más sobre ella haciendo que su miembro ingresara un poco más en ella… aunque su verdadero deseo no era ese sino que el hecho de que poder acercarse a ella para poder besar aquellos labios que comenzaban a coger un tono rojizo que se conjugaba de forma perfecta con el rubor de sus mejillas. No le dijo nada más sólo un corto beso como la antesala a la reanudación de los movimientos, en un comienzo una vez más sus movimientos en ella se mantenían de la misma forma suave que lo había hecho en un comienzo, pero el placer era mayor que la razón de Nathan, quería hacer que ella disfrutara tanto como él de aquel encuentro, sin embargo pronto aquellos pensamientos y cualquier otro comenzaron a abandonar sus pensamientos y casi sin notarlo comenzó a aumentar el ritmo de sus penetraciones y la mano que antes acariciaba sus piernas ahora había obligado a la pierna de la reina a enlazarse a su espalda mientras él apoyaba sus manos a los costados del rostro de ella para tener un punto desde el cual sostenerse ahora que la el ritmo comenzaba a aumentar gradual pero constantemente, al igual que algunos cortos y suaves quejidos que salían de su boca que comenzaban a llenar la habitación rompiendo el silencio sepulcral que había reinado en ella durante tantas noches.
Nathan Baratheon- Nobleza
Re: Chispas entre piedra y lluvia [Nathan]
La boca de Nathan supo encontrar la de su esposa, que presa de los nervios no había acertado en su búsqueda topando con su mentón cubierto de una ligera y rubicunda barba y se había limitado a besarlo ahí, y correspondió al inocente atrevimiento de la joven con una pasión que inflamó aún más a Brinna. El húmedo roce de sus lenguas, los labios del rey presionando los suyos y guiándola en aquel beso, sus respiraciones jadeantes elevándose en el lecho y aunándose con el rumor de la furiosa lluvia que azotaba los muros del castillo enardecían a Brinna, quien levantó sus manos para enredar sus pequeños dedos en los cabellos de Nathan, acariciando sus mejillas con sus dedos pulgares, entornando los ojos mientras su cuerpo desnudo se estremecía bajo el de él. Hubiera permanecido así todas las noches que les quedaban por delante, cubierta por su cuerpo e invadida su boca por su lengua, por eso cuando Nathan se incorporó para deshacerse de la camisa negra que ella había comenzado a desabotonar no pudo contener un suspiro de frustración, una mueca de caprichoso disgusto al quedar su cuerpo desnudo al desamparo de la tibieza de aquella alcoba. No era la primera vez que estaba desnuda ante él, pero sí era la primera vez que la contemplaba, que parecía mostrar interés en ella, y aunque el primer impulso de Brinna fue cruzar los brazos por encima de sus pechos a causa del pudor que se resistía a abandonarla, fue capaz finalmente de descubrirse ante él y permitir que la mirara con el deleite que él quisiera, exhibiéndose a sus ojos y alimentando el deseo que se veía en los mismos de una manera que le provocó un ligero rubor en las mejillas y también una suave sonrisa. Sus pechos, redondos, blancos y coronados por pequeños pezones rosados, aparecían orgullosos ante el rey y se erguían con mucha más decisión de la que mostraba Brinna, quien se atrevió a elevar una de sus manos para acariciar el vientre de su rey, libre de cicatrices, firme y endurecido por años de entrenamiento militar. Nathan volvió a cubrirla entonces y la joven le recibió con un suspiro de alivio, rodeándole con sus brazos y ofreciéndose para un nuevo beso mucho más intenso esta vez mientras sentía una de las callosas manos de su marido recorriendo el costado de su cuerpo, delineando el perfil de uno de sus pechos, descendiendo en la curva de su cintura para ascender después por su cadera, resaltando la figura de Brinna y haciendo que ésta fuera consciente por primera vez de que era una mujer, de que su cuerpo había dejado atrás las insulsas formas infantiles para adoptar aquellas curvas destinadas a seducir, a albergar hijos, a atraer el interés y el deseo del hombre que ahora la besaba con tanta pasión. Una de las manos de Nathan rodeó entonces su trémulo muslo blanco y firme, acercándose a su entrepierna y posándose sobre su sexo con decisión, sin dar tiempo a que la joven pudiera prepararse para aquel contacto. Brinna dejó ir un jadeo cerca del oído de Nathan mientras sus dedos presionaban la carne de su espalda, y sin pensar demasiado en lo que hacía se dejó llevar por el instinto que le pedía con urgencia separar los muslos para ofrecerse a él. Un suspiro brotó de sus labios cuando sintió el suave baile que sus dedos realizaron en aquella carne que se humedecía poco a poco y Brinna se estremeció ante el placer de aquellas inesperadas caricias que nunca antes Nathan le hubiera dedicado. No parecía dispuesto a limitarse a abrir los pliegues de su sexo para penetrarla de inmediato como solía hacer, sino que se demoró de una forma que llegaba a ser exasperante pero que alimentó las ganas de la joven. Brinna se movía bajo él sin que nadie le hubiera explicado cómo debía hacerlo, pues en busca de su propio placer mecía las caderas contra la mano de Nathan, abriéndose sus muslos con un inocente atrevimiento mientras de su boca entreabierta se escapaban los suspiros, cada vez menos discretos. Sus manos se posaban en la espalda de Nathan ejerciendo una rítmica presión que acompañaba a los movimientos de sus dedos,y posó un suave beso en uno de sus hombros momentos antes de que él volviera a separarse de ella para ponerse en pie.
Le miró con curiosidad y una incipiente lascivia brillando en sus ojos azules, manteniendo aún las piernas flexionadas y separadas sobre el lecho mientras giraba el rostro para esta vez, ser ella quien le contemplara. Posó su mirada en su miembro endurecido y surcado por las gruesas venas que lo erguían, sintiendo una mezcla de temor y deseo ante la perspectiva de volver a tenerlo dentro de ella, y después elevó los ojos hacia el rostro de Nathan en el que puso distinguir la lujuria que le invadía, contagiándose ella misma de esa sensación y suspirando con deseo hasta que él volvió a tumbarse sobre ella. Brinna le acogió entre sus piernas con premura, sin disimular la ansiedad que sentía porque volviera a tocarla y a besarla. Así lo hizo, aunque la joven se mostró algo tensa al sentir la suavidad de su verga rozando la cara interior de sus muslos a modo de amenaza; no pasó mucho tiempo hasta que se desplazó hacia la entrada de su sexo para comenzar a deslizarse en su interior con la suavidad que sus propios fluidos ofrecían. La reina gimió al sentirlo entrar dentro de ella, aferrándose a la espalda de Nathan mientras respiraba agitadamente sin poder evitar que su cuerpo mostrara cierta rigidez a pesar de que aún el dolor no había hecho acto de aparición. Un escalofrío recorrió su cuerpo conforme su sexo se abría dejando paso al miembro de su rey. Él la miró a los ojos casi con una expresión de amenaza en ellos, sabiendo así Brinna que aquella noche estaba decidido a seguir adelante pese a que ella nunca había puesto objeción en ninguna de las ocasiones en que había acudido a sus aposentos allá en Bastión de Tormentas. Una de las manos de Nathan recorrió de nuevo su cuerpo y aquella caricia contribuyó a aliviar la tensión que hacía presa de la joven mientras era penetrada cada vez más profundamente. Un suave quejido en forma de gemido brotó de sus labios al comenzar a sentir el dolor que esperaba, aunque éste fue bastante más tenue que otras veces gracias a su latente sexo húmedo. Brinna se aferró a él, manteniendo sus piernas flexionadas a ambos lados de sus costados, jadeante mientras buscaba la cercanía con su marido mediante el arqueo de su espalda que provocaba que sus pezones erectos rozaran su torso ahora descubierto. Aquel tacto la enardecía y parecía contrarrestar el dolor que subía desde sus entrañas y que comenzó a paliar cuando al fin aquel miembro la horadó por completo. Fue entonces cuando Nathan permaneció sobre ella, inmóvil y tan jadeante como ella, ambos esposos con sus cuerpos entrelazados con las débiles llamas de las velas como testigos y lamiendo con su luz sus pieles desnudas sobre el lecho. - Mi señor... - respondió en el mismo tono susurrante cuando él la miró a los ojos y pronunció su nombre, mostrándose entregada pero también algo temerosa, debatiéndose sus sentidos entre el placer y el dolor, como si aún no decidiera hacia qué lado se decantaría la balanza, provocando aquella incertidumbre que Brinna se sintiera nerviosa. Nathan se inclinó para besarla, hundiéndose aún más en ella, y la joven reina reprimió un gemido ante una nueva punzada de dolor que pareció diluirse en una tenue sensación placentera que pareció ser dominante aquella vez. Abrió la boca para recibir de nuevo a Nathan, centrándose en un beso que fue demasiado corto puesto que Nathan se apresuró en retomar el ritmo de sus penetraciones, no con la brusquedad y celeridad de otras ocasiones aunque sí con la misma intensidad. Brinna le abrazaba con fuerza y ansiedad, cerrando los ojos para centrar sus sentidos en el leve placer que sentía para lograr sobreponerse al dolor que amenazaba con mermar el disfrute de aquel momento, y rodeó con sus piernas el cuerpo de Nathan, abriéndose así más a él en la creencia de que de esa manera, el acceso a su interior sería más fácil para aquel miembro insistente y ardiente que ensanchaba su sexo en cada embestida.
Brinna sentía que su sexo ardía y pronto sus caderas se adaptaron al ritmo que Nathan marcaba, de forma suave e instintiva, meciéndose contra su cuerpo al tiempo que separaba aún más los muslos, arqueando la espalda y ofreciéndose a él de una manera en que nunca lo había hecho, limitándose otras noches a dejarse hacer ante el temor de disgustar a su rey y también a causa del dolor, mucho más intenso que el que sentía en ese momento. Los jadeos y gemidos de Nathan lograban aumentar su líbido, pues creyó percibir en ellos algo más que el puro placer del desahogo físico y el sentirse deseada hizo que su atrevimiento creciera, moviéndose bajo él con un ímpetu impúdico que aumentó definitivamente su placer. Una de las manos que presionaba la espalda de Nathan descendió hasta una de sus nalgas mientras gemía cerca de su oído y cuando la llevó hasta la curvatura de su muslo, sintió bajo sus dedos aquella fuerte tensión que precedía al derrame de su semilla y que había aprendido a reconocer, pues indicaba el final de sus esporádicos y breves encuentros nocturnos. De repente, el auténtico placer que comenzaba a sentir pasó a un segundo plano ante las altas probabilidades de que una vez más, Nathan la humillara rechazando arriesgarse que su vientre albergara a su heredero. Brinna recordó aquellas ocasiones en las que él había abandonado abruptamente su cuerpo para correrse sobre su muslo o sobre su vientre y decidió con un nuevo orgullo crecido a lo largo de aquel día en Nido de Grifos que también eso sería diferente aquella noche. Un fino sudor comenzaba a cubrir los cuerpos de ambos y en el ambiente ya se mezclaba aquel olor junto con el de sus fluidos, su discreto perfume de violetas, el cuero de los pantalones que yacían en el suelo... La intensidad del sexo, su aroma, sus sonidos en forma de jadeos y gemidos, incluso el crujir del lecho de madera... todo hacía que Brinna se calentara, se enardeciera, haciendo que estuviera a punto de perder la cabeza a pesar de que apenas si llegaba al culmen del placer que su cuerpo podría llegar a proporcionarle con la dedicación adecuada y que aún desconocía. Se esforzó sin embargo por poner en orden sus prioridades: quería ser la reina, la esposa, la mujer y la madre que Nathan deseaba y merecía, así que hizo acopio de todo su valor para atenazar sus piernas en torno a las caderas de su marido, presionando con fuerza mientras hacía que sus caderas ondearan con una pericia desconocida en ella hasta entonces, buscando acelerar el orgasmo de Nathan en detrimento del suyo propio, y cuando sintió que él pretendía una vez más abandonar su cuerpo, se lo impidió. Brinna tenía unas piernas fuertes y bien formadas e hizo gala de ello cuando las tensó para mantener a Nathan dentro de ella, dedicándole una mirada llena de determinación mientras jadeaba y le sostenía con ansiedad y deseo. Su artimaña funcionó, pues tras un largo gemido el cuerpo de su marido se relajó sobre el de ella y la joven abandonó progresivamente el agarre al que le había sometido durante unos instantes, jadeante bajo él. Reparó entonces en la insatisfacción que sentía y en la humedad de su sexo, pero aquellos pensamientos egoístas pasaron a un segundo plano cuando observó la expresión del rostro de Nathan. - Quiero ser la madre de vuestro heredero - dijo aún con la respiración agitada, sin titubear pero humilde dentro de la osadía recién cometida, ausente su mirada de cualquier arrepentimiento - No quiero que sigáis humillándome - añadió antes de suspirar, sonrojándose por el pudor que le provocaba reconocer aquel sentimiento y bajando un instante sus ojos azules hacia sus propios cuerpos desnudos aún en contacto y perlados de sudor, húmedo su sexo, aún erecta la verga brillante por los fluidos de su interior. El aguijón de la curiosidad picó de nuevo a Brinna al contemplar la situación desde la perspectiva del deseo y la pasión y no de la obligación, y el latido que parecía centrar todos sus sentidos en su entrepierna ardiente se esforzaba por indicarle que realmente era posible el goce y el disfrute en el lecho con su marido. Sin embargo, otro asunto era mucho más apremiante ahora así que la joven volvió sus ojos al rostro de Nathan. No pensaba disculparse.
Como excusa para no seguir sometiéndose a la mirada de su marido, Brinna se giró hacia una mesita auxiliar de madera oscurecida por el tiempo para introducir sus dedos en una jofaina de agua y llevarlos después a su sexo, siseando brevemente ante el contacto del agua fría y demorándose conscientemente en aquella improvisada labor de higiene al agradecer su carne henchida aquellos roces. En otras ocasiones había llevado a cabo ese mismo acto sólo que sobre su vientre o su muslo, allá donde hubiera sido desperdiciada la semilla blancuzca de su marido mientras éste abandonaba el lecho para regresar a sus aposentos. - La gente murmura y hasta mi madre comienza a creer que no tengo un cuerpo capaz de concebir hijos - explicó con voz temblorosa no por el temor que pudiera sentir ante la reacción de su esposo sino por la vergüenza de confesar aquellos rumores que se deslizaban por los corredores de Bastión de Tormentas y que habían llegado a sus oídos gracias a la malicia de una criada que seguramente pretendía vislumbrar en primera persona el impacto de esas palabras en su joven señora. - Hay quien dice que me repudiaréis y me enviaréis de regreso a Caminoarroyo por estéril... ¿Acaso pretendéis eso? - preguntó con un tono dolido en el que brillaba el rencor y un auténtico pesar ante aquella posibilidad; de alguna manera no quería abandonar Bastión de Tormentas y sus motivos estaban lejos de la ambición y el ansia de poder, acercándose más al deseo de permanecer junto a Nathan y caminar junto a él, de despertar su orgullo, de recomponer sus pedazos. Tomó el extremo de una de las sábanas de aquel lecho y lo llevó hasta la base de su cuello con ánimo de cubrir su desnudez, pero el intento resultó infructuoso pues la tela cayó entre sus senos dejándolos al descubierto y ocultando tan sólo el sexo rubio. Tampoco sabía Brinna el porqué de aquel inesperado sexo de pudor, pues no era ese tipo de vergüenza la que sentía en aquellos instantes. - Aceptaré cualquier castigo - dijo finalmente, luciendo la entereza de quien asume sus responsabilidades y con un brillo de orgullo en sus ojos - pero quizá en mi vientre ya comience a crecer un hijo vuestro - agregó con cierta soberbia, renunciando en su mente a la posibilidad de que Nathan la obligase a deshacerse del posible niño que albergara su cuerpo si es que su existencia se hacía efectiva. La mano que no sostenía la sábana se posó sobre su bajo vientre, como se protegiera de forma instintiva a aquel bebé que sólo ella en todo el Reino de las Tormentas parecía desear.
Le miró con curiosidad y una incipiente lascivia brillando en sus ojos azules, manteniendo aún las piernas flexionadas y separadas sobre el lecho mientras giraba el rostro para esta vez, ser ella quien le contemplara. Posó su mirada en su miembro endurecido y surcado por las gruesas venas que lo erguían, sintiendo una mezcla de temor y deseo ante la perspectiva de volver a tenerlo dentro de ella, y después elevó los ojos hacia el rostro de Nathan en el que puso distinguir la lujuria que le invadía, contagiándose ella misma de esa sensación y suspirando con deseo hasta que él volvió a tumbarse sobre ella. Brinna le acogió entre sus piernas con premura, sin disimular la ansiedad que sentía porque volviera a tocarla y a besarla. Así lo hizo, aunque la joven se mostró algo tensa al sentir la suavidad de su verga rozando la cara interior de sus muslos a modo de amenaza; no pasó mucho tiempo hasta que se desplazó hacia la entrada de su sexo para comenzar a deslizarse en su interior con la suavidad que sus propios fluidos ofrecían. La reina gimió al sentirlo entrar dentro de ella, aferrándose a la espalda de Nathan mientras respiraba agitadamente sin poder evitar que su cuerpo mostrara cierta rigidez a pesar de que aún el dolor no había hecho acto de aparición. Un escalofrío recorrió su cuerpo conforme su sexo se abría dejando paso al miembro de su rey. Él la miró a los ojos casi con una expresión de amenaza en ellos, sabiendo así Brinna que aquella noche estaba decidido a seguir adelante pese a que ella nunca había puesto objeción en ninguna de las ocasiones en que había acudido a sus aposentos allá en Bastión de Tormentas. Una de las manos de Nathan recorrió de nuevo su cuerpo y aquella caricia contribuyó a aliviar la tensión que hacía presa de la joven mientras era penetrada cada vez más profundamente. Un suave quejido en forma de gemido brotó de sus labios al comenzar a sentir el dolor que esperaba, aunque éste fue bastante más tenue que otras veces gracias a su latente sexo húmedo. Brinna se aferró a él, manteniendo sus piernas flexionadas a ambos lados de sus costados, jadeante mientras buscaba la cercanía con su marido mediante el arqueo de su espalda que provocaba que sus pezones erectos rozaran su torso ahora descubierto. Aquel tacto la enardecía y parecía contrarrestar el dolor que subía desde sus entrañas y que comenzó a paliar cuando al fin aquel miembro la horadó por completo. Fue entonces cuando Nathan permaneció sobre ella, inmóvil y tan jadeante como ella, ambos esposos con sus cuerpos entrelazados con las débiles llamas de las velas como testigos y lamiendo con su luz sus pieles desnudas sobre el lecho. - Mi señor... - respondió en el mismo tono susurrante cuando él la miró a los ojos y pronunció su nombre, mostrándose entregada pero también algo temerosa, debatiéndose sus sentidos entre el placer y el dolor, como si aún no decidiera hacia qué lado se decantaría la balanza, provocando aquella incertidumbre que Brinna se sintiera nerviosa. Nathan se inclinó para besarla, hundiéndose aún más en ella, y la joven reina reprimió un gemido ante una nueva punzada de dolor que pareció diluirse en una tenue sensación placentera que pareció ser dominante aquella vez. Abrió la boca para recibir de nuevo a Nathan, centrándose en un beso que fue demasiado corto puesto que Nathan se apresuró en retomar el ritmo de sus penetraciones, no con la brusquedad y celeridad de otras ocasiones aunque sí con la misma intensidad. Brinna le abrazaba con fuerza y ansiedad, cerrando los ojos para centrar sus sentidos en el leve placer que sentía para lograr sobreponerse al dolor que amenazaba con mermar el disfrute de aquel momento, y rodeó con sus piernas el cuerpo de Nathan, abriéndose así más a él en la creencia de que de esa manera, el acceso a su interior sería más fácil para aquel miembro insistente y ardiente que ensanchaba su sexo en cada embestida.
Brinna sentía que su sexo ardía y pronto sus caderas se adaptaron al ritmo que Nathan marcaba, de forma suave e instintiva, meciéndose contra su cuerpo al tiempo que separaba aún más los muslos, arqueando la espalda y ofreciéndose a él de una manera en que nunca lo había hecho, limitándose otras noches a dejarse hacer ante el temor de disgustar a su rey y también a causa del dolor, mucho más intenso que el que sentía en ese momento. Los jadeos y gemidos de Nathan lograban aumentar su líbido, pues creyó percibir en ellos algo más que el puro placer del desahogo físico y el sentirse deseada hizo que su atrevimiento creciera, moviéndose bajo él con un ímpetu impúdico que aumentó definitivamente su placer. Una de las manos que presionaba la espalda de Nathan descendió hasta una de sus nalgas mientras gemía cerca de su oído y cuando la llevó hasta la curvatura de su muslo, sintió bajo sus dedos aquella fuerte tensión que precedía al derrame de su semilla y que había aprendido a reconocer, pues indicaba el final de sus esporádicos y breves encuentros nocturnos. De repente, el auténtico placer que comenzaba a sentir pasó a un segundo plano ante las altas probabilidades de que una vez más, Nathan la humillara rechazando arriesgarse que su vientre albergara a su heredero. Brinna recordó aquellas ocasiones en las que él había abandonado abruptamente su cuerpo para correrse sobre su muslo o sobre su vientre y decidió con un nuevo orgullo crecido a lo largo de aquel día en Nido de Grifos que también eso sería diferente aquella noche. Un fino sudor comenzaba a cubrir los cuerpos de ambos y en el ambiente ya se mezclaba aquel olor junto con el de sus fluidos, su discreto perfume de violetas, el cuero de los pantalones que yacían en el suelo... La intensidad del sexo, su aroma, sus sonidos en forma de jadeos y gemidos, incluso el crujir del lecho de madera... todo hacía que Brinna se calentara, se enardeciera, haciendo que estuviera a punto de perder la cabeza a pesar de que apenas si llegaba al culmen del placer que su cuerpo podría llegar a proporcionarle con la dedicación adecuada y que aún desconocía. Se esforzó sin embargo por poner en orden sus prioridades: quería ser la reina, la esposa, la mujer y la madre que Nathan deseaba y merecía, así que hizo acopio de todo su valor para atenazar sus piernas en torno a las caderas de su marido, presionando con fuerza mientras hacía que sus caderas ondearan con una pericia desconocida en ella hasta entonces, buscando acelerar el orgasmo de Nathan en detrimento del suyo propio, y cuando sintió que él pretendía una vez más abandonar su cuerpo, se lo impidió. Brinna tenía unas piernas fuertes y bien formadas e hizo gala de ello cuando las tensó para mantener a Nathan dentro de ella, dedicándole una mirada llena de determinación mientras jadeaba y le sostenía con ansiedad y deseo. Su artimaña funcionó, pues tras un largo gemido el cuerpo de su marido se relajó sobre el de ella y la joven abandonó progresivamente el agarre al que le había sometido durante unos instantes, jadeante bajo él. Reparó entonces en la insatisfacción que sentía y en la humedad de su sexo, pero aquellos pensamientos egoístas pasaron a un segundo plano cuando observó la expresión del rostro de Nathan. - Quiero ser la madre de vuestro heredero - dijo aún con la respiración agitada, sin titubear pero humilde dentro de la osadía recién cometida, ausente su mirada de cualquier arrepentimiento - No quiero que sigáis humillándome - añadió antes de suspirar, sonrojándose por el pudor que le provocaba reconocer aquel sentimiento y bajando un instante sus ojos azules hacia sus propios cuerpos desnudos aún en contacto y perlados de sudor, húmedo su sexo, aún erecta la verga brillante por los fluidos de su interior. El aguijón de la curiosidad picó de nuevo a Brinna al contemplar la situación desde la perspectiva del deseo y la pasión y no de la obligación, y el latido que parecía centrar todos sus sentidos en su entrepierna ardiente se esforzaba por indicarle que realmente era posible el goce y el disfrute en el lecho con su marido. Sin embargo, otro asunto era mucho más apremiante ahora así que la joven volvió sus ojos al rostro de Nathan. No pensaba disculparse.
Como excusa para no seguir sometiéndose a la mirada de su marido, Brinna se giró hacia una mesita auxiliar de madera oscurecida por el tiempo para introducir sus dedos en una jofaina de agua y llevarlos después a su sexo, siseando brevemente ante el contacto del agua fría y demorándose conscientemente en aquella improvisada labor de higiene al agradecer su carne henchida aquellos roces. En otras ocasiones había llevado a cabo ese mismo acto sólo que sobre su vientre o su muslo, allá donde hubiera sido desperdiciada la semilla blancuzca de su marido mientras éste abandonaba el lecho para regresar a sus aposentos. - La gente murmura y hasta mi madre comienza a creer que no tengo un cuerpo capaz de concebir hijos - explicó con voz temblorosa no por el temor que pudiera sentir ante la reacción de su esposo sino por la vergüenza de confesar aquellos rumores que se deslizaban por los corredores de Bastión de Tormentas y que habían llegado a sus oídos gracias a la malicia de una criada que seguramente pretendía vislumbrar en primera persona el impacto de esas palabras en su joven señora. - Hay quien dice que me repudiaréis y me enviaréis de regreso a Caminoarroyo por estéril... ¿Acaso pretendéis eso? - preguntó con un tono dolido en el que brillaba el rencor y un auténtico pesar ante aquella posibilidad; de alguna manera no quería abandonar Bastión de Tormentas y sus motivos estaban lejos de la ambición y el ansia de poder, acercándose más al deseo de permanecer junto a Nathan y caminar junto a él, de despertar su orgullo, de recomponer sus pedazos. Tomó el extremo de una de las sábanas de aquel lecho y lo llevó hasta la base de su cuello con ánimo de cubrir su desnudez, pero el intento resultó infructuoso pues la tela cayó entre sus senos dejándolos al descubierto y ocultando tan sólo el sexo rubio. Tampoco sabía Brinna el porqué de aquel inesperado sexo de pudor, pues no era ese tipo de vergüenza la que sentía en aquellos instantes. - Aceptaré cualquier castigo - dijo finalmente, luciendo la entereza de quien asume sus responsabilidades y con un brillo de orgullo en sus ojos - pero quizá en mi vientre ya comience a crecer un hijo vuestro - agregó con cierta soberbia, renunciando en su mente a la posibilidad de que Nathan la obligase a deshacerse del posible niño que albergara su cuerpo si es que su existencia se hacía efectiva. La mano que no sostenía la sábana se posó sobre su bajo vientre, como se protegiera de forma instintiva a aquel bebé que sólo ella en todo el Reino de las Tormentas parecía desear.
Brinna Baratheon
Re: Chispas entre piedra y lluvia [Nathan]
Poco a poco las oleadas de placer eran más intensas pues el placer era mayor ahora que Brinna movía sus caderas con ligereza intentado seguir los movimientos sobre ella, todo era muy diferente para los reyes en aquella ocasión y eso hacía que al menos para Nathan todo fuera más placentero, lo suficientemente grato como para desear que aquello estuviera gobernado por movimientos lentos que buscaban prolongar por más tiempo el placer que le estaba provocando su esposa, algo muy diferente a la carrera contra el tiempo que habían sido sus anteriores encuentros… encuentros que Nathan solía buscar sólo después de semanas enteras sin compartir el lecho y por lo mismos dichos encuentros tenían su origen más en una necesidad de contacto sexual más que en el deseo hacia la joven reina, ciertamente no eran encuentros largos y muchos menos placenteros para ella, pero Nathan había optado por aquellos encuentros antes buscar satisfacción sexual en prostitutas o criadas y es que a pesar de que sabía muy bien que de alguna forma podía estar haciéndola sentir rechazada al no buscarla con más frecuencia, a los ojos del rey era más insultante remplazarla por otra mujer. Pero en aquellos momentos todo aquello no parecía ser más que una sombra en el pasado pues a pesar de que intentaba mantener el ritmo lento los golpes de placer que llegaban a él eran incluso más intensos que sus deseos de prolongar el encuentro… cada zona de su cuerpo que sus manos estrechaban eran un aliciente más a continuar… y tanto era aquel deseo que ella despertaba en esos momentos que pronto Nathan sintió que su cuerpo se tensaba anunciando el final, al menos para él. Pero aquel golpe en su cerebro esta vez no llegó solo, de pronto una vez más llegó a su cabeza la misma imagen que invadía sus pensamientos cada vez que los encuentros con Brinna se encontraban cercanos al final… la imagen era muy simple… Brinna pálida y fría como la nieve, muerta por su causa… Nathan deseaba un heredero más que la obtención de cualquier otro reino, sangre de su sangre que pudiera reinar sobre aquello que él había conseguido para los Baratheon, pero aquella búsqueda, aquel egoísmo era el que había matado a Eve y no podía permitirse matar también a Brinna, la joven no era culpable de haberse visto obligada por su madre a contraer matrimonio con él, no podía matarla… fue por esa misma imagen en su cabeza y ese mismo recuerdo que al igual que lo había hecho en todas las ocasiones anteriores se dispuso para salir de ella y asi acabar el acto fuera de su sexo, lejos de donde pudiera embarazarla… pero en esta ocasión fue diferente, cuando se disponía a hacerlo sintió las piernas de ella atenazándolo para obligarlo a mantenerse en su interior y continuar aquel encuentro hasta el final. El Baratheon sabía muy bien que podía soltarse de aquel agarre, era mucho más fuerte que ella y mucho más avezado que ella en la cama, sin embargo el deseo volvió a gobernar su razonamiento al verla jadear con cierto aire sensual y con clara determinación a que esta vez su semilla regara su sexo… no fueron necesario más que unos minutos más para que se corriera dentro de ella con sonoros jadeos que inundaban el silencio de aquella habitación… pero luego de aquel golpe instante de entrega al deseo Nathan pareció reacción de pronto apartándose de ella de inmediato para mirarla con cierta desesperación como si no lograra entender lo que acaba de hacer, había matado muchos hombres en el campo de batalla pero por primera vez sentía verdadera culpa de lo que había hecho.
-¿Humillándote?- le preguntó con autentico enfado, no podía entender como ella podía considerar que la estaba humillando, en la cabeza de Nathan se repetía una y otra vez el peligro al que la había expuesto al acabar dentro de ella, había sido su semilla la que había matado antes a Eve, aquella niña que se había engendrado dentro de su antigua esposa la había terminado por matar y es que no podía ser de otra forma, él ya se había resignado a que no sería su sangre la que gobernara en bastión de tormentas en el futuro, pero no mataría a otra mujer… A pesar de que la escuchaba hablar se maldecía a si mismo una y otra vez por haberse dejado llevar por el deseo… más se molestaba incluso cuando se descubría a si mismo mirando con detalle como ella se limpiaba su sexo con suaves caricias -La gente murmura, la gente habla… maldita sea sois una reina ¿Qué esperáis?- le preguntó casi en un grito, pero lo logro contener pues tampoco era su deseo gritar a aquella que había puesto en un riesgo innecesario por aquel instinto animal que le había terminado por dominar en los minutos anteriores -¿Es que acaso ya olvidaste lo que sabias de mi antes de conocerme Brinna? ¿Ya olvidaste que gracias a los Targaryen sólo era un maldito salvaje que vivía para la guerra? La gente siempre hablara de vos, si reis, si lloras… o es que acaso no habéis escuchado vos el rumor de que mato a mis esposas, de que las amantes que comparten su lecho conmigo terminan muertas?- le continuo regañando como a una niña pequeña mientras caminaba por la habitación, por momentos cogía su cabellos o miraba al cielo como pidiendo ayuda a los dioses en aquella situación, a pesar de que la regañaba a ella se culpaba a si mismo, no debería haber dado pie a ese encuentro… nunca debió dejarse dominar por esos suaves jadeos y la determinación en su rostro. La miro por unos minutos para notar como ella se intentaba cubrir estando el aún de pie frente a ella y no puedo evitar deparar como sus perfectos senos se mantenía al descubierto provocando una nueva oleada de ira afloraba en él al notar que su miembro se volvía a alzar en nueva erección producto de la imagen de estos mismos. -Espero vuestro orgullo te mantenga con vida, entonces le dijo en un último arrebato de ira antes de coger una prenda para atarla a su cintura y salir de la habitación.
Nido del grifo era solitario por las noches, en sus primeras visitas los criados le habían indicado que desde que los tres grifos habían crecido había sido de ese modo. Pero las vidas de ellos habían sido cortas Andrew Connington había muerto a temprana edad por las propias manos de Nathan quien le asesino en la batalla del portal, en la primera rebelión de los Connington, Eve siempre había sido una mujer tranquila y Jared Connington, por lo que sabía de él o lo que le habían contado los criados del nido, era un hombre pasivo y en su infancia había desaparecido por muchos años, llegando incluso sus padres a darlo por muerto. En resumen el Nido siempre había sido un lugar tranquilo y ahora lo era más pues todos se habían marchado o había muerto. Era en aquella soledad en la que vagaba el otrora regente de la tormenta, el frio de la piedra subía por sus pies descalzos y a él poco parecía importarle aquello, de todos modos solo vagaba por la fortaleza recordando una y otra vez la escena recientemente vivida, preguntándose una y otra vez porque no había tenido el valor ni la determinación para salir de ella a pesar de todo, pero cada vez que esa pregunta llegaba a su cabeza, la respuesta era la misma… no lo sabía, o no realidad si la sabía, pero no lograba comprender como es que se había dejado dominar de aquella forma, como era posible que la simple determinación en sus ojos hubiera sido suficiente para arrastrarlo a ponerla en aquel peligro. Entre pensamientos Nathan no notó como sus pasos lo condujeron una vez más al campo de tiro del nido del Grifo, aquel lugar reservado para los reconocidos arqueros del nido… y si antes habían sido los fantasmas de Eve los que le atormentaban, ahora eran los de Brinna los que seguían sus pasos, de sólo notar que estaba en el campo de Tiro creyó escuchar la voz de Brinna pidiéndole le siguiera enseñando a usar el arco, esa voz suave y siempre con un pequeño dejo de admiración cuando le hablaba… jugarretas del destino, cuando Nathan se acerco hasta la diana en que habían estado durante la tarde pudo notar como aún permanecían en la diana dos flechas, la que habían lanzado juntos y la que ella había lanzado en solitario en una segunda ocasión… nostálgico, incluso preguntándose como se encontraría Brinna después de haberla dejado de aquella forma en la alcoba se acerco hasta la flecha para retirarla de la diana… había sido un buen lanzamiento para alguien que nunca había disparado el arco antes, quizás si Brinna practicaba podría llegar a ser muy buena con aquella arma… aquellos eran sus pensamientos intentado imaginar que aún quedaba tiempo para Brinna, pero todo aquella noche parecía haberse llenado de malos augurios y recuerdos pues cuando deslizo su dedo por el extremo de la flecha el filo de esta corto delicadamente la yema de sus dedos haciendo brotar sangre de esta -¡¡NOOOOOOOOO!!- un grito de Nathan llenó el lugar, no por el corte sino que un deshago por lo que había ocurrido, la frustración consigo mismo que antes había terminado soltado con Brinna. La única damnificada de aquella escena fue la flecha partida en dos que terminó en el suelo cuando Nathan abandono las cercanías de aquella arena de tiro.
Vagó por la fortaleza algo más de tiempo hasta que el frio y la lluvia le hicieron notar lo que estaba ocurriendo a su alrededor pues él seguía caminando descalzo y solo con una delgada prenda cubriéndole desde la cintura hacia abajo. Había pasado tiempo suficiente, Brinna ya no debía estar en el dormitorio que habían compartido y si lo hacía al menos ya debía estar dormida, no quería verla pues sabía el daño que le había hecho al terminar el acto dentro de ella y también sabía que había sido ella quien había pagado antes la frustración que había sentido consigo mismo.
Nathan Baratheon- Nobleza
Re: Chispas entre piedra y lluvia [Nathan]
La furia de los Baratheon se hizo patente en aquella alcoba cuando la voz de Nathan se alzó incluso por encima del trueno, el rayo y la lluvia que azotaban los muros de la fortaleza en la que se cobijaban. El rey había abandonado el lecho con celeridad, paseando de un lado a otro mientras su cuerpo desnudo se iluminaba por las residuales llamas que aún bailaban en la chimenea y también por los relámpagos que se colaban por las rendijas de los postigos cerrados. Su rostro aparecía casi desencajado y sus ojos se mostraban desesperados, como si Brinna hubiera echado a las llamas una estatua de El Guerrero en vez de hacerse embarazar por su marido. La joven se mantenía encogida sobre el lecho, refugiándose entre las sábanas y las pieles que aún exudaba el olor del sudor de ambos pero sin dejar de mirarle a los ojos, aceptando aquel enfado con la misma determinación con la que había asegurado que aceptaría cualquier castigo, demostrándole que también había cierta dosis de valentía en ella. Además, Brinna no era tan ingenua como para pretender que él no mostraría su disgusto ante su osada acción a pesar de la buena intencionalidad de la misma. Encogió las piernas bajo su cuerpo, como queriendo encogerse y desaparecer literalmente ante el enojo que mostraba el Rey de las Tormentas al que los truenos parecían jalear mientras descargaba su frustración sobre la joven reina, pero aún así no se mostró amilanada y se atrevió a responder: - Mi orgullo es lo que me mantiene aquí - dijo sin elevar la voz como Nathan pero con tono desafiante y la mirada encendida - Mi orgullo es lo que me hace querer ser una buena reina, una buena esposa y también una buena madre para vuestro heredero -. No supo si Nathan había alcanzado a escuchar aquellas palabras, pues tras cubrirse con una prenda que tomó con un zarpazo del interior de un arcón medio abierto que reposaba en las sombras de aquella alcoba, abandonó la estancia con un caminar tan resuelto y veloz que las llamas de las velas sostenidas en uno de los candelabros de hierro forjado temblaron por unos instantes. Brinna centró su triste mirada en esos pequeños fuegos titilantes, tomándolos como un presagio y consolándose a ver que ni una sola de aquellas llamas anaranjadas se apagaba. Era ingenuo por su parte creer que aquello podía tener algún significado, pero decidió que así lo asumiría pues necesitaba cualquier designio positivo para tratar de arrancarse aquella sensación de abandono, de error fatal, de impotencia... El silencio, tan sólo roto por la furiosa tormenta que se desataba en el exterior, volvió a apoderarse de la alcoba y si momentos antes Brinna sentía que su piel ardía, que toda ella estaba envuelta en fuego, ahora un estremecimiento le recordó que estaba sola, desnuda, y que el fuego de la chimenea comenzaba a extinguirse poco a poco, dejándola desamparada sobre aquel lecho tibio, limpio esta vez de la semilla de Nathan. Tras un hondo suspiro, muy similar a los que exhalaba no hacía muchos años cuando se disgustaba por una regañina de su madre o de su padre, se puso en pie rodeando su cuerpo con la sábana, percibiendo entonces el temblor de sus piernas producto del frenético movimiento de instantes antes. Llevó una mano a su entrepierna, aún húmeda, caliente y latente, de nuevo debatiéndose entre el deleite del placentero recuerdo al sentir a Nathan dentro de ella y la amarga situación que le había seguido, provocada por ella misma. - Lo volvería a hacer... - musitó para sí misma mientras se arrodillaba en la piel de oso que reposaba ante la chimenea y echaba en el interior de la misma algunos gruesos troncos de leña seca, fijos sus ojos en el fuego mientras éste lamía la madera, prendiéndola poco a poco hasta que el calor comenzó a hacerse patente de nuevo en la alcoba.
Con aire ausente, Brinna peinaba sus revueltos cabellos dorados usando sus propios dedos, desenredándolos sin demasiada obstinación, cuando la puerta volvió a abrirse y una tímida doncella se asomó desde la oscuridad del corredor, sin poder disimular en sus ojos la ávida curiosidad que la embargaba. - ¿Quiere su Majestad que traiga sus ropas para regresar a sus aposentos? - preguntó con ánimo servil, aunque sesgado sus pequeños ojos de rata con cierta malicia al observar que la reina se hallaba sola en la alcoba. Brinna giró el rostro hacia ella con gesto severo, encontrando en aquella joven sirvienta el blanco perfecto de desahogo de la frustración que sentía, y respondió con una aspereza muy poco habitual en ella: - ¿Acaso no crees que yo misma te habría hecho llamar de necesitar mis ropas? -. La muchacha, sorprendida al recibir semejante respuesta de una mujer a la que esperaba encontrar llorosa y deshecha por la tristeza, se apresuró a bajar la mirada mientras enlazaba sus manos en su regazo, sobre su vestido color arcilla. Brinna no le dio la oportunidad siquiera de ofrecer una disculpa, pues envolviéndose concienzudamente en la sábana con olor a rey, se incorporó para acercarse a ella, distinguiendo por la rendija de la puerta entreabierta el brillo de la armadura de uno de los guardias que custodiaban los aposentos ocupados por Nathan en Nido de Grifos. - ¿Hay algo que te haya hecho pensar que quiera volver a mi alcoba? -. Esta vez la criada sí elevó los ojos hacia los de su señora, aún sumida en el estupor que le había producido la reacción por completo inesperada de la Reina de las Tormentas, dudando un poco antes de hablar. - Se vio al rey abandonar los aposentos, creí que vos regresaríais a vuestro lecho... -. La joven mentía y Brinna lo supo al instante, lo que hizo que se enfureciera al pensar que aquella sirvienta se creía capaz de engañarla de una forma tan torpe. Quizá en otra ocasión se hubiera limitado a esbozar una de aquellas suaves sonrisas suyas mientras le indicaba con cordialidad a la muchacha que no precisaba de sus atenciones, pero Brinna se sentía demasiado desestabilizada como para anteponer la amabilidad a su propia frustración. - Yo creo que los guardias escucharon elevarse la voz del rey y rápidamente procuraron extender el chisme de la misma forma en que las ratas corretean y chillan en los sótanos de esta fortaleza - replicó mostrándose paciente, ladeando la cabeza con cierta displicencia en su rostro mientras uno de sus puños aferraba la sábana a la altura de sus muslos - Todo está bien, el rey mostraba su enfado ante algunas deficiencias en el servicio que ha encontrado aquí en Nido de Grifos y salió a buscar a alguien -. Brinna se sorprendió a sí misma mintiendo con tal facilidad en aras de disipar los rumores que seguramente se habían extendido aquella noche en cuanto a una pelea entre los reyes; si tenía que vivir con aquellos bulos, tal y como Nathan le había dicho a voz en grito, los enfrentaría de la manera que mejor supiera, y quizá el combatir mentira con mentira resultara si no efectivo a largo plazo, cuanto menos una solución plausible en situaciones como aquella. Al menos la criada pareció aún más confusa que instantes antes y tras una reverencia y alguna disculpas musitadas con la barbilla pegada al pecho, abandonó la alcoba cerrando la puerta tras de sí. Brinna pegó la oreja a la puerta, conteniendo el aliento para escuchar qué ocurría en el corredor en penumbra, pero tan sólo alcanzó a oír la airada queja que la doncella dejó caer sobre los guardias que no se atrevieron a replicar sino que se mofaron de ella, como si vez de haberse apresurado en su juicio, se hubieran burlado de ella a sabiendas para exponerla a una reprimenda. Brinna suspiró y se alejó de la puerta de madera para regresar frente a la chimenea, exponiendo su cuerpo al calor de las llamas y encontrando que la gelidez que atenazaba su interior en aquellos momentos parecía impedir que su piel percibiera el efecto del fuego cercano.
El ambiente se repente pareció ponerse tétrico cuando al fin la lluvia comenzó a amainar tras unos instantes, colándose ahora el aroma a tierra mojada por las más mínimas rendijas del castillo y envolviendo a la joven reina en un agradable frescor que sin embargo, resultaba algo inoportuno al encontrarse desnuda. Del oscuro exterior tan sólo llegaba ya el fiero rumor del follaje de los árboles mientras éstos se mecían con el viento que la tormenta había dejado allí y en los corredores de Nido de Grifos ese mismo viento ululaba a sus anchas, perturbando a los habitantes de la fortaleza que padecían del sueño ligero. Brinna creyó escuchar incluso un lamento lejano y su mente se pobló de todas aquellas historias que su septa le contaba acerca de espíritus, fantasmas y espectros que vagaban por algunos de los castillos más vetustos de Poniente. Se estremeció ante las últimas horas de la madrugada y por tanto, las más frías de la noche, y aún envuelta en la sábana regresó al lecho cubierto de pieles para acurrucarse bajo éstas. No se sentía vencida por el sueño, ni siquiera por los miedos infantiles que parecían acosarla en forma de la evocadora voz de la septa de Caminoarroyo, tan sólo pesaba en ella una honda tristeza que no tardó en materializarse en forma de cálidas lágrimas que surcaron con lentitud sus tibias mejillas. Se permitió un sentido suspiro, un tierno sollozo que sonó aún a niña disgustada, y también un respingo que ahogó con la palma de su mano mientras su mirada vidriosa por el llanto vagaba por el fuego de la chimenea. Brinna comenzó a preguntarse acerca de la fatalidad de su equivocación, de cuáles serían las consecuencias cuando el sol lograra asomar de nuevo sobre las cumbres rocosas de las montañas que se veían al oeste del baluarte. Sus pequeños dedos acariciaban los mechones pardos de las pieles bajo las que se abrigaba en esa fría madrugada de primavera, como si buscara algún tipo de consuelo mientras sollozaba, concediéndose aquellos instantes para olvidar que era la Reina de las Tormentas y darse el capricho de volver a sentirse una niña insegura y asustada. Los posibles temores que hubiera podido sentir ante cualquiera de las tempestades vividas desde que había llegado a aquel reino se habían convertido en nimiedades en comparación con el miedo que apretaba su corazón en aquellos momentos, con el vértigo que sufría al pensar en que podía ser devuelta a Caminoarroyo llena de oprobio y vergüenza, en el rencor que Nathan podría albergar hacia ella, en la soledad en la que quizá tendría que gestar y criar al posible niño que comenzaba a crecer en breve en sus entrañas... Brinna no supo cuánto tiempo estuvo sumida en la autocompasión y la congoja, pues antes de poder darse cuenta de que la temprana claridad del día se colaba por las rendijas de los postigos de la ventana, había caído profundamente dormida envuelta en pieles y con los revueltos cabellos rubios desperdigados sobre las mismas, con una mano muy cerca de su boca entreabierta y visibles surcos de lágrimas sesgando sus pálidas mejillas. Nadie se atrevió a molestar a la Reina de las Tormentas durante su sueño, excepto un atrevido rayo de sol que abriéndose paso a través de una angosta rendija de la ventaja, cayó sobre su rostro en forma de dorada y cálida caricia, de inesperado e ignoto consuelo, mientras ella suspiraba suavemente alejada de su desasosiego y sus inquietudes, sumida en la oscuridad del letargo que la había rescatado de las inseguridad y también de las lágrimas.
Con aire ausente, Brinna peinaba sus revueltos cabellos dorados usando sus propios dedos, desenredándolos sin demasiada obstinación, cuando la puerta volvió a abrirse y una tímida doncella se asomó desde la oscuridad del corredor, sin poder disimular en sus ojos la ávida curiosidad que la embargaba. - ¿Quiere su Majestad que traiga sus ropas para regresar a sus aposentos? - preguntó con ánimo servil, aunque sesgado sus pequeños ojos de rata con cierta malicia al observar que la reina se hallaba sola en la alcoba. Brinna giró el rostro hacia ella con gesto severo, encontrando en aquella joven sirvienta el blanco perfecto de desahogo de la frustración que sentía, y respondió con una aspereza muy poco habitual en ella: - ¿Acaso no crees que yo misma te habría hecho llamar de necesitar mis ropas? -. La muchacha, sorprendida al recibir semejante respuesta de una mujer a la que esperaba encontrar llorosa y deshecha por la tristeza, se apresuró a bajar la mirada mientras enlazaba sus manos en su regazo, sobre su vestido color arcilla. Brinna no le dio la oportunidad siquiera de ofrecer una disculpa, pues envolviéndose concienzudamente en la sábana con olor a rey, se incorporó para acercarse a ella, distinguiendo por la rendija de la puerta entreabierta el brillo de la armadura de uno de los guardias que custodiaban los aposentos ocupados por Nathan en Nido de Grifos. - ¿Hay algo que te haya hecho pensar que quiera volver a mi alcoba? -. Esta vez la criada sí elevó los ojos hacia los de su señora, aún sumida en el estupor que le había producido la reacción por completo inesperada de la Reina de las Tormentas, dudando un poco antes de hablar. - Se vio al rey abandonar los aposentos, creí que vos regresaríais a vuestro lecho... -. La joven mentía y Brinna lo supo al instante, lo que hizo que se enfureciera al pensar que aquella sirvienta se creía capaz de engañarla de una forma tan torpe. Quizá en otra ocasión se hubiera limitado a esbozar una de aquellas suaves sonrisas suyas mientras le indicaba con cordialidad a la muchacha que no precisaba de sus atenciones, pero Brinna se sentía demasiado desestabilizada como para anteponer la amabilidad a su propia frustración. - Yo creo que los guardias escucharon elevarse la voz del rey y rápidamente procuraron extender el chisme de la misma forma en que las ratas corretean y chillan en los sótanos de esta fortaleza - replicó mostrándose paciente, ladeando la cabeza con cierta displicencia en su rostro mientras uno de sus puños aferraba la sábana a la altura de sus muslos - Todo está bien, el rey mostraba su enfado ante algunas deficiencias en el servicio que ha encontrado aquí en Nido de Grifos y salió a buscar a alguien -. Brinna se sorprendió a sí misma mintiendo con tal facilidad en aras de disipar los rumores que seguramente se habían extendido aquella noche en cuanto a una pelea entre los reyes; si tenía que vivir con aquellos bulos, tal y como Nathan le había dicho a voz en grito, los enfrentaría de la manera que mejor supiera, y quizá el combatir mentira con mentira resultara si no efectivo a largo plazo, cuanto menos una solución plausible en situaciones como aquella. Al menos la criada pareció aún más confusa que instantes antes y tras una reverencia y alguna disculpas musitadas con la barbilla pegada al pecho, abandonó la alcoba cerrando la puerta tras de sí. Brinna pegó la oreja a la puerta, conteniendo el aliento para escuchar qué ocurría en el corredor en penumbra, pero tan sólo alcanzó a oír la airada queja que la doncella dejó caer sobre los guardias que no se atrevieron a replicar sino que se mofaron de ella, como si vez de haberse apresurado en su juicio, se hubieran burlado de ella a sabiendas para exponerla a una reprimenda. Brinna suspiró y se alejó de la puerta de madera para regresar frente a la chimenea, exponiendo su cuerpo al calor de las llamas y encontrando que la gelidez que atenazaba su interior en aquellos momentos parecía impedir que su piel percibiera el efecto del fuego cercano.
El ambiente se repente pareció ponerse tétrico cuando al fin la lluvia comenzó a amainar tras unos instantes, colándose ahora el aroma a tierra mojada por las más mínimas rendijas del castillo y envolviendo a la joven reina en un agradable frescor que sin embargo, resultaba algo inoportuno al encontrarse desnuda. Del oscuro exterior tan sólo llegaba ya el fiero rumor del follaje de los árboles mientras éstos se mecían con el viento que la tormenta había dejado allí y en los corredores de Nido de Grifos ese mismo viento ululaba a sus anchas, perturbando a los habitantes de la fortaleza que padecían del sueño ligero. Brinna creyó escuchar incluso un lamento lejano y su mente se pobló de todas aquellas historias que su septa le contaba acerca de espíritus, fantasmas y espectros que vagaban por algunos de los castillos más vetustos de Poniente. Se estremeció ante las últimas horas de la madrugada y por tanto, las más frías de la noche, y aún envuelta en la sábana regresó al lecho cubierto de pieles para acurrucarse bajo éstas. No se sentía vencida por el sueño, ni siquiera por los miedos infantiles que parecían acosarla en forma de la evocadora voz de la septa de Caminoarroyo, tan sólo pesaba en ella una honda tristeza que no tardó en materializarse en forma de cálidas lágrimas que surcaron con lentitud sus tibias mejillas. Se permitió un sentido suspiro, un tierno sollozo que sonó aún a niña disgustada, y también un respingo que ahogó con la palma de su mano mientras su mirada vidriosa por el llanto vagaba por el fuego de la chimenea. Brinna comenzó a preguntarse acerca de la fatalidad de su equivocación, de cuáles serían las consecuencias cuando el sol lograra asomar de nuevo sobre las cumbres rocosas de las montañas que se veían al oeste del baluarte. Sus pequeños dedos acariciaban los mechones pardos de las pieles bajo las que se abrigaba en esa fría madrugada de primavera, como si buscara algún tipo de consuelo mientras sollozaba, concediéndose aquellos instantes para olvidar que era la Reina de las Tormentas y darse el capricho de volver a sentirse una niña insegura y asustada. Los posibles temores que hubiera podido sentir ante cualquiera de las tempestades vividas desde que había llegado a aquel reino se habían convertido en nimiedades en comparación con el miedo que apretaba su corazón en aquellos momentos, con el vértigo que sufría al pensar en que podía ser devuelta a Caminoarroyo llena de oprobio y vergüenza, en el rencor que Nathan podría albergar hacia ella, en la soledad en la que quizá tendría que gestar y criar al posible niño que comenzaba a crecer en breve en sus entrañas... Brinna no supo cuánto tiempo estuvo sumida en la autocompasión y la congoja, pues antes de poder darse cuenta de que la temprana claridad del día se colaba por las rendijas de los postigos de la ventana, había caído profundamente dormida envuelta en pieles y con los revueltos cabellos rubios desperdigados sobre las mismas, con una mano muy cerca de su boca entreabierta y visibles surcos de lágrimas sesgando sus pálidas mejillas. Nadie se atrevió a molestar a la Reina de las Tormentas durante su sueño, excepto un atrevido rayo de sol que abriéndose paso a través de una angosta rendija de la ventaja, cayó sobre su rostro en forma de dorada y cálida caricia, de inesperado e ignoto consuelo, mientras ella suspiraba suavemente alejada de su desasosiego y sus inquietudes, sumida en la oscuridad del letargo que la había rescatado de las inseguridad y también de las lágrimas.
Brinna Baratheon
Re: Chispas entre piedra y lluvia [Nathan]
Nathan no estaba del todo seguro, probablemente ya habían pasado dos o tres horas desde que había salido de su habitación en el nido del grifo, durante la última hora algo le había llamado la atención, había visto gente deambulando por el castillo a aquellas horas y no se trataba de los guardias que Nathan siempre hacía mantener la custodia, se trataba de algunas doncellas que vagaban por el castillo como si algo buscaran y ese algo fuera él, esa situación no le gustaba nada pues sólo podía significar una cosa y lo que significaba no le gustaba nada… Pero la situación que terminó por colmar su paciencia fue el hecho de haber encontrado a una de las jóvenes doncellas de la reina observando desde la distancia con una ligera sonrisa en sus labios al ver que el rey vaga fuera de sus aposentes, no le dijo nada a ella pues esa situación tenía otros culpables y sabía muy bien quienes eran esos, pero ya estaba cansado de los rumores y los cuchicheos, por mucho tiempo había permitido que se esparcieran por bastión de tormentas al punto de que una de las criadas se sintiera con el derecho de mencionar a la joven reina su relación pasada, pero aquello tendría que cambiar y comenzaría ahora.
-Su majestad- saludaron ambos guardias tensando sus cuerpos al ver que el Baratheon regresaba a sus aposentos, pero la respuesta de Nathan no fue tan formal como la que ellos extendieron, a pesar de que Nathan era unos centímetros más bajos que los imponentes guardias que custodiaban las habitaciones de los miembros de la familia Baratheon su mirada era imponente provocando incluso un dejo de temor ante la tormenta que parecía haberse plantado frente a ellos -¿Lady Baratheon se encuentra en la habitación?- preguntó con seriedad, seriedad a las que ellos respondieron mirándose entre ellos sin decir ni siquiera una palabra -¿Las doncellas de Lady Baratheon han venido por ella?- volvió a preguntar ya con abierto enojo pues el recordar aquella ligera sonrisa en la doncella le había molestado de sobremanera, y aunque aquello no era difícil pues él ya se encontraba molesto de antes, si le había molestado aún más ese dejo de victoria que había creído percibir al encontrar al regente lejos de su cama -Su Majestad, Lady Baratheon se ha negado a abandonar la habitación, incluso a mantenerse con compañía cuando sus doncellas han venido- grave error a los ojos de Nathan quien había realizado la pregunta de forma capciosa sólo para comprobar lo que había rondado por su mente desde que vio a la mujer en los pisos inferiores -¿Y se puede saber porque las doncellas de Lady Baratheon han acudido a mis aposentos si ella no ha enviado a buscarlas?- Nathan sabía muy bien que sus preguntas tenían falencias, pero espera que aquellas debilidades en su pregunta fueran cubiertas por el tono molesto que había utilizado… Y así fue ambos hombres sólo bajaron la mirada sin atreverse a mirar al rey -Recordarme vuestro juramento- fue todo lo que dijo Nathan sin despegar su mirada de ellos a pesar de que no le estaban mirando -Hemos jurado serviros mi señor, a vos y a vuestra casa... incluso si eso conlleva poner en riesgo nuestras vidas- dijo el más alto que por cierto también era el que parecía más orgulloso de estar donde estaba… y es que entre los hombres de la casa Baratheon aquellos destinados a la custodia de la familia eran los que gozaban de mayores beneficios pecuniarios e incluso parecían tener cierto status dentro de la ancestral fortaleza de los señores de la tormenta -¿Y dentro de ese juramento está comentar lo que escucháis en mi habitación?- preguntó Nathan manteniendo el tono de reproche en su voz, incluso matizando aquel reproche con un dejo de desilusión que no paso desapercibido para sus hombres que ya no sólo mostraban temor en sus actos sino también un dejo de vergüenza por sus acciones -No mi señor- respondió ahora el que antes se había mantenido en silencio frente a los reproches de su señor -Escuchadme bien, si a mis oídos llega si quiera un solo rumor que tenga relación con lo ocurrido esta noche… os destinare al cuidado de las perreras… ahora iros con Steffan, y enviad a vuestros compañeros a ocupar sus puestos, no tendréis remplazo esta día, mañana os quiero a ambos reforzando la custodia del príncipe Steffan en su paseo con Almeric ¿Entendido?- volvió a preguntar Nathan y de inmediato recibió una respuesta afirmativa a su pregunta pero luego retirarse al recibir el gesto de parte de Nathan para que se retiraran.
Ya dentro de la habitación Nathan se volvió a sentir presa de la culpa, primero por lo que había ocurrido y segundo y peor aún, cuando pudo ver el cuerpo de Brinna sobre la cama… el suave y casi imperceptible movimiento de las pieles bajo las que se encontraba dejaban ver que se encontraba dormida, fue por eso que Nathan se acercó hasta que pudo ver su rostro, era evidente que había estado llorando pues suaves marcas surcaban su rostro y bajo sus ojos aún se mantenía un ligero tono rojizo característico de el roce reiterado. -No dejare que mueras- dijo en tono bajo mientras se sentaba en la cama para verla unos momentos, tan hermosa y tan triste, en sólo unos momentos se había borrado todo lo que había pasado durante aquel día, los buenos momentos habían pasado al olvido por una mala decisión de ella… o por los temores de él… cualquiera fuera el motivo todo parecía estar en el olvido en aquellos momentos, en el rostro de la joven reina era notoria la tristeza que la había gobernado en momentos previos a que el sueño la venciera, y en Nathan lo que le mortificaba era la escasa capacidad que él mismo tenía para hacer ver que a su esposa que aquello sólo tenía por finalidad protegerla. Finalmente acaricio su cabello con delicadeza, casi como una despedida -Lo volvería a hacer, no dejare que mueras- le volvió a decir antes de volver a ponerse de pie y regresar a los mapas en que había estado inmerso en los minutos previos al arribo inicial de Brinna a su habitación, aquella sería una noche larga para él, por suerte había mucho que planificar.
Para la mañana siguiente Nathan se aparto de los mapas cuando las primeras luces del alba penetraron en la habitación Nathan intentó acicalarse de la forma más silenciosa posible y salió de la habitación mientras ella aún dormía -Buenos días- saludo Nathan al abrir la puerta -Buenos días, su majestad- saludaron ambos guardias irguiendo sus cuerpos ante la presencia del rey que asomaba más temprano de lo normal -Dejad que la reina duerma, que nadie la moleste hasta que ella pida la presencia de sus doncellas y decidle que lamento no estar con ella en el desayuno, mas estaré en el almuerzo con ella para que luego podamos ir hasta el muelle tal cual le he prometido- dijo Nathan en un tono amable y procurando hacer ver promesas entre él y la reina para aplacar cualquier rumor que pudiera haber corriendo sin poder ser detenido.
[[TEMA CERRADO]]
Nathan Baratheon- Nobleza
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