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Noches Dornienses
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Noches Dornienses
Había oído que aquella noche se iban a reunir dos personas importantes en la taberna La Serpiente Coja. Aquello le dolía en el alma, no le gustaba en absoluto tener que trabajar aquella noche, y menos en aquella taberna. La Serpiente Coja, el lugar con el nombre más estúpido de Dorne, tenía, además, la clientela más variada de toda la ciudad. Sean había averiguado cosas muy curiosas allí: que el pescado de cierto puesto estaba podrido, quién robaba velas del altar de la Vieja en el Septo de barrio bajo, o cuál de las rameras de cierta mancebía cercana guardaba un secreto que habría sido las delicias de los extravagantes señores de yunkios. Aquella taberna era pues, el rincón más divertido de toda Lanza del Sol, salvando el mercado y ciertos balcones llenos de serpientes. Allí era donde solía ir a distraerse, a beber y a conversar con propios y ajenos. No podía decirse que hubiera hecho amigos en aquel lugar, pero se sentía a gusto. Además, en alguna ocasión, a la salida de la taberna, había disfrutado de algún duelo a primera sangre, lo cual empezaba a granjearle un cierto nivel de respeto entre los parroquianos.
Se sentó en su mesa de siempre y pidió lo mismo de siempre. Si cambiara sus hábitos el tabernero y los demás individuos sospecharían de él. Abrió los ojos y probó el vino, aguado, pero mejor que la cerveza que servían en aquel sitio. Allí estaba ser Mark Allyrion en un rincón con el que parecía su escudero. Sean no conocía el nombre del mozalbete imberbe que acompañaba al caballero, pero tanto le daba, en su mente intentaba calibrar los esfuerzos en un posible enfrentamiento con ambos. Como siempre, puso su espada y su daga encima de la mesa y cuando el borracho de Illys se acercó levantó la copa y brindó con él.
-¿Qué hay Tormenta?- rugió el borracho apestando el aire con su mal aliento. Le faltaban tres dientes, un dedo y tenía el pelo ralo, pero sabía más chismes inútiles que cualquier otro borracho, y salía de lo más barato.
-Lo de siempre- sonrió sacando los dados,- ¿apuestas Illys?
-Maldito seas Tormenta- rió el hombre,- la lonja hoy no ha ido bien, prefiero esperar a que venga el idiota de Otis.
-No va a venir- contestó Sean,- su esposa lo ha castigado.
-¡Ja! Le está bien empleado- se rió el hombre,- esa zorra debería cortarle las manos, así no se gastaría el dinero que ella consigue.
-No la insultes, Illys, Jazzy es una prostituta muy honrada.
-¡Dios me libre! Pero es curioso cómo le limpia el sable a todo Dorne, pero a su marido lo tiene en sequía- Illys se había puesto serio.
-Esto es Dorne, amigo ¿cuándo no hay sequía aquí?
Illys dijo algo en aquel momento, pero Sean no le prestó atención. Bebió de su jarra y se concentró en las dos personas que habían entrado en la taberna. Una era un hombre regio, en una capa oscura. No llevaba escudo, pero sí espada y sobrevesta. La capa le ocultaba el emblema de su vestimenta, y no pudo ver más que algo de sable y dorado. "Sable y dorado, sable y dorado. Maldición podría ser cualquiera de las casas de Dorne: Blackmont, Manwoody, Yronwood..." se maldijo por no haber prestado más atención a las enseñanzas de Baldur sobre las familias nobles de Poniente y Essos.
En aquel momento la segunda persona que había entrado en la taberna atrajo completamente su atención. Lejos de ser dorniense, su cabello rojizo y su ropa la delataban como alguien de bastante más al norte del Tridente, quizás. Cualquier cosa quedaba al norte de Lanza del Sol.
-Illys, lo siento- le dijo a su compañero de borracheras,- pero hoy voy a estar un poco ocupado.
Illys miró a la moza y luego a Sean, y luego a la moza y de nuevo a Sean. No comprendía. El joven se encogió de hombros y de un silbido, que ser Allyrion no pasó desapercibido pero ignoró, llamó al tabernero.
-¡Roryn a la dama sírvele lo que quiera, que invito yo!- dijo con voz en grito. Y con un codazo, echó a Illys de su mesa.
Se sentó en su mesa de siempre y pidió lo mismo de siempre. Si cambiara sus hábitos el tabernero y los demás individuos sospecharían de él. Abrió los ojos y probó el vino, aguado, pero mejor que la cerveza que servían en aquel sitio. Allí estaba ser Mark Allyrion en un rincón con el que parecía su escudero. Sean no conocía el nombre del mozalbete imberbe que acompañaba al caballero, pero tanto le daba, en su mente intentaba calibrar los esfuerzos en un posible enfrentamiento con ambos. Como siempre, puso su espada y su daga encima de la mesa y cuando el borracho de Illys se acercó levantó la copa y brindó con él.
-¿Qué hay Tormenta?- rugió el borracho apestando el aire con su mal aliento. Le faltaban tres dientes, un dedo y tenía el pelo ralo, pero sabía más chismes inútiles que cualquier otro borracho, y salía de lo más barato.
-Lo de siempre- sonrió sacando los dados,- ¿apuestas Illys?
-Maldito seas Tormenta- rió el hombre,- la lonja hoy no ha ido bien, prefiero esperar a que venga el idiota de Otis.
-No va a venir- contestó Sean,- su esposa lo ha castigado.
-¡Ja! Le está bien empleado- se rió el hombre,- esa zorra debería cortarle las manos, así no se gastaría el dinero que ella consigue.
-No la insultes, Illys, Jazzy es una prostituta muy honrada.
-¡Dios me libre! Pero es curioso cómo le limpia el sable a todo Dorne, pero a su marido lo tiene en sequía- Illys se había puesto serio.
-Esto es Dorne, amigo ¿cuándo no hay sequía aquí?
Illys dijo algo en aquel momento, pero Sean no le prestó atención. Bebió de su jarra y se concentró en las dos personas que habían entrado en la taberna. Una era un hombre regio, en una capa oscura. No llevaba escudo, pero sí espada y sobrevesta. La capa le ocultaba el emblema de su vestimenta, y no pudo ver más que algo de sable y dorado. "Sable y dorado, sable y dorado. Maldición podría ser cualquiera de las casas de Dorne: Blackmont, Manwoody, Yronwood..." se maldijo por no haber prestado más atención a las enseñanzas de Baldur sobre las familias nobles de Poniente y Essos.
En aquel momento la segunda persona que había entrado en la taberna atrajo completamente su atención. Lejos de ser dorniense, su cabello rojizo y su ropa la delataban como alguien de bastante más al norte del Tridente, quizás. Cualquier cosa quedaba al norte de Lanza del Sol.
-Illys, lo siento- le dijo a su compañero de borracheras,- pero hoy voy a estar un poco ocupado.
Illys miró a la moza y luego a Sean, y luego a la moza y de nuevo a Sean. No comprendía. El joven se encogió de hombros y de un silbido, que ser Allyrion no pasó desapercibido pero ignoró, llamó al tabernero.
-¡Roryn a la dama sírvele lo que quiera, que invito yo!- dijo con voz en grito. Y con un codazo, echó a Illys de su mesa.
Sean Tormenta
Re: Noches Dornienses
Pyke no era un buen lugar para pasar muchas noches. Una noche, de hecho, había bastado a Constance para decidir que debía salir de ahí antes de que fuera demasiado tarde. Illham había recibido una de esas palizas que casi lo deja sin rostro. Un ojo morado era lo más bello de sus armoniosas facciones cuando se lo encontró de madrugada en el puerto. El encargo que había hecho no había salido para nada bien, y luego de ello lo habían lanzado sobre los vacíos puestos de pescado esperando que sus dueños terminaran el trabajo. Para su suerte ella lo había encontrado y no un hombre de hierro de dudosa reputación. Una vez más se salvaban el uno al otro en estos cuatro años que llevaban compartiendo viaje cruzando Poniente de norte a sur o de sur a norte, según se viera. Fue así que aquella misma mañana, cuando el sol anunciaba el augurio de un día nuevo, que ambos trovadores se embarcaron en el primer barco que abandonaba el puerto rumbo a donde fuera que los llevaran. Les sorprendió un poco que aquella dirección fuera Lanza del sol, y más aún les sorprendió que no fuera un Hombre de Hierro quien capitaneara el barco, sino un bastardo de Occidente que andaba de negociante de aquí para allá, desafiando al juego de Tronos que se había librado en el continente hace sólo unos meses.
Durante quince días Constance e Illham navegaron en aquel barco que se hacía llamar la Fortuna dorada. Un nombre bastante rimbombante para un navío de comercio que quería pasar desapercibido. Rodearon el continente observando a lo lejos las Islas Escudo, lugar de los hombres de hierro desde que lo tomaran en una de las tantas batallas del año anterior, y pasaron al seco paisaje de Dorne que se mostraba como arena anaranjada bajo el cálido color del sol. Illham fue mejorando poco a poco en la tranquilidad que brindaba la vida del navegante. Vino espaciado y cantos e historias entretuvieron a la tripulación durante la mitad del mes que duró aquel viaje. Finalmente, y con el sol dando los últimos resquicios de luz, llegaron a la capital sureña donde el comercio seguía tan vivo como Constance lo recordaba de la última vez que había estado ahí, hace ya dos años. Se despidió de cada marinero con una sonrisa y prometió volver a verlos, pues curiosamente siempre se encontraba con las personas dos veces. Illham y ella recorrieron las llamativas calles de la ciudad buscando el hospedaje que recordaban de su visita anterior. Doña Nirma, una viuda dueña de un edificio a medio caer, los reconoció de inmediato. ¿Cómo olvidar a la pareja de trovadores que había cantado cada una de las canciones de su juventud que le recordaban a su fallecido esposo?. Les ofreció la mejor habitación con vista al palacio de los príncipes del sol y agua para refrescarse después de su largo viaje, algo que no pensaron si quiera en rechazar.
- ¿Estás cansado?- preguntó la pelirroja terminando de acomodar el vestido tras el biombo que hacía de puerta a la habitación común de la casa que era la bañera. La música de Illham se detuvo un momento y su voz se escuchó-. Bastante, aún me duele un poco el hombro-. Ante aquello Constance soltó una risa divertida y apareció tras el bombo con su vestido que parecía la unión de telas traídas de todo el mundo. Parches rosas, damascos, verdes, amarillos y azules se mezclaban en telas opacas y brillantes de diferentes anchos y cortes. Buscó sus zapatos desgastados por el uso y se los puso mirando a su compañero de viajes-. Creo entonces que saldré yo a ver qué encuentro por ahí. Dorne debe ser el único lugar seguro para una mujer, o al menos menos peligroso- se corrigió con una sonrisa picarona en sus labios y tomando unas monedas que guardó en una pequeña bolsa que escondía en su cintura bajo el cinto verde que adornaba aquella parte de su vestimenta-. No te metas en problemas. No quiero una nueva paliza al menos por un par de días- dijo Illham retomando su flauta y acercándola a sus labios-. ¿Problemas?... que curiosa palabra- dijo Constance a modo de despedida y sin más salió de ahí rumbo a uno de los lugares que ya había visitado una vez y que nunca estaba vacío de sorpresas: la Serpiente coja.
Entró a la taberna que, tal como recordaba, estaba repleta. Acentos, colores, vestimentas variadas, aunque ella debía ser una de las tantas curiosidades que se reunían ahí. Flanqueó la entrada con unos pasos gráciles y se deslizó tras un hombre creyendo que pasaría desapercibida; sin embargo, una voz masculina le hizo percatarse que no había sido así. El tabernero de rostro aceitunado le sonrió y le señaló al hombre que había hablado desde una mesa con una silla vacante. Ella giró su rostro y se encontró con aquel que había hecho la agradable invitación. Lo bueno de salir sin Illham era que solía beber gratis-. Vino dorniense- señaló al tabernero cerrando un ojo, y comenzó a avanzar ante aquel que había tenido el galante ofrecimiento-. Un hombre que invita a una copa o quiere escuchar una buena historia o quiere ser escuchado...- comentó tomando asiento sin timidez frente a él y enarcando una ceja mientras estudiaba aquel rostro de piel curtida y bronceada, esto último de seguro por efecto de los días bajo el sol de Dorne-. ¿Qué queréis, que os cuente una historia de alguno de los siete Reinos de Poniente, ya que he estado en todos, o me contaréis...- su mirada bajo entonces desde el hombre hacia las armas que había dejado desafiantes sobre la mesa. Un símbolo de ellas y sus colores llamaron su atención. Y un cuento, historia que poco tenía de fantasía aunque algunos así lo creyeran, llegó a su memoria-... cómo es que sois dueño de unas armas como estas, considerando lo que ellas significan?- preguntó con sus ojos oscuros en los claros del hombre que estaba frente a él. La curiosidad dio un resplandor especial a sus pupilas y llevó su mano hacia uno de los mechones pelirrojos que caían como cascada hacia un lado de su rostro-. Porque no cualquiera andaría por ahí con estas armas sabiendo lo que son- en un lento movimiento se inclinó un poco hacia él y murmuró sobre el ruido de las voces que inundaban el lugar- y vos parecéis demasiado seguro en andarlas mostrando- señaló con osadía volviendo su espalda hacia atrás y recibiendo la copa de vino que una de las chicas que trabajan en el lugar le había acercado. Con el primer sorbo de vino siendo degustado por sus labios, Constance pensó que una buena historia parecía pronto a ser escuchada. Y no había en este mundo alguien que gustara más de escuchar historias que ella.
Durante quince días Constance e Illham navegaron en aquel barco que se hacía llamar la Fortuna dorada. Un nombre bastante rimbombante para un navío de comercio que quería pasar desapercibido. Rodearon el continente observando a lo lejos las Islas Escudo, lugar de los hombres de hierro desde que lo tomaran en una de las tantas batallas del año anterior, y pasaron al seco paisaje de Dorne que se mostraba como arena anaranjada bajo el cálido color del sol. Illham fue mejorando poco a poco en la tranquilidad que brindaba la vida del navegante. Vino espaciado y cantos e historias entretuvieron a la tripulación durante la mitad del mes que duró aquel viaje. Finalmente, y con el sol dando los últimos resquicios de luz, llegaron a la capital sureña donde el comercio seguía tan vivo como Constance lo recordaba de la última vez que había estado ahí, hace ya dos años. Se despidió de cada marinero con una sonrisa y prometió volver a verlos, pues curiosamente siempre se encontraba con las personas dos veces. Illham y ella recorrieron las llamativas calles de la ciudad buscando el hospedaje que recordaban de su visita anterior. Doña Nirma, una viuda dueña de un edificio a medio caer, los reconoció de inmediato. ¿Cómo olvidar a la pareja de trovadores que había cantado cada una de las canciones de su juventud que le recordaban a su fallecido esposo?. Les ofreció la mejor habitación con vista al palacio de los príncipes del sol y agua para refrescarse después de su largo viaje, algo que no pensaron si quiera en rechazar.
- ¿Estás cansado?- preguntó la pelirroja terminando de acomodar el vestido tras el biombo que hacía de puerta a la habitación común de la casa que era la bañera. La música de Illham se detuvo un momento y su voz se escuchó-. Bastante, aún me duele un poco el hombro-. Ante aquello Constance soltó una risa divertida y apareció tras el bombo con su vestido que parecía la unión de telas traídas de todo el mundo. Parches rosas, damascos, verdes, amarillos y azules se mezclaban en telas opacas y brillantes de diferentes anchos y cortes. Buscó sus zapatos desgastados por el uso y se los puso mirando a su compañero de viajes-. Creo entonces que saldré yo a ver qué encuentro por ahí. Dorne debe ser el único lugar seguro para una mujer, o al menos menos peligroso- se corrigió con una sonrisa picarona en sus labios y tomando unas monedas que guardó en una pequeña bolsa que escondía en su cintura bajo el cinto verde que adornaba aquella parte de su vestimenta-. No te metas en problemas. No quiero una nueva paliza al menos por un par de días- dijo Illham retomando su flauta y acercándola a sus labios-. ¿Problemas?... que curiosa palabra- dijo Constance a modo de despedida y sin más salió de ahí rumbo a uno de los lugares que ya había visitado una vez y que nunca estaba vacío de sorpresas: la Serpiente coja.
Entró a la taberna que, tal como recordaba, estaba repleta. Acentos, colores, vestimentas variadas, aunque ella debía ser una de las tantas curiosidades que se reunían ahí. Flanqueó la entrada con unos pasos gráciles y se deslizó tras un hombre creyendo que pasaría desapercibida; sin embargo, una voz masculina le hizo percatarse que no había sido así. El tabernero de rostro aceitunado le sonrió y le señaló al hombre que había hablado desde una mesa con una silla vacante. Ella giró su rostro y se encontró con aquel que había hecho la agradable invitación. Lo bueno de salir sin Illham era que solía beber gratis-. Vino dorniense- señaló al tabernero cerrando un ojo, y comenzó a avanzar ante aquel que había tenido el galante ofrecimiento-. Un hombre que invita a una copa o quiere escuchar una buena historia o quiere ser escuchado...- comentó tomando asiento sin timidez frente a él y enarcando una ceja mientras estudiaba aquel rostro de piel curtida y bronceada, esto último de seguro por efecto de los días bajo el sol de Dorne-. ¿Qué queréis, que os cuente una historia de alguno de los siete Reinos de Poniente, ya que he estado en todos, o me contaréis...- su mirada bajo entonces desde el hombre hacia las armas que había dejado desafiantes sobre la mesa. Un símbolo de ellas y sus colores llamaron su atención. Y un cuento, historia que poco tenía de fantasía aunque algunos así lo creyeran, llegó a su memoria-... cómo es que sois dueño de unas armas como estas, considerando lo que ellas significan?- preguntó con sus ojos oscuros en los claros del hombre que estaba frente a él. La curiosidad dio un resplandor especial a sus pupilas y llevó su mano hacia uno de los mechones pelirrojos que caían como cascada hacia un lado de su rostro-. Porque no cualquiera andaría por ahí con estas armas sabiendo lo que son- en un lento movimiento se inclinó un poco hacia él y murmuró sobre el ruido de las voces que inundaban el lugar- y vos parecéis demasiado seguro en andarlas mostrando- señaló con osadía volviendo su espalda hacia atrás y recibiendo la copa de vino que una de las chicas que trabajan en el lugar le había acercado. Con el primer sorbo de vino siendo degustado por sus labios, Constance pensó que una buena historia parecía pronto a ser escuchada. Y no había en este mundo alguien que gustara más de escuchar historias que ella.
Última edición por Constance Ríos el Vie Mayo 24, 2013 10:22 am, editado 1 vez
Constance Ríos
Re: Noches Dornienses
La hermosa y pintoresca joven se quitó la capa, se sentó a su vera con su vestido enmendado de cientos de colores y telas, y nada más abrir la boca, le clavó una daga en el alma a Sean. "Pero quién narices es esta muchacha" fue lo primer que cruzó su mente, seguido de un rayo de rabia "¿cómo es capaz de reconocer a Sangre y Plata?" Ni siquiera Vaal, el capitán de la nave tyroshi que lo había llevado hasta allí, las había reconocido. Durante una fracción de segundo, sus pupilas se contrajeron y la sonrisa le bailó, pero se recompuso rápido y reconstruyó su particular máscara: su sonrisa jovial y despreocupada. Lo había impresionado y, por alguna extraña razón, ahora él de pronto quería impresionarla a ella.
-¿Así que conocéis estas armas?- preguntó el joven. Lanzó una moneda al aire que la camarera cazó al vuelo guiñándole un ojo.- Dime, viajera de- intentó pensar rápido. Por su ropa no podía saber su procedencia, pero el cabello olía a mar. "Menuda ayuda, como todo el mundo en el puerto", el color de su cabello era una pista- ¿quizá Aguasdulces? No se puede venir desde allí por mar...- dijo pero se detuvo y vencido, suspiró y alzó la copa para que la muchacha brindara con él.
-La historia de estas armas es la mía propia, pues son de mi propiedad. Si queréis conocerla, tendrás que darme algo a cambio- le guiñó un ojo.- ¿Qué historias de los Siete Reinos de Poniente podéis contarme? ¿Quizás la vuestra propia?- giró la silla para encarar a la muchacha y la inclinó, por lo que durante se mantuvo en equilibrio sobre las dos patas traseras. Tenía una mano en la mesa, donde estaba su copa, y sus armas, y la otra sobre el regazo. Las piernas cruzadas y su particular máscara de jovialidad en el rostro.- Me encantaría saber qué trae a una joven de cabellos de fuego a un lugar donde la tierra arde y los cabellos están tan apagados. No os ofendáis, sois un cambio agradable a la vista- añadió y volviendo a posarse sobre las cuatro patas aprovechó la inercia para acercarse a la dama y, con descaro, tocarle un mechón de su roja melena. La observó con la boca semiabierta, encantado.- No es ningún tinte, y si lo es, no he visto jamás en mi vida un color tan vivo y auténtico- alzó la vista y se detuvo a la altura de la joven.- ¿Quién sois, muchacha? Me intrigáis ¿qué hacéis aquí?.
Entrecerró los ojos y le mantuvo la mirada, aquellos ojos ambarinos parecían sonreír por sí solos. Una osadía y una desvergüenza asombrosas emanaban de aquella pequeña joya de aspecto femenino. Un rubí viviente, una perla viva. El rostro lleno de pecas sonreía y parecía sinceramente divertida por aquella situación. ¿Era su sonrisa una máscara, como la suya propia? Actuaba tan natural que Sean sintió hasta envidia. "O es una perfecta actriz y la envidio por ello, o está encantada de estar en esta taberna charlando con un desconocido armado, y la envidio por su despreocupación" al final él también sonrió.
-He decidido que me caéis bien- dijo, se recostó de nuevo en su asiento y tomó su copa. Bebió y aprovechó para echar un vistazo a los tres hombres reunidos en el rincón. Nada nuevo había sucedido, y si había sucedido había sido algo realmente aburrido. El misterio de cabellos de fuego que tenía delante era con mucho, infinitamente más entretenido que aquellos guerreros. Sonrió, y esta vez de verdad, no sólo con los labios; si no también con la mirada.- Contadme quién sois, por favor.
-¿Así que conocéis estas armas?- preguntó el joven. Lanzó una moneda al aire que la camarera cazó al vuelo guiñándole un ojo.- Dime, viajera de- intentó pensar rápido. Por su ropa no podía saber su procedencia, pero el cabello olía a mar. "Menuda ayuda, como todo el mundo en el puerto", el color de su cabello era una pista- ¿quizá Aguasdulces? No se puede venir desde allí por mar...- dijo pero se detuvo y vencido, suspiró y alzó la copa para que la muchacha brindara con él.
-La historia de estas armas es la mía propia, pues son de mi propiedad. Si queréis conocerla, tendrás que darme algo a cambio- le guiñó un ojo.- ¿Qué historias de los Siete Reinos de Poniente podéis contarme? ¿Quizás la vuestra propia?- giró la silla para encarar a la muchacha y la inclinó, por lo que durante se mantuvo en equilibrio sobre las dos patas traseras. Tenía una mano en la mesa, donde estaba su copa, y sus armas, y la otra sobre el regazo. Las piernas cruzadas y su particular máscara de jovialidad en el rostro.- Me encantaría saber qué trae a una joven de cabellos de fuego a un lugar donde la tierra arde y los cabellos están tan apagados. No os ofendáis, sois un cambio agradable a la vista- añadió y volviendo a posarse sobre las cuatro patas aprovechó la inercia para acercarse a la dama y, con descaro, tocarle un mechón de su roja melena. La observó con la boca semiabierta, encantado.- No es ningún tinte, y si lo es, no he visto jamás en mi vida un color tan vivo y auténtico- alzó la vista y se detuvo a la altura de la joven.- ¿Quién sois, muchacha? Me intrigáis ¿qué hacéis aquí?.
Entrecerró los ojos y le mantuvo la mirada, aquellos ojos ambarinos parecían sonreír por sí solos. Una osadía y una desvergüenza asombrosas emanaban de aquella pequeña joya de aspecto femenino. Un rubí viviente, una perla viva. El rostro lleno de pecas sonreía y parecía sinceramente divertida por aquella situación. ¿Era su sonrisa una máscara, como la suya propia? Actuaba tan natural que Sean sintió hasta envidia. "O es una perfecta actriz y la envidio por ello, o está encantada de estar en esta taberna charlando con un desconocido armado, y la envidio por su despreocupación" al final él también sonrió.
-He decidido que me caéis bien- dijo, se recostó de nuevo en su asiento y tomó su copa. Bebió y aprovechó para echar un vistazo a los tres hombres reunidos en el rincón. Nada nuevo había sucedido, y si había sucedido había sido algo realmente aburrido. El misterio de cabellos de fuego que tenía delante era con mucho, infinitamente más entretenido que aquellos guerreros. Sonrió, y esta vez de verdad, no sólo con los labios; si no también con la mirada.- Contadme quién sois, por favor.
Sean Tormenta
Re: Noches Dornienses
- Sí, las conozco- dijo la mujer de cabellos rojos con una picarona sonrisa en sus labios. No había pasado desapercibido para ella que el hombre se había asombrado con su conocimiento, y no era para menos pues muchos ya parecían confundir las leyendas con la verdad. Cómoda, sentada con soltura sobre la silla y mirando con un toque enigmático al hombre que estaba frente a ella, Constance tomó la copa con una de sus manos y lo escuchó hablar. Cada gesto de su rostro parecía divertido con las inquietudes que su identidad despertaba en él. Sintió el vino en su paladar y percibió el agua de la mezcla. Había probado mejores vinos, pero también había probado cosas mucho peores que vino alguno-. Quizás...- murmuró queda con la copa cubriendo la mitad de su rostro antes de bajarla sobre la mesa. Aquellas armas parecían una curiosa casualidad...
"Historia por historia, parece justo" pensó la trovadora observando el cambio de posición del hombre que, a primera vista, tenía porte de guerrero. No parecía soldado escudado, pues un soldado así no portaría a plena vista aquellas armas, pero sí un hombre de luchas. Sin embargo, no tenía movimientos faltos de destreza, sino todo lo contrario, y su sonrisa era jovial, confundida fácilmente con la de un hombre que mantenía vivo al niño travieso que guardaba en su interior. Una mezcla sugerente y extraña parecía ser aquel que guardaba un secreto tras la imagen de sus armas. Una que hablaba de galantería, aventura y misterio, podía deducir Constance por la mirada de él en ella en el momento que su mano tocó un mechón de su cabello.
Quieta y sólo con una sonrisa divertida rompiendo la máscara de su rostro, la trovadora observó en el silencio opacado por conversaciones ajenas a quien tantas preguntas le hacía. Su mano se estiró y rozó como una hoja de viento el filo del arma de aquel que aún no decía su nombre. Esa misma mano volvió a la copa y la posó en ella mientras enarcaba una ceja antes de responder-. En el norte me conocen como Canto de Otoño, y en el sur como el Petirrojo. En el lugar de Hierro como la Sirena arrebolada y en las ciudades libres ya me conocerán con un nuevo apodo, sin duda alguna- dijo arrugando un poco su pecosa nariz mientras acariciaba el lugar de la copa donde había posado sus labios-. Soy de todas partes, y de ninguna a la vez. He dormido en el bosque y en la arena. Conozco Poniente de norte a su, o sur a norte. Y he estado dos veces en cada Reino, sin excepción- tras ello la mujer se puso de pie dejando la copa sobre la mesa. Caminó hacia él y con una chispa en su mirada murmuró en su oído al inclinarse-... el resto de mi historia inicia con un canto-. De pronto se alejó un par de pasos. Dio un giro repentino en medio del salón y miró a dos hombres que tenían instrumentos. Uno un pequeño tambor y otro una mandolina-. ¡Alegría, alegría!- exclamó y con la más dulce voz, aquella que parecía traer aroma a viajes, flores, tormentas y rocío, la pelirroja se puso a cantar deteniendo el barullo de la taberna por un momento para que sólo su voz se escuchara por todo el lugar.
"Historia por historia, parece justo" pensó la trovadora observando el cambio de posición del hombre que, a primera vista, tenía porte de guerrero. No parecía soldado escudado, pues un soldado así no portaría a plena vista aquellas armas, pero sí un hombre de luchas. Sin embargo, no tenía movimientos faltos de destreza, sino todo lo contrario, y su sonrisa era jovial, confundida fácilmente con la de un hombre que mantenía vivo al niño travieso que guardaba en su interior. Una mezcla sugerente y extraña parecía ser aquel que guardaba un secreto tras la imagen de sus armas. Una que hablaba de galantería, aventura y misterio, podía deducir Constance por la mirada de él en ella en el momento que su mano tocó un mechón de su cabello.
Quieta y sólo con una sonrisa divertida rompiendo la máscara de su rostro, la trovadora observó en el silencio opacado por conversaciones ajenas a quien tantas preguntas le hacía. Su mano se estiró y rozó como una hoja de viento el filo del arma de aquel que aún no decía su nombre. Esa misma mano volvió a la copa y la posó en ella mientras enarcaba una ceja antes de responder-. En el norte me conocen como Canto de Otoño, y en el sur como el Petirrojo. En el lugar de Hierro como la Sirena arrebolada y en las ciudades libres ya me conocerán con un nuevo apodo, sin duda alguna- dijo arrugando un poco su pecosa nariz mientras acariciaba el lugar de la copa donde había posado sus labios-. Soy de todas partes, y de ninguna a la vez. He dormido en el bosque y en la arena. Conozco Poniente de norte a su, o sur a norte. Y he estado dos veces en cada Reino, sin excepción- tras ello la mujer se puso de pie dejando la copa sobre la mesa. Caminó hacia él y con una chispa en su mirada murmuró en su oído al inclinarse-... el resto de mi historia inicia con un canto-. De pronto se alejó un par de pasos. Dio un giro repentino en medio del salón y miró a dos hombres que tenían instrumentos. Uno un pequeño tambor y otro una mandolina-. ¡Alegría, alegría!- exclamó y con la más dulce voz, aquella que parecía traer aroma a viajes, flores, tormentas y rocío, la pelirroja se puso a cantar deteniendo el barullo de la taberna por un momento para que sólo su voz se escuchara por todo el lugar.
Nació bajo la chispa que brilla sobre el agua.
En un castillo fantasma, en una villa embrujada
Se dice que lenguas de fuego abrazaron su figura,
que nació adulta y perdida en su gran hermosura.
Muchas cosas se dicen del nacimiento del rubí perdido.
Que abandonado fue mancillado y que tras ello perdió su brío.
Pero nadie sabe que fue el canto quien le dio la nueva fuerza
Ni nieve, ni tormentas han podido contra ella.
Y en la orilla del mar angosto de un puerto pequeño se escucha
un canto que revela su vida escondido en el sonido de las letras:
Yo soy de aquel tipo de fuego que prende las olas.
Las enciende cual oro bruñido y quema las costas.
Soy del fuego del sol, ardiente en el agua y en la arena.
Mi color es rojo corazón, sin mí no hay más que glorias y tristezas.
Rojo es el color de los cabellos de quienes tienen un secreto escondido.
Rojos los labios de las damas que más que besos dan mordiscos.
Rojo es el color de la sangre derramada en una traidora batalla.
Pero nada es más rojo que el temple del calor sobre las aguas.
Sonrisas, movimientos suaves. Un baile que demostraba lejanía y cercanía a su vez con Dorne. Cual volutas de fuego su cabello pelirrojo se mecía entre las personas de tez oliva y cabello oscuro. Voz que se asemejaba a un trinar de aver primaveral, Constance jugó con cada parte de su cuerpo mientras su vista se iba desde quien con ojos claros la mirada hasta el tabernero que estaba al otro lado de la sala. El vestido multicolor pululó entre medio de la gente que se repartía por la taberna. Parecía deslizarse sobre el suelo robando sonrisas, un par de besos, aplausos y a veces una que otra moneda. La última estrofa la hizo frente al hombre que le había hecho un sin número de preguntas. Al terminarlo, y bajo los viroteos de los extraños, tomó el faldón de su vestido e hizo una reverencia-. Soy Constance- se presentóo con las mejillas sonrosadas por el esfuerzo de la tonada. Los músicos detuvieron la melodía y nuevamente el sonido de las conversaciones se elevó-, una trovadora que gusta de contar y escuchar historias- explicó tomando la copa de vino y dándole un buen trago. Sus labios se tiñeron por un instante de bermellón y tomó asiento frente al hombre llevando su cabellera hacia atrás para despejar un poco de su cuello la temperatura alta tras la danza entre las mesas-. ¿Y cuál es vuesto nombre, historia y misterio?- preguntó desviando sus ojos una vez más desde las armas hasta la curiosa mirada de quien la había invitado a una copa. Al encontrarse con la mirada de él sonrió y en ese ínfimo momento parecía que una máscara había caído... como si el mudo sonido de la loza al resbalar así lo dijera. En un castillo fantasma, en una villa embrujada
Se dice que lenguas de fuego abrazaron su figura,
que nació adulta y perdida en su gran hermosura.
Muchas cosas se dicen del nacimiento del rubí perdido.
Que abandonado fue mancillado y que tras ello perdió su brío.
Pero nadie sabe que fue el canto quien le dio la nueva fuerza
Ni nieve, ni tormentas han podido contra ella.
Y en la orilla del mar angosto de un puerto pequeño se escucha
un canto que revela su vida escondido en el sonido de las letras:
Yo soy de aquel tipo de fuego que prende las olas.
Las enciende cual oro bruñido y quema las costas.
Soy del fuego del sol, ardiente en el agua y en la arena.
Mi color es rojo corazón, sin mí no hay más que glorias y tristezas.
Rojo es el color de los cabellos de quienes tienen un secreto escondido.
Rojos los labios de las damas que más que besos dan mordiscos.
Rojo es el color de la sangre derramada en una traidora batalla.
Pero nada es más rojo que el temple del calor sobre las aguas.
Constance Ríos
La historia de Sean: I parte
Sean aplaudió con fuerza la actuación de la joven. "Adiós a a pasar inadvertido" se dijo, hasta los tres hombres del rincón habían silbado y aplaudido a la muchacha. El bastardo se levantó, hizo una reverencia e invitó a la joven a sentarse de nuevo. Alzó la mano y la camarera trajo dos copas más de vino.
-Uno no conoce a una trovadora todos los días- sonrió el joven,- antes de nada he de juraros que ha sido con mucho, la presentación más espectacular que he visto jamás- se llevó la copa de vino a los labios y volvió a beber un trago de vino. Se aclaró la garganta y apoyó los codos sobre las rodillas, acercándose a Constance.- Yo no soy tan bueno como vos contando historias, pero si me dais un poco de tiempo os contaré la mía.
Se calló un instante, miró al suelo e inspiró hondo. Sus manos se entrelazaron y luego jugueteó con su anillo de plata con forma de bestia. Pensó en Anna, en Baldur, en Heather, en Jak, en Mal y en el bueno de Arnaud. Luego pensó en su madre, y en Bastión de Tormentas y...
-Si conoces a Sangre y Plata- dijo señalando con un gesto de su cabeza las armas de la mesa,- entonces sabrás que pertenecen al hampa o sociedad tyroshi conocida como los Sangre Argéntea. Aunque su reputación es más bien infame, he de decir que algunas de las mejores personas que he conocido han sido Sangre Argéntea. A ti, no te voy a engañar- le dijo, Sean se sorprendió en ese momento de que había dejado de lado las apariencias y la estaba tuteando.- Conoces la vida de la calle. Los nobles no saben de qué se trata, no han tenido que trabajar en su vida para comer, no han conocido el hambre o la verdadera incertidumbre. Eso si es miedo. No saber qué pasará mañana, qué cojones comerás o si acaso vivirás para ver un nuevo día. La gente de alta cuna cae en la gloria de la batalla o muere postrado en una cama que desbordan por los cuatro costados. Y si no caen en la batalla se pagan montañas de oro como rescate- suspiró. Tomó la copa y bebió.
-Todo empezó cuando llegamos a Tyrosh- narró Sean.- Hasta aquel momento yo no valoraba a mi madre. No se puede decir que la odiara, la quería. Al fin y al cabo era mi madre, pero tenía un resentimiento profundo hacia ella. Yo era un bastardo y ella no ¿acaso era una puta que se había acostado con el primero que pasó por delante de su casa?- torció el gesto.- Aún pesa en mí el remordimiento por aquellos sentimientos. Yo tenía catorce días del nombre y mi madre se había gastado el dinero en sacarme de Bastión de Tormentas, de un embrollo mucho más profundo y severo del que había montado hasta entonces. Fue más valiente de lo que yo he sido jamás. Nos metió en un barco y llegamos a Tyrosh con una mano delante y otra detrás. Conseguimos un refugio y comenzamos a trabajar de tejedores de redes. Al fin y al cabo es lo que mi madre sabía hacer y yo también. Durante unos meses nos fue bien, mis manos eran fuertes y hábiles- las abrió mucho se las mostró a Constance que sonrió al ver aquel gesto infantil, Sean también esbozó una media sonrisa.- Aún lo son. El trabajo era abundante y con la plata que ganamos compramos una casita en el puerto. No sé si has estado en Tyrosh, el puerto es asqueroso y muy ruidoso, las chabolas se agolpan en las inmediaciones del río y es nauseabundo. Conseguí negociar una casucha más cerca la ciudad e incluso colgamos un cartel que ofrecía nuestras redes. Aquello fue el desencadenante- sonrió al recordar los detalles de aquel día.- La tormenta se acercaba y el cielo estaba completamente nublado, las dos figuras de negro, rojo y blanco se acercaron tambaleándose por el aire y al ver el cartel se colaron en la casa. Allí estaba yo, solo. Mi madre había salido, la verdad no recuerdo a qué, pero aquellos dos hombres me miraron de arriba abajo y yo pensé que me matarían. Fue la primera vez que vi a los Sangre Argéntea, eran Jak y Mal, dos braavosi algo mayores que yo expertos en cerraduras- se estiró en la silla y miró a Constance.- Dime ¿qué sabes de los Sangre Argéntea?
-Uno no conoce a una trovadora todos los días- sonrió el joven,- antes de nada he de juraros que ha sido con mucho, la presentación más espectacular que he visto jamás- se llevó la copa de vino a los labios y volvió a beber un trago de vino. Se aclaró la garganta y apoyó los codos sobre las rodillas, acercándose a Constance.- Yo no soy tan bueno como vos contando historias, pero si me dais un poco de tiempo os contaré la mía.
Se calló un instante, miró al suelo e inspiró hondo. Sus manos se entrelazaron y luego jugueteó con su anillo de plata con forma de bestia. Pensó en Anna, en Baldur, en Heather, en Jak, en Mal y en el bueno de Arnaud. Luego pensó en su madre, y en Bastión de Tormentas y...
-Si conoces a Sangre y Plata- dijo señalando con un gesto de su cabeza las armas de la mesa,- entonces sabrás que pertenecen al hampa o sociedad tyroshi conocida como los Sangre Argéntea. Aunque su reputación es más bien infame, he de decir que algunas de las mejores personas que he conocido han sido Sangre Argéntea. A ti, no te voy a engañar- le dijo, Sean se sorprendió en ese momento de que había dejado de lado las apariencias y la estaba tuteando.- Conoces la vida de la calle. Los nobles no saben de qué se trata, no han tenido que trabajar en su vida para comer, no han conocido el hambre o la verdadera incertidumbre. Eso si es miedo. No saber qué pasará mañana, qué cojones comerás o si acaso vivirás para ver un nuevo día. La gente de alta cuna cae en la gloria de la batalla o muere postrado en una cama que desbordan por los cuatro costados. Y si no caen en la batalla se pagan montañas de oro como rescate- suspiró. Tomó la copa y bebió.
-Todo empezó cuando llegamos a Tyrosh- narró Sean.- Hasta aquel momento yo no valoraba a mi madre. No se puede decir que la odiara, la quería. Al fin y al cabo era mi madre, pero tenía un resentimiento profundo hacia ella. Yo era un bastardo y ella no ¿acaso era una puta que se había acostado con el primero que pasó por delante de su casa?- torció el gesto.- Aún pesa en mí el remordimiento por aquellos sentimientos. Yo tenía catorce días del nombre y mi madre se había gastado el dinero en sacarme de Bastión de Tormentas, de un embrollo mucho más profundo y severo del que había montado hasta entonces. Fue más valiente de lo que yo he sido jamás. Nos metió en un barco y llegamos a Tyrosh con una mano delante y otra detrás. Conseguimos un refugio y comenzamos a trabajar de tejedores de redes. Al fin y al cabo es lo que mi madre sabía hacer y yo también. Durante unos meses nos fue bien, mis manos eran fuertes y hábiles- las abrió mucho se las mostró a Constance que sonrió al ver aquel gesto infantil, Sean también esbozó una media sonrisa.- Aún lo son. El trabajo era abundante y con la plata que ganamos compramos una casita en el puerto. No sé si has estado en Tyrosh, el puerto es asqueroso y muy ruidoso, las chabolas se agolpan en las inmediaciones del río y es nauseabundo. Conseguí negociar una casucha más cerca la ciudad e incluso colgamos un cartel que ofrecía nuestras redes. Aquello fue el desencadenante- sonrió al recordar los detalles de aquel día.- La tormenta se acercaba y el cielo estaba completamente nublado, las dos figuras de negro, rojo y blanco se acercaron tambaleándose por el aire y al ver el cartel se colaron en la casa. Allí estaba yo, solo. Mi madre había salido, la verdad no recuerdo a qué, pero aquellos dos hombres me miraron de arriba abajo y yo pensé que me matarían. Fue la primera vez que vi a los Sangre Argéntea, eran Jak y Mal, dos braavosi algo mayores que yo expertos en cerraduras- se estiró en la silla y miró a Constance.- Dime ¿qué sabes de los Sangre Argéntea?
Sean Tormenta
Re: Noches Dornienses
Una carcajada explotó en la garganta de Constance y recibió el alago tomando de la mano de la muchacha que se había acercado otra copa de vino. Cómodamente sentada apoyó la espalda en el respaldo y se dispuso a oír lo que aquel hombre tenía por contar-. Escuchar historias es lo más disfruto luego de contarlas- le dijo cerrándole un ojo y acariciando la copa con un dedo mientras su vista se prendaba de él y de lo que le iba a decir. Aquellas armas debían traer de la mano una buena historia. En general los símbolos escondían historias extravagantes, eso lo sabía por experiencia propia.
Asintió a medida que oía sin quitarle los ojos de encima. Cualquiera que mirara a la pelirroja diría que estaba del todo encantada con las palabras que salían del hombre que aún no había dado su nombre. Mas, para quien la conociera un poco más sabría que mientras le prestaba atención a él se percataba de lo que sucedía a su alrededor. A la izquierda un intercambio de objetos robados era llevado a cabo entre susurros de precios y golpes. A la derecha, junto a la barra, una prostituta que buscaba esconder su oficio seducía a un borracho con falsas palabras. Y más allá, donde algunos hombres conversaban, podía sentir sus miradas clavadas en ella y en quien contaba la historia que comenzaba hace muchos años atrás, según se dejaba entrever de las palabras del hombre que próximamente daría a conocer que su apellido era Tormentas "Bastardo..." pensó Constance recordando cuántas veces el eco de aquella palabra había golpeado su cabeza. Su memoria volvió a sus siete años de edad y a Josán, el único ser que deseaba asesinar con sus propias manos y dejar sus tripas colgando al sol antes de que suspirara por última vez. Compartió el sentimiento del hombre frente a ella aunque sus causas fueran del todo diferente, y asintió casi por inercia mientras llevaba el vino a su boca y lo degustaba imaginando al chico y a su madre en aquel viaje en mar. Ella aún no cruzaba el mar angosto, pero se había prometido a sí misma ir, o al menos así haría si no encontraba a su prima para llevar a cabo otra de sus venganzas. A su cabeza llegaron ecos de mar y de redes de pesca, podía imaginar la situación como si la estuviera viendo y casi podía percibir el aroma a sal en su nariz. Imaginación desbordante, sí, siempre la había tenido, y en situaciones como aquella podía hacer una pintura en su cabeza de cada imagen que él relataba comenzando por el paisaje y terminando por el hombre que estaba frente a ella visto como el niño que debió ser en el tiempo que se desarrollaba su relato.
Finalmente, y luego de un pequeño silencio, una pregunta salió de los labios del joven y Constance sonrió. Su rostro mostraba interés y algo de ensoñación como si la historia se hubiese grabado ya en el libro de cuentos que mantenía en su cabeza-. Sé lo que se dice y lo que se debería saber- respondió de forma enigmática apoyando un codo en la mesa e inclinándose hacia adelante-. Dicen que no queda ninguno pues los Capas de la noche los exterminaron- respondió sin perder de vista aquellos ojos claros dejando la copa de vino a un lado para que no interrumpiera la intimidad de la conversación-, quemaron sus guaridas y sus ropas. Mataron a los hombres, mujeres, putas y bastardos con los que se relacionaban. Escondieron sus armas...- su mirada bajó entonces a las que él portaba por un instante con una sonrisa traviesa colándose en sus labios-... para que nadie más se atreviera a portar sus símbolos, y así cada hombre perteneciente a aquel grupo fuera olvidado de la memoria del pueblo- sus labios se mantuvieron entreabiertos por un segundo, quietos y mudos como si aguardaran que algo sucediera. La pelirroja se inclinó un poco más hacia él y susurró sobre el barullo que los rodeaba-. Pero veo que les faltó acabar con el último- regalándole una sonrisa cómplice antes de recobrar la posición habitual sobre la silla, cómoda del todo en el respaldo y llevando a su boca un nuevo sorbo de vino aguado que le parecía mucho mejor a la cerveza tomada en Pyke.
Sin embargo, distando todo de parecer tranquilo, los hombres que la trovadora había divisado los seguían mirando con aire un tanto amenazante. Los ojos oscuros de la joven se encontraron con uno de aquellos hombres y pronto desvió la vista hacia quien se había transformado en su compañía por los momentos que llevaba en esa taberna-. Aún no me dices tu nombre, Tormenta- se atrevió a decir jugando con un mechón de su cabello para que la atención puesta en ellos hiciera creer que no trataba más que de una sesión de coquetería y no una conversación sobre asesinos peligrosos e historias olvidadas-. Y tampoco porqué aquellos hombres parecen tan interesados en ti y en lo que sea que me estés contando. Parece ser que eres de aquellos que guardan demasiados secretos para salir sano e ileso de un lugar como éste en una noche tan cálida de luna llena- comentó intrigada dejando que uno de sus dedos se deslizara por el mechón rojizo de su cabellera y terminara tomando la copa que no había olvidado, dándole un último sorbo sin dejar de notar aquellos ojos que a la distancia no dejaban de observarlos.
Asintió a medida que oía sin quitarle los ojos de encima. Cualquiera que mirara a la pelirroja diría que estaba del todo encantada con las palabras que salían del hombre que aún no había dado su nombre. Mas, para quien la conociera un poco más sabría que mientras le prestaba atención a él se percataba de lo que sucedía a su alrededor. A la izquierda un intercambio de objetos robados era llevado a cabo entre susurros de precios y golpes. A la derecha, junto a la barra, una prostituta que buscaba esconder su oficio seducía a un borracho con falsas palabras. Y más allá, donde algunos hombres conversaban, podía sentir sus miradas clavadas en ella y en quien contaba la historia que comenzaba hace muchos años atrás, según se dejaba entrever de las palabras del hombre que próximamente daría a conocer que su apellido era Tormentas "Bastardo..." pensó Constance recordando cuántas veces el eco de aquella palabra había golpeado su cabeza. Su memoria volvió a sus siete años de edad y a Josán, el único ser que deseaba asesinar con sus propias manos y dejar sus tripas colgando al sol antes de que suspirara por última vez. Compartió el sentimiento del hombre frente a ella aunque sus causas fueran del todo diferente, y asintió casi por inercia mientras llevaba el vino a su boca y lo degustaba imaginando al chico y a su madre en aquel viaje en mar. Ella aún no cruzaba el mar angosto, pero se había prometido a sí misma ir, o al menos así haría si no encontraba a su prima para llevar a cabo otra de sus venganzas. A su cabeza llegaron ecos de mar y de redes de pesca, podía imaginar la situación como si la estuviera viendo y casi podía percibir el aroma a sal en su nariz. Imaginación desbordante, sí, siempre la había tenido, y en situaciones como aquella podía hacer una pintura en su cabeza de cada imagen que él relataba comenzando por el paisaje y terminando por el hombre que estaba frente a ella visto como el niño que debió ser en el tiempo que se desarrollaba su relato.
Finalmente, y luego de un pequeño silencio, una pregunta salió de los labios del joven y Constance sonrió. Su rostro mostraba interés y algo de ensoñación como si la historia se hubiese grabado ya en el libro de cuentos que mantenía en su cabeza-. Sé lo que se dice y lo que se debería saber- respondió de forma enigmática apoyando un codo en la mesa e inclinándose hacia adelante-. Dicen que no queda ninguno pues los Capas de la noche los exterminaron- respondió sin perder de vista aquellos ojos claros dejando la copa de vino a un lado para que no interrumpiera la intimidad de la conversación-, quemaron sus guaridas y sus ropas. Mataron a los hombres, mujeres, putas y bastardos con los que se relacionaban. Escondieron sus armas...- su mirada bajó entonces a las que él portaba por un instante con una sonrisa traviesa colándose en sus labios-... para que nadie más se atreviera a portar sus símbolos, y así cada hombre perteneciente a aquel grupo fuera olvidado de la memoria del pueblo- sus labios se mantuvieron entreabiertos por un segundo, quietos y mudos como si aguardaran que algo sucediera. La pelirroja se inclinó un poco más hacia él y susurró sobre el barullo que los rodeaba-. Pero veo que les faltó acabar con el último- regalándole una sonrisa cómplice antes de recobrar la posición habitual sobre la silla, cómoda del todo en el respaldo y llevando a su boca un nuevo sorbo de vino aguado que le parecía mucho mejor a la cerveza tomada en Pyke.
Sin embargo, distando todo de parecer tranquilo, los hombres que la trovadora había divisado los seguían mirando con aire un tanto amenazante. Los ojos oscuros de la joven se encontraron con uno de aquellos hombres y pronto desvió la vista hacia quien se había transformado en su compañía por los momentos que llevaba en esa taberna-. Aún no me dices tu nombre, Tormenta- se atrevió a decir jugando con un mechón de su cabello para que la atención puesta en ellos hiciera creer que no trataba más que de una sesión de coquetería y no una conversación sobre asesinos peligrosos e historias olvidadas-. Y tampoco porqué aquellos hombres parecen tan interesados en ti y en lo que sea que me estés contando. Parece ser que eres de aquellos que guardan demasiados secretos para salir sano e ileso de un lugar como éste en una noche tan cálida de luna llena- comentó intrigada dejando que uno de sus dedos se deslizara por el mechón rojizo de su cabellera y terminara tomando la copa que no había olvidado, dándole un último sorbo sin dejar de notar aquellos ojos que a la distancia no dejaban de observarlos.
Constance Ríos
Re: Noches Dornienses
El joven miró a la trovadora y sonrió.
-Mi nombre es Sean- dijo, y girando levemente su cabeza con la excusa de mesarse el corto cabello, miró hacia los dos caballeros y el escudero, que prestaban verdadera atención a su mesa.- Y creo que la atención de los tres hombres no se dirige hacia mí sino hacia vos, muchacha...- Algo no iba bien en la taberna. Se mascaba en el aire y se oía en el murmullo. El barullo general y normal de aquel lugar había cambiado, como la cuerda de un laúd que al dejar de presionarla cambia el tono al final de un acorde, como el color de una tormenta entre el rayo y el trueno. Sean entrecerró los ojos y buscó con la mirada el origen de aquel extraño cambio pero no logró percibirlo. De cualquier modo, era mejor seguir manteniendo la calma y pasar desapercibido. Bastante atención llamaban ya Constance y él.
-Aquella tarde- siguió con su relato,- Jak y Mal habían estado en la ciudad buscando alguien que les ofreciese un buen precio por arreglar unos "mecanismos con cuerdas" que urgían de ser reparados. Jak era alto, delgado y con el cabello ondulado típico de los braavosis, Mal era bajito, de piel cetrina y nariz respingona. Cuando me vieron en mi casa, solo y anundando redes se quedaron sorprendidos. "¿Esas redes las has hecho tú?" me preguntó Mal con el ceño fruncido. Yo asentí, buscando a tientas un cuchillo con el que defenderme- suspiró y se recostó en la silla.- Yo ya había oído hablar de los Sangre Argéntea, sobre todo a las mujeres del puerto. Hablaban de asesinos y ladrones. Rufianes, a fin de cuentas; gente de mala vida que había llevado a Tyrosh a la desgracia- Volvió a apoyarse sobre sus rodillas y a mirarse las manos. Seguía recordando a la perfección cómo anudar una red, cómo montar una trampa o dónde buscar el rastro de una presa. Esas cosas seguían prendidas en su mente como llamas de fuego valyrio.- Jak cogió una y la examinó. "Son de buena calidad" le dijo a Mal y ambos me miraron y luego cuchichearon. "¿Soportarían el peso de un hombre?" me preguntó Mal. Entonces yo capté enseguida cuál era el interés de aquellos dos hombres. Buscaban una red para montar una trampa. "Soportarían el peso de tres hombres, pero el problema no serían las redes, sino los contrapesos que tendríais que utilizar" les respondí. Ambos sonrieron "¿acaso eres también un trampero?", me preguntó Jak. "Soy cazador, algo sé de trampas"- sonrió de nuevo ante la trovadora, recordando su osadía juvenil. Echó un vistazo a los hombres, seguían allí, pero miraban hacia otro lado. Algo había atraído su atención. Un creciente griterío alborotaba la esquina norte de la taberna. Gritos de apuestas, rabia y, seguramente, trampas. "Espero que Illys no esté apostando esta noche" se dijo.- Así fue como empezó mi relación con los Sangre Argéntea- prosiguió Sean con un ojo atento a lo que ocurría en aquella esquina norte.- Antes de marcharse con una de las redes me lanzaron una bolsa llena de monedas de plata y alguna de oro. Era más dinero de lo que habíamos logrado jamás. Cuando mi madre lo vio y le conté la venta que había hecho se puso hecha una furia. "Ese dinero está manchado de sangre" me dijo "y esa red se cosió honradamente, no tenías derecho a poner nuestro trabajo al servicio de gente tan vil". Aquello me dolió profundamente, pero no contesté. Seguí cosiendo redes, y durante una semana, me sentí realmente perdido. A la semana siguiente, Jak y Mal regresaron, el mismo día a la misma hora. Mi madre no estaba. Aquella vez no buscaban redes, me buscaban a mí. "Tenías razón, la red aguanta, pero no conseguimos hacer funcionar la trampa" me dijo Jak "¿tú sabes cómo hacerlo?". Mi respuesta fue encogerme de hombros. Ellos sonrieron, me vendaron los ojos y me llevaron a su guarida- suspiró.- Así fue como entré en los Sangre Argéntea. Durante dos semanas se dedicaron a acompañarme a su guarida y vigilar mi trabajo reparando sus trampas. Mi madre dejó de hablarme, pero no me prohibió acompañarlos. Hasta que, cuando acabé y me pagaron, conocí a Baldur.
En aquel momento Sean no pudo continuar con el relato. Un grito de furia incontrolada se escuchó desde la esquina norte y una de las camareras salió corriendo por la puerta mientras el tabernero cruzaba la puerta de la trastienda y la atrancaba por dentro. Una pelea. Una jarra salió volando por los aires vertiendo su contenido a lo largo de toda su trayectoria hasta la mesa donde los caballeros descansaban. Se levantaron con fiereza y desenvainaron sus aceros, como si aquello sirviera para apaciguar los ánimos de los contendientes. Una prostituta salió corriendo de la esquina sur mientras que su cliente se subía los pantalones y desenvainaba una maza delustrada. Con un silbido llamó la atención de dos matones que lo esperaban en otra mesa y que desenfundaron sendas mazas.
-Ay dioses- dijo Sean. Acababa de ver a Illys entre los jugadores que habían comenzado el alboroto. Miró a Constance y se disculpó,- creo que tendré que seguir con mi historia más tarde- se puso en pie y le hizo una reverencia, colgándose sus armas con maestría en el cinto y alzando un puño en el aire.
-¡Pelea!- gritó alguien.
-¡Pelea!- respondieron todos los hombres de la taberna.
-¡Pelea!- gritó Sean y mirando a la trovadora añadió,- creo que un amigo mío está en apuros, así que discúlpeme.
Y saltando sobre la mesa pateó la cabeza de el primer tipo que se lanzó sobre él.
-Mi nombre es Sean- dijo, y girando levemente su cabeza con la excusa de mesarse el corto cabello, miró hacia los dos caballeros y el escudero, que prestaban verdadera atención a su mesa.- Y creo que la atención de los tres hombres no se dirige hacia mí sino hacia vos, muchacha...- Algo no iba bien en la taberna. Se mascaba en el aire y se oía en el murmullo. El barullo general y normal de aquel lugar había cambiado, como la cuerda de un laúd que al dejar de presionarla cambia el tono al final de un acorde, como el color de una tormenta entre el rayo y el trueno. Sean entrecerró los ojos y buscó con la mirada el origen de aquel extraño cambio pero no logró percibirlo. De cualquier modo, era mejor seguir manteniendo la calma y pasar desapercibido. Bastante atención llamaban ya Constance y él.
-Aquella tarde- siguió con su relato,- Jak y Mal habían estado en la ciudad buscando alguien que les ofreciese un buen precio por arreglar unos "mecanismos con cuerdas" que urgían de ser reparados. Jak era alto, delgado y con el cabello ondulado típico de los braavosis, Mal era bajito, de piel cetrina y nariz respingona. Cuando me vieron en mi casa, solo y anundando redes se quedaron sorprendidos. "¿Esas redes las has hecho tú?" me preguntó Mal con el ceño fruncido. Yo asentí, buscando a tientas un cuchillo con el que defenderme- suspiró y se recostó en la silla.- Yo ya había oído hablar de los Sangre Argéntea, sobre todo a las mujeres del puerto. Hablaban de asesinos y ladrones. Rufianes, a fin de cuentas; gente de mala vida que había llevado a Tyrosh a la desgracia- Volvió a apoyarse sobre sus rodillas y a mirarse las manos. Seguía recordando a la perfección cómo anudar una red, cómo montar una trampa o dónde buscar el rastro de una presa. Esas cosas seguían prendidas en su mente como llamas de fuego valyrio.- Jak cogió una y la examinó. "Son de buena calidad" le dijo a Mal y ambos me miraron y luego cuchichearon. "¿Soportarían el peso de un hombre?" me preguntó Mal. Entonces yo capté enseguida cuál era el interés de aquellos dos hombres. Buscaban una red para montar una trampa. "Soportarían el peso de tres hombres, pero el problema no serían las redes, sino los contrapesos que tendríais que utilizar" les respondí. Ambos sonrieron "¿acaso eres también un trampero?", me preguntó Jak. "Soy cazador, algo sé de trampas"- sonrió de nuevo ante la trovadora, recordando su osadía juvenil. Echó un vistazo a los hombres, seguían allí, pero miraban hacia otro lado. Algo había atraído su atención. Un creciente griterío alborotaba la esquina norte de la taberna. Gritos de apuestas, rabia y, seguramente, trampas. "Espero que Illys no esté apostando esta noche" se dijo.- Así fue como empezó mi relación con los Sangre Argéntea- prosiguió Sean con un ojo atento a lo que ocurría en aquella esquina norte.- Antes de marcharse con una de las redes me lanzaron una bolsa llena de monedas de plata y alguna de oro. Era más dinero de lo que habíamos logrado jamás. Cuando mi madre lo vio y le conté la venta que había hecho se puso hecha una furia. "Ese dinero está manchado de sangre" me dijo "y esa red se cosió honradamente, no tenías derecho a poner nuestro trabajo al servicio de gente tan vil". Aquello me dolió profundamente, pero no contesté. Seguí cosiendo redes, y durante una semana, me sentí realmente perdido. A la semana siguiente, Jak y Mal regresaron, el mismo día a la misma hora. Mi madre no estaba. Aquella vez no buscaban redes, me buscaban a mí. "Tenías razón, la red aguanta, pero no conseguimos hacer funcionar la trampa" me dijo Jak "¿tú sabes cómo hacerlo?". Mi respuesta fue encogerme de hombros. Ellos sonrieron, me vendaron los ojos y me llevaron a su guarida- suspiró.- Así fue como entré en los Sangre Argéntea. Durante dos semanas se dedicaron a acompañarme a su guarida y vigilar mi trabajo reparando sus trampas. Mi madre dejó de hablarme, pero no me prohibió acompañarlos. Hasta que, cuando acabé y me pagaron, conocí a Baldur.
En aquel momento Sean no pudo continuar con el relato. Un grito de furia incontrolada se escuchó desde la esquina norte y una de las camareras salió corriendo por la puerta mientras el tabernero cruzaba la puerta de la trastienda y la atrancaba por dentro. Una pelea. Una jarra salió volando por los aires vertiendo su contenido a lo largo de toda su trayectoria hasta la mesa donde los caballeros descansaban. Se levantaron con fiereza y desenvainaron sus aceros, como si aquello sirviera para apaciguar los ánimos de los contendientes. Una prostituta salió corriendo de la esquina sur mientras que su cliente se subía los pantalones y desenvainaba una maza delustrada. Con un silbido llamó la atención de dos matones que lo esperaban en otra mesa y que desenfundaron sendas mazas.
-Ay dioses- dijo Sean. Acababa de ver a Illys entre los jugadores que habían comenzado el alboroto. Miró a Constance y se disculpó,- creo que tendré que seguir con mi historia más tarde- se puso en pie y le hizo una reverencia, colgándose sus armas con maestría en el cinto y alzando un puño en el aire.
-¡Pelea!- gritó alguien.
-¡Pelea!- respondieron todos los hombres de la taberna.
-¡Pelea!- gritó Sean y mirando a la trovadora añadió,- creo que un amigo mío está en apuros, así que discúlpeme.
Y saltando sobre la mesa pateó la cabeza de el primer tipo que se lanzó sobre él.
Sean Tormenta
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