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La parte de Altojardín que no es alta ni un jardín (Autoconclusivo)
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La parte de Altojardín que no es alta ni un jardín (Autoconclusivo)
Ya no estaba encadenado. No debían de considerarlo necesario, dado que nadie había entrado aún a su celda. Alguien le cogía la jarra de agua y el plato de comida de vez en cuando si los dejaba junto a la puerta, que tenía una especie de gatera, para rellenarlos. Y eso venía a ser todo. Llevaba más de una semana y, quizá, menos de un año tirado en la celda solo.
Aunque quizá hubiera sido ya más de un año. Empezaba a hacerse muy difícil diferenciar los días, sin ninguna referencia externa, y también le costaba diferenciar el sueño de la vigilia. Ahora solía soñar todas las ¿noches? que estaba tumbado en una celda oscura. Quizá porque eso era lo único que hacía, y su mente no tenía muchas más cosas con las que trabajar.
Al principio había tenido tiempo para ordenar sus pensamientos y hacer, y desechar, un millar de planes de huida ilógicos. Pero ya se le habían acabado los pensamientos y los planes. Se limitaba a esperar, a lo que fuera. Si es que esto no iba a ser el resto de su vida, cosa que cada vez sospechaba más.
Ahora, como cada vez que se veía tumbado en la celda sospechaba que podía ser un sueño, se quedaba quieto con la mente en blanco esperando a que terminara. Lo que solía hacer que se durmiera, en los casos en los que realmente estaba despierto. Y soñara que estaba tumbado en la celda. Lo que le llevaba a despertarse, pero, muy a menudo, solo soñaba haberse despertado; en realidad seguía soñando con él mismo en la celda. Luego se despertaba y estaba en la celda. Así que se dormía y volvía a la misma celda.
Tampoco tenía claro ya cuál era la diferencia entre soñar, recordar, soñar que recordaba o recordar que soñaba; o soñar que recordaba que soñaba que recordaba.
Era bastante desquiciante.
Su única conexión con la realidad, curiosamente, eran los pocos sueños en los que no estaba en la celda. ¿O quizá fueran recuerdos? ¿Le habían pasado realmente? ¿Qué parte de su vida era real y cuál era soñada? ¿Cómo podía diferenciarlas?
Pero, en cualquier caso, esas imágenes fugaces le recordaban que existía un mundo fuera de la celda, un mundo lleno de gente y cosas. O al menos había existido antes; ahora ya no podría asegurarlo. Quizá se hubiera acabado el mundo y eso fuera todo. Quizá todas las personas estuvieran como él, tumbadas en la oscuridad para el resto de la eternidad. Pero, al menos, podía estar seguro de que había existido un pasado, y en ese pasado había habido seres que hacían cosas. Cosas distintas a estar en la oscuridad.
Harley devoraba con ansias un mendrugo de pan negro que su madre había escondido de la cena del día anterior. Le acariciaba la cara y le decía algo, pero no le hizo caso, porque rabiaba de hambre y toda su atención se centraba en el pan. Tampoco se dio cuenta cuando la puerta se abrió de golpe y su madre corrió hacia el hombre con el que vivían ahora y se arrodilló suplicándole algo. Sí dejó de comer cuando el hombre le dio una patada en la boca a su madre y la dejó tirada en el suelo con la cara ensangrentada; se quedó mirándolo con la boca abierta y las migas empapadas de saliva cayéndole en el regazo. Él lo agarró del cuello, lo llevó a la puerta y lo lanzó fuera con fuerza. Su cuerpo de niño se estrelló con violencia contra una pared y oyó un "crac" en la pierna que amortiguó el golpe. Antes de perder la conciencia le oyó decir, suponía que a su madre: "cuando uno tiene una rata viviendo en casa, no le echa de comer".
Él también debía haberse roto la pierna en algún momento, aunque estaba claro que había curado peor que la de Harley. Por algún motivo no muy lógico, eso le hacía débil, y ser débil era malo, y lo despreciaba por ello. Pero no iba a tratar mal a Fleance solo porque no pudiera defenderse; abusar del débil era el comportamiento propio de un hombre débil. Le preguntó por cuando capturó la Cola de Sirena, hace ya un par de años, no muy lejos de Lanza del Sol, adonde debía estar dirigiéndose el barco, al menos para hacer una parada. No sabía por qué demonios le preguntaba por eso ahora, pero un pirata nunca perdía la oportunidad de alardear de las presas que había tomado. Había sido su mejor captura; en ella consiguió a su esposa de sal.
La chica a la que acababa de traerse de la Cola de Sirena a su camarote le decía algo en su lengua natal, incomprensible para él; parecía una pregunta, así que Harley asintió un par de veces, sin hacerle caso. Metió la mano por el cuello del vestido y le gustó lo que encontró, aunque aún era joven y no había terminado de crecer. Además, todavía no había roto a llorar, que era un comportamiento que siempre le molestaba. Sin más preámbulos, dio un tirón y desgarró la parte superior del vestido, dejándola desnuda de cintura para arriba. Le echó un buen vistazo y sonrió complacido, pero cuando iba a rajar la tela que quedaba cubriéndola, sintió un pinchazo en el vientre y se quedó quieto como una estatua. La joven le dijo algo en su lengua mientras sostenía un cuchillo con el que, si era más rápida que él, sería capaz de matarlo. Pero no era la primera vez, ni la décima, que Harley se veía en una situación similar, y era más rápido de lo que aparentaba. No tenía ningún miedo a una muchachita desesperada. Con un movimiento rápido como un rayo, la agarró de la muñeca, apartó el cuchillo de su cuerpo y apretó hasta que la obligó a soltarlo. Pero contra todo pronóstico la joven había sido rápida; muy rápida. Le había dado tiempo a clavárselo, y habría sido una herida profunda y, dada la zona, mortal si Harley hubiera sido solo un poco más lento. Con un chorrito de sangre cayéndole, el pirata ahora estaba sorprendido e interesado, pero, sobre todo, enfadado. Le rajó el resto del vestido y la apoyó con violencia contra la pared. Él también sabía clavar cosas.
Aunque quizá hubiera sido ya más de un año. Empezaba a hacerse muy difícil diferenciar los días, sin ninguna referencia externa, y también le costaba diferenciar el sueño de la vigilia. Ahora solía soñar todas las ¿noches? que estaba tumbado en una celda oscura. Quizá porque eso era lo único que hacía, y su mente no tenía muchas más cosas con las que trabajar.
Al principio había tenido tiempo para ordenar sus pensamientos y hacer, y desechar, un millar de planes de huida ilógicos. Pero ya se le habían acabado los pensamientos y los planes. Se limitaba a esperar, a lo que fuera. Si es que esto no iba a ser el resto de su vida, cosa que cada vez sospechaba más.
Ahora, como cada vez que se veía tumbado en la celda sospechaba que podía ser un sueño, se quedaba quieto con la mente en blanco esperando a que terminara. Lo que solía hacer que se durmiera, en los casos en los que realmente estaba despierto. Y soñara que estaba tumbado en la celda. Lo que le llevaba a despertarse, pero, muy a menudo, solo soñaba haberse despertado; en realidad seguía soñando con él mismo en la celda. Luego se despertaba y estaba en la celda. Así que se dormía y volvía a la misma celda.
Tampoco tenía claro ya cuál era la diferencia entre soñar, recordar, soñar que recordaba o recordar que soñaba; o soñar que recordaba que soñaba que recordaba.
Era bastante desquiciante.
Su única conexión con la realidad, curiosamente, eran los pocos sueños en los que no estaba en la celda. ¿O quizá fueran recuerdos? ¿Le habían pasado realmente? ¿Qué parte de su vida era real y cuál era soñada? ¿Cómo podía diferenciarlas?
Pero, en cualquier caso, esas imágenes fugaces le recordaban que existía un mundo fuera de la celda, un mundo lleno de gente y cosas. O al menos había existido antes; ahora ya no podría asegurarlo. Quizá se hubiera acabado el mundo y eso fuera todo. Quizá todas las personas estuvieran como él, tumbadas en la oscuridad para el resto de la eternidad. Pero, al menos, podía estar seguro de que había existido un pasado, y en ese pasado había habido seres que hacían cosas. Cosas distintas a estar en la oscuridad.
Harley devoraba con ansias un mendrugo de pan negro que su madre había escondido de la cena del día anterior. Le acariciaba la cara y le decía algo, pero no le hizo caso, porque rabiaba de hambre y toda su atención se centraba en el pan. Tampoco se dio cuenta cuando la puerta se abrió de golpe y su madre corrió hacia el hombre con el que vivían ahora y se arrodilló suplicándole algo. Sí dejó de comer cuando el hombre le dio una patada en la boca a su madre y la dejó tirada en el suelo con la cara ensangrentada; se quedó mirándolo con la boca abierta y las migas empapadas de saliva cayéndole en el regazo. Él lo agarró del cuello, lo llevó a la puerta y lo lanzó fuera con fuerza. Su cuerpo de niño se estrelló con violencia contra una pared y oyó un "crac" en la pierna que amortiguó el golpe. Antes de perder la conciencia le oyó decir, suponía que a su madre: "cuando uno tiene una rata viviendo en casa, no le echa de comer".
Él también debía haberse roto la pierna en algún momento, aunque estaba claro que había curado peor que la de Harley. Por algún motivo no muy lógico, eso le hacía débil, y ser débil era malo, y lo despreciaba por ello. Pero no iba a tratar mal a Fleance solo porque no pudiera defenderse; abusar del débil era el comportamiento propio de un hombre débil. Le preguntó por cuando capturó la Cola de Sirena, hace ya un par de años, no muy lejos de Lanza del Sol, adonde debía estar dirigiéndose el barco, al menos para hacer una parada. No sabía por qué demonios le preguntaba por eso ahora, pero un pirata nunca perdía la oportunidad de alardear de las presas que había tomado. Había sido su mejor captura; en ella consiguió a su esposa de sal.
La chica a la que acababa de traerse de la Cola de Sirena a su camarote le decía algo en su lengua natal, incomprensible para él; parecía una pregunta, así que Harley asintió un par de veces, sin hacerle caso. Metió la mano por el cuello del vestido y le gustó lo que encontró, aunque aún era joven y no había terminado de crecer. Además, todavía no había roto a llorar, que era un comportamiento que siempre le molestaba. Sin más preámbulos, dio un tirón y desgarró la parte superior del vestido, dejándola desnuda de cintura para arriba. Le echó un buen vistazo y sonrió complacido, pero cuando iba a rajar la tela que quedaba cubriéndola, sintió un pinchazo en el vientre y se quedó quieto como una estatua. La joven le dijo algo en su lengua mientras sostenía un cuchillo con el que, si era más rápida que él, sería capaz de matarlo. Pero no era la primera vez, ni la décima, que Harley se veía en una situación similar, y era más rápido de lo que aparentaba. No tenía ningún miedo a una muchachita desesperada. Con un movimiento rápido como un rayo, la agarró de la muñeca, apartó el cuchillo de su cuerpo y apretó hasta que la obligó a soltarlo. Pero contra todo pronóstico la joven había sido rápida; muy rápida. Le había dado tiempo a clavárselo, y habría sido una herida profunda y, dada la zona, mortal si Harley hubiera sido solo un poco más lento. Con un chorrito de sangre cayéndole, el pirata ahora estaba sorprendido e interesado, pero, sobre todo, enfadado. Le rajó el resto del vestido y la apoyó con violencia contra la pared. Él también sabía clavar cosas.
Harley Pyke
Re: La parte de Altojardín que no es alta ni un jardín (Autoconclusivo)
- Vaya, así que aquí estás. Siento molestarte pero… ¿Crees que podrías dedicarme unos minutos de tu tiempo? – dijo una voz masculina que provenía del fondo del calabozo. Aquellas palabras hicieron que Harley sin padre dirigiese su mirada de asombro hacia la dirección donde procedía aquel inconfundible tono educado de voz. La misteriosa silueta situada cerca de la cancela de hierro de la celda, ostentaba un bastón de madera de roble en una mano que parecía que le servía pare apoyar su pierna y una jarra de cerveza que tanto gustaba a Harley en la otra. La oscura silueta del rostro de aquel individuo escondido en la sombras de la celda se tornó visible cuando susodicho individuo se atrevió a dar un paso al frente, permitiendo a Harley vislumbrar completamente a su interlocutor – Prometo no robarte mucho tiempo – esbozó una pequeña sonrisa educada, una más, de tantas y tantas sonrisas educadas que aquel hombre había dedicado al bastardo del rey de las islas en todas los escenarios en los que ambos isleños habían coincidido.
Con paso firme, la figura ya no tan misteriosa se acercó a Harley Pyke ante la mirada atónita de éste y, sentándose en un escabel cercano al sediento isleño le miró sonriente. Cuando se acomodó en el asiento mugriento que decoraba aquella apestosa mazmorra, la celda comenzó insólitamente a distorsionarse, a derretirse, a transformarse. El banco sucio y destartalado en el que estaba sentado aquel hombre, se transmutó, como por arte de magia, en una pequeña grada de madera de pino y, la celda en la que Harley creía que iba a pasar el resto de sus días comenzaba a disolverse. Poco a poco, el techo de la celda comenzaba a desaparecer, permitiendo al preso ver otra vez la luz del atardecer que ahora parecía que acariciaba su rostro, como las manos de una madre acarician el rostro de su bebé recién nacido. Del mismo modo, las paredes de la celda desaparecieron lentamente, dejando ver un paraje tan conocido por Harley y por otros isleños como era Pyke. No sólo el paisaje había cambiado, también lo había hecho el aroma. El hedor a orina y a ratas muertas del calabozo pasó a ser otro más agradable para Harley: el olor a mar, el olor a humedad. Ya solo se podía sentir el aroma típico de las islas.
Ambos hombres ya no se encontraban en aquella mazmorra del Dominio, sino en un pequeño campo de entrenamiento cercano a la fortaleza Greyjoy que Harley solía visitar para entrenar. El hombre que momentos antes parecía que había entrado en la celda del bastardo, para asombro de Harley, no era otro que Fleance, el tullido de Harlaw, el intruso de las islas, el paño de lágrimas de su esposa de sal, Qusayra de Lyss. – Podrías hacer un pequeño descanso – dijo sonriente Lord Myre a la vez que mostraba la jarra de cerveza que entre sus dedos se encontraba. – Un merecido descanso – volvió a decir al observar el número de hachas presentes en los distintos blancos del campo de entrenamiento. Algunas de ellas, se encontraban perfectamente fijas en el centro de los objetivos y otras tantas, alrededor del corazón del blanco o tiradas por el suelo húmedo que tanto caracterizaba a las islas. Parecía que estas últimas eran recientes y la distancia en las que se encontraban con respecto al objetivo parecía ser debidas al cansancio del pirata, ya que el bastardo aceptó la invitación del Lord sin dilación alguna. Cuando Harley se acercó a las gradas, el Intruso brindó educadamente la jarra de cerveza que sostenía al cautivo que ya no parecía tal. Su ropaje sucio y desmembrado por la batalla, se transformó, para sorpresa de Harley, en la vestimenta que el bastardo empleaba para sus entrenamientos. El aspecto de Harley sin padre había cambiado, al igual que había ocurrido momentos antes con el calabozo en el que se hallaba después de haber sido encontrado por los caballeros al servicio de Jeyne Oakheart. Ya no había rastro alguno de aquella celda de AltoJardín que tanto había humillado al hijo del rey Kraken. – Preparándote para la batalla por lo que veo.
Con paso firme, la figura ya no tan misteriosa se acercó a Harley Pyke ante la mirada atónita de éste y, sentándose en un escabel cercano al sediento isleño le miró sonriente. Cuando se acomodó en el asiento mugriento que decoraba aquella apestosa mazmorra, la celda comenzó insólitamente a distorsionarse, a derretirse, a transformarse. El banco sucio y destartalado en el que estaba sentado aquel hombre, se transmutó, como por arte de magia, en una pequeña grada de madera de pino y, la celda en la que Harley creía que iba a pasar el resto de sus días comenzaba a disolverse. Poco a poco, el techo de la celda comenzaba a desaparecer, permitiendo al preso ver otra vez la luz del atardecer que ahora parecía que acariciaba su rostro, como las manos de una madre acarician el rostro de su bebé recién nacido. Del mismo modo, las paredes de la celda desaparecieron lentamente, dejando ver un paraje tan conocido por Harley y por otros isleños como era Pyke. No sólo el paisaje había cambiado, también lo había hecho el aroma. El hedor a orina y a ratas muertas del calabozo pasó a ser otro más agradable para Harley: el olor a mar, el olor a humedad. Ya solo se podía sentir el aroma típico de las islas.
Ambos hombres ya no se encontraban en aquella mazmorra del Dominio, sino en un pequeño campo de entrenamiento cercano a la fortaleza Greyjoy que Harley solía visitar para entrenar. El hombre que momentos antes parecía que había entrado en la celda del bastardo, para asombro de Harley, no era otro que Fleance, el tullido de Harlaw, el intruso de las islas, el paño de lágrimas de su esposa de sal, Qusayra de Lyss. – Podrías hacer un pequeño descanso – dijo sonriente Lord Myre a la vez que mostraba la jarra de cerveza que entre sus dedos se encontraba. – Un merecido descanso – volvió a decir al observar el número de hachas presentes en los distintos blancos del campo de entrenamiento. Algunas de ellas, se encontraban perfectamente fijas en el centro de los objetivos y otras tantas, alrededor del corazón del blanco o tiradas por el suelo húmedo que tanto caracterizaba a las islas. Parecía que estas últimas eran recientes y la distancia en las que se encontraban con respecto al objetivo parecía ser debidas al cansancio del pirata, ya que el bastardo aceptó la invitación del Lord sin dilación alguna. Cuando Harley se acercó a las gradas, el Intruso brindó educadamente la jarra de cerveza que sostenía al cautivo que ya no parecía tal. Su ropaje sucio y desmembrado por la batalla, se transformó, para sorpresa de Harley, en la vestimenta que el bastardo empleaba para sus entrenamientos. El aspecto de Harley sin padre había cambiado, al igual que había ocurrido momentos antes con el calabozo en el que se hallaba después de haber sido encontrado por los caballeros al servicio de Jeyne Oakheart. Ya no había rastro alguno de aquella celda de AltoJardín que tanto había humillado al hijo del rey Kraken. – Preparándote para la batalla por lo que veo.
Fleance Myre
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