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Una nueva Era (Fuegoscuros, Tyrells & vasallos del Dominio)
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Una nueva Era (Fuegoscuros, Tyrells & vasallos del Dominio)
- Spoiler:
- En este evento participarán todos los Tyrell (salvo Rose que no se encuentra en Altojardín), Anais Daemon y Aemon Fuegoscuro y todos los vasallos de los Tyrell que apoyen a Daemon el resto después de la reunión de vasallos supongo que se habrán marchado a sus hogares
Los Siete los adoraban y debía ser por aquel hecho porque el día no era ni demasiado caluroso, ni fresco, dejaba respirar a los caballeros que se enfundaban en sus mejores galas y a las damas que portaban aquellos lujosos vestidos y permitía que el pueblo que allí se congregaba no estuviesen asfixiados por el hecho de reunirse en tan grandes proporciones.
Aquel era el día que se había fijado para coronar a Daemon, como Daemon I Fuegoscuro, y allí se congregaban casi todos los grandes señores del Dominio para respaldarlo y jurarle fidelidad, sabía que no todos estaban y que otras grandes casas hubiesen querido estar, pero ya llegaban noticias de lo que ocurria en aquellos días y es que cada jugador hacía sus movimientos, ahora necesitabamos colocar al rey en el tablero y ese era el acto que lo iba a hacer.
Altojardín vestía de seda, en el patido de la fortaleza se había eregido un escenario que contaba con un pulpito en el que se encontraba el Septón de Altojardín y a su derecha los miembros de Fuegoscuro, Daemon, Anais y sus hijos mientras que a la izquierda se encontraban los Tyrell, su maestre y sus vasallos al que estaba unido Aceroamargo. La gente ovacionaba y gritaba desde abajo mientras los señores permanecían impasibles ante el discurso que estaba apunto de comenzar.
Una corona de oro con tres cabezas de dragón negras esta situada en una mesita justo al lado del púlpito y todas las Espadas de Garlan y su guardía, que había permanecido muy activa durante toda la semana para que no hubiese ningún ataque sorpresa ni nada que pusiese en peligro el evento, estaba posicionada perfectamente distinguiéndose estos primeros por vestir totálmente de verde.
Sobre el escenario, unas de fondo y otras en primer plano se colocaban las figuras de los Siete que por orden expresa de Garlan se habían colocado para que observasen el evento, haciendo ver a la gente su entrega religosa.
Estaba emocionado, quizá abrumado... más incluso que cuando su padre falleció y pasó a ser Lord Garlan Tyrell. Aquel día marcaba un antes y un después, una nueva era, el tiempo de Garlan Tyrell.
Última edición por Garlan Tyrell el Lun Feb 25, 2013 9:14 am, editado 1 vez
Garlan Tyrell- Nobleza
Re: Una nueva Era (Fuegoscuros, Tyrells & vasallos del Dominio)
El día había amanecido turbulento para Anaís, entre fatigas y dolores. Se había adelantado al alba, pero no podía dormir más con aquella angustia sobre su pecho y las náuseas en su estómago. Fue todo caos en su mente hasta que se despertó Daemon, con un entusiasmo que pronto le contagiaría a su esposa. Desde entonces, el día había ido mejorando. Desayunaron juntos, y después ambos desaparecieron en su larga lista de quehaceres que aquel día traía consigo. Por su parte, lady Fuegoscuro se encargó de la decoración del patio de armas para aquel evento, de que se arreglase cada una de las enredaderas que escalaban por la galería que rodeaba el patio y que no hubiese ningún detalle equívoco en la ceremonia, no podían cometer fallos ante el nuevo rey.
Ahora estaba allí de pie, ataviada con los colores de su casa, para recordarle a todo el mundo quién era el hombre que se alzaba a su lado, al que ungirían como rey y todos aclamarían. Su rostro mostraba orgullo y alegría, los habitantes de Altojardín conocían a Anaís como una dama benevolente y piadosa, y así aparecía sobre todos ellos con una sonrisa emocionada, pero no lo suficiente como para perder la compostura. No estaba sola en el patio, cientos de cabezas se congregaban bajo la tarima para presenciar la coronación, y sobre ella muchos otros observadores cuyo rostro era sin duda digno de escrutar para intentar descifrar su opinión acerca de esa osada pero definitiva decisión de Daemon y su hermano Garlan. Pero, incluso ante el distinguido público aristocrático, a Anaís los rostros que más le importaban en aquel momento eran los de sus hijos, pues quería que todos ellos prestasen atención y fueran conscientes de la importancia de aquel día. La Madre les sonreía a un lado, y eso la tranquilizaba, también los Siete estaban con ellos.
Se llevó una mano instintivamente al vientre, ligeramente abultado pero no lo suficiente como para que fuese evidente. Su otra mano se escondió entre sus ropajes y buscó furtiva la de Daemon, estrechándola en un breve gesto de apoyo antes de volver a separarse de él, pronto sería su turno. Entonces miró al septón e inclinó la cabeza con respeto, largas habían sido las charlas entre ambos personajes, se conocían desde hacía mucho tiempo, pero seguramente, ninguno de los dos al conocerse llegaría a imaginar que se encontrarían en semejante situación. No se podía decir lo mismo de Garlan, allí de pie con todo el porte de los Tyrell rezumando de su expresión, parecía que hubiese nacido solo para aquel momento, casi parecía que fuese a ser él quien recibiese la corona. Y en cierto modo así era, pues al ser nombrado Daemon rey, él sería el segundo hombre más importante de todo Poniente. Anaís le sonrió, pero por dentro dudaba... no estaba del todo segura de que su hermano permanecería íntegro bajo el peso de tanto poder. Por otro lado, Arys estaba serio, visiblemente disgustado a ojos de su hermana, pero no hacía ningún gesto para corroborarlo. ¿Seguiría tan decidido cuando Daemon ocupase el trono de Hierro?
Cuando el silencio se hizo en el patio, después de un largo rato de expectación, Anaís alzó un rezo al cielo, pidiendo a la Madre que protegiese a todos los presentes de las malas artes del poder. Y, de repente, se sonrió sorprendida, pues habían quedado atrás los ruegos porque Daemon venciese la guerra y llegase a ser rey, porque ninguno de sus hijos fuese dañado o sus hermanos perdiesen el Dominio. Había llegado una nueva era, una en la que todas esas dudas se disipaban entre el aroma a incienso y el brillo del metal negro. Daemon gobernaría sobre los Siete Reinos, Garlan sería su Mano, sus hijos heredarían Poniente, y ella los acompañaría hasta la cima, como reina.
Ahora estaba allí de pie, ataviada con los colores de su casa, para recordarle a todo el mundo quién era el hombre que se alzaba a su lado, al que ungirían como rey y todos aclamarían. Su rostro mostraba orgullo y alegría, los habitantes de Altojardín conocían a Anaís como una dama benevolente y piadosa, y así aparecía sobre todos ellos con una sonrisa emocionada, pero no lo suficiente como para perder la compostura. No estaba sola en el patio, cientos de cabezas se congregaban bajo la tarima para presenciar la coronación, y sobre ella muchos otros observadores cuyo rostro era sin duda digno de escrutar para intentar descifrar su opinión acerca de esa osada pero definitiva decisión de Daemon y su hermano Garlan. Pero, incluso ante el distinguido público aristocrático, a Anaís los rostros que más le importaban en aquel momento eran los de sus hijos, pues quería que todos ellos prestasen atención y fueran conscientes de la importancia de aquel día. La Madre les sonreía a un lado, y eso la tranquilizaba, también los Siete estaban con ellos.
Se llevó una mano instintivamente al vientre, ligeramente abultado pero no lo suficiente como para que fuese evidente. Su otra mano se escondió entre sus ropajes y buscó furtiva la de Daemon, estrechándola en un breve gesto de apoyo antes de volver a separarse de él, pronto sería su turno. Entonces miró al septón e inclinó la cabeza con respeto, largas habían sido las charlas entre ambos personajes, se conocían desde hacía mucho tiempo, pero seguramente, ninguno de los dos al conocerse llegaría a imaginar que se encontrarían en semejante situación. No se podía decir lo mismo de Garlan, allí de pie con todo el porte de los Tyrell rezumando de su expresión, parecía que hubiese nacido solo para aquel momento, casi parecía que fuese a ser él quien recibiese la corona. Y en cierto modo así era, pues al ser nombrado Daemon rey, él sería el segundo hombre más importante de todo Poniente. Anaís le sonrió, pero por dentro dudaba... no estaba del todo segura de que su hermano permanecería íntegro bajo el peso de tanto poder. Por otro lado, Arys estaba serio, visiblemente disgustado a ojos de su hermana, pero no hacía ningún gesto para corroborarlo. ¿Seguiría tan decidido cuando Daemon ocupase el trono de Hierro?
Cuando el silencio se hizo en el patio, después de un largo rato de expectación, Anaís alzó un rezo al cielo, pidiendo a la Madre que protegiese a todos los presentes de las malas artes del poder. Y, de repente, se sonrió sorprendida, pues habían quedado atrás los ruegos porque Daemon venciese la guerra y llegase a ser rey, porque ninguno de sus hijos fuese dañado o sus hermanos perdiesen el Dominio. Había llegado una nueva era, una en la que todas esas dudas se disipaban entre el aroma a incienso y el brillo del metal negro. Daemon gobernaría sobre los Siete Reinos, Garlan sería su Mano, sus hijos heredarían Poniente, y ella los acompañaría hasta la cima, como reina.
Anaís Fuegoscuro- Nobleza
Re: Una nueva Era (Fuegoscuros, Tyrells & vasallos del Dominio)
Ha sido una noche horrible y agobiante, en la que las pesadillas se han sucedido y no me han dejado descansar en paz, y he terminando despertando acelerado y tembloroso, solo para percatarme que me esperaba una pesadilla mucho más difícil de sobrellevar ... Entre otras cosas porque de esta pesadilla no voy a poder despertar. Aún puedo ver con claridad las escamas brillantes de la enorme criatura que caminaba entre llamas con sus fieros ojos clavados en mí, prometiendo sangre y fuego. Es extraño, siempre he pensado que el dragón negro de mis pesadillas era Daemon ... Pero esta vez, en mi sueño él yacía inerte en el suelo y el dragón negro lo devoraba, como hacía con los demás ... ¿Si el Alto Bastardo no es el dragón de mis pesadillas, quién lo es? De qué intenta avisarme mi mente, mi instinto, ese que nunca me falla ...
Por un momento he pensado en alegar cansancio o enfermedad para intentar librarme de esta farsa tan absurda que nos puede costar tan cara ... Pero he decidido que debo verlo, debo ver lo lejos que llega esta locura y permanecer atento. Aunque me desagrade, este asunto tiene demasiado que ver con mi familia como para que no le preste toda la atención que merece. Debo vigilar. Observar atentamente cada acción y tratar de adelantarme a las consecuencias que se alzaran como el polvo del camino al paso de un caballo de batalla. El pueblo se muestra feliz y orgulloso ... Pero también se muestran contentos y emocionados en las ejecuciones públicas, así que no sé de qué me sorprendo, tanta pompa los tiene anonadados ... Podríamos coronar a una cabra montesa, aplaudirían igual, cegados por el brillo de las joyas y el oro ... Sacudo levemente la cabeza, no debo centrar mi mal temple en las gentes, ellos no tienen la culpa de esto, en realidad, no tienen la culpa de nada ... De nada.
Soy incapaz de escuchar nada, me pitan los oídos, como si mi cabeza se hubiese aislado de todo sonido, tratando de ahorrarme al menos una parte de este mal trago. Mis ojos se posan primero en Garlan, que a la cabeza de toda la facción Tyrel, se alza casi tan majestuoso como Daemon. Yo siempre he sabido que Garlan había nacido bendecido por los Siete, llamado a hacer grandes cosas ... Pero esto, todo este asunto de Fuegoscuro ... Es un enorme error. Se lo he intentado decir de todas las formas posibles, pero no me ha escuchado, y ya es demasiado tarde. Solo espero que la bendición de los Siete que recayó sobre él cuando nació le ayude a enmendar los errores que comete ahora ... Esa es nuestra única esperanza. Mis ojos se posan entonces en Anaís, que permanece junto a su esposo y rodeada de sus hijos. Ella también posa sus ojos en mí, y no me hace falta mucho para saber que ella intuye como me siento. Por muy bien que finja, Anaís me conoce demasiado bien. Solo para ella, esbozo una leve sonrisa que dura un parpadeo. Y no soy feliz hoy, pero mi hermana debe serlo. Hoy es el día en el que su esposo se alzará como rey y la convertirá en reina. Y aunque esto sea una farsa terriblemente peligrosa, creo que Anaís merece disfrutarla.
Por un momento he pensado en alegar cansancio o enfermedad para intentar librarme de esta farsa tan absurda que nos puede costar tan cara ... Pero he decidido que debo verlo, debo ver lo lejos que llega esta locura y permanecer atento. Aunque me desagrade, este asunto tiene demasiado que ver con mi familia como para que no le preste toda la atención que merece. Debo vigilar. Observar atentamente cada acción y tratar de adelantarme a las consecuencias que se alzaran como el polvo del camino al paso de un caballo de batalla. El pueblo se muestra feliz y orgulloso ... Pero también se muestran contentos y emocionados en las ejecuciones públicas, así que no sé de qué me sorprendo, tanta pompa los tiene anonadados ... Podríamos coronar a una cabra montesa, aplaudirían igual, cegados por el brillo de las joyas y el oro ... Sacudo levemente la cabeza, no debo centrar mi mal temple en las gentes, ellos no tienen la culpa de esto, en realidad, no tienen la culpa de nada ... De nada.
Soy incapaz de escuchar nada, me pitan los oídos, como si mi cabeza se hubiese aislado de todo sonido, tratando de ahorrarme al menos una parte de este mal trago. Mis ojos se posan primero en Garlan, que a la cabeza de toda la facción Tyrel, se alza casi tan majestuoso como Daemon. Yo siempre he sabido que Garlan había nacido bendecido por los Siete, llamado a hacer grandes cosas ... Pero esto, todo este asunto de Fuegoscuro ... Es un enorme error. Se lo he intentado decir de todas las formas posibles, pero no me ha escuchado, y ya es demasiado tarde. Solo espero que la bendición de los Siete que recayó sobre él cuando nació le ayude a enmendar los errores que comete ahora ... Esa es nuestra única esperanza. Mis ojos se posan entonces en Anaís, que permanece junto a su esposo y rodeada de sus hijos. Ella también posa sus ojos en mí, y no me hace falta mucho para saber que ella intuye como me siento. Por muy bien que finja, Anaís me conoce demasiado bien. Solo para ella, esbozo una leve sonrisa que dura un parpadeo. Y no soy feliz hoy, pero mi hermana debe serlo. Hoy es el día en el que su esposo se alzará como rey y la convertirá en reina. Y aunque esto sea una farsa terriblemente peligrosa, creo que Anaís merece disfrutarla.
Arys Tyrell
Re: Una nueva Era (Fuegoscuros, Tyrells & vasallos del Dominio)
Largos años habían pasado desde que había decidido enfrentarme al usurpador, años en los que había luchado por la justicia y la verdad. Era el momento de dar un golpe sobre la mesa, de llamar la atencion del dragon rojo y hacerle ver que su reinado tocaba a su fin. No permitiría que el falso rey siguiera portando aquella corona un solo día mas sinque tuviera que verse inmerso en una guerra. Mis pasos me habían dirigido hasta ese hermoso día en el patio de armas de Altojardin. Arropado por el pueblo y los vasallos del Dominio sería coronado y encabezaria la rebelión contra el trono de hierro, trono que se alzaba sobre unos cimientos de mentiras que iban a tambalearse en los tiempos que estaban por venir.
Desde primera hora y tras separarme de mi esposa después de un corto desayuno no había parado. Primero me había reunido con mis hombres, dandoles algunas indicaciones sobre donde queria que se colocasen aquel día. Varios de los presentes en aquella corta reunión se camuflarían entre el pueblo mientras que el resto se colocarian en lugares estrategicos estudiados en los días previos. Nada podía salir mal, aquel día debía ser perfecto y así debía conocerse en todo Poniente. De todos modos, tuve que parar el entusiasmo de mis hombres en la reunión, solo había que verlos para saber que estaban tan contentos como yo e incluso alguno mas nervioso que yo mismo. Por suerte había aprendido a controlar tales emociones y aunque no a hacerlas desaparecer, si a ocultarlas a todo aquel que me rodeaba.
Y al fin, tras la reunión y algunas obligaciones secundarias que había debido hacer, me había preparado para el gran día. La armadura negra con el dragon grabado en relieve lucía como recién fabricada. Se apreciaban reflejos de luz en su superficie, recorriendo el cuerpo del dragon que me había acompañado durante años en mis viajes y que ahora parecia diferente, mas fiero, mas fuerte, mas regio. Me la había colocado en solitario, observando el exterior del castillo desde la ventana de la habitacion, quedandome allí parado un instante antes de proseguir. Lo siguiente había sido Fuegoscuro, la gran espada de acero valyrio que había llevado conmigo desde que mi padre me la cediese. La desenvaine y mire su hoja con detenimiento, como si fuera la primera vez que la miraba. Por fin su acero seria empuñado por un rey coronado, tal y como siempre debía haber sido. Acaricie su filo con sumo cuidado, yendo de principio a fin antes de volver a guardarla en su vaina y colocarmela al cinto. Era la hora del coronamiento.
Me dirigí al patio y al lugar que me correspondía durante el evento, con Anais sentada a mi lado en espera de que Garlan comenzara todo aquello. Era su momento tanto como el mio, lo sabía bien. Por eso no iba a robarle su parte de protagonismo. El tenía que nombrarme rey y coronarme antes de que fuese mi turno. Pose mientras esperaba la mirada en la corona, era hermosa pero tenía tres dragones, los mismos que Aegon había traido en su conquista de Poniente. Esta vez era diferente, solo uno se enfrentaría a los señores que gobernaban el continente, uno solo frente a la furia de una tierra que le habían arrebatado. ¿Seria suficiente? ¿Todo mi trabajo sería suficiente o mis esfuerzos caerían en saco roto? Pronto lo sabria. De todos modos me percate de un pequeño detalle, uno que pasaría inadvertido para el resto, pero no para mi. La estatua del guerrero se alzaba junto a las de los demas dioses, pero esta parecia observarme a mi con un gesto sereno y calmado. Era algo que nadie mas iba a ver, pero que a mi me decías mas que cualquier otro gesto que allí se sucediese, el me apoyaba, el me guiaria en la batalla y me protegeria de las hojas enemigas, siempre.
Desde primera hora y tras separarme de mi esposa después de un corto desayuno no había parado. Primero me había reunido con mis hombres, dandoles algunas indicaciones sobre donde queria que se colocasen aquel día. Varios de los presentes en aquella corta reunión se camuflarían entre el pueblo mientras que el resto se colocarian en lugares estrategicos estudiados en los días previos. Nada podía salir mal, aquel día debía ser perfecto y así debía conocerse en todo Poniente. De todos modos, tuve que parar el entusiasmo de mis hombres en la reunión, solo había que verlos para saber que estaban tan contentos como yo e incluso alguno mas nervioso que yo mismo. Por suerte había aprendido a controlar tales emociones y aunque no a hacerlas desaparecer, si a ocultarlas a todo aquel que me rodeaba.
Y al fin, tras la reunión y algunas obligaciones secundarias que había debido hacer, me había preparado para el gran día. La armadura negra con el dragon grabado en relieve lucía como recién fabricada. Se apreciaban reflejos de luz en su superficie, recorriendo el cuerpo del dragon que me había acompañado durante años en mis viajes y que ahora parecia diferente, mas fiero, mas fuerte, mas regio. Me la había colocado en solitario, observando el exterior del castillo desde la ventana de la habitacion, quedandome allí parado un instante antes de proseguir. Lo siguiente había sido Fuegoscuro, la gran espada de acero valyrio que había llevado conmigo desde que mi padre me la cediese. La desenvaine y mire su hoja con detenimiento, como si fuera la primera vez que la miraba. Por fin su acero seria empuñado por un rey coronado, tal y como siempre debía haber sido. Acaricie su filo con sumo cuidado, yendo de principio a fin antes de volver a guardarla en su vaina y colocarmela al cinto. Era la hora del coronamiento.
Me dirigí al patio y al lugar que me correspondía durante el evento, con Anais sentada a mi lado en espera de que Garlan comenzara todo aquello. Era su momento tanto como el mio, lo sabía bien. Por eso no iba a robarle su parte de protagonismo. El tenía que nombrarme rey y coronarme antes de que fuese mi turno. Pose mientras esperaba la mirada en la corona, era hermosa pero tenía tres dragones, los mismos que Aegon había traido en su conquista de Poniente. Esta vez era diferente, solo uno se enfrentaría a los señores que gobernaban el continente, uno solo frente a la furia de una tierra que le habían arrebatado. ¿Seria suficiente? ¿Todo mi trabajo sería suficiente o mis esfuerzos caerían en saco roto? Pronto lo sabria. De todos modos me percate de un pequeño detalle, uno que pasaría inadvertido para el resto, pero no para mi. La estatua del guerrero se alzaba junto a las de los demas dioses, pero esta parecia observarme a mi con un gesto sereno y calmado. Era algo que nadie mas iba a ver, pero que a mi me decías mas que cualquier otro gesto que allí se sucediese, el me apoyaba, el me guiaria en la batalla y me protegeria de las hojas enemigas, siempre.
Daemon Fuegoscuro- Nobleza
Re: Una nueva Era (Fuegoscuros, Tyrells & vasallos del Dominio)
La mañana comenzó entre nervios, llevaba varios días en Altojardín pues después de la reunión convocada por Lord Tyrell nos había invitado a asistir a la ceremonia de coronación que se iba a celebrar, en la que podríamos jurar lealtad al rey Daemon Fuegoscuro.
No había salido demasiado de la estancia que Lord garlan amablemente había predispuesto, no dejaba de pensar en que esto era una clara afrenta, y aún no se había desatado la guerra, pero no tardaría en hacerlo, y aunque mi apoyo y lealtad estaban aquí, no podía alejar de mi mente todas las dudas que me despertaban las guerras, no me gustaba la lucha, los enfrentamientos, las batallas... hoy íbamos a celebrar una coronación, pero mañana podía haber gente muriendo. Había realizado todos los tramites que Lord Garlan había solicitado, y aunque me alegraba por Anaís con lo que hoy iba a suceder una parte de mi quería estar de vuelta a mis tierras con mi gente, fuese a pasar lo que fuese mi sitio estaba allí, haciendo lo posible por proteger a mi gente, estar junto a mi familia pero apoyar desde mi posición a Lord Tyrell.
Intenté desechar todos aquellos pensamientos, alejar mi mente por completo de todos, y tras un desayuno frugal me centré por completo en mostrar mi mejor presencia para el día de hoy.
Cuando llegó el momento me dirigí al lugar que me habían asignado, un lugar en el escenario, en la parte más apartada pues la Casa Oakheart no era una de las más importantes, pero desde donde estaba podía ver claramente todo lo que ocurría. Además enfrente estaba Lady Anaís, que como siempre lucia preciosa, junto a su esposo y sus hijos, además nuevamente estaba embarazada. Siempre que veía una joven embarazada me hacía pensar en que la casa Oakheart necesitaba un heredero y lo estaba postergando demasiado, pero ahora con todo esto iba a ser incluso más compleja esa decisión. Lentamente dirigí mi mirada hacia la plaza, que estaba llena de gente que había venido a disfrutar del espectáculo, porque para ellos no era más que eso, un espectáculo, en el que la nobleza se reunía y ellos podían ver lo que por suerte o por desagracia para ellos la vida les había negado por el simple hecho de donde nacer.
Las figuras de los Siete nos daban su aprobación y presenciaban lo que estaba apunto de ocurrir, yo solo podía pedirle al Padre que diera fuerzas a Lord Garlan y Daemon I, a la Madre que protegiera a todos los inocentes que se verían envueltos en esto, al Desconocido que se llevase a los menos posibles, al Guerrero que diera fuerza a nuestros hombres para salir victoriosos de esto, a la Vieja que les diese sabiduría a nuestros señores para seguir el mejor camino... una y otra vez repetía en mi interior las oraciones, esperaba que las escuchasen que todo saliese ben. mientras permanecíamos a la espera de que el evento se iniciase al fin.
No había salido demasiado de la estancia que Lord garlan amablemente había predispuesto, no dejaba de pensar en que esto era una clara afrenta, y aún no se había desatado la guerra, pero no tardaría en hacerlo, y aunque mi apoyo y lealtad estaban aquí, no podía alejar de mi mente todas las dudas que me despertaban las guerras, no me gustaba la lucha, los enfrentamientos, las batallas... hoy íbamos a celebrar una coronación, pero mañana podía haber gente muriendo. Había realizado todos los tramites que Lord Garlan había solicitado, y aunque me alegraba por Anaís con lo que hoy iba a suceder una parte de mi quería estar de vuelta a mis tierras con mi gente, fuese a pasar lo que fuese mi sitio estaba allí, haciendo lo posible por proteger a mi gente, estar junto a mi familia pero apoyar desde mi posición a Lord Tyrell.
Intenté desechar todos aquellos pensamientos, alejar mi mente por completo de todos, y tras un desayuno frugal me centré por completo en mostrar mi mejor presencia para el día de hoy.
Cuando llegó el momento me dirigí al lugar que me habían asignado, un lugar en el escenario, en la parte más apartada pues la Casa Oakheart no era una de las más importantes, pero desde donde estaba podía ver claramente todo lo que ocurría. Además enfrente estaba Lady Anaís, que como siempre lucia preciosa, junto a su esposo y sus hijos, además nuevamente estaba embarazada. Siempre que veía una joven embarazada me hacía pensar en que la casa Oakheart necesitaba un heredero y lo estaba postergando demasiado, pero ahora con todo esto iba a ser incluso más compleja esa decisión. Lentamente dirigí mi mirada hacia la plaza, que estaba llena de gente que había venido a disfrutar del espectáculo, porque para ellos no era más que eso, un espectáculo, en el que la nobleza se reunía y ellos podían ver lo que por suerte o por desagracia para ellos la vida les había negado por el simple hecho de donde nacer.
Las figuras de los Siete nos daban su aprobación y presenciaban lo que estaba apunto de ocurrir, yo solo podía pedirle al Padre que diera fuerzas a Lord Garlan y Daemon I, a la Madre que protegiera a todos los inocentes que se verían envueltos en esto, al Desconocido que se llevase a los menos posibles, al Guerrero que diera fuerza a nuestros hombres para salir victoriosos de esto, a la Vieja que les diese sabiduría a nuestros señores para seguir el mejor camino... una y otra vez repetía en mi interior las oraciones, esperaba que las escuchasen que todo saliese ben. mientras permanecíamos a la espera de que el evento se iniciase al fin.
Jeyne Oakheart
Re: Una nueva Era (Fuegoscuros, Tyrells & vasallos del Dominio)
El día estaba claro y corría una ligera brisa que aliviaba el calor producido por el sol dado directamente sobre los allí presentes. Por la mañana todos habían estado atareados, incluído yo mismo. Casí parecía que íbamos a dar un banquete para los Tyrell y sus vasallos, pues la rutina era, sino la misma, sí que parecida. Que todo estuviese limpio y despejado, que los sirvientes vistiesen bien, lavarse, arreglarse y ponerse las galas,...
Y allí, después de mucho ajetreo, allí estábamos, de pie, frente a toda aquella gente. A mi izquierda mi madre, justo al lado de mi padre; y a mi derecha mi gemelo. Aegon y yo intercambiamos una mirada y una sonrisa. No hacían falta las palabras. Ambos estábamos nerviosos, ambos teníamos aquel pellizco en el estómago. Apreté las mandíbulas para que no temblaran y respiré hondo. Sabía lo que aquella ceremonia conllevaría, para todos los que estabamos allí.
Garlan daba el discurso de apertura, y mis ojos se desviaron hacia la corona con la que se declararían traidores de los Targaryen y verdaderos reyes de Poniente. Casi nada. Luego miré a mi padre. Sí, aquella era la pose de un rey. No podía estar más orgulloso de él, ni de ser su hijo. Y pensé si, algún día, sería yo quien llevara esa corona con las tres cabezas del dragón negro, los símbolos de los Fuegoscuro. Era una idea que me daba vértigo, sin duda. Rey Aemon I Fuegoscuro. Sí, sonaba bien. Pero ahora era el momento de su padre. Se lo merecía.
Y allí, después de mucho ajetreo, allí estábamos, de pie, frente a toda aquella gente. A mi izquierda mi madre, justo al lado de mi padre; y a mi derecha mi gemelo. Aegon y yo intercambiamos una mirada y una sonrisa. No hacían falta las palabras. Ambos estábamos nerviosos, ambos teníamos aquel pellizco en el estómago. Apreté las mandíbulas para que no temblaran y respiré hondo. Sabía lo que aquella ceremonia conllevaría, para todos los que estabamos allí.
Garlan daba el discurso de apertura, y mis ojos se desviaron hacia la corona con la que se declararían traidores de los Targaryen y verdaderos reyes de Poniente. Casi nada. Luego miré a mi padre. Sí, aquella era la pose de un rey. No podía estar más orgulloso de él, ni de ser su hijo. Y pensé si, algún día, sería yo quien llevara esa corona con las tres cabezas del dragón negro, los símbolos de los Fuegoscuro. Era una idea que me daba vértigo, sin duda. Rey Aemon I Fuegoscuro. Sí, sonaba bien. Pero ahora era el momento de su padre. Se lo merecía.
Invitado- Invitado
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