La Rebelión De Los Fuegoscuro
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Los recuerdos volverán igual que siempre regresan las nubes negras [Nathan Baratheon]

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Privado Los recuerdos volverán igual que siempre regresan las nubes negras [Nathan Baratheon]

Mensaje por Brinna Baratheon Lun Jul 08, 2013 2:51 pm

Brinna pareció volver a contar con seis años de edad cuando su rostro se contrajo en una desvalida mueca de asco y disgusto tras haber pasado de la náusea al vómito apenas se había incorporado en el lecho aquella mañana. La criada que sostenía frente a ella la jofaina de cerámica blanca, a pesar de la desagradable tarea de recoger el contenido del estómago de la reina, no pudo contener un maternal gesto divertido en su expresión al comprobar el efecto que aquellos malestares tenían en la joven. Apenas posó el recipiente sobre una mesita de madera hexagonal que descansaba provisionalmente junto a la enorme cama de Brinna, tomó una toalla de lino blanco y perfumado con la que limpió la boca de la reina de la misma manera en que lo hubiera hecho su madre, retirando también de su barbilla cualquier resto que pudiera quedar. - Quiero agua - dijo la joven con una áspera autoridad nada habitual en ella, propiciada por el desagrado de un despertar que podría haber sido hermoso a tenor del cielo azul y apenas nublado que podía divisarse a través de los postigos abiertos de la ventana que veía desde su posición. La mujer que la atendía tomó una estilizada jarra de bronce de boca estrecha y alargada para llenar de agua un vaso de cristal tallado que reposaba junto a la jofaina y los paños de lino. Aquella mesa provista de las que ahora parecían ser las inmediatas necesidades de la reina cuando ésta se despertaba llevaba varios días dispuesta junto al lecho y siempre al cuidado de alguna de las mujeres que se encargaban del bienestar de Brinna. De hecho, mientras la criada le entregaba el vaso de agua a la reina, otra sirvienta algo más joven ya se estaba ocupando de retirar la jofaina y su contenido y también de reponer un nuevo paño de lino perfumado. - Son las ácidas naranjas dornienses que llegan últimamente a Bastión las que me sientan mal - exclamó al fin Brinna con el ceño fruncido, caprichosa en su tono de voz y también en su gesto, culpando de aquellos malestares a las frutas que gustaba de consumir por la tarde junto con Steffan. Con un ademán molesto y enérgico se libró de las sábanas con las que se cubría y se sentó definitivamente en el borde del lecho, aún con una mano posada en su estómago, como si temiera volver a vomitar en cualquier momento.

La criada que había sostenido con tanta paciencia y serenidad la jofaina de cerámica posó una mano sobre la frente de Brinna, con la confianza que la propia reina le había permitido tomarse desde que sustituyera a aquella descarada que presumía de haber compartido lecho con su rey años atrás. - Mi señora, me atrevería a decir que estáis encinta - dijo enarcando las cejas y conteniendo una sonrisa mientras esperaba la reacción de la joven, la cual no se hizo esperar demasiado. - ¿Tú crees? -. Las incipientes molestias parecían haber desaparecido, pues Brinna se posó repentinamente sobre la piel de oso que aislaba sus pies desnudos del suelo de piedra, mirando de forma interrogante a la criada y esbozando una amplia sonrisa mientras posaba las manos en su vientre y estiraba la tela de su camisón sobre el mismo, como si pretendiera apreciar desde ese momento la curva de un cuerpo henchido por el embarazo. - Yo diría que sí, en la última semana hemos ensanchado algunos de vuestros vestidos y mirad vuestros pechos... - apuntó mientras sostenía sus senos en ambas manos, sopesando su recién aumentado volumen - Acudís a la letrina con mucha frecuencia, y os acostáis más temprano... Y el príncipe Steffan os agota con sus juegos más que nunca... -. Las palabras de la criada fueron interrumpidas por un rápido aspaviento de Brinna; la joven reina había girado velozmente sobre sí misma para dirigirse hacia su tocador, tomando un cepillo con el que tratar de ordenar sus rubios cabellos desordenados por una noche inquieta. Parecía haber perdido todo interés en las palabras de la mujer y tampoco reparó en la presencia de la otra muchacha, que sostenía entre sus brazos dos o tres vestidos que ofrecer a la joven para completar el atuendo de aquel día. - ¿Dónde está el rey? - preguntó mientras se acicalaba frente al espejo, pellizcándose las mejillas para combatir la palidez que las náuseas y el vómito le habían provocado. - El rey está en el campo de entrenamiento prácticamente desde el amanecer, mi señora, pero... -. La joven se volvió hacia la prudente criada, transformándose su rostro ilusionado y casi infantil en aquel gesto adusto e imperioso que sacaba a la luz a la Reina de las Tormentas para dejar a un lado a Brinna. - ¿Pero? - repitió sacudiendo levemente la cabeza mientras clavaba sus ojos azules en la mujer - Iré a decirle que su heredero está en camino -. Ante la terquedad rayana en el capricho que mostraba Brinna, la criada no pudo menos que sonreír resignada, aunque aún así trató de hacer entrar en razón a la reina, sin explicar de todos modos los auténticos motivos que la hacían reticente a informar con tanta celeridad a Nathan de la feliz noticia. - Deberíais hacer primero alguna prueba para confirmarlo... La prueba del aceite y la orina suele ser efectiva y podremos hacerla mañana mismo con el maestre... -. Pero las palabras y razonamientos murieron en el ambiente tibio de aquel dormitorio, pues la Reina de las Tormentas ya había abandonado aquella alcoba sin siquiera calzarse los pies desnudos, dejando tras de sí su característico olor a violetas y dos criadas preocupadas por la reacción del rey ante la noticia, sabedoras de las causas de la muerte de la anterior Lady Baratheon.

Cual espectro inmaculado y etéreo avanzaba la reina por los oscuros corredores de Bastión de Tormentas, cubierta precariamente con un batín que había cogido de forma apresurada antes de abandonar su dormitorio, aburrida de escuchar los prudentes consejos que le ofrecía aquella criada. En su rostro había dibujada una sonrisa emocionada y nerviosa, una alegría empañada tan sólo por la incertidumbre de cómo recibiría Nathan aquella noticia tras las semanas que habían pasado desde aquella pelea con la que destrozaran la placentera estancia en el Nido de Grifos. Se apresuró a cerrar el batín de seda color crema sobre sus abultados senos cuando pasó frente a los ociosos hombres que hacían guardia en las enormes puertas de roble del gran salón en el que Nathan y ella misma recibían a aquellos que acudían a visitar Bastión de Tormentas, y les dedicó una encantadora sonrisa, como si de esa manera pudiera hacerles cómplices de la feliz noticia que portaba consigo, del secreto que aún no compartía con nadie excepto con las dos mujeres que aparecieron jadeantes por el otro extremo del pasillo, persiguiendo a su señora con unas chinelas de seda en las manos y un suave abrigo de lana ligera con el que cubrir a la joven. Brinna escuchó que la llamaban y se giró para mirarlas con una sonrisa maliciosa y traviesa, recogiendo los bajos de su liviano camisón para echar a correr hasta atravesar uno de los patios cerrados de Bastión, saltando ágilmente por encima de los pequeños arbustos de boj recortados en forma de asta de ciervo y cubiertos de perfumadas flores blancas. A punto estuvo de golpearse el hombro con la jamba de uno de los arcos de piedra pulida que daban acceso al otro ala del castillo, pero supo sortear el obstáculo sabiendo que las criadas no serían tan ágiles. Tan sólo emitió un suave quejido cuando sus pies descalzos acusaron la dureza de la piedra del suelo y aquella molestia se convirtió en dolor cuando al fin alcanzó el patio de armas trasero, donde solían entrenar los hombres Baratheon y también parte de sus tropas de élite y cuyo suelo se cubría con una arena que más que arena, eran cantos molidos con diminutas aristas afiladas que se clavaron en las delicadas plantas de los pies de Brinna.

No pareció esto importar a la joven, quien se detuvo jadeante por la carrera bajo las amplias arcadas que separaban la zona occidental de la fortaleza de aquel amplio patio de armas cuyo límite lo formaba un escarpado risco en el que se estrellaban el oleaje siempre furioso de aquella parte del Mar Angosto. Ignoró que en el tiempo que le había llevado recorrer el interior de la torre que formaba la fortaleza hasta llegar a aquel patio el cielo antes límpido ya había comenzado a cubrirse de nubes grisáceas que se convertirían en amenazantes heraldos de la tormenta que se descargaría sobre el reino al atardecer. También pasó por alto los graznidos de las gaviotas que se atrevían a elevarse desde la costa hasta lo más alto de Bastión de Tormentas y por supuesto no reparó tampoco en los sorprendidos mozos y aprendices de escudero que limpiaban un puñado de espadas en un amplio barreño lleno de agua sucia y que la miraban presas del estupor. Brinna barría aquella explanada con sus sagaces ojos azules, buscando entre aquellos hombres que peleaban, reían y decían groserías la figura de su marido, informada como estaba de que al rey no le disgustaba compartir aquel espacio con sus soldados. Entre el cuero tachonado y el acero templado, entre la flexible malla y las pétreas placas, Brinna aparecía en aquel ambiente como una delicada y frágil figura nívea que alguien podría quebrar con el más mínimo roce, y quizá fuera por eso que los soldados se apartaban a su paso cuando la reina avanzó con pasos decididos hacia el lado norte de aquel patio, hacia el muro en el que se alineaban los armatostes de madera dotados de grotescos rostros y rudimentarios brazos que servían para el entrenamiento del cuerpo a cuerpo y a los que Nathan se enfrentaba armado con una espada en cada mano. Brinna sonrió mientras deslizaba una mano por la suave tela que cubría su vientre, dejando que el viento marino alborotara su melena rubia tras ella mientras sus ojos azules se posaban con orgullo sobre su marido. El rey jadeaba mientras arremetía con rápidas estocadas la madera astillada de aquel muñeco de expresión burlona, y el sonido metálico que emitía su atuendo castrense se mezclaba con el resto de ruidos que poblaban aquel patio aunque Brinna se creyera capaz incluso de distinguir los latidos de su corazón por encima de aquella algarabía de golpes de acero y hoscos gritos masculinos.

- ¡Mi señor...! - Su impulsiva expresión quedó frenada con un respingo cuando, llevada por el entusiasmo, se aproximó tanto a Nathan que una de sus espadas pasó demasiado cerca de su garganta, pudiendo escuchar la reina como su filo cortaba el aire que soplaba libre en el patio de armas. El gesto de sorpresa del rey al descubrir allí a su joven esposa y además en aquel atuendo tan íntimo y sola por completo sólo fue equiparable en comicidad a la expresión de absoluta felicidad que exhibía Brinna, invadida por completo por la alegría de la noticia que tenía que ofrecerle esa mañana. La joven levantó una de sus manos para posarla sobre el brazalete de cuero que rodeaba una de las muñecas de Nathan, haciéndole así bajar el brazo y por tanto la espada, con un gesto tan natural y genuino que no habría podido tomarse como una irreverencia ni tampoco como una forma de imponerse al Rey de las Tormentas. - Mi señor - repitió cuando al fin tuvo la atención de Nathan, sin reparar en el posible gesto de extrañeza que pudiera existir en su rostro al verla acudir de aquella manera a él cuando hacía algunas semanas que apenas si cruzaban las palabras necesarias cuando se encontraban en el almuerzo o la cena, o cuando Steffan se empeñaba en pasar tiempo con ambos - Estoy esperando un hijo - y acompañó aquellas palabras echando el cuerpo hacia atrás para adelantar su vientre aún plano, deslizando sus manos por él por enésima vez en aquella mañana, como si pensara que a cada minuto su barriga pudiera crecer un poco más, sonriendo llena de orgullo y con tal dicha que podría haber iluminado cada rincón de la oscura fortaleza bañada por la lluvia y castigada por el trueno y el rayo. De haber sabido muchos de los que contemplaban la escena que en Caminoarroyo Brinna recibía el apelativo de Rayo de Sol, aquél hubiera sido el momento en que lo habrían comprendido. En aquel momento las criadas llegaron también al patio de armas, resollando las dos mientras una de ellas, la más mayor, se apoyaba en el muro para recobrar el aliento mientras desde la distancia dirigía una mirada de resignación hacia el lugar en el que hablaba la pareja. Entre sus brazos descansaba fútil el abrigo de lana verde musgo de enormes botones de madera mientras la otra muchacha sostenía las chinelas de seda gris sobre las palmas de sus manos. Los soldados más cercanos a la escena interrumpieron progresivamente sus quehaceres, extrañados ante la presencia de la reina en aquel ambiente sin que Steffan la hubiera arrastrado hasta allí y también algo alarmados ante las expresiones de las criadas que parecían temer que algo horrible sucediera. - ¿Es que pasa algo que no escucho el sonido de las espadas? -. La alegre voz de Almeric desvió la atención de las dos mujeres, que se giraron hacia la espada juramentada sin perder en sus rostros aquellos gestos de extrema preocupación. - La reina está embarazada - respondió la más joven con el agudo susurro de un pajarillo. La expresión de Almeric entonces se transformó al tiempo que clavaba su mirada con gravedad en la pareja que conversaba con el armatoste de madera como único testigo de sus palabras. - Los recuerdos volverán igual que siempre regresan las nubes negras - recitó el hombre con un tono enigmático que las criadas no supieron desentrañar, aunque sí fueron contagiadas por el pesimismo que expresaba aquella voz usualmente despreocupada y ahora repentinamente ronca.
Brinna Baratheon
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Privado Re: Los recuerdos volverán igual que siempre regresan las nubes negras [Nathan Baratheon]

Mensaje por Nathan Baratheon Mar Jul 09, 2013 2:04 am

La escena le provocaba mucha risa, estando de frente y podía ver de forma muy clara como el niño intentaba levantar una pesada espada, esta se encontraba sobre el suelo y el pequeño niño intentaba cogerla con ambas manos desde la empuñadura para levantarla, pero por más fuerza que hacía no lograba hacerlo… y finalmente de entre sus dedos se escurrió la espada producto del sudor de sus pequeñas manos y terminó por caer golpeando pesadamente su trasero contra el pasto al caer sentado… el niño tenía sus caballos dorados como el sol y sus ojos de un azul profundo que lo hacían lucir en comparación con todos los que se encontraban cerca de él, parecía un niño fuerte aunque en ese preciso momento lloraba, no por dolor sino que por frustración. A lo lejos Nathan escucho como el niño era llamado por su madre, no escucho su nombre por algún motivo sólo supo que su apellido era Baratheon, un Baratheon curioso pues sus caballos no eran negros ni su piel bronceada, era como él… fue en ese momento en que cayó en cuenta que aquel era su hijo… -Déjalo, se levantara solo- dijo el venado impidiendo que… Brinna se acercara al niño –Es un Baratheon, se levantara solo- le volvió a repetir mientras el niño cómicamente giraba sobre si mismo para apoyado en sus manos alzar su trasero intentando dar firmeza a sus piernas para volver a ponerse de pie y volver a intentar levantar la espada-.

Aquello ya comenzaba a molestar a Nathan, una vez más sueños, antes de ir al nido junto a Brinna había comenzado a tener aquellos extraños sueños, por largas semanas aquellos sueños siempre terminaban con Brinna muerta o rodeada de sangre, en algunos de ellos incluso las manos del propio rey se encontraban bañadas de sangre… pero en la última semana esos sueños se habían transformado en imágenes de ambos con un niño y aquello de alguna forma le molestaba, se daba cuenta que incluso sin quererlo en su mente comenzaban a dibujarse una vez más esos deseos que había querido enterrar, pero por mucho que lo deseara Nathan sabía bien que su anhelos iban en la dirección era un heredero de su sangre, un Baratheon de su propia sangre que pudiera regir sobre el bastión que él tanto había defendido.  Pero aquello no era más que un sueño y aunque quería creer que de sueños también podía vivir decidió no intentar seguir durmiendo ni mucho menos intentar recuperar aquel sueño como solía hacer cuando alguien le despertaba de un sueño placentero, así que lo mejor fue levantarse… Aún era muy temprano más de lo habitual y salvo los sirvientes que ya corrían de un lugar a otro para tener todo preparado cuando los señores de la tormenta se levantaran junto con los habituales invitados de importancia de la casa Baratheon, fue por eso mismo que algunos tuvieron incluso un dejo de temor al ver que su señor cruzaba ya los pasillos de bastión de tormentas completamente vestido como si ya llevara horas despierto, sólo Ann, quien conocía desde hace siglos al joven rey, la que pudo calmar a los nuevos criados haciéndoles saber que nada ocurriría por aquel “retraso”… y eso sólo fue notorio para todos hasta que Nathan termino de salir de los pasillos cercanos a los salones sin decir ninguna palabra, salvo algunos saludos.

Los primeros pasos de aquel día dirigieron a Nathan hacía el Septo, pero no con una actitud devota, por algún motivo el rey tormenta llevaba un rostro molesto cosa que se hizo aun más notoria cuando pidió a las dos personas que se encontraban ahí antes que él que lo dejaran solo, lo hizo de la forma más educada que le fue posible, pero su malestar era innegable y eso mismo hizo que las personas presentes con una reverencia se retiraran de inmediato -Tu… te prometo que si le pasa algo destruiré cualquier imagen en tu nombre, todas, el culto a la madre estará prohibido en toda tormenta y cada tierra que conquiste con mi espada…- soltó de pronto y de manera sorpresa pues si bien Nathan nunca había sido un hombre devoto, siempre había sido extremadamente cuidadoso con las creencias de la gente y de hecho también eran las de él sólo que nunca había sentido que fueran los dioses aquellos que regían cada acto de su vida, pero ahora su malestar se descargaba contra unas estatuas pues no tenía forma de soltarlo contra otra persona  -No puede morir… no debe morir… no es justo ¿acaso no he adorado a los siete desde que tengo recuerdo… Al padre, a pesar de que su buen juicio abandono a mis vasallos traicionándome… Al guerrero a pesar de que muchas veces su valor me abandono y temí la derrota de mis ejércitos…  Al herrero, aun cuando los trabajos necesarios en estas tierras no daban los frutos requeridos… Y a la madre, cuya divinidad me arrebato a la mujer que siempre quise… siempre los adore y no los culpe… pero no me la pueden quitar a ella también, no lo merece, que la sangre de mi hermano sea la que rija el bastión de las tormentas en el futuro… pero no otra esposa muerta, no otra vez el destruir las esperanzas de un hijo que no nacerá- la voz de Nathan no ara ya de enfado sino que era más bien una especie de suplica que no llegaba a ser tal por el dejo de malestar que mantenía su voz -No lo Merezco maldita sea, no lo merezco…- repitió una y otra vez hasta que desenfundo su espada y la dejo caer al suelo llenando aquel solemne lugar con el pasado ruido de la espada retumbando en cada rincón, una arma en el septo de la fe, una velado desafío a las creencias de su familia.

Probablemente no fue más de media hora, pero algunos monjes del septo de la tormenta se habían congregado a la espera de que el rey diera autorización a entrar y aunque algunos habían intentado entrar al sentir el sonido de “rayo” caer al suelo, fueron los guardias que habían llegado para proteger a su señor los que impidieron el paso asumiendo como ordenes los deseos trasmitidos por los primeros hombres que habían dejado el lugar para dar el espacio solicitado al venado. Pero luego de aquella media hora el Rey volvió a salir de aquel templo, notoriamente más relajado aunque con una expresión un tanto extraña en su rostro -Buenos días señores, mis disculpas- saludo Nathan a los que aguardaban su salida y ofreció una disculpa por no haberles permitido un acceso inmediato, sin embargo eso fue todo lo que dijo pues pronto con un suave gesto de su mano indicó a los guardias que le siguieran pues esta vez su destino el patio de armas, necesitaba volver a sentirse fuerte entrenar un poco -Dos espadas- pidió Nathan a sus guardias los cuales pronto acercaron a él dos espadas, algo más cortas que “rayo”, ya con ellas en las manos sus pasos no se dirigieron esta vez hacía un rival humano pues no había nadie en la arena a esa hora y no deseaba entrenar con los miembros de la guardia de bastión, ellos solían ser demasiado blandos y nunca tenían el deseo de lastimarlo, por lo mismo esta vez opto por uno de los muñecos de madera destinados para aquellos entrenamientos.  Ya sin capa y con el jubón de cuero endurecido cubriendo su pecho, y brazales del mismo material en ambas muñecas comenzó a golpear una y otra vez el muñeco dejando claro que su mano dominante era la derecha pues en cada golpe la espada parecía incrustarse más en las partes que golpeaba con la derecha, que en las partes que golpeaba con la izquierda, y es que aunque Nathan había nacido con aquel particular talento de poder usar ambas manos, lo cierto era que su brazo izquierdo era mucho más débil que el derecho el cual había ganado fuerza a lo largo de su vida a raíz del arduo entrenamiento con la espada al que se había sometido a si mismo para ser un mejor guerrero -abres mucho el brazo izquierdo, no llevas escudo y quedas muy desprotegidos… aagghhh- apareció bostezando la habitual compañía de Nathan, su espada juramentada Almeric  -Tienes que decirle a estos chicos, que cuando el rey quiere venir al campo de entrenamiento por la mañana, no es necesario que corran a buscarme, tengo sueño  ¿Por cierto que haces despierto tan temprano?- como siempre el hombre hablaba con una familiaridad que por momentos asustaba un poco al los jóvenes guardias que custodiaban a Nathan, el mal humor del venado no era un secreto para nadie y por lo mismo siempre sorprendía la familiaridad con la que la espada jurada trataba al Rey llegando incluso por momentos a excederse en sus comentarios que rara vez parecían ser filtrados. -No los envié por ti, y podría haber procurado mojar tu cabello si quiera, aún parece llevar las sabanas pegadas a ellos- respondió Nathan en un momento en que se calmó un poco luego de que su espada derecha quedara clavada en la madera en lo que abría sido un golpe letal en el cuello de su rival  -Iré a la cocina por algo de comer, aprovecha que estas aquí y poner a los muchachitos que lleguen a practicar uno contra otro- le pidió finalmente con una sonrisa y una mirada cómplice  que hacía las veces de solicitud de un favor al que esperaba no se negara -Mejor apresúrate, necesito practicar con alguien, no es que esta basura se defienda mucho, confío en que tu lo puedes hacer un poco mejor-.

Cuando los guardias fueron llegando uno a uno a las arena de práctica se sorprendieron un poco de ver a Nathan en aquel lugar y algunos, los más nuevos habían terminado arrodillándose ante él frente a las risas de los instructores o algunos ya más antiguos en esas prácticas pues ellos estaban acostumbrados a ver de tanto en tanto a Nathan practicar, el venado sabía bien que ya no era un niño y que necesitaba mantener su cuerpo, no quería ser uno de esos reyes gordos que con suerte cabían en sus tronos. De todos modos Nathan indicó a los instructores que Almeric, el hombre que estaba encargado de supervisar aquellas prácticas, había pedido que comenzaran practicas hombre contra hombre y de su propia parte y por gusto personal había indicado que aquella mañana la practica sería sólo con espada, sin escudo.

A pesar de que los minutos pasaban su espada jurada no regresaban, por lo mismo ya algo agobiado y cansado de tanto golpear aquel tronco comenzaba a pensar en solicitar la compañía de uno de los guardias, por aburrido que fuera que este solo se defendiera, sin embargo su concentración en golpear y golpear cada vez más fuerte el tronco casi lo lleva a cometer un error fatal, su corazón pareció detenerse por unos segundos y el grito ahogado de algunos de los hombres ahí entrenando fue el punto culmine de aquella escena en que Nathan casi corta el cuello de su reina… fueron sólo unos segundos, pero segundos suficientes para que Nathan maldijera a los dioses unas mil veces, por poco y casi mata a su esposa, pero ella no parecía ni siquiera preocupada por aquel hecho, incluso parecía que ignoraba lo que acababa de ocurrir ahí, incluso espero un reproche cuando ella llevo sus manos a los brazales, sin embargo sólo lo miro y él a ella percatándose por primera vez de cómo lucia su reina frente a todos los presentes, estaba por reprochar aquello y enviar por su propia practica cuando la tónica de aquella mañana continuo dejando atónito a Nathan una vez más “estoy esperando un hijo…”  tres simples palabras que dejaron a Nathan de una sola pieza, él que había aprendido que nunca debía soltar la espada pues eso le podía costar la vida, dejo que ambas espadas se escurrieran entre sus manos como agua -Ella espera a nuestro hijo- pensó Nathan aún sin decir nada, de inmediato en su mente se revivieron sus peores temores, ahora en la mente de Nathan se dibujaba el rostro de Brinna  completamente blanco y frío, su rostro con una ligera sonrisa carente de cualquier sentimiento como una burla a su destino… tenía miedo, Nathan sabía que temía a aquello… ¿Qué haría si Brinna moría? Y si aquel niño que crecía en su vientre la mataba igual que la niña había matado a Eve… Eve, otra vez Eve… al parecer nunca se iría, la relación con Brinna no estaba en su mejor momento, de hecho había vuelto a los puntos anteriores al nido, pero ya no era el fantasma el que los separaba, al menos no hasta ese momento en que el fantasma regresaba para recordarle lo que podía ocurrir, para revivir en él todos los temores que un hombre podía sentir y curiosamente aquel temor que él sentía no era el no poder tener un heredero, era que ella terminara también muerte.

Los soldados que estaban practicando cerca de él lo habían escuchado todo pero permanecían en silencio, algunos incluso bajaban la mirada luego de ver la sonrisa radiante de Brinna y el rostro sin expresión del rey… nadie parecía realmente querer ser testigo de aquella escena pues todos esperaban que la joven terminara entre lagrimas por la actitud del venado… fue por eso que un gemido de asombro se ahogo en varias gargantas al ver que una de las manos de Nathan se extendía hacía su vientre con un ligero temblor en su muñeca -¿Un hijo?- preguntó Nathan de forma torpe y temerosa, recordaba aquella sensación, ella no mentía esperaba un hijo, había tocado el vientre de Eve y recordaba la sensación que había recorrido su piel al sentir que su propia sangre crecía dentro de ella y ahora no era diferente. No miraba a Brinna no quería alzar la vista y que su mirada se llenara de sangre y muerte, no quería pensar en ella muerte por eso alzo su mirada, maestros de armas, guardias, ninguno le ofrecía seguridad real en sus pensamientos, quería apoyó alguien que le dijera que todo estaría bien y que Brinna no moriría como había muerto Eve, no quería buscar ese apoyo en su joven esposa, pero por más que buscaba no encontraba a nadie hasta que su mirada se dirigió a la lejanía donde Almeric se encontraba junto a las mujeres que cuidaban de Brinna -¡La Reina espera a nuestro primer hijo!- Gritó Nathan con un tono alegre en dirección a su espada juramentada quien alzaba su rostro para ver la sonrisa del rey que también era su amigo -¡En el vientre de la reina crece mi hijo!- volvió a anunciar Nathan esta vez para todos los presentes en aquel campo de entrenamiento, se lo permitiría, aunque su vida se fuera en aquello se permitiría una vez más esperanzarse en el nacimiento de un hijo, de un heredero de su sangre que rigiera los destinos de la fortaleza que él, su padre había mantenido para él durante largos tres años, años en que lo había estado esperando.  

-¡LARGA VIDA AL HEREDERO DE BASTIÓN DE TORMENTAS, HIJO DE BRINNA Y NATHAN BARATHEON, REYES DE LA TORMENTA!- luego de aquellas palabras el resto de los hombres repitió con solemnidad igual que lo habían hecho el día que Brinna y Nathan habían sido coronados reyes.
Nathan Baratheon
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Nobleza
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Privado Re: Los recuerdos volverán igual que siempre regresan las nubes negras [Nathan Baratheon]

Mensaje por Brinna Baratheon Miér Jul 10, 2013 9:35 am

En aquel patio de piedra cercado por la fortaleza y por los riscos que la separaban de la furia del Mar angosto, el brusco sonido metálico de las espadas de Nathan cayendo estrepitosamente al suelo sonó como el más violento de los truenos, provocando que Brinna se estremeciera sobresaltada aunque ni aquello logró que se borrara la sonrisa de su rostro. Aún así sus manos permanecieron sobre su vientre en un ademán protector mientras escrutaba en los ojos de su marido intentado desentrañar su expresión y también un poco confusa al percibir algo más que la simple sorpresa. Por unos instantes pareció que la noticia era terrible, pues incluso los soldados que instantes atrás estaban entregados a sus entrenamientos se habían detenido y contemplaban la escena en silencio, casi temerosos. Brinna se armó de paciencia, dejando que su batín color crema y sus alborotados cabellos dorados ondearan con libertad con la agitada brisa marina que presagiaba tormenta para aquella tarde. Las nubes grises parecían tener prisa por arremolinarse encima de la fortaleza como prácticamente cada día, y los pocos resquicios soleados que pudiera haber en aquel patio fueron rápidamente engullidos por la luminosa sombra que parecía derramarse sobre la arenisca del suelo. Al fin, Brinna contempló tras un pestañeo cómo Nathan levantaba una de sus manos para posarla sobre su vientre, sintiendo la joven el tacto cálido de su mano y también la rudeza de sus dedos, tan fina era la tela del liviano camisón con el que se cubría. La sonrisa de la reina se ensanchó al tiempo que ella suspiraba con ilusión, sin apartar sus ojos del rostro de Nathan para que no se le escapara ningún cambio en su expresión, ignorando los respingos ahogados que dejaron ir algunos de los guardias que estaban más cerca y que al parecer, no habían contado con aquel gesto en su previsión de las reacciones del rey ante la noticia. Brinna puso su mano sobre la de él, destacando sus dedos pequeños y blancos sobre la piel de Nathan, castigada por el uso de las armas, y asintió con la cabeza ante la pregunta que le formuló a pesar de que no la miraba. Cuando al fin alzó la vista, la joven buscó sus ojos, buscó algún tipo de complicidad con él, tan sólo una mirada que le confirmara que aquella bendición de los dioses podía limpiar toda mancha que hubiera en su relación desde su última pelea en el Nido de Grifos, pero el rey tan sólo contempló a los que presenciaban la escena bajo el cielo de tormenta, a aquellos hombres expectantes que mantenían las puntas de sus espadas rozando el suelo. Al fin, la voz de Nathan se elevó por encima del rugido de las olas que lamían los escarpados precipicios sobre los que se asentaba Bastión de Tormentas, por encima de los graznidos de las descaradas gaviotas que parecían contemplar desde lo alto la escena, por encima de los pensamientos funestos que parecían acosar a cada uno de los que presenciaban aquel giro en el destino de los Baratheon. Brinna esbozó entonces una sonrisa aliviada contemplando al fin lo que parecía ser un atisbo de alegría en el rostro de su marido, que seguía aún mirando por encima de su hombro mientras anunciaba con entusiasmo la buena nueva. Orgullosa y quizá presumida, la reina se giró para dar la espalda a Nathan y mostrarse ante los soldados que ahora vitoreaban a sus reyes motivados por la fuerte voz de Almeric, a cuyo lado las doncellas de Brinna parecían sentirse aliviadas, sosteniendo aún en sus manos las prendas con las que pretendían abrigar a su reina. La joven miró aquellos rostros rudos y varoniles que parecían realmente aliviados y felices al escuchar que un nuevo venado llegaría a Bastión de Tormentas, y acariciaba su vientre constantemente como si albergara allí el mayor tesoro del reino. Una de las doncellas, aquella que contaba con más edad, pareció decidir que ya era hora de volver a ser realistas y se aproximó hacia Brinna para cubrirla con aquel vestido verde musgo abotonado, protegiéndola de los vientos que corrían libre por el patio de entrenamiento. Esta vez la reina aceptó aquel cuidado y dedicó una sonrisa agradecida a la mujer mientras dejaba que el vestido cayera sobre sus hombros como una capa, prescindiendo de introducir debidamente los brazos por las mangas. La doncella más joven siguió a su compañera y se inclinó para cubrir los pies descalzos de su señora con las chinelas de seda gris, chasqueando la lengua al descubrir pequeñas heridas producidas por su impulsividad y descuido.

Uno de los aprendices de escudero que rondaba por allí se apresuró a recoger las espadas que Nathan había dejado caer cuando el matrimonio encaminó sus pasos hacia el interior de la fortaleza, refugiándose así la reina del ambiente demasiado fresco del exterior. A sus espaldas, volvió a escucharse el sonido del acero chocando cuando la voz de Almeric, ahora enérgica y autoritaria, instó a los soldados a continuar con los entrenamientos de aquella mañana, alentándolos con la idea de que ahora tenían un señor más al que proteger. Brinna sonrió al escuchar aquellas palabras; de repente se sentía importante, se sentía valiosa por primera vez desde que había pisado Bastión de Tormentas hacía ya siete lunas, y decidió que nada ni nadie empañaría aquella sensación al menos lo que durara el día. Consideraba que no era mucho pedir. - Después del desayuno iré al septo a dar las gracias a la Madre - comentó Brinna de buen ánimo mientras enlazaba su brazo con el de su marido, sintiendo la dureza del brazalete de cuero y aproximándose a su cuerpo con una sonrisa confiada,aún buscando el compartir con él la felicidad que ambos sentían pero que aún no lograban fusionar de la manera debida - Quiero... huevos de codorniz cocidos, sopa de pan y jamón cocido - agregó en tono caprichoso mientras su dedo índice se posaba sobre su mentón. Una de las doncellas, al escucharla, se apresuró a adelantar al matrimonio para correr hacia las cocinas mientras sostenía los bajos del vestido, como si pretendiera que aquel desayuno estuviera listo para cuando los reyes llegaran al gran comedor de la planta baja. - La Madre regala el don de la vida, vela por toda esposa y mujer, su sonrisa dulce aplaca la ira, y ama a los niños- recitó Brinna mientras juntos atravesaban de nuevo aquel reducido peristilo privado que la reina había cruzado corriendo hacía unos momentos, siendo recibidos por el canto de un osado pájaro que parecía desafiar a las nubes de tormenta en su afán por compartir la alegría que expresaba la reina en su voz al evocar parte de aquel cántico que había aprendido de niña - ¿No os enseñaron a vos esa canción para aprender los nombres de los Siete? - preguntó de forma distendida, estremeciéndose cuando volvieron a estar bajo techo en un amplio corredor de Bastión, siendo recibidos por apresurados criados que se dedicaban a encender las teas que colgaban de las paredes ante la oscuridad que avanzaba a causa de la inminente tormenta. Brinna sonrió complacida; si algo le había gustado desde que había llegado a Bastión de Tormentas era la diligencia que mostraba la servidumbre en que todo funcionara adecuadamente, por lo que apenas se veía obligada a corregir a los criados o a darles órdenes que ella consideraba de obligado conocimiento. Eran los pasos de Nathan los que resonaban en el suelo de piedra al crujir sus botas de cuero puesto que Brinna se deslizaba a su lado prácticamente en silencio, así que cuando alcanzaron a fin el comedor los guardias parecieron sorprendidos al ver aparecer a la reina. - ¿Desayunaréis conmigo? - preguntó ella tomando asiento en una silla de alto respaldo tocada con el blasón sable y oro de los Baratheon, acomodándose en un suave cojín relleno de plumas y forrado de terciopelo azabache mientras tomaba entre sus dedos un fino cuchillo de plata para juguetear con él como una niña impaciente que espera a que le sirvan la comida. Ésta no se hizo esperar y pronto dos criados cargados con gruesas bandejas de madera llenaron la mesa con las viandas deseadas por la reina y también un cuenco de frutas, pan de cebada, una jarra de leche fría y tortillas de trigo. - Traed agua con limón para el rey - mandó con suavidad pero también con firmeza, exhibiendo aquella forma de autoridad suya en la que nadie sentía que estaba recibiendo órdenes.

- Mandaré llamar al maestre para confirmar el embarazo, ¿os parece bien? Bertha dice que es conveniente hacer la prueba de la orina y el aceite... - comentó aludiendo al consejo que parecía haber ignorado en su alcoba pero que demostraba haber atendido más de lo que había mostrado. Mientras desmenuzaba uno de los huevos de codorniz con las manos en el cuenco de sopa humeante, dirigió una mirada algo confusa a Nathan mientras se ruborizaba, cerciorándose de que quizá aquel tipo de comentarios estaban fuera de lugar en la conversación con un hombre. - Lo lamento, mi señor, quizá no estéis interesado en ese tipo de detalles - se apresuró a decir inclinando el cuerpo hacia adelante, queriendo redimirse con rapidez ahora que parecían haber encontrado otro de los escasos momentos de tregua que se concedían desde que habían contraído matrimonio. Un sirviente irrumpió de nuevo en el comedor portando una jarra de cristal de refrescante agua limpia en la que flotaban algunos gajos de limón; también traía consigo un plato de cecina que depositó ante Nathan y que hizo que Brinna alzara una ceja, pues desconocía si existía un especial gusto personal del rey por la cecina o si simplemente se trataba de una arriesgada osadía por parte de los cocineros. - Mi señor, ¿creéis que podré conseguir fácilmente crema de caléndula? Mi madre la usaba en su vientre cada día cuando estuvo embazarada de mi hermano para prevenir los caminos de plata que se abren en la carne, ella la conseguía de los comerciantes que cruzaban el Camino de las Rosas en dirección a Desembarco del Rey, ¿quizá en el Sendahueso viajen mercaderes que dispongan de caléndula? - tras aquella interrogación, Brinna calló abruptamente, bajando la mirada al jamón cocido que cortaba en tiras con los dedos sobre el plato, reparando en que de nuevo y dejándose llevar por el entusiasmo, estaba hablando demasiado acerca de asuntos que seguramente no interesarían a Nathan. Al igual que el difunto Lord Wendwater había hecho durante la gestación del pequeño Mith, lo más probable era que el rey Baratheon sólo se interesara de vez en cuando por el buen estado de salud de madre e hijo y no tanto por cuestiones de belleza y cuidado personal, asuntos más restringidos al ámbito femenino de cuyo amparo carecía Brinna al margen de sus doncellas. Carraspeó algo incómoda, como si repentinamente toda la euforia hubiera desaparecido al golpearse con la realidad cotidiana que envolvía a los reyes en aquella fortaleza, pero aún así recuperó rápidamente la sonrisa, inagotable su buen humor aquella mañana. - ¿Estáis feliz, mi señor? - le preguntó ladeando el rostro mientras extendía la mano para tomar una de aquellas tibias tortillas de trigo, quizá algo insípidas pero suficientes para satisfacer el siempre agradecido apetito de la reina. Por unos instantes su impulsividad estuvo a punto de hacerle reconocer ante el rey que ya no se arrepentía de haberle obligado a depositar su semilla en ella aquella noche en Nido de Grifos, pero afortunadamente la prudencia se impuso a tiempo ante la jactancia. - Yo sí lo estoy - afirmó con un deje infantil en su voz, dedicándole una de aquellas miradas suyas llenas de luz mientras daba buena cuenta de su desayuno y bajo la mesa, una de sus chinelas bailaba de forma traviesa en las puntas de sus dedos.
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