La Rebelión De Los Fuegoscuro
¿Quieres reaccionar a este mensaje? Regístrate en el foro con unos pocos clics o inicia sesión para continuar.
La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] Tumblr_m52dyfceQ61r7k2yfo1_250
Conectarse

Recuperar mi contraseña

La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] Tumblr_m52e45S68y1r7k2yfo1_250
Últimos temas
» Whisper of Locket - Foro Harry Potter 3ª G - [AFILIACIÓN NORMAL]
La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] Icon_minitimeVie Mar 20, 2015 10:13 pm por Invitado

» SONS OF ANARCHY | NORMAL
La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] Icon_minitimeLun Oct 13, 2014 8:57 am por Invitado

» University of Cambridgre +18 # Nuevo
La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] Icon_minitimeMar Abr 08, 2014 11:45 pm por Invitado

» Spelling a Spell - Nuevo! {Afiliación Elite}
La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] Icon_minitimeVie Ene 24, 2014 4:39 pm por Invitado

» Life in NEW YORK +18 - Tumblr Promocional
La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] Icon_minitimeSáb Ene 04, 2014 11:07 pm por Invitado

» Naruto New World (A.Élite)
La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] Icon_minitimeLun Dic 09, 2013 2:37 pm por Invitado

» Looking For You
La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] Icon_minitimeDom Dic 08, 2013 12:26 pm por Invitado

» Anime Rol [Élite]
La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] Icon_minitimeMiér Nov 13, 2013 10:10 pm por Invitado

» O.W. {Foro rol Naruto/Inuyasha-Yaoi/Yuri/Hetero} normal
La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] Icon_minitimeVie Oct 25, 2013 3:16 pm por Invitado

La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] Tumblr_m52eaotH0d1r7k2yfo1_250 valar morghulis by sansarya on Grooveshark La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] Tumblr_m50mmlCGRy1r7k2yfo1_250




Photobucket OPPUGNO THE LIGHTS Guardianes BelovedHogwarts La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] 332xrfs Age of Dragons The Hunger Games RPG La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] Elite40 Diagon Alley RPG Never After Fateful  Memento the game is on Dirty Passion La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] IQ8IuAaA0lH4f La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] Qf97wr1 Ashley La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] NOpc4ju La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] 40x40 La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] HBtZ57W Darkest Night: El foro de rol de DC Comics Cruel Intentions La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] DNRtfOG La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] KFHxO Voldemort Returns La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] I4itPiCLrLSbY La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] 6boton11 TA La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] TINKugN 'Ndrangheta La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] Af810 Game of Thrones Allegiant Rol La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] Garfio_40x40_Prueba1_zps30f3b621 Time Of Heroes Stanford University the game is on Lacim Tenebris
La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] Tumblr_m50nuvfLMP1r7k2yfo1_250
La Luz de Bastión [Nathan Baratheon] Tumblr_m52eg9nRAZ1r7k2yfo1_250
Este foro está basado en la saga de George R.R. Martin titulada "Canción de Hielo y Fuego", además sacamos contenido de diversas webs relacionadas como Asshai.com o de Hielo y Fuego Wikia. También traducimos expresamente artículos relacionados de Westeros.org para utilizarlos en Valar Morghulis. Los gráficos, plantillas, reglas y personajes cannon fueron creados por los miembros del Staff por lo que poseemos derechos reservados. No intentes plagiar o tomar algo sin habernos notificado o nos veremos forzados a tomar las medidas necesarias y a efectuar las denuncias correspondientes a Foroactivo.

La Luz de Bastión [Nathan Baratheon]

2 participantes

Ir abajo

Privado La Luz de Bastión [Nathan Baratheon]

Mensaje por Brinna Baratheon Vie Mayo 10, 2013 5:21 am

- ¿Nunca habéis tocado una, mi señora? -. La osada pregunta de Nimes, una de las sirvientas que solían rodear a Brinna Baratheon cuando ésta se hallaba en sus aposentos entregada al bordado o a la lira, provocó la risa de las chicas que rodeaban a la joven reina, acompañándolas ésta también con sus carcajadas al tiempo que se ruborizaba ante semejante cuestión. En sus ojos azules brilló una picardía que aún se veía ingenua pero refrescante, y respondió en tono confidencial mientras hacía que su aguja atravesara la tela grisácea que sostenía entre las manos: - Sólo una vez -. Brinna se había inclinado hacia adelante para ser oída por aquellas mujeres sin tener que elevar demasiado la voz. Dos de las chicas más jóvenes se hallaban a sus pies, una de ellas sujetando la tela sobre la que bordaba su señora, y la otra sosteniendo el hilo de oro que empleaba en aquel momento para evitar que se enredara; a su derecha se sentaba la atrevida Nimes, que se encargaba de proporcionar a Brinna los hilos y agujas que requiriera, y algo más alejada la anciana Walda, quien había criado ya a tres generaciones de Baratheon, desde el difunto Lord Desmond hasta el pequeño Steffan, pasando por el actual Lord y todos sus hermanos. - ¿La de quién? - inquirió Nimes con un brillo malicioso en sus ojos, sesgando la mirada creyéndose a punto de desvelar algún secreto de la reina que pudiera serle útil en el futuro; quizá se casara siendo virgen entre las piernas, pero no entre sus labios. - La de mi marido, por supuesto - respondió Brinna con cierta altivez, mostrando también estupor en su mirada ante semejante pregunta, inocente aún en cuanto a la potencial sordidez del sexo y todo lo que podía conllevar y arrastrar un adecuado uso del mismo. Las criadas volvieron a reír y Nimes puso los ojos en blanco con expresión cómica, provocando un nuevo rubor en la reina que bajó la mirada al dorado ciervo rampante que bordaba en lo que sería una sobreveste para su esposo. - Mi señora, debéis tocarla más... y acariciarla, y besarla... - respondió la joven inclinándose hacia Brinna, susurrante su voz mientras buscaba con la mirada los ojos de la joven reina para mostrarle su complicidad - Eso le volverá loco, veréis como no querrá volver a dormir solo... -. Brinna elevó sus ojos azules hacia la deslenguada sirvienta, engendrando una ardiente suspicacia que hizo que el corazón se contrajera en su pecho ante las oscuras ideas que comenzaron a asolar su mente. - ¿Por qué sabes eso? - le preguntó con una dulzura fingida que sin embargo no logró esconder una aspereza inusitada en la reina de las Tormentas que no pasó desapercibida en ninguna de las chicas que atendían a la joven. Las dos que reposaban a los pies de su señora bajaron sus miradas a los enseres que sostenían entre las manos, pero Nimes se limitó a esbozar una sonrisa arrogante ante Brinna. La vieja Walda observaba la situación en silencio tras haber abandonado sus labores de costura sobre la falda azabache que cubría sus rodillas castigadas por una dolorosa enfermedad de los huesos y chasqueó la lengua en un claro gesto de disgusto. Nimes fue la primera en romper el incómodo silencio que había invadido las estancias de Lady Baratheon, alzando su voz cantarina como si ella fuera la dueña de aquellos aposentos. - ¿Qué creéis vos, mi señora? Lord Baratheon no siempre ha sido como vos le habéis conocido... Ni siquiera como Eve Connington le conoció... -. Brinna apretó los dientes tras los labios sellados al escuchar aquellas palabras, percibiendo cada una de ellas como pequeñas agujas que se clavaban en su joven e inexperto corazón, y aunque creyó que el impacto de aquella sugerente respuesta no era visible en su rostro, sí lo fue en sus pequeños dedos crispados sobre la tela gris que caía de forma descuidada sobre su regazo, olvidada la tarea de costura al centrarse su atención en la descarada Nimes. Por unos instantes olvidó hasta cómo respirar, ofuscada y terriblemente celosa mientras observaba la espesa melena negra de la sirvienta, sus ojos llenos de sabiduría y experiencia, su boca pródiga en ocurrencias y seguramente en besos y caricias sensuales... La anciana Walda, cerciorándose del creciente recelo de Brinna y también del orgullo de la insensata Nimes, exclamó con un tono resignado mientras recuperaba la larga aguja de hueso que usaba para tejer: - Una pobre niña entregada a un hombre roto... siempre lo pensé -.

El sol aún no se había elevado en lo alto del nublado cielo de las Tierras de las Tormentas cuando Nimes fue vista abandonando Bastión de Tormentas tan sólo con un pequeño hatillo como bagaje, humillada su mirada cuando volvió la vista hacia la imponente fortaleza que dejaba atrás, nublados sus ojos por las lágrimas ante la ausencia de cualquiera bienaventuranza en su futuro, puesto que habitaba en aquel baluarte desde que era una niña. Sin embargo, la historia que había tras la descarada sirvienta no era algo que inquietara a Brinna, quien suspiró con alivio al saber lejos de allí a la mujer que se había jactado de forma velada de haber sido amante de su marido. A pesar de todo, la joven aún tardó unas horas en lograr quitarse de encima la desazón de aquella mañana, algo en lo que contribuyó el pequeño Steffan, único Baratheon genuino que parecía no albergar resentimiento ni rencor hacia la chica venida de Tierras de la Corona y para quien toda compañía y muestras de cariño eran pocas desde la muerte de su madre durante la última revuelta. Brinna se había convertido en su hermana mayor y prácticamente en una nueva madre, y tras dar la reina la orden de que Nimes se alejara para siempre de Bastión de Tormentas, ambos habían salido a uno de los patios interiores del castillo para buscar hormigas a los pies de los aromáticos arbustos salpicados de diminutas flores violetas y blanquecinas. Fue arrodillada tras uno de los bancos de piedra que servían de descanso junto al sinuoso sendero que se movía entre los árboles de aquel patio como la encontró uno de los guardias de Lord Baratheon, quien carraspeó algo turbado ante la visión que se ofrecía ante sus ojos: el trasero elevado de su reina mientras ésta señalaba un hormiguero oculto ante las exclamaciones de emoción de Steffan. - Mi señora - logró decir cuando su vista se posó al frente, como si contemplara con sumo interés la rugosidad del tronco de uno de los árboles que se interponían entre los rayos de sol y la piedra que conformaba el suelo del patio. Brinna se volvió con rapidez hacia el arrebolado guardia, levantándose del suelo mientras sacudía la tierra que cubría la falda de su vestido púrpura y mostrando cierto gesto de culpabilidad al haber sido sorprendida en un comportamiento que parecía poco digno de una reina - El rey desea veros en su despacho -. La joven reina sintió una repentina opresión en el pecho ante la certeza de que la expulsión de Nimes hubiera llegado a oídos de Nathan y éste buscara explicaciones. - Iré enseguida, llévate a Ser Steffan a sus aposentos para que tome su baño antes del almuerzo -. El niño protestó enérgicamente ante la inesperada decisión de su tía, apretando los puños llenos de tierra y apelando a su condición de heredero para hacer prevalecer su voluntad. Brinna logró convencerle de que se marchara con el guardia mediante la promesa de contar estrellas juntos esa misma noche si las nubes se lo permitían, y una vez quedó a solas, se permitió suspirar profundamente y carraspear como si así pudiera librarse de la inquietud que sentía al haber sido llamada por Nathan. Al fin emprendió el camino hacia el despacho del Lord, levantando los bajos de su vestido púrpura y mostrando bajo ellos el borde blanco de sus enaguas y también los zapatos escarlata que conjuntaban con la ancha cinta del mismo color que rodeaba su cintura y caía tras ella, casi rozando el suelo. De nuevo había decidido prescindir de vestiduras negras, no por rebeldía ni por irreverencia, tampoco por indiferencia hacia la muerte de Jenna Baratheon. Tan sólo se negaba a mimetizarse con el ambiente de luto constante, con la opresiva tristeza de aquella fortaleza, se negaba a dejarse vencer por la melancolía que parecía haberse apoderado de cada uno de los habitantes de Bastión de Tormentas.

En el despacho de Nathan Baratheon, la nostalgia se aunaba con la tremenda austeridad y el silencio que reinaba en ese ala del baluarte, siendo la piedra gris, la oscura madera de roble, los blasones negros y dorados quienes parecían marcar el ritmo en aquellas estancias. Cuando Brinna atravesó la puerta de madera tallada con escenas cinegéticas en las que el venado siempre aparecía triunfante, fue como si un torrente de color irrumpiera en la sobriedad que regía aquella sala. El suave perfume de violetas que desprendían los cabellos de la joven reina pareció superponerse al penetrante olor de la tinta y el constante rasgueo de una pluma arrastrándose sobre un pergamino fue interrumpido ante el sonido de sus rápidos pasos sobre la piedra. Brinna encontró a Nathan sentado tras la enorme mesa de madera que había hecho las veces de escritorio para varias generaciones de Baratheon, inclinado sobre un puñado de pergaminos que esperaban su firma y su sello para quién sabía qué operaciones. La joven sabía de primera mano que prácticamente todos los asuntos de las Tierras de la Tormenta pasaban por las manos de su marido, así que ante él podía haber desde un simple envío de grano a una aldea cercana hasta una alianza con alguno de los otros reinos de Poniente. - Mi señor, nunca dejáis de trabajar - apuntó a modo de saludo, elevando su voz en el solemne silencio de aquel despacho mientras se aproximaba a la mesa hasta posar las puntas de sus dedos en su superficie brillante pero desgastada por el tiempo - Hoy el sol lucha por asomar entre las nubes y estoy segura de que ni siquiera os habéis percatado de ello - agregó, dudando acerca de si tomar asiento o no. Decidió finalmente permanecer en pie pues en aquella posición se veía con el arrojo suficiente de enfrentar los reproches que su marido haría ante la ausencia de Nimes, y tras un suspiro, dijo: - Un guardia me informó de que queríais verme... y como no creo en la literalidad de sus palabras, he de preguntaros cuál es el motivo de interrumpir vuestra jornada de trabajo con mi presencia... ¿o realmente sólo mi visión es suficiente? - añadió con un tono ligero, pretendiendo aliviar el peso de sus actos con bromas livianas que a fin de cuentas tan sólo eran rodeos para retrasar una conversación que sería incómoda. Ante la posibilidad de hacer perder la paciencia a su marido y empeorar su posible enfado, hizo una breve pausa antes de seguir hablando, contemplando los ojos azules de Nathan, desprovistos de la tristeza y el pesar de hacía unos meses pero aún así acerados y pétreos cuando se posaban en ella. - Nimes se jactó de haber compartido lecho con vos - dijo con ira contenida mientras presionaba la madera de la mesa hasta que las puntas de sus dedos adquirieron un tono blanquecino, manifestando así su renovado enojo al recordar la arrogante sonrisa de la resabiada sirvienta, aquellos ojos maliciosos... - No la quiero a mi lado. Ni siquiera la quiero en Bastión. Soy la reina, puedo elegir a mis sirvientas - apostilló enarcando las cejas, otorgando cierto deje caprichoso a su voz que a pesar de que sonaba firme, dejaba entrever cierto temor ante lo impulsivo de su decisión. En un ademán nervioso, una de sus manos tomó parte de la cinta escarlata que colgaba tras ella como un reguero de sangre sobre su vestido y jugó con la suave tela brillante, haciéndola resbalar entre sus dedos sin apartar los ojos del rostro de su marido. Parecía haberse endurecido en las últimas semanas y las nuevas hendiduras aparecidas junto a sus ojos eran testigos de las batallas, de las noches en vela, de los constantes viajes, en fin, de la vida de un regente entregado a su reino como no había otro en todo Poniente. Brinna le admiraba profundamente por ello, pero también acusaba sus ausencias más de lo que cabía esperarse siendo Nathan Baratheon un marido muy poco pródigo en muestras de cariño. Aún así, ella disfrutaba de su compañía y su presencia, de su protección y de la seguridad que le transmitía; tal parecía que nada podría pasarle a la joven reina mientras él estuviera cerca.
Brinna Baratheon
Brinna Baratheon


Volver arriba Ir abajo

Privado Re: La Luz de Bastión [Nathan Baratheon]

Mensaje por Nathan Baratheon Jue Mayo 16, 2013 12:39 am


En un comienzo todo era oscuridad e incluso podía sentir algo de frio, pero lo que más le molestaba era que no podía ver nada… en realidad era como si Nathan estuviera abriendo los ojos después de dormir por mucho tiempo, la luz molestaba en sus ojos y en un comienzo todo lo que podía ver eran sombras blancas que se mantenían estáticas a su alrededor. Poco a poco, en la medida que iban pasando los minutos ya podía ver algo… estaba él solo en un pasillo, aunque al parecer sólo en el pasillo estaba solo a lo lejos podía escuchar lo que parecían ser sus ejércitos, con cada paso que daba en aquel oscuro pasillo podía escuchar como sus hombres gritaban alabanzas en su nombre y vítores por una nueva victoria, aquello dibujó una nueva sonrisa en el rostro de Nathan quien siguió caminando por el pasillo hasta que llegó a una sala que no conocía, la sala estaba muy iluminada y sus ojos aún desacostumbrados a la luz le ardían obligándolo a cerrarlos por unos momentos… finalmente después de algunos minutos pudo ver, en el final de la sala aguardaban por él, una dama de rubia cabellera le daba la espalda por momentos, sin embargo al sentir el crujir de su armadura se giró con una sonrisa, una sonrisa genuina, verdad estaba contenta de verlo y de alguna forma él también se sentía reconfortado al verla, sólo bastaron unos pasos más para notar que era Brinna, su esposa, ella siempre le miraba con una sonrisa y ahora no era la excepción… pero de pronto sintió el peso de su espada en sus manos y al mirarla estaba completamente ensangrentada, pero lo que era aún peor, al volver a alzar la mirada el rostro de Brinna seguía sonriente pero ahora sus manos sostenían su vientre del cual emanaban grandes cantidades de sangre mientras su rostro comenzaba a coger la palidez de la muerte y el llanto de un niño comenzaba a llenar la habitación.




-¡No!- Gritó Nathan mientras se sentaba en la cama aún jadeando por aquella pesadilla que se había hecho tan repetitiva durante los últimos meses. Aquella situación se comenzaba a tornar sumamente incomoda para Nathan, habían noches que con suerte dormía algunas horas y otras se levantaba temprano sin ser capaz de conciliar el sueño una vez más después de ver aquella escena en su cabeza. Todo resultaba tan complejo para él en esos momentos, después de tomar una vez más el nido del grifo había calmado sus pensamientos respecto a Eve, de alguna forma sentí que había pagado la deuda que tenía con ella. Sólo los dioses y ella sabían cuanto había sufrido su perdida, la había llorado y añorado por meses, pero había protegido todo cuanto había podido al pueblo que ella tanto había querido… no a la tormenta, no los vasallos de la casa Baratheon, había procurado proteger de los avatares de la guerra a los siervos de la casa Connigton, lo había hecho por ella y al menos ahora sentía que le debía un poco menos… Pero ahora se plantaba frente a él un nuevo problema, ahora no se trataba de una guerra, no se trataba de un rey traidor, aunque nadie lo creyera y nadie lo esperara no quería lastimar a nadie más, no quería volver a ver el rostro sin vida de Eve, no quería tener que enterrar a nadie como Jenna quien murió despreciándolo por la muerte de Ser Buckler, no quería ver el rostro de su hermano cargado de tristeza por la muerte de aquella hermana a la que tanto amaba, y aunque se lo negara una y otra vez, no quería ver desprecio en el rostro de Brinna… no sabía muy bien que sentía por ella, sabía que se sentía culpable cada vez que comenzaba a sentir que en su pecho se albergaba afecto por ella, pero también sabía muy bien que no quería ver decepción en ella, no importaba el motivo por el cual siempre le sonriera, quizás lo hacía porque su madre eso le había enseñado, o porque estuviera feliz de ahora ser una reina, el asunto era que ella solía simplemente sonreír llenando el bastión de una luz que parecía haberse perdido después de tantas muertes.

A pesar de lo incomodo del despertar y de que en realidad por más que lo intentó no logró volver a conciliar el sueño, aquel día debía continuar, por la mañana Nathan bajó al pequeño poblado cercano a bastión de tormentas y luego condujo a su escolta hacía el puerto en la bahía de los naufragios, aquello ocupó su mañana… más que nada por los desplazamientos ya que en la tierra de la tormenta las cosas se encontraban extrañamente tranquilas los últimos días. Luego de la segunda rebelión de los Connington, la segunda toma del Nido del Grifo, la pérdida de las marcas y el nombramiento de Nathan como “Rey Tormenta”… las cosas parecían haberse sumido en un letargo para la gente de la tormenta que luego de mucho tiempo parecía disfrutar de tiempos de paz y calma, en algunos poblados se decía que el rey se había cansado de luchar mientras que otros tantos aseguraban que el cada vez menos “joven” venado reagrupaba sus fuerzas para emprender una nueva campaña junto a sus nuevos aliados de la cosa del AguasNegras, mas la verdad no era conocida por nadie, todo lo que se sabía a ciencia cierta era que el Baratheon solía salir de la fortaleza para cabalgar por sus tierras y hablar con algunos líderes locales y otras tantas veces se veía a su comitiva cabalgar rumbo a Nido del Grifo, donde Nathan parecía pasar gran parte de su tiempo.

Fue paso el medio día cuando los hombres de los Baratheon hicieron arribo a la fortaleza y a su llegada se había conducido a la cocina para alimentarse ya que la hora de comer en la fortaleza ya había pasado, sin embargo lo que recibió fue una solicitud de parte de “Ann” la encargada de la cocina de bastión de tormentas, había que tomar una nueva chica para el servicio, y todo a raíz de que Brinna había decidido deshacerse de una de las que ya había en la fortaleza, para malestar de Nathan la mujer se negó a informarle ella los motivos por los cuales lady Baratheon había decidido dejar de contar con sus servicios, aludiendo que la joven era la reina y no era su lugar comentar o juzgar aquello que la reina hacía. -Has enviado a alguien por ¿Brinna?- Preguntó Nathan mientras se dejaba Caer en la silla del salón de los venados, a pesar de las noticias el regente estaba tranquilo pues no le daba mucha importancia al hecho de un despido, sin embargo su espada jurada parecía no tomarlo con la misma calma, sino que más bien lo tomaba como algo divertido -Se trata de Nimes, me lo ha contado una de las chicas del servicio ¿Creo que tienes un problema majestad- le contó con tono divertido Almeric, quien no aguanto las ganas por ni un minuto más y comenzó a reír mientras observaba como Nathan lleva a su boca un trozo de carne como si en realidad nada estuviera pasando -¿Y Eso qué? No puedo hacer nada, Brinna es mi esposa, es la reina, no puedo restarle autoridad- continuó hablando el venado quien había enviado a buscar a su esposa básicamente por cumplir una formalidad y hacerle saber que tampoco era la idea que comenzara a sacar a todos los criados de bastión por meros caprichos -La paz te tiene lento Nathan… Nimes, recuerda… hasta los hombros, cabellos negros y… Almeric le hizo una seña indicando el abundante busto con el que contaba la chica, seña que fue seguida por las risas del hombre al ver el rostro de sorpresa [color:ba44=#green]-Estas perdido, Nimes, es mejor que vallas escondiendo a Anthea…- le dijo aún divertido por la situación que le estaba planteando al hombre que sobre sus hombros llevaba el título señor de aquellas tierras. -Eve nunca se entero de nada, no entiendo como Brinna llegó a saber esto.- le dijo mientras dejaba en el plato una vez más la carne que segundos antes había estando en sus dedos lista para ser comida -No lo sé y no quiero averiguarlo, lleva meses aquí y esta despachando al servicio, yo mejor me retiro, te dejo con tu pequeña tormenta que debe estar por venir- le dijo la espada juramentada antes de retirarse de aquel despacho tratando de evitar el desagradable encuentro que podría ser estar en medio de una pelea de pareja.

No debió esperar muchos más para que la joven que lucía el título de reina de la tormenta hiciera arribo al salón y no dudara en entrar con el desplante que había demostrado le era tan propio, de hecho por más que se lo había hecho saber durante los primeros meses mantenía esa característica tan propia de ella de hablar y hablar, aunque la verdad fuera dicha, Nathan se comenzaba a acostumbrar y aunque solía guardar silencio cuando ella comenzaba hablar sin parar, poco a poco ya comenzaba a prestarle atención y al menos intentar retener algo de lo que ella le conversaba -Tienes toda la razón, eres la señora de estas tierras, toma asiento- le dijo con su habitual tono neutro mientras con una de sus manos le indicaba que se sentara en la silla que estaba justamente frente a él, aunque claramente estaba obviando el hecho de que Nimes había sido su amante alguna vez, aquello había sido hace ya muchos años y sus encuentros se habían remitido a un par de ocasiones sin más importancia que lo netamente carnal para Nathan, pero como era la tónica en aquella fortaleza, los fantasmas regresaban. -De todos modos tengo curiosidad ¿Qué ha hecho sentir a Nimes la confianza suficiente para dejarte saber eso?- le preguntó con un dejo de preocupación, no quería saber que bastión de tormentas estaban corriendo esa clase de rumores y no sólo por el hecho de que se comenzaran a comentar sus amantes, lo que en verdad molestaba a Nathan era que aquellos rumores comenzaban a crecer ahora que la tormenta al menos tenía un corto tiempo de paz y que al menos él tenía un tiempo de calma en el cual blandir la espada no parecía ser un asunto de todos los días.

Quiso también advertirle que no podía dejar que aquello le afectara, incluso pensó en decirle que tras él había todo un pasado y ella no podría ir sacando de bastión a cada persona que hubiera estado con él, pero de inmediato recordó que de esas personas ya dos estaban muertas y una de ellas era Eve y por más que ella lo intentara no podría hacer salir el recuerdo de Eve, recuerdo que por algún motivo que ni siquiera Nathan conocía, ahora estaba más arraigado entre la gente y todos parecían recordarla con un amor que no le había demostrado en vida… pero aún así no le pareció prudente decir nada, sólo guardo silencio a la espera de una respuesta a su pregunta.
Nathan Baratheon
Nathan Baratheon
Nobleza
Nobleza


Volver arriba Ir abajo

Privado Re: La Luz de Bastión [Nathan Baratheon]

Mensaje por Brinna Baratheon Jue Mayo 16, 2013 1:07 pm

No se había equivocado. La reacción natural de Nathan ante las explicaciones de la reina, explicaciones que por otro lado nadie le había pedido aún, hizo saber a Brinna que la expulsión de Nimes era el motivo por el que la había hecho llamar a su despacho. Con cierta amargura, la joven dedujo que de no ser por aquella circunstancia, no se habría encontrado con su marido hasta la hora de la cena, suponiendo que el trabajo no le mantuviera ocupado también cuando el sol se ocultara tras las imponentes montañas que delimitaban aquel reino rocoso castigado por la lluvia, el trueno y el rayo. Brinna sesgó sus ojos azules al escuchar aquellas primeras palabras que pronunciara el rey, creyendo advertir cierta displicencia en ellas o cuanto menos, un tono paciente y desinteresado que se esforzó por no percibir como algo negativo. No le ofreció una respuesta ni mucho menos una aclaración en cuanto al delicado tema que la reina había decidido exponer sobre aquella mesa de madera desgastada pero pulida, y la joven apretó las mandíbulas bajo sus labios sellados mientras trataba de escudriñar en la mirada de Nathan, topando una vez más con aquella opacidad impenetrable que Brinna a veces interpretaba rayana en el desprecio. Desvió los ojos hacia la mano que Nathan extendió para señalar una de las sillas de madera que permanecían vacías ante su mesa, y por unos instantes un brote de rebeldía le hizo no aceptar aquella invitación. Levantó los dedos que hasta entonces se habían apoyado sobre la mesa e irguió la espalda mientras su rostro componía una mueca de resignación ante la contención de la desobediencia que deseaba aflorar. - Sí, mi señor - se limitó a decir mostrando de nuevo una sonrisa afable mientras tomaba asiento, dejando que la cola de la cinta carmesí que ceñía su cintura se enredase de nuevo en sus manos cayendo sobre sus piernas cruzadas bajo el vestido, dando la impresión de haber recibido una herida mortal en el vientre desde la que la sangre resbalaba hasta formar un charco en sus pies. La estancia pareció entonces ser aún más amplia de lo que en realidad era y Brinna llegó a sentirse atemorizada ante los altos techos de piedra cuyo fin apenas se distinguía en la oscuridad que engendraban los imponentes pilares que reforzaban aquellas paredes. El silencio en aquel ala del baluarte parecía espesarse, pues la estratégica situación del despacho de los lores Baratheon hacía que no alcanzaran a llegar hasta allí los rutinarios sonidos que poblaban los patios de armas: ni gruesas voces de desocupados soldados gritando y riendo, ni el choque de las espadas entrenando, ni los relinchos de los caballos que descansaban en las cuadras: tan sólo una aplastante ausencia de ruidos, una quietud perturbadora que apenas dejaba paso a las respiraciones de los monarcas que intercambiaban miradas en aquella sala con olor a tinta, a pergamino y a madera. Brinna fue vencida por aquella inquietante calma que parecía caer como una roca sobre ella así que se puso en pie repentinamente mientras Nathan formulaba una pregunta tan directa como incómoda, manteniendo aquella oscura serenidad que a veces lograba exasperar a la vital reina de las Tormentas. Le dedicó una mirada esquiva mientras se encaminaba a un gran ventanal que se abría a los acantilados sobre los que se edificaba la fortaleza, satisfaciendo así su curiosidad en cuanto al origen de la tranquilidad que se respiraba en aquella estancia. Suspiró mientras mantenía sus ojos azules perdidos en las olas que se estrellaban y se rompían contra la roca grisácea cubierta de un suave musgo verde alimentado por sus aguas. ¿Cómo explicarle la situación que había dado origen a la desafortunada confesión de la vivaracha Nimes? ¿Acaso se tomaría bien que le contara que trataba de obtener consejos que le llevaran más a menudo a su lecho? La humillación ante el recuerdo de las escasas veces que había acudido a ella y del resultado de las mismas en forma de espesa semilla sobre su vientre y no dentro de él hizo que la joven se sonrojara mientras evitaba cruzar sus ojos con los de su marido. Un trueno retumbó entonces en la lejanía y los pensamientos de la reina viraron por unos instantes al pequeño Steffan: conforme se aproximaban al castillo las amenazantes nubes negras que se arremolinaban en el horizonte, disminuía la posibilidad de contar estrellas aquella noche.

Al fin y armándose de valor, Brinna se giró de nuevo hacia Nathan, caminando hacia la mesa y reparando entonces en un plato de comida que descansaba junto a los pergaminos prácticamente sin tocar. No era el rey de las Tormentas un hombre de gran apetito, siendo aquel un asunto que preocupaba a su joven esposa dada la intensa actividad que Nathan llevaba a cabo diariamente, pero había aprendido en qué momentos hacer hincapié sobre ese asunto y no era precisamente ése el más apropiado. - Es una descarada - respondió al fin, con un ademán altivo opuesto al nerviosismo que se manifestaba en sus dedos en forma de aquella suave cinta de seda roja castigada y retorcida. El roce de sus zapatos rojos en la piel de oso que resguardaba los pies del frío del suelo de piedra, aquel calzado que había llevado también la primera vez que se habían visto en aquel campamento cercano a Caminoarroyo, fue el único sonido que apostilló las palabras de Brinna, en cuya voz se leían los matices gestados por los celos - Al igual que otros habitantes de esta fortaleza, debió considerar mi inexperiencia y mi juventud como un acicate para sus presunciones y arrogancias - declaró con aire dolido aunque orgulloso, mostrando ante su marido una determinación inesperada en una joven de su edad que apenas llevaba unas lunas sosteniendo la carga de ser no sólo la señora de aquella fortaleza sino la reina de las tierras boscosas que se erguían bajo la misma. Su educación y también su carácter decidido y más fuerte de lo que podía parecer a primera vista le hacían sostener aquel peso con seguridad y sin perder la alegría que siempre la caracterizaba y que había quien consideraba poco apropiada entre aquellos muros. - Espero que a partir de ahora aprenda a contener su lengua y que adquiera la prudencia y la discreción que se espera en una sirvienta... - afirmó enarcando las cejas, cambiando ahora la expresión de sus ojos desde la inusitada frialdad que habían adquirido al hablar de la criada hasta una tenue acusación dirigida a su marido. - Veo que no negáis las afirmaciones de la muchacha - añadió refiriéndose de manera despectiva a una mujer que probablemente ya servía cuando ella tomó su primera bocanada de aire en Caminoarroyo, haciendo que sus párpados cayeran por unos segundos sobre sus ojos azules en un inevitable gesto de congoja; cuando sus pupilas volvieron a los ojos de acero de su marido, mostraban una dolorosa resignación pero también una aceptación más temprana que la que cabía esperarse en una mujer presa de los celos y del rechazo. Al menos, había podido desterrar a Nimes, algo que no había conseguido con Eve. - No os pondré en la tesitura de darme explicaciones ni tampoco de reprenderme por pedíroslas - afirmó negándose de forma velada a tomar asiento de nuevo, paseando por el despacho y centrando sus ojos en cada objeto de los que allí se encontraban aunque la ofuscación le impedía siquiera distinguirlos. Finalmente, detuvo sus pasos junto a una gran mesa de nueva factura que, apoyada contra una pared y situada bajo una ventana sin postigos, mostraba en su superficie un enorme mapa de Poniente oculto parcialmente por otro montón de mapas más pequeños, enrollados unos, arrugados otros, llenos de correcciones hechas a mano la mayoría. Brinna posó el dedo pulgar sobre Bastión de Tormentas y el dedo índice sobre Caminoarroyo, separadas ambas fortalezas por apenas unos centímetros y unidas por el camino que ella misma había recorrido en carruaje hacía siete meses. El mismo tiempo que llevaba Eve Connington bajo tierra a pesar de que su espíritu parecía haber impregnado cada rincón del castillo que ahora era el hogar de la joven reina de las Tormentas. En un súbito ataque de pesimismo, Brinna se preguntó si Nathan desearía que fuera Eve quien compartiera su reinado sobre aquellas tierras y hasta dónde llegaría el desprecio que sentiría hacia ella misma por portar la tiara de las antiguas reinas Baratheon.

Levantó la mirada de aquella sucesión de trazos negros que dibujaban bosques, caminos y fortalezas para girarse una vez más hacia Nathan, avanzando esta vez hacia él y prescindiendo de la frontera que en un principio había creado la monumental mesa de madera de roble. Brinna bordeó aquel regio mueble con pasos lentos, invadiendo la atmósfera secretarial creada por el penetrante olor de la tinta mediante la ruptura del ambiente burocrático con el perfume a violetas que desprendía su espesa melena dorada, con la misma ligereza y discreción con la que una mariposa primaveral habría invadido aquellas estancias. Observó entonces la abandonada posición que Nathan había adoptado sobre la silla de alto respaldo. Uno de sus codos se apoyaba en el reposabrazos rematado por una cabeza de oso mientras el otro caía de forma algo descuidada sobre la mesa; además, al haber girado levemente el asiento para seguir el trayecto de su esposa hasta que ésta había llegado a su lado, había separado sus piernas enfundadas en un pantalón de cuero color tierra. La descuidada barba rubicunda que cubría sus mejillas le otorgaba además un aspecto hastiado que en realidad mostraba la fatiga del día, algo que Brinna pudo apreciar al acortar la distancia que les separaba. - Ni os cuidais ni dejais que nadie lo haga - dijo a modo de observación, aunque en su voz aún sangraban las heridas que ella misma se autoinfligía usando como arma sus propios pensamientos llenos de desesperanza - He velado por vuestro honor. Y también por el mío - añadió, aludiendo de nuevo a su decisión de expulsar a la incauta Nimes de Bastión de Tormentas - Si vos procuráis la paz del reino, ¿me permitiríais a mi velar por la armonía de nuestro hogar? -. Brinna era consciente de su tergiversación en cuanto a lo sucedido, queriendo justificarse también ante sí misma por el arranque de celos que sin embargo, creía haber manejado de la manera adecuada. De haberse dejado llevar por los impulsos que su madre siempre había procurado hacer que controlada, la reina habría enredado sus dedos en los cabellos de la sirvienta en lugar de en la cinta roja que aún bailaba en su mano izquierda. - No dejaré que haya ese tipo de comentarios en este castillo - afirmó mientras avanzaba un paso más hacia él, dejando que las puntas de seda roja de sus zapatos besaran las botas negras y embarradas que llevaba el rey de las Tormentas, ensuciándose. Atenta al rostro de su marido, Brinna olvidó su coquetería mientras alargaba una mano para sostener sobre sus dedos el mentón de Nathan, sintiendo la aspereza de su barba. Con su mano libre, tomó unas pequeñas tijeras que reposaban sobre el escritorio y dedicó una sonrisa a su esposo, quien mantenía sus ojos azules sobre los de la reina, ausentes de una emoción lo suficientemente fuerte como para ser legible, pues tal era la maestría del Baratheon en ocultar lo que sentía en su interior. Con cierto aire infantil, la joven abrió y cerró las tijeras un par de veces mientras las elevaba en el aire y tras hacer chirriar el metal afilado que las componía, las acercó a una de las mejillas de Nathan, apenas rozándole con ellas mientras recortaba la rebelde barba dorada por la que su dueño no parecía preocuparse. Sus pequeños dedos sostenían con firmeza la barbilla del rey, moviendo su rostro centímetro a centímetro mientras llevaba a cabo aquella tarea con una entregada confianza reflejada en la serenidad de su rostro. - No quiero perjudicaros - afirmó la muchacha casi en un susurro mientras las tijeras viraban en la curva de su mandíbula, acercándose peligrosamente su filo helado y cortante a la fina piel de su cuello, donde la barba crecía con menos vigor y la frialdad de aquellas cuchillas se hacía por tanto mucho más patente en contraste con la calidez de los dedos que sostenían su mentón.
Brinna Baratheon
Brinna Baratheon


Volver arriba Ir abajo

Privado Re: La Luz de Bastión [Nathan Baratheon]

Mensaje por Nathan Baratheon Miér Mayo 22, 2013 2:11 am


El destino que se había mostrado cruel con él desde que había asumido su regencia se plantaba frente a él una vez más para dejarle ver que a pesar de que los días fueran más tranquilos, para él no abría descanso en su mente. Nathan no pudo dejar de notar el detalle de la cinta que caía por su cuerpo como si se trata de sangre brotando de su cuerpo, su primer impulso fue apartar la vista intentando no pensar en eso, por unos minutos forzó a su cerebro a deparar en detalles del cuerpo de Brinna que lo ayudaran a llevar a sus pensamientos hacía cualquier otro destino, sin embargo aquello no fue posible, mientras más lo intentaba sus ojos más parecían regresar a su vientre y la cinta que recorría su cuerpo al igual que lo había hecho la sangre en su sueño. Aquella sensación le resultaba incomoda y no ni siquiera era precisamente por la sensación de vivir su sueño, lo que en realidad le molesta era no entender ¿Qué había de malo en todo eso? ¿Porqué se estaba esforzando en ver cosas malas en su destino con Brinna? Verla en ese momento como en su sueño debía ser un motivo de calma para él, si había sido uno de esos sueños premonitorios quizás no se trataba de nada más que no fuera el encuentro que ahora se estaba dando, no tenía por qué ser nada más terrible… aquella era una buena forma de pensar para el venado y por unos segundos sirvió pues su mente se calmó e incluso dedico una genuina y despreocupada sonrisa a su esposa mientras la miraba… pero aquella calma no duro mucho más… la realidad era que la tranquilidad lo desconcertaba y que las cosas tomaran un buen rumbo le hacían pensar que aquel no era su destino. Que complejo era todo, que complejo hacía él mismo todo, a pesar de que los meses pasaban y pasaban seguía teniendo aquella misma sensación, no se permitía a si mismo ver nada positivo en su relación con Brinna, cualquier cosa positiva le hacía sentir extraño, cualquier minuto de alegría lo hacía sentirse un traidor y cada momento de tristeza de ella lo había sentirse culpable por desgraciar su vida.

Durante los largos minutos en que había estado sumido en sus pensamientos, sus instintos habían hecho que su rostro la siguiera en todo momento mientras ella se desplazaba por el despacho, con esta simple acción aminorando aunque fuera un poco la sensación de no estar con ella. La escucho despotricar contra la joven a la que Nathan no recordaba por nada más que una noche de arrebato y lujuria, sobre aquello no podía hacer mucho, sin embargo lo que si le desconcertaba eran los deparos que tenía contra otros habitantes de Bastión de tormentas… por un instante tuvo el fuerte impulso de ponerse de pie y acercarse a ella para brindarle su apoyo ante aquella situación, pues era algo que él también notaba y a pesar de que había intentado detener aquella desagradable situación, nada parecía dar resultado, aquello parecía haberse convertido la diversión de bastión de tormentas… destacar las cientos de virtudes de Eve y los defectos de Brinna. Nathan no comprendía realmente aquella situación, durante los primeros meses después del regreso desde la guerra Nathan lo había comprendido y había pedido a Brinna también lo hiciera… Era normal, Eve había sido la señora de bastión y todos parecían querer recordarla con cariño y afecto, olvidando sus defectos y los malos momentos pasados en esa misma fortaleza, sin embargo, por más que pasaban los meses, aquella situación no disminuía y se había transformado en una tediosa comparación que lejos de servir como un apoyo para el regente que había perdido a su esposa, era más bien un castigo a su mente pues Nathan ya no sólo recordaba los buenos pasajes de la relación con Eve (que por cierto fueron pocos en aquella fortaleza), sino también a su mente se habían volcado los recuerdos no tan buenos, aquellos de una esposa despreocupada y con la cual ni siquiera podía compartir las noches por precaución a no volver a ver la luz del sol. El desagrado de Nathan por esta situación sólo era conocido por Theon, Beren y Almeric, ellos eran las únicas personas consiente de aquella situación (pues en esta oportunidad había marginado incluso a Valerie que parecía haberse unido al nuevo deporte de baluarte de tormentas), aunque contarle a Almeric no había sido la mejor de las decisiones de Nathan pues este como siempre, dueño de su destino, no había tenido tapujo alguno a destacarle a Nathan entre risas que “estaba comenzando a querer a la niña de la Corona” y aún así se estaba resistiendo a hacerlo, además de recordarle también que no era esta la primera vez que pasaba por aquella situación ya que hace casi tres años cuando había traído a Eve a bastión de tormentas se había dado la misma situación e incluso peor, ya que en esos momentos se había casado con una traidora.

Pero incluso aunque su espada juramentada tuviera la razón y en él afloraran los deseos de protegerla, no sabía bien como debía hacerlo… pero de todos modos aquello no era lo que Brinna quería saber y sus cuestionamientos continuaban estando en la línea de su presunta amante, o al menos ese era el trato que ella le estaba dando a aquella situación y la realidad era que nada estaba más lejos de eso, de todos modos, si lo que Brinna deseaba eran explicaciones sobre eso, tanto mejor para Nathan quien asumía eso con mayor naturalidad -Antes de ti tuve un pasado, lo que hoy me molesta es que ese pasado salga a flote frente a ti, cuando en otras ocasiones no ocurrió, pero si quieres saber, mis encuentro con la persona que has sacado de bastión fueron incluso anteriores a mi matrimonio con Eve Connington ¿O es que vos creéis que de seguir viéndome a vuestras espaldas? Ha cometido muchos errores en mi vida, pero ninguno de esos errores es un bastardo si es lo que te preocupa-. El venado sabía bien que probablemente lo que preocupara a Brinna no era precisamente la existencia de un bastardo pues era imposible que ese venado hubiera sido concebido durante el periodo que llevaban casados y si algo había demostrado Brinna hasta ahora era exactamente no ser precisamente tonta, pero a Nathan le resultaba conveniente llevar la conversación por ese camino ya que de verdad no quería volver a tener con ella aquella conversación sobre las visitas a su habitación. Y a pesar de que antes había parecido no estar prestándole atención, la cosa dictaba mucho de ser así, es más, escucharla defenderse lo hacía sentir menos cruel con ella y aunque era egoísta dejar que lo hiciera, Nathan lo prefería, prefería verla como una mujer fuerte y no como una niña que se podía quebrar en cualquier momento, para incrementar aún más la sorpresa del joven regente, Brinna no parecía estar dispuesta a dejar sólo las cosas en una demostración simple de lo decidida que podía llegar a ser, mientras había cambiado la dirección de su cuerpo para mirarla pudo ver como ella se acercaba una vez más a él, demasiado a su gusto… en cualquier otro momento le abría esquivado o directamente le abría pedido que se retirara, pero aunque no lo dijera, en esos momentos sentía que algo le debía y por eso mismo no respondió nada cuando ella le reprochó su falta de cuidado consigo mismo, pero una vez más no quiso decir nada pues el mismo sabía que estaba sumido en cosas que cuando él buscaba lógica no lograba encontrarlas -Vuestro honor no será mancillado,
Ya os lo dije, sois la señora de la tormenta, eres la primera reina de la tormenta desde hace muchas generaciones, respaldare vuestras decisiones... Sólo que no se os ocurra sacar de bastión ni a Walda ni a Anna, la primera tiene una edad mayor a vos y yo juntos, su vida fue dedicada a mi casa… y Ann siempre fue la protegida de mi madre, ella no saldrá de esta fortaleza, de todos modos os juro por aquello que deseéis que con ninguna de las dos he compartido el lecho-
le dijo sintiéndose extraño pues no estaba acostumbrado a dar esa clase de explicaciones, sin embargo seguía teniendo la sensación de que era algo que le debía, ella era aún demasiado joven y él había vivido más de lo que abría debido vivir para aquella edad.

Lo extraño de la situación no parecía cesar, Brinna se acercaba a él incluso jugando con sus amenazar de cortar su descuidada barba y él simplemente se quedo congelado por unos segundos, aquella sensación que no lograba recordar de otro momento le imposibilitaba pensar en lo que debía hacer y por un momento simplemente dejó que ella recortara su barba hasta que ella misma lo saco de su transe al decirle que no quería perjudicarle. Acto seguido Nathan tomó las manos de Brinna entre las suyas y con suavidad le arrebato la tijera de las manos -Pediré a alguien que lo haga, no debéis molestaros- le dijo mientras se ponía de pie sin dejar de sostener sus manos en una extraña sensación -No creo que deseéis perjudicarme, eres mi reina y perjudicarme a mi es perjudicaros a vos misma…- a pesar de lo fuerte que eran sus palabras pues le hablaba de conveniencia en sus acciones, su tono de voz era particularmente tranquilo e incluso amable con ella, y fue más extraño cuando beso sus manos que aún estaban entre las de él para luego alejarse de ella en dirección al mapa de poniente que antes ella misma había estado observando -Tu madre hoy es tu vasalla y debe reverenciarte en mi presencia, El que ayer era mi cuñado y aliado hoy es mi enemigo, muchas cosas cambiaron en poniente y hay mucho por lo que velar en nuestras tierras… por eso te reitero vos sois la reina, cuidad la armonía de bastión de tormentas, y yo velare por el reino que un día prometí a vuestra madre para vos- le dijo sin mirarla a ella y con sus ojos clavados en “Nido del Grifo”, la fortaleza de los Connington, aquella era una herida aún sangrante para Nathan y aunque pare muchos tomar por segunda vez semejante fortaleza no era más que la demostración de la fuerza de su regente, para Nathan aquella acción había significado la peor de sus derrotas. -Mañana a medio día partiré al nido del Grifo- le anunció intentando mantener entre ambos aquel ambiente tranquilo que parecía haberse instaurado entre ellos dos durante los últimos minutos.
Nathan Baratheon
Nathan Baratheon
Nobleza
Nobleza


Volver arriba Ir abajo

Privado Re: La Luz de Bastión [Nathan Baratheon]

Mensaje por Brinna Baratheon Vie Mayo 24, 2013 9:14 am

Los pequeños cabellos rubios que se desprendían de aquella barba dorada gracias a la acción de las tijeras que empuñaba la joven reina caían sobre el oscuro que jubón que portaba Nathan, como suaves pinceladas de color que se atrevían a brillar gracias a los rayos de sol que penetraban en aquel gabinete de forma furtiva, casi como todo lo que pudiera proporcionar algún tipo de luz en aquel oscuro baluarte. Fue el momento en el que Brinna sacudía con suavidad aquellos restos de barba para que las prendas de su marido permanecieran impecables cuando éste tomó sus manos con suavidad, deslizándose sus dedos ásperos por el roce continuo de la espada y las riendas de caballo sobre otros dedos pequeños a los que sólo se había enseñado a sostener aguja e hilo. La joven dio un suave respingo, sorprendida no tanto por aquel gesto sino por el tacto de sus manos, roce que apenas conocía todavía y que aún lograba turbarla incluso en un momento como aquél. Permitió que Nathan retirara las tijeras de sus dedos con calma mientras determinaba que otra persona sería la encargada de acicalar su barba, y la joven bajó la mirada tras un parpadeo, debatiéndose entre la humillación por aquel nuevo e inesperado rechazo y la comprensión de que no era tarea propia de una reina el recortar una barba cual vulgar afeitador. Las tijeras abiertas sobre el escritorio se convirtieron así en el símbolo de aquel fracaso que añadir a otros tantos que la joven había obtenido al intentar acercarse a su marido, no sólo físicamente sino también a un nivel más íntimo y cómplice. La persistencia de la joven en convertirse en una esposa cercana para Nathan Baratheon permanecía inalterable de todos modos, así que, con cierta resignación, se dijo a sí misma que el tratar de mostrarse preocupada por su aspecto era otra estrategia que parecía ser equivocada. Aún con las manos entre las del regente de Bastión, devolvió la mirada a sus ojos mientras éste se ponía en pie, apostillando su última manifestación de intenciones con una ofensiva interpretación que hizo que Brinna frunciera el ceño. Nathan selló aquel menosprecio con un suave beso en las manos de su esposa, quien sintió sobre su piel el ligero y efímero cosquilleo de su bigote y su barba. Quiso replicar con vehemencia, mostrarle la congoja que sus palabras le habían provocado, pero tan sólo acertó a suspirar, recogiendo poco a poco los pedazos de su orgullo para mantenerse hierática, fuerte y valiente ante él. Ni una sola lágrima había visto jamás Nathan Baratheon en su joven reina, pero ya habían sido varias las que la niña había derramado en la soledad de su alcoba ante la impotencia y la humillación a la que era sometida entre aquellos muros. Si aún no había escrito a su madre ni una sola letra acerca de aquel asunto era porque a pesar de todo, Brinna estaba convencida de que había un resquicio por el que poder escabullirse y acercarse a Nathan, y su terquedad le impedía tirar la toalla y conformarse a ser tan sólo la triste figura que acompañaba al rey de las Tormentas en los actos oficiales. También era ése el motivo por el que había decidido dedicar un gran esfuerzo y atención al orfanato que ya tres generaciones de mujeres Baratheon habían protegido y de cuya existencia se había enterado lunas atrás, y aunque en Caminoarroyo nunca se le había inculcado ningún tipo de solidaridad hacia los desfavorecidos, Brinna había descubierto una gran satisfacción en los ratos que pasaba entre aquellas paredes entreteniendo con canciones y caprichos a los niños que vivían allí. Nathan dejó resbalar entonces los pequeños dedos de la joven entre los suyos para seguir hablando al tiempo que se aproximaba a aquel mapa de Poniente extendido bajo una ventana. Brinna enlazó las manos de nuevo en la cinta carmesí de su vestido mientras avanzaba un par de pasos hacia su marido, acortando la distancia entre ambos pero procurando no invadir un espacio en el que Nathan pudiera sentirse atosigado. Las redondeadas puntas de sus zapatos de seda apuntaban aún así a sus botas de cuero, y casi parecían anhelar el roce que los unía momentos antes.

Era aquel un buen lugar desde el que contemplar la tormenta que se acercaba de forma amenazadora al baluarte, y un relámpago restalló entre las grises nubes que copaban el cielo poco antes de que Nathan expresara ante su esposa las intenciones que tenía al día siguiente. Brinna podría haberse solazado en aquella muestra de confianza, pues en muy pocas ocasiones solía debatir con ella sus decisiones y acciones en cuanto a la gestión del reino, pero en vez de eso sintió como si una mano aprisionara su corazón con dedos gélidos e impíos: la mano del fantasma de Eve Connington, quien volvía a interponerse entre los dos esposos quizá al acudir a la evocación de su nombre. La joven reina apretó las mandíbulas y cogió aire para después exhalarlo con fuerza, más por la necesidad de un respiro al sentir que se cerraba su garganta que por la expresión de su disgusto. Nathan mantenía aún sus ojos fijos en aquel punto del mapa pero Brinna le miraba con fijeza, con un reprimido rencor que trataba desesperadamente de convertir en comprensión o cuanto menos, en indiferencia. No lo logró. - ¿Otra vez? - fueron las primeras palabras que brotaron de sus labios, contenedoras de una amarga aspereza que no fue capaz de disimular y que parecían ser igual de densas y pesadas que las nubes de tormenta que se veían a través de la ventana. Con un firme ademán, dejó que la cinta roja de su vestido volviera a su lugar de origen, cayendo a su espalda desde su cinturón, y abrió y cerró los puños tratando de esconderlos tras la tela púrpura. - Ese lugar os ocupa más tiempo que cualquier otro sitio en las Tormentas - dijo con un tono casual en el que se podían percibir pinceladas de reproche. Su respiración se aceleraba ante los intentos de la joven de mantenerse serena y no importunar a su marido, pero los celos sentidos hacia la malograda Eve amenazaban con hacerle perder el buen estar que su madre le había inculcado desde que apenas era una niña. - Creo recordar que hace menos de una semana que estuvisteis allí y que incluso pasasteis la noche entre sus muros a pesar de que os fuisteis al amanecer y que esa fortaleza está a tan sólo unas horas de distancia - hizo una nueva pausa; era muy consciente de que estaba moviéndose en los límites de la impertinencia pero aquel día estaba resultando especialmente complicado para la joven que tan sólo pretendía ser feliz y hacer feliz al hombre al que había sido entregada - ¿Creéis que la encontrareis allí, que aparecerá en cualquier corredor para recibiros? - preguntó entonces con la voz ahogada por el dolor de la ofensa que sentía ante la mortificación de verse compitiendo con una mujer que ya había muerto. Comenzaba a repeler a Eve Connington cuando ni siquiera sabía qué aspecto tenía aunque, cómo no, todos en Bastión de Tormentas insistían en su impresionante belleza, uno de los motivos que habían embelesado al rey cuando conoció a aquella mujer. Brinna guardó silencio con los ojos llenos de rencor no sólo hacia Nathan sino también hacia sí misma, pues de alguna manera sentía que estaba injusta con un hombre que portaba demasiadas cargas sobre sus hombros. Suspiró una vez más y se dio la vuelta abruptamente haciendo que su melena dorada trazara un arco en el aire, caminando con pasos decididos hacia la mesa que antes hubiera ocupado su marido. Su mirada se perdió en aquellos pergaminos aparentemente desordenados, recorriendo sus vivaces ojos aquella sucesión de letras curvadas hasta que halló en uno de ellos el nombre de Nido de Grifos. Su osadía no llegó hasta el punto de alargar la mano y tomar el pergamino para leer su contenido para saber qué era lo que su marido tenía que hacer en la fortaleza de la familia de su ex esposa, así que para resistir la tentación se volvió de nuevo a su marido, esta vez sin procurar acercarse a él, iluminándose su figura púrpura y escarlata en aquel momento gracias a un relámpago que vino seguido casi de inmediato por un trueno que hizo retumbar los muros. La lluvia, violenta y abundante, castigó entonces el castillo elevado, confundiéndose al caer con las olas que azotaban la piedra de Bastión de Tormentas.

- Id al Nido de Grifos - dijo entonces con una altivez que no le era propia y que brotaba gracias al orgullo y al fútil intento de recuperar el estoicismo con el que debía ocultar sus frustraciones. No fueron pronunciadas aquellas palabras en forma de orden, sino más bien con el velado tono conformista de quien permite pero cree que otorga - Aprovecharé la tarde para terminar algunas de mis labores - “la sobreveste que bordo para vos”, estuvo a punto de añadir, pero ocultó la mención de aquel regalo que preparaba para él en aras de no parecer arrastrada, de no sacar a relucir aquel detalle para despertar una lástima y una displicencia que no deseaba en absoluto - ¿Desayunaremos juntos, mi señor, o estaréis ocupado con los detalles del viaje? - preguntó enarcando las cejas y ladeando la cabeza, con cierto retintín provocador en la voz que parecía dirigido a horadar la paciencia de Nathan aunque no fuera aquella la intención de la joven reina herida - Ya que no estaréis en el almuerzo, quizá podríais aceptar tomar el desayuno también con Steffan - agregó, apelando al pequeño venado, quien ante la pérdida de sus padres tan sólo disfrutaba en compañía de sus dos tíos, a los que tomaba de ejemplo y objeto de admiración. - Ambos saldremos a despediros al patio cuando os marchéis, deseando que volváis cuanto antes - agregó, esta vez con la abierta intención de despertar algún tipo de sentimiento de añoranza en Nathan - Mientras estéis en Bastión, procuraré haceros más llevadera la nostalgia por esa fortaleza hasta que podáis encontrar otro momento de pasear por sus corredores -. Brinna tomó asiento entonces para liberar la tensión que se apoderaba de ella, dejando que sus puños cerrados reposaran en su regazo, y bajó la enfurecida mirada a la piel de oso que cubría el centro del despacho. Respiraba tan agitadamente que sus senos asomaban por encima del escote de su vestido con rapidez, y los truenos y el sonido de la lluvia que rodeaba aquella torre aislada no contribuía a calmar los ánimos de la joven. El sentimiento de repudio y de abandono, a pesar de que Nathan se convertía en el marido más atento y complaciente cuando estaban ante otros ojos, comenzaba a hastiar a Brinna. - ¿Me enviaréis un cuervo si decidís pasar la noche allí? - preguntó elevando los ojos de nuevo hacia su marido, esta vez con una resignada aceptación en su mirada azul y también la muda petición de ser tenida en cuenta al menos para aquello. No había demasiada diferencia en las noches de Brinna estando Nathan en Bastión o en la otra punta de Poniente excepto en el hecho de que mientras se encontrara en su hogar, existía la posibilidad de que fuera a visitarla a su alcoba y quizá, de que se decidiera por fin a engendrar un hijo con ella, el ansiado heredero que todos esperaban. - De no pernoctar en Nido de Grifos, esperaré vuestro regreso para cenar con vos y ordenaré que haya alguien siempre en las cocinas para que no tengáis que esperar demasiado - añadió de nuevo intentando ser complaciente, una buena reina, una buena esposa, aunque en su mirada aún se leía el disgusto de aquella situación - Seguiré estando aquí - dijo con una voz tan suave que se confundía con el rumor de la lluvia y tan intensa como ésta - Aunque os alejéis... cuando regreséis, me encontraréis aquí. Sé que en algún momento os daréis cuenta de quién está junto a vos y quién no... y de quién puede aún luchar por vuestra felicidad y quién ya tuvo su oportunidad -. Un suspiro apostilló sus palabras mientras sus ojos viraban entonces hacia la ventana que había tras Nathan, como si buscara en las nervudas formas plateadas de los relámpagos la clave que buscaba para atravesar la coraza de su marido sin la necesidad de asestar un golpe más fuerte.
Brinna Baratheon
Brinna Baratheon


Volver arriba Ir abajo

Privado Re: La Luz de Bastión [Nathan Baratheon]

Mensaje por Nathan Baratheon Miér Jun 05, 2013 2:15 am


Escucharla nombrar ocultamente a Eve le llenó de enojo, sus puños se cerraron con fuerza intentado contener la ira que le provocaba, por un segundo incluso paso cruzar su rostro con una bofetada, pero se contuvo pues sabía que no debía molestarse por algo así a final de cuentas ella no dejaba de tener razón había dedicado más atención a las que un día fueron las tierras de la familia de Eve que a cualquier otra de la tierra de la tormenta, él mismo sabía que en más de una ocasión vago por los pasillo de Nido del Grifo buscando recuerdo de la que había sido su esposa, incluso después de un par de visitas había decidido sacar del nido a la mujer que podía contarle historia sobre ella de niña, en su primer viaje la había escuchado con agrado en especial luego de la lealtad mostrada por ella a los señores de la tormenta manteniéndose incluso aunque su se señor se hubiera marchado, pero luego de una tercera visita había decidido pedirle no hablara más sobre Eve ella estaba muerta y los Connington le habían traicionado tras de ella, junto con eso había enviado a retirar cualquier retrato existente de la que un día había sido considerada el tesoro de los Grifos, se había decidido a cambiar su vida, sin embargo seguía regresando procurando que el nido floreciera al igual que toda la tierra de la tormenta, dejando que en ese lugar germinara la única promesa que había decidido mantener para Eve, no dejar que su pueblo pereciera. Por eso, por aquella culpa que sentía no podía cargar contra Brinna pues no la podía culpar, la trataba de entender y mientras más lo hacía entendía que aquella ira que recorría sus venas en ese momento no era hacía ella sino que era hacía el mismo, era el malestar por no poder seguir adelante, sentirse atrapado en sus propios recuerdos -No se trata de eso, es mi deber es una tierra sin señor y ahora son mis tierras- intentó defenderse, pero incluso en sus palabras siempre seguras se notaba el dejo de culpa en sus palabras, y si se había sentido mal con la sola acusación que había realizado, las cosas se tornaron incluso peores con su aceptación a su viaje y las promesas de esperarle como la más devota de las esposas, aquellas palabras que hicieron que una y otra vez se preguntara si Brinna merecía aquello, se planteo incluso el hecho de pedirle que le acompañara al nido para que pudiera ver que no había nada que ocultara más que trabajo, pues ahora podía tener la seguridad de que toda situación compleja estaba sólo en su mente, pedirle que viajara con él era una buena solución ¿Pero cómo hacerlo?

Si algo había descubierto Nathan durante los últimos meses era esa facilidad que tenía Brinna para hacerle sentir incómodo con su silenciosa sumisión a las actitudes que él pudiera tener hacia ella, y esa incomodidad no tenía otro origen que no fuera el sentirse comprendido y por eso mismo sentirse injusto por su actuar hacia alguien que no intentaba más que darle cosas buenas… esa sensación le resultaba muy incómoda, las tranquilas protestas de Brinna eran casi molestas para un Nathan que estaba más acostumbrado a la protesta airada o la discusión que termina con un par de golpes, pero aquel enojo velado en la sumisión le provocaba demasiadas sensaciones... Y una aquellas sensaciones era el simple deseo de tenerla más cerca, poder estrecharla en sus brazos y el mismo permitirse una segunda oportunidad en la vida. Sin embargo en aquella oportunidad el regreso a la realidad estuvo marcado por la voz de un niño que venía desde el otro lado de la gruesa puerta de madera tallada -Pero príncipe Stefan, Lord Baratheon se encuentra ocupado con vuestra tía y ha pedido no ser molestado- Se podía escuchar como los habituales guardias apostados en la entrada del salón de los venados intentaban detener al impetuoso príncipe que a toda costa deseaba entrar en aquella privada habitación -Yo soy el príncipe, puedo entrar y tío Nathan dijo que nunca lo molestaba ¡TÍO! ¡TÍO! ¡TÍO!- comenzó a gritar Stefan tratando de llamar la atención del señor de aquellas tierras, todo mientras los guardias intentaban que guardara silencio pues era sabido el cuanto le molestaba al Lord ser interrumpido. Pero Nathan en esta ocasión reacciono con tranquilidad pues sabía que el pequeño Baratheon lo había sacado de un posible aprieto, por lo mismo se alejó de Brinna para ahora conducir sus pasos hacia la puerta y abrirla para ver a Stefan aún intentando convencer a los guardias de que le permitieran el acceso -¿Stefan?- preguntó Nathan en tono serio intentando que su tono complaciente no fuera un aliciente para esa actitud caprichosa, cosa que de todos modos no resulto puesto que el pequeño de inmediato entró en el despacho mostrándose como señor de aquella situación -¿puedo saber qué es lo que ocurre Stefan? volvió a preguntar Nathan en un tono de voz mucho más autoritario que el anterior, tono que sólo sirvió para que heredero de bastión buscara apoyo en su tía acercándose a ella -¿Otra vez te marchas al nido del grifo?- Con eso lo que antes fue una esperanza para Nathan se transformo en un nuevo problema pues desde la nada ahora tenía a dos Baratheon peleando por lo mismo ¿pero que había hecho suponer eso al niño para que lo buscara tan aireado? El movimiento de tropas ni siquiera había sido notorio pues las visitas al nido ya eran constantes y el pueblo del nido ya se había acostumbrado a su presencia en el lugar así que no era necesario -¿De dónde has sacado eso Stefan?- preguntó Nathan curioso por la reacción del joven y el cómo podría haberse enterado de aquella noticia, si alguno de sus guardias había terminado hablando más de la cuenta lo pagaría en especial por comentarlo con Stefan quien sabían se había vuelto mucho más apegado a la pareja Baratheon desde que había muerto su madre -Sólo lo escuche, pero no me has respondido- volvió a la carga el pequeño Baratheon mostrándose testarudo frente a su posición, aunque cada cierto rato miraba en dirección a Brinna como pidiendo que se mantenga cerca en caso de que a su tío se termine molestando por su constante desafío -¿El príncipe de la tormenta está escuchando tras las paredes?- contragolpeo Nathan una vez más mostrándose igual de testarudo que su sobrino, manteniendo su mirada fija en los ojos del pequeño venado que aún intentaba esquivar su mirada para no perder su postura firme frente a él, sin embargo lo traicionaban sus gestos pues sin darse cuenta sus manos había comenzado a jugar con su cinturón de forma casi desesperada como si en realidad no supiera qué hacer frente a aquella respuesta -¡No! Soy un príncipe, yo sólo lo escuche cuando iba caminando, fue Almeric ¡Almeric dijo que estaba contento de ir al nido que ya ansiaba volver a montarse a una del nido!- de pronto Nathan sintió que una frio gélido recorría su espalda haciéndolo temblar por un segundo, como era posible que Almeric cometiera semejante error, decir algo así cerca de su sobrino y lo que era aún peor ahora su sobrino reclamaba aquello frente a Brinna. -¡Yo también quiero ir al nido a montar! Tu siempre nos dejas solos a tía Brinna y a mí, llévanos contigo ¿Verdad que tu también quieres ir a montar al Nido Tía Brinna?- reclamó y pidió Stefan de una sola vez, buscando en sus últimas palabras una vez más el apoyo de su nueva tía, aunque en su inocencia ni siquiera sabía lo que estaba preguntando, aunque en realidad Nathan ni siquiera estaba del todo seguro si Brinna comprendería aquel lenguaje vulgar de un soldado que Nathan abría preferido que también se mantuviera alejado de su sobrino, y aunque quizás meses atrás le abría causado gracia que su sobrino le pidiera lo llevara a realizar aquella clase de monta, ahora no tenía ese efecto pues desde la muerte de su hermana, sentía también un dejo de responsabilidad en criarle y ayudarle a convertirse en un gran caballero igual que lo había sido su padre -Esto, veras Stefan, tengo que ir al nido…- le trato de explicar obviando el otro tema, por lo mismo en esta ocasión intento acercarse a él hasta arrodillarse para quedar a la misma altura del joven heredero de bastión de tormentas -Bebo ir Stefan, un día lo entenderás, soy el señor también de esas tierras, mi presencia es necesaria- le intentaba explicar con una paciencia extraña en él, una que sólo pertenecía a su sobrino pero que este no parecía tener en consideración pues sus reclamos se mantenían, hasta que agotado dejo de reclamar dejando un último lamento de que al final siempre se quedaba sólo, cosa que de alguna forma revivió la culpa que sentía por la muerte de sus padres, a un adulto nunca había dudado en explicarle los avatares de la guerra, pero a Stefan no podía, a él no podía explicarle que las guerras que se habían llevado las vidas de sus padres no habían sido provocadas por él y que en realidad en la guerra la gente mataba o moría.

Los minutos eran intensos, Stefan negaba una y otra vez argumentando sobre su soledad, situación que a su vez hizo crecer en Nathan una idea que ya había surcado su mente hace ya varios minutos atrás y que ahora tomaba más forma transformándose casi en una necesidad -¿Has estado en el nido del grifo?- le pregunto al niño que ya se encontraba a las faldas de su tía, casi resignado a que una vez más pasaría ellos dos solos tardes en bastión de tormentas, pero al escuchar la pregunta que le hacían se aparto ligeramente negando con la cabeza para así hacer que su silencio fuera el único vestigio de su protesta -Será una visita corta y salvo las lluvias comunes de nuestra tierra, el clima es bueno, podrías viajar conmigo esta vez si quieres- le dijo en tono suave invitando a su sobrino a quien se le dibujó una gran sonrisa en los labios, él era joven y sus viajes habían sido escasos en especial desde las guerras pues las órdenes del Lord habían sido permanecer siempre a buen resguardo en bastión de tormentas -Pero ya sabes, los viajes son al alba, deberás despertar muy temprano, y cabalgaremos sin descanso hasta llevar al nido- le dijo en tono desafiante, pero a la vez francamente divertido por el rostro iluminado de su sobrino por un posible viaje. -Puedo hacerlo, soy muy buen jinete, tío Orson siempre dice que seré el mejor jinete de la tormenta- Nathan sonrió ante aquella afirmación, Orson siempre había sido un ejemplo para Stefan, pero lamentablemente era una constante que Orson simplemente no estuviera en bastión -Bueno, entonces ya ve a bañarte para comer y luego a dormir, si no estás despierto partiré- le dijo volviendo a ponerse de pie para indicarle que podía retirarse, pero el niño sólo había obtenido uno de sus objetivos y de inmediato habiendo logrado ya una victoria decidió lanzarse en la búsqueda de la obtención de toda aquella guerra -¿Tía Brinna también vendrá con nosotros?- alcanzo a preguntar mientras alternaba miradas entre el rey y la reina de la tierra de tormentas, pero la mirada seria de su tío le dio a entender que había estado tentado demasiado a su suerte al aventurarse a una segunda batalla con Lord Baratheon que había demostrado en otros campos que no era un hombre dado a perder.

El niño se retiro de la habitación de los venados custodiado por uno de los guardias plantados en la puerta dejando una vez más a los reyes solos en aquella habitación, con un nuevo silencio incomodo entre ambos, uno que esta vez decidió romper el propio soberano de la tierra de la tormenta -Ven conmigo a Nido del Grifo, ahí podrás ver no me dedico a buscar fantasmas- le dijo tratando de sonar lo más amable posible, sin embargo las palabras y el tono no eran los apropiados cosa que el mismo noto e intento volver a corregir de inmediato pues de alguna forma lo que buscaba no era iniciar una nueva pelea con ella -¿Tu tampoco conoces el Nido verdad?- volvió a preguntar con prontitud antes de recibir alguna respuesta que pudiera arruinar sus intenciones de ser considerado con su joven esposa. -Eres la reina de estas tierras, es tiempo de que comiences a viajar a mi lado en la medida de lo que nos sea posible-

Nathan Baratheon
Nathan Baratheon
Nobleza
Nobleza


Volver arriba Ir abajo

Privado Re: La Luz de Bastión [Nathan Baratheon]

Mensaje por Brinna Baratheon Miér Jun 05, 2013 12:09 pm

Brinna se maldijo a sí misma una y mil veces. En su fuero interno se debatían la culpabilidad al percatarse de que quizá presionaba demasiado a Nathan y el convencimiento de que debía hacerle pagar de alguna manera el pesar que llevaba provocándole desde que contrajeran matrimonio seis lunas atrás. La joven reina siempre se había considerado poseedora de una fuerte empatía y también de una persistente paciencia que parecían estar siendo puestas a prueba entre los muros de Bastión de Tormentas. ¿Debía reprimirse en aras de no incomodar a Nathan y acrecentar así su propio disgusto? ¿O era justo expresarle su malestar y desahogar así su congoja aun a sabiendas de que la resolución de aquella complicación aún quedaba lejos de su alcance? Brinna mordió con suavidad su labio inferior mientras mantenía sus ojos azules posados en las grises nubes de tormenta que se veían por la ventana que se abría a espaldas de su marido, incapaz de encontrar la clave para salir de aquel atolladero provocado por el inconveniente recuerdo de una esposa muerta y repentinamente llena de virtudes. La joven se permitió odiar a Eve Connington en lo más hondo de sus pensamientos, apretando los puños sobre la falda púrpura de su vestido, bajo el que sus piernas se tensaban de tal manera que apenas las puntas de sus zapatos rojos rozaban la gruesa piel de oso que cubría parte de aquel despacho abrumador. Su respiración se agitaba siguiendo el compás de la lluvia que tableteaba contra la oscura piedra de los muros que protegían a los venados y ni siquiera el fresco olor a tierra mojada que inundaba poco a poco la estancia parecía consolar a la reina que luchaba por contener lágrimas de rabia. La voz del rey se elevó entonces ofreciendo una excusa débil y dotada de tal falsedad que Brinna se sintió ofendida, volviendo la mirada hacia Nathan para encontrar la culpabilidad en sus ojos. Era como si la máscara que normalmente portaba el regente de las Tormentas se hubiera quebrado y la joven pudiera ver un atisbo de sus sentimientos por primera vez, y aquel descubrimiento la dejó atónita y en parte también algo turbada. Aquella repentina desnudez en los ojos de su marido logró conmoverla de tal modo que por unos momentos pareció dejar a un lado el rencor acumulado que trataba de contener para no provocar una pelea innecesaria. El anhelo de Brinna por estar cerca de Nathan, por sentir que podía caminar a su lado como algo más que una garante de la lealtad de los Wendwater, hacía que sus enfados y frustraciones fueran fácilmente sustituidos por la inocente esperanza de que todo aquello estaba a punto de terminar. Y aunque en el transcurso de las últimas lunas no había hecho más que fracasar en su personal objetivo de hacerse un hueco en el corazón roto del hombre al que había sido entregada, Brinna lograba encontrar nuevos alicientes en una mirada, en un gesto, en una palabra que le diera a entender que podía dar un paso más hacia su marido. Sin embargo, la reina de las Tormentas no era ninguna estúpida ni una bobalicona, y por eso no le gustaba ser tratada como tal. - Vuestras visitas a Nido de Grifos van más allá del deber y no es algo que podáis negarme mientras me miráis a los ojos - replicó ante las únicas palabras que Nathan le había ofrecido tras escuchar sus quejas y también su resignado ofrecimiento a permanecer en Bastión mientras él perseguía a un fantasma con forma de mujer. Ambos reyes permanecieron en silencio unos instantes, cruzadas sus miradas en aquel ambiente que cada vez se hacía más lóbrego y no sólo por la insistente presencia de un espectro en aquella conversación sino también por la progresiva desaparición de la luz del día, engullida poco a poco por las oscuras nubes de tormenta al igual que la alegría que Brinna había mostrado aquella tarde era consumida por la evidencia de un marido que se alejaba de ella para refugiarse en unos recuerdos que parecían ofrecerle consuelo a pesar de estar cubiertos por las telarañas del tiempo. Aquel momento dominado por el trueno y el rayo fue interrumpido por la voz infantil de Steffan tras la gruesa puerta de roble que les aislaba de los curiosos oídos del servicio de Bastión.

Steffan entró en el despacho con un caminar tan decidido y varonil en un niño de tan corta edad que Brinna hubo de contener una carcajada para evitar que se sintiera ofendido. Cuando el pequeño expresó a viva voz a qué se debía su más que evidente disgusto, la reina no pudo esconder una maliciosa sonrisa de soslayo mientras dirigía su mirada a un apurado Nathan. Ella debía asumir su papel en aquella fortaleza y por tanto, mostrarse prudente, pero Steffan aún poseía la capacidad de ser irreverente y descarado sin tener que disculparse ni contenerse, avalado por su edad y también por el consentimiento que se tenía hacia él desde que había quedado huérfano. Brinna se acomodó entonces en la butaca de madera para disfrutar de aquella conversación entre el regente de las Tormentas y su heredero, regocijándose interiormente ante la terquedad de Steffan y la forma en que se enfrentaba a Nathan, esquivando su mirada pero sin la menor intención de abandonar aquel despacho sin una respuesta a sus dudas. Cuando explicó cómo había llegado a enterarse del inminente viaje del rey a las antiguas posesiones de los Connington, Brinna rió abiertamente con una mezcla de sorpresa y también de picardía, cubriéndose la boca con una mano al resonar su carcajada en la amplia estancia por encima del canto de la lluvia pero manteniendo los ojos fijos en los dos venados. El vocabulario que Steffan acababa de emplear repitiendo las palabras de Almeric no era ciertamente algo que Brinna hubiera aprendido de su septa en Caminoarroyo, pero sí de sus furtivas incursiones en las cocinas, en las caballerizas y otros lugares de la fortaleza destinados al servicio y que la habían hecho aprender parte del soez glosario que usaban criados y soldados en momentos de distensión. Nathan no parecía divertido con las palabras del niño sino que más bien se mostraba desconcertado y algo confuso hasta que hincó una rodilla frente al pequeño para tratar de atenuar su indignación con el mismo argumento que había usado momentos antes con su esposa. Brinna frunció los labios en una evidente mueca de disgusto al sentir que en la mente del rey, ella parecía ser merecedora de las mismas explicaciones que un niño de siete años. Pasito a pasito y a lo largo de aquella discusión, Steffan se había ido desplazando hacia Brinna sin apartar los ojos de Nathan hasta encontrarse con un brazo apoyado sobre las piernas de su tía y sus dedos jugando con la cinta carmesí que enlazaba la cintura de la reina, cómplices así ambos ante un rey que parecía acorralado ante las demandas y protestas de la joven y el niño. Steffan ya parecía resignado a permanecer en los muros de Bastión cuando un inesperado ofrecimiento por parte de Nathan iluminó su rostro en forma de amplia sonrisa, separándose de Brinna como si de aquella manera manifestara que ya no necesitaba su consuelo. - Corre, obedece - le instó la joven reina presionando suavemente su hombro una vez que Nathan cerró con el niño las condiciones que debía cumplir para acompañarle en aquel viaje. Sin embargo Steffan lanzó al aire una nueva pregunta, motivado por el optimismo de haber logrado unos objetivos, y Brinna sonrió con cierto apuro mientras bajaba la mirada una vez a sus propios dedos, avergonzada en parte al sentir que el pequeño estaba sirviéndole de aval sin ser consciente de ello. No obtuvo ninguna respuesta y tampoco insistió esta vez, conocedor de la escasa paciencia de su tío y conforme en cualquier caso al saber que cuanto menos, él sí saldría de viaje a la mañana siguiente. Los reyes de la Tormenta volvieron a quedar solos, acompañados tan sólo por el rumor de la lluvia, el retumbar de los truenos y el restallido de los rayos; Brinna reflexionó acerca de la tranquilidad que mostraba Steffan ante una tormenta tan violenta, acostumbrado como estaba a aquellas tierras, y recordó lo mal que lo había pasado ella misma en las primeras semanas, temiendo de forma pueril que el castillo se viniera abajo ante las impetuosas tempestades que descargaban aquellos cielos eternamente grises.

- El poder de persuasión de Steffan es más poderoso que el mío - afirmó la reina al escuchar la súbita invitación de su marido a acompañarle también en su viaje a Nido de Grifos, tratando de ignorar el aparente motivo de aquel ofrecimiento, pues tan sólo acudía a su lengua una respuesta que hubiera desencadenado en Nathan la célebre furia de los Baratheon que había acabado convirtiéndose en su lema. El ingenuo orgullo infantil que aún persistía en ella la instaba a rechazar aquel viaje para mostrarse indiferente ante sus razones para viajar con tanta frecuencia a las tierras de los Connington, pero un destello de madurez hizo que procurara mantener la cordialidad que Nathan parecía querer recuperar entre ambos, aprovechando la interrupción de Steffan. - No, no conozco esa fortaleza, mi señor - respondió Brinna enarcando las cejas con un gesto de evidencia en su rostro y quizá algo irónica también - Lo único que conozco de estas tierras es el camino desde la frontera con las Tierras de la Corona hasta Bastión de Tormentas - explicó con resignación mientras se ponía en pie, apoyando las puntas de los dedos de su mano izquierda en la superficie de la mesa de madera - Quizá debí expresar mis deseos de conocer más acerca de nuestro reino al margen de su historia y sus leyendas, aunque la guerra no hubiera favorecido el desplazamiento de una reina - añadió mirándole a los ojos con suavidad, no con una rencorosa rendición en sus pupilas sino con una comprensión mansa y también impotente. Las circunstancias no eran favorables para el accidentado matrimonio Baratheon: a los molestos recuerdos del pasado se unía una situación de guerra que mantenía ocupado y ausente al rey y dejaba a la joven reina sola en un castillo cuyos habitantes le eran hostiles con excepción de Steffan y un par de los hombres de confianza de Nathan. - Iré a Nido de Grifos con vos pero no para vigilaros y perseguiros por sus pasillos llenos de fantasmas, sino porque soy vuestra reina, vuestra esposa y debo apoyaros en la gestión de las tierras que están bajo nuestra protección - afirmó con tal orgullo y vehemencia en sus palabras que por unos instantes dejó de parecer una niña perdida en los entresijos de una de las familias más importantes de Poniente. La ausencia de luz, además, sumía su rostro en las sombras gestadas por el cielo tormentoso y endurecía sus facciones, oscurecía sus ojos, marcaba la curva de su mandíbula envolviéndola en un halo de grave dignidad que la hizo parecer una auténtica reina de las Tormentas por primera vez ante los ojos de Nathan. - Nunca seremos felices - confirmó aludiendo a aquellas palabras que ella misma le había dicho el día que se conocieron en aquel campamento entre fronteras; su voz se había suavizado en demasía, más de lo que era habitual en ella, ocultando la contención ante el quiebre de la misma que amenazaba con romper la imagen que quería ofrecer ante el rey - Pero prometí ante los Dioses estar a vuestro lado y no entorpeceros y así lo haré... Sólo os pido no procurarme más daño del necesario, pues hasta el animal más manso y dócil puede morder para defenderse del dolor y no quisiera tener que heriros-. Si había trazas de una velada advertencia en aquellas palabras o tan sólo autocompasión, fue algo que quedó a juicio de Nathan y en su conciencia, pues Brinna mantuvo una expresión neutra ante él tan sólo matizada por la triste determinación que se leía en sus ojos azules. Sin empuñar una espada afilada, sin ni siquiera una daga de filo mellado, la joven reina se había atrevido a amenazar a su marido con una imperturbable serenidad que ninguno de cuantos la injuriaban a sus espaldas hubiera esperando en una joven con más apariencia de enrabietarse que de contener su ira, y más dispuesta a defenderse de lo que muchos creía. Sin embargo, no estaba su marido el primero en la lista de aquellos de los que necesitaba vengarse, así que tras un pestañeo, esbozó una sonrisa suave y genuina que le devolvió de nuevo su habitual aspecto dulce e inocente. Alargó la mano para rozar el cuero negro de las muñequeras que cubrían sus brazos y dijo: - Será un placer acompañaros en ese viaje, mi señor -.
Brinna Baratheon
Brinna Baratheon


Volver arriba Ir abajo

Privado Re: La Luz de Bastión [Nathan Baratheon]

Mensaje por Nathan Baratheon Miér Jun 05, 2013 6:38 pm


No podía culpar a Brinna por su malestar, era obvio que se sintiera superada por un niño y por mucho que intentara explicarle que lo había pensado desde antes era algo que seguramente no le creería, de hecho ni el mismo se lo abría creído si se lo daban como escusas, pero tampoco podía hacer más. Con una mezcla de resignación y un poco de satisfacción por la actitud de Brinna, el venado decidió comportarse como el baluarte que era su fortaleza y resistir por esta ocasión los embates de la tormenta que representaba su esposa en aquel minuto. -Podrás hacer aquello que desees, eres reina también del nido- le intentó avalar mientras volvía a enfilar para regresar a su posición inicial en aquel encuentro, todo el enojo que había sentido minutos atrás por su actitud desafiante al nombrar a Eve se había diluido en aire al ver su rostro ensombrecido por la tristeza de sus propias actitudes, ahora más que nunca se preguntaba cuánto tiempo más resistiría aquella flor antes de terminar por marchitarse en su compañía. En aquel momento una vez más lo invadió aquella necesidad que se había hecho tan constante durante los últimos meses, el deseo de estar sólo y poder perderse en sus pensamientos sin tener que preocuparse de regresar para sonreírle a alguien o asentir mientras fingía que lo escuchaba, necesitaba ese minuto de soledad, Nathan necesitaba entender porque lo asustaba el sentirse cómodo con Brinna, la había llegado siendo sólo una niña a su fortaleza tenía toda la razón, Eve estaba muerta, por más que sus pensamientos la llamaran ella nunca podría acudir a su encuentro… en cambio ella estaba ahí, viva… al menos por ahora pues él mismo la estaba apagando poco a poco, y lo peor de todo aquello era que él bien lo sabía y aún así se negaba a hacer algo para remediar aquella situación.

Al igual que tantas otras veces un nuevo recuerdo lo sacó de sus pensamientos, esta vez el recuerdo provenía de las propias palabras de Brinna [i]“Nunca Seremos Felices”[i] aquello había sido lo mismo que le dijo el día que fue entregada a él, lo recordaba muy bien se lo había dicho con duda y ahora parecía ya haberse resignado a que no lo serían, él se lo había advertido, en aquella ocasión le había dicho que los dioses no le permitían ser feliz pero que nada le faltaría a su lado… y de cierta forma había cumplido, la había transformado en una reina, pero a la vez la había privado de alguien que la quisiera, en su afán por obtener la victoria en la guerra había sido el mismo quien le había arrebatado a Brinna la posibilidad de tener a un Lord que la quisiera, la valorara y no la dejara morir marchita a su lado… pero no había mentido nada le había faltado, el tema en aquella promesa era su propio comentario ¿Era verdad que los dioses lo habían privado de hacer feliz a alguien? Una vez más esa misma pregunta en su cabeza, y otra vez la misma respuesta los dioses jugaban con él, podía alcanzar algo semejante a la alegría pero era él quien se negaba a alcanzarlo a tomarlo y hacerlo suyo. Sacudiendo ligeramente su rostro se acercó a ella mientras la escuchaba afirmar que acudiría con él al nido del grifo, cuando estuvo sólo a unos pasos de ella se atrevió a hacer aquello que había reprimido antes de la llegada de Stefan, sólo a unos cuantos pasos de distancia cogió su mano de manera tosca entre las de él para una vez más besarla y dedicarle un simple. -Lo lamento- una disculpa sin sentido para ella, pero también la mejor que podía dar Nathan en esos momentos, un lamento por hacerla entristecer, por dejarla morir lentamente, por humillarla una y otra vez al no darle el lugar que en realidad merecía, un lamento por no ser capaz aún de superar tantas cosas a pesar de que en su fallada seguía siendo el mismo Nathan Baratheon poderoso que se había levantado en la guerra de la tormenta, el mismo que había estado a punto de ingresar en desembarco del rey. Pero el resto de la disculpa no llegaría a sus oídos, simplemente la miró a los ojos por unos momentos más antes de soltar sus manos y permitir que ella se marchara -Velare porque así sea- le dijo haciendo referencia al placer que le pudiera significar el viaje al nido aún no sabía cómo iba a hacer algo como eso pues los viajes al nido solían ser bastante rutinarios, pero ya había decidido hacer de aquello algo diferente, Brinna tenía razón en tantas cosas esta vez en su queja, incluso en el hecho de que ni siquiera él se había encargado de que Brinna conociera algo más que el camino que conducía a bastión desde su hogar. -Disponed todo lo que necesitéis para el viaje, os pido que también procuréis por Stefan… y por favor, pedidle al guardia en la entrada que mande a buscar a Almeric, necesito hablar con él- le dijo soltando sus manos con delicadeza pidiéndole de aquella forma un poco de soledad y que a la vez fuera ella misma la que comenzara a disponer las cosas para su viaje pues ella había demostrado ya que podía manejarse muy bien como la señora de aquella fortaleza y aunque el servicio o algunas de las personas del servicio se habían empeñado en incomodarla, había demostrado que podía manejarlo aunque eso implicara sacar de bastión a la mitad del servicio existente.



Después de largos minutos en soledad, la mente de Nathan se llenó una vez más de pensamientos egoístas sobre si mismo y el bienestar de su esposa, olvidando por completo aquello que había estado haciendo con anterioridad y que por cierto podía resultar tan relevante para la Tierra de la Tormenta, pero ya no podría terminar con aquello, su mente ya estaba en otro lugar y luego del transcurso de algunos minutos más hizo ingreso al lugar su espada juramentada, Almeric -Sé lo que me vas a decir Nathan, no fue mi intención, no sabía que Stefan estaba ahí, ni siquiera sé que hacía en el campo de entrenamiento- se intento excusar de inmediato la espada juramentada, pero si bien aquella situación en un comienzo había sorprendido a Nathan, ahora no le daba ninguna importancia y por lo mismo con un gesto de su mano le hizo entender que era algo que ya había pasado o que al menos no era un tema que fuera a hablar en aquel momento -Déjalo por ahora, necesito que avises a los hombres que partiremos mañana al nido después del desayuno- le dijo en tono autoritario, sin embargo Almeric con la confianza propia de un amigo más que de una simple espada juramentada se acercó más al escritorio para que aquella conversación pudiera quedar solo entre los dos y no fuera audible para los hombres apostados en la entrada de la puerta de la habitación -Stefan y Brinna vendrán con nosotros, no es necesario que ellos salgan tan temprano, el viaje será lento de todos modos- le aclaró con algo de incomodidad pues el rostro de sorpresa de Almeric fue demasiado evidente, Nathan no era precisamente un hombre arrebatado, nunca lo había sido y aquellos viajes por sorpresa solían terminar provocando algo de desorden en sus hombres producto del desconcierto, pero por eso mismo necesitaba que fuera su propia espada jurada la que se encargara de que las cosas marcharan lo mejor posible -¿Es prudente hacer que la reina viaje contigo al nido? Si querías llevarla a algún lugar podría haber elegido un mejor lugar, Theon siempre los recibiría bien- le intentó aconsejar haciendo clara referencia a lo incomodo que podía resultar llevar a Brinna al hogar de su ex esposa, lo que Almeric no sabía es que no había opción en aquello -Theon dirige correctamente Timon de Piedra, ahora soy señor del Nido también… y lo de Eve, bueno algún día tengo que afrontarlo, y por momento tengo la sensación de que los días para hacerlo se me acaban- le explicó mientras regresaba su vista al pergamino aunque en realidad sólo lo miraba pues su mente no le permitía en ese momento hacer otra cosa -¿La joven reina ha sacado las garras y has peleado con ella?- volvió a preguntar la espada juramentada sin dar tregua a la cabeza de su rey, -No se trata de eso, sólo procura que todo esté listo, aumenta la guardia en 48 hombres, divídelos en dos grupos uno con Kefren y otro con Beren, los quiero preocupados de custodiar a Brinna y Stefan en todo momento… además esta vez viajaremos con estandartes- le explicó esperando que entendiera que por lo mismo su viaje ahora tenía un mayor carácter de oficial y con eso mismo hacerle entender que al menos si deseaba hacer sus cosas, esta vez las haría fuera del nido del Grifo pues no estaba dispuesto a exponer a Brinna o Stefan a uno de los espectáculos de sus guardias y el sequito de mujeres que parecía adorar cada llegada de la guardia del venado al nido. -Envia un mensajero delante, quiero que las habitaciones de importancia estén todos preparadas para la elección de Stefan y Brinna y encarga encarecidamente que se elimine cualquier recuerdo de Eve que yo pasara por alto- Como siempre Almeric se largo a reír ante la preocupación que siempre mostraba Nathan ante eso, por unos segundos Nathan espero que una vez más le soltara el clásico discurso sobre la preocupación de Nathan por Brinna, sin embargo esta vez no llegó con la sonrisa que caracterizaba al hombre, este acepto las ordenes y luego se retiro del despacho dejando completamente solo al ahora rey de la tormenta… ahora sólo le restaba despejar su cabeza y disponerse para lo que estaba por venir, para bien o para mal las cartas ya estaban echadas, él próximo día enfrentaría a su esposa con el hogar de su ex esposa.


[TEMA CERRADO]
Nathan Baratheon
Nathan Baratheon
Nobleza
Nobleza


Volver arriba Ir abajo

Privado Re: La Luz de Bastión [Nathan Baratheon]

Mensaje por Contenido patrocinado


Contenido patrocinado


Volver arriba Ir abajo

Volver arriba

- Temas similares

 
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.