Casting de Aidan Lannister

Las costas de aquel país extranjero llamado Dorne comenzaban a perfilarse a lo lejos, más allá de las velas de la galera y del trabajo de los marineros lysenos que habían aceptado a llevarles hasta Poniente. Lhored era el capitán de aquella galera, el hombre que los había llevado a Valyria anteriormente, y junto al que habían forjado una amistad que tardaría en desaparecer.
 
Aidan salía en aquellos momentos del camarote inferior que su hermano había costeado para los dos con parte de sus ahorros.  Le había dejado algo de comida y un odre de vino, pues Bane era una persona que podía estar días sin alimentarse si nadie se lo recordaba. Ninguno de los dos eran personas ajenas a los viajes por el mar. Su padre les había llevado de pequeños a aprender el oficio de mercader, disfrutando así de algunos de sus escasos viajes más allá de los muros negros de Volantis. Sin embargo, Aidan no alcanzaba a comprender cómo su hermano era capaz de leer en mitad de una travesía. Había dicho algo de unas hierbas, y algo de acompasar la respiración con los vaivenes del casco.  Había cosas en su hermano que sencillamente era mejor no tratar de comprender. A veces daba la sensación de estar más cerca de los dioses que de los hombres.
 
El joven Lannister palmeó uno de los hombros de ser Brunn mientras se acercaba al castillo de proa, desde donde el maestro de armas observaba las olas chocar contra el barco.  Le conocía desde que era pequeño. Había sido el tutor y protector que todo muchacho soñador desearía. - Después de tantos años… Después. Regresamos – Aidan miró al hombre y asintió gravemente como aquellas personas que no acaban de comprender. ¿Qué significaba regresar a un lugar cuando nunca habías estado en él? ¿Qué significaba el hogar cuando nunca lo habías sentido como tal?
 
- Todo irá bien – dijo Aidan. Pocas palabras acertaban a salir de sus labios en aquellos momentos salvo fórmulas y pronósticos de esperanza. Llevaban poco equipaje aparte de unos hombres, sus ropas, y aquella espada misteriosa que contenía la clave de su destino. Sentía en su estómago un abismo mucho más profundo que el de otras veces, pero no debía comunicarlo. – no hay nada que temer. – supongo. -  Valar morghulis.
 
- Valar dohaeris – respondió ser Brunn, y por primera vez, en todas las veces que había escuchado aquel refrán, las palabras muertas cobraron vida y significado para los ojos brillantes de Aidan, heredero de Roca Casterly.
 
- Valar dohaeris – repitió para sus adentros
 
 
La tempestad  les había atrapado durante más de dos días. La Bahía de los hombres Baratheon hacía honor a su nombre, y escupía nubes lluviosas y truenos y furioso oleaje.  ¿Qué tierras eran aquellas que provocaban la cólera de los dioses fuera invierno o verano? ¿Qué tipo de hombres podían nacer en sus montañas, en sus valles, que nunca habían conocido el tranquilo Sol de las llanuras de Volantis,  las cálidas aguas  que bañaban sus arenas?
 
Aidan se aferraba a un cabo del palo mayor mientras los marineros volvían a izar las velas. Les había costado dos noches de vigilia zafarse del empuje de los vientos, y un par de miembros de la tripulación ahogados en una depresión de aguas que se habría tragado el barco de no ser por las indicaciones del capitán. Aquel orgulloso hombre apoyaba su mano diestra en el timón  y bebía de una botella sucia con la otra.   En sus manos curtidas por la sal y la madera astillada podían leerse varias historias de supervivencia y hambre de oro, pero por salvajes que hubieran sido sus actos, ninguno de los marineros había cuestionado sus órdenes en lo peor de la tormenta.
 
¿Qué era lo que distinguía a los amos de los esclavos? Se preguntaba Aidan. ¿Acaso el oro, las armas, la pericia en los asuntos de comercio y de gobierno? Subió por la escala hasta donde estaba el capitán y se apoyó en la baranda desde la que dirigía el barco.  Sus propios hombres, los mercenarios que protegerían su vida y el apellido Lannister, salían ahora de la bodega y trataban de despejar sus mentes, de limpiar sus armas, de vaciar de agua sus propias pertenencias.
 
Aidan los contempló confuso y advirtió en ellos una falta de disciplina patente comparados con los marineros. No había sabido transmitirla durante el poco tiempo al mando. El capitán Lhored lo observó con una sonrisa ladina, ignorante de sus propios propósitos, pero comprendiendo las preocupaciones que rodeaban su alma. – Dales algo en lo que creer.  Dales un motivo, un final, un sentido para sus acciones. Dales eso y te seguirán hasta la muerte.
 
Aidan apoyó los codos en la madera. Antes de ello tendría que encontrarlo para sí mismo.

Casting aceptado.