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La entrega [Nathan Baratheon]
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La entrega [Nathan Baratheon]
“Mi querida niña,
No te asustes por los soldados Baratheon que te han entregado esta misiva en mano pero era una medida a tomar ante la posibilidad de que un cuervo fuera interceptado por los hombres de los Targaryen.
Empaca tus cosas y marcha cuanto antes acompañada de esos soldados que tienen instrucciones de escoltarte hasta la frontera con Tierras de la Tormenta. Te he prometido como esposa a Lord Nathan Baratheon así que partirás con él hacia Bastión de Tormentas cuanto antes. Siempre dije que haría de tí una gran dama y he aquí mi palabra cumplida. No me extenderé más puesto que podremos hablar cuando llegues al campamento en el que me he reunido con Lord Baratheon junto a Lord Pyle y Lord Langward.
Que la Doncella te guarde hasta que te tenga conmigo de nuevo
Lady Wendwater, regente de Caminoarroyo”
No te asustes por los soldados Baratheon que te han entregado esta misiva en mano pero era una medida a tomar ante la posibilidad de que un cuervo fuera interceptado por los hombres de los Targaryen.
Empaca tus cosas y marcha cuanto antes acompañada de esos soldados que tienen instrucciones de escoltarte hasta la frontera con Tierras de la Tormenta. Te he prometido como esposa a Lord Nathan Baratheon así que partirás con él hacia Bastión de Tormentas cuanto antes. Siempre dije que haría de tí una gran dama y he aquí mi palabra cumplida. No me extenderé más puesto que podremos hablar cuando llegues al campamento en el que me he reunido con Lord Baratheon junto a Lord Pyle y Lord Langward.
Que la Doncella te guarde hasta que te tenga conmigo de nuevo
Lady Wendwater, regente de Caminoarroyo”
Brinna volvió a plegar el mensaje que su madre le había llegar hacía dos días a su fortaleza al otro lado del Rodeo tras haberlo leído por enésima vez. Dejando que el pergamino reposara entre sus manos y sobre su regazo, levantó una mirada esperanzada hacia la joven doncella que ocupaba junto a ella el carromato en el que se habían partido desde Caminoarroyo al alba. No trató de disimular un bostezo al encontrarse en compañía de aquella muchacha junto a la que se había criado, a pesar de que ésta frunció los labios en un gesto de desaprobación ante semejante irreverencia. Brinna rió divertida, haciendo gala de un excelente buen humor ante las expectativas que veía ante sí: Lady Brinna Baratheon. De haber podido permanecer un tiempo más en la fortaleza, incluso habría ensayado algunas firmas para cuando pudiera rubricar con aquel nombre los cuervos que escribiera. Acomodándose en el asiento de madera protegido por un suave cojín de terciopelo que empezaba a ser insuficiente tras tantas horas de camino, la joven comentó mientras se asomaba tras las cortinas blancas que cubrían las angostas ventanas del vehículo: - De haber podido elegir, habría salido de Caminoarroyo a la hora del almuerzo... apenas he dormido esta noche y seguro que no tengo buen aspecto para presentarme ante Lord Baratheon -. Los ojos azules de la joven otearon el exterior y entre los árboles del bosque que atravesaban distinguió el gran puente de piedra gris que se curvaba sobre las aguas del Rodeo; sintió entonces que el corazón se le encogía dentro del pecho debido a la emoción: aquél era el punto medio del camino y en cuanto el sol comenzase a ocultarse tras las montañas occidentales estaría llegando a su destino, los brazos de Lord Baratheon. - Recordad que se trata de un acuerdo, mi señora - replicó con tono prudencial Athara, la doncella designada para acompañar a Brinna en aquel viaje - No creo que le preocupe vuestro aspecto, su mente estará... -. - … pendiente de la guerra para ahuyentar los fantasmas de su esposa muerta - completó la muchacha tras interrumpir a la doncella, con la resignación tomando forma en su voz. Brinna conocía muy bien las circunstancias que habían sacudido a Lord Baratheon en los últimos años gracias a que el maestre de Caminoarroyo siempre había satisfecho su curiosidad en cuanto a la política de Poniente, y por ese mismo motivo se había puesto un vestido de sobrio lino gris en el que tan sólo destacaban los bordados color verde en forma de hiedra que decoraban las amplias mangas, el cuello redondo y también los bajos que rozaban el suelo. No era el momento de lucir satenes ni sedas, ni tampoco alegres encajes poco acordes con el ambiente austero y de luto que debía reinar el Bastión de Tormentas; pese a todo, Brinna no había resistido la tentación de ocultar bajo el lino gris unos zapatos de brillante charol rojo, tan sólo a modo de oculta vanidad personal.
Brinna dio un respingo cuando al acceder el carromato al puente de piedra, su cuerpo se vio movido por la inercia haciéndola golpearse con suavidad en el respaldo del asiento. Exhaló un suspiro de resignación mientras sentía la vibración que producían las grandes ruedas de madera al trastabillar en los cantos que componían aquel puente, y dejó que su mirada tratara de vislumbrar algo tras el liviano cortinaje blanco. Para decepción suya, tan sólo alcanzó a ver las brillantes aguas del Rodeo y la espesa arboleda que crecía a ambos lados de sus fértiles y reverdecidas orillas, alimentadas por aquella corriente vivaz y abundante. El cruce de aquella pasarela de piedra se le hizo interminable a la joven, deseosa como estaba de llegar hasta el campamento Baratheon para conocer más detalles de aquel inesperado acuerdo llevado a cabo por su madre y también para llegar junto a su prometido, del que corrían numerosas leyendas y rumores en aquellas tierras en las últimas semanas. Inmersa en estos pensamientos, estuvo a punto de caer de bruces sobre su doncella cuando el carromato emprendió con cierta brusquedad el descenso hacia el otro lado del río, muy cerca ya de las Tierras de Tormenta. Brinna logró mantenerse en su asiento y después soltó una carcajada alegre mientras veía a Athara pálida ante aquel súbito movimiento, llevándose una mano al pecho. En ese momento de distensión en el que las risas de la joven Wendwater eran más un desahogo de su nerviosismo que una muestra de su relajación ante el giro que daría su vida antes de que el sol se ocultara tras las montañas, la gruesa voz de uno de los soldados Baratheon que la escoltaban llegó hasta las dos muchachas. - Mi señora, nos detendremos un momento, se unirá a nosotros un destacamento enviado por Lord Baratheon para reforzar vuestra seguridad -. Brinna, aprovechando la ocasión para poder asomar el rostro por completo por el ventanuco sin parecer curiosa más allá de lo que podría considerarse adecuado, dirigió sus ojos hacia el guardia para responder: - No hay problema, mi doncella y yo aprovecharemos para dar un paseo por los alrededores... -. - Imposible, mi señora... - la interrumpió el soldado - No es aconsejable que abandonéis el carromato, tan sólo serán unos minutos y reanudaremos el camino -. Brinna entonces resopló mostrando su descontento y cerró los cortinajes con un enérgico gesto ante la alarmada expresión de Athara. - No debéis mostrar esos impulsos, comprended que es por vuestra seguridad y que es una manera de evitar que el trayecto se alargue más de lo necesario -. Pero la joven Wendwater apenas escuchaba los intentos de su doncella por corregirla y hacerla entrar en razón ante la contravenida de sus deseos por parte del eficiente soldado que cabalgaba junto al carromato; incapaz de controlar su curiosidad, había vuelto a asomarse para contemplar los movimientos de los soldados alrededor del austero carruaje mientras intercambiaban información y aprovechaban aquellos minutos para hacer algún comentario desenfadado, a juzgar por las varoniles risas que llegaron hasta ella. Sus ojos azules otearon hasta descubrir con expresión sorprendida que uno de los hombres portaba una siniestra armadura negra y se tocaba con un yelmo a cuyos lados se alzaban con orgullo dos astas de venado. Con un impaciente gesto de la mano, Brinna instó a su doncella a acompañarla en su furtivo espionaje mientras dejaba escapar una risita entre dientes. - ¿Viste al capitán? Creo que no le importa reconocer que su mujer no pasa tanto tiempo sola como él creía...
Athara, pudorosa y mirando a Brinna con cierta incredulidad, tardó unos instantes en responder a su señora mientras ésta sonreía burlona mientras contemplaba al caballero astado. - Mi señora, ¿y si es el propio Lord Baratheon quien porta esos cuernos en su casco? - preguntó bajando la voz, como si temiera que los hombres que las protegían pudieran escuchar los chismorreos que poblaban el interior del austero carruaje. La joven Wendwater la miró de reojo y negó con la cabeza al tiempo que ponía los ojos en blanco, como si la doncella hubiera dicho algo realmente absurdo. - Lord Baratheon debe estar en su campamento esperándome - los ojos azules de Brinna regresaron al caballero enfundado en acero negro - No creo que perdiera un día viniendo a recogerme junto al río... De todos modos y suponiendo que tengas razón... - la voz de Brinna pareció vacilar aunque Athara pudo apreciar una velada burla en el tono que usaba - … veo que Lord Baratheon no es el gigante que dicen que atemorizó a los habitantes de Refugio Estival tan sólo con su presencia... -. Brinna se apartó de la pequeña ventana para volver a apoyarse en el respaldo del incómodo asiento de madera, cada vez más impío con su espalda y trasero, y sonrió a su doncella mientras apartaba un tupido mechón dorado de su rostro - Es sólo un hombre con cuernos -. Y volvió a reír con despreocupación, tan ilusionada por su futuro como gran señora de una de las casas más antiguas de Poniente que parecía ignorar la crueldad en sus palabras, no sólo en referencia a lo ocurrido en Refugio Estival sino también en cuanto a la reciente pérdida de Lord Nathan que convertía en altamente inapropiado el bromear acerca de infidelidades y otras historias de alcoba. Sin embargo, no estaba motivada Brinna por un deseo de ser hiriente o por una auténtica desconsideración hacia el sufrimiento ajeno; tan sólo sus esperanzas en ver un sueño cumplido le hacían manifestar una insensibilidad que, por otro lado, era expresada de modo inocente. Athara recuperó también su posición inicial al tiempo que dejaba escapar un suspiro, quizá de resignación, quizá de lástima al pensar que sería separada de su señora después de prácticamente haber crecido juntas. Una orden dada por uno de aquellos soldados que se habían estado moviendo a su alrededor -¿la del supuesto Lord Baratheon?- precedió al arranque de la marcha de aquella pequeña comitiva, ya en Tierras de la Tormenta, y Brinna se movió inquieta en su asiento. Demasiadas horas en un espacio tan reducido y sin nada mejor que hacer no sólo amenazaban con colmar la paciencia de la joven sino también con aumentar el incipiente nerviosismo que había incrementado su intensidad tras atravesar el puente de piedra sobre el Rodeo. La anécdota del soldado astado había traído a la memoria de Brinna los rumores que habían llegado a ella acerca de Lord Baratheon y muy dentro de sí, temía que alguno de ellos se ajustara a la realidad, especialmente los que lo definían como un hombre cruel y frío como el hierro que había matado a su esposa a base de disgustos y maltrato. - Mi madre no me entregaría a cualquiera, ¿verdad, Athara? - preguntó desviando sus ojos al paisaje que se adivinaba tras las cortinas blancas; las sombras de los árboles se hacían más alargadas conforme el sol descendía y se asemejaban a largas manos extendiéndose hacia ella. La doncella parpadeó un par de veces ante aquella cuestión; sin mucha más experiencia vital que su señora, no supo recurrir a argumentos de peso para consolar su preocupación así que hizo suyo el mejor método para calmar sus dudas: la mentira. - Por supuesto que no. Vuestra madre siempre ha sabido bien lo que hacía y esto no es una excepción. Seguro que ella ha considerado a Lord Baratheon un buen marido para vos, ¡incluso mejor que cualquier príncipe Targaryen! -. Brinna sonrió en silencio ante aquella frase: de habérsele ofrecido alguno de los hijos de Daeron Targaryen, su madre no habría dudado en enviarla a la Fortaleza Roja y no a Bastión de Tormentas. Sin embargo y mostrando consideración hacia la que había sido su compañera desde su infancia, no echó por tierra sus teorías y procuró tranquilizarse, también debido al cansancio del viaje.
Estaba siendo presa de la somnolencia gestada por el aburrimiento de la jornada cuando el suave tacto de la mano de Athara en su antebrazo la sobresaltó, haciendo que se irguiera en su asiento para darse cuenta de que ya no se movían y que alrededor del carromato parecía bullir una inesperada actividad. El silencio del que habían disfrutado en el trayecto desde Caminoarroyo había sido sustituido por una algarabía de caballos que relinchaban, voces de soldados que reían a lo lejos y también el ladrido de algún perro. Brinna, aún desorientada, miró a Athara con un gesto de incomprensión hasta que la doncella dijo con su voz acariciadora: - Hemos llegado, mi señora, por suerte la noche no nos ha alcanzado en el camino aunque ha faltado poco -. Un golpe en una de las paredes del carruaje provocó que Brinna diese un respingo; rápidamente llevó las manos a sus desordenados cabellos rubios, atusando la cascada dorada alrededor de su rostro para después alisar la falda de su vestido gris y estirar las mangas del mismo sobre su antebrazo, dejando que se vieran los bordados con forma de hiedra. Athara se ocupó del último retoque, despejando el discreto escote de la joven y dedicando a su señora una sonrisa cómplice. - ¿Tendré que dormir esta noche con él? - preguntó repentinamente Brinna a su doncella con expresión alarmada, mientras escuchaba el golpe seco que indicaba que había sido colocada la escalerita frente a la portezuela por la que ambas abandonarían el carromato. - No penséis en eso ahora - susurró Athara precipitadamente, mirando de reojo hacia la puerta tras la que se encontraba el incierto futuro de su inexperta señora - Pronto tendréis al Lord de las Tormentas entre vuestras piernas y os aseguro que dudará entre permanecer ahí o seguir adelante con su guerra... y vos no querréis que abandone vuestras sábanas -. La súbita y atropellada conversación entre ambas jóvenes se interrumpió cuando al fin alguien abrió la puerta, llegando hasta ellas el jaleo típico y ahora mucho más nítido de un campamento de soldados. Brinna abandonó su asiento para descender del carruaje, inclinándose para no golpearse la cabeza y evitar un ridículo poco conveniente. Sintió en su cadera la mano de Athara a modo de aliento mientras se recogía los bajos del vestido para evitar pisárselo; en su estado de nervios, no se cercioró de que esta acción favoreció que lo primero que se viera de la futura Lady Baratheon fuese un brillante zapato de charol rojo posándose en los escalones de madera que habían sido acomodados para facilitarle el descenso del carromato. Brinna no pudo comprobar el efecto de tal descuido en aquellos que contemplaban expectantes su llegada, pues cuando asomó la cabeza al exterior fue cegada por uno de los últimos rayos del sol anaranjado que se ocultaba tras las montañas envuelto en una aureola rosada, vislumbrando tan sólo una mano enguantada en cuero negro que se extendía hacia ella para ayudarle a bajar las escaleras y sobre la que posó sus blancos dedos desnudos. Athara, aún desde el interior del carruaje, deseó que el hecho de que las sombras fuesen testigos del primer encuentro de Brinna con Lord Baratheon no fuese un preludio del aura que rodearía a aquel matrimonio.
Brinna dio un respingo cuando al acceder el carromato al puente de piedra, su cuerpo se vio movido por la inercia haciéndola golpearse con suavidad en el respaldo del asiento. Exhaló un suspiro de resignación mientras sentía la vibración que producían las grandes ruedas de madera al trastabillar en los cantos que componían aquel puente, y dejó que su mirada tratara de vislumbrar algo tras el liviano cortinaje blanco. Para decepción suya, tan sólo alcanzó a ver las brillantes aguas del Rodeo y la espesa arboleda que crecía a ambos lados de sus fértiles y reverdecidas orillas, alimentadas por aquella corriente vivaz y abundante. El cruce de aquella pasarela de piedra se le hizo interminable a la joven, deseosa como estaba de llegar hasta el campamento Baratheon para conocer más detalles de aquel inesperado acuerdo llevado a cabo por su madre y también para llegar junto a su prometido, del que corrían numerosas leyendas y rumores en aquellas tierras en las últimas semanas. Inmersa en estos pensamientos, estuvo a punto de caer de bruces sobre su doncella cuando el carromato emprendió con cierta brusquedad el descenso hacia el otro lado del río, muy cerca ya de las Tierras de Tormenta. Brinna logró mantenerse en su asiento y después soltó una carcajada alegre mientras veía a Athara pálida ante aquel súbito movimiento, llevándose una mano al pecho. En ese momento de distensión en el que las risas de la joven Wendwater eran más un desahogo de su nerviosismo que una muestra de su relajación ante el giro que daría su vida antes de que el sol se ocultara tras las montañas, la gruesa voz de uno de los soldados Baratheon que la escoltaban llegó hasta las dos muchachas. - Mi señora, nos detendremos un momento, se unirá a nosotros un destacamento enviado por Lord Baratheon para reforzar vuestra seguridad -. Brinna, aprovechando la ocasión para poder asomar el rostro por completo por el ventanuco sin parecer curiosa más allá de lo que podría considerarse adecuado, dirigió sus ojos hacia el guardia para responder: - No hay problema, mi doncella y yo aprovecharemos para dar un paseo por los alrededores... -. - Imposible, mi señora... - la interrumpió el soldado - No es aconsejable que abandonéis el carromato, tan sólo serán unos minutos y reanudaremos el camino -. Brinna entonces resopló mostrando su descontento y cerró los cortinajes con un enérgico gesto ante la alarmada expresión de Athara. - No debéis mostrar esos impulsos, comprended que es por vuestra seguridad y que es una manera de evitar que el trayecto se alargue más de lo necesario -. Pero la joven Wendwater apenas escuchaba los intentos de su doncella por corregirla y hacerla entrar en razón ante la contravenida de sus deseos por parte del eficiente soldado que cabalgaba junto al carromato; incapaz de controlar su curiosidad, había vuelto a asomarse para contemplar los movimientos de los soldados alrededor del austero carruaje mientras intercambiaban información y aprovechaban aquellos minutos para hacer algún comentario desenfadado, a juzgar por las varoniles risas que llegaron hasta ella. Sus ojos azules otearon hasta descubrir con expresión sorprendida que uno de los hombres portaba una siniestra armadura negra y se tocaba con un yelmo a cuyos lados se alzaban con orgullo dos astas de venado. Con un impaciente gesto de la mano, Brinna instó a su doncella a acompañarla en su furtivo espionaje mientras dejaba escapar una risita entre dientes. - ¿Viste al capitán? Creo que no le importa reconocer que su mujer no pasa tanto tiempo sola como él creía...
Athara, pudorosa y mirando a Brinna con cierta incredulidad, tardó unos instantes en responder a su señora mientras ésta sonreía burlona mientras contemplaba al caballero astado. - Mi señora, ¿y si es el propio Lord Baratheon quien porta esos cuernos en su casco? - preguntó bajando la voz, como si temiera que los hombres que las protegían pudieran escuchar los chismorreos que poblaban el interior del austero carruaje. La joven Wendwater la miró de reojo y negó con la cabeza al tiempo que ponía los ojos en blanco, como si la doncella hubiera dicho algo realmente absurdo. - Lord Baratheon debe estar en su campamento esperándome - los ojos azules de Brinna regresaron al caballero enfundado en acero negro - No creo que perdiera un día viniendo a recogerme junto al río... De todos modos y suponiendo que tengas razón... - la voz de Brinna pareció vacilar aunque Athara pudo apreciar una velada burla en el tono que usaba - … veo que Lord Baratheon no es el gigante que dicen que atemorizó a los habitantes de Refugio Estival tan sólo con su presencia... -. Brinna se apartó de la pequeña ventana para volver a apoyarse en el respaldo del incómodo asiento de madera, cada vez más impío con su espalda y trasero, y sonrió a su doncella mientras apartaba un tupido mechón dorado de su rostro - Es sólo un hombre con cuernos -. Y volvió a reír con despreocupación, tan ilusionada por su futuro como gran señora de una de las casas más antiguas de Poniente que parecía ignorar la crueldad en sus palabras, no sólo en referencia a lo ocurrido en Refugio Estival sino también en cuanto a la reciente pérdida de Lord Nathan que convertía en altamente inapropiado el bromear acerca de infidelidades y otras historias de alcoba. Sin embargo, no estaba motivada Brinna por un deseo de ser hiriente o por una auténtica desconsideración hacia el sufrimiento ajeno; tan sólo sus esperanzas en ver un sueño cumplido le hacían manifestar una insensibilidad que, por otro lado, era expresada de modo inocente. Athara recuperó también su posición inicial al tiempo que dejaba escapar un suspiro, quizá de resignación, quizá de lástima al pensar que sería separada de su señora después de prácticamente haber crecido juntas. Una orden dada por uno de aquellos soldados que se habían estado moviendo a su alrededor -¿la del supuesto Lord Baratheon?- precedió al arranque de la marcha de aquella pequeña comitiva, ya en Tierras de la Tormenta, y Brinna se movió inquieta en su asiento. Demasiadas horas en un espacio tan reducido y sin nada mejor que hacer no sólo amenazaban con colmar la paciencia de la joven sino también con aumentar el incipiente nerviosismo que había incrementado su intensidad tras atravesar el puente de piedra sobre el Rodeo. La anécdota del soldado astado había traído a la memoria de Brinna los rumores que habían llegado a ella acerca de Lord Baratheon y muy dentro de sí, temía que alguno de ellos se ajustara a la realidad, especialmente los que lo definían como un hombre cruel y frío como el hierro que había matado a su esposa a base de disgustos y maltrato. - Mi madre no me entregaría a cualquiera, ¿verdad, Athara? - preguntó desviando sus ojos al paisaje que se adivinaba tras las cortinas blancas; las sombras de los árboles se hacían más alargadas conforme el sol descendía y se asemejaban a largas manos extendiéndose hacia ella. La doncella parpadeó un par de veces ante aquella cuestión; sin mucha más experiencia vital que su señora, no supo recurrir a argumentos de peso para consolar su preocupación así que hizo suyo el mejor método para calmar sus dudas: la mentira. - Por supuesto que no. Vuestra madre siempre ha sabido bien lo que hacía y esto no es una excepción. Seguro que ella ha considerado a Lord Baratheon un buen marido para vos, ¡incluso mejor que cualquier príncipe Targaryen! -. Brinna sonrió en silencio ante aquella frase: de habérsele ofrecido alguno de los hijos de Daeron Targaryen, su madre no habría dudado en enviarla a la Fortaleza Roja y no a Bastión de Tormentas. Sin embargo y mostrando consideración hacia la que había sido su compañera desde su infancia, no echó por tierra sus teorías y procuró tranquilizarse, también debido al cansancio del viaje.
Estaba siendo presa de la somnolencia gestada por el aburrimiento de la jornada cuando el suave tacto de la mano de Athara en su antebrazo la sobresaltó, haciendo que se irguiera en su asiento para darse cuenta de que ya no se movían y que alrededor del carromato parecía bullir una inesperada actividad. El silencio del que habían disfrutado en el trayecto desde Caminoarroyo había sido sustituido por una algarabía de caballos que relinchaban, voces de soldados que reían a lo lejos y también el ladrido de algún perro. Brinna, aún desorientada, miró a Athara con un gesto de incomprensión hasta que la doncella dijo con su voz acariciadora: - Hemos llegado, mi señora, por suerte la noche no nos ha alcanzado en el camino aunque ha faltado poco -. Un golpe en una de las paredes del carruaje provocó que Brinna diese un respingo; rápidamente llevó las manos a sus desordenados cabellos rubios, atusando la cascada dorada alrededor de su rostro para después alisar la falda de su vestido gris y estirar las mangas del mismo sobre su antebrazo, dejando que se vieran los bordados con forma de hiedra. Athara se ocupó del último retoque, despejando el discreto escote de la joven y dedicando a su señora una sonrisa cómplice. - ¿Tendré que dormir esta noche con él? - preguntó repentinamente Brinna a su doncella con expresión alarmada, mientras escuchaba el golpe seco que indicaba que había sido colocada la escalerita frente a la portezuela por la que ambas abandonarían el carromato. - No penséis en eso ahora - susurró Athara precipitadamente, mirando de reojo hacia la puerta tras la que se encontraba el incierto futuro de su inexperta señora - Pronto tendréis al Lord de las Tormentas entre vuestras piernas y os aseguro que dudará entre permanecer ahí o seguir adelante con su guerra... y vos no querréis que abandone vuestras sábanas -. La súbita y atropellada conversación entre ambas jóvenes se interrumpió cuando al fin alguien abrió la puerta, llegando hasta ellas el jaleo típico y ahora mucho más nítido de un campamento de soldados. Brinna abandonó su asiento para descender del carruaje, inclinándose para no golpearse la cabeza y evitar un ridículo poco conveniente. Sintió en su cadera la mano de Athara a modo de aliento mientras se recogía los bajos del vestido para evitar pisárselo; en su estado de nervios, no se cercioró de que esta acción favoreció que lo primero que se viera de la futura Lady Baratheon fuese un brillante zapato de charol rojo posándose en los escalones de madera que habían sido acomodados para facilitarle el descenso del carromato. Brinna no pudo comprobar el efecto de tal descuido en aquellos que contemplaban expectantes su llegada, pues cuando asomó la cabeza al exterior fue cegada por uno de los últimos rayos del sol anaranjado que se ocultaba tras las montañas envuelto en una aureola rosada, vislumbrando tan sólo una mano enguantada en cuero negro que se extendía hacia ella para ayudarle a bajar las escaleras y sobre la que posó sus blancos dedos desnudos. Athara, aún desde el interior del carruaje, deseó que el hecho de que las sombras fuesen testigos del primer encuentro de Brinna con Lord Baratheon no fuese un preludio del aura que rodearía a aquel matrimonio.
Brinna Baratheon
Re: La entrega [Nathan Baratheon]
Habían salido temprano por la mañana desde el campamento, desde la reunión que Lord Baratheon había sostenido con los señores de tierra de la Corona en el campamento se respiraba una aire extraño, más de tres cuartos de los soldados estaba exultante por lo que parecían ser los resultados de la reunión puesto que ya se había corrido el rumo de que esos tres señores se unirían a la causa de los Baratheon, la alegría era incluso mayor en aquellos soldados cuyos orígenes eran las fronteras con las tierras de la corona, para ellos estas eran buenas noticias ya que no tendrían que enfrentarse quizás a personas con las que habían incluso crecido de niños y que es que para los campesinos la vida no era como para los señores, para ellos las fronteras se extendían hasta el punto en que ellos pudieran llegar o se les permitiera llegar… no como para los señores que las fronteras estaban marcadas en un mapa y las posibilidades de emparejamiento estaba dada por los beneficios a obtener. Pero lo cierto es que también estaba el otro cuarto de los soldados, aquellos a los que habían llegado el rumor de un acuerdo y consideraban esto un acto innecesario a final de cuentas los habitantes de las tierras de la corona seguirían siendo el enemigo y nunca llegarían a ser en realidad miembros de la tierra de la tormenta a pesar de la cercanía que había entre ambos pueblos.
Pero los rumores y cuchicheos de campamento eran simplemente eso, rumores ya que al final de todo lo que unía a cada uno de los miembros era su lealtad al señor de la tormenta, y no sólo a la tierra de al tormenta puesto que cada uno de los allí apostados eran soldados de Bastión de tormentas, algunos de ellos eran hijos de padres caídos en la guerra de hace dos años y otros tantos eran experimentados soldados que ya habían peleado esas guerras y sabían muy bien que para salir airosos lo fundamental era la confianza en quienes lo dirigían y en las decisiones de su señor, por eso mismo estaban ahí ahora… 100 caballeros, hombres escogidos personalmente por Nathan Baratheon para aquella empresa, él había hablado con cada uno de ellos buscando su voluntariedad a participar en aquella misión, 100 caballeros leales y fuerte que ahora se disponían a transformarse en la guardia que protegería a la que probablemente sería la próxima Señora de Bastión de Tormenta. Los caballeros de la tormenta habían llegado cerca del medio día a la ribera del Rodeo y durante las horas venideras se habían alternado pequeñas patrullas que habían procurado que todo estuviera dentro de lo normal y no existieran posibilidades de sorpresas desagradables en aquella reunión.
El día seguía pasando y la tan esperada visita no hacía acto de presencia, el orden se mantenía y las guardias también pero el relajo y las conversaciones entre los hombres que se encontraban en el lugar se hacían inevitables. -¿Cómo será la nueva Lady Baratheon, Lady Eve era hermosa y con ese cabello dorado tan particular en la tormenta, sin dudas ser regente da sus ventajas- comentaba uno de los caballeros a modo de diversión, recordando lo que fuera antes Eve Baratheon e intentando imaginar cómo sería la próxima prometida de lord Baratheon -En realidad no lo sé, algunos que han estado en CaminoArroyo dicen que es hermosa, una niña hermosa- Intervino su interlocutor mientras trataba de dominar a su caballo que se había puesto nervioso por el sonido del rio que parecía aumentar su cauce en la medida que se acercaba la noche, como si con la noche se comenzara a levantar la barrera natural que protegía a los WendWatar -¿Si fueras Lord venderías a tu hija diciendo que es horrible? ¿Imaginan la nueva Lady Baratheon resulta ser una pequeña quimera? No comprendo para que Lord Baratheon acepto un acuerdo con los WendWater, un hijo de la tormenta vale por tres de los niños de la corona? Nosotros podríamos haberlos derrotado a todos- Intervino un tercero que se acercó para unirse a la conversación de los caballeros de la tormenta. Pronto la conversación se transformo en un montón de risas de aquellos que rodearon al grupo que conversaba amenamente como si en realidad estuvieran en tiempos de paz, algunos apostaban sobre la apariencia de aquella a la que venían a escoltar, otros tantos desenfundaban sus espadas dando cortes al bien mientras narraban lo que harían o lo que habían hecho en guerras pasadas.
Apartado y rodeado sólo por tres de sus espadas juramentadas se encontraba Nathan Baratheon, aquella situación no era algo que le gustara demasiado, de hecho aquel matrimonio no era algo que le enloqueciera de placer, pero también era cierto que sabía muy bien que aquello era lo que tenía que hacer, más que preocuparse por lo que le ocurriera a aquella que probablemente fuera su próxima esposa, estaba ahí porque debía dar una señal clara a los vasallos de la tierra de la corona y a los propios, era su deber demostrar que tenía la fuerza suficiente para proteger a la próxima mujer que tomara por esposa, por eso la presencia de aquellos caballeros engalanados y leales no era más que un despliegue de fuerza que se asemejaba a la actitud de un pavo real que despliega sus alas para ser apreciado. Pero había un hecho más por el cual debía estar él presente en aquel lugar aunque la situación le desagradara, y ese motivo no era precisamente demostrar algo a sus nuevos aliados, era mostrar fuerza a sus vasallos, había enviudado hace sólo unas semanas y necesitaba volver a mostrarse como un hombre fuerte no como un hombre quebrado por la pérdida de su esposa y su hija… y aunque esa fuera la realidad, que emocionalmente no era ni siquiera la mitad del hombre que fue… Tenía que mostrar a sus hombres que se volvía a alzar y que se encontraba completamente competente para dirigir a sus ejércitos.
-Siempre pensé que Eve sería la última con la que tendríamos que hacer esto- comentó Kefren, la espada juramentada más joven de Nathan que ahora se encontraba junto a él y demostraba su juventud con una falta de tino que sólo quedo demostrada cuando Nathan lo fulmino con una gélida mirada -Pues ya ves, a veces hay que hacer simplemente lo que debemos, no quiero hablar más del tema, no me siento cómodo hablando de Eve- sentenció Nathan intentando dar por terminada la conversación, aunque sabía que con Kefren eso no tenía muchos resultados, al ser el más joven y quizás el más habilidoso de todos los miembros de las espadas juradas, era dueño de una personalidad que no le permitía guardia silencio a no ser que viera un tono realmente enojado de parte de su señor -Tómalo con Calma Señor de la Tormenta, todos sabemos que quieres a Eve, pero si no dejas de sentirte culpable tu mismo, es una pérdida de tiempo que intentes hacerle crear eso al resto- Nathan quiso replicar a eso, más que nada por replicar ya que sabía muy bien que él tenía toda la razón, pero esta vez le salvo la aparición de Carro que transportaba a la chica WendWater, había llegado y ya no había marcha atrás -Mi Casco- dijo Nathan mientras a toda marcha aparecía se acercaba su escudero llevando entre sus manos el casco de Nathan, aquel yelmo negro cerrado que permitía ver sus ojos y boca y que se encontraba coronado por dos astas de venado. En aquella ocasión Nathan había optado por sus ropas de batalla, la armadura negra que había lucido durante las campañas de la guerra de las tormentas y el manto amarillo cubriendo la misma con el emblema de su casa, “Rayo” en su cintura y una segunda espada asomando desde su espalda -¡¡Adelante Jinetes del Rayo… por la tormenta y vuestro señor!!- gritó de pronto la extrovertida espada juramentada del Baratheon y tras su grito los caballeros se comenzaron desplazar, algunos de ellos se separaron de la columna principal cubriendo los flancos y a la cabeza del la columna principal Nathan Baratheon conducía a sus jinetes al encuentro de Brinna WendWatar.
[color=#585858]-Que los jinetes dispersos continúen como hasta ahora, 30 jinetes en la retaguardia contigo, 10 en cada costado, los restantes 20 conmigo al frente… que sus saldados se distribuyan como mejor les parezca- Ordenó Nathan dando una ligera mirada al carro, por unos segundos no pudo evitar aquel instinto propio de su edad y preguntarse cómo sería aquella mujer con la que le obligaban a casarse, su madre había dicho que era joven, sólo esperaba que no demasiado joven. Nathan sacudió su cabeza tratando de olvidar aquellos pensamiento, poco importaba como fuera aquella mujer, lo único que sabía es que fuera como fuera no sería Eve y una vez más estaba a las puertas de un matrimonio pactado por una guerra -Regresemos rápido, no quiero pasar la noche en el bosque- Sentenció Nathan poniéndose a la cabeza de la caravana para marcar un paso acelerado en la marcha, el resto de sus ordenes fueron cumplidas por sus hombres gracias a las órdenes de sus espadas juramentadas que rápidamente dispusieron a cumplir con aquello que su señor les estaba solicitando.
Para suerte de todos el resto del viaje se dio en condiciones normales, un tanto acelerados por el tranco que marcaba Lord Baratheon, pero sin complicaciones extras a las de cualquier viaje realizado en condiciones de guerra… Lo novedoso fue el hecho de regresar al campamento fortificado de la casa Baratheon, a las afueras de del enorme campamento de los venados se podía ver como algunos de los soldados se apostaban a los costados para ver pasar el carro que conducía a la que ya se decía sería la próxima señora del bastión de las tormentas. Cuando al fin el Carromato se detuvo muchos soldados se agolparon a él con curiosidad, dicho acto hizo necesario que algunos de los caballeros se formaran frente al carro formando un pasillo para que la joven pudiera descender de él. Todos se encontraban impacientes, incluso Nathan quien se había posicionado al final de dicho pasillo, pero la joven no salía provocando la impaciencia de todos, incluso algunos los caballeros intentaron oponerse frente a Nathan cuando este comenzó a avanzar hacía el carro, de pronto la incertidumbre reino en el lugar, el temor de una trampa por parte de los nacidos en las tierras de la corona se volvió un temor lo suficientemente grande como para que Kefren, la espada juramentada se acercara hasta su señor con las manos en su espada -No Pasara Nada… ve por su madre, avísale que su hija ya ha llegado hasta el campamento- dijo Nathan mientras se quitaba el casco astado y se lo entregaba a la espada juramentada, Nathan había usado antes un tono alto para que todos pudieran escuchar su tranquilidad, sin embargo cuando le entrego el casco al joven caballero le susurro -Si algo me pasa, mátalos a todos- una orden de un posible asesinato velada en una sonrisa y un gesto amable sobre su hombro al entregarle el casco e indicarle que se marchara.
Fue el mismo quien abrió la puerta y la vio asomar del carro, por algún motivo lo primero en lo que deparo no fue en la innegable belleza o su juventud, de alguna forma lo primero en lo que deparo fue en alegre tono de sus zapatos, no comprendía muy bien porque aquello le provoco cierto dejo de incomodidad, quizás era por el hecho de que antes de partir en bastión reinaba la sobriedad y las ropas negras entre las mujeres de la casa Baratheon, pero nada podía hacer, en su rostro se podía ver que era una mujer joven y además no era una Baratheon. A Nathan no le quedo más remedio que coger tanto aire como podía ser exagerado e intentar calmarse, tenía que dibujar en su rostro la mejor de sus sonrisas sobre su careta, y eso hizo al mismo tiempo que extendía la mano que ya no llevaba el guantelete de la armadura y la ofrecía a ella para ayudarla a bajar del carro. -He aguardado muchas horas para poder conoceros Lady WendWater, espero el viaje no fuera demasiado pesado para vos- dijo primero mientras aún la ayudaba a que ella descendiera del Carro y tras ella lo hiciera la que parecía ser su doncella -Soy Nathan Baratheon- Nathan pensó en disculparse por tener que recibirla en un campamento militar y no en su propia fortaleza, pero esas eran las condiciones que su propia madre había solicitado en el acuerdo -Esta mañana antes de salir a vuestra madre se encontraba ansiosa por volver a veros con bien… me he tomado la libertad de enviar a que anunciaran vuestro arribo al campamento, si me hacéis el honor os conduciré a un lugar en donde se puedan encontrar con mayor privacidad-
Pero los rumores y cuchicheos de campamento eran simplemente eso, rumores ya que al final de todo lo que unía a cada uno de los miembros era su lealtad al señor de la tormenta, y no sólo a la tierra de al tormenta puesto que cada uno de los allí apostados eran soldados de Bastión de tormentas, algunos de ellos eran hijos de padres caídos en la guerra de hace dos años y otros tantos eran experimentados soldados que ya habían peleado esas guerras y sabían muy bien que para salir airosos lo fundamental era la confianza en quienes lo dirigían y en las decisiones de su señor, por eso mismo estaban ahí ahora… 100 caballeros, hombres escogidos personalmente por Nathan Baratheon para aquella empresa, él había hablado con cada uno de ellos buscando su voluntariedad a participar en aquella misión, 100 caballeros leales y fuerte que ahora se disponían a transformarse en la guardia que protegería a la que probablemente sería la próxima Señora de Bastión de Tormenta. Los caballeros de la tormenta habían llegado cerca del medio día a la ribera del Rodeo y durante las horas venideras se habían alternado pequeñas patrullas que habían procurado que todo estuviera dentro de lo normal y no existieran posibilidades de sorpresas desagradables en aquella reunión.
El día seguía pasando y la tan esperada visita no hacía acto de presencia, el orden se mantenía y las guardias también pero el relajo y las conversaciones entre los hombres que se encontraban en el lugar se hacían inevitables. -¿Cómo será la nueva Lady Baratheon, Lady Eve era hermosa y con ese cabello dorado tan particular en la tormenta, sin dudas ser regente da sus ventajas- comentaba uno de los caballeros a modo de diversión, recordando lo que fuera antes Eve Baratheon e intentando imaginar cómo sería la próxima prometida de lord Baratheon -En realidad no lo sé, algunos que han estado en CaminoArroyo dicen que es hermosa, una niña hermosa- Intervino su interlocutor mientras trataba de dominar a su caballo que se había puesto nervioso por el sonido del rio que parecía aumentar su cauce en la medida que se acercaba la noche, como si con la noche se comenzara a levantar la barrera natural que protegía a los WendWatar -¿Si fueras Lord venderías a tu hija diciendo que es horrible? ¿Imaginan la nueva Lady Baratheon resulta ser una pequeña quimera? No comprendo para que Lord Baratheon acepto un acuerdo con los WendWater, un hijo de la tormenta vale por tres de los niños de la corona? Nosotros podríamos haberlos derrotado a todos- Intervino un tercero que se acercó para unirse a la conversación de los caballeros de la tormenta. Pronto la conversación se transformo en un montón de risas de aquellos que rodearon al grupo que conversaba amenamente como si en realidad estuvieran en tiempos de paz, algunos apostaban sobre la apariencia de aquella a la que venían a escoltar, otros tantos desenfundaban sus espadas dando cortes al bien mientras narraban lo que harían o lo que habían hecho en guerras pasadas.
Apartado y rodeado sólo por tres de sus espadas juramentadas se encontraba Nathan Baratheon, aquella situación no era algo que le gustara demasiado, de hecho aquel matrimonio no era algo que le enloqueciera de placer, pero también era cierto que sabía muy bien que aquello era lo que tenía que hacer, más que preocuparse por lo que le ocurriera a aquella que probablemente fuera su próxima esposa, estaba ahí porque debía dar una señal clara a los vasallos de la tierra de la corona y a los propios, era su deber demostrar que tenía la fuerza suficiente para proteger a la próxima mujer que tomara por esposa, por eso la presencia de aquellos caballeros engalanados y leales no era más que un despliegue de fuerza que se asemejaba a la actitud de un pavo real que despliega sus alas para ser apreciado. Pero había un hecho más por el cual debía estar él presente en aquel lugar aunque la situación le desagradara, y ese motivo no era precisamente demostrar algo a sus nuevos aliados, era mostrar fuerza a sus vasallos, había enviudado hace sólo unas semanas y necesitaba volver a mostrarse como un hombre fuerte no como un hombre quebrado por la pérdida de su esposa y su hija… y aunque esa fuera la realidad, que emocionalmente no era ni siquiera la mitad del hombre que fue… Tenía que mostrar a sus hombres que se volvía a alzar y que se encontraba completamente competente para dirigir a sus ejércitos.
-Siempre pensé que Eve sería la última con la que tendríamos que hacer esto- comentó Kefren, la espada juramentada más joven de Nathan que ahora se encontraba junto a él y demostraba su juventud con una falta de tino que sólo quedo demostrada cuando Nathan lo fulmino con una gélida mirada -Pues ya ves, a veces hay que hacer simplemente lo que debemos, no quiero hablar más del tema, no me siento cómodo hablando de Eve- sentenció Nathan intentando dar por terminada la conversación, aunque sabía que con Kefren eso no tenía muchos resultados, al ser el más joven y quizás el más habilidoso de todos los miembros de las espadas juradas, era dueño de una personalidad que no le permitía guardia silencio a no ser que viera un tono realmente enojado de parte de su señor -Tómalo con Calma Señor de la Tormenta, todos sabemos que quieres a Eve, pero si no dejas de sentirte culpable tu mismo, es una pérdida de tiempo que intentes hacerle crear eso al resto- Nathan quiso replicar a eso, más que nada por replicar ya que sabía muy bien que él tenía toda la razón, pero esta vez le salvo la aparición de Carro que transportaba a la chica WendWater, había llegado y ya no había marcha atrás -Mi Casco- dijo Nathan mientras a toda marcha aparecía se acercaba su escudero llevando entre sus manos el casco de Nathan, aquel yelmo negro cerrado que permitía ver sus ojos y boca y que se encontraba coronado por dos astas de venado. En aquella ocasión Nathan había optado por sus ropas de batalla, la armadura negra que había lucido durante las campañas de la guerra de las tormentas y el manto amarillo cubriendo la misma con el emblema de su casa, “Rayo” en su cintura y una segunda espada asomando desde su espalda -¡¡Adelante Jinetes del Rayo… por la tormenta y vuestro señor!!- gritó de pronto la extrovertida espada juramentada del Baratheon y tras su grito los caballeros se comenzaron desplazar, algunos de ellos se separaron de la columna principal cubriendo los flancos y a la cabeza del la columna principal Nathan Baratheon conducía a sus jinetes al encuentro de Brinna WendWatar.
[color=#585858]-Que los jinetes dispersos continúen como hasta ahora, 30 jinetes en la retaguardia contigo, 10 en cada costado, los restantes 20 conmigo al frente… que sus saldados se distribuyan como mejor les parezca- Ordenó Nathan dando una ligera mirada al carro, por unos segundos no pudo evitar aquel instinto propio de su edad y preguntarse cómo sería aquella mujer con la que le obligaban a casarse, su madre había dicho que era joven, sólo esperaba que no demasiado joven. Nathan sacudió su cabeza tratando de olvidar aquellos pensamiento, poco importaba como fuera aquella mujer, lo único que sabía es que fuera como fuera no sería Eve y una vez más estaba a las puertas de un matrimonio pactado por una guerra -Regresemos rápido, no quiero pasar la noche en el bosque- Sentenció Nathan poniéndose a la cabeza de la caravana para marcar un paso acelerado en la marcha, el resto de sus ordenes fueron cumplidas por sus hombres gracias a las órdenes de sus espadas juramentadas que rápidamente dispusieron a cumplir con aquello que su señor les estaba solicitando.
Para suerte de todos el resto del viaje se dio en condiciones normales, un tanto acelerados por el tranco que marcaba Lord Baratheon, pero sin complicaciones extras a las de cualquier viaje realizado en condiciones de guerra… Lo novedoso fue el hecho de regresar al campamento fortificado de la casa Baratheon, a las afueras de del enorme campamento de los venados se podía ver como algunos de los soldados se apostaban a los costados para ver pasar el carro que conducía a la que ya se decía sería la próxima señora del bastión de las tormentas. Cuando al fin el Carromato se detuvo muchos soldados se agolparon a él con curiosidad, dicho acto hizo necesario que algunos de los caballeros se formaran frente al carro formando un pasillo para que la joven pudiera descender de él. Todos se encontraban impacientes, incluso Nathan quien se había posicionado al final de dicho pasillo, pero la joven no salía provocando la impaciencia de todos, incluso algunos los caballeros intentaron oponerse frente a Nathan cuando este comenzó a avanzar hacía el carro, de pronto la incertidumbre reino en el lugar, el temor de una trampa por parte de los nacidos en las tierras de la corona se volvió un temor lo suficientemente grande como para que Kefren, la espada juramentada se acercara hasta su señor con las manos en su espada -No Pasara Nada… ve por su madre, avísale que su hija ya ha llegado hasta el campamento- dijo Nathan mientras se quitaba el casco astado y se lo entregaba a la espada juramentada, Nathan había usado antes un tono alto para que todos pudieran escuchar su tranquilidad, sin embargo cuando le entrego el casco al joven caballero le susurro -Si algo me pasa, mátalos a todos- una orden de un posible asesinato velada en una sonrisa y un gesto amable sobre su hombro al entregarle el casco e indicarle que se marchara.
Fue el mismo quien abrió la puerta y la vio asomar del carro, por algún motivo lo primero en lo que deparo no fue en la innegable belleza o su juventud, de alguna forma lo primero en lo que deparo fue en alegre tono de sus zapatos, no comprendía muy bien porque aquello le provoco cierto dejo de incomodidad, quizás era por el hecho de que antes de partir en bastión reinaba la sobriedad y las ropas negras entre las mujeres de la casa Baratheon, pero nada podía hacer, en su rostro se podía ver que era una mujer joven y además no era una Baratheon. A Nathan no le quedo más remedio que coger tanto aire como podía ser exagerado e intentar calmarse, tenía que dibujar en su rostro la mejor de sus sonrisas sobre su careta, y eso hizo al mismo tiempo que extendía la mano que ya no llevaba el guantelete de la armadura y la ofrecía a ella para ayudarla a bajar del carro. -He aguardado muchas horas para poder conoceros Lady WendWater, espero el viaje no fuera demasiado pesado para vos- dijo primero mientras aún la ayudaba a que ella descendiera del Carro y tras ella lo hiciera la que parecía ser su doncella -Soy Nathan Baratheon- Nathan pensó en disculparse por tener que recibirla en un campamento militar y no en su propia fortaleza, pero esas eran las condiciones que su propia madre había solicitado en el acuerdo -Esta mañana antes de salir a vuestra madre se encontraba ansiosa por volver a veros con bien… me he tomado la libertad de enviar a que anunciaran vuestro arribo al campamento, si me hacéis el honor os conduciré a un lugar en donde se puedan encontrar con mayor privacidad-
Nathan Baratheon- Nobleza
Re: La entrega [Nathan Baratheon]
Brinna hubo de parpadear un par de veces con un deje algo infantil hasta que logró posar su mirada en el poseedor de la mano enfundada en crujiente cuero negro que le servía de apoyo mientras descendía del carromato. Con el agrado dibujado en su rostro, la rubicunda joven se percató de que Lord Baratheon no se trataba de un hombre al que los avatares de la vida hubieran envejecido de forma prematura, o cuanto menos no de la manera exagerada y decrépita que ella había imaginado tras escuchar las malintencionadas fantasías de algunos de los sirvientes de Caminoarroyo, quizá tan ociosos que gustaban de inventar rumores. Los cabellos castaños del Baratheon apenas se mecían con la brisa nocturna que parecía elevarse al desaparecer el sol tras las colinas y la barba de pocos días que circundaba una sonrisa amable aunque algo forzada le otorgaba un aspecto más rudo que suavizaban sin embargo sus ojos azules. Fue en éstos donde Brinna fijó su mirada buscando una impresión más profunda del carácter de su prometido, descubriendo con resignada impotencia que aquellas pupilas parecían no expresar emoción alguna, asemejándose a las fuertes compuertas del baluarte más seguro de Poniente. La joven Wendwater sintió que literalmente impactaba contra aquellos ojos pétreos, sin poder leer en ellos nada más que una fría cortesía, y tras corresponderle con una sonrisa más cálida que la que había recibido, se apostó finalmente en el suelo a su lado, elevando la mirada tras reparar en la armadura negra que le cubría. Athara había estado en lo cierto y el propio Lord Baratheon se había encargado de liderar el pequeño escuadrón que las había escoltado hasta aquel campamento fortificado; esta constancia hizo que Brinna se arrepintiera al instante de las crueles burlas a las que le había sometido desde el relajado ambiente del interior del carromato. Alrededor de ambos, las voces de los soldados que contemplaban la escena habían ido atenuando su volumen y frecuencia, y tan sólo algunos comentarios intercambiados en forma de susurros se alzaban en el aire de aquel atardecer tan extraño en el que muchos tenían la impresión de estar presenciando una inflexión en la historia de Tierras de la Tormenta. Brinna se apresuró a hacer una reverencia ante Lord Baratheon, guardando para sí el detalle de la omisión de cualquier título que hubiera podido exhibir ante ella como muestra de poder y arrogancia, y respondió: - La perspectiva de encontrarme con vos aligeró cualquier pesar que pudiera haberme invadido durante el viaje, mi señor - y si sus palabras sonaron demasiado estudiadas o incluso falsas, no podía existir impresión más equivocada, pues realmente la ilusión había mantenido el buen humor de la joven durante las largas horas pasadas en el interior del carromato. La mención del Lord a su madre y la posibilidad de acudir a su lado en ese mismo momento hicieron aflorar una nueva sonrisa en el rostro de Brinna, quien asintió con la cabeza con la espontánea alegría de una niña a la que se concede un deseo. - Lo cierto es que deseo verla - dijo complacida mientras de soslayo advertía que ante el inicio del caminar de Lord Baratheon, los soldados que les rodeaban comenzaban a dispersarse hacia sus tiendas, recuperando la prudencia perdida ante la curiosidad. Brinna caminó junto a Nathan sin atreverse a enlazar su brazo con el de él como siempre había imaginado que haría con su prometido; sin ser abiertamente hostil, el regente de las Tormentas lograba despertar cierta precaución en la joven Wendwater, una muda advertencia en cuanto al espacio que debía mantener respecto a él que Brinna asumió de inmediato. El bajo de su vestido gris rozaba con la hierba y el terreno pisoteado por cientos de botas de soldados y pensó en recogerlo con sus manos hasta que recordó sus zapatos rojos y la inconveniencia de lucirlos.
Nathan la acompañó hasta una tienda que destacaba sobre las demás no por su tamaño ni por su apariencia lujosa, sino tan sólo por exhibir un color arena distinto al resto y el escudo Baratheon en la puerta de tela dividida en dos. Brinna, acostumbrada a ver el emblema de los tres árboles de los Wendwater, parpadeó un par de veces repitiéndose a sí misma que pronto el ciervo rampante sería el blasón bajo el que caminaría. Lord Baratheon se detuvo en la puerta y con un gesto de la mano la invitó a entrar, sin mostrar intencionalidad ninguna de acompañarla para dejar a madre e hija un rato a solas, y tras asentir con la cabeza e inclinarse en una nueva reverencia, Brinna pasó al interior de la tienda. Pronto el olor a humedad y a la recia tela con la que estaba fabricado aquel habitáculo más apropiado para soldados que para mujeres decentes llegó hasta la joven, quien arrugó el gesto con desagrado. Aquella sensación, sin embargo, desapareció en cuanto vislumbró la figura de su madre en mitad de la estancia, luciendo su larga melena rubia sobre un austero vestido color verde sobre el que la mujer retorcía sus manos largas y pálidas. - ¡Madre! - exclamó Brinna avanzando hacia ella hasta coger sus manos tibias entre las suyas, algo más pequeñas y cálidas. Lady Wendwater no había sido nunca especialmente cariñosa con ninguno de sus hijos, y aquel momento no supuso una excepción a pesar de que ambas estaban próximas a separarse quizá para siempre. Los ojos de la regente de Caminoarroyo se mostraban preocupados y también nerviosos al contemplar el rostro ingenuo de su hija mayor, a la que acababa de entregar a los brazos de un hombre al que la rumorología no trataba demasiado bien. Alzó sus manos hasta tomar el rostro de Brinna y dijo bajando la voz: - Brinna, he hecho esto por tu bien, serás señora de una de las casas más importantes de Poniente y tu nombre aparecerá en las crónicas y en los poemas de los bardos - Lady Wendwater hizo una breve pausa, como si quisiera comprobar los efectos que sus palabras tenían en la joven, temiendo de alguna manera que ésta, en su ilusión y romanticismo, no alcanzara a comprender la magnitud de su próximo nombramiento como señora de las Tormentas - Eres la garantía y salvaguarda de nuestros hombres y también de nuestra casa y nuestras tierras - la mujer hablaba precipitadamente y el trémulo tacto de sus dedos no contribuía a atenuar la tensión de Brinna - Complace a Nathan Baratheon en todo lo que te pida y muéstrale que no se ha equivocado al escoger sangre Wendwater para mezclarla con la suya. No le disgustes, no le enojes, no le contradigas... ¿me has entendido? -. En la mirada de Lady Wendwater apareció una severa advertencia mientras alejaba sus manos del rostro de Brinna; por unos momentos, la joven sintió temor acerca de a quién la había entregado su madre y el por qué de semejantes exhortaciones en cuanto a la obediencia que debía mostrar. Tan sólo asintió con la cabeza en silencio, reservándose cualquier réplica y prometiéndose a sí misma que no exhibiría tal sumisión; la complacencia que debía a su futuro marido no sería transformada en mansedumbre. En aquel instante, un soldado Baratheon entró en la tienda mostrando una gran irreverencia al no avisar de su llegada, anunciando que Lord Nathan esperaba a Brinna en su tienda para compartir con ella la cena. Cuando las dos mujeres quedaron de nuevo a solas, Lady Wendwater tomó del brazo a su hijo para empujarla suavemente hacia la salida: - ¡Corre, ve y no le hagas esperar! No es hombre que haga gala de una gran paciencia... y recuerda... complácele -. Brinna trastabilló por el brusco movimiento y se volvió para dedicar una mirada algo confusa a su madre, sorprendida por una actitud inusual en la mujer y que parecía ser el preludio a un ataque de nervios. Al ver un brillo oscuro en la mirada de su madre, creyó entender a qué se refería y objetó: - Madre, aún no estamos casados... -. Pero Lady Wendwater mantuvo aquella expresión en el rostro, adquiriendo sus ojos una opacidad implacable. Brinna comprendió en aquel momento que muchos de los valores y principios que le habían sido inculcados podían ser mancillados si la situación lo requería, especialmente en tiempos de guerra.
Abandonó la tienda en la que se hospedaba su madre con el corazón golpeando su pecho con fuerza, y cuando el soldado la vio salir, echó a andar sin pronunciar ni una sola palabra, siguiéndole Brinna con pasos cortos pero rápidos, sabiéndose observada por los hombres con los que se cruzaban y aún así, manteniendo el mentón alto y una expresión serena en el rostro. Buscó con la mirada a Athara, ¿no le permitirían despedirse de ella antes de enviarla a Bastión de Tormentas? Hubiera querido llevarla consigo hasta el baluarte de los Baratheon, pero su tío Anterg había insistido en la necesidad de que la muchacha se encargara del cuidado de su hermano pequeño en Caminoarroyo. Apenas habían caminado soldado y mujer unos minutos cuando el primero se detuvo frente a la tienda que destacaba por encima de todas, dado su considerable tamaño y los dos estandartes Baratheon que había a ambos lados de la puerta, junto a cuatro guardias que vigilaban su entrada. Brinna tomó aire y tras agradecer con un gesto de la cabeza la guía del soldado, apartó con una mano la tela que hacía las veces de puerta para acceder al interior de la tienda. El olor de la cena ya servida, consistente en pollo asado con mermelada de albaricoque y ensalada de espinacas con queso y nueces, todo ello acompañado por vino caliente y frutas troceadas y regadas con miel, inundaba la estancia anulando cualquier resquicio de cuero, hierro o sudor que poblaría por lo general aquel lugar. Ocho candelabros de pie de hierro forjado sostenían varias agrupaciones de amarillentas velas que otorgaban una iluminación algo precaria, e hicieron que la figura de Nathan Baratheon adquiriera un aura algo siniestra. El Lord de las Tormentas se hallaba inmerso en las sombras, en pie frente a una mesa cubierta de mapas, y la tenue llama de una enorme vela a su lado recortaba su silueta contra la tela oscura de la tienda. - Buenas noches, mi señor - dijo con voz firme, percatándose del hambre que tenía ante la visión de la comida que ocupaba la mesa central de la tienda; sus ojos se desviaron entonces a un jergón oculto parcialmente por un biombo y la joven cogió aire para expulsarlo lentamente, volviendo la mirada hacia Nathan, quien le indicó que tomara asiento. Brinna no se hizo de rogar y ocupó una de las dos sillas que se situaban a ambos extremos de la mesa; ante la ausencia de quien hiciera las veces de sirviente, la Wendwater no dudó en tomar una cuchara de madera para servirse un pedazo de pollo humeante. - Veo que trabajáis hasta tarde, puesto que ya anochece y aún tenéis humor para sumergiros en la contemplación de los mapas - comentó en tono alegre y también algo nervioso, olvidando en parte los modales debido a la tensión del momento y lamiendo la yema de su dedo pulgar, en el que había caído una gota de mermelada caliente - Hacía mucho que no comía pollo, a mi madre no le agrada demasiado, ella prefiere el pato aunque yo creo que es más insípido y menos versátil en la cocina, ¿no creéis? -. En ese instante entró en la tienda un muchacho que sin dudas era uno de los criados del Lord, y contempló a la joven con expresión sorprendida al ver que ella misma se había servido. Se produjo un momento algo incómodo en el que Brinna permaneció inmóvil, con la expresión en su rostro de quien ha cometido un grave error, pero pronto el chico reaccionó y se apresuró a servir a su Lord y a llenar las copas de vino de ambos. La joven carraspeó mientras extendía sobre su regazo una servilleta de fino hilo que contrastaba con la sobriedad del escaso mobiliario de aquella tienda, y tras dar un sorbo de vino, exclamó: - Os agradezco que vos mismo os hayáis encargado de la escolta de mi comitiva, os diría que no era necesario pero no voy a cuestionar vuestro criterio - apostilló con tono despreocupado y ánimo ligero; el calor del vino y la deliciosa cena colaboraban en el atemperamiento de su tensión inicial, aunque en el interior de sus zapatos de charol rojo, sus pies se hallaban encogidos sin que ella misma fuera consciente de ello.
Nathan la acompañó hasta una tienda que destacaba sobre las demás no por su tamaño ni por su apariencia lujosa, sino tan sólo por exhibir un color arena distinto al resto y el escudo Baratheon en la puerta de tela dividida en dos. Brinna, acostumbrada a ver el emblema de los tres árboles de los Wendwater, parpadeó un par de veces repitiéndose a sí misma que pronto el ciervo rampante sería el blasón bajo el que caminaría. Lord Baratheon se detuvo en la puerta y con un gesto de la mano la invitó a entrar, sin mostrar intencionalidad ninguna de acompañarla para dejar a madre e hija un rato a solas, y tras asentir con la cabeza e inclinarse en una nueva reverencia, Brinna pasó al interior de la tienda. Pronto el olor a humedad y a la recia tela con la que estaba fabricado aquel habitáculo más apropiado para soldados que para mujeres decentes llegó hasta la joven, quien arrugó el gesto con desagrado. Aquella sensación, sin embargo, desapareció en cuanto vislumbró la figura de su madre en mitad de la estancia, luciendo su larga melena rubia sobre un austero vestido color verde sobre el que la mujer retorcía sus manos largas y pálidas. - ¡Madre! - exclamó Brinna avanzando hacia ella hasta coger sus manos tibias entre las suyas, algo más pequeñas y cálidas. Lady Wendwater no había sido nunca especialmente cariñosa con ninguno de sus hijos, y aquel momento no supuso una excepción a pesar de que ambas estaban próximas a separarse quizá para siempre. Los ojos de la regente de Caminoarroyo se mostraban preocupados y también nerviosos al contemplar el rostro ingenuo de su hija mayor, a la que acababa de entregar a los brazos de un hombre al que la rumorología no trataba demasiado bien. Alzó sus manos hasta tomar el rostro de Brinna y dijo bajando la voz: - Brinna, he hecho esto por tu bien, serás señora de una de las casas más importantes de Poniente y tu nombre aparecerá en las crónicas y en los poemas de los bardos - Lady Wendwater hizo una breve pausa, como si quisiera comprobar los efectos que sus palabras tenían en la joven, temiendo de alguna manera que ésta, en su ilusión y romanticismo, no alcanzara a comprender la magnitud de su próximo nombramiento como señora de las Tormentas - Eres la garantía y salvaguarda de nuestros hombres y también de nuestra casa y nuestras tierras - la mujer hablaba precipitadamente y el trémulo tacto de sus dedos no contribuía a atenuar la tensión de Brinna - Complace a Nathan Baratheon en todo lo que te pida y muéstrale que no se ha equivocado al escoger sangre Wendwater para mezclarla con la suya. No le disgustes, no le enojes, no le contradigas... ¿me has entendido? -. En la mirada de Lady Wendwater apareció una severa advertencia mientras alejaba sus manos del rostro de Brinna; por unos momentos, la joven sintió temor acerca de a quién la había entregado su madre y el por qué de semejantes exhortaciones en cuanto a la obediencia que debía mostrar. Tan sólo asintió con la cabeza en silencio, reservándose cualquier réplica y prometiéndose a sí misma que no exhibiría tal sumisión; la complacencia que debía a su futuro marido no sería transformada en mansedumbre. En aquel instante, un soldado Baratheon entró en la tienda mostrando una gran irreverencia al no avisar de su llegada, anunciando que Lord Nathan esperaba a Brinna en su tienda para compartir con ella la cena. Cuando las dos mujeres quedaron de nuevo a solas, Lady Wendwater tomó del brazo a su hijo para empujarla suavemente hacia la salida: - ¡Corre, ve y no le hagas esperar! No es hombre que haga gala de una gran paciencia... y recuerda... complácele -. Brinna trastabilló por el brusco movimiento y se volvió para dedicar una mirada algo confusa a su madre, sorprendida por una actitud inusual en la mujer y que parecía ser el preludio a un ataque de nervios. Al ver un brillo oscuro en la mirada de su madre, creyó entender a qué se refería y objetó: - Madre, aún no estamos casados... -. Pero Lady Wendwater mantuvo aquella expresión en el rostro, adquiriendo sus ojos una opacidad implacable. Brinna comprendió en aquel momento que muchos de los valores y principios que le habían sido inculcados podían ser mancillados si la situación lo requería, especialmente en tiempos de guerra.
Abandonó la tienda en la que se hospedaba su madre con el corazón golpeando su pecho con fuerza, y cuando el soldado la vio salir, echó a andar sin pronunciar ni una sola palabra, siguiéndole Brinna con pasos cortos pero rápidos, sabiéndose observada por los hombres con los que se cruzaban y aún así, manteniendo el mentón alto y una expresión serena en el rostro. Buscó con la mirada a Athara, ¿no le permitirían despedirse de ella antes de enviarla a Bastión de Tormentas? Hubiera querido llevarla consigo hasta el baluarte de los Baratheon, pero su tío Anterg había insistido en la necesidad de que la muchacha se encargara del cuidado de su hermano pequeño en Caminoarroyo. Apenas habían caminado soldado y mujer unos minutos cuando el primero se detuvo frente a la tienda que destacaba por encima de todas, dado su considerable tamaño y los dos estandartes Baratheon que había a ambos lados de la puerta, junto a cuatro guardias que vigilaban su entrada. Brinna tomó aire y tras agradecer con un gesto de la cabeza la guía del soldado, apartó con una mano la tela que hacía las veces de puerta para acceder al interior de la tienda. El olor de la cena ya servida, consistente en pollo asado con mermelada de albaricoque y ensalada de espinacas con queso y nueces, todo ello acompañado por vino caliente y frutas troceadas y regadas con miel, inundaba la estancia anulando cualquier resquicio de cuero, hierro o sudor que poblaría por lo general aquel lugar. Ocho candelabros de pie de hierro forjado sostenían varias agrupaciones de amarillentas velas que otorgaban una iluminación algo precaria, e hicieron que la figura de Nathan Baratheon adquiriera un aura algo siniestra. El Lord de las Tormentas se hallaba inmerso en las sombras, en pie frente a una mesa cubierta de mapas, y la tenue llama de una enorme vela a su lado recortaba su silueta contra la tela oscura de la tienda. - Buenas noches, mi señor - dijo con voz firme, percatándose del hambre que tenía ante la visión de la comida que ocupaba la mesa central de la tienda; sus ojos se desviaron entonces a un jergón oculto parcialmente por un biombo y la joven cogió aire para expulsarlo lentamente, volviendo la mirada hacia Nathan, quien le indicó que tomara asiento. Brinna no se hizo de rogar y ocupó una de las dos sillas que se situaban a ambos extremos de la mesa; ante la ausencia de quien hiciera las veces de sirviente, la Wendwater no dudó en tomar una cuchara de madera para servirse un pedazo de pollo humeante. - Veo que trabajáis hasta tarde, puesto que ya anochece y aún tenéis humor para sumergiros en la contemplación de los mapas - comentó en tono alegre y también algo nervioso, olvidando en parte los modales debido a la tensión del momento y lamiendo la yema de su dedo pulgar, en el que había caído una gota de mermelada caliente - Hacía mucho que no comía pollo, a mi madre no le agrada demasiado, ella prefiere el pato aunque yo creo que es más insípido y menos versátil en la cocina, ¿no creéis? -. En ese instante entró en la tienda un muchacho que sin dudas era uno de los criados del Lord, y contempló a la joven con expresión sorprendida al ver que ella misma se había servido. Se produjo un momento algo incómodo en el que Brinna permaneció inmóvil, con la expresión en su rostro de quien ha cometido un grave error, pero pronto el chico reaccionó y se apresuró a servir a su Lord y a llenar las copas de vino de ambos. La joven carraspeó mientras extendía sobre su regazo una servilleta de fino hilo que contrastaba con la sobriedad del escaso mobiliario de aquella tienda, y tras dar un sorbo de vino, exclamó: - Os agradezco que vos mismo os hayáis encargado de la escolta de mi comitiva, os diría que no era necesario pero no voy a cuestionar vuestro criterio - apostilló con tono despreocupado y ánimo ligero; el calor del vino y la deliciosa cena colaboraban en el atemperamiento de su tensión inicial, aunque en el interior de sus zapatos de charol rojo, sus pies se hallaban encogidos sin que ella misma fuera consciente de ello.
Brinna Baratheon
Re: La entrega [Nathan Baratheon]
Las cosas eran tal cual Nathan las había esperado, habían muchos murmullos alrededor de él y aquella chica que le habían entregado como prometida bajo el nombre de Brinna, pero Nathan no se inmutaba, sabía bien que no tenía que hacerlo, era aquella la conclusión a la que había llegado después de mucho pensar en aquel encuentro entre ambos, pero lo que si había logrado sorprender a Nathan era la juventud de la chica, era mucho más joven de lo que se había esperado o mejor dicho aparentaba mucha más juventud de la que había esperado en un comienzo, sin embargo ya no era tiempo para estar pensando en los asuntos que rodeaban a la joven, ese tiempo ya había pasado y ahora ella estaba junto a él en el campamento, además, las cosas entre ella y él ya habían sido acordadas con su madre y cambiarlas ahora podría significar incluso un insulto para los otros dos señores de las tierras de la corona, pero de todos modos aquella mujer, la madre de Brinna, no había logrado capturar si quiera una pizca de estima por parte de Nathan… pero ahora caminaban juntos hacía la tienda que Nathan había designado para ellas y en donde la mujer ahora debía aguardar por su hija. De haber sido la mujer de otra forma quizás abría optado por darle un mejor lugar, sin embargo Nathan había decantado por entregar para ella una tienda de campaña similar a la de cualquier otro miembro de su ejército, incluso se podría decir que las de su espadas juramentadas eran mucho más espaciosas, pero definitivamente la mujer no había sido del agrado del joven regente. -Espero vuestro encuentro sea grato, dos de mis hombres se encuentran a vuestra completa disposición- le dijo Nathan mientras respondía a su gesto con una reverencia justo antes de regresar a su propia tienda.
El camino de regreso a la tienda del venado fue mucho más corto puesto que sin la compañía de Lady WendWater su tranco era mucho más largo y es que no quería estar fuera mucho tiempo, como pocas veces había optado por no detenerse junto a algunos de sus hombres para cruzar algunas palabras de aliento o simplemente pare parecer más cercano a ellos, esta vez el regente necesitaba soledad, soledad que por suerte encontró al llegar a su tienda, completamente solitaria y a pesar de tener dos guardias en la entrada se sentía solo al fin… Pero esa soledad no duró mucho más puesto que en cosa de minutos Almeric, su espada juramentada hizo arribo al lugar sin siquiera pedir ser anunciado -Toda una belleza la nueva Lady Baratheon, demasiado joven quizás, pero una belleza… ¿Felicitaciones?- Le dijo mientras tomaba asiento justo frente a Nathan con ese descaro que sólo dan los años de amistad que unían a aquella espada juramentada y a Nathan -No tengo deseo de hablar de eso… acércame los mapas, llama a Beren y Kefren, necesitamos comenzar a planificar el nuevo movimiento que realizaremos, no tengo intenciones de extender esta guerra más de lo necesario, no quiero estar tanto tiempo distanciado de la tierra de la tormenta- De alguna forma sabía que esta vez sus palabras no eran ciertas pues prolongar la guerra y mantenerse alejado de bastión de tormentas le supondrían una escusa para evitar el matrimonio que ahora le parecía tan cercano, pero la verdad fuera dicha, aquello debería terminar pronto y al igual que había comenzado las acciones en RefugioEstival, ahora estaba dispuesto a ser él quien continuara la expedición en las tierras de la corona -¿Mapas, guerra? Ha llegado tu prometida ¿Qué culpa tiene ella de la guerra… se parece acaso a alguna Targaryen?- le preguntó Almeric con cierto enfado en sus palabras y es que él había sido la persona que más se había mostrado molesta frente a la actitud de Nathan frente a la soledad y la muerte de Eve, en más de una ocasión ya lo había emplazado a dejar su “Actitud de Mártir” y comprender que aún era joven y que incluso bastión de tormentas aún necesitaba aquel heredero que había significado la muerte de Eve, aunque estos emplazamientos le había costado más de una pelea con el aún regente de la tierra de la tormenta no se había mostrado dispuesto a disminuir su actuar, actuar que era más cercano al de un amigo que al de una espada juramentada leal y obediente a su señor -¿Y qué quieres que haga? ¿La invito a comer conmigo y que mis hombres me vean ya a solas con la mujer que remplazara a Eve en bastión de tormentas?- le respondió finalmente Nathan con cierta ironía en sus palabras, ironías que no encontraron oídos dispuesto a ofenderse en la espada juramentada quien no dudo un segundo en dibujar en su rostro una sonrisa triunfal -No es una mala idea ¿Qué quieres? ¿Que te consigamos una esposa horrible y vieja? ¿Así sentirás que traicionas menos a Eve? …- Pero esta vez las palabras no encontraron una buena acogida, los ojos de Nathan se volvieron de pronto más fríos y sin ninguna expresión salvo el profundo deseo de que guardara silencio… la mayoría de la gente no podría haber comprendido lo que significaba aquella mirada, pero Almeric si y a pesar de eso decidió comenzar a jugar con fuego -¿Qué? ¿No deseas que te nombres a Eve? No fuiste a su funeral para no verla muerta, nadie puede hablar de ella más que dos palabras ¿Acaso crees que eso la traerá de vuelta a la vida?- preguntó rápido y con el mismo tono frío que tenían los ojos de Nathan, pero esta vez los hechos en aquella tienda no se quedaron sólo en miradas y palabras desafiantes, de pronto y sin previo aviso el puño de Nathan se estrello con fuerza en la mejilla de Almeric haciendo que este se viera obligado a dar un paso atrás para evitar caer al suelo -¿Hasta cuándo? Son mis decisiones, ir o no al funeral lo era y hablar de ella… ¿Necesitas hablar de ella? ¿Qué diablos quieres saber? ¿Si la recuerdo? Pues es fácil… no recuerdo su rostro no recuerdo como lucía porque todos mis recuerdos están clavados en el momento en que la vida sin vida, no recuerdo como era antes, no recuerdo sus mejillas cuando aún corría sangre por su cuerpo… y de aquella a la que llaman mi hija, no recuerdo nada de ella y no deseo hacerlo- le dijo con claro enojo en sus palabras mientras su mano derecha se alzaba por sobre su hombro para hacerse con la espada que siempre portaba en la espalda -Eso no me importa, lo que quiero es que recuerdes que está muerta y tú tienes sólo 26 días del nombre… hagas lo que hagas tendrás algún vasallo para cuestionarte, hoy cuestionan que participes en esta guerra, mañana cuestionaran con quien te casas y después con quien casas a tus hijos… si te alzas contra un rey pero no eres capaz de controlar esto, mejor regresemos a bastión de tormentas, al menos ahí podremos protegerte- a pesar de la postura amenazante de Nathan con su espada en la mano, la espada juramentada lo único que hizo fue llevar su mano a sus labios para comprobar que estaba sangrando de su labio inferior, pero para mayor enojo de Nathan de su boca no salían más reproches ni su tono de voz cambiaba para mostrar malestar, por el contrario en su rostro sólo estaba esa sonrisa que daba a entender que era él quien había triunfado -Ordenare que te traigan de comer para dos, tu decide que haces… siempre puedes mandar por Beren, ya me dirás a mi mañana tus ordenes cuando dejes de sumirte en autocompasión- le dijo mientras le daba la espalda a Nathan con completa confianza de lo que hacía y se retiraba de la tienda del señor de la tierra de la tormenta.
La mente de Nathan maldecía una y otra vez a Almeric o al menos así había comenzado todo, maldiciéndolo una y otra vez por atreverse a hablarle de aquella forma a Él, a Nathan Baratheon… pero al final había terminado dando vueltas una y otra vez a sus palabras ¿Debía dar una oportunidad a la chica? ¿Qué culpa tenía ella de tener que estar ahí? No quería comenzar a empalizar con ella pero de alguna forma lo hacía incluso en su cabeza ya se comenzaba a dibujar la forma en que le podría incluso ofrecer no ser su esposa en el futuro y así evitar hacer de ella una segunda Eve -Id por Lady WendWater, decidle que Lord Baratheon le extiende una invitación para comer con él… y levantad una nueva tienda- Ordenó Nathan Mientras uno de los guardias le ayudaba a retirarse la coraza de su armadura que ahora era remplazado por un jubón de cuero endurecido negro, mucho más cómodo que la coraza metálica de su armadura. Cuando el soldado al que había impartido ordenes salió de la sala, cuatro mozos irrumpieron en la tienda disculpándose ante Lord Baratheon y aludiendo que Ser Almeric les había enviado diciendo que él había solicitado comida para atender a un invitado. Nathan observo el hacer de los mozos sólo hasta que estos sirvieron pollo asado con mermelada de albaricoque, en ese punto prefirió desviar su mente por unos segundos a los mapas de poniente que ahora habían sido desplazados a uno de los costados de la tienda para disponer una mesa en el centro de la tienda.
Se encontraba sumido en sus propios pensamientos y moviendo fichas sobre el mapa cuando escucho que saludo de la dama se giro hacía ella y le indico que se sentara en el lugar dispuesto para ella por los hombres que habían preparado la tienda, por su parte el venado se mantuvo unos minutos más en los mapas puesto que de pronto había sentido curiosidad por un pequeño paso en el lado NorOriental de su posición actual, pero finalmente fue sacado de sus pensamientos por el constante parloteo de la joven quien a pesar de haber sido recientemente entregada en matrimonio a un hombre que no conocía y además habiendo sido víctima de un largo vieja, se mostraba de muy buen ánimo y muy dispuesto a conversar, por lo miso Nathan cogió una gran bocanada de aire antes de girarse y dirigirse hasta su puesto en aquella mesa justo al frente de ella -¿Tu nombre es Brinna verdad?- su madre lo había dicho antes, pero quería comprobar primero si su memoria no le estaba jugando una mala pasada y la estaba llamando por el nombre de otra mujer -Hablas demasiado- le dijo en el mismo tono frio que había hecho la primera pregunta.
Después de aquel comentario y como era obvio se formo un silencio incomodo entre ambos, el plato de Nathan permanecía casi intacto salvo por algunos trozos de carne ya fría que había llevado a su boca mientras observaba las acciones de la joven. La miro al rostro una vez y de alguna forma sintió que había sido injusto con ella, sabía bien que no debía tratarla de ese modo, como fuera era su prometida ahora y merecía el justo respeto que estaba dispuesto a exigir para ella como la próxima señora de la tormenta, pero no abrían disculpas de su parte, simplemente decidió romper el silencio de alguna forma, aunque curiosamente para aquello necesitaba hacerla hablar una vez más -¿Tienes miedo Brinna?- le preguntó de pronto y antes de llevar un nuevo trozo de pollo a su boca para observarla mientras esperaba una respuesta de su parte.
-¿Qué Sabes de la tierra de la tormenta?- le volvió a preguntar tratando de hablar un poco con ella, aún así sus palabras no lograban conseguir un tono cálido y por mucho que Nathan se esforzaba en dejar atrás el tono gélido en que antes le había acusado de hablar demasiado, lo mejor que conseguía era un tono neutro que ni siquiera parecía demostrar verdadero interés en sus respuesta aunque la verdad fuera dicho, aquellas dos preguntas eran fundamentales para él.
El camino de regreso a la tienda del venado fue mucho más corto puesto que sin la compañía de Lady WendWater su tranco era mucho más largo y es que no quería estar fuera mucho tiempo, como pocas veces había optado por no detenerse junto a algunos de sus hombres para cruzar algunas palabras de aliento o simplemente pare parecer más cercano a ellos, esta vez el regente necesitaba soledad, soledad que por suerte encontró al llegar a su tienda, completamente solitaria y a pesar de tener dos guardias en la entrada se sentía solo al fin… Pero esa soledad no duró mucho más puesto que en cosa de minutos Almeric, su espada juramentada hizo arribo al lugar sin siquiera pedir ser anunciado -Toda una belleza la nueva Lady Baratheon, demasiado joven quizás, pero una belleza… ¿Felicitaciones?- Le dijo mientras tomaba asiento justo frente a Nathan con ese descaro que sólo dan los años de amistad que unían a aquella espada juramentada y a Nathan -No tengo deseo de hablar de eso… acércame los mapas, llama a Beren y Kefren, necesitamos comenzar a planificar el nuevo movimiento que realizaremos, no tengo intenciones de extender esta guerra más de lo necesario, no quiero estar tanto tiempo distanciado de la tierra de la tormenta- De alguna forma sabía que esta vez sus palabras no eran ciertas pues prolongar la guerra y mantenerse alejado de bastión de tormentas le supondrían una escusa para evitar el matrimonio que ahora le parecía tan cercano, pero la verdad fuera dicha, aquello debería terminar pronto y al igual que había comenzado las acciones en RefugioEstival, ahora estaba dispuesto a ser él quien continuara la expedición en las tierras de la corona -¿Mapas, guerra? Ha llegado tu prometida ¿Qué culpa tiene ella de la guerra… se parece acaso a alguna Targaryen?- le preguntó Almeric con cierto enfado en sus palabras y es que él había sido la persona que más se había mostrado molesta frente a la actitud de Nathan frente a la soledad y la muerte de Eve, en más de una ocasión ya lo había emplazado a dejar su “Actitud de Mártir” y comprender que aún era joven y que incluso bastión de tormentas aún necesitaba aquel heredero que había significado la muerte de Eve, aunque estos emplazamientos le había costado más de una pelea con el aún regente de la tierra de la tormenta no se había mostrado dispuesto a disminuir su actuar, actuar que era más cercano al de un amigo que al de una espada juramentada leal y obediente a su señor -¿Y qué quieres que haga? ¿La invito a comer conmigo y que mis hombres me vean ya a solas con la mujer que remplazara a Eve en bastión de tormentas?- le respondió finalmente Nathan con cierta ironía en sus palabras, ironías que no encontraron oídos dispuesto a ofenderse en la espada juramentada quien no dudo un segundo en dibujar en su rostro una sonrisa triunfal -No es una mala idea ¿Qué quieres? ¿Que te consigamos una esposa horrible y vieja? ¿Así sentirás que traicionas menos a Eve? …- Pero esta vez las palabras no encontraron una buena acogida, los ojos de Nathan se volvieron de pronto más fríos y sin ninguna expresión salvo el profundo deseo de que guardara silencio… la mayoría de la gente no podría haber comprendido lo que significaba aquella mirada, pero Almeric si y a pesar de eso decidió comenzar a jugar con fuego -¿Qué? ¿No deseas que te nombres a Eve? No fuiste a su funeral para no verla muerta, nadie puede hablar de ella más que dos palabras ¿Acaso crees que eso la traerá de vuelta a la vida?- preguntó rápido y con el mismo tono frío que tenían los ojos de Nathan, pero esta vez los hechos en aquella tienda no se quedaron sólo en miradas y palabras desafiantes, de pronto y sin previo aviso el puño de Nathan se estrello con fuerza en la mejilla de Almeric haciendo que este se viera obligado a dar un paso atrás para evitar caer al suelo -¿Hasta cuándo? Son mis decisiones, ir o no al funeral lo era y hablar de ella… ¿Necesitas hablar de ella? ¿Qué diablos quieres saber? ¿Si la recuerdo? Pues es fácil… no recuerdo su rostro no recuerdo como lucía porque todos mis recuerdos están clavados en el momento en que la vida sin vida, no recuerdo como era antes, no recuerdo sus mejillas cuando aún corría sangre por su cuerpo… y de aquella a la que llaman mi hija, no recuerdo nada de ella y no deseo hacerlo- le dijo con claro enojo en sus palabras mientras su mano derecha se alzaba por sobre su hombro para hacerse con la espada que siempre portaba en la espalda -Eso no me importa, lo que quiero es que recuerdes que está muerta y tú tienes sólo 26 días del nombre… hagas lo que hagas tendrás algún vasallo para cuestionarte, hoy cuestionan que participes en esta guerra, mañana cuestionaran con quien te casas y después con quien casas a tus hijos… si te alzas contra un rey pero no eres capaz de controlar esto, mejor regresemos a bastión de tormentas, al menos ahí podremos protegerte- a pesar de la postura amenazante de Nathan con su espada en la mano, la espada juramentada lo único que hizo fue llevar su mano a sus labios para comprobar que estaba sangrando de su labio inferior, pero para mayor enojo de Nathan de su boca no salían más reproches ni su tono de voz cambiaba para mostrar malestar, por el contrario en su rostro sólo estaba esa sonrisa que daba a entender que era él quien había triunfado -Ordenare que te traigan de comer para dos, tu decide que haces… siempre puedes mandar por Beren, ya me dirás a mi mañana tus ordenes cuando dejes de sumirte en autocompasión- le dijo mientras le daba la espalda a Nathan con completa confianza de lo que hacía y se retiraba de la tienda del señor de la tierra de la tormenta.
La mente de Nathan maldecía una y otra vez a Almeric o al menos así había comenzado todo, maldiciéndolo una y otra vez por atreverse a hablarle de aquella forma a Él, a Nathan Baratheon… pero al final había terminado dando vueltas una y otra vez a sus palabras ¿Debía dar una oportunidad a la chica? ¿Qué culpa tenía ella de tener que estar ahí? No quería comenzar a empalizar con ella pero de alguna forma lo hacía incluso en su cabeza ya se comenzaba a dibujar la forma en que le podría incluso ofrecer no ser su esposa en el futuro y así evitar hacer de ella una segunda Eve -Id por Lady WendWater, decidle que Lord Baratheon le extiende una invitación para comer con él… y levantad una nueva tienda- Ordenó Nathan Mientras uno de los guardias le ayudaba a retirarse la coraza de su armadura que ahora era remplazado por un jubón de cuero endurecido negro, mucho más cómodo que la coraza metálica de su armadura. Cuando el soldado al que había impartido ordenes salió de la sala, cuatro mozos irrumpieron en la tienda disculpándose ante Lord Baratheon y aludiendo que Ser Almeric les había enviado diciendo que él había solicitado comida para atender a un invitado. Nathan observo el hacer de los mozos sólo hasta que estos sirvieron pollo asado con mermelada de albaricoque, en ese punto prefirió desviar su mente por unos segundos a los mapas de poniente que ahora habían sido desplazados a uno de los costados de la tienda para disponer una mesa en el centro de la tienda.
Se encontraba sumido en sus propios pensamientos y moviendo fichas sobre el mapa cuando escucho que saludo de la dama se giro hacía ella y le indico que se sentara en el lugar dispuesto para ella por los hombres que habían preparado la tienda, por su parte el venado se mantuvo unos minutos más en los mapas puesto que de pronto había sentido curiosidad por un pequeño paso en el lado NorOriental de su posición actual, pero finalmente fue sacado de sus pensamientos por el constante parloteo de la joven quien a pesar de haber sido recientemente entregada en matrimonio a un hombre que no conocía y además habiendo sido víctima de un largo vieja, se mostraba de muy buen ánimo y muy dispuesto a conversar, por lo miso Nathan cogió una gran bocanada de aire antes de girarse y dirigirse hasta su puesto en aquella mesa justo al frente de ella -¿Tu nombre es Brinna verdad?- su madre lo había dicho antes, pero quería comprobar primero si su memoria no le estaba jugando una mala pasada y la estaba llamando por el nombre de otra mujer -Hablas demasiado- le dijo en el mismo tono frio que había hecho la primera pregunta.
Después de aquel comentario y como era obvio se formo un silencio incomodo entre ambos, el plato de Nathan permanecía casi intacto salvo por algunos trozos de carne ya fría que había llevado a su boca mientras observaba las acciones de la joven. La miro al rostro una vez y de alguna forma sintió que había sido injusto con ella, sabía bien que no debía tratarla de ese modo, como fuera era su prometida ahora y merecía el justo respeto que estaba dispuesto a exigir para ella como la próxima señora de la tormenta, pero no abrían disculpas de su parte, simplemente decidió romper el silencio de alguna forma, aunque curiosamente para aquello necesitaba hacerla hablar una vez más -¿Tienes miedo Brinna?- le preguntó de pronto y antes de llevar un nuevo trozo de pollo a su boca para observarla mientras esperaba una respuesta de su parte.
-¿Qué Sabes de la tierra de la tormenta?- le volvió a preguntar tratando de hablar un poco con ella, aún así sus palabras no lograban conseguir un tono cálido y por mucho que Nathan se esforzaba en dejar atrás el tono gélido en que antes le había acusado de hablar demasiado, lo mejor que conseguía era un tono neutro que ni siquiera parecía demostrar verdadero interés en sus respuesta aunque la verdad fuera dicho, aquellas dos preguntas eran fundamentales para él.
Nathan Baratheon- Nobleza
Re: La entrega [Nathan Baratheon]
La fría observación que Nathan Baratheon ofreció como toda respuesta a los animados comentarios que Brinna había realizado mientras se disponía a degustar aquella deliciosa cena tan inesperada en un campamento de soldados hizo que la joven detuviera su parloteo de forma inmediata, manteniendo sin embargo sus ojos azules sobre el rostro de quien iba a convertirse en su esposo en poco menos de dos lunas. Le contempló durante unos instantes con el estupor dibujado en sus facciones, sin saber si mostrarse ofendida por aquel tajo a su buen humor sería lo más conveniente en aquellas circunstancias. Sintió que sus mejillas ardían ante tal confusión, ¿acaso había cometido algún error o debía haber esperado a que él le concediera la oportunidad de hablar? Vio entonces una sombra en los velados ojos de Lord Baratheon, un gris manto de tristeza que apenas dejaba ver una furia contenida, una frustrada resignación, un silencio que gritaba. Tras un parpadeo y temiendo que él la considerara una descarada, bajó los ojos a su plato, donde una gruesa y espesa gota de mermelada de color oro se deslizaba con pereza sobre la tostada piel del pollo asado. Fuera, se escuchaban las risas y voces de los soldados que se entregaban a la distensión de la noche que caía sobre el campamento, aunque los esporádicos sonidos metálicos de espadas chocando entre sí daban a entender que al menos algunos de ellos se entregaban al entrenamiento ante las batallas que se avecinaban. Brinna suspiró mientras posaba una de las manos sobre la mesa en la que había sido servido la cena, reparando en que la avejentada madera no había sido cubierta con un mantel, pensamiento algo desubicado en un momento como aquel pero que la distrajo lo suficiente como para volver a elevar la mirada sobresaltada al escuchar la voz de Nathan alzándose de nuevo sobre los ruidos y voces que llegaban desde el exterior. Entreabrió los labios algo confusa ante aquella pregunta, ordenando rápidamente las ideas en su cabeza para responder con presteza y no parecer una de esas damas lánguidas y vacías que sólo hablaban de vestidos y flores, pero entonces Lord Baratheon agregó una cuestión más, siempre con aquel tono de voz neutro que seguramente usara también con el criado que aguardaba órdenes, retirado entre las sombras, con las manos cogidas por delante y la cabeza gacha. - Mi padre siempre decía que era propio de los cuerdos el tener miedo - logró decir, aludiendo a las palabras del hombre que más había admirado en su corta vida - El miedo nos mantiene alertas ante el futuro y nos permite estar preparados para lo que venga con él así que sí, tengo miedo - admitió afirmando con la cabeza con una serie de rápidos movimientos que hicieron ondear levemente su melena rubia - Creo que lo esencial no es tener miedo, sino ser capaces de enfrentarnos a lo que tememos. El valor es más fuerte que el miedo -. Tras aquella última afirmación decidió dar un trago de su vino, no por sed ni por apetencia, sino para intentar deshacer el nudo que le atenazaba la garganta y la boca del estómago. Su mirada no se había despegado de los ojos de Lord Baratheon, tratando de mostrarse valerosa ante él a pesar de que su corazón latía precipitadamente bajo el lino de su vestido gris. Brinna no tenía miedo: estaba aterrorizada. Temía que aquel hombre de expresión pétrea quisiera doblegarla aquella noche en el estrecho jergón que surgía como una amenaza de entre las sombras de la tienda, temía ser rechazada en las Tormentas, temía que su familia sufriera represalias por parte de los Targaryen, temía que Lord Baratheon muriera en la guerra y quedar sola y desamparada en una tierra que aún le era extraña... Sin embargo allí estaba, dispuesta no sólo a enfrentarse a cualquiera de aquellos riesgos sino también a superarlos, pues para ello había sido educada y debía corresponder la confianza que su madre había puesto en ella. - Vos también tenéis miedo, ¿no es así? - se atrevió a afirmar, aunque se arrepintió de aquella frase cuando escuchó el leve respingo que emitió el silencioso sirviente. Tras tragar saliva con cierta dificultad, abordó la siguiente cuestión.
Brinna carraspeó suavemente mientras acomodaba su postura en aquella silla algo incómoda y demasiado dura, irguiendo la espalda contra el respaldo y acomodando sus manos entrelazadas sobre el regazo, de la misma manera en que lo hacía cuando se sometía a los exámenes del maestre de Caminoarroyo. - Las Tierras de la Tormenta son gobernadas por la familia Baratheon, cuyo blasón es un venado rampante con corona, en color negro sobre fondo de oro. Su lema es “Nuestra es la Furia” y se asientan en Bastión de Tormentas - la joven Wendwater hizo una breve pausa, siempre manteniendo sus ojos sobre los de su futuro marido, manteniéndose serena a pesar de que en sus pupilas titilaba cierto temor - El primer Baratheon fue Lord Orys, el cual había asesinado al último Rey Tormenta... Argilac el Arrogante - añadió precipitadamente, pues a punto estuvo de no recordar aquel nombre de sabor tan ancestral - También sé de la guerra civil de hace dos años - continuó hablando, intensificándose ahora la duda en su voz pues a pesar de que tenía frente sí al vencedor de aquel conflicto, desconocía hasta tal punto la prudencia de extenderse demasiado en sus conocimientos sobre el mismo; a fin de cuentas, la paz había llegado tras desposarse Nathan con Eve Connington, de quien había enviudado hacía menos de una luna - De... aquellos vasallos que se levantaron contra vuestro legítimo gobierno - expuso enarcando las cejas en un gesto de empatía con Lord Baratheon, como si ella también considerara lo injustificado de aquel deleznable acto de rebelión, cuyos motivos nunca había tenido demasiado claros. Decidió entonces abandonar la política y los riesgos de caer en un exceso de halagos que pudieran resultar falsos para abordar otro tipo de cuestiones acerca de las tierras de las que sería señora. - Mi maestre dice que las Tierras de la Tormenta son hermosas, pobladas de bosques cuyos árboles hunden sus raíces en la roca y montañas que resisten los fuertes vientos y las intensas lluvias - esta vez su voz adquirió un tono suave, como si tan sólo estuviera narrando un cuento a su hermano de tres años, allá en sus aposentos de Caminoarroyo - También me ha contado que sus costas son acantilados enormes de piedra contra los que se rompen las olas y las aguas son claras y cristalinas, aunque muchos navegantes tienen miedo de atravesarlas por las tormentas que azotan esa región... Asegura que los habitantes de vuestras tierras poseen la furia del trueno y la luz del relámpago en su sangre -. Brinna guardó silencio; en su fuero interno sospechaba que aquellas palabras formaban parte del consuelo que el maestre de Caminoarroyo le había ofrecido la noche anterior para paliar su incertidumbre en cuanto al futuro que la esperaba, y que quizá aquellas tierras no eran tan idílicas como las había descrito durante la cena. La joven Wendwater, sin embargo, había decidido creer a ciegas en todo lo que le había contado el anciano junto al que había crecido y del que había aprendido todo lo que sabía; se vanagloriaba de superar en varios aspectos a muchas de las damas de Poniente, o al menos a las pocas que había conocido. La cena se enfriaba ante ambos a pesar de su tentador aspecto y la mezcolanza de aromas que había logrado doblegar cualquier resto de olor a marcialidad que hubiera en la tienda; tal era la tensión creada entre el futuro matrimonio Baratheon que incluso el callado sirviente parecía haber dejado de respirar. La muchacha, queriendo recuperar la normalidad y adquirir una rutina junto a Lord Baratheon, se puso en pie arrastrando la silla sobre la tela que ocultaba el húmedo suelo del claro forestal en el que se levantaba el campamento, provocando así que un inesperado olor a tierra húmeda se mezclara con el de las viandas que aguardaban sin éxito a ser consumidas.
El joven criado se atrevió a levantar sus ojos castaños y de expresión vivaracha hacia ella, como si pretendiera advertirle con su mirada de que era mejor que permaneciera sentada, pero Brinna no pudo percibir aquel silencioso aviso ya que sus ojos seguían fijos en Lord Baratheon. Avanzó los dos o tres pasos que le separaban de él, salvando la barrera física que la mesa suponía ya que aún no creía prudente tratar de superar otro tipo de barreras, y tomando entre sus manos una de las jarras de vino, preguntó con una voz casual que derrochaba confianza: - ¿Queréis más vino, mi señor? - sin esperar una respuesta, comenzó a volcar la jarra sobre la copa hasta que comprobó que ésta se hallaba intacta y logró enderezar el recipiente antes de que una sola gota carmesí cayera en su interior. - ¿No habéis bebido nad...? -. Su pregunta fue interrumpida por los balbuceos del sirviente que se aproximó a ambos con expresión compungida. - Mi... mi señor, lo lamento, olvidé que... Estuve sirviendo en la tienda del señor Almeric y... - ante el gesto de confusión que mostraba Brinna en su rostro, el chico explicó atropelladamente -: Lord Baratheon gusta del agua con limón, mi señora -. - ¡Oh! - exclamó ella con un tono coloquial no demasiado propio de la dama que se dirige a un criado - Pues ve a por ella entonces, apúrate y asegúrate de que haya sido hervida antes - enarcó las cejas con un ademán que podría haber sido amenazante de no ser por la dulce sonrisa que acompañó aquel gesto y atenuó la velada autoridad de aquella orden expresada con tanta claridad como amabilidad. El sirviente no esperó a que las palabras de la joven Wendwater fueran refrendadas por Lord Baratheon y tras abrir la puerta de la tienda de un manotazo, desapareció de allí a gran velocidad. El silencio volvió a hacerse dueño de aquel espacio mientras Brinna permanecía en pie junto a Nathan, posando la jarra de vino sobre la mesa de nuevo. Reparó en lo curioso de aquel caballero que rechazaba el vino aunque en el fondo agradecía que al menos aquella noche, el Lord decidiera no consumirlo y mucho menos abusar de él. Inquieta debido a la tirantez de la situación, Brinna tomó la copa de Lord Baratheon para vaciarla, vertiendo parte de su contenido en su propia copa y bebiendo de un solo trago el resto. Después, tomando una de las servilletas de hilo que había diseminadas por la mesa -algo incoherente con la ausencia de mantel, según el criterio de la joven nada habituada al ambiente castrense y sus improvisaciones- se dedicó a limpiar aquel austero cáliz, dejándolo listo para cuando el chico regresara portando el agua con limón. No podía negar que sentía cierta frustración ante el malogrado intento de mostrarse servicial y solícita con Lord Baratheon. - Si no os gusta la cena que han servido, puedo ordenar también que traigan algo de vuestro gusto - afirmó con decisión al contemplar que en el plato que había frente a Nathan, la mermelada del pollo se solidificaba al enfriarse. - Apenas habéis comido nada - constató, aún de pie junto a él como si se dispusiera a velar su bienestar. Lord Baratheon emanaba una melancolía que la joven podía percibir con mucha claridad y ante la cual comenzaba a sentirse conmovida; aún así, también inspiraba una autoridad que Brinna acusaba en forma de temor, a lo que no habían ayudado las escasas y secas palabras que le había dedicado desde que estaban a solas. El Nathan sonriente y cordial que la había recibido al atardecer se había convertido en un hombre sombrío y abatido al caer la noche, y de alguna manera Brinna no era capaz de mantenerse ajena a su estado de ánimo. Hubiera sido sencillo mantenerse indolente y disfrutar de la cena y el vino; sin embargo eligió permanecer a su lado como el más leal de los escuderos. Se giró hacia la doble cortina que hacía las veces de puerta, tratando de ver entre la gruesa tela si ya regresaba el muchacho portando el agua con limón, y de forma casi instintiva posó su mano sobre el hombro de Nathan, acariciando con sus pequeños dedos el frío cuero negro del jubón que le cubría.
Brinna carraspeó suavemente mientras acomodaba su postura en aquella silla algo incómoda y demasiado dura, irguiendo la espalda contra el respaldo y acomodando sus manos entrelazadas sobre el regazo, de la misma manera en que lo hacía cuando se sometía a los exámenes del maestre de Caminoarroyo. - Las Tierras de la Tormenta son gobernadas por la familia Baratheon, cuyo blasón es un venado rampante con corona, en color negro sobre fondo de oro. Su lema es “Nuestra es la Furia” y se asientan en Bastión de Tormentas - la joven Wendwater hizo una breve pausa, siempre manteniendo sus ojos sobre los de su futuro marido, manteniéndose serena a pesar de que en sus pupilas titilaba cierto temor - El primer Baratheon fue Lord Orys, el cual había asesinado al último Rey Tormenta... Argilac el Arrogante - añadió precipitadamente, pues a punto estuvo de no recordar aquel nombre de sabor tan ancestral - También sé de la guerra civil de hace dos años - continuó hablando, intensificándose ahora la duda en su voz pues a pesar de que tenía frente sí al vencedor de aquel conflicto, desconocía hasta tal punto la prudencia de extenderse demasiado en sus conocimientos sobre el mismo; a fin de cuentas, la paz había llegado tras desposarse Nathan con Eve Connington, de quien había enviudado hacía menos de una luna - De... aquellos vasallos que se levantaron contra vuestro legítimo gobierno - expuso enarcando las cejas en un gesto de empatía con Lord Baratheon, como si ella también considerara lo injustificado de aquel deleznable acto de rebelión, cuyos motivos nunca había tenido demasiado claros. Decidió entonces abandonar la política y los riesgos de caer en un exceso de halagos que pudieran resultar falsos para abordar otro tipo de cuestiones acerca de las tierras de las que sería señora. - Mi maestre dice que las Tierras de la Tormenta son hermosas, pobladas de bosques cuyos árboles hunden sus raíces en la roca y montañas que resisten los fuertes vientos y las intensas lluvias - esta vez su voz adquirió un tono suave, como si tan sólo estuviera narrando un cuento a su hermano de tres años, allá en sus aposentos de Caminoarroyo - También me ha contado que sus costas son acantilados enormes de piedra contra los que se rompen las olas y las aguas son claras y cristalinas, aunque muchos navegantes tienen miedo de atravesarlas por las tormentas que azotan esa región... Asegura que los habitantes de vuestras tierras poseen la furia del trueno y la luz del relámpago en su sangre -. Brinna guardó silencio; en su fuero interno sospechaba que aquellas palabras formaban parte del consuelo que el maestre de Caminoarroyo le había ofrecido la noche anterior para paliar su incertidumbre en cuanto al futuro que la esperaba, y que quizá aquellas tierras no eran tan idílicas como las había descrito durante la cena. La joven Wendwater, sin embargo, había decidido creer a ciegas en todo lo que le había contado el anciano junto al que había crecido y del que había aprendido todo lo que sabía; se vanagloriaba de superar en varios aspectos a muchas de las damas de Poniente, o al menos a las pocas que había conocido. La cena se enfriaba ante ambos a pesar de su tentador aspecto y la mezcolanza de aromas que había logrado doblegar cualquier resto de olor a marcialidad que hubiera en la tienda; tal era la tensión creada entre el futuro matrimonio Baratheon que incluso el callado sirviente parecía haber dejado de respirar. La muchacha, queriendo recuperar la normalidad y adquirir una rutina junto a Lord Baratheon, se puso en pie arrastrando la silla sobre la tela que ocultaba el húmedo suelo del claro forestal en el que se levantaba el campamento, provocando así que un inesperado olor a tierra húmeda se mezclara con el de las viandas que aguardaban sin éxito a ser consumidas.
El joven criado se atrevió a levantar sus ojos castaños y de expresión vivaracha hacia ella, como si pretendiera advertirle con su mirada de que era mejor que permaneciera sentada, pero Brinna no pudo percibir aquel silencioso aviso ya que sus ojos seguían fijos en Lord Baratheon. Avanzó los dos o tres pasos que le separaban de él, salvando la barrera física que la mesa suponía ya que aún no creía prudente tratar de superar otro tipo de barreras, y tomando entre sus manos una de las jarras de vino, preguntó con una voz casual que derrochaba confianza: - ¿Queréis más vino, mi señor? - sin esperar una respuesta, comenzó a volcar la jarra sobre la copa hasta que comprobó que ésta se hallaba intacta y logró enderezar el recipiente antes de que una sola gota carmesí cayera en su interior. - ¿No habéis bebido nad...? -. Su pregunta fue interrumpida por los balbuceos del sirviente que se aproximó a ambos con expresión compungida. - Mi... mi señor, lo lamento, olvidé que... Estuve sirviendo en la tienda del señor Almeric y... - ante el gesto de confusión que mostraba Brinna en su rostro, el chico explicó atropelladamente -: Lord Baratheon gusta del agua con limón, mi señora -. - ¡Oh! - exclamó ella con un tono coloquial no demasiado propio de la dama que se dirige a un criado - Pues ve a por ella entonces, apúrate y asegúrate de que haya sido hervida antes - enarcó las cejas con un ademán que podría haber sido amenazante de no ser por la dulce sonrisa que acompañó aquel gesto y atenuó la velada autoridad de aquella orden expresada con tanta claridad como amabilidad. El sirviente no esperó a que las palabras de la joven Wendwater fueran refrendadas por Lord Baratheon y tras abrir la puerta de la tienda de un manotazo, desapareció de allí a gran velocidad. El silencio volvió a hacerse dueño de aquel espacio mientras Brinna permanecía en pie junto a Nathan, posando la jarra de vino sobre la mesa de nuevo. Reparó en lo curioso de aquel caballero que rechazaba el vino aunque en el fondo agradecía que al menos aquella noche, el Lord decidiera no consumirlo y mucho menos abusar de él. Inquieta debido a la tirantez de la situación, Brinna tomó la copa de Lord Baratheon para vaciarla, vertiendo parte de su contenido en su propia copa y bebiendo de un solo trago el resto. Después, tomando una de las servilletas de hilo que había diseminadas por la mesa -algo incoherente con la ausencia de mantel, según el criterio de la joven nada habituada al ambiente castrense y sus improvisaciones- se dedicó a limpiar aquel austero cáliz, dejándolo listo para cuando el chico regresara portando el agua con limón. No podía negar que sentía cierta frustración ante el malogrado intento de mostrarse servicial y solícita con Lord Baratheon. - Si no os gusta la cena que han servido, puedo ordenar también que traigan algo de vuestro gusto - afirmó con decisión al contemplar que en el plato que había frente a Nathan, la mermelada del pollo se solidificaba al enfriarse. - Apenas habéis comido nada - constató, aún de pie junto a él como si se dispusiera a velar su bienestar. Lord Baratheon emanaba una melancolía que la joven podía percibir con mucha claridad y ante la cual comenzaba a sentirse conmovida; aún así, también inspiraba una autoridad que Brinna acusaba en forma de temor, a lo que no habían ayudado las escasas y secas palabras que le había dedicado desde que estaban a solas. El Nathan sonriente y cordial que la había recibido al atardecer se había convertido en un hombre sombrío y abatido al caer la noche, y de alguna manera Brinna no era capaz de mantenerse ajena a su estado de ánimo. Hubiera sido sencillo mantenerse indolente y disfrutar de la cena y el vino; sin embargo eligió permanecer a su lado como el más leal de los escuderos. Se giró hacia la doble cortina que hacía las veces de puerta, tratando de ver entre la gruesa tela si ya regresaba el muchacho portando el agua con limón, y de forma casi instintiva posó su mano sobre el hombro de Nathan, acariciando con sus pequeños dedos el frío cuero negro del jubón que le cubría.
Brinna Baratheon
Re: La entrega [Nathan Baratheon]
¿Y qué tal si en realidad Nathan ya no sentía miedo? Aquel era el verdadero temor del aún joven venado, el curioso temor a dejar de tener temor… era extraño ya que aquel pensamiento provenía de las enseñanzas de su padre al igual que provenían las de ella, palabras de los padre… y en su caso particular siempre había recordado muy bien las enseñanzas del suyo…
… Y es que a pesar de que el padre de Nathan nunca fue un hombre muy afectuoso con sus hijos (los varones), siempre había sabido dar algún consejo a sus hijos, especialmente a Nathan en quien había centrado todos sus esfuerzos para convertirlo en un regente digno de la tierra de la tormenta, pero ahora en el corazón de aquel hijo tan bien criado crecía fuerte aquel temor, ese temor a ya no tener nada por lo que pelear. En la guerra de la tormenta había peleado con fiereza por mantener su posición como señor de la tormenta, había descubierto en esa furia una crueldad que no conocía en él, así como también había descubierto ese oculto agrado por la guerra… Pero la muerte de Eve había cambiado todo, siempre había pensado que en realidad sería él quien muriera primero, pero no había sido así y por largos días había sentido que ya no temía a nada, y aquella guerra representaba para él sólo el aferrarse a su honor y a la palabra empeñada, porque a modo personal sentía que sólo debía pelear hasta que alguien lo matara o hasta que el derramar sangre en algún momento terminara por saciar su sed de muerte… Pero con el paso de los días las cosas habían mejorado y ahora volvía a sentir un ligero roce de temor en su piel.
Aquel ultimo pensamiento lo sacó de eses pequeño mundo que era su cabeza en esos momentos para llevarlo una vez más a aquella tienda de campaña en donde sólo se encontraba él y la niña que decían sería su próxima esposa -Tu padre era un hombre sabio entonces, no recuerdo haberlo conocido, mas mi padre si hablo de él en algún momento- Nathan no mentía, recordaba el apellido Wendwater, Desmond Baratheon lo había nombrado en más de una ocasión, algunas veces lo había hecho como un posible aliado, otras como un posible peligro… ahora Nathan estaba apostado todo a que fueran sus aliados en esta cruzada que estaba comenzando para aferrarse a su propia vida -Recuerda sus enseñanzas, a pesar de que tu hogar ahora será Bastión de Tormentas, una de las más grandiosas fortalezas, superada quizás sólo por el nido, recuerda que siempre debes temer, en especial ahora- le recomendó aunque aún de forma algo seca, y es que por más que se estaba esforzando en no actuar de aquella manera algo le impedía ser de otra forma con aquella chica que tenía en frente… y era curioso puesto que seguramente por poniente ahora era tildado como uno de los mayores traidores, y sin embargo en él la única traición que pesaba era el pensamiento de que al ser si quiera un tanto amable con la joven, estaría siendo un traidor, pero aún así ella no tenía la culpa, Nathan lo sabía y el simple hecho de saberlo hacía que en su cabeza por largos trazos de la conversación reinara la confusión -Y sobre tu pregunta, la respuesta es SI, tengo temor, lo siento cada vez que me duermo y lo recuerdo cada vez que me vuelvo a levantar- volvió a mentir de alguna forma, ya que él bien sabía que sus peores temores lo visitaban en las noches impidiéndole algunas noches ni siquiera conciliar el sueño.
El resto de la conversación continuó con normalidad, de alguna forma Nathan aún sentía que Brinna hablaba demasiado, en especial después de que le hiciera una larga exposición sobre la tierra de la tormenta, aunque Nathan mucho se temía que su maestre le había enseñado algunos cosas un tanto erróneas o mejor dicho, había obviado las cosas malas que poseía la tierra de la tormenta que en realidad en muchos aspectos estaba bastante alejado de ser el paraíso terrenal que fingía ser “Tierras de la Corona”. Pero Nathan en esta ocasión guardo silenció mientras por momentos la escuchaba hablar una y otra vez sobre la tierra de la tormenta, esta vez no la interrumpiría -Por un momento pensé que sabías más de mis tierras que yo mismo- Soltó Nathan tratando de hablar en un tono ameno, sin embargo aquel fin no tuvo resultados reales ya que si bien no era el mismo tono en que le había pedido que hablara menos, seguía siendo un tono distante que establecía una distancia entre ella y él, además sin quererlo por primera vez desde su encuentro Nathan había hecho latente la superioridad de su título, cosa que por cortesía había intentado obviar durante los diferentes pasajes de la conversación. -Pero está bien, sabes lo que tienes que saber y el resto lo descubrirás con el tiempo, si los dioses así lo desean- ¿Resignación frente al matrimonio? No, no se trataba de eso… él no quería ¿Pero qué pasaba si Almeric tenía razón?. La mente de Nathan era un torbellino por momentos, sus pensamientos pasaban de la tranquilidad a la ira como si en él hubiera dos personas. Pero aquello era su mente nada más pues su rostro aún se mostraba imperturbable como si en realidad toda aquella situación estuviera bajo su total control.
¿Qué iba a hacer si no lograba olvidar a su ahora difunta esposa? Aún añoraba las gélidas miradas que ella le dedicaba cada vez que estaba enojada… cosa que por lo general era todo los días. Las dos mujeres eran tan diferentes y es que de todos modos eran años enteros las que las separaban a ambas, pero Brinna parecía ser una muchacha de sonrisa fácil y Eve… no, por más que Nathan se esforzaba en recordarla sonriendo no podía a su cabeza solo venía el recuerdo del gélido rostro de Eve muerta. Nathan sabía que quizás lo mejor era detener aquella boda, sabía bien que podía ganar aquella guerra sin necesidad de las tropas o de las tierras de los WendWater, sólo debía no atacarlos y atemorizarlos para que no entrara en la guerra. Pero no, Nathan también sabía que él no debía preocuparse por aquella chiquilla, era su madre la que debió haber pensado el casarla con él, el deber de Nathan era velar por sus tierras, por su gente y por conducirlos hacía una victoria lo más limpia posible. Pero si sólo unos minutos antes su mente lo había llevado a intentar establecer diferentes entre su ex esposa y su futura esposa, ahora era ella misma quien se plantaba frente a él estableciendo una nueva diferencia… ¿Servirle? Aquello era una nueva sensación para Nathan, no, mejor dicho era una sensación olvidada por Nathan al menos viniendo de alguien noble… Jenna durante su juventud siempre se había mostrado como la dama perfecta siempre dispuesta a atenderlo con estima, pero la guerra de la tormenta había eliminado eso. Valerie, bueno Valerie era un caso especial, ella más bien siempre había sido un tanto especial en aquel sentido. Y por ultimo Eve, ella siempre se había encargado de establecer sus diferencias con cualquier otra persona al servicio de Nathan así que aquella actitud que ahora mostraba Brinna al intentar servirle era completamente nueva.
-Intento no beber vino durante las campañas, aquello lo dejo para mis hombres, yo no me siento en un trono a dar órdenes esperando que mis hombres las cumplan por mí, soy su regente y además soy su general, mi cabeza debe estar en orden para que ellos no mueran- la sorpresa de lo servicial de Brinna hizo que Nathan de inmediato e inconscientemente se intentara justificar de alguna forma por no beber vino, no sabía porque lo hacía, por un momento sintió que tampoco quería plantarse frente a ella como un hombre que no cumple los cannones establecidos para uno y es que recordaba bien lo extraño que era para algunos caballeros, incluso para la heredera de los Dondarrion el hecho de que él bebiera en tan escasas ocasiones. Tardo unos cuantos minutos en recuperar la normalidad en su actuar, y es que sin quererlo se había visto totalmente sorprendido por aquella chiquilla, de hecho aquel Nathan sorprendido de pronto también cayó en cuenta de lo sorprendente que era la facilidad con la que había dado órdenes a uno de sus criados a pesar de que tan sólo minutos atrás se había mostrado tan tímida y cuidadosa -Estamos en un campamento Brinna, la comida que vez es lo mejor que tenemos y sólo…- quiso decirle que sólo estaban comiendo aquello por su presencia en aquella tienda, sin embargo prefirió omitir ese comentario, no sabía bien el motivo por el cual prefería dejarlo pasar, no hacerla sentir halagada quizás o también no hacerla sentir culpable, al menos él no estaba del todo seguro -Mis órdenes son que mis alimentos no sean muy diferentes a los de mis hombres…- aquello lo hacía no por querer fingir humildad, al contrario lo hacía por su propio bien, durante la guerra la necesidad había hecho que algunos días comieran incluso mientras sus caballos cruzaban tierras aliadas, y en aquellas condiciones había descubierto que la mejor forma de estar cercano a sus hombres y que estos lo percibieran como tal era estando con ellos y tratando de alimentarse como ellos, por algún motivo aquello parecía fundamental para la gente de clases más bajas. Pero la amabilidad que Nathan había mostrado en los últimos minutos se esfumo de golpe cuando ella posó sus manos sobre su hombro de manera incomoda para él, sólo una mirada que alternó entre su propio hombro y el rostro de la chica fue el único aviso a que pronto se pondría de pie.
De alguna forma extraña Nathan se había sentido incomodo con ese tacto entre los dos, pero nada le dijo simplemente la observo por unos segundos más antes de dirigir sus pasos hasta el mapa en el que había estado antes. Pero incluso más curiosa fue la reacción del joven criado al ver a los dos señores alejados de pronto cuando al haber abandonado el tienda todo parecía haber estado “tan bien” entre los dos -Déjalo sobre la mesa y retírate, necesito hablar con ella a solas- le ordeno Nathan con tono autoritario al cual el joven mozo del venado reacciono de inmediato abandonado la sala, como el encargado de las escasas atenciones que Nathan había aceptado ya sabía muy bien que cuando aquel que ostentaba el título de “Señor Del Tormenta” daba una orden en aquellos tonos lo mejor era aceptarla y cumplir sus deseos tal cual lo estaba solicitando. -No sé realmente que piensas sobre mi guerra, tampoco me importa mucho…- dijo Nathan al sentir que realmente se encontraban solos una vez más, pero zanjo aquel tema de inmediato, no quería escuchar palabras de buena educación en que ella le entregaba su apoyo y consideraba justos sus deseos, y ciertamente tampoco quería escuchar reproches por su actuar -Sé que no estás aquí por gusto propio, pero los reproches que tengas que hacer los puedes hacer a tu madre, ha sido ella quien me ha exigido casarme contigo para no estar en mi contra en esta causa… así que dentro de unos días, cuando tenga solucionado algunos asuntos partirás conmigo a bastión de tormentas, permanecerás ahí junto a mi familia, como mi prometida ¿Tienes Algún inconveniente o algo que quieras aclarar ahora?-
“Algunos dicen que los hombres valientes no temen a Nada, yo digo que aquellos son hombres estúpidos o hombres que no tienen nada que perder en la vida y esa clase de hombres no valen la pena, Mientras sientas temor sólo significara que tienes algo por lo que luchar, algo a que aferrarte y algo que proteger… incluso si sólo peleas por tu vida, al menos significara que temes perder tu vida y te aferraras a ella con todas tus fuerzas… un hombre, un caballero, un regente como lo serás tú, es aquel que siente temor, pero lo domina para transformarlo en su fuerza… Además un día tendrás tu familia y comprenderas que las cosas cambian mucho cuando eso pasa”.
… Y es que a pesar de que el padre de Nathan nunca fue un hombre muy afectuoso con sus hijos (los varones), siempre había sabido dar algún consejo a sus hijos, especialmente a Nathan en quien había centrado todos sus esfuerzos para convertirlo en un regente digno de la tierra de la tormenta, pero ahora en el corazón de aquel hijo tan bien criado crecía fuerte aquel temor, ese temor a ya no tener nada por lo que pelear. En la guerra de la tormenta había peleado con fiereza por mantener su posición como señor de la tormenta, había descubierto en esa furia una crueldad que no conocía en él, así como también había descubierto ese oculto agrado por la guerra… Pero la muerte de Eve había cambiado todo, siempre había pensado que en realidad sería él quien muriera primero, pero no había sido así y por largos días había sentido que ya no temía a nada, y aquella guerra representaba para él sólo el aferrarse a su honor y a la palabra empeñada, porque a modo personal sentía que sólo debía pelear hasta que alguien lo matara o hasta que el derramar sangre en algún momento terminara por saciar su sed de muerte… Pero con el paso de los días las cosas habían mejorado y ahora volvía a sentir un ligero roce de temor en su piel.
Aquel ultimo pensamiento lo sacó de eses pequeño mundo que era su cabeza en esos momentos para llevarlo una vez más a aquella tienda de campaña en donde sólo se encontraba él y la niña que decían sería su próxima esposa -Tu padre era un hombre sabio entonces, no recuerdo haberlo conocido, mas mi padre si hablo de él en algún momento- Nathan no mentía, recordaba el apellido Wendwater, Desmond Baratheon lo había nombrado en más de una ocasión, algunas veces lo había hecho como un posible aliado, otras como un posible peligro… ahora Nathan estaba apostado todo a que fueran sus aliados en esta cruzada que estaba comenzando para aferrarse a su propia vida -Recuerda sus enseñanzas, a pesar de que tu hogar ahora será Bastión de Tormentas, una de las más grandiosas fortalezas, superada quizás sólo por el nido, recuerda que siempre debes temer, en especial ahora- le recomendó aunque aún de forma algo seca, y es que por más que se estaba esforzando en no actuar de aquella manera algo le impedía ser de otra forma con aquella chica que tenía en frente… y era curioso puesto que seguramente por poniente ahora era tildado como uno de los mayores traidores, y sin embargo en él la única traición que pesaba era el pensamiento de que al ser si quiera un tanto amable con la joven, estaría siendo un traidor, pero aún así ella no tenía la culpa, Nathan lo sabía y el simple hecho de saberlo hacía que en su cabeza por largos trazos de la conversación reinara la confusión -Y sobre tu pregunta, la respuesta es SI, tengo temor, lo siento cada vez que me duermo y lo recuerdo cada vez que me vuelvo a levantar- volvió a mentir de alguna forma, ya que él bien sabía que sus peores temores lo visitaban en las noches impidiéndole algunas noches ni siquiera conciliar el sueño.
El resto de la conversación continuó con normalidad, de alguna forma Nathan aún sentía que Brinna hablaba demasiado, en especial después de que le hiciera una larga exposición sobre la tierra de la tormenta, aunque Nathan mucho se temía que su maestre le había enseñado algunos cosas un tanto erróneas o mejor dicho, había obviado las cosas malas que poseía la tierra de la tormenta que en realidad en muchos aspectos estaba bastante alejado de ser el paraíso terrenal que fingía ser “Tierras de la Corona”. Pero Nathan en esta ocasión guardo silenció mientras por momentos la escuchaba hablar una y otra vez sobre la tierra de la tormenta, esta vez no la interrumpiría -Por un momento pensé que sabías más de mis tierras que yo mismo- Soltó Nathan tratando de hablar en un tono ameno, sin embargo aquel fin no tuvo resultados reales ya que si bien no era el mismo tono en que le había pedido que hablara menos, seguía siendo un tono distante que establecía una distancia entre ella y él, además sin quererlo por primera vez desde su encuentro Nathan había hecho latente la superioridad de su título, cosa que por cortesía había intentado obviar durante los diferentes pasajes de la conversación. -Pero está bien, sabes lo que tienes que saber y el resto lo descubrirás con el tiempo, si los dioses así lo desean- ¿Resignación frente al matrimonio? No, no se trataba de eso… él no quería ¿Pero qué pasaba si Almeric tenía razón?. La mente de Nathan era un torbellino por momentos, sus pensamientos pasaban de la tranquilidad a la ira como si en él hubiera dos personas. Pero aquello era su mente nada más pues su rostro aún se mostraba imperturbable como si en realidad toda aquella situación estuviera bajo su total control.
¿Qué iba a hacer si no lograba olvidar a su ahora difunta esposa? Aún añoraba las gélidas miradas que ella le dedicaba cada vez que estaba enojada… cosa que por lo general era todo los días. Las dos mujeres eran tan diferentes y es que de todos modos eran años enteros las que las separaban a ambas, pero Brinna parecía ser una muchacha de sonrisa fácil y Eve… no, por más que Nathan se esforzaba en recordarla sonriendo no podía a su cabeza solo venía el recuerdo del gélido rostro de Eve muerta. Nathan sabía que quizás lo mejor era detener aquella boda, sabía bien que podía ganar aquella guerra sin necesidad de las tropas o de las tierras de los WendWater, sólo debía no atacarlos y atemorizarlos para que no entrara en la guerra. Pero no, Nathan también sabía que él no debía preocuparse por aquella chiquilla, era su madre la que debió haber pensado el casarla con él, el deber de Nathan era velar por sus tierras, por su gente y por conducirlos hacía una victoria lo más limpia posible. Pero si sólo unos minutos antes su mente lo había llevado a intentar establecer diferentes entre su ex esposa y su futura esposa, ahora era ella misma quien se plantaba frente a él estableciendo una nueva diferencia… ¿Servirle? Aquello era una nueva sensación para Nathan, no, mejor dicho era una sensación olvidada por Nathan al menos viniendo de alguien noble… Jenna durante su juventud siempre se había mostrado como la dama perfecta siempre dispuesta a atenderlo con estima, pero la guerra de la tormenta había eliminado eso. Valerie, bueno Valerie era un caso especial, ella más bien siempre había sido un tanto especial en aquel sentido. Y por ultimo Eve, ella siempre se había encargado de establecer sus diferencias con cualquier otra persona al servicio de Nathan así que aquella actitud que ahora mostraba Brinna al intentar servirle era completamente nueva.
-Intento no beber vino durante las campañas, aquello lo dejo para mis hombres, yo no me siento en un trono a dar órdenes esperando que mis hombres las cumplan por mí, soy su regente y además soy su general, mi cabeza debe estar en orden para que ellos no mueran- la sorpresa de lo servicial de Brinna hizo que Nathan de inmediato e inconscientemente se intentara justificar de alguna forma por no beber vino, no sabía porque lo hacía, por un momento sintió que tampoco quería plantarse frente a ella como un hombre que no cumple los cannones establecidos para uno y es que recordaba bien lo extraño que era para algunos caballeros, incluso para la heredera de los Dondarrion el hecho de que él bebiera en tan escasas ocasiones. Tardo unos cuantos minutos en recuperar la normalidad en su actuar, y es que sin quererlo se había visto totalmente sorprendido por aquella chiquilla, de hecho aquel Nathan sorprendido de pronto también cayó en cuenta de lo sorprendente que era la facilidad con la que había dado órdenes a uno de sus criados a pesar de que tan sólo minutos atrás se había mostrado tan tímida y cuidadosa -Estamos en un campamento Brinna, la comida que vez es lo mejor que tenemos y sólo…- quiso decirle que sólo estaban comiendo aquello por su presencia en aquella tienda, sin embargo prefirió omitir ese comentario, no sabía bien el motivo por el cual prefería dejarlo pasar, no hacerla sentir halagada quizás o también no hacerla sentir culpable, al menos él no estaba del todo seguro -Mis órdenes son que mis alimentos no sean muy diferentes a los de mis hombres…- aquello lo hacía no por querer fingir humildad, al contrario lo hacía por su propio bien, durante la guerra la necesidad había hecho que algunos días comieran incluso mientras sus caballos cruzaban tierras aliadas, y en aquellas condiciones había descubierto que la mejor forma de estar cercano a sus hombres y que estos lo percibieran como tal era estando con ellos y tratando de alimentarse como ellos, por algún motivo aquello parecía fundamental para la gente de clases más bajas. Pero la amabilidad que Nathan había mostrado en los últimos minutos se esfumo de golpe cuando ella posó sus manos sobre su hombro de manera incomoda para él, sólo una mirada que alternó entre su propio hombro y el rostro de la chica fue el único aviso a que pronto se pondría de pie.
De alguna forma extraña Nathan se había sentido incomodo con ese tacto entre los dos, pero nada le dijo simplemente la observo por unos segundos más antes de dirigir sus pasos hasta el mapa en el que había estado antes. Pero incluso más curiosa fue la reacción del joven criado al ver a los dos señores alejados de pronto cuando al haber abandonado el tienda todo parecía haber estado “tan bien” entre los dos -Déjalo sobre la mesa y retírate, necesito hablar con ella a solas- le ordeno Nathan con tono autoritario al cual el joven mozo del venado reacciono de inmediato abandonado la sala, como el encargado de las escasas atenciones que Nathan había aceptado ya sabía muy bien que cuando aquel que ostentaba el título de “Señor Del Tormenta” daba una orden en aquellos tonos lo mejor era aceptarla y cumplir sus deseos tal cual lo estaba solicitando. -No sé realmente que piensas sobre mi guerra, tampoco me importa mucho…- dijo Nathan al sentir que realmente se encontraban solos una vez más, pero zanjo aquel tema de inmediato, no quería escuchar palabras de buena educación en que ella le entregaba su apoyo y consideraba justos sus deseos, y ciertamente tampoco quería escuchar reproches por su actuar -Sé que no estás aquí por gusto propio, pero los reproches que tengas que hacer los puedes hacer a tu madre, ha sido ella quien me ha exigido casarme contigo para no estar en mi contra en esta causa… así que dentro de unos días, cuando tenga solucionado algunos asuntos partirás conmigo a bastión de tormentas, permanecerás ahí junto a mi familia, como mi prometida ¿Tienes Algún inconveniente o algo que quieras aclarar ahora?-
Nathan Baratheon- Nobleza
Re: La entrega [Nathan Baratheon]
Por unos instantes, tan sólo se escuchó en el interior de aquella tienda el crujido del jubón de cuero negro que portaba Lord Baratheon y que emitió tal sonido cuando éste se puso en pie abandonando en el aire la mano de Brinna. No hubo un abierto desprecio o rechazo en aquel gesto pero sin embargo la joven Wendwater así lo percibió; sus intentos de acogerle y de confortarle habían sido infructuosos y de pronto se sintió torpe y algo confusa. Contempló la espalda del señor de la Tormenta con las mandíbulas apretadas y los labios fruncidos en un gesto de velada frustración mientras volvía a coger sus manos en su regazo, como si una de ellas quisiera consolar a la que había quedado sin el apoyo del hombro en el que reposaba momentos antes. Entreabrió los labios para exhalar un suave suspiro que se perdió entre las risotadas de dos soldados que pasaron por delante de la tienda, distendidos y relajados tras la cena y los paseos de algunos pellejos de vino de mano en mano. Brinna no supo qué decir ni qué hacer: todo lo que le habían inculcado en Caminoarroyo desde que era una niña parecía inútil en una situación como la que se encontraba, ¿cómo había que tratar a un hombre cuya alma se veía hecha pedazos a través de sus ojos? Buscó en los recodos de su mente algún vestigio del pasado que pudiera servirle de guía pero tan sólo encontró los momentos de desolación que su madre había pasado cuando murió Lord Wendwater. Brinna chasqueó la lengua con un fastidio algo impaciente; las circunstancias de su madre habían sido tan diferentes a las que acosaban a Lord Baratheon que no servían de paradigma, así que la joven permaneció sumida en el mismo sentimiento de confusión que hacía unos instantes. Nathan le dedicó una breve mirada por unos segundos en la que apenas podía leerse nada aunque Brinna, en su estado de incertidumbre, creyó ver una traza de reproche, incluso una leve riña contenida en aquellos ojos azules y ensombrecidos. Tras un parpadeo, la joven bajó los ojos hasta el borde de su vestido gris en el que se entrelazaban las verdes hojas de hiedra, y tan sólo volvió a elevarlos al escuchar la voz del que sería su futuro marido dirigiéndose con una seca autoridad al joven criado que había vuelto a acceder a la tienda cargado con una jarra de agua. El muchacho, algo confuso y tras un rápido parpadeo, obedeció sin rechistar y dejó sobre la mesa la jarra de barro de cuyo interior emanaba un suave perfume cítrico que se aunó a los aromas que flotaban en la tienda. Hacía unos instantes el ambiente había agradado a Brinna; ahora la mezcolanza de olores conseguía aturdirla en parte, haciendo imperante la necesidad de tomar aire. Cuando se quedaron a solas, la joven Wendwater dirigió una mirada temerosa a Lord Baratheon, quien parecía tan enfrascado en sus mapas como cuando ella había entrado en la tienda; por enésima vez, sus ojos viraron hacia el catre, ¿ya había llegado el momento y por eso se había deshecho de la presencia del criado? Los nervios le atenazaban la boca del estómago y también la garganta, casi impidiéndole respirar con desahogo, y agradeció que fuera Lord Baratheon quien rompiera el incómodo silencio que se había apoderado de la tienda, aunque fuera para mencionar la guerra. Brinna cogió aire dispuesta a decir algo, cualquier palabra de apoyo y cortesía respecto a una contienda de la que no sabía demasiado pues ni su maestre había querido explicarle qué había sucedido entre el dragón y el venado, pero el señor de las Tormentas no se lo permitió, aduciendo el nulo interés que tenía acerca de su opinión en cuanto a aquel tema. Una vez más la joven calló, tragando sus palabras con un sorbo del vino que Lord Baratheon no había querido beber y con el que había colmado su propia copa momentos antes en aras de poder servirle el agua con limón. Sintió que se sonrojaba a causa de su torpeza, también por el vino consumido con demasiada rapidez y por el pudor y la aflicción que la embargaban al no sentirse capaz de acomodarse al señor de las Tormentas.
Dejó su copa de nuevo sobre la mesa, junto al pollo frío cubierto de mermelada dorada y solidificada, junto a las hojas de espinaca que ennegrecían entre el queso amarillento y las nueces troceadas, y prestó atención a las crudas palabras de Lord Baratheon, responsabilizando a su madre de las circunstancias en las que se hallaba la joven. Los pensamientos de Brinna volaron hacia la austera tienda en la que descansaba Lady Wendwater; ¿sabría su madre de aquel carácter acerado del hombre al que la había entregado o por el contrario confiaba en el Lord afable que la había recibido al descender del carromato que la había llevado hasta allí? Al recordar las precipitadas palabras que le había ofrecido como consejo en la fugaz visita a su tienda, Brinna tuvo la certeza de que su madre no había sido engañada como ella por las apariencias: “complácele... no le disgustes...”, habían sido sus recomendaciones en forma de advertencia, cargando sobre ella la responsabilidad del bienestar de la casa Wendwater. No se atrevió a acercarse a Lord Baratheon como había hecho momentos antes y ante la severidad de su breve discurso apenas si se atrevía a mover un solo dedo; sin embargo, era el momento de hablar y debía ser especialmente cuidadosa en sus palabras si no quería agotar su paciencia ni enojarle. Tomó aire, concediéndose así unos valiosos segundos de más para configurar una respuesta adecuada, y comenzó a hablar sin apartar sus ojos de los de Lord Baratheon, logrando que su voz sonara serena y vehemente. - Soy consciente de las circunstancias que me han traído a este momento, mi señor - apoyó las puntas de sus dedos sobre la mesa de madera, en aras de no mostrarse tensa ni encogida como un animalito asustado ante el imponente venado lleno de furia contenida - y no está en mi naturaleza el hacer reproches ante aquello que yo misma he aceptado -. Hizo una pausa mientras su corazón golpeaba su pecho con tal potencia que temió que Lord Baratheon pudiera percibirlo en el silencio que se abría paso en la tienda, espesando el ambiente y agotando el aire. - Os acompañaré a Bastión de Tormentas si es eso lo que ordenais y permaneceré allí con vos y con vuestros hermanos - afirmó con un leve sabor a duda en sus últimas palabras. Apenas conocía algunas pinceladas sobre el resto de la familia Baratheon, puesto que su maestre le había recomendado no tratar de intimar demasiado con ellos. “Allí serás una extraña, una extranjera, una potencial traidora”, le había dicho con una mirada compasiva cuando Brinna, en su bienintencionada alegría, había propuesto el llevar presentes a los Baratheon como muestra de futura amistad. Hizo un rápido repaso a lo poco que conocía: Jenna Baratheon permanecía viuda junto a su hijo en Bastión, Valerie Baratheon había estado en primera persona en el asedio a Refugio Estival, Orson Baratheon era el héroe de la guerra civil y quien había doblegado a las familias rebeldes... Eran los Baratheon una familia de guerreros asediados por trágicos sucesos de los que ahora ella misma formaría parte: fue consciente entonces de cuánta razón tenía el maestre de Caminoarroyo, especialmente cuando el señor de los Baratheon había hecho hincapié en la exigencia que Lady Wendwater había formulado a cambio del apoyo de su casa. - No tengo inconvenientes ni tampoco exigencias... aunque sí una petición, si me permitís... - replicó mientras reprimía una impertinencia que luchaba por aflorar en sus palabras, una inusitada rebeldía surgida ante la suspicacia de que Lord Baratheon pudiera tomarla por una muchacha caprichosa y quejica - Quisiera poder compartir tienda con mi madre mientras permanezcamos en este campamento... siempre y cuando no requiráis mi presencia en la vuestra -. Con aquella demanda pretendía, por un lado, afirmar el apoyo hacia su madre y la ausencia de críticas ante ella por la precipitada decisión tomada en cuanto a su matrimonio, y por otro, la prevalencia del que sería su esposo por encima de su familia de origen, adoptando desde ese momento su pertenencia a la familia Baratheon aunque aún el septón no les hubiera declarado marido y mujer.
- El chico trajo vuestro agua con limón - exclamó entonces tratando de adoptar cierta liviandad, esforzándose por romper la tensión que la atenazaba y la hacía permanecer aún de pie junto a la mesa, al lado de la silla de madera que antes hubiera ocupado Lord Baratheon. No sabía si se equivocaba al tratar de atraer una anhelada cotidianidad al ambiente o si por el contrario debería permanecer en silencio dado que su locuacidad parecía disgustarle. Fueron los propios nervios los que la traicionaron haciéndola caer en el mismo error cometido momentos antes, y cuando se cercioró de que Lord Baratheon volvería a hacerla callar y quizá con mayor brusquedad, cerró la boca de inmediato. Si el señor de las Tormentas aparecía como un enorme venado a punto de embestir, Brinna era ahora un cervatillo que no encuentra maleza tras la que protegerse. - ¿Podéis disculparme, mi señor? - preguntó con tono suplicante, retrocediendo un par de pasos hasta que sus manos alcanzaron la tela que hacía las veces de puerta, girándose después con tanto ímpetu que su melena rubia dibujó un arco en el aire antes de que la joven saliera al exterior de la tienda. El frescor de aquella noche primaveral la recibió como una suave caricia y Brinna cerró los ojos mientras suspiraba profundamente, tomando aire y dejándolo ir, sintiendo que en su garganta se deshacía el nudo que le había dificultado la respiración. Llevó una de sus manos al escote desnudo en un gesto de alivio aunque los soldados que custodiaban aquella entrada lo interpretaron como un ademán de virgen embaucada, de niña fascinada. Sus zapatos rojos se hundieron en la hierba de aquel claro mientras Brinna trataba de dispersar sus pensamientos contemplando los esporádicos grupos de soldados que salpicaban el terreno en forma de hogueras alimentadas por la leña de los árboles que les rodeaban. Sus risas despreocupadas lograron aligerar su ánimo a pesar de que percibía las miradas soslayadas de los guardias que tenía a izquierda y derecha. - ¿Vais a algún lado, mi señora? - preguntó cortésmente uno de ellos - Os escoltaremos allá donde vayáis - agregó girándose hacia ella y haciendo un gesto a otros dos soldados que conversaban junto a un improvisado armazón de madera en el que reposaba un grupo de lanzas. La joven se mostró azorada y también algo abrumada ante el rápido dispositivo que organizaron los guardias. - No - logró decir finalmente, haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad para mostrarse enérgica y autoritaria. No huiría. No correría hacia las faldas de su madre ante el inquebrantable muro que parecía ser Lord Baratheon; sería como aquellas pequeñas flores silvestres que crecen en las grietas de la piedra y logran trepar por ella sin romperla, y tan persistente como las lluvias que caían sobre las Tierras de la Tormenta e impregnaban el suelo de sus bosques. Los guardias la observaron algo sorprendidos pero la joven no se molestó en ofrecerles más explicaciones, pues accedió de nuevo al interior de la tienda con una fuerza que parecía haber estado a punto de perder por unos instantes, retirando una de aquellas puertas de tela con una mano para abrirse paso, impetuosa y mucho más segura. Sin decir una palabra, tomó la jarra llena de agua fresca y derramó parte de su contenido en la copa que previamente había limpiado ella misma. Tal era su recuperada determinación que ni una sola gota fue derramada, y esta vez sí se atrevió a aproximarse de nuevo al que sería su marido, extendiéndole la copa con una sonrisa que trató de ser reconfortante y decidida en vez de sumisa y temerosa. - Quizá tenéis sed, el ambiente es algo agobiante aquí dentro - dijo sin perder el contacto de sus ojos con los de él, como si pretendiera inculcarles parte de la luz que iluminaba los suyos. Tan sólo había una señal de que las fuerzas de Brinna parecían próximas a agotarse y era el tono pálido que adquirían sus dedos al presionar la superficie de la copa con demasiada fuerza. Su sonrisa, sin embargo, era suave y carente de cualquier tipo de compasión; un guerrero no busca quien le compadezca, sino quien sea capaz de seguirle en la batalla, y Brinna estaba decidida a demostrar que ella sería la mejor compañera en su guerra.
Dejó su copa de nuevo sobre la mesa, junto al pollo frío cubierto de mermelada dorada y solidificada, junto a las hojas de espinaca que ennegrecían entre el queso amarillento y las nueces troceadas, y prestó atención a las crudas palabras de Lord Baratheon, responsabilizando a su madre de las circunstancias en las que se hallaba la joven. Los pensamientos de Brinna volaron hacia la austera tienda en la que descansaba Lady Wendwater; ¿sabría su madre de aquel carácter acerado del hombre al que la había entregado o por el contrario confiaba en el Lord afable que la había recibido al descender del carromato que la había llevado hasta allí? Al recordar las precipitadas palabras que le había ofrecido como consejo en la fugaz visita a su tienda, Brinna tuvo la certeza de que su madre no había sido engañada como ella por las apariencias: “complácele... no le disgustes...”, habían sido sus recomendaciones en forma de advertencia, cargando sobre ella la responsabilidad del bienestar de la casa Wendwater. No se atrevió a acercarse a Lord Baratheon como había hecho momentos antes y ante la severidad de su breve discurso apenas si se atrevía a mover un solo dedo; sin embargo, era el momento de hablar y debía ser especialmente cuidadosa en sus palabras si no quería agotar su paciencia ni enojarle. Tomó aire, concediéndose así unos valiosos segundos de más para configurar una respuesta adecuada, y comenzó a hablar sin apartar sus ojos de los de Lord Baratheon, logrando que su voz sonara serena y vehemente. - Soy consciente de las circunstancias que me han traído a este momento, mi señor - apoyó las puntas de sus dedos sobre la mesa de madera, en aras de no mostrarse tensa ni encogida como un animalito asustado ante el imponente venado lleno de furia contenida - y no está en mi naturaleza el hacer reproches ante aquello que yo misma he aceptado -. Hizo una pausa mientras su corazón golpeaba su pecho con tal potencia que temió que Lord Baratheon pudiera percibirlo en el silencio que se abría paso en la tienda, espesando el ambiente y agotando el aire. - Os acompañaré a Bastión de Tormentas si es eso lo que ordenais y permaneceré allí con vos y con vuestros hermanos - afirmó con un leve sabor a duda en sus últimas palabras. Apenas conocía algunas pinceladas sobre el resto de la familia Baratheon, puesto que su maestre le había recomendado no tratar de intimar demasiado con ellos. “Allí serás una extraña, una extranjera, una potencial traidora”, le había dicho con una mirada compasiva cuando Brinna, en su bienintencionada alegría, había propuesto el llevar presentes a los Baratheon como muestra de futura amistad. Hizo un rápido repaso a lo poco que conocía: Jenna Baratheon permanecía viuda junto a su hijo en Bastión, Valerie Baratheon había estado en primera persona en el asedio a Refugio Estival, Orson Baratheon era el héroe de la guerra civil y quien había doblegado a las familias rebeldes... Eran los Baratheon una familia de guerreros asediados por trágicos sucesos de los que ahora ella misma formaría parte: fue consciente entonces de cuánta razón tenía el maestre de Caminoarroyo, especialmente cuando el señor de los Baratheon había hecho hincapié en la exigencia que Lady Wendwater había formulado a cambio del apoyo de su casa. - No tengo inconvenientes ni tampoco exigencias... aunque sí una petición, si me permitís... - replicó mientras reprimía una impertinencia que luchaba por aflorar en sus palabras, una inusitada rebeldía surgida ante la suspicacia de que Lord Baratheon pudiera tomarla por una muchacha caprichosa y quejica - Quisiera poder compartir tienda con mi madre mientras permanezcamos en este campamento... siempre y cuando no requiráis mi presencia en la vuestra -. Con aquella demanda pretendía, por un lado, afirmar el apoyo hacia su madre y la ausencia de críticas ante ella por la precipitada decisión tomada en cuanto a su matrimonio, y por otro, la prevalencia del que sería su esposo por encima de su familia de origen, adoptando desde ese momento su pertenencia a la familia Baratheon aunque aún el septón no les hubiera declarado marido y mujer.
- El chico trajo vuestro agua con limón - exclamó entonces tratando de adoptar cierta liviandad, esforzándose por romper la tensión que la atenazaba y la hacía permanecer aún de pie junto a la mesa, al lado de la silla de madera que antes hubiera ocupado Lord Baratheon. No sabía si se equivocaba al tratar de atraer una anhelada cotidianidad al ambiente o si por el contrario debería permanecer en silencio dado que su locuacidad parecía disgustarle. Fueron los propios nervios los que la traicionaron haciéndola caer en el mismo error cometido momentos antes, y cuando se cercioró de que Lord Baratheon volvería a hacerla callar y quizá con mayor brusquedad, cerró la boca de inmediato. Si el señor de las Tormentas aparecía como un enorme venado a punto de embestir, Brinna era ahora un cervatillo que no encuentra maleza tras la que protegerse. - ¿Podéis disculparme, mi señor? - preguntó con tono suplicante, retrocediendo un par de pasos hasta que sus manos alcanzaron la tela que hacía las veces de puerta, girándose después con tanto ímpetu que su melena rubia dibujó un arco en el aire antes de que la joven saliera al exterior de la tienda. El frescor de aquella noche primaveral la recibió como una suave caricia y Brinna cerró los ojos mientras suspiraba profundamente, tomando aire y dejándolo ir, sintiendo que en su garganta se deshacía el nudo que le había dificultado la respiración. Llevó una de sus manos al escote desnudo en un gesto de alivio aunque los soldados que custodiaban aquella entrada lo interpretaron como un ademán de virgen embaucada, de niña fascinada. Sus zapatos rojos se hundieron en la hierba de aquel claro mientras Brinna trataba de dispersar sus pensamientos contemplando los esporádicos grupos de soldados que salpicaban el terreno en forma de hogueras alimentadas por la leña de los árboles que les rodeaban. Sus risas despreocupadas lograron aligerar su ánimo a pesar de que percibía las miradas soslayadas de los guardias que tenía a izquierda y derecha. - ¿Vais a algún lado, mi señora? - preguntó cortésmente uno de ellos - Os escoltaremos allá donde vayáis - agregó girándose hacia ella y haciendo un gesto a otros dos soldados que conversaban junto a un improvisado armazón de madera en el que reposaba un grupo de lanzas. La joven se mostró azorada y también algo abrumada ante el rápido dispositivo que organizaron los guardias. - No - logró decir finalmente, haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad para mostrarse enérgica y autoritaria. No huiría. No correría hacia las faldas de su madre ante el inquebrantable muro que parecía ser Lord Baratheon; sería como aquellas pequeñas flores silvestres que crecen en las grietas de la piedra y logran trepar por ella sin romperla, y tan persistente como las lluvias que caían sobre las Tierras de la Tormenta e impregnaban el suelo de sus bosques. Los guardias la observaron algo sorprendidos pero la joven no se molestó en ofrecerles más explicaciones, pues accedió de nuevo al interior de la tienda con una fuerza que parecía haber estado a punto de perder por unos instantes, retirando una de aquellas puertas de tela con una mano para abrirse paso, impetuosa y mucho más segura. Sin decir una palabra, tomó la jarra llena de agua fresca y derramó parte de su contenido en la copa que previamente había limpiado ella misma. Tal era su recuperada determinación que ni una sola gota fue derramada, y esta vez sí se atrevió a aproximarse de nuevo al que sería su marido, extendiéndole la copa con una sonrisa que trató de ser reconfortante y decidida en vez de sumisa y temerosa. - Quizá tenéis sed, el ambiente es algo agobiante aquí dentro - dijo sin perder el contacto de sus ojos con los de él, como si pretendiera inculcarles parte de la luz que iluminaba los suyos. Tan sólo había una señal de que las fuerzas de Brinna parecían próximas a agotarse y era el tono pálido que adquirían sus dedos al presionar la superficie de la copa con demasiada fuerza. Su sonrisa, sin embargo, era suave y carente de cualquier tipo de compasión; un guerrero no busca quien le compadezca, sino quien sea capaz de seguirle en la batalla, y Brinna estaba decidida a demostrar que ella sería la mejor compañera en su guerra.
Brinna Baratheon
Re: La entrega [Nathan Baratheon]
Se había sentido desafiado de alguna forma por ella, pero no era ese desafío que molesta o hace reaccionar de mala manera, muy por el contrario por un leve suspiro se había sentido casi complacido de que aquella niña que ahora iba a ser su esposa al menos mostrara una cuota mínima de carácter, por lo mismo se disponía a responder a su solicitud pero antes de hacerlo ella pidió la excusara en un tono suplicante que de alguna forma le hicieron imposible el intentar retenerla para que le escuchara y a pesar de que ella no hizo siquiera un ademán a esperar a su respuesta antes de retirarse él nada hizo, simplemente observo por unos segundos el lugar de la tienda por el cual había salido.
En la tienda reino el silencio por largos minutos hasta que Nathan rompió la pasividad del lugar dejándose caer sobre una de las sillas… de pronto se sentía muy cansado como si aquello que acababa de hacer le hubiera supuesto un gran gasto de energía. -Mi Señor ¿desea beber?- preguntó aquel criado que durante los últimos días se había transformado sin quererlo en el guardián de un secreto que ni siquiera sabía las consecuencias podría tener para él si lo revelaba y es que desde que había sido asignado al cuidado de Nathan Baratheon había tenido que presenciar las situaciones más curiosas que le hubiera tocado presenciar… desde un comienzo él se había mostrado orgulloso de haber sido asignado a tan noble labor sin embargo al poco andar había descubierto que muy poco de lo que se hablaba de aquel hombre era cierto en lo que se refería a la fortaleza y la fiereza que había demostrado tras la muerta de su esposa, y es que él había presenciado aquella demostración de desplomarse después de ser “Lord Baratheon” noche tras noche, de hecho ya era casi una costumbre para él… pero también sabía que su señor tenía la particularidad de no disfrutar de la compañía y tampoco del consuelo de nadie y por lo mismo considero que era inteligente de parte de la joven el haberse retirado de la carpa antes de cometer algún error que terminara desatando aquella furia tan conocida en los Baratheon -No es necesario, estoy bien, sólo dejadme solo, Ve con Almeric dile que lo necesito a él y 5 caballeros para la guardia de noche y ve que todo esté preparado en la tienda que he solicitado anteriormente- le dijo Nathan mientras apoyaba uno de sus brazos en la silla para luego dejar que su cabeza descansara sobre su mano cubriendo sus ojos.
Que curiosa era Brinna a sus ojos, quizás no era más que una niña, pero era curiosa, no le provocaba ninguna sensación extraña, en ningún caso era como cuando conoció a Eve hace muchos, pero a pesar de todo lo que había pasado anteriormente en aquella tienda no veía temor de hecho era más fácil encontrar temor en los ojos de su propio criado, pero en los de la chica Wendwater no reinaba el temor quizás si desconcierto, pero tampoco había visto odio… mala suerte para Nathan, todo podría haber sido más fácil para él si ella le hubiera odiado desde el primer momento, aunque a diferencia de Eve a ella aún no la había amenazado y a diferencia de Eve ella no parecía mostrarse si quiera descompuesta por el hecho de tener que contraer matrimonio… Acaricio su propia frente por unos segundos más como si el realizar ese simple gesto fuera a permitir que alguna solución fuera a llegar a su cabeza, aunque en ese minuto Nathan se abría conformado con mucho menos, una solución era demasiado pedir, el venado sabía muy bien que se abría conformado con simplemente no pensar, con sacar los recuerdos de Eve de su mente con simplemente olvidarla, se abría conformado con que ese matrimonio no existiera, pero no era así, por más que lo intentaba no lograba olvidar a Eve al igual que había desgarrado de su pecho cualquier recuerdo o afecto por aquel ser que le había arrebatado a su esposa, y tampoco dejaba de existir el compromiso de matrimonio, ya estaba hecho y él aún creía firmemente que había hecho lo mejor para su tierra.
Sin darse cuenta se había sumido una vez más en sus propios pensamientos olvidando todo lo que pasaba a su alrededor y una vez más era la joven rubia quien se encargaba de sacarlo de esos pensamientos irrumpiendo una vez más en la tienda, por unos segundos pensó en pedirle también que se retirara pero una vez más regreso a su cabeza la misma pregunta de antes ¿Tenía ella la culpa? ¿Había hecho ella algo mal? Por más que se lo preguntaba la respuesta siempre era la misma, no, ella no había hecho nada malo, por lo mismos simplemente él se dedico a mirarla por largos minutos mientras ella una vez más era portadora de una sonrisa refrescante y se movía por la tienda con la propiedad de alguien que siente aquel es por lo menos el lugar que merece ocupar. Estaba dentro y una vez más repetía sus acciones esta vez acercándole un vaso de agua que ella misma había solicitado antes, por un momento analizo el vaso pensando si cogerlo o no, pero finalmente sus brazos rodearon la copa -Gracias- eso fue todo lo que Nathan le dijo mientras mantenía el vaso en sus propias manos sin beber si quiera una gota, y es que a pesar de que era su propio criado el que había traído el agua tenía un dejo de desconfianza, esa desconfianza que había nacido en la guerra civil y se había cultivado por años para florecer ahora en la guerra contras las tierras de la corona -Podéis beber si deseáis o vino, como mejor prefieras- Le dijo antes de verter todo el contenido de la copa que ella le había dado, una muestra de confianza o una muestra de desapego por la vida, cualquiera fuera el motivo por el que lo había hecho había bebido toda la copa que la que sería su esposa en las próximas semanas le había servido. -Ven, siéntate conmigo- le dijo utilizando palabras amables pero con un tono autoritario.
El Baratheon aguardo unos minutos para que ella decidiera sobre si beber o que beber tal cual él le había dicho y por supuesto que cumpliera con aquello que le había solicitado que se sentara junto a él -Si tú no tienes objeción al matrimonio, yo tampoco la tendré, soy un Regente, un caballero y un hombre, mi palabra tiene peso vale tanto como mi sello en un papel… pero no será fácil, te guste o no tendrás que crecer rápido, ya no te quedaran años por delante para aprender lo que sea que las septas os enseñan en vuestras tierras… en unas semanas dejaras de ser Lady Wendwater, para transformarte en Lady Baratheon, señora de bastión de tormentas y el cumplimiento de la palabra de tu madre puede marcar la diferencia entre la paz y la amistad entre nuestras familias o que tengas que sentarte por años eternos junto al hombre que masacro a tu familia- aquella parte de la historia si la conocía mucho mejor, de hecho era divertido ya que a la madre de Brinna parecía gustarle contar historias, en ese mismo momento él podría haberle contado a Brinna la historia de una mujer luego de ver masacrados los sueños de su padre y ver muerto a su hermano, había tenido que compartir el lecho con el causante de aquel sufrimiento por casi dos años, pero no era necesario, aquella sería la unida deferencia que tendría por ahora para con aquella chiquilla, el peso de la imagen de Eve le pertenecía y no lo pasaría a ella.
La conversación no era fluida entre ellos, pero Nathan tenía claro que en realidad aquello era producto de sus acciones ya que había sido él quien le había pedido guardara silencio por espacios más prolongados, pero aún así la situación era un tanto incomoda o por lo menos lo era ya para Nathan. [color=#585858]-Respecto a tu solicitud…- Rompió aquel incomodo silencio una vez más, esta vez para aclarar algo que ella había solicitado antes de retirarse de la tienda minutos atrás -Esta noche y mientras nos encontremos en el campamento tus aposentos serán esta tienda y por ende dormir aquí…- Nathan una vez más hacía uso de aquel tono autoritario que se hacía tan propio de él durante las últimas semanas y que no había menguado si quiera un ápice a raíz de la alegría que la joven mostraba -Sobre tu madre, podre acompañarte durante el día el tiempo que ella desee aunque es una situación que vos misma tendrás que hablar con ella pues mi conocimiento es que ella espera abandonar el campamento dentro de los próximos días y nosotros no partiremos ha bastión hasta el día 10- continuó narrándole algunos acontecimientos con la mayor naturalidad que le era posible dentro de la antes mencionada incomodidad que reinaba entre ambos -Por último, a pesar de la cercanía del campamento con vuestro hogar, os pediré que no os apartéis más que unos cuantos metros de la fortificación si vuestro deseo es pasear, de todos modos en todo momento 4 espadas leales a mi casa os acompañaran y velaran por vuestro bienestar y en cuento a doncella lamento no poder ofreceros nada, las mujeres que suelen acompañar los campamentos militares no se las que espero acompañen a Lady Baratheon-
Nathan Baratheon- Nobleza
Re: La entrega [Nathan Baratheon]
Los ojos de Nathan Baratheon, suspicaces, sombríos, velados por la tristeza, contemplaron el vaso repleto de agua con limón que Brinna le ofrecía con su limpia y levemente trémula sonrisa. Hubo unos instantes de incertidumbre entre los futuros esposos: el marido sin saber si aceptar ese vaso, la mujer sin saber si retirarlo ante su silencio e inmovilidad. La joven Wendwater temió haberse equivocado de nuevo y despertar su ira, pero entonces él alzó una mano para tomar el vaso. Aquel simple movimiento pareció rasgar el velo de tensión que se había tejido en torno a ambos y Brinna exhaló el aire sin ocultar el desahogo que le suponía aquel gesto tan sencillo por parte del Baratheon. Sus ojos chispearon cuando tras unos segundos de inmovilidad, el Lord de las Tormentas se decidió al fin a dar cuenta del agua. La Wendwater cogió sus manos sobre el lino gris de su sobrio vestido, satisfecha por haber complacido a su señor al fin aunque fuera en algo tan básico como proporcionarle agua ante la sed que quizá le acuciaba aquella noche. Asintió con la cabeza agradecida ante la invitación de Nathan y sin dejar de mirarle se dirigió a la mesa en la que descansaba la cena casi intacta y tomó su copa de vino para apurarla de un trago. Era la primera vez en su vida que bebía tanto vino y notaba un suave vaivén en su cabeza provocado por este exceso; decidió que si volvía a tener la necesidad de beber, se serviría simplemente agua para evitar enturbiar la primera imagen que su futuro esposo tendría de ella. Contempló a su señor mientras éste descansaba sobre una de las precarias sillas que había diseminadas en torno a la mesa vestida de mapas; no mantenía una postura gallarda ni tampoco la que podría esperarse de uno de los nobles más importantes y respetados de Poniente. Nathan Baratheon aparecía ante los ojos de Brinna como un hombre abatido y profundamente cansado, y la joven hubo de reprimir el impulso de acercarse a él para sentarse a sus pies y ofrecerle consuelo, tal como solía hacer con su madre en tiempos pasados tras la muerte de su padre. El regente de Bastión no se estaba comportando como el prometido más encantador ni como el caballero más galante, pero toda esa aspereza y sequedad no habían logrado arrollar aún la genuina alegría y el optimismo que hacían aletear el corazón de la muchacha. Brinna parpadeó un par de veces cuando la voz de Nathan Baratheon volvió a abrirse paso en el silencio de aquella tienda y aunque extrañada por su petición y algo más acostumbrada al tono severo de su voz, obedeció sin rechistar ocupando la silla vacía que había junto al Lord de las Tormentas. Sus manos pequeñas, casi todavía de niña, se posaron una sobre otra en su regazo mientras Brinna volvía el rostro hacia él, haciendo que su tupida melena se deslizara sobre su hombro hasta ocultar parcialmente el escote desnudo. - Decidme, mi señor - exclamó una vez acomodada, prestándole toda su atención mientras Lord Baratheon comenzaba a hilar parte de lo que sería su futuro a partir de ese momento, ofreciéndole una visión mucho más cruda de la que el maestre de Caminoarroyo le había ofrecido el día anterior, tras presentarse los soldados Baratheon en la fortaleza con el mensaje de su madre. Brinna supo ver entre líneas la velada amenaza que el Lord volvía a lanzar sobre ella y su familia, y el peso de aquella responsabilidad volvió a angustiar su corazón. - No tengo objeción alguna, mi señor - logró decir tras coger aire; no estaba mintiendo pero tampoco se esforzó en mostrar una ilusión que se iba apagando conforme comprendía que la realidad distaba mucho de todo lo que ella siempre había imaginado que sería convertirse en una gran dama. - Mi madre también es una mujer de palabra - se atrevió a replicar, mirándole de soslayo con expresión decidida y el ceño fruncido con tanta ligereza que apenas era una suave arruga entre sus ojos; Lord Baratheon era su señor y sería su marido, pero también ella sería su señora y su mujer - No será necesaria ninguna masacre, os lo puedo asegurar, y en caso de ser así, yo misma serviré como pago ante cualquier daño que se produjera, pues con ese fin mi madre me ha entregado a vos.
Las voces y también las carcajadas de los soldados que habían terminado su frugal cena se iban apagando conforme iban cayendo presas del sueño así que el silencio fue apoderándose del campamento Baratheon. Tan sólo los sonidos metálicos de los hombres armados que hacían guardia y que se hablaban en susurros rompía la discreta sinfonía natural del bosque que parecía revivir gracias a la fauna nocturna. El ulular de un búho posado en una rama cercana sobresaltó a Brinna, quien dio un respingo justo antes de que Nathan continuara hablando con el mismo tono severo y natural al que debería empezar a acostumbrarse. Sus siguientes declaraciones superaron sin embargo el susto provocado por el ave nocturna, produciendo en la joven Wendwater una angustiosa inquietud al creer comprender en sus palabras que esta noche la pasarían juntos en aquella tienda. Sin demasiado disimulo, Brinna se giró para observar con temor el austero catre entre las sombras como si fuera el más despiadado instrumento de tortura; su mirada azul y atemorizada viró entonces al rostro de Lord Baratheon, a aquellos ojos que ahora se le antojaron de acero, a sus manos fuertes y quizá impías, y pidió a la Doncella que aquel hombre no se comportara en el lecho con la misma severidad con la que la estaba tratando desde que había pisado la tienda. ¿Qué haría de ella en la soledad de esa carpa castrense en la que el hierro y el cuero se hacían dominantes un hombre al que era entregada sin que la deseara siquiera pues el cuerpo de su difunta esposa aún prevalecía en sus recuerdos? ¿Ejercería su poder sobre ella para doblegarla en ese pobre lecho, para vengarse del acuerdo inspirado por su madre, para desahogar su frustración? De nuevo con aquel nudo en la garganta que apenas le permitía respirar, Brinna quiso replicar y negarse, casi vencida por el miedo, pero recordó quién era, para qué estaba allí, qué era lo que le habían enseñado, qué era lo que había en juego... - Como ordenéis, mi señor - musitó, como si las palabras apenas lograran abrirse paso entre sus labios a pesar de que éstas sonaron firmes en el silencio de la tienda - Hablaré con mi madre mañana acerca de sus intenciones y pasaré con ella el máximo tiempo posible, con vuestro permiso -. Brinna necesitaba en ese momento a su madre, a su septa, a cualquiera de sus doncellas de Caminoarroyo para que que le ofrecieran consejos sobre cómo comportarse cuando Lord Baratheon exigiera que separara sus muslos. Las palabras aisladas de las pocas mujeres con las que había hablado de aquel asunto acudieron a su cabeza en forma de nube de tormenta: “...dolerá, da igual cuánta pericia tenga el hombre, siempre duele...”, “...quéjate, solloza y gime, eso suele gustarles...”, “...nunca te niegues ni te resistas, será peor...”. La joven, agobiada por algo que aún ni siquiera se había materializado en palabras, bajó la mirada de nuevo a sus manos cuyos dedos se retorcían poseídos por el nerviosismo - No me arriesgaré innecesariamente, mi señor - respondió ante las órdenes que Lord Baratheon tenía para ella en cuanto a la posibilidad de pasear por las inmediaciones del campamento; se prometió a sí misma reprimir sus acostumbrados paseos por las forestas que solía llevar a cabo en los alrededores de Caminoarroyo, recordando la situación en la que se hallaba y en quién se convertiría. Si a pesar de la cercanía con su hogar su madre había enviado soldados Baratheon a buscarla quería decir que el belicismo emergente en aquellas tierras era más peligroso de lo que se percibía a simple vista. Algo irónica reflexionó en cuanto a las últimas palabras de Nathan Baratheon comprendiendo a qué tipo de mujeres se refería, y determinó que en base al momento que se avecinaba, la compañía de un par de putas experimentadas le sería mucho más útil que el de doncellas vírgenes como ella.
Brinna decidió romper la promesa que se había hecho a sí misma momentos antes, amparándose en que sólo los Siete serían conocedores del motivo de aquel imcumplimiento, y abandonó la silla que ocupaba para tomar su copa y llenarla de vino, deseando que el Lord de las Tormentas no percibiese aquel gesto como una irreverencia. Le observó desde la corta distancia que les separaba, queriendo tomar algún tipo de iniciativa que rompiese con aquella tensión pero poseída por una angustiosa incertidumbre ante la posibilidad de cometer un nuevo error. Deseaba comprender a aquel hombre, adaptarse a él y saber tratarle para convertirse en la esposa perfecta que se esperaba que fuera, pero se sentía terriblemente confusa y también furiosa: de nada parecían servir las lecciones de su septa, los consejos de su maestre, la escrupulosa atención prestada a su madre... La experiencia resultaba ser un grado que tardaría un tiempo en alcanzar, y sabía que ese tiempo no sería fácil junto a un hombre roto como parecía ser Lord Baratheon. - Mi señor... - logró decir aún con los labios teñidos del suave carmesí del vino, antes de frotarlos uno con otro para eliminarlo - Mis cosas... ¿las han trasladado a la tienda de mi madre? - preguntó con cierta ingenuidad, mirando unos instantes al biombo que aislaba el lado septentrional de la tienda como una salvación, pues tras él cuanto menos esperaba encontrar un recodo de intimidad para su aseo y también sus cambios de vestuario - ¿Podríais hacer que trajeran aquí alguno de mis baúles? - Brinna podría haberse encargado ella misma de dar esa orden, tan sólo tenía que dirigirse a uno de los guardias que custodiaban la entrada de la tienda, pero el percibir en ese momento a aquellos hombres como carceleros le impidió ejercer como su señora y aquello le provocó una nueva frustración. Suspiró hondamente y dejó de nuevo la copa sobre la mesa; la cena se había enfriado y cada vez se hacía más evidente que ninguno de los dos tenía apetito, así que trató de compensar su apocamiento anterior mostrándose decidida. - Ordenaré que retiren la comida si os parece bien, mi señor -. Buscando una vez más el alivio que le proporcionaba el frescor de aquella extraña noche, se asomó a la puerta de la tienda para contemplar aquellas tiendas cerradas de cuyo interior brotaban esporádicos ronquidos y también algún que otro ahogado gemido de mujer. A lo lejos, un grupo de insomnes reía en torno a una hoguera que amenazaba con apagarse. Dio un respingo cuando vio cruzar aquel claro al muchacho que atendía a Lord Baratheon y chistó de forma muy poco femenina para llamar su atención y también, aunque involuntariamente, la de los guardias que patrullaban con pasos perezosos y que se giraron para mirarla. - Retira esto - le indicó mientras abría la cortina que hacía funciones de puerta y señalando con un movimiento de cabeza la desolada mesa de madera y la comida en torno a la cual se arremolinaban ya un par de moscas. Mientras el chico se afanaba en recoger los platos casi intactos con una maestría derivada de las múltiples veces que había hecho eso, Brinna volvió a mirar a Nathan Baratheon, buscando su aprobación y esperando que fuera él quien le ordenase el traslado de su equipaje. Regresó entonces a su lado pero no se sentó, sino que permaneció junto a él de pie como una improvisada guardiana, como si ella fuera en ese instante la delegada de Lord Baratheon y el filtro por el que se debía pasar antes de molestar al señor de las Tormentas, visiblemente exhausto, estresado, preocupado. - Mi señor... - musitó en voz baja, escondiendo sus palabras del oído del criado tras el golpeteo de platos que éste hacía al recoger la mesa. Tomó asiento de nuevo, tan rígido su cuerpo como las espadas de acero que descansaban apoyadas en una austera estructura de madera - Quizá nunca lleguemos a ser felices... pero me comprometo ante vos y ante los dioses a tratar de procuraros la armonía y tranquilidad que me sea posible en aras de no entorpecer vuestros pasos en el tiempo que nos espera juntos -. Su voz sonó tan aterciopelada y reconfortante que contrastaba con la aspereza en la mirada de Lord Baratheon pero a pesar de todo y sabedora de que no sería tan fácil apaciguar la tormenta interna que parecía revolver su alma, los dedos de su mano izquierda reprimieron el impulso que sentía su mano derecha de posarse de nuevo sobre el que sería su marido para ofrecerle un consuelo que sería inútil.
Las voces y también las carcajadas de los soldados que habían terminado su frugal cena se iban apagando conforme iban cayendo presas del sueño así que el silencio fue apoderándose del campamento Baratheon. Tan sólo los sonidos metálicos de los hombres armados que hacían guardia y que se hablaban en susurros rompía la discreta sinfonía natural del bosque que parecía revivir gracias a la fauna nocturna. El ulular de un búho posado en una rama cercana sobresaltó a Brinna, quien dio un respingo justo antes de que Nathan continuara hablando con el mismo tono severo y natural al que debería empezar a acostumbrarse. Sus siguientes declaraciones superaron sin embargo el susto provocado por el ave nocturna, produciendo en la joven Wendwater una angustiosa inquietud al creer comprender en sus palabras que esta noche la pasarían juntos en aquella tienda. Sin demasiado disimulo, Brinna se giró para observar con temor el austero catre entre las sombras como si fuera el más despiadado instrumento de tortura; su mirada azul y atemorizada viró entonces al rostro de Lord Baratheon, a aquellos ojos que ahora se le antojaron de acero, a sus manos fuertes y quizá impías, y pidió a la Doncella que aquel hombre no se comportara en el lecho con la misma severidad con la que la estaba tratando desde que había pisado la tienda. ¿Qué haría de ella en la soledad de esa carpa castrense en la que el hierro y el cuero se hacían dominantes un hombre al que era entregada sin que la deseara siquiera pues el cuerpo de su difunta esposa aún prevalecía en sus recuerdos? ¿Ejercería su poder sobre ella para doblegarla en ese pobre lecho, para vengarse del acuerdo inspirado por su madre, para desahogar su frustración? De nuevo con aquel nudo en la garganta que apenas le permitía respirar, Brinna quiso replicar y negarse, casi vencida por el miedo, pero recordó quién era, para qué estaba allí, qué era lo que le habían enseñado, qué era lo que había en juego... - Como ordenéis, mi señor - musitó, como si las palabras apenas lograran abrirse paso entre sus labios a pesar de que éstas sonaron firmes en el silencio de la tienda - Hablaré con mi madre mañana acerca de sus intenciones y pasaré con ella el máximo tiempo posible, con vuestro permiso -. Brinna necesitaba en ese momento a su madre, a su septa, a cualquiera de sus doncellas de Caminoarroyo para que que le ofrecieran consejos sobre cómo comportarse cuando Lord Baratheon exigiera que separara sus muslos. Las palabras aisladas de las pocas mujeres con las que había hablado de aquel asunto acudieron a su cabeza en forma de nube de tormenta: “...dolerá, da igual cuánta pericia tenga el hombre, siempre duele...”, “...quéjate, solloza y gime, eso suele gustarles...”, “...nunca te niegues ni te resistas, será peor...”. La joven, agobiada por algo que aún ni siquiera se había materializado en palabras, bajó la mirada de nuevo a sus manos cuyos dedos se retorcían poseídos por el nerviosismo - No me arriesgaré innecesariamente, mi señor - respondió ante las órdenes que Lord Baratheon tenía para ella en cuanto a la posibilidad de pasear por las inmediaciones del campamento; se prometió a sí misma reprimir sus acostumbrados paseos por las forestas que solía llevar a cabo en los alrededores de Caminoarroyo, recordando la situación en la que se hallaba y en quién se convertiría. Si a pesar de la cercanía con su hogar su madre había enviado soldados Baratheon a buscarla quería decir que el belicismo emergente en aquellas tierras era más peligroso de lo que se percibía a simple vista. Algo irónica reflexionó en cuanto a las últimas palabras de Nathan Baratheon comprendiendo a qué tipo de mujeres se refería, y determinó que en base al momento que se avecinaba, la compañía de un par de putas experimentadas le sería mucho más útil que el de doncellas vírgenes como ella.
Brinna decidió romper la promesa que se había hecho a sí misma momentos antes, amparándose en que sólo los Siete serían conocedores del motivo de aquel imcumplimiento, y abandonó la silla que ocupaba para tomar su copa y llenarla de vino, deseando que el Lord de las Tormentas no percibiese aquel gesto como una irreverencia. Le observó desde la corta distancia que les separaba, queriendo tomar algún tipo de iniciativa que rompiese con aquella tensión pero poseída por una angustiosa incertidumbre ante la posibilidad de cometer un nuevo error. Deseaba comprender a aquel hombre, adaptarse a él y saber tratarle para convertirse en la esposa perfecta que se esperaba que fuera, pero se sentía terriblemente confusa y también furiosa: de nada parecían servir las lecciones de su septa, los consejos de su maestre, la escrupulosa atención prestada a su madre... La experiencia resultaba ser un grado que tardaría un tiempo en alcanzar, y sabía que ese tiempo no sería fácil junto a un hombre roto como parecía ser Lord Baratheon. - Mi señor... - logró decir aún con los labios teñidos del suave carmesí del vino, antes de frotarlos uno con otro para eliminarlo - Mis cosas... ¿las han trasladado a la tienda de mi madre? - preguntó con cierta ingenuidad, mirando unos instantes al biombo que aislaba el lado septentrional de la tienda como una salvación, pues tras él cuanto menos esperaba encontrar un recodo de intimidad para su aseo y también sus cambios de vestuario - ¿Podríais hacer que trajeran aquí alguno de mis baúles? - Brinna podría haberse encargado ella misma de dar esa orden, tan sólo tenía que dirigirse a uno de los guardias que custodiaban la entrada de la tienda, pero el percibir en ese momento a aquellos hombres como carceleros le impidió ejercer como su señora y aquello le provocó una nueva frustración. Suspiró hondamente y dejó de nuevo la copa sobre la mesa; la cena se había enfriado y cada vez se hacía más evidente que ninguno de los dos tenía apetito, así que trató de compensar su apocamiento anterior mostrándose decidida. - Ordenaré que retiren la comida si os parece bien, mi señor -. Buscando una vez más el alivio que le proporcionaba el frescor de aquella extraña noche, se asomó a la puerta de la tienda para contemplar aquellas tiendas cerradas de cuyo interior brotaban esporádicos ronquidos y también algún que otro ahogado gemido de mujer. A lo lejos, un grupo de insomnes reía en torno a una hoguera que amenazaba con apagarse. Dio un respingo cuando vio cruzar aquel claro al muchacho que atendía a Lord Baratheon y chistó de forma muy poco femenina para llamar su atención y también, aunque involuntariamente, la de los guardias que patrullaban con pasos perezosos y que se giraron para mirarla. - Retira esto - le indicó mientras abría la cortina que hacía funciones de puerta y señalando con un movimiento de cabeza la desolada mesa de madera y la comida en torno a la cual se arremolinaban ya un par de moscas. Mientras el chico se afanaba en recoger los platos casi intactos con una maestría derivada de las múltiples veces que había hecho eso, Brinna volvió a mirar a Nathan Baratheon, buscando su aprobación y esperando que fuera él quien le ordenase el traslado de su equipaje. Regresó entonces a su lado pero no se sentó, sino que permaneció junto a él de pie como una improvisada guardiana, como si ella fuera en ese instante la delegada de Lord Baratheon y el filtro por el que se debía pasar antes de molestar al señor de las Tormentas, visiblemente exhausto, estresado, preocupado. - Mi señor... - musitó en voz baja, escondiendo sus palabras del oído del criado tras el golpeteo de platos que éste hacía al recoger la mesa. Tomó asiento de nuevo, tan rígido su cuerpo como las espadas de acero que descansaban apoyadas en una austera estructura de madera - Quizá nunca lleguemos a ser felices... pero me comprometo ante vos y ante los dioses a tratar de procuraros la armonía y tranquilidad que me sea posible en aras de no entorpecer vuestros pasos en el tiempo que nos espera juntos -. Su voz sonó tan aterciopelada y reconfortante que contrastaba con la aspereza en la mirada de Lord Baratheon pero a pesar de todo y sabedora de que no sería tan fácil apaciguar la tormenta interna que parecía revolver su alma, los dedos de su mano izquierda reprimieron el impulso que sentía su mano derecha de posarse de nuevo sobre el que sería su marido para ofrecerle un consuelo que sería inútil.
Brinna Baratheon
Re: La entrega [Nathan Baratheon]
¿Ella misma servirá como pago? Por un momento sintió ganas de reír sin embargo no quería insultar a la chica, en la mente de Nathan se arraigaba cada vez más que aquella niña no era más que otra víctima en todo esto, era una niña hermosa y de seguro muchos caballeros abrían cruzado lanzas encantados sólo para hacerla reina del amor y la belleza, pero en lugar de eso ella estaba ahí comprometida a un hombre que no deseaba tomar esposa y lo que era peor… pensó que su vida o muerte sería suficiente pago en caso de que su madre o su familia decidieran traicionarlo… pero tal cual se menciono, el venado no rió por el contrario mantuvo su semblante serio como si en realidad le estuviera dando a entender que de ser de ese modo la palabra de ella bastaría junto a la de su madre ¿Pero porque hacerlo? ¿Por qué hacer sentir mejor a la niña que tenía en frente? En la mente de Nathan la respuesta era simple, mucho más resignado tampoco podía destruir la moral de la joven, no quería a una futura señora de la tormenta resignada y derrotada, si iba a ser su esposa debía conservar esa confianza en ella misma que ahora mostraba valorándose incluso como pago suficiente por una traición. -Entonces que así sea… tienes mi bendición para informar a vuestra madre que al menos por mi parte el compromiso no varía luego de haberos conocido… seréis mi esposa y ella mi familia y juntos sobreviviremos a esta guerra para ver crecer a nuestras familias- sentencio Nathan cerrando de aquella manera el acuerdo trazado ya con la madre y aunque probablemente fuera como fuera la joven nunca lo podría haber cambiado, por ahora Nathan ya comenzaba a asumir que no había pasó atrás y que una nueva historia en su vida ya se había comenzado a desarrollar.
En cada silencio que se formaba entre ambos el tiempo parecía consumir todo y en ese mismo silencio de pronto todo parecía regresar, aunque quizás esta era la sensación de Nathan ya que con frecuencia salía y entraba de lo profundo de sus pensamiento, antes lo había hecho por la voz de Brinna, ahora por momento lo hacía por el relinchar de algún caballo a lo lejos o la marcha alegre de alguno de sus hombres que ya descansaban y se conducían a sus tiendas para afrontar mañana un nuevo día. Pero en el caso de la pareja que pronto serían los regentes de la tormenta, la noche aún era bastante joven y prometía traer bastantes cosas por delante o al menos eso era lo que había dejado ver las anteriores ordenes que había impartir Nathan a su ahora prometida. Aquella mujer no había sido en lo absoluto de su agrado y aunque el malestar que sentía por ella por desafiarlo era más bien un rasgo propio de a juventud aún existente en Nathan, también era cierto que de pronto tenía cierta preocupación respecto a la influencia de las palabras de esa mujer en su hija, si tenía que volver a casarse no quería volver a revivir las situaciones complejas del matrimonio con Eve… y es que a pesar de que todos de pronto parecían desear martirizar a Eve transformándola en la perfecta esposa y en la perfecta mujer… El venado sabía mejor que nadie que aquella situación no era tal, él había vivido aquellos dos años en que después de la guerra no había dormido más que unas noches junto a su esposa por precaución de no ser asesinado mientras dormía… Y es que la verdad era que esa fue su relación por dos años, una relación que sólo había parecido regresar a los años en que se conocieron meses antes de su muerte… pero Nathan sabía bien que ella no había sido la esposa ni la mujer que ahora todo querían pintar… pero también sabía bien que esa era la mujer a la que él había amado y ahora no podía sacar de su cabeza, pero siempre amándola dentro de sus defectos y las muchas virtudes que él veía en ella.
Cuando ella se volvió a poner de pie la siguió con la mirada y la observo una vez más beber vino, no era que le molestara en realidad, en los años había conocido ya más de una chica capaz de beber mucho más de lo que él lo hacía, sin embargo por un momento pensó en pedirle que dejara de beber y es que no quería tener mañana en su tienda a la madre de Brinna realizando quejas por haber emborrachado a su hija o algo parecido en la primera noche en que compartían momentos a solas… pero finalmente no lo hizo y la dejo beber a final de cuentas incluso había un dejo de deseo en que esa mujer ser volviera a atrever a reprocharle algo, todo lo que ocurría en aquella tienda era producto de sus deseos y el cumplimiento de las solicitudes que ella misma había hecho. Sus pensamientos fueron rotos por una nueva solicitud de parte de Brinna quien ya parecía al menos sentirse lo suficientemente cómoda como para realizar solicitudes. Aunque a estas preguntas y solicitudes que ahora realizaba no tenía como responder pues la verdad era que no tenía ni la más remota idea de donde se encontraban sus cosas, seguro algún criado se había encargado o quizás el propio Almeric había impartido alguna instrucción ya que se había mostrado tan interesado en la comodidad de las Wendwater -Ordenare que todas tus cosas sean traídas a esta tienda, mientras estemos en el campamento estos serán tus aposentos, es la tienda más amplia y cómoda, eres mi prometida y serás la señora de la tierra de la tormenta, no puedes estar en cualquier tienda…- le dijo dejando un claro margen en el trato que estaba dispuesto a proporcionarle a ella y al que ya le había proporcionado a su madre dejándola en una tienda de campaña similar a los miembros de sus ejércitos, pero tal cual eran sus últimos pensamientos ella sería su esposa y por ende al menos en lo material tendría el trato que aquello significaba -…Tendrás todas las comodidades que se te puedan dar en el campamento, el chico que viste estará a cargo de tus atenciones y como dije los guardias estarán contigo en todo momento- a pesar de que las palabras que dedicaba eran de cierta preocupación y atenciones para con ella, el tono de voz que él utilizaba no permitía que el ambiente entre ellos se volviera ameno o tranquilo.
Luego vino el momento en que ella intento sentirse más dueña de la situación haciendo que su joven criado se encargara de aquellos platos que con suerte habían tocado, no era la imagen que quería dejar a sus soldados desperdiciando de ese modo la comida sin embargo la verdad era que no tenía hambre o todo lo que estaba pasando le había quitado el apetito así que simplemente la dejo hacer y se dedico a observar como ella impartía instrucciones al criado con propiedad. Sin que ella notara y con mucho disimulo el criado le miro esperando que fuera él quien confirmara las ordenes que la joven impartía cosa que no pudo resultar más graciosa para Nathan quien con una espontanea sonrisa en los labios asintió mientras ella no lo observara y para que él joven criado entendiera que las ordenes de Brinna estaban bien y debían ser aceptadas. Pero lo que vino después fue algo que realmente Nathan no se espero, ella se volvió a sentar a su lado llamando su atención antes de comenzar con un discurso sacado de otro lugar, algo que en ningún momento Nathan se hubiera esperado o que hubiera escuchado en otro momento similar. Algo sorprendido Nathan se puso de pie sorpresivamente para mirarla desde lo alto. -No puedo prometer felicidad a nadie, es algo de lo que los dioses me han privado, espero que a cambio de fuerza en mis manos para blandir mi espada en esta guerra… Pero si os prometo que mientras los dioses deseen que nuestros caminos se encuentren unidos… nada os faltara…- de pronto sintió como si le faltara el aire, que grave error había cometido y que crueles eran los dioses al llevar a su mente aquellas palabras, las mismas palabras que había dedicado a Eve al ver sus ojos vacios y carentes de cualquier sentimiento hacia él… “Nada os faltara… salvo el amor que no os puedo dar ni vos queréis recibir”, y ahora era prácticamente lo mismo… Nathan ahora estaba envuelto en un nuevo valor y la confianza de que saldría airoso de alguna forma de aquella guerra y con esa victoria podría ofrecer todo a Brinna y nunca nada le faltaría… podía prometer eso, pero no podía prometer llegar a quererla -…Serás la señora de la tormenta, y velare porque esto sea lo menos pesado para vos- le dijo posando por sólo unos segundos una de sus manos sobre su cabeza antes de alejarse hacia el mismo lugar que ya había cruzado Brinna en tres ocasiones, la entrada de la tienda -Señores, tomad los mapas y la mesa de reuniones y llevadla a la tienda que Almeric ha preparado para mí- dijo Nathan a los guardias que se apostaban en la entrada de la tienda quienes no dudaron un segundo en cumplir las órdenes que les daba su lord e irrumpieron en la tienda sin percatarse en Brinna y sólo cumpliendo con las ordenes que le había dado.
Fueron unos cuantos minutos los que tardaron en hacer cuanto les había pedido, tiempo en el cual Nathan se acercó a sus armas para volver a ceñir a rayo en su cintura y fijar su segunda espada en su espalda. Para cuando lo que había solicitado estuvo finalmente cumplido fue el único momento en que Nathan se volvió a acercar a Brinna con la soledad como única compañera de lo que estaba ocurriendo -Mis hombres cuidaran de ti, no estaré alejado muchas tiendas si algo requerís podéis llamarme, de todos modos regresare por la mañana para tomar el desayuno con vos al menos la primera mañana juntos- le dijo antes de girarse para emprender sus pasos hacia la entrada pues la verdad su intención nunca fue pasar la noche en la misma tienda que su nueva prometida, no era su esposa y no permitiría el nombre de su nueva esposa fuera deshonrado con rumores sobre ella… pero por sobre todo, el recuerdo de Eve no le permitía compartir la habitación con nadie.
Todo lo que se escuchaba eran los soldados que permanecían despiertos con la guardia y algunos leños que se quemaban ruidosamente mientras los hombres intentaban mantener el fuego encendido y antes de salir Nathan se giro una vez más para observar a la joven -Podéis mandar buscar a vuestra madre… creo que no se siente muy cómoda en la tienda que se le asigno, quizás le gustará compartir con vos las comodidades que podemos ofrecer los Baratheon… si aceptas que ella pase la noche contigo, también decidle que desayunaras conmigo y dile que espero poder contar con su presencia en dicho desayuno- Sentenció Nathan antes de salir definitivamente de la tienda para dejarle por primera vez intimidad a la joven.
En el camino de regreso Nathan no pudo contener una sonrisa al imaginar el rostro molesto de la mujer Wendwater al recibir por primera vez una invitación a la hospitalidad de su casa… pero por ahora sólo le quedaba una larga noche con muchas cosas que pensar.
Nathan Baratheon- Nobleza
Re: La entrega [Nathan Baratheon]
Cuando Nathan Baratheon se puso en pie con una renovada energía, Brinna contuvo un respingo y parpadeó un par de veces con rapidez, levantando el rostro hacia él con una expresión temerosa en sus rasgos, mirándole como si esperara ser reprendida por algo que había dicho y que al parecer, había sido inconveniente o inapropiado. Sus manos se crisparon sobre el regazo cubierto de sobrio lino gris mientras bajo el mismo su cuerpo se tensaba. Se esforzó en sostener la mirada ensombrecida que Lord Baratheon dejó caer sobre ella desde su posición privilegiada y sintió un fugaz alivio al comprobar que no había en sus ojos la furia que temía hiciera acto de aparición en cualquier momento. Sin embargo y dejándose llevar por la empatía, no pudo alegrarse de aquella constatación tanto como cabía esperar, pues de nuevo fue invadida por una oleada de inesperada ternura y compasión hacia su futuro marido: no había ira en sus pupilas, tampoco desprecio o arrogancia, tan sólo una gran tristeza que acompañó la más que elocuente respuesta que ofreció a la joven que aún permanecía sentada. No pasó desapercibido a la muchacha un súbito gesto de dolor que contrajo el rostro de Lord Baratheon durante unos segundos, un dolor que parecía haberle azotado desde el interior como si algo se hubiera quebrado, quizá provocado por sus propias palabras sumergidas en una sombría resignación. Brinna quedó impresionada por la crudeza de sus declaraciones, por la seguridad en su voz al afirmar que nunca sería capaz de hacer feliz a nadie, y aunque quiso negárselo para ofrecerle consuelo decidió que lo más prudente sería guardar silencio. Una de las primeras lecciones que había aprendido entre las austeras paredes de aquella tienda militar era que no podía confortar a Lord Baratheon, o cuanto menos aún no sabía cómo hacerlo para que él aceptara su consuelo. - No albergo dudas respecto a eso, mi señor - fue lo único que le ofreció como respuesta, queriendo hacerle ver que le sabía capaz de mantenerla y que nunca había tenido dudas al respecto, sabedora de que era algo muy propio del orgullo masculino el sentirse aptos a la hora de proteger y cuidar a aquellos bajo su cargo.
Tras un breve silencio, fue Nathan Baratheon quien sorprendió a la joven Wendwater posando la mano durante unos segundos sobre la rubia cabellera de Brinna, una fugaz caricia en la que la niña encontró todo el consuelo que parecía necesitar en aquellos momentos. El peso de sus dedos en su cabeza fue suave e incluso delicado, y la joven entreabrió los labios unos instantes para exhalar un suspiro de alivio: quizá no todo era dureza e impiedad en el regente de las Tormentas, quizá sus manos también podían ser tiernas y gráciles lejos del campo de batalla y de las reuniones con sus vasallos. Le siguió con la mirada cuando se encaminó a la puerta de la entrada y comprendió al escuchar sus órdenes a los guardias que había malinterpretado sus anteriores palabras: no la obligaría a acostarse con él al menos aquella noche. - Gracias - musitó antes de que los soldados irrumpieran en la tienda en una algarabía de sonidos metálicos y voces graves y masculinas; si aquel agradecimiento venía dado por la promesa de facilitarle el camino ante su nueva situación o por darle un tiempo de margen antes de ocupar el lugar que le correspondía entre sus muslos fue algo que la propia Brinna no supo dilucidar en aquel momento. El Lord había ceñido de nuevo una de sus espadas a su cintura y situó la otra tras su espalda, como si el camino hacia su tienda atravesara el campo de batalla y se viera obligado a defenderse de los enemigos, y mientras dos guardias sacaban con esfuerzo la tabla que antes se fijaba al suelo con gruesos clavos de hierro, volvió a acercarse a la joven que aún permanecía sentada en la silla, con las manos cogidas y la espalda tensa y sin reposar sobre el respaldo. Le dedicó una sonrisa mientras asentía con la cabeza y aquel gesto no fue forzado sino genuino. La leve caricia en los cabellos, el respeto mostrado ante ella, la promesa de que la cuidaría... habían germinado en Brinna despertando la esperanza de que quizá la vida junto a Nathan Baratheon no sería tan complicada como parecía hasta el momento. La tienda quedó despejada de todo elemento castrense que pudiera haberla ocupado antes y su interior aparecía ahora desnudo y con un aspecto casi desolado al quedar ante Brinna tan sólo el suelo despejado y cubierto con una tela que se humedecía al contacto con la hierba y la tierra mojada. La joven contempló aquel espacio desierto en silencio hasta que Lord Baratheon volvió a dirigirse a ella por última vez, ya en la puerta de la tienda y dispuesto a abandonarla por aquella noche. - Así lo haré, mi señor. Pasad una buena noche y que la Doncella vele vuestros sueños -. No era aquella la divinidad que solía invocarse en presencia de un hombre de guerra pero Brinna la mentó con la clara intencionalidad de procurarle un descanso tranquilo y sin sobresaltos, como si fuera ella misma la que hiciera guardia junto a su lecho en las pocas horas en las que las preocupaciones quedaban adormecidas por el agotamiento. Suspiró cuando quedó sola en la tienda con una gran sensación de abandono a pesar de que su futuro marido y también su madre se encontraban a pocas varas de ella. Nadie podía guiar sus pasos en el sendero que se abría ante sus pies y que la conducía hacia un futuro incierto junto a un hombre que se enfrentaba a una guerra creciente en cada rincón de Poniente. No eran escaramuzas con unos bandidos, tampoco enfrentamientos con vasallos rebeldes... Lord Baratheon se enfrentaría al rey Targaryen y Brinna sintió un nudo en la garganta al pensar en la posibilidad de enviudar. ¿Qué harían de ella los enemigos de Nathan Baratheon si éste caía en la guerra?
Aquellos aciagos y prematuros pensamientos fueron interrumpidos cuando el joven criado irrumpió de nuevo en la tienda seguido por tres guardias que portaban los baúles y cajas que Brinna había traído consigo desde Caminoarroyo. No repararon en ella a excepción de algunas miradas de soslayo que mostraban cierta curiosidad y un deje de suspicacia, y Brinna decidió que era el momento de abandonar la silla que parecía constituir el único refugio en aquel lugar. Se puso en pie con decisión, aún sus manos entrelazadas para ocultar el nerviosismo, y se dedicó a dar instrucciones a los soñolientos soldados tan sólo para afianzar su posición entre ellos y no por una auténtica motivación en cuanto a la situación de sus cosas. En pocos minutos logró que la tienda llegase a mostrar un aspecto acogedor e incluso femenino al pender algunas de sus capas de terciopelo de los travesaños de madera que sostenían la estructura y enfilarse tres o cuatro pares de zapatos contra la ruda cortina de color sable. Uno de los guardias instaló incluso un alargado espejo de casi tres varas de alto que había traído desde su luminosa alcoba en Caminoarroyo y que otorgó un aspecto mucho más radiante al interior de la tienda al reflejar las débiles llamas de los candelabros de hierro que estaban diseminados por la estancia, sosteniendo amarillentas velas de cera cuyo olor se confundió con el perfume de los objetos personales de la joven Wendwater. - Mi señora, dormiré en una tienda junto a la vuestra - le informó el chico que había sido designado para atender a los futuros esposos - Sólo tenéis que mandar a por mí si necesitáis algo -. Y tras una estudiada reverencia, salió de allí seguido por los guardias Baratheon, dos de los cuales custodiaron la entrada de la tienda mientras el resto se entregaba al descanso. Brinna, recuperada la seguridad en sí misma, decidió que no extendería la invitación a su madre en aras de no interrumpir su sueño, pues ya era noche cerrada y si algún defecto tenía Lady Wendwater era el de tener un horrible despertar, en especial si éste era provocado a horas intempestivas. Se encaminó hacia el baúl que contenía su ropa más íntima y extrajo del mismo un austero camisón en color crudo con olor a lavanda; tenía prendas mucho más livianas pero no olvidaba que se encontraba rodeada de soldados que podían irrumpir en la tienda en cualquier momento si así se lo ordenaban.
Cepilló sus largos y espesos cabellos rubios mientras contemplaba su propio rostro en el espejo enmarcado en blanca madera de álamo: apenas llevaba un día fuera de Caminoarroyo y tenía la sensación de que había crecido diez años, abriéndose a una realidad muy distinta de la que se había creado entre los sólidos muros de la fortaleza familiar. No existían las historias de amor como la de Florian y Jonquil, una caricia no era suficiente para reconfortar un corazón herido de gravedad, una sonrisa no aliviaba todos los pesares... Los movimientos que había tratado de hacer sobre el tablero de cyvasse habían resultado ser torpes y erróneos, y Brinna se cercioraba poco a poco de que nadie le había explicado las auténticas reglas del juego y que era tarde para buscar un nuevo maestro. Tendría que aprender a jugar sola y sabía que cometería muchas más equivocaciones que engendrarían aflicciones, pesadumbres y congojas. - No debo rendirme - se dijo a sí misma con una seriedad inusitada en una joven cuyas risas y comentarios en voz alta solían llenar de alegría los pasillos de Caminoarroyo. No haría ningún reproche a su madre, ni tampoco gimotearía ni se quejaría: asumiría la responsabilidad que caía sobre ella y permanecería junto a Lord Baratheon, siendo para él una esposa devota pero no sumisa, una mujer de la que enorgullecerse, la garantía de que Caminoarroyo y sus gentes permanecieran bajo el amparo y la protección del venado que los había rescatado del olvido y el abandono en que los habían sumido los Targaryen. Brinna se echó sobre el catre cubierto ahora por pieles y sábanas extraídas de su propio equipaje y que no lograban atenuar en demasía la dureza e incomodidad de aquel armatoste de madera. Además, la inquietud que le provocaba el desayuno de la mañana siguiente no le permitió conciliar el sueño hasta que la fatiga por el largo viaje y la propia tensión emocional que se había apoderado de ella desde que el sol había caído la sumergieron en un profundo sueño vacío y oscuro del que los dioses parecieron arrebatar cualquier imagen que pudiera perturbar su descanso.
Una fuerte risotada masculina sobresaltó a la joven Wendwater, quien se incorporó en el catre dando un respingo, confusa y temerosa al mirar a su alrededor y no reconocer su cálida alcoba en Caminoarroyo hasta que poco a poco la conciencia la devolvió a la realidad. Permaneció unos instantes sentada en el lecho y cubierta por algunas pieles, revueltos los cabellos dorados y dolorida la espalda por la dureza del jergón que había acogido su cuerpo en las escasas horas de sueño. Recordando que Lord Baratheon había ordenado desayunar con ella, se puso en pie de un salto y se asomó a la puerta de la tienda para recibir la luz del sol en su rostro aún soñoliento. La vida había vuelto al campamento desde que amaneciera tras las colinas y se veían soldados y sirvientes yendo de un lado para otro, atareados y animosos ante las nuevas perspectivas para la Tierra de la Tormenta. Brinna siguió con la mirada a tres magníficos caballos que un soldado guiaba hacia alguna parte y sonrió cuando uno de ellos relinchó mientras movía en el aire una crin negra y reluciente. Un carraspeo le anunció entonces la presencia del joven criado de la noche anterior y quien parecía haber estado pendiente de aquella tienda para atender a su señora en cuanto ésta despertara. - Ve a avisar a mi madre de que está invitada a desayunar conmigo y con Lord Baratheon - le ordenó de inmediato mientras frotaba uno de sus ojos y reprimía un bostezo - Y anúnciale al señor que estoy despierta y en breve podré recibirle -. El chico asintió con la cabeza y con pasos precipitados, se alejó de allí moviéndose en zig zag entre los soldados que parecían no percatarse de su presencia. Brinna regresó entonces al interior de la tienda, despojándose rápidamente de su camisón para llevar a cabo su higiene, oculta tras el biombo y con cierto temor a ser vista. Estaba peleando con un vestido de color verde oscuro decorado en su escote y pecho con una discreta pedrería negra cuando escuchó la voz de su madre. - Brinna, ¿necesitas ayuda? ¿Es que Lord Baratheon no te ha enviado ninguna doncella para que te asista? - inquirió con irritación en su voz, avanzando hacia el biombo para ayudar a la joven a estirar el vestido sobre su cuerpo, procurando que el bordado azabache de sus mangas no quedara doblado. - Le dije que no lo necesitaba - mintió la joven protegiendo al que sería su marido, asumiendo su nuevo papel de señora de las Tormentas incluso frente a su propia madre, afanada ahora en cepillar sus cabellos con rápidos y fuertes tirones mientras hablaba con su hija. - ¿Ha pasado la noche contigo? -. Brinna suspiró con la mirada perdida en el hierro negro de un candelabro que parecía llorar lágrimas de cera: había esperado otro tipo de curiosidad en su madre pero decidió que no se sentiría decepcionada con ella; seguramente Lady Wendwater se dejaba llevar por el espíritu práctico que demandaba la delicada situación en la que se encontraba. - No, madre. Dijo que podíais venir aquí también si así lo deseáis, esta tienda es más grande y cómoda que... -. - No - la interrumpió Lady Wendwater con aspereza mientras guardaba el cepillo que había usado para acicalar los cabellos de Brinna, usando después sus dedos para colocar los tupidos mechones por encima de sus hombros - Le dirás a tu futuro esposo que no aceptaré su displicencia y que permaneceré en la tienda que designó para mí el primer día -. Brinna decidió no responder a eso; su madre parecía enojada y frustrada mientras se movía por la tienda con impaciencia, colocando y ordenando las cosas de la niña como si fuera a permanecer allí para siempre antes de volverse hacia ella con un enérgico suspiro. - Si me quedo aquí, no vendrá a visitarte en mitad de la noche, Brinna - explicó con un gesto incómodo, como si le desagradara ofrecer ese tipo de explicaciones a la joven - Y cuanto antes ocurra eso, mejor -. La chica se sonrojó mientras enarcaba las cejas algo sorprendida por la tremenda franqueza de su madre, pero decidió aprovechar el comentario para avanzar hacia la sobria dama mientras decía con cierta angustia en la voz: - En cuanto a eso, quería preguntaros algo... -. Pero un prolongado chistido por parte de su madre le hizo callar abruptamente. La miró con cierto estupor para comprobar que los ojos de su madre estaban clavados en la puerta de la tienda por la que de inmediato irrumpieron algunos hombres cargados con una mesa y tres sillas que montaron con gran diligencia en el espacio que habían dejado los enseres de Brinna. La joven chasqueó la lengua sin disimulo, sabiendo que de nuevo perdía otra oportunidad de resolver algunas de sus dudas cuando dos o tres sirvientes desplegaron el desayuno sobre la mesa: varias hogazas de pan de trigo y centero, quesos variados, jamón cocido con hierbas y pastelillos de miel acompañaban a un par de jarras de leche y también algunas naranjas. Brinna contempló aquellas viandas con cierta avidez; apenas había cenado nada la noche anterior y siendo ella una joven aficionada al buen comer, sintió que aquel desayuno era de los más opíparos que había visto nunca. Lady Wendwater, sin embargo, tenía una nueva queja. - ¿Ni siquiera hay huevos o panceta? - preguntó inmóvil, casi en un susurro, sabiendo que la llegada de Lord Baratheon era inminente. - Madre, estamos en un campamento - replicó Brinna en el mismo tono aunque adoptando cierto deje de riña que le procuró una enfurecida mirada por parte de su malhumorada progenitora. Su respuesta había sido insolente y en otras circunstancias, la joven habría recibido un castigo que le recordara de qué manera debía hablar a su madre. Sin embargo, el sonido metálico que les anunció que los soldados se cuadraban al paso del Lord de las Tormentas hizo que las dos mujeres interrumpieran aquella situación. Cuando la puerta de la tienda se abrió para dar paso a Nathan Baratheon, ambas hicieron una reverencia ante él, de pie tras la mesa lista y expectantes ante el señor de las Tormentas. La sonrisa de Brinna lograba ensombrecer la suspicacia en los ojos de su madre, o cuanto menos así era como lo percibió el chico encargado de todo mientras contemplaba la escena desde un discreto segundo plano.
Tras un breve silencio, fue Nathan Baratheon quien sorprendió a la joven Wendwater posando la mano durante unos segundos sobre la rubia cabellera de Brinna, una fugaz caricia en la que la niña encontró todo el consuelo que parecía necesitar en aquellos momentos. El peso de sus dedos en su cabeza fue suave e incluso delicado, y la joven entreabrió los labios unos instantes para exhalar un suspiro de alivio: quizá no todo era dureza e impiedad en el regente de las Tormentas, quizá sus manos también podían ser tiernas y gráciles lejos del campo de batalla y de las reuniones con sus vasallos. Le siguió con la mirada cuando se encaminó a la puerta de la entrada y comprendió al escuchar sus órdenes a los guardias que había malinterpretado sus anteriores palabras: no la obligaría a acostarse con él al menos aquella noche. - Gracias - musitó antes de que los soldados irrumpieran en la tienda en una algarabía de sonidos metálicos y voces graves y masculinas; si aquel agradecimiento venía dado por la promesa de facilitarle el camino ante su nueva situación o por darle un tiempo de margen antes de ocupar el lugar que le correspondía entre sus muslos fue algo que la propia Brinna no supo dilucidar en aquel momento. El Lord había ceñido de nuevo una de sus espadas a su cintura y situó la otra tras su espalda, como si el camino hacia su tienda atravesara el campo de batalla y se viera obligado a defenderse de los enemigos, y mientras dos guardias sacaban con esfuerzo la tabla que antes se fijaba al suelo con gruesos clavos de hierro, volvió a acercarse a la joven que aún permanecía sentada en la silla, con las manos cogidas y la espalda tensa y sin reposar sobre el respaldo. Le dedicó una sonrisa mientras asentía con la cabeza y aquel gesto no fue forzado sino genuino. La leve caricia en los cabellos, el respeto mostrado ante ella, la promesa de que la cuidaría... habían germinado en Brinna despertando la esperanza de que quizá la vida junto a Nathan Baratheon no sería tan complicada como parecía hasta el momento. La tienda quedó despejada de todo elemento castrense que pudiera haberla ocupado antes y su interior aparecía ahora desnudo y con un aspecto casi desolado al quedar ante Brinna tan sólo el suelo despejado y cubierto con una tela que se humedecía al contacto con la hierba y la tierra mojada. La joven contempló aquel espacio desierto en silencio hasta que Lord Baratheon volvió a dirigirse a ella por última vez, ya en la puerta de la tienda y dispuesto a abandonarla por aquella noche. - Así lo haré, mi señor. Pasad una buena noche y que la Doncella vele vuestros sueños -. No era aquella la divinidad que solía invocarse en presencia de un hombre de guerra pero Brinna la mentó con la clara intencionalidad de procurarle un descanso tranquilo y sin sobresaltos, como si fuera ella misma la que hiciera guardia junto a su lecho en las pocas horas en las que las preocupaciones quedaban adormecidas por el agotamiento. Suspiró cuando quedó sola en la tienda con una gran sensación de abandono a pesar de que su futuro marido y también su madre se encontraban a pocas varas de ella. Nadie podía guiar sus pasos en el sendero que se abría ante sus pies y que la conducía hacia un futuro incierto junto a un hombre que se enfrentaba a una guerra creciente en cada rincón de Poniente. No eran escaramuzas con unos bandidos, tampoco enfrentamientos con vasallos rebeldes... Lord Baratheon se enfrentaría al rey Targaryen y Brinna sintió un nudo en la garganta al pensar en la posibilidad de enviudar. ¿Qué harían de ella los enemigos de Nathan Baratheon si éste caía en la guerra?
Aquellos aciagos y prematuros pensamientos fueron interrumpidos cuando el joven criado irrumpió de nuevo en la tienda seguido por tres guardias que portaban los baúles y cajas que Brinna había traído consigo desde Caminoarroyo. No repararon en ella a excepción de algunas miradas de soslayo que mostraban cierta curiosidad y un deje de suspicacia, y Brinna decidió que era el momento de abandonar la silla que parecía constituir el único refugio en aquel lugar. Se puso en pie con decisión, aún sus manos entrelazadas para ocultar el nerviosismo, y se dedicó a dar instrucciones a los soñolientos soldados tan sólo para afianzar su posición entre ellos y no por una auténtica motivación en cuanto a la situación de sus cosas. En pocos minutos logró que la tienda llegase a mostrar un aspecto acogedor e incluso femenino al pender algunas de sus capas de terciopelo de los travesaños de madera que sostenían la estructura y enfilarse tres o cuatro pares de zapatos contra la ruda cortina de color sable. Uno de los guardias instaló incluso un alargado espejo de casi tres varas de alto que había traído desde su luminosa alcoba en Caminoarroyo y que otorgó un aspecto mucho más radiante al interior de la tienda al reflejar las débiles llamas de los candelabros de hierro que estaban diseminados por la estancia, sosteniendo amarillentas velas de cera cuyo olor se confundió con el perfume de los objetos personales de la joven Wendwater. - Mi señora, dormiré en una tienda junto a la vuestra - le informó el chico que había sido designado para atender a los futuros esposos - Sólo tenéis que mandar a por mí si necesitáis algo -. Y tras una estudiada reverencia, salió de allí seguido por los guardias Baratheon, dos de los cuales custodiaron la entrada de la tienda mientras el resto se entregaba al descanso. Brinna, recuperada la seguridad en sí misma, decidió que no extendería la invitación a su madre en aras de no interrumpir su sueño, pues ya era noche cerrada y si algún defecto tenía Lady Wendwater era el de tener un horrible despertar, en especial si éste era provocado a horas intempestivas. Se encaminó hacia el baúl que contenía su ropa más íntima y extrajo del mismo un austero camisón en color crudo con olor a lavanda; tenía prendas mucho más livianas pero no olvidaba que se encontraba rodeada de soldados que podían irrumpir en la tienda en cualquier momento si así se lo ordenaban.
Cepilló sus largos y espesos cabellos rubios mientras contemplaba su propio rostro en el espejo enmarcado en blanca madera de álamo: apenas llevaba un día fuera de Caminoarroyo y tenía la sensación de que había crecido diez años, abriéndose a una realidad muy distinta de la que se había creado entre los sólidos muros de la fortaleza familiar. No existían las historias de amor como la de Florian y Jonquil, una caricia no era suficiente para reconfortar un corazón herido de gravedad, una sonrisa no aliviaba todos los pesares... Los movimientos que había tratado de hacer sobre el tablero de cyvasse habían resultado ser torpes y erróneos, y Brinna se cercioraba poco a poco de que nadie le había explicado las auténticas reglas del juego y que era tarde para buscar un nuevo maestro. Tendría que aprender a jugar sola y sabía que cometería muchas más equivocaciones que engendrarían aflicciones, pesadumbres y congojas. - No debo rendirme - se dijo a sí misma con una seriedad inusitada en una joven cuyas risas y comentarios en voz alta solían llenar de alegría los pasillos de Caminoarroyo. No haría ningún reproche a su madre, ni tampoco gimotearía ni se quejaría: asumiría la responsabilidad que caía sobre ella y permanecería junto a Lord Baratheon, siendo para él una esposa devota pero no sumisa, una mujer de la que enorgullecerse, la garantía de que Caminoarroyo y sus gentes permanecieran bajo el amparo y la protección del venado que los había rescatado del olvido y el abandono en que los habían sumido los Targaryen. Brinna se echó sobre el catre cubierto ahora por pieles y sábanas extraídas de su propio equipaje y que no lograban atenuar en demasía la dureza e incomodidad de aquel armatoste de madera. Además, la inquietud que le provocaba el desayuno de la mañana siguiente no le permitió conciliar el sueño hasta que la fatiga por el largo viaje y la propia tensión emocional que se había apoderado de ella desde que el sol había caído la sumergieron en un profundo sueño vacío y oscuro del que los dioses parecieron arrebatar cualquier imagen que pudiera perturbar su descanso.
Una fuerte risotada masculina sobresaltó a la joven Wendwater, quien se incorporó en el catre dando un respingo, confusa y temerosa al mirar a su alrededor y no reconocer su cálida alcoba en Caminoarroyo hasta que poco a poco la conciencia la devolvió a la realidad. Permaneció unos instantes sentada en el lecho y cubierta por algunas pieles, revueltos los cabellos dorados y dolorida la espalda por la dureza del jergón que había acogido su cuerpo en las escasas horas de sueño. Recordando que Lord Baratheon había ordenado desayunar con ella, se puso en pie de un salto y se asomó a la puerta de la tienda para recibir la luz del sol en su rostro aún soñoliento. La vida había vuelto al campamento desde que amaneciera tras las colinas y se veían soldados y sirvientes yendo de un lado para otro, atareados y animosos ante las nuevas perspectivas para la Tierra de la Tormenta. Brinna siguió con la mirada a tres magníficos caballos que un soldado guiaba hacia alguna parte y sonrió cuando uno de ellos relinchó mientras movía en el aire una crin negra y reluciente. Un carraspeo le anunció entonces la presencia del joven criado de la noche anterior y quien parecía haber estado pendiente de aquella tienda para atender a su señora en cuanto ésta despertara. - Ve a avisar a mi madre de que está invitada a desayunar conmigo y con Lord Baratheon - le ordenó de inmediato mientras frotaba uno de sus ojos y reprimía un bostezo - Y anúnciale al señor que estoy despierta y en breve podré recibirle -. El chico asintió con la cabeza y con pasos precipitados, se alejó de allí moviéndose en zig zag entre los soldados que parecían no percatarse de su presencia. Brinna regresó entonces al interior de la tienda, despojándose rápidamente de su camisón para llevar a cabo su higiene, oculta tras el biombo y con cierto temor a ser vista. Estaba peleando con un vestido de color verde oscuro decorado en su escote y pecho con una discreta pedrería negra cuando escuchó la voz de su madre. - Brinna, ¿necesitas ayuda? ¿Es que Lord Baratheon no te ha enviado ninguna doncella para que te asista? - inquirió con irritación en su voz, avanzando hacia el biombo para ayudar a la joven a estirar el vestido sobre su cuerpo, procurando que el bordado azabache de sus mangas no quedara doblado. - Le dije que no lo necesitaba - mintió la joven protegiendo al que sería su marido, asumiendo su nuevo papel de señora de las Tormentas incluso frente a su propia madre, afanada ahora en cepillar sus cabellos con rápidos y fuertes tirones mientras hablaba con su hija. - ¿Ha pasado la noche contigo? -. Brinna suspiró con la mirada perdida en el hierro negro de un candelabro que parecía llorar lágrimas de cera: había esperado otro tipo de curiosidad en su madre pero decidió que no se sentiría decepcionada con ella; seguramente Lady Wendwater se dejaba llevar por el espíritu práctico que demandaba la delicada situación en la que se encontraba. - No, madre. Dijo que podíais venir aquí también si así lo deseáis, esta tienda es más grande y cómoda que... -. - No - la interrumpió Lady Wendwater con aspereza mientras guardaba el cepillo que había usado para acicalar los cabellos de Brinna, usando después sus dedos para colocar los tupidos mechones por encima de sus hombros - Le dirás a tu futuro esposo que no aceptaré su displicencia y que permaneceré en la tienda que designó para mí el primer día -. Brinna decidió no responder a eso; su madre parecía enojada y frustrada mientras se movía por la tienda con impaciencia, colocando y ordenando las cosas de la niña como si fuera a permanecer allí para siempre antes de volverse hacia ella con un enérgico suspiro. - Si me quedo aquí, no vendrá a visitarte en mitad de la noche, Brinna - explicó con un gesto incómodo, como si le desagradara ofrecer ese tipo de explicaciones a la joven - Y cuanto antes ocurra eso, mejor -. La chica se sonrojó mientras enarcaba las cejas algo sorprendida por la tremenda franqueza de su madre, pero decidió aprovechar el comentario para avanzar hacia la sobria dama mientras decía con cierta angustia en la voz: - En cuanto a eso, quería preguntaros algo... -. Pero un prolongado chistido por parte de su madre le hizo callar abruptamente. La miró con cierto estupor para comprobar que los ojos de su madre estaban clavados en la puerta de la tienda por la que de inmediato irrumpieron algunos hombres cargados con una mesa y tres sillas que montaron con gran diligencia en el espacio que habían dejado los enseres de Brinna. La joven chasqueó la lengua sin disimulo, sabiendo que de nuevo perdía otra oportunidad de resolver algunas de sus dudas cuando dos o tres sirvientes desplegaron el desayuno sobre la mesa: varias hogazas de pan de trigo y centero, quesos variados, jamón cocido con hierbas y pastelillos de miel acompañaban a un par de jarras de leche y también algunas naranjas. Brinna contempló aquellas viandas con cierta avidez; apenas había cenado nada la noche anterior y siendo ella una joven aficionada al buen comer, sintió que aquel desayuno era de los más opíparos que había visto nunca. Lady Wendwater, sin embargo, tenía una nueva queja. - ¿Ni siquiera hay huevos o panceta? - preguntó inmóvil, casi en un susurro, sabiendo que la llegada de Lord Baratheon era inminente. - Madre, estamos en un campamento - replicó Brinna en el mismo tono aunque adoptando cierto deje de riña que le procuró una enfurecida mirada por parte de su malhumorada progenitora. Su respuesta había sido insolente y en otras circunstancias, la joven habría recibido un castigo que le recordara de qué manera debía hablar a su madre. Sin embargo, el sonido metálico que les anunció que los soldados se cuadraban al paso del Lord de las Tormentas hizo que las dos mujeres interrumpieran aquella situación. Cuando la puerta de la tienda se abrió para dar paso a Nathan Baratheon, ambas hicieron una reverencia ante él, de pie tras la mesa lista y expectantes ante el señor de las Tormentas. La sonrisa de Brinna lograba ensombrecer la suspicacia en los ojos de su madre, o cuanto menos así era como lo percibió el chico encargado de todo mientras contemplaba la escena desde un discreto segundo plano.
Brinna Baratheon
Re: La entrega [Nathan Baratheon]
¿Qué la doncella velara por sus sueño? Para Nathan los dioses se burlaban de él día tras día, habían uno en que parecían bendecirle y el padre parecía acogerlo en sus brazos para acompañarlo junto al guerrero a una nueva victoria en su vida, pero otros tantos días el desconocido recordaba recordándole lo frágil que era el cuerpo de los hombros y no fácil que había sido arrebatar de sus brazos a Eve a pesar de que en una de las pocas noches de verdadera pasión juntos le había jurado que él sería capaz de arrebatarla de los dioses si era necesario para tenerla… pero la doncella, aquella diosa a la que con suerte había observado un par de veces de ella no esperaba nada, pero al parecer para Brinna era una de las caras importantes de los siete así que nada digo sólo un gesto de agradecimiento por sus deseos antes de salir de la tienda.
El camino por el campamento fue rápido, sólo algunos hombres se acercaron a él con la naturalidad propia que se había creado desde su llegada y él había permitido, pero aquella noche no estaba de humor para aquello así que se excuso con falsos deseos de dormir y agotamiento producto de los últimos acontecimientos. Al llegar a la nueva tienda que se había alzado para él sólo dos hombres con lanzas de hierro en sus manos custodiaban la entrada como su guardia para aquella noche, aquellos guardias eran el recuerdo de que las cosas habían cambiado mucho desde la última vez que había peleado una guerra, en aquellos tiempos nadie custodiaba su puerta y él escasas veces podía dormir tranquilo preocupado pues en cualquier momento alguien podía traicionarlo e intentar asesinarle, pero ahora no era de ese modo, ahora era un lord y por dos largos años se había hecho de un nombre y para su suerte también cierto respeto de sus hombres. Al penetrar finalmente en aquella tienda pudo notar que casi todo aquello que le resultaba fundamental había sido llevado hasta la tienda y algunas velas iluminaban la improvisada tienda que ocuparía lord Baratheon, sin embargo toda aquella preocupación era lo que menos importaba a Nathan en ese momento, había estado conteniendo su furia desde hace ya muchas horas, quería gritas y golpear, incluso tenía ciertos deseos de asesinar, pero no podía, él sabía bien que aquello no era algo que se pudiera permitir en aquellos momentos, eran momentos de mostrar temple y serenidad, aún así en aquella soledad no podía hacerlo, las ganas de gritar y protestar por todo lo que estaba pasando eran casi tan poderosas como él que al deshacerse de la espada no tuvo más remedio que apretar los dientes contra la comisura de su labio inferior intentando contener aquel grito con el dolor que le provocaba el haber mordido su labio hasta que este había comenzado a sangrar -Maldita sea…- soltó de pronto jadeante y en un tono tan bajo que hacia evidente que sólo hablaba para sí mismo y conocedor de que nadie podría escucharlo -…tengo que calmarme, maldita sea…- de pronto Nathan se dejo caer de rodillas con un pesado sonido, sonido que afortunadamente sus guardias reconocieron como una armadura cayendo así que no dieron mayor importancia. -Perdóname, Perdóname pero yo nada puedo hacer… debo hacerlo, por la tierra que también fue tuya, debo hacerlo…- aún de rodillas y con sus propias manos cubriendo su rostro Nathan susurraba una y otra vez disculpas en un tono bajo que sólo le pertenecía, los hechos de aquella tienda nunca serían revelados pero él sabía bien que aquello era todo lo que podía hacer -…Debo hacerlo, tengo que seguir, mis días no pueden terminar de este modo, no puedo morir sabiendo que mis últimos días fueron un constante deseo de perder la vida… perdóname, pero tengo que seguir… incluso tu mereces haber sido esposa de un mejor hombre que lo que ahora soy- respiro profundo antes de ponerse de pie y deslizar las manos por su cabello dejándolo ajeno a cualquier mechón que pudiera estar en su rostro, en el fondo de él Nathan esperaba que aquella fuera la última noche como esa, las noches de tener que pedir perdón debían terminarse, ahora que la Wendwater se paraba frente a él y luego de las palabras de Almeric comprendía que la vida tenía que seguir, con o sin Eve, la vida tenía que seguir y todo lo que podía hacer ahora era honrarla haciéndola la ex mujer de un hombre sin igual y no de aquel vestigio de lo que un día fue.
Con ese pensamiento Nathan decidió que aquella noche dormiría nada más de mapas por aquel día, nada más de guerra por aquella noche, ahora dormiría.
Tres sombras entre la bruma que el rodeo dejaba escapar por su rivera, aún era demasiado temprano y el campamento de los Baratheon recién comenzaba a cobrar la vida habitual que le había dado esta guerra, por ahora sólo se mantenían atentos aquellos que habían sido encomendados a la guardia y que por esos momentos comenzaban a prepararse para ser ellos quienes durmieran, incluso mientras los tres hombres avanzaban hacia el río se pudo ver a algunos de los equipos de exploradores regresando al campamento para dar paso a que nuevas unidades frescas suplieran el puesto. Algunos hombres se inclinaban al ver pasar los hombres con espadas de madera de sus manos, otros tantos ya se habían acostumbrado a su presencia en el campamento y lo habitual que era verles por ende sólo saludaban con algún gesto. Pero finalmente ahí estaban los tres hombres, dos de ellos frente al restante, era claro que los tres eran hombres experimentados en las armas puesto que las espadas eran sostenidas con la habilidad propia de quien ha tenido muchas veces una espada en sus manos a pesar de que estas fueran de madera.
Una pelea se desarrollo por largos minutos, los maderas chocaban una contra la otra como si en realidad aquellos tres hombres estuvieran desarrollando una bien ensayada corografía y eso se vio intensificado cuando el hombre que peleaba en solitario pareció ponerse a la delantera de aquel combate, sin embargo la magia de aquella coreografía terminó pronto puesto que un sonoro golpe se estrello contra la espalda de solitario contrincante, un golpe seco que podría haber resultado mortal de haber sido realizado con acero, pero ante la madera sólo fue un fuerte golpe que hizo salir un sonoro quejido de la boca del hombre que cuando intento volver a ponerse de pie recibió un golpe en la parte trasera de su muslo por parte del tercer hombre en escena -Tenemos que dejar de hacer esto Nathan, no son como los cuentos o las canciones de los Bardos, somos tus espadas juradas, nunca podrás derrotar a dos de nosotros cara a cara- le dijo el primero acercándose a él para extenderle una mano para que se pusiera de pie, sin embargo el orgulloso regente se negó a hacerlo por el contrario golpeo el suelo con furia, molesto consigo mismo por no lograr hacer que sus movimientos con la espada fueran más fluidos -No somos soldados cualquiera Nathan, además nada ganas haciéndote esto, llevamos haciéndolo desde la tercera noche de la muerte de Eve, martirizarte no la traerá de regreso la vida- Eve, ella era una constante en la mente del regente por aquellos días y por mucho que intentaba olvidarla cuando creía que lo lograba alguno de sus soldados le hacía volver a recordarla ¿Es que acaso nadie veía que con Eve viva o muerta él tendría que pelear de todos modos? Con esta clase de conversaciones más que ayudarle simplemente se hacia que las noches como la anterior fueran una constante más que ser la última -Nada se trata de Eve, sólo tengo que volverme más fuerte- ambas espadas juradas dejaron Caer sus espadas de Madera y fueron hasta donde el regente se había sentado en el suelo -Todo se trata de Eve, tienes una nueva prometida Nathan, es hermosa, joven, pero hermosa… sólo procura sobrevivir a esta guerra, has peleado más guerras de las que pelean muchos señores en su vida- Comenzó a explayarse Beren, el más serio de sus dos capitanes presentes en aquel entrenamiento, pero sus palabras dieron paso de inmediato a un Almeric que una vez más se mostraba más serio de lo habitual en él -Ya no necesitas demostrar nada, sobrevive esta vez… pero no quieras pelear como Daemon o Orson, algunos hombres nacen con talento natural para el combate, otros como tu nacen para dirigir a los hombres para inspirar el valor en ellos… pero no intentes ser tu ambos- Nathan los miro con enfado en los ojos, eran sus espadas juradas y también eran sus amigos, a pesar de que no quisiera escuchar sus palabras lo terminaba haciendo y les prestaba atención pues sabía bien que aquellas palabras ni siquiera buscaban consolarle o complacerle, en especial Almeric quien nunca había tenido muchos tapujos en enrostrarle sus errores -Terminamos por hoy, debo ir a asearme, prometí tomaría desayuno con mi prometida… ¿contentos?- Preguntó antes de tomar la espada de madera desde el suelo e intentar ponerla en su espada como siempre lo hacía, pero esta vez no había nada así que sólo la debió coger en sus manos y emprender el camino de regreso hasta al tienda con sus dos espadas caminando unos pasos tras de él.
En su tienda Nathan Nathan limpió su cuerpo sudado con un paño húmedo, procurando retirar de su cuerpo cualquier resto de tierra o sudor que pudiera quedar, aquella no era precisamente la costumbre que tenía para campamentos de guerra, pero esta vez optaría por algo diferente, además en su interior seguía vivo ese deseo infantil por fastidiar y hacer enojar a la madre de Brinna luego de que ella osara desafiarle en la reunión con los otros dos señores de tierras de la corona. Por primera vez desde que Nathan estaba en ese campamento no opto por una armadura o algún jubón de cuero endurecido, aquello lo dejaría para el resto del día, en esta ocasión había decantado como siempre por las botas y un cuidado pantalón negro que era coronado por un cinturón de cuero del mismo color que sostenía en su costado izquierdo a “rayo” la espada del regente de la tierra de la tormenta, su torso era cubierto por una final camisa de lino blanca, una prenda tan ligera como cómoda, lejana la formalidad de los grandes cortes, pero también muy lejana a la rigurosidad de la armadura con la que se había mostrado en todo momento desde que estaba en aquel campamento. En cuanto a su rostro el cansancio de la noche anterior le habían permitido dormir mostrando por primera vez en mucho tiempo un rostro descansado y casi fresco al asomar por su tienda para dirigir sus pasos hasta la tienda que probablemente ahora era la tiendas de LAS Wendwater.
Al llegar hasta la tienda los hombres en la puerta de cuadraron de inmediato ante él y Nathan en el mismo tono formal que no cambiaba a pesar de haber cambiado sus ropas les saludo y les permitió descansar -Id a descansar, cambiad la guardia, bien hecho señores- Les ordenó Nathan antes de entrar en al tienda donde ya se encontraban ambas mujeres, era un ambiente un tanto tenso, por algún motivo no era precisamente la imagen que esperaba de Madre e hija, sin embargo Nathan ignoro aquella situación para caminar hasta Brinna a quien beso la mano a modo de saludo, mientras que a su madre simplemente la saludo con una ligera reverencia -Lady Wendwater, espero este usted disfrutando de las escasas comodidad que le podemos ofrecer en nuestro campamento, os prometo que cuando estéis en bastión de tormentas será diferente- le dijo con una clara sonrisa irónica mientras miraba a los ojos a aquella mujer, sonrisa irónica que por cierto no permitió que la que iba a ser su esposa viera, ella solo podía escuchar las amables palabras de su futuro esposo hacia su suegra -Permitidme que os ayude- le dijo a Brinna antes de ofrecerle su brazo para unos cuantos pasos y conducirla hacia la mesa que se había dispuesto para aquella reunión y abrir la silla para que ella pudiera sentarse… y luego conducirse hacia la cabecera para hacer el lo propio.
-Disculpad mi tardanza he estado un tanto ocupado, de hecho debería estar preparando las nuevas disposiciones de las tropas para incluir el aporte de los Wendwater, pero me ha sido más importante el pasar la primera mañana junto a mi prometida y su distinguida madre- le dijo mientras el criado comenzaba a servir a su señor y él le indicaba con una de sus manso que primero atendiera a la que sería su prometida.
El camino por el campamento fue rápido, sólo algunos hombres se acercaron a él con la naturalidad propia que se había creado desde su llegada y él había permitido, pero aquella noche no estaba de humor para aquello así que se excuso con falsos deseos de dormir y agotamiento producto de los últimos acontecimientos. Al llegar a la nueva tienda que se había alzado para él sólo dos hombres con lanzas de hierro en sus manos custodiaban la entrada como su guardia para aquella noche, aquellos guardias eran el recuerdo de que las cosas habían cambiado mucho desde la última vez que había peleado una guerra, en aquellos tiempos nadie custodiaba su puerta y él escasas veces podía dormir tranquilo preocupado pues en cualquier momento alguien podía traicionarlo e intentar asesinarle, pero ahora no era de ese modo, ahora era un lord y por dos largos años se había hecho de un nombre y para su suerte también cierto respeto de sus hombres. Al penetrar finalmente en aquella tienda pudo notar que casi todo aquello que le resultaba fundamental había sido llevado hasta la tienda y algunas velas iluminaban la improvisada tienda que ocuparía lord Baratheon, sin embargo toda aquella preocupación era lo que menos importaba a Nathan en ese momento, había estado conteniendo su furia desde hace ya muchas horas, quería gritas y golpear, incluso tenía ciertos deseos de asesinar, pero no podía, él sabía bien que aquello no era algo que se pudiera permitir en aquellos momentos, eran momentos de mostrar temple y serenidad, aún así en aquella soledad no podía hacerlo, las ganas de gritar y protestar por todo lo que estaba pasando eran casi tan poderosas como él que al deshacerse de la espada no tuvo más remedio que apretar los dientes contra la comisura de su labio inferior intentando contener aquel grito con el dolor que le provocaba el haber mordido su labio hasta que este había comenzado a sangrar -Maldita sea…- soltó de pronto jadeante y en un tono tan bajo que hacia evidente que sólo hablaba para sí mismo y conocedor de que nadie podría escucharlo -…tengo que calmarme, maldita sea…- de pronto Nathan se dejo caer de rodillas con un pesado sonido, sonido que afortunadamente sus guardias reconocieron como una armadura cayendo así que no dieron mayor importancia. -Perdóname, Perdóname pero yo nada puedo hacer… debo hacerlo, por la tierra que también fue tuya, debo hacerlo…- aún de rodillas y con sus propias manos cubriendo su rostro Nathan susurraba una y otra vez disculpas en un tono bajo que sólo le pertenecía, los hechos de aquella tienda nunca serían revelados pero él sabía bien que aquello era todo lo que podía hacer -…Debo hacerlo, tengo que seguir, mis días no pueden terminar de este modo, no puedo morir sabiendo que mis últimos días fueron un constante deseo de perder la vida… perdóname, pero tengo que seguir… incluso tu mereces haber sido esposa de un mejor hombre que lo que ahora soy- respiro profundo antes de ponerse de pie y deslizar las manos por su cabello dejándolo ajeno a cualquier mechón que pudiera estar en su rostro, en el fondo de él Nathan esperaba que aquella fuera la última noche como esa, las noches de tener que pedir perdón debían terminarse, ahora que la Wendwater se paraba frente a él y luego de las palabras de Almeric comprendía que la vida tenía que seguir, con o sin Eve, la vida tenía que seguir y todo lo que podía hacer ahora era honrarla haciéndola la ex mujer de un hombre sin igual y no de aquel vestigio de lo que un día fue.
Con ese pensamiento Nathan decidió que aquella noche dormiría nada más de mapas por aquel día, nada más de guerra por aquella noche, ahora dormiría.
DÍA SIGUIENTE
Tres sombras entre la bruma que el rodeo dejaba escapar por su rivera, aún era demasiado temprano y el campamento de los Baratheon recién comenzaba a cobrar la vida habitual que le había dado esta guerra, por ahora sólo se mantenían atentos aquellos que habían sido encomendados a la guardia y que por esos momentos comenzaban a prepararse para ser ellos quienes durmieran, incluso mientras los tres hombres avanzaban hacia el río se pudo ver a algunos de los equipos de exploradores regresando al campamento para dar paso a que nuevas unidades frescas suplieran el puesto. Algunos hombres se inclinaban al ver pasar los hombres con espadas de madera de sus manos, otros tantos ya se habían acostumbrado a su presencia en el campamento y lo habitual que era verles por ende sólo saludaban con algún gesto. Pero finalmente ahí estaban los tres hombres, dos de ellos frente al restante, era claro que los tres eran hombres experimentados en las armas puesto que las espadas eran sostenidas con la habilidad propia de quien ha tenido muchas veces una espada en sus manos a pesar de que estas fueran de madera.
Una pelea se desarrollo por largos minutos, los maderas chocaban una contra la otra como si en realidad aquellos tres hombres estuvieran desarrollando una bien ensayada corografía y eso se vio intensificado cuando el hombre que peleaba en solitario pareció ponerse a la delantera de aquel combate, sin embargo la magia de aquella coreografía terminó pronto puesto que un sonoro golpe se estrello contra la espalda de solitario contrincante, un golpe seco que podría haber resultado mortal de haber sido realizado con acero, pero ante la madera sólo fue un fuerte golpe que hizo salir un sonoro quejido de la boca del hombre que cuando intento volver a ponerse de pie recibió un golpe en la parte trasera de su muslo por parte del tercer hombre en escena -Tenemos que dejar de hacer esto Nathan, no son como los cuentos o las canciones de los Bardos, somos tus espadas juradas, nunca podrás derrotar a dos de nosotros cara a cara- le dijo el primero acercándose a él para extenderle una mano para que se pusiera de pie, sin embargo el orgulloso regente se negó a hacerlo por el contrario golpeo el suelo con furia, molesto consigo mismo por no lograr hacer que sus movimientos con la espada fueran más fluidos -No somos soldados cualquiera Nathan, además nada ganas haciéndote esto, llevamos haciéndolo desde la tercera noche de la muerte de Eve, martirizarte no la traerá de regreso la vida- Eve, ella era una constante en la mente del regente por aquellos días y por mucho que intentaba olvidarla cuando creía que lo lograba alguno de sus soldados le hacía volver a recordarla ¿Es que acaso nadie veía que con Eve viva o muerta él tendría que pelear de todos modos? Con esta clase de conversaciones más que ayudarle simplemente se hacia que las noches como la anterior fueran una constante más que ser la última -Nada se trata de Eve, sólo tengo que volverme más fuerte- ambas espadas juradas dejaron Caer sus espadas de Madera y fueron hasta donde el regente se había sentado en el suelo -Todo se trata de Eve, tienes una nueva prometida Nathan, es hermosa, joven, pero hermosa… sólo procura sobrevivir a esta guerra, has peleado más guerras de las que pelean muchos señores en su vida- Comenzó a explayarse Beren, el más serio de sus dos capitanes presentes en aquel entrenamiento, pero sus palabras dieron paso de inmediato a un Almeric que una vez más se mostraba más serio de lo habitual en él -Ya no necesitas demostrar nada, sobrevive esta vez… pero no quieras pelear como Daemon o Orson, algunos hombres nacen con talento natural para el combate, otros como tu nacen para dirigir a los hombres para inspirar el valor en ellos… pero no intentes ser tu ambos- Nathan los miro con enfado en los ojos, eran sus espadas juradas y también eran sus amigos, a pesar de que no quisiera escuchar sus palabras lo terminaba haciendo y les prestaba atención pues sabía bien que aquellas palabras ni siquiera buscaban consolarle o complacerle, en especial Almeric quien nunca había tenido muchos tapujos en enrostrarle sus errores -Terminamos por hoy, debo ir a asearme, prometí tomaría desayuno con mi prometida… ¿contentos?- Preguntó antes de tomar la espada de madera desde el suelo e intentar ponerla en su espada como siempre lo hacía, pero esta vez no había nada así que sólo la debió coger en sus manos y emprender el camino de regreso hasta al tienda con sus dos espadas caminando unos pasos tras de él.
En su tienda Nathan Nathan limpió su cuerpo sudado con un paño húmedo, procurando retirar de su cuerpo cualquier resto de tierra o sudor que pudiera quedar, aquella no era precisamente la costumbre que tenía para campamentos de guerra, pero esta vez optaría por algo diferente, además en su interior seguía vivo ese deseo infantil por fastidiar y hacer enojar a la madre de Brinna luego de que ella osara desafiarle en la reunión con los otros dos señores de tierras de la corona. Por primera vez desde que Nathan estaba en ese campamento no opto por una armadura o algún jubón de cuero endurecido, aquello lo dejaría para el resto del día, en esta ocasión había decantado como siempre por las botas y un cuidado pantalón negro que era coronado por un cinturón de cuero del mismo color que sostenía en su costado izquierdo a “rayo” la espada del regente de la tierra de la tormenta, su torso era cubierto por una final camisa de lino blanca, una prenda tan ligera como cómoda, lejana la formalidad de los grandes cortes, pero también muy lejana a la rigurosidad de la armadura con la que se había mostrado en todo momento desde que estaba en aquel campamento. En cuanto a su rostro el cansancio de la noche anterior le habían permitido dormir mostrando por primera vez en mucho tiempo un rostro descansado y casi fresco al asomar por su tienda para dirigir sus pasos hasta la tienda que probablemente ahora era la tiendas de LAS Wendwater.
Al llegar hasta la tienda los hombres en la puerta de cuadraron de inmediato ante él y Nathan en el mismo tono formal que no cambiaba a pesar de haber cambiado sus ropas les saludo y les permitió descansar -Id a descansar, cambiad la guardia, bien hecho señores- Les ordenó Nathan antes de entrar en al tienda donde ya se encontraban ambas mujeres, era un ambiente un tanto tenso, por algún motivo no era precisamente la imagen que esperaba de Madre e hija, sin embargo Nathan ignoro aquella situación para caminar hasta Brinna a quien beso la mano a modo de saludo, mientras que a su madre simplemente la saludo con una ligera reverencia -Lady Wendwater, espero este usted disfrutando de las escasas comodidad que le podemos ofrecer en nuestro campamento, os prometo que cuando estéis en bastión de tormentas será diferente- le dijo con una clara sonrisa irónica mientras miraba a los ojos a aquella mujer, sonrisa irónica que por cierto no permitió que la que iba a ser su esposa viera, ella solo podía escuchar las amables palabras de su futuro esposo hacia su suegra -Permitidme que os ayude- le dijo a Brinna antes de ofrecerle su brazo para unos cuantos pasos y conducirla hacia la mesa que se había dispuesto para aquella reunión y abrir la silla para que ella pudiera sentarse… y luego conducirse hacia la cabecera para hacer el lo propio.
-Disculpad mi tardanza he estado un tanto ocupado, de hecho debería estar preparando las nuevas disposiciones de las tropas para incluir el aporte de los Wendwater, pero me ha sido más importante el pasar la primera mañana junto a mi prometida y su distinguida madre- le dijo mientras el criado comenzaba a servir a su señor y él le indicaba con una de sus manso que primero atendiera a la que sería su prometida.
Nathan Baratheon- Nobleza
Re: La entrega [Nathan Baratheon]
La visión que ofrecía Nathan Baratheon aquella luminosa mañana estaba muy alejada de las primeras impresiones que Brinna conservaba de él desde que la recibiera a su llegada a aquel campamento en pleno atardecer. El hombre enfundado en una recia armadura negra cuyo rostro se había mostrado afable ante sus soldados y exhausto e irritado cuando habían quedado a solas en esa misma tienda aparecía ahora ante las Wendwater con un aspecto sorprendentemente descansado, cubierto de lino limpio y cuero reluciente como sustitutos del hierro mellado y el acero bruñido, ausentes en su atuendo a excepción del soberbio mandoble que colgaba de su cadera izquierda. Brinna sonrió complacida al verle; con la luz del sol que se colaba en aquella tienda a modo de furtivos rayos a través de los cuales podían divisarse pequeñas motas de polvo y arena danzando en el aire, Nathan Baratheon se mostraba más rubio, sus ojos más azules, su semblante más acogedor; en resumen, mucho más apuesto y cercano a la idea de caballero que Brinna se había formado en su cabeza desde que era una niña. Alzó su mano blanca y pequeña para recibir en el dorso un saludo en forma de beso por parte de su prometido antes de que éste se volviera hacia su madre para dirigirse a ella de forma cortés. La joven tan sólo acertó a ver el semblante serio y disgustado de su progenitora y reprimió un resignado suspiro ante la actitud de Lady Wendwater, visiblemente molesta con el hombre al que la había entregado. Con ingenuidad, Brinna se preguntó si tanta importancia tenía la abundancia o escasez de un desayuno para su madre, ignorando la velada lucha que ésta mantenía con Nathan Baratheon por el desmerecido trato que recibía a raíz de su arrogancia durante las negociaciones de hacía un par de días. Brinna enhebró su brazo en el de de Lord Baratheon, dejando que sus dedos cayeran sobre el lino blanco y fresco y percibiendo bajo éste la calidez del caballero; reprimió una sonrisa al pensar en que tan sólo hacía unas horas y en aquella misma tienda, el regente de las Tormentas apenas había parecido un ser humano envuelto en acero de no ser por los trazos de amargura y hastío que logró descubrir en sus ojos ensombrecidos, muy distintos de los que ahora lucían en su rostro. Mientras tomaba asiento, la joven rubia miró con detenimiento a Nathan Baratheon, como si aún fuese incrédula en cuanto al cambio que parecía haber experimentado respecto a la noche anterior, descubriendo que a pesar de que su mirada parecía limpia y clara aquella mañana, continuaba siendo impenetrable y opaca, tan sólo una hábil máscara que mostrar ante las dos mujeres de la Corona. A una orden de su señor, uno de los criados comenzó a servir algunos pedazos de jamón cocido en el plato de Brinna mientras ésta comenzaba a hablar ante las disculpas ofrecidas por el caballero. - No debéis preocuparos, en realidad hace poco que... -. Pero fue abruptamente interrumpida por su madre; Lady Mareeth, sabedora de la en ocasiones abrumadora sinceridad de su hija mayor, no quiso dejar que ésta apareciera ante el Lord de las Tormentas como una de aquellas nobles perezosas y holgazanas que abandonan la comodidad del lecho cuando el sol luce ya en lo alto del cielo. - Hace poco que el desayuno ha sido servido - exclamó Lady Mareeth mientras despedazaba entre sus dedos un trozo de pan de centeno - Brinna se levantó al alba, mi señor - añadió dedicando una mirada tan elocuente a su hija que ésta la sintió como una daga que se clavaba directamente en su orgullo al percibir que había estado a punto de cometer un error, al menos a ojos de su madre. - Así es - afirmó la joven volviendo sus ojos de nuevo hacia el que sería su marido, alargando la mano hacia el cesto de perfumadas naranjas para tomar una de las mismas y presionarla entre sus dedos - Espero que hayáis tenido una noche descansada y serena al igual que la he tenido yo,mi señor - continuó hablando, intentando parecer natural a pesar de que la disimulada corrección aplicada por su autoritaria madre parecía haber coartado parte de su innata franqueza y frescura.
Con cierto nerviosismo, Brinna se empeñó en pelar la naranja que sostenía entre sus dedos usando sus propias uñas e ignorando la presencia de un pequeño cuchillo que descansaba junto a su plato. En el exterior de la tienda, las risas y graves voces de los soldados que entrenaban, hacían guardia o simplemente paseaban por el campamento amenizaban el silencio de aquella estancia hasta que Lady Wendwater decidió alzar su voz de nuevo mientras desmenuzaba el pan de centeno en un cuenco previamente rellenado con leche. - He de agradeceros la deferencia que habéis tenido para con nosotras, dedicando parte de vuestro tiempo a pasarlo en esta tienda - los ojos azules de Lady Mareeth pasearon unos segundos por la estancia con cierta displicencia; tal parecía que la propia tienda de Lord Baratheon le seguía resultando insuficiente a pesar de ser mucho más espaciosa y confortable que la que ella misma ocupaba - Un campamento militar no suele ser el lugar más apropiado para mujeres de noble cuna -. Brinna levantó la mirada de su naranja a medio pelar para posarla sobre su madre con un silencioso reproche dibujado en sus ojos, sin atreverse a replicar pero alimentando una creciente molestia en cuanto a la actitud que Lady Wendwater mostraba hacia Lord Baratheon. Cogió aire antes de hablar, escogiendo cuidadosamente las palabras con las que trataría de rebatir aquel ofensivo argumento sin arriesgarse a recibir una reprimenda por parte de su madre que la avergonzaría ante su prometido. - A mí me resulta interesante estar aquí, madre - dijo finalmente con la voz firme, jugueteando entre sus dedos con una de las pieles que había arrancado de la carne de la naranja; el olor ácido de la misma de superpuso al de los quesos y también al del pan - A pesar de la ausencia de muros de piedra, una no deja de sentirse igualmente protegida entre tantos soldados custodiando nuestra seguridad - volvió el rostro hacia Nathan Baratheon al tiempo que le dedicaba una sonrisa y un leve asentimiento de cabeza a modo de agradecimiento. A pesar de aquel optimista argumento, Lady Mareeth frunció los labios en una mueca de disgusto y se cuidó de pronunciarse como hubiera deseado ante lo que consideró una impertinencia de su hija. Tras un suspiro tan intenso que casi adquirió tintes de resoplido, respondió clavando una severa mirada en la joven: - Admiro que tu juventud e inexperiencia despierte tu interés en cuanto a un campamento de soldados, espero que siga siendo así con el paso de los días y no caigas en el fácil hastío que a veces hace presa de ti en situaciones en exceso rutinarias -. Brinna suspiró resignada, desviando la mirada hacia una de sus capas de ante que se mecía con la suave brisa que entraba por las rendijas de las cortinas que hacían las veces de puerta. Se sorprendió a sí misma deseando la ausencia de su madre en aquel tenso desayuno, dudando en si eran preferibles los constantes reproches de su progenitora o la aspereza que adquirió Lord Baratheon la noche anterior cuando hubieron quedado a solas. Lady Wendwater volvió a dirigir el rumbo de la conversación, satisfecha al comprobar que al fin su hija parecía contener unos comentarios que ella consideraba inapropiados. - Mi hija me ha informado de vuestra invitación a permanecer en esta tienda con ella durante el tiempo que dure aquí mi estadía, pero he de deciros que no considero conveniente que Brinna siga aferrada a mis faldas - su mirada severa se posó unos instantes en la joven rubia, que mantenía aún sus ojos vagando por los objetos que aparecían desperdigados a su alrededor, aunque no por ello había perdido la atención prestada a las palabras de su madre, que seguía hablando a Lord Baratheon con una arrogancia que rayaba la insolencia. - Además, mañana al amanecer regresaré a Caminoarroyo, temo que mi hijo pequeño esté echándome en falta a pesar de los cuidados de su nodriza.
La mención del pequeño Mith hizo que Brinna volviera su mirada a su madre, esta vez teñidos sus ojos de nostalgia acusando aquel inesperado golpe que no sabía si Lady Mareeth había esgrimido con plena consciencia o si había sido simplemente un comentario desafortunado. Brinna asumía que la separación de su hermano pequeño podría alargarse mucho en el tiempo e incluso su doncella, la joven Athara, le había dicho con cierta precaución que quizá nunca volvería a verlo a tenor de la inminente guerra que pondría a hervir cada rincón de la tierra que pisaban. Tras un suave carraspeo destinado a normalizar el tono de su voz y no mostrar consternación, dijo: - No sabía que os marcharíais tan pronto, madre - en el ánimo de Brinna se debatía el alivio ante aquella noticia pero también una angustia que se materializó en forma de fuerte nudo en la boca del estómago. Temió que no sería capaz de acabar su desayuno de la misma manera en que no había podido terminar la cena de la noche anterior; su septa se hubiera asombrado al ver su habitualmente voraz apetito tan mermado por los acontecimientos. Lady Mareeth no ofreció ningún tipo de consuelo a la niña que dejaría definitivamente en manos del hombre que regía aquella mesa y en torno al que corrían leyendas escabrosas acerca de su violencia. Su intención era tratar de imprimir a su carácter la fortaleza y decisión que sin duda necesitaría ante su nueva condición y no dudó en hacer gala de una gran frialdad para ello aun a sabiendas de que podría provocar cierta desazón en la joven. Si este hecho provocaba algún tipo de congoja en la desapegada madre, fue algo que ni Brinna ni Lord Baratheon podían dilucidar. - Mi señor, ¿sería posible contar con una escolta formada por hombres de vuestras propias filas? - solicitó al regente de las Tormentas con la altivez de quien sabe que su petición no le será negada - En dos jornadas tendréis de vuelta a vuestros soldados, espero que acompañados también de las tropas Wendwater. Enviaré hoy mismo a un mensajero para informar a mi hermano Anterg de que las disponga para el viaje, si os parece bien - apostilló enarcando las cejas mientras asentía con la cabeza. Brinna, en silencio ante asuntos en los que no sabía cómo intervenir y en cierto modo consternada al no ser capaz de terminar de comer la naranja que aún bailaba en sus manos, dirigió sus ojos hacia Lord Baratheon. - Mi señor - intervino, interrumpiendo a su madre intencionadamente para intentar de aligerar el ambiente de un desayuno que estaba resultando en excesivo tenso para la niña enfrentada a demasiados cambios en poco tiempo - ¿Me permitiríais dar un paseo a caballo antes de la hora del almuerzo? - preguntó con un gesto de súplica en su rostro, como si poder cabalgar supusiera un alivio necesario para descargar las preocupaciones e incertidumbres que la acuciaban - Prometo no abandonar el campamento ni ocupar en demasía a vuestros guardias - añadió a modo de ingenua promesa tras un rápido parpadeo acompañado de una sonrisa. De soslayo, contempló la incrédula sonrisa que se dibujó en el aniñado rostro del chico encargado de servir el desayuno pero no se dejó amedrentar por el escepticismo del sirviente en cuanto a obtener permiso para montar a caballo y permaneció atenta a la respuesta del Lord, atreviéndose a tomar la hogaza de pan de trigo que éste sostenía entre sus manos para partirla en dos y ofrecerle una de las mitades. Aquel elocuente gesto que iba más allá de la mera cortesía y que fue realizado sin trazas de servidumbre ni sumisión pareció disgustar una vez más a Lady Wendwater, aunque en su fuero interno deseó que Lord Baratheon interpretara aquello como una promesa de entrega que se desplazaría de la mesa del desayuno al jergón oculto tras el bimbo.
Con cierto nerviosismo, Brinna se empeñó en pelar la naranja que sostenía entre sus dedos usando sus propias uñas e ignorando la presencia de un pequeño cuchillo que descansaba junto a su plato. En el exterior de la tienda, las risas y graves voces de los soldados que entrenaban, hacían guardia o simplemente paseaban por el campamento amenizaban el silencio de aquella estancia hasta que Lady Wendwater decidió alzar su voz de nuevo mientras desmenuzaba el pan de centeno en un cuenco previamente rellenado con leche. - He de agradeceros la deferencia que habéis tenido para con nosotras, dedicando parte de vuestro tiempo a pasarlo en esta tienda - los ojos azules de Lady Mareeth pasearon unos segundos por la estancia con cierta displicencia; tal parecía que la propia tienda de Lord Baratheon le seguía resultando insuficiente a pesar de ser mucho más espaciosa y confortable que la que ella misma ocupaba - Un campamento militar no suele ser el lugar más apropiado para mujeres de noble cuna -. Brinna levantó la mirada de su naranja a medio pelar para posarla sobre su madre con un silencioso reproche dibujado en sus ojos, sin atreverse a replicar pero alimentando una creciente molestia en cuanto a la actitud que Lady Wendwater mostraba hacia Lord Baratheon. Cogió aire antes de hablar, escogiendo cuidadosamente las palabras con las que trataría de rebatir aquel ofensivo argumento sin arriesgarse a recibir una reprimenda por parte de su madre que la avergonzaría ante su prometido. - A mí me resulta interesante estar aquí, madre - dijo finalmente con la voz firme, jugueteando entre sus dedos con una de las pieles que había arrancado de la carne de la naranja; el olor ácido de la misma de superpuso al de los quesos y también al del pan - A pesar de la ausencia de muros de piedra, una no deja de sentirse igualmente protegida entre tantos soldados custodiando nuestra seguridad - volvió el rostro hacia Nathan Baratheon al tiempo que le dedicaba una sonrisa y un leve asentimiento de cabeza a modo de agradecimiento. A pesar de aquel optimista argumento, Lady Mareeth frunció los labios en una mueca de disgusto y se cuidó de pronunciarse como hubiera deseado ante lo que consideró una impertinencia de su hija. Tras un suspiro tan intenso que casi adquirió tintes de resoplido, respondió clavando una severa mirada en la joven: - Admiro que tu juventud e inexperiencia despierte tu interés en cuanto a un campamento de soldados, espero que siga siendo así con el paso de los días y no caigas en el fácil hastío que a veces hace presa de ti en situaciones en exceso rutinarias -. Brinna suspiró resignada, desviando la mirada hacia una de sus capas de ante que se mecía con la suave brisa que entraba por las rendijas de las cortinas que hacían las veces de puerta. Se sorprendió a sí misma deseando la ausencia de su madre en aquel tenso desayuno, dudando en si eran preferibles los constantes reproches de su progenitora o la aspereza que adquirió Lord Baratheon la noche anterior cuando hubieron quedado a solas. Lady Wendwater volvió a dirigir el rumbo de la conversación, satisfecha al comprobar que al fin su hija parecía contener unos comentarios que ella consideraba inapropiados. - Mi hija me ha informado de vuestra invitación a permanecer en esta tienda con ella durante el tiempo que dure aquí mi estadía, pero he de deciros que no considero conveniente que Brinna siga aferrada a mis faldas - su mirada severa se posó unos instantes en la joven rubia, que mantenía aún sus ojos vagando por los objetos que aparecían desperdigados a su alrededor, aunque no por ello había perdido la atención prestada a las palabras de su madre, que seguía hablando a Lord Baratheon con una arrogancia que rayaba la insolencia. - Además, mañana al amanecer regresaré a Caminoarroyo, temo que mi hijo pequeño esté echándome en falta a pesar de los cuidados de su nodriza.
La mención del pequeño Mith hizo que Brinna volviera su mirada a su madre, esta vez teñidos sus ojos de nostalgia acusando aquel inesperado golpe que no sabía si Lady Mareeth había esgrimido con plena consciencia o si había sido simplemente un comentario desafortunado. Brinna asumía que la separación de su hermano pequeño podría alargarse mucho en el tiempo e incluso su doncella, la joven Athara, le había dicho con cierta precaución que quizá nunca volvería a verlo a tenor de la inminente guerra que pondría a hervir cada rincón de la tierra que pisaban. Tras un suave carraspeo destinado a normalizar el tono de su voz y no mostrar consternación, dijo: - No sabía que os marcharíais tan pronto, madre - en el ánimo de Brinna se debatía el alivio ante aquella noticia pero también una angustia que se materializó en forma de fuerte nudo en la boca del estómago. Temió que no sería capaz de acabar su desayuno de la misma manera en que no había podido terminar la cena de la noche anterior; su septa se hubiera asombrado al ver su habitualmente voraz apetito tan mermado por los acontecimientos. Lady Mareeth no ofreció ningún tipo de consuelo a la niña que dejaría definitivamente en manos del hombre que regía aquella mesa y en torno al que corrían leyendas escabrosas acerca de su violencia. Su intención era tratar de imprimir a su carácter la fortaleza y decisión que sin duda necesitaría ante su nueva condición y no dudó en hacer gala de una gran frialdad para ello aun a sabiendas de que podría provocar cierta desazón en la joven. Si este hecho provocaba algún tipo de congoja en la desapegada madre, fue algo que ni Brinna ni Lord Baratheon podían dilucidar. - Mi señor, ¿sería posible contar con una escolta formada por hombres de vuestras propias filas? - solicitó al regente de las Tormentas con la altivez de quien sabe que su petición no le será negada - En dos jornadas tendréis de vuelta a vuestros soldados, espero que acompañados también de las tropas Wendwater. Enviaré hoy mismo a un mensajero para informar a mi hermano Anterg de que las disponga para el viaje, si os parece bien - apostilló enarcando las cejas mientras asentía con la cabeza. Brinna, en silencio ante asuntos en los que no sabía cómo intervenir y en cierto modo consternada al no ser capaz de terminar de comer la naranja que aún bailaba en sus manos, dirigió sus ojos hacia Lord Baratheon. - Mi señor - intervino, interrumpiendo a su madre intencionadamente para intentar de aligerar el ambiente de un desayuno que estaba resultando en excesivo tenso para la niña enfrentada a demasiados cambios en poco tiempo - ¿Me permitiríais dar un paseo a caballo antes de la hora del almuerzo? - preguntó con un gesto de súplica en su rostro, como si poder cabalgar supusiera un alivio necesario para descargar las preocupaciones e incertidumbres que la acuciaban - Prometo no abandonar el campamento ni ocupar en demasía a vuestros guardias - añadió a modo de ingenua promesa tras un rápido parpadeo acompañado de una sonrisa. De soslayo, contempló la incrédula sonrisa que se dibujó en el aniñado rostro del chico encargado de servir el desayuno pero no se dejó amedrentar por el escepticismo del sirviente en cuanto a obtener permiso para montar a caballo y permaneció atenta a la respuesta del Lord, atreviéndose a tomar la hogaza de pan de trigo que éste sostenía entre sus manos para partirla en dos y ofrecerle una de las mitades. Aquel elocuente gesto que iba más allá de la mera cortesía y que fue realizado sin trazas de servidumbre ni sumisión pareció disgustar una vez más a Lady Wendwater, aunque en su fuero interno deseó que Lord Baratheon interpretara aquello como una promesa de entrega que se desplazaría de la mesa del desayuno al jergón oculto tras el bimbo.
Brinna Baratheon
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