De tal palo tal astilla {Daemon Fuegoscuro}

por Invitado Mar Mar 19, 2013 5:26 am

Mirando por la ventana de su habitación, Aemon suspiró. Todo se estaba precipitando. Con su padre coronado, ahora eran unos rebeldes. Sí, sí. Legítimos herederos, y blablabla. Eran unos rebeldes, eso era lo cierto. Unos rebeldes justos, por supuesto. Y él atrapado allí. Estaba harto de entrenar, harto de esperar. Y encima ahora querían casarlo con una chica que no había visto en su vida. No, aquello no era lo que tenía él pensado. Con paso decidido, salió de su habitación en búsqueda de su padre.

Lo encontró en el comedor principal, donde comían cada día. Estaba allí, solo, desayunando tranquilamente como si fuera no pasara nada a su alrededor, como si fuera cualquier otro noble menor. No sabía dónde se había metido su hermano, llevaba sin verlo desde el día anterior. Se sentó junto a él y asintió al sirviente que se ofreció a traerle el desayuno.

-Buenos días, padre. -Dijo tranquilamente como quien no quiere la cosa, pero en su interior estaba realmente nervioso. Cogió aire y lo soltó despacio-. Tenemos que hablar. Yo... sé que todo está cambiando muy rápido... y que tienes ahora mil cosas en la cabeza, pero... yo... -Se armó de valor y simplemente lo soltó-. Estoy cansado de entrenar, padre. Cansado de pelear con espadas embotadas y contra reclutas imberbes. ¿Cómo voy a ser un buen escudero si nunca he entablado combate? ¿Y cómo voy a ser alguna vez nombrado caballero si no puedo probar mi valía como guerrero? Creo... creo que es la hora de que salga de la seguridad de Altojardín. Ahora... ahora soy un príncipe, al fin y al cabo.

por **Daemon Fuegoscuro** Mar Abr 02, 2013 11:03 am

Aquel día había amanecido tan temprano como siempre, feliz y radiante del embarazo de mi esposa que pronto me daria un nuevo hijo. Había rezado a los siete porque esta vez fuera una niña, ansiaba tener una niña pues hasta ahora todos mis hijos eran varones. De todos modos había mas temas de los que preocuparse pero lo primero era desayunar. Llevaba varios meses cuidandome mas de lo habitual, tratando de mantenerme en el mejor estado de forma posible pues para lo que se avecinaba iba a necesitarlo.

Una vez en el comedor me sente en una de las mesas como un soldado mas, vestido ya con mi armadura y mi espada en el cinto como cada día. Algunos hombres me saludaron como a un rey y de la misma manera les respondi mientras centraba mi atención en las piezas de fruta que iba comiendo. Era temprano todavia y el bullicio que caracterizaba a Altojardin diariamente aun no había comenzando por lo que reinaba el silencio en el comedor roto en pocas ocasiones por los sirvientes que pasaban realizando sus diferentes quehaceres.

Entonces, cuando estaba terminando de desayunar fue cuando apareció mi hijo Aemon. Mi primogenito se sento junto a mi y comenzo a hablar. Yo lo mire dejando a un lado la comida sabedor de que quería, algo que no iba a darle. Era demasiado importante como para arriesgar la vida de mi hijo en la guerra, ni el ni sus hermanos combatirian, lo había decidido hacia mucho tiempo y era algo que no iba a cambiar facilmente.

Nada mas termino de hablar me levante, me aparte de la mesa y desenvaine mi espada. Esta brilló en el salón y la mire como quien mira un regalo el día de navidad, había cogido un gran afecto por esa espada y algún día perteneceria a mi hijo. - Levantate y desenvaina tu espada hijo mio – le dije mirandolo y esperando a que lo hiciera. - ¿Te cansas de entrenar con reclutas? Lo entiendo asique a partir de hoy entrenaras conmigo – le explique tomando una decisión pues entendía a mi hijo. Comprendia que quisiera luchar pero era algo que no podía darle, alguien debía proteger a sus hermanos y a su madre y en el caso de que yo cayese en la guerra llevarlos lejos de las garras del dragón rojo.

- Si me vences antes de que me vaya vendras conmigo y seras armado caballero – le dije esperando que aceptara dicho trato aunque seguro de que eso no iba a suceder. Mi hijo era un excelente espadachin pero le faltaba mucho todavia por aprender – sino te quedaras aquí, cuidaras de tu madre y tus hermanos y en caso de que fallezca en la guerra los llevaras lejos, a las Ciudades Libres – le dije poniendome en guardia y esperando ver que hacia mi hijo.

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