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Río Negro
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Río Negro
Hacía dos noches que la luna había menguado por completo, y previendo ese hecho el consejero postergó su incursión en tierras de El Dominio.
Negro era el color de sus ropas, negras serían sus inexistentes sombras, negras sus intenciones, negro su corazón y negras las aguas del Mander. Eran cuervos, diferentes a los que guardaban el muro y a los que mandaban mensajes, pero a la vez similares. Eran sigilosos en la noche, astutos y eficaces, pero letales y escurridizos. Quizás por esos motivos no se les llamaba Cuervos simplemente, sino Dientes de Cuervo.
Todo el mundo sabía que los cuervos no tenían dientes, pero aquellos que se escabullían en la noche y se mezclaban con la oscuridad sí. Dientes metálicos en sus cinchos, escondidos en sus botas, y los más letales de todos, en sus carcajes. Dientes susurrantes en el aire, desgarradores de la carne, segadores de la vida.
Por todo Poniente era sabido que aquel cuerpo de élite estaba formado por arqueros experimentados, entrenados y elegidos por el propio bastardo que los comandaba. Por la admiración en los torneos y por el gélido temor que profesaba su comandante, por el gusto por el arco o por salir de la miseria, jóvenes del Tridente, de las Tierras de la Corona, de Occidente, e incluso de las tierras en las que ahora se adentraba habían optado por pertenecer a los Dientes de Cuervo, pero no todos eran aptos a juicio del consejero.
Cien, ese era el número de unidades de aquel cuerpo, ni uno más ni uno menos, pero tan solo un reducido grupo había llevado consigo. Por varias razones había determinado aquel número de integrantes en la primera incursión.
Pagó generosamente por las mujeres de las que sus hombres disfrutaron -lysenas en su mayoría, pero también Tyroshis y Myrienses -en cambio, él se fue esa noche a sus aposentos con la vaga esperanza de que nadie lo molestara mientras intentaba poner orden en su cabeza y en su vida. Con aquel gesto, Brynden daría a sus hombres un motivo de peso para volver con vida.
La segunda vela sucumbiría en breves instantes, y el bastardo ya se disponía a cambiarla cuando un suave repiqueteo de manos delgadas y no enguantadas tocaba la puerta de sus aposentos. Abrió con cierto recelo y con su mano acariciando el puñal que pendía de su cincho. En el umbral de la puerta apareció una joven cabellos ondulados de un negro azabache como la oscuridad más pura, piel tostada y rostro en forma de corazón que enmarcaba unos ojos ambarinos y labios carnosos. Brynden la miró medio expectante, medio inquisitivo. Pero la joven tuvo a bien hablar antes de que el bastardo pudiera repudiarla:
-Mi señor Ríos, me envía Liana de Asshai para satisfacer todas sus necesidades –dijo con una dulzura casi artificial y cierto temor en acento lyseno.
No dejaba lugar a dudas, no había más preguntas. Brynden la observó de arriba abajo y de delante hacia atrás. No había lugar en su atuendo en que ocultar armas o frascos, a menos que los llevara en algún húmedo lugar. El bastardo la invitó a pasar y cuando se dio la vuelta al cerrar la puerta, la seda que cubría el esbelto y casi perfecto cuerpo de la joven había caído al suelo. La lysena se acercó a él con cautela y contoneo. El bastardo no movió ni un músculo, ni siquiera pestañeó. Con las manos temblorosas empezó a desabrocharle el chaleco de piel ribeteado, después siguió con la camisola negra, dejando ver un torso no excesivamente portentoso pero sí en forma y plagado de cicatrices. Creyéndose vencedora, la joven lysena alzó una ceja sugerente y en un susurro guió las manos del consejero a su rasurada entrepierna. Pero en ese instante, sin que nadie lo previera, Brynden la cogió de la muñeca y se la puso a la espalda dejándola inmovilizada. La joven soltó un grito ahogado.
-¿Todas mis necesidades, no? –dijo con frialdad el bastardo.
La libró de la llave y la miró a los ojos, unos ojos profundos que escondía tanto miedo como lujuria. Los del bastardo escondían tanto fuego como hielo. Tiró a la joven contra el lecho de plumas, cayendo con cierta elegancia. Brynden se aproximó hacia ella, mientras la puta abría las piernas para recibirlo. Pero lo que el bastardo hiciera en aquel momento quedó entre él y la lysena. Las malas lenguas dicen que la azotó y la flageló hasta que el trasero se le puso en carne viva, otros que la folló salvajemente y que las muestras son las mordeduras que ambos lucían en secreto y los gemidos en la noche de aquel hala de la fortaleza, pero otros en cambio dicen que ni una ni la otra, que bebieron y hablaron hasta el amanecer.
Los incursores no escuchaban ni siquiera sus propios pasos. El silencio eran tan sepulcral e incómodo, tan solo roto por las aguas del río, que no sabían si el darían un paso más antes de ser sorprendidos. Pero confiaban en su comandante, él iba con ellos.
Brynden conocía aquellas tierras, no tan bien como el Tridente, pero las conocía. La tierra, la hierba, los árboles, los ríos y los animales eran prácticamente los mismos, lo único que podría cambiar sería el enemigo. Los hombres cambiaban, aunque ello no quería decir que algunos no fuera previsibles. El bastardo había lidiado con bandidos y asaltadores bastante organizados, y los había aniquilado. La diferencia ahora radicaba en que se trataban de soldados supuestamente preparados, no contaba con todos sus hombres y su misión no era aniquilar.
Habían dejado atrás las patrullas fronterizas sin ser vistos, oídos ni olidos. Estuvieron a punto de tener que matar a dos soldados si éstos los hubieran percibido, pero su ineptitud les salvó la vida, una vida que posiblemente segaría posteriormente la inminente guerra.
Se escabulleron entre los puestos sin saber cómo. Es posible que en un futuro tildaran aquello de magia o brujería y que con toda seguridad el responsable sería el bastardo que los comandaba, pero lo cierto era que se trataba de ingenio, astucia y por qué no, picaresca. Todo ello aderezado por años de experiencia en situaciones más peliagudas que una decena de soldados que no sabían diferenciar un chuzo de un espontón.
Dejaban atrás cualquier designio de vida pasada. Se adentraron en tierras enemigas con la sensación de que jamás volverían, o si lo hacían sería en otra época diferente. Lejanas sentían las fronteras del Dominio, y más lejano aún Desembarco y sus placeres.
Mientras aquellos hombres intentaban borrar aquellos pensamientos de su mente, Brynden los guiaba en silencio, dejando una estela de frialdad a su paso. Sus movimientos eran precisos, ágiles y sencillos. No arriesgaba ni improvisaba, plasmaba ideas meditadas, experiencias y la ciencia del guerrillero.
En ese instante, todos se detuvieron, pues luces quebraban la oscuridad y dibujaban sobre la nada una fortaleza pequeña y hecha de piedra. Sus murallas no eran muy altas, pero sin embargo, la tierra baja y plana las hacía parecer más elevadas.
No parecía gran cosa, pero si algo había aprendido Brynden es que si quería vencer a su enemigo, debía imaginar que era una máquina perfecta.
Negro era el color de sus ropas, negras serían sus inexistentes sombras, negras sus intenciones, negro su corazón y negras las aguas del Mander. Eran cuervos, diferentes a los que guardaban el muro y a los que mandaban mensajes, pero a la vez similares. Eran sigilosos en la noche, astutos y eficaces, pero letales y escurridizos. Quizás por esos motivos no se les llamaba Cuervos simplemente, sino Dientes de Cuervo.
Todo el mundo sabía que los cuervos no tenían dientes, pero aquellos que se escabullían en la noche y se mezclaban con la oscuridad sí. Dientes metálicos en sus cinchos, escondidos en sus botas, y los más letales de todos, en sus carcajes. Dientes susurrantes en el aire, desgarradores de la carne, segadores de la vida.
Por todo Poniente era sabido que aquel cuerpo de élite estaba formado por arqueros experimentados, entrenados y elegidos por el propio bastardo que los comandaba. Por la admiración en los torneos y por el gélido temor que profesaba su comandante, por el gusto por el arco o por salir de la miseria, jóvenes del Tridente, de las Tierras de la Corona, de Occidente, e incluso de las tierras en las que ahora se adentraba habían optado por pertenecer a los Dientes de Cuervo, pero no todos eran aptos a juicio del consejero.
Cien, ese era el número de unidades de aquel cuerpo, ni uno más ni uno menos, pero tan solo un reducido grupo había llevado consigo. Por varias razones había determinado aquel número de integrantes en la primera incursión.
***
Una de las razones por las que el grupo era tan reducido, a parte de por la posibilidad de ser descubiertos, era que el número de mujeres que el burdel de la Rosa de Dos Espinas ofertaba la noche anterior a la partida era ese.Pagó generosamente por las mujeres de las que sus hombres disfrutaron -lysenas en su mayoría, pero también Tyroshis y Myrienses -en cambio, él se fue esa noche a sus aposentos con la vaga esperanza de que nadie lo molestara mientras intentaba poner orden en su cabeza y en su vida. Con aquel gesto, Brynden daría a sus hombres un motivo de peso para volver con vida.
La segunda vela sucumbiría en breves instantes, y el bastardo ya se disponía a cambiarla cuando un suave repiqueteo de manos delgadas y no enguantadas tocaba la puerta de sus aposentos. Abrió con cierto recelo y con su mano acariciando el puñal que pendía de su cincho. En el umbral de la puerta apareció una joven cabellos ondulados de un negro azabache como la oscuridad más pura, piel tostada y rostro en forma de corazón que enmarcaba unos ojos ambarinos y labios carnosos. Brynden la miró medio expectante, medio inquisitivo. Pero la joven tuvo a bien hablar antes de que el bastardo pudiera repudiarla:
-Mi señor Ríos, me envía Liana de Asshai para satisfacer todas sus necesidades –dijo con una dulzura casi artificial y cierto temor en acento lyseno.
No dejaba lugar a dudas, no había más preguntas. Brynden la observó de arriba abajo y de delante hacia atrás. No había lugar en su atuendo en que ocultar armas o frascos, a menos que los llevara en algún húmedo lugar. El bastardo la invitó a pasar y cuando se dio la vuelta al cerrar la puerta, la seda que cubría el esbelto y casi perfecto cuerpo de la joven había caído al suelo. La lysena se acercó a él con cautela y contoneo. El bastardo no movió ni un músculo, ni siquiera pestañeó. Con las manos temblorosas empezó a desabrocharle el chaleco de piel ribeteado, después siguió con la camisola negra, dejando ver un torso no excesivamente portentoso pero sí en forma y plagado de cicatrices. Creyéndose vencedora, la joven lysena alzó una ceja sugerente y en un susurro guió las manos del consejero a su rasurada entrepierna. Pero en ese instante, sin que nadie lo previera, Brynden la cogió de la muñeca y se la puso a la espalda dejándola inmovilizada. La joven soltó un grito ahogado.
-¿Todas mis necesidades, no? –dijo con frialdad el bastardo.
La libró de la llave y la miró a los ojos, unos ojos profundos que escondía tanto miedo como lujuria. Los del bastardo escondían tanto fuego como hielo. Tiró a la joven contra el lecho de plumas, cayendo con cierta elegancia. Brynden se aproximó hacia ella, mientras la puta abría las piernas para recibirlo. Pero lo que el bastardo hiciera en aquel momento quedó entre él y la lysena. Las malas lenguas dicen que la azotó y la flageló hasta que el trasero se le puso en carne viva, otros que la folló salvajemente y que las muestras son las mordeduras que ambos lucían en secreto y los gemidos en la noche de aquel hala de la fortaleza, pero otros en cambio dicen que ni una ni la otra, que bebieron y hablaron hasta el amanecer.
***
El Mander discurría a su derecha a poco más de 100 pasos de distancia. Ellos habían cogido un atajo campo a través sirviéndose de la maleza y los pocos accidentes geográficos que las llanas tierras del Dominio podían ofrecerles. No habían tomado el camino de las Rosas, que quedaba a unas 6 leguas de distancia hacia el sur, pues era una soberana temeridad con el clima de guerra que ya hacía temblar el suelo bajo sus pies.Los incursores no escuchaban ni siquiera sus propios pasos. El silencio eran tan sepulcral e incómodo, tan solo roto por las aguas del río, que no sabían si el darían un paso más antes de ser sorprendidos. Pero confiaban en su comandante, él iba con ellos.
Brynden conocía aquellas tierras, no tan bien como el Tridente, pero las conocía. La tierra, la hierba, los árboles, los ríos y los animales eran prácticamente los mismos, lo único que podría cambiar sería el enemigo. Los hombres cambiaban, aunque ello no quería decir que algunos no fuera previsibles. El bastardo había lidiado con bandidos y asaltadores bastante organizados, y los había aniquilado. La diferencia ahora radicaba en que se trataban de soldados supuestamente preparados, no contaba con todos sus hombres y su misión no era aniquilar.
Habían dejado atrás las patrullas fronterizas sin ser vistos, oídos ni olidos. Estuvieron a punto de tener que matar a dos soldados si éstos los hubieran percibido, pero su ineptitud les salvó la vida, una vida que posiblemente segaría posteriormente la inminente guerra.
Se escabulleron entre los puestos sin saber cómo. Es posible que en un futuro tildaran aquello de magia o brujería y que con toda seguridad el responsable sería el bastardo que los comandaba, pero lo cierto era que se trataba de ingenio, astucia y por qué no, picaresca. Todo ello aderezado por años de experiencia en situaciones más peliagudas que una decena de soldados que no sabían diferenciar un chuzo de un espontón.
Dejaban atrás cualquier designio de vida pasada. Se adentraron en tierras enemigas con la sensación de que jamás volverían, o si lo hacían sería en otra época diferente. Lejanas sentían las fronteras del Dominio, y más lejano aún Desembarco y sus placeres.
Mientras aquellos hombres intentaban borrar aquellos pensamientos de su mente, Brynden los guiaba en silencio, dejando una estela de frialdad a su paso. Sus movimientos eran precisos, ágiles y sencillos. No arriesgaba ni improvisaba, plasmaba ideas meditadas, experiencias y la ciencia del guerrillero.
En ese instante, todos se detuvieron, pues luces quebraban la oscuridad y dibujaban sobre la nada una fortaleza pequeña y hecha de piedra. Sus murallas no eran muy altas, pero sin embargo, la tierra baja y plana las hacía parecer más elevadas.
No parecía gran cosa, pero si algo había aprendido Brynden es que si quería vencer a su enemigo, debía imaginar que era una máquina perfecta.
Brynden Ríos- Nobleza
Re: Río Negro
Los Caswell habían sido prudentes. Puenteamargo era un enlace importante, aquel que daba posibilidad de cruzar el Mander sin peligro alguno. La fortaleza no era gran cosa y existía un torreón que se encontraba rodeado de muros pequeños, pero de piedra sólida. La guarnición que se había mantenido era suficiente para mantener a raya el ataque de cualquier enemigo al menos por uno o dos días, consiguiendo así cualquier ayuda del interior del Dominio.
Alrededor de la fortaleza se levantaba un pequeño pueblito, de unas pocas de chozas y lugares, edificaciones de madera suficientemente fuertes para mantenerse por lo que parecían ser años. Puenteamargo era un centro local de comercio por lo que se podría decir que se podían encontrar tabernas, putas y mercados. Sin duda no podía llamársele ciudad, pero si un lugar donde encontrar a viajeros que dirigían su camino por el Camino de las Rosas, ahora transitado, sobretodo, por hombres de armas y correos a caballo. La guerra lllegaba a Poniente.
Brynden y sus hombres habían podido internarse en las tierras debido a su capacidad para reconocer el terreno y usar los elementos naturales como un apoyo en su camino hasta el corazón del Dominio. Habían podido ver a guarniciones en distintos pasos, a patrullas transfronterizas que dirigían sus guardias por las cercanías de las llamadas Tierras de la Corona. Y los informadores del Consejero de Rumores le hacían saber de la coronación del Dragón Negro y de la reunión de los hombres de armas en Altojardín. En poco tiempo las espadas entrechocarían.
Alrededor de la fortaleza se levantaba un pequeño pueblito, de unas pocas de chozas y lugares, edificaciones de madera suficientemente fuertes para mantenerse por lo que parecían ser años. Puenteamargo era un centro local de comercio por lo que se podría decir que se podían encontrar tabernas, putas y mercados. Sin duda no podía llamársele ciudad, pero si un lugar donde encontrar a viajeros que dirigían su camino por el Camino de las Rosas, ahora transitado, sobretodo, por hombres de armas y correos a caballo. La guerra lllegaba a Poniente.
Brynden y sus hombres habían podido internarse en las tierras debido a su capacidad para reconocer el terreno y usar los elementos naturales como un apoyo en su camino hasta el corazón del Dominio. Habían podido ver a guarniciones en distintos pasos, a patrullas transfronterizas que dirigían sus guardias por las cercanías de las llamadas Tierras de la Corona. Y los informadores del Consejero de Rumores le hacían saber de la coronación del Dragón Negro y de la reunión de los hombres de armas en Altojardín. En poco tiempo las espadas entrechocarían.
Valar Morghulis- Admin
Re: Río Negro
Jaqen, el peculiar cuervo de Brynden, escapaba fugaz como una sombra en mitad de la noche hacia Desembarco con un breve mensaje en su pata. Negro como la noche y con una mancha rojo sangre en el pico, como no podía ser de otra manera, eran las señas de identidad del mensajero de Cuervo de Sangre.
Consideraba a aquel animal tan importante como a sus propios hombres, de hecho empatizaba más con él que con los cortesanos y la mayoría de los lores de Poniente. Pero ahora que la noche se había tragado a Jaqen, el consejero se volvió hacia el reducido grupo que comandaba por aquellas tierras donde no eran bienvenidos ni siquiera los pantalones que llevaban.
-No vamos a adentrarnos ahí -señalando la fortaleza de Puenteamargo -Es muy arriesgado y no es necesario. Sólo hemos venido a peinar el terreno y recabar la máxima información posible para facilitar el trabajo a las tropas del Rey Daeron -claro y conciso, la voz de Brynden era tan parca como la noche cerrada.
La oscuridad les permitía moverse sin apenas ser vistos. Podían llegar a escasas cinco varas, y si la vegetación lo permitía, de cualquier persona sin ser vistos. Para cuando el destello de la punta de flecha fuera siquiera percibido, ésta estaría en menos de un suspiro en la frente de su oponente. Aún así, intentarían evitar tener que matar a nadie si la situación no lo requería, salvo por causa mayor, por supuesto.
Quería pasar por El Dominio como si nunca hubiera estado allí. Deberían pisar la tierra sin dejar huella, respirar sin contaminar el aire, hablar sin ser oídos y si era preciso, matar sin que nadie lo notase en días.
Sus hombres se reunieron en torno a él, de manera que pudieran escuchar sin que tuviera que elevar mucho la voz. Todos tenían el mapa de aquella zona grabado en la cabeza, Brynden así los había obligado si querían acompañarlo.
-Puenteamargo, Valdehierba y Vadoceniza forman un triángulo perfectamente comunicado, y en el centro Granmesa -dando tiempo a que sus hombres se situaran -Y por si fuera poco, La Sidra hace de vértice adicional para comunicarlas con Altojardín. Si una de esas fortalezas ardiera, el resto podrían hacerse eco bien por las llamas o bien por cuervo, y en menos de un día alguna de las fortificaciones restantes acudiría en su auxilio -resopló -No podemos permitírnoslo. Por eso tenemos que averiguar todo lo que podamos y volver a Desembarco para informar -dicho eso, el cuervo de sangre miró al hombre que tenía a su derecha -Harren. Tú, Harella -miró a la única mujer del grupo -Jared, Godric y Ryan. Vosotros cinco, comandados por Harren, peinaréis la zona de Valdehierba, y cuando acabéis volvéis a Desembarco a informar a Jason y Viraq -esos eran los dos oficiales de los Dientes de Cuervo -y éstos lo hagan al rey o al príncipe Maekar. No corráis riesgos innecesarios, y no os salgáis del plan establecido salvo causa mayor -Miró a los siete restantes -Vosotros venís conmigo.
Antes de ponerse en marcha, miró a los bastardos y se los llevó a parte para que el resto no escucharan:
-Harella, cuida de que éste bastardo -ese apelativo para Brynden no era ofensivo -no pruebe una gota de alcohol, o -miró a Harren -te mandaré al muro dentro de un tonel lleno de vino agrio -dijo con seriedad -¿Alguna duda?
Consideraba a aquel animal tan importante como a sus propios hombres, de hecho empatizaba más con él que con los cortesanos y la mayoría de los lores de Poniente. Pero ahora que la noche se había tragado a Jaqen, el consejero se volvió hacia el reducido grupo que comandaba por aquellas tierras donde no eran bienvenidos ni siquiera los pantalones que llevaban.
-No vamos a adentrarnos ahí -señalando la fortaleza de Puenteamargo -Es muy arriesgado y no es necesario. Sólo hemos venido a peinar el terreno y recabar la máxima información posible para facilitar el trabajo a las tropas del Rey Daeron -claro y conciso, la voz de Brynden era tan parca como la noche cerrada.
La oscuridad les permitía moverse sin apenas ser vistos. Podían llegar a escasas cinco varas, y si la vegetación lo permitía, de cualquier persona sin ser vistos. Para cuando el destello de la punta de flecha fuera siquiera percibido, ésta estaría en menos de un suspiro en la frente de su oponente. Aún así, intentarían evitar tener que matar a nadie si la situación no lo requería, salvo por causa mayor, por supuesto.
Quería pasar por El Dominio como si nunca hubiera estado allí. Deberían pisar la tierra sin dejar huella, respirar sin contaminar el aire, hablar sin ser oídos y si era preciso, matar sin que nadie lo notase en días.
Sus hombres se reunieron en torno a él, de manera que pudieran escuchar sin que tuviera que elevar mucho la voz. Todos tenían el mapa de aquella zona grabado en la cabeza, Brynden así los había obligado si querían acompañarlo.
-Puenteamargo, Valdehierba y Vadoceniza forman un triángulo perfectamente comunicado, y en el centro Granmesa -dando tiempo a que sus hombres se situaran -Y por si fuera poco, La Sidra hace de vértice adicional para comunicarlas con Altojardín. Si una de esas fortalezas ardiera, el resto podrían hacerse eco bien por las llamas o bien por cuervo, y en menos de un día alguna de las fortificaciones restantes acudiría en su auxilio -resopló -No podemos permitírnoslo. Por eso tenemos que averiguar todo lo que podamos y volver a Desembarco para informar -dicho eso, el cuervo de sangre miró al hombre que tenía a su derecha -Harren. Tú, Harella -miró a la única mujer del grupo -Jared, Godric y Ryan. Vosotros cinco, comandados por Harren, peinaréis la zona de Valdehierba, y cuando acabéis volvéis a Desembarco a informar a Jason y Viraq -esos eran los dos oficiales de los Dientes de Cuervo -y éstos lo hagan al rey o al príncipe Maekar. No corráis riesgos innecesarios, y no os salgáis del plan establecido salvo causa mayor -Miró a los siete restantes -Vosotros venís conmigo.
Antes de ponerse en marcha, miró a los bastardos y se los llevó a parte para que el resto no escucharan:
-Harella, cuida de que éste bastardo -ese apelativo para Brynden no era ofensivo -no pruebe una gota de alcohol, o -miró a Harren -te mandaré al muro dentro de un tonel lleno de vino agrio -dijo con seriedad -¿Alguna duda?
Brynden Ríos- Nobleza
Re: Río Negro
Me ajusté el negro pañuelo que me rodeaba el cuello y escondí la nariz dentro. Las noches de primavera en el Dominio eran especialmente frías y húmedas con tanta vegetación, aunque no eran ni la milésima parte de malas que una del Norte. La oscuridad era tan densa que no hubiese sido capaz de ver a Night si no sintiera su peso sobre el hombro derecho. Detrás, agarrado al pañuelo y cerca de la trenza que formaba mi pelo, estaba Sun, muy quieto, como siempre que se sentía encontrarse en una situación hostil, atento a cualquier incidencia. Me acomodé el arco y el carcaj a la espalda sin hacer ruido e hice junto al resto entorno a Brynden. Desde luego en menuda nos habíamos metido, colarse en el Dominio, con todos sus ejércitos revolucionados y un buen puñado de patrullas fronterizas tocando las narices...Habíamos tenido una suerte que no nos la creíamos ni nosotros. Resultó un alivio que dijera que no teníamos que colarnos en la Fortaleza barra trampa mortal, pues aunque sintiese cierto gusto por el riesgo eso era mucho y contra reloj.
Sin embargo, no nos íbamos a salvar del todo, aunque desde luego Valdehierba sonaba mejor que Puenteamargo. Al parecer se trataba de una misión de reconocimiento y espionaje, osea, conseguir información, lo cual se me daba bastante bien, pero claro, si ya era difícil colarse en una fortaleza en épocas de "paz", en un momento tan revuelto y belicoso como el que nos encontrábamos más, y además, sin duda se trataba de una misión para antes de ayer, puesto que no podríamos tomarnos el tiempo necesario para mover los planes de infiltración de forma cauta y optima...el tiempo corría en nuestra contra, pero eso no era nada nuevo , siempre solía haber más inconvenientes que ventajas. Miré de reojo a mis compañeros. Al menos podía contar con que no eran una panda de incompetentes.
Hice un breve esbozo en mi mente de los pasos a seguir, y pensé en el nuevo papel que me tocaría interpretar. Una campesina, una criada...o quizá una prostituta, en tiempos de guerra trabajaban más que cualquier tropa, aunque claro, era un papel con una buena cantidad de inconvenientes bastante desagradables. Si lo hacíamos con cabeza, no iba a ser muy dificil colarse en la fortaleza, en realidad, esa era la parte más complicada, del resto podía encargarme yo, puesto que se tenía en poco estima a las mujeres y pocos piensan que realmente puedan ser peligrosas...y yo sabía como parecer muy inofensiva, no había sobrevivido hasta entonces con bravuconadas y haciéndome notar. Esboce una tenue sonrisa cuando me encargó vigilar a mi hermano.
-Ni lo olerá si yo puedo evitarlo- le dí un suave codazo en el costado a mi hermano- Ya has oído Harren, pórtate bien y haz caso a tu hermana.- dije en voz baja medio en broma medio enserio.- Yo tengo una pregunta- indiqué mirándole a la cara- ¿Solo quieres información? Sí nos tenemos que colar en las fortalezas no será difícil hacer alguna tarea de sabotaje poco antes de marcharnos.- no sabía cuales serian sus planes más allá de lo que acababa de mandarnos, dependiendo de eso el sabotaje podía ser o no, beneficioso.
Hice un breve repaso mental por el como había llegado a meterme en tantos problemas por la causa de aquel hombre, aunque debo decir que me parecía alguien de fiar, dentro de que yo no confió en casi nadie, y al menos...ociosos no estábamos, además de que podía hacer uso de todas mis habilidades e ingenio. Lo admito me sentía ufana y orgullosa cada vez que llevaba una misión a buen puerto, mientras encima colaboraba por una causa que podía identificar también como mía, y no solo de mi hermano.
Sin embargo, no nos íbamos a salvar del todo, aunque desde luego Valdehierba sonaba mejor que Puenteamargo. Al parecer se trataba de una misión de reconocimiento y espionaje, osea, conseguir información, lo cual se me daba bastante bien, pero claro, si ya era difícil colarse en una fortaleza en épocas de "paz", en un momento tan revuelto y belicoso como el que nos encontrábamos más, y además, sin duda se trataba de una misión para antes de ayer, puesto que no podríamos tomarnos el tiempo necesario para mover los planes de infiltración de forma cauta y optima...el tiempo corría en nuestra contra, pero eso no era nada nuevo , siempre solía haber más inconvenientes que ventajas. Miré de reojo a mis compañeros. Al menos podía contar con que no eran una panda de incompetentes.
Hice un breve esbozo en mi mente de los pasos a seguir, y pensé en el nuevo papel que me tocaría interpretar. Una campesina, una criada...o quizá una prostituta, en tiempos de guerra trabajaban más que cualquier tropa, aunque claro, era un papel con una buena cantidad de inconvenientes bastante desagradables. Si lo hacíamos con cabeza, no iba a ser muy dificil colarse en la fortaleza, en realidad, esa era la parte más complicada, del resto podía encargarme yo, puesto que se tenía en poco estima a las mujeres y pocos piensan que realmente puedan ser peligrosas...y yo sabía como parecer muy inofensiva, no había sobrevivido hasta entonces con bravuconadas y haciéndome notar. Esboce una tenue sonrisa cuando me encargó vigilar a mi hermano.
-Ni lo olerá si yo puedo evitarlo- le dí un suave codazo en el costado a mi hermano- Ya has oído Harren, pórtate bien y haz caso a tu hermana.- dije en voz baja medio en broma medio enserio.- Yo tengo una pregunta- indiqué mirándole a la cara- ¿Solo quieres información? Sí nos tenemos que colar en las fortalezas no será difícil hacer alguna tarea de sabotaje poco antes de marcharnos.- no sabía cuales serian sus planes más allá de lo que acababa de mandarnos, dependiendo de eso el sabotaje podía ser o no, beneficioso.
Hice un breve repaso mental por el como había llegado a meterme en tantos problemas por la causa de aquel hombre, aunque debo decir que me parecía alguien de fiar, dentro de que yo no confió en casi nadie, y al menos...ociosos no estábamos, además de que podía hacer uso de todas mis habilidades e ingenio. Lo admito me sentía ufana y orgullosa cada vez que llevaba una misión a buen puerto, mientras encima colaboraba por una causa que podía identificar también como mía, y no solo de mi hermano.
Harella Ríos
Re: Río Negro
El bastardo escucha las palabras de Cuervo de Sangre con atención. Sabe que de ellas se deriva el éxito o el fracaso de la misión. Y no quiere fracasar. Está allí para servir una causa que cree como la suya propia, sabe que de realizar la tarea, estará un paso más cerca de recuperar la paz en Poniente. Lo embarga el alivio solo de pensarlo. Para él no importa si gana el Targaryen o el Fuegoscuro, él es solamente un bastardo que no conoce ni la identidad de su padre, es el desecho de la sociedad, por debajo suya solo está la tierra que pisan sus pies. Pero es un Diente de Cuervo, y como tal cree en la causa de lord Brynden Ríos, en su lucha, en su cometido. Y decide ayudarlo arriesgando su propia vida.
En su mente resume lo que le asignan, asiente con rostro serio y decidido, y estira las articulaciones. Sabe que de ellas dependerá su futuro, y quiere tener preparado su cuerpo para tensar la cuerda del arco, para asir la espada, o para golpear con sus puños desnudos. Mira a su hermana cuando Cuervo de Sangre replica su hábito al alcohol, y la mirada es cómplice, desvelando una sonrisa amable, tranquila. Luego sus ojos se deslizan ante el comandante, y vuelve a asentir, esta vez con el rostro serio, ya no queda ningún atisbo del hermano, ahora solo es un guerrero, uno más. Ahora es un caballero oscuro.
Asume el mando con gesto sereno y se ajusta la capa negra sobre los hombros, se rebulle dentro de la armadura oscura y hace acercarse a sus hombres, sus seguidores, sus hermanos. Sabe que alguno de ellos podría perder la vida siguiendo las órdenes de lord Brynden, pero Harren no teme a la muerte. Solo al fracaso… y bueno… a su primo Manfred. Enfoca la mirada de nuevo sobre Brynden Ríos, esperando la respuesta a la pregunta de Harella, se rasca la barbilla, y formula una sola cuestión en voz baja, con un tono seco, áspero y grave:
- ¿Que tipo de información necesitáis, lord Ríos?
En su mente resume lo que le asignan, asiente con rostro serio y decidido, y estira las articulaciones. Sabe que de ellas dependerá su futuro, y quiere tener preparado su cuerpo para tensar la cuerda del arco, para asir la espada, o para golpear con sus puños desnudos. Mira a su hermana cuando Cuervo de Sangre replica su hábito al alcohol, y la mirada es cómplice, desvelando una sonrisa amable, tranquila. Luego sus ojos se deslizan ante el comandante, y vuelve a asentir, esta vez con el rostro serio, ya no queda ningún atisbo del hermano, ahora solo es un guerrero, uno más. Ahora es un caballero oscuro.
Asume el mando con gesto sereno y se ajusta la capa negra sobre los hombros, se rebulle dentro de la armadura oscura y hace acercarse a sus hombres, sus seguidores, sus hermanos. Sabe que alguno de ellos podría perder la vida siguiendo las órdenes de lord Brynden, pero Harren no teme a la muerte. Solo al fracaso… y bueno… a su primo Manfred. Enfoca la mirada de nuevo sobre Brynden Ríos, esperando la respuesta a la pregunta de Harella, se rasca la barbilla, y formula una sola cuestión en voz baja, con un tono seco, áspero y grave:
- ¿Que tipo de información necesitáis, lord Ríos?
Invitado- Invitado
Re: Río Negro
Sinceramente no esperaba duda alguna y menos de aquel tipo, pero aún así, en la quietud rota por sus susurros y las negras aguas del Mander. Brynden los miró con seriedad, esa de la que no esperas protesta alguna, la que no cuestionas, la que no deja lugar a dudas de que no es un pregunta o una sugerencia.
Primero miró a la joven bastarda, agachó la cabeza midiendo las palabras que diría a continuación:
-Sólo quiero información, Harella, no perder... -perderos -a mis hombres -tragó saliva -Sabotear en Valdehierba no es cualquier cosa. No es prender un pajar o robarle a un niño del Lecho de Pulgas. Es un castillo, no un pueblucho del tres al cuarto. Bastante os va acostar ya sacar información -sus ojos rojos se veían en la oscuridad y no dejaban lugar a dudas del reproche del bastardo -Si os pillan sólo pasará una cosa... bueno, dos: que os matarán y que no haré nada por evitarlo -lo harías si pudieras, dijo una voz en su cabeza. Lo cierto era que había desarrollado cierta debilidad por aquella pareja, pero nunca lo reconocería -Así que, en un principio, sólo eso -miró a Harren -Quiero número de soldados, defensas, cualquier rumor que denotara alguna intención respecto a la guerra y a la política, todo lo que podáis, pero principalmente eso. Los métodos que uséis son cosa vuestra. Sois Dientes de Cuervo, no hay nada que añadir a eso -una expresión de frío orgullo por ellos se dibujó fugazmente en su rostro -Os quiero vivos, sólo digo eso. Y más os vale cumplirlo, porque si no os mataré -sonrió, pero por dentro, donde nadie pudiera verlo.
Con esa última frase podría haber querido decir muchas cosas, y una de ellas era: "sois libres para hacer lo que queráis pero bajo vuestra responsabilidad". Los miró a los ojos con profundidad. Esa que escarba en cada uno de los rincones de tu interior y sacaba hasta el más mísero recuerdo de despedida de tu vida. Pero ese brillo duró un breve instante y se esfumó, dando paso de nuevo a la frialdad que la mayoría de las veces envolvía su aura.
Unos metros entre la maleza acamparon en un improvisado campamento dentro de mantas, esperando que el día les traería nuevas energías para emprender de nuevo el viaje.
Antes del alba, antes de que el sol supiera siquiera que debía salir, los huecos que habían ocupado Brynden y siete de los Dientes de Cuervo, estaban vacíos.
El Dominio se abría en torno a ellos.
Primero miró a la joven bastarda, agachó la cabeza midiendo las palabras que diría a continuación:
-Sólo quiero información, Harella, no perder... -perderos -a mis hombres -tragó saliva -Sabotear en Valdehierba no es cualquier cosa. No es prender un pajar o robarle a un niño del Lecho de Pulgas. Es un castillo, no un pueblucho del tres al cuarto. Bastante os va acostar ya sacar información -sus ojos rojos se veían en la oscuridad y no dejaban lugar a dudas del reproche del bastardo -Si os pillan sólo pasará una cosa... bueno, dos: que os matarán y que no haré nada por evitarlo -lo harías si pudieras, dijo una voz en su cabeza. Lo cierto era que había desarrollado cierta debilidad por aquella pareja, pero nunca lo reconocería -Así que, en un principio, sólo eso -miró a Harren -Quiero número de soldados, defensas, cualquier rumor que denotara alguna intención respecto a la guerra y a la política, todo lo que podáis, pero principalmente eso. Los métodos que uséis son cosa vuestra. Sois Dientes de Cuervo, no hay nada que añadir a eso -una expresión de frío orgullo por ellos se dibujó fugazmente en su rostro -Os quiero vivos, sólo digo eso. Y más os vale cumplirlo, porque si no os mataré -sonrió, pero por dentro, donde nadie pudiera verlo.
Con esa última frase podría haber querido decir muchas cosas, y una de ellas era: "sois libres para hacer lo que queráis pero bajo vuestra responsabilidad". Los miró a los ojos con profundidad. Esa que escarba en cada uno de los rincones de tu interior y sacaba hasta el más mísero recuerdo de despedida de tu vida. Pero ese brillo duró un breve instante y se esfumó, dando paso de nuevo a la frialdad que la mayoría de las veces envolvía su aura.
Unos metros entre la maleza acamparon en un improvisado campamento dentro de mantas, esperando que el día les traería nuevas energías para emprender de nuevo el viaje.
Antes del alba, antes de que el sol supiera siquiera que debía salir, los huecos que habían ocupado Brynden y siete de los Dientes de Cuervo, estaban vacíos.
El Dominio se abría en torno a ellos.
- Spoiler:
- Doy por finalizado el post. A partir de ahora para rolear lo que queráis, abrid post nuevo, pequeños padawans.
Brynden Ríos- Nobleza
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