Sangre de mi sangre, Sangre bastarda... mi hermana./Eyven Mares.

Aquella era una noche ajetreada en la más conocida taberna del podrido barrio de Lecho de Pulgas. Desde fuera, los vecinos del lugar escuchaban los cánticos obscenos no recomendados para damas nobles, puesto que se desmayarían a los pocos segundos de escuchar una estrofa de dichos cantares. También había conversaciones a voces, conversaciones amigables estallando en grandes carcajadas o incluso conversaciones bastante acaloradas que acababan en pelea. Yo, por supuesto, hacía tiempo que estaba acostumbrada a aquel ambiente y no me horrorizaba para nada. Debía de ocurrir algo realmente escandaloso para que me llegara a sorprender. Pero, ¿algo escandaloso en Lecho de Pulgas? Lo dudaba bastante.

La gente entraba y salía sin cesar, mientras mi madre y yo eramos las únicas mujeres de aquel lugar. Sin contar a las prostitutas que algunos llevaban consigo, claro está. De todo hacían para ganar dinero y poder llevarse alguna gota de alcohol a la boca.-Vaya, hoy hay más gente de la acostumbrada.- Le dije a mi señora madre, mientras ambas nos encontrábamos apoyadas en la barra de madera, entre unos cuantos borrachos sentados en taburetes altos, roídos por las termitas y que en cualquier momento harían que la persona que estuviera sentado en ellas se caería de culo. Esperaba que aquel momento llegara pronto, porque entonces si que me reiría de verdad.- ¡Eyven, no se te ocurra quejarte! Más dinero para nuestros bolsillos.-Decía con alegría viendo con una sonrisa a su alrededor.-No sabía que ver a borrachos te hiciera tan feliz.- Dije con un tono amargo en la voz, susurrando aquellas palabras para mi misma.

Instantes después, entraron un grupo grande de hombres a la taberna. Eran un gran grupo de soldados que eran considerados como habituales del establecimiento, me conocía todos y cada uno de sus cánticos hacia mi persona. Observé a lo lejos como se sentaban en la misma mesa de siempre, los mismo hombres de siempre. Pero...espera un momento, había un hombre que no había visto todavía por aquellos lares. Un hombre de brillantes cabellos rubios. Era todo lo que podían observar mis ojos violetas de el, puesto que estaba de espaldas y no pude observar nada más. No tardaron mucho en reclamarme de la única manera que unos hijos de mala madre podrían hacer. Pero ya sabía lo que hacer. Cogí varias jarras de cerveza para los valientes soldados, puesto que era su bebida habitual. Me acerqué a ellos con una fingida sonrisa.- Aquí tenéis.- Dije agachándome levemente para dejar las jarras en su sitio cuando, "sin querer", cayeron mis jarras encima de la mesa, haciendo que toda la cerveza derramada cayera encima de ellos.- ¡Oh, que torpe soy!.- Dije fingiendo estar sorprendida y, al mismo tiempo, disculpándome por mis actos. Por mis labios apareció una sonrisa malévola que intenté disimular, mientras observaba el estropicio y las maldiciones de los soldados.

Mi sonrisa seguía dibujada en mi rostro, observando como aquellos necios se levantaban de su silla esquivando la cerveza derramada sobre sus pantalones como si se trataran de balas afiladas. Eran demasiado señoritos como para poder soportar una sola gota de algo, encima si era un líquido tan frío que haría que se enfriaran sus partes al instante y todas las calenturas que tuvieran acumuladas en aquel momento se esfumaran. Aquella noche habría varias mujeres y amantes descontentas con sus queridos y valientes soldados.

Uno de ellos, precisamente el hombre rubio al cual no había visto en mi vida y lo poco que había visto no me había sorprendido nada, se levantó también de la mesa al igual que los demás. Se giró hacia mi, mientras todavía seguía aquella sonrisa en mis labios. Lo observé con mis ojos violetas durante unos segundos, unos segundos que no fueron suficientes para apartarme antes de que su mano cubierta por el hierro de aquella armadura cubriera mi cuello. Lo observé elevando la vista, notando el frío y sucio metal en mi cuello como hacía presión. Mi sonrisa se iba desvaneciendo a medida que aquel hombre empezó a hablar, con un terrible rostro de ira y enfado. Ahora entendía porque aquel soldado no era como los demás, era nada más y nada menos que un Velaryon. Pude comprobarlo enseguida cuando mis ojos se fijaron en los suyos, que eran exactamente del mismo color. Escuche el silencio que se había formado en la taberna, viendo como todos se quedaban observando sin siquiera abrir la boca ni mover ningún músculo. Todos estaban completamente aterrados, incluida mi madre que la veía por el rabillo del ojo con los ojos como platos y la boca cubierta con sus manos, sorprendida. Intenté soltar alguna palabra, pero no salió más que un leve gimoteo, mientras que aquel Velaryon me apretaba más con el acero de si armadura haciendo que enseguida pudiera expresar un gesto de dolor en mi rostro.

-Me...me da igual...quien seas.- Dije de forma ahogada, mirándole fijamente a los ojos.-¡No, mi niña!.- Distinguí los gritos de mi madre, mientras rápidamente se acercaba esquivando a los demás hombres que se habían agolpado observando aquel fantástico espectáculo. La puta bastarda siendo maltratada. Seguro que muchos de ellos pagarían por ver aquello, pero habían tenido la suerte de poder presenciarlo gratis. Mi madre agarró uno de los brazos de aquel hombre de ojos violetas, con lágrimas en los ojos.-¡Suéltala, por favor, suelta a mi Eyven!.- Dijo con súplicas.-¡Por favor, no era su intención!.- Siguió con su súplica para que me soltara enseguida. Siguió hablando entre sollozos, pero estaba demasiado débil como para poder distinguir algo de lo que estaba hablando. No podía apenas respirar y la cabeza me daba vueltas.

No...¿porque? No quería que mi madre se arrodillase ante aquel hijo de mala madre y le suplicara por mi vida. Mis ojos se llenaban de lagrimas a causa de la impotencia de aquel momento, detestaba que mi madre y yo fueramos tratadas por lo que todos se pensaban que eramos: basura. A mi me seguía faltando el aire, hasta el punto en que mi rostro se iba volviendo más pálido de lo que ya era. Por fortuna, aquel hombre me soltó, haciendo que cayera en el suelo dándome un buen golpe en mi trasero. Mi trasero era lo que menos me preocupaba en aquellos momentos. Tosí volviendo a coger el aire que me había faltado, atrayendo las manos hasta mi dolorido cuello. Antes de que pudiera reaccionar, Velaryon me volvió a coger del cuello para situar mi cabeza encima de la misma que había sido derramada por mi hacía minutos antes.

Mis labios se abrían y cerraban, cogiendo el aire que todavía faltaba en mis pulmones mientras un rastro de cerveza entraba a través de ellos, impregnando mi cabello de aquella substancia. "Joder...¿en que lio me había metido?". Aquellas palabras retumbaban en mi cabeza una y otra vez, mientras era sujetada por el resto de la cuadrilla de valientes guerreros. Escuchaba atentamente las palabras del Velaryon, escuchando como hablaba a mi madre. ¿Que se había creído? En otras ocasiones me hubiera levantado para asestarle un buen golpe, pero no me encontraba en condiciones. Mi pobre madre...el sufrimiento que estaba pasando por mi culpa.-Maldito hijo de puta.- Solté con lágrimas en los ojos, ya no podía contener durante mucho tiempo más mis lágrimas. Sujetó mi cara muy cerca de un cuchillo muy afilado que estaba en su mano, intentado con todas mis fuerzas zafarme de aquella mano que me resultaba en aquellos instantes tan repulsiva.-Por favor...no...-Suplicó mi madre, una vez mas.

Aquel hombre estaba ofreciendo un trato a mi madre, trato que esperaba que aceptase a pesar de que sería para mi un dolor inmenso. Pero sería un dolor peor ver sufrir a mi madre a garras de aquellos soldados que se aprovechaban de los demás cuando algo no les gustaba. Había podido ver el rostro de los soldados observando a su señor, hasta ellos estaban asustados. Tirano...No estaba escuchando nada de la conversación entre mi madre y el Velaryon, estaba demasiado aturdida como para darme cuenta de lo que estaban diciendo.-Velaryon...-Susurró mi madre. ¿Que? Levanté la cabeza, pero fue otra vez aplastada contra la mesa por un soldado.-¡Velaryon, el hermano de Lord Velaryon!.-Grito mi madre ante el silencio, haciendo que el ambiente se pudiera cortar con cualquier cuchillo. ¿De que demonios iba todo aquello? Si tenía que sacarme los ojos, que lo hiciera ya.

Parecía que mi madre había dicho las palabras mágicas, puesto que el Velaryon soltó el cuchillo con el que iba a arrancarme los ojos. Los soldados, por el contrario, seguían sosteniendo mi cabeza contra la mesa. Aunque no con tanta fuerza, parecía que estaban sorprendidos por algo. ¿Las palabras de mi madre, tal vez? El silencio en el local seguía permanente, silencio que fue roto por los gritos de aquel hombre, inquiriéndoles que salieran ahora mismo o serían degollados como cerdos. Enseguida todos los clientes, incluidos los soldados que sostenían mi cabeza, salieron corriendo como alma que llevaba el diablo. Levanté mi cabeza, con la mitad del rostro y parte del peo a causa de la cerveza y observé el panorama. Mi madre seguía lloriqueando en silencio sin quitar la vista del Velaryon, mientras que este la mirada con los ojos realmente sorprendidos de forma incrédula. ¿Que demonios estaba pasando?

Después de que este volviera a hablar, me sostuvo con gran fuerza y situó el filo de su espada en mi vientre, haciendo que cogiera aire sorprendida, escondiendo todo lo que podía mi barriga para que no ser apuñalada bajo ningún concepto. ¿La veracidad de sus palabras?.- Mama...¿que está ocurriendo?.- Le pregunte con la voz temblorosa. Mi madre fingió no escuchar mis palabras, ni tan siquiera me miró. Simplemente se giró y fue directamente corriendo hacia la cocina de la taberna, abriendo un cajón lleno de viejas cucharas de madera. Rebuscó y rebuscó, hasta que de su interior sacó lo que parecía ser una carta. Volvió corriendo, entregando la carta a mi captor, una carta que parecía que había sido abierta durante mucho tiempo, abierta y reabierta. El hombre cogió la carta y la comenzó a leer. A medida que iba leyendo la carta, la mano que sujetaba mi brazo se iba suavizando poco a poco, haciéndome menos daño y no presionando tanto.-Me la dio Lord Velaryon en su momento...dijo que si hablaba de ello me cortaría la cabeza.- Dijo corriendo aquellas palabras, a media voz y entre sollozos, pero había entendido perfectamente que era lo que había dicho.-¿Que está ocurriendo?.- Volví a repetir, esta vez con menos miedo en la voz. Alcé la vista hacia el Velaryon y vi que me observaba, no dejaba de observarme.

¿Que? Aquello era una absoluta locura. Enseguida pude asociar todos los movimientos que mi señora madre había hecho, entendiendo que había tenido durante todos estos años a buen recaudo el nombre del que había sido mi padre. Muchas ocasiones habían sido las que había ido a molestarla para que me contestara de una santa vez de quien venían esos ojos violetas que tanto odiaba la gente. Su respuesta siempre era de reproche hacia mi, también cambiaba a cualquier otro tema que no tuviera nada que ver con aquello o, simplemente, me ignoraba poniéndose a hablar con cualquier otra persona que pasara por su lado. Resultaba lamentable que hubiera hecho falta que un hombre me quisiera arrancar los ojos para que ella contestara a tan fácil pregunta. Lo que realmente no me esperaba es que se tratara del hermano del Lord de Marcaderiva, un Velaryon. Poseía la misma sangre que aquel soldado que me habría quitado la vida sin problemas como resultado de haber salido herido su ego.

Abrí los ojos como platos ante las palabras de aquel hombre. Mi...mi hermano...¿yo tenía un hermano? Cabía decir que siempre había pensado que tendría algún otro hermano por ahí que era bastardo al igual que yo y poseeríamos el mismo apellido. Pero no me imaginaba que fuera un Lord. Mi madre rompió a llorar de nuevo, apenada de que finalmente supiera al verdad.

-¿Marcharme?.- Dije totalmente incrédula.-¿Contigo?.- No podía creerme que lo estuviera diciendo en serio. Me reconfortaba enormemente la idea de tener un hermano con el que poder decir que poseíamos la misma sangre y, si las circunstancias hubieran sido diferentes, sin dudarlo me hubiera lanzado a sus brazos para que recibiera todo el cariño que mereciera de mi. Pero con lo acontecido...realmente se me hacía difícil acercarme a el ahora. Me alejé de su lado para situarme al lado de mi madre, a la que abracé con gran amor y cariño para que dejara de llorar. La sangre comenzó a hervirme cuando le dio el dinero a mi madre y no me daba ninguna clase de opción de decidir lo que quería hacer. Estallé.-¡Me has llamado bastarda, llamado ramera a mi madre, has intentado sacarme los ojos!.- Dije sin soltar a mi madre.-¿De verdad esperas que me vaya contigo? Lo miré fijamente a los ojos. Tal vez en el mundo de los palacios de oro y las torres de marfil pudiera funcionar a la voluntad de un Lord, pero en el Lecho de Pulga y en el mundo real no pensaba hacerlo.

Escuché las palabras del que resultaba ser mi hermano con su atención. Mis ojos seguían todavía llenos de rabia contenida después de la poca que había soltado y lo miraba fijamente. Pero algo me ocurría. Aquellas palabras dichas con la mayor frialdad del mundo hacían que me tranquilizara levemente. Me daba rabia admitirlo, pero así era, ese hombre había conseguido aplacar mi enfado convirtiéndolo en preocupación hacia mi madre. Lo que le podía ocurrir a ella si descubrían que una bastarda Velaryon se encontraba por aquellos lares...no me lo perdonaría en la vida.

Miré a mi madre con lágrimas en los ojos, echándola ya de menos sin tan siquiera haberme ido todavía de su lado. Me puse frente suya, dando la espalda al hombre y abrazándola fuertemente.-Mama...-Dije con un leve hilo de voz apenas inaudible, mientras seguidamente me mordía mi labio inferior, el cual me temblaba.- Un dia.- Dije en voz alta. Me giré hacia el y le miré intentando mostrarme serena.- Ofreceme solo un día para poder pasar unos buenos últimos momentos con mi madre, como es debido.- Proseguí.- Y entonces...-Tragué saliva.-...entonces prometo irme hacia donde sea que me lleves. Aquella promesa hacía me de doliera en el fondo de mi corazón, mientras por mi mente pasan todos y cada uno de los momentos que he pasado en aquel agujero. Solo podía estar segura de una cosa: no lo echaría de menos.