Busca el lado bueno de vivir | Gideon

Aunque el nombre podía inducir a error o a más de un comentario jocoso, Cuerno de la puerca era un lugar realmente bello, sobretodo en aquellas mañanas en las que el sol despuntaba allá en lo alto y se reflejaba contra las grandes paredes y se colaba de un modo tímido en las estancias del lugar. Aimeé se había despertado aquella mañana pronto, el sol le golpeaba contra la piel pálida y una suave brisa hacía que las cortinas de seda se balancearan de un lado para otro algo que hizo que se despertara de buen humor. Había caído enferma durante su estancia en la corte, y cuando mostró cierta mejoría, con la reina en Dorne, a su esposo le pareció una buena idea volver al hogar, allí nadie la molestaría y sinceramente necesitaba desconectar de las intrigas políticas unos días. Ladeó el rostro aún tumbada en el lecho, y como de costumbre, Gideon ya pululaba de un lado para otro en sus quehaceres o encerrado en su despacho bajo montañas de papeles. En un día normal se hubiera quedado allí, o se habría marchado con alguna criada a tratar de entretenerse en los jardines, pero aquel día estaba de buen humor, hacía un día hermoso y deseaba que su esposo le concediera unas horas para estar juntos.

Se vistió con un de esos vestido que su esposo le había regalado, uno de seda de un tono burdeos, si esperaba ganarse su atención en tiempo de guerra más le valía ponerse hermosa. Se dejó el cabello suelto, aunque lo empapó con algo de agua para conseguir que unas suaves ondas se dibujaran sobre su rojizo cabello. Decidió llevar consigo también una jarra de vino Dorniense y una bandeja repleta de fruta fresca, pues si rechazaba la idea de ir a perderse por el jardín, o leer poesía bajo la sombra de algún árbol, al menos le convencería con buen vino, dulce fruta y su compañía para conversar un rato y dejar de lado tantos proyectos de guerra. Cruzó el pasillo con paso ligero hasta llegar al despacho golpeando con suavidad la puerta antes de abrir una suave rendija para colar medio cuerpo y observar a su esposo quien, como imaginaba, estaba rodeado de documentos y más documentos – ¿Puedo pasar?

A veces, cuando recluidos en su alcoba hablaban de cosas sin importancia, Gideon buscaba una razón por la cual a Aimeé le gustará aquel lugar, preguntaba que tenía de especial su antigua fortaleza cuando se pasaba largos días en los lujos de la corte. La pelirroja no tenía una respuesta calara a aquello, nada contundente capaz de convencer a su esposo de que le gustaba Cuerno, simplemente era así, desde el primer instante en que puso un pie que le gusto aquel pedazo de paz entre tanto bullicio y griterío. En parte, le agradaba por que no era un burdel, o no era la fría y vieja casa de un herrero, esa en la que se había visto obligada a crecer, para Aimeé Cuerno era un lugar repleto de esperanza y reprochaba a su esposo cada vez que sacaba a relucir los defectos que sabía tenía pero no deseaba ver. Sonrió ampliamente cuando vio que alzaba la mirada, aún ahora la observaba con el mismo detenimiento que la primera vez, lord Gideon Hoggs había demostrado con el tiempo que si algo le apasionaba eran los detalles y parecía disfrutar almacenando los que la pelirroja tenía que ofrecer. Esperaba que no se tomara a mal que le interrumpiera, pero llevaban varios días sin mediar más de un par de palabras, a veces se dormía incluso antes de que apareciera por la puerta tras una jornada de trabajo.

No es que puedas pasar, es que te agradecería que lo hicieses. Con un suave movimiento con el hombro, pues llevaba las manos ocupadas, Aimeé empujó la puerta de madera, la misma que desprendió un suave chirrido, y entró en el despacho con el paso ligero que siempre la acompañaba – ¿Como se ha despertado hoy el señor de Cuerno de la Puerca? – Preguntó con dulzura mientras se acercaba a la mesa – Te traigo vino y un poco de fruta, no sabía si habías comido algo así que... – Alzó los hombros. Aimeé pegó el cuerpo a la mesa, inclinándose hacía delante y tomando la barbilla de su esposo con una mano, haciendo así que alzara el rostro para verlo mejor. Con la otra mano le acarició con suavidad la punta de la nariz – Parece que tú nariz vuelve a estar tan bonita como de costumbre – Le dijo antes de dar media vuelta para empezar a buscar una copa donde servirle el vino.

Hacía ya tiempo desde aquel incidente, cuando Gideon había vuelto a la habitación con la nariz ensangrentada y el orgullo magullado, pero ya que no la había dejado llevar una supervisión constante de la evolución de la herida, todavía estaba un poco preocupada. No había querido contar siquiera como se había dañado la nariz, pero Aimeé había dejado de hacer preguntas desde que la guerra empezara a fraguarse. A veces, es mejor un silencio a una mentira.

Era un burócrata, pasaba más tiempo encerrado en el despacho que en cualquier otra de las estancias de su fortaleza. Aimeé hacía tiempo que se había dado cuenta de aquello, y por eso se aseguraba de que siempre hubieran un par de copas y cubiertos limpios para que al menos se llenara el estomago o se refrescara el gaznate en alguno de sus escasos descansos. Se inclinó, apresando entre sus dedos el cierre de la caja de madera y sacó el par de copas, relucientes, como se había asegurado de que fuera, volviendo a poner rumbo hacía la mesa – Anoche te estuve esperando, pero acabe por dormirme... – Alzó los hombros con suavidad sin darle más importancia. Dejó las copas sobre la mesa, una frente a su esposo y empezó a verter el vino en la copa.

Es una lástima, ¿sabes? Una cicatriz en la nariz me hubiese hecho parecer más duro. La pelirroja alzó la mirada con suavidad, observando a Gideon y negó con la cabeza – ¿Y por que querrías parecer tal cosa? – Respondió mientras acercaba la copa hasta ponerla frente a él. Aunque ser un burócrata cortesano también tiene sus recompensas – Por ejemplo saber que no iras al campo de batalla – Sonrió – A mi es una de las cosas que más me agradan – Acercó entonces una de las sillas que allí se encontraban y se sentó. En un suave gesto se acomodó el cabello tras la oreja y se sirvió una copa para ella también – Te agradezco que hayamos vuelto a casa, n-no puedo soportar más intrigas políticas, todo el mundo hablando de la guerra... – Resopló pesadamente – ¿Como lo soportas?

Aimeé nunca se había interesado por las intrigas políticas que en Desembarco del rey sucedían, de echo, nunca había oído que en la fortaleza acontecieran tantas cosas hasta que no estuvo en ella metida. Myriah era la que la ponía al día, la que la mantenía siempre informada de como iban las cosas, pero ahora que estaba en Dorne tenía miles de dudas y nadie que las respondiera. Se llevó la copa a los labios y dio un sorbo – ¿Crees que este será un lugar seguro si la guerra llega a estallar?