La Rebelión De Los Fuegoscuro
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Mensaje por Anaís Fuegoscuro Sáb Ene 19, 2013 4:05 pm

Una nube de aliento blanquecino salió entre los labios rojos de Anaís. El frío nocturno aún no se había marchado, y la bruma lechosa que ondeaba sobre el río de madrugada se enredó entre sus tobillos, jugando a hacer desaparecer sus pies. El paisaje del Altojardín antes del alba era muy distinto al que ofrecía el sol reluciente, pero para ella resultaban ambos igualmente hermosos. Por ello, había citado a Lady Baratheon en el muelle del castillo antes del amanecer, quería que observase junto a ella la alta hierba de las praderas azuladas, que contemplase el cielo despejado, pintado de un gris plomizo que bien podría anunciar una tormenta en su tierra natal, pero que allí no era más que el preludio del amanecer. Había tantas cosas que ver…no todas estaban recogidas en aquellas vistas, pero era por eso que Anaís acompañaría a la futura Lady Tyrell en el recorrido, debía enseñarle a “ver”.

Le habría gustado hacer aquella misma excursión a caballo, tenía entendido que la dama era aficionada a las cabalgatas, pero el reciente conocimiento del embarazo de Lady Fuegoscuro hacía que temiese hasta un trote alegre, por lo que tendría que conformarse con la quietud de una barca de paseo que se mecía amarrada en el muelle, con el extremo final de su casco asemejando las alas plegadas de un cisne. Claro que, a aquellas horas, era difícil distinguir algo más que niebla. Si hubiese mayor claridad, se podrían adivinar los cojines que habían sido dispuestos en el suelo bajo el toldo de lino blanco que las protegería del inclemente sol de primavera. Un hombre esperaba abordo, haciendo girar en sus manos una larga pértiga que les impulsaría río abajo sin esfuerzo alguno. En tierra y montados en fuertes corceles, tres hombres guardaban la espera de Lady Fuegoscuro sin pronunciar una sola palabra, enviados expresamente por Daemon para la vigilancia de las dos damas. Ella sabía que habrían estado vigiladas tanto si hubiese sido informada como si no, Daemon no escatimaba en cuidados con su esposa, menos aún cuando él no se encontraba en el hogar, y ciertamente prefería conocer las caras de sus guardianes.

Se arrebujó bajo la capa negra de bordes rojos, el frío se metía bajo su vestido verde y la hacía temblar. Tal vez la gasa no fuese el material indicado para aquellas temperaturas, pero agradecería su elección horas después, cuando el calor apretase. Esperaba sinceramente que Valerie no tardase mucho más, o su plan se iría al traste. Había dejado una invitación a la doncella que le había sido asignada, para que se la llevase a sus aposentos y así asegurarse de que la leyera. ¿Habría sido mejor interceptarla por los pasillos y proponerle el paseo en persona? Miró hacia la puerta de la fortaleza, a la espera de atisbar entre los jirones de niebla una sombra femenina.


Última edición por Anaís Fuegoscuro el Sáb Mar 02, 2013 4:08 am, editado 1 vez
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Mensaje por Valerie Tyrell Dom Ene 20, 2013 8:54 am

Sólo quien me conociera en profundidad sabría cuánto odiaba caminar con vestido por la tierra húmeda. El faldón de tela verde se manchaba a cada uno de mis pasos, y aunque en mi hogar estar con un vestido sucio no me hubiera importado, aquí, donde todos me estaban juzgando, había prometido intentar comportarme. Esa promesa le había hecho a mi hermano antes de partir.

Aquella hora era mi favorita del día. Ese tierno frío del amanecer no calaba los huesos, pero sí rozaba la piel con una caricia que me hacía pensar en Tormentas, lluvias y truenos. El cielo grisáceo me recordaba al color del cielo que me vio nacer, un día que había llovido tanto que papá juró que mis llantos de recién nacida eran escondidos bajo el clamor de la tormenta. Aquel recuerdo me robó una sonrisa. Cada día pensaba menos en papá, y eso me hacía darme cuenta lo malagradecidos que eran los años, quienes por obra de un pincelado memorial obligaban a olvidar rostros, voces, frases y a las mismas personas en su totalidad, incluso a aquellas que habíamos amado.

Observé a lo lejos y vi a la mujer que me había citado ahí a esa hora. Una mujer que me inquietaba conocer, pues ella podría transformarse en la próxima reina de Poniente, y con ello la mujer más poderosa de esta parte del mundo. Tomé el faldón de mi vestido con ambas manos y lo elevé sobre mis tobillos, dando a conocer que bajo él llevaba mis botas, y no aquellos zapatitos que Nathan me había obligado a usar durante toda la estadía de lord Garlan en Bastión. Así aceleré paso, dando pequeños saltos incluso, olvidando del todo aquella herida que ya se cerraba en mi planta del pie y acercándome al puerto con el viento matutino golpeando mis cabellos y trayendo consigo todos los aromas de la mañana: césped húmedo, tierra y un tono de rosas que venía desde las laderas que rodeaban el castillo.

- Lady Anais - dije en un tono de falta de aliento por la rápida carrera. Me detuve frente a ella y dejé caer el faldón, inclinando mi cabeza un poco a muestra de una reverencia. La verdad es que no sabía del todo cuál sería el protocolo para llamarla, puesto que aún sin ser reina, para mi hermano sí lo sería, y la voluntad de mi hermano era la voluntad de Tormentas, aunque yo no estuviera del todo seguro si era Daemon la mejor persona para sentarse en el trono de hierro-. Disculpadme por la demora, pero aún no me ubico del todo por la zona y me desvié unos metros antes de tomar el camino correcto- señalé con una sonrisa y pasando mi mano sobre el vestido para sacar unas ramas que se habían colado en el mismo cuando tuve que atravesar unos arbustos. Probablemente parecía en apariencia que había tenido una lucha a muerte con un árbol, pues unas hojas se colaban en mi cabello y ramas en los encajes del faldón de aquel vestido que era prácticamente nuevo, pues en mi hogar no solía andar usando vestido. Con esmero comencé a deshacerme de aquellas ramas y hojas mientras comentaba-. Y disculpad mi apariencia, soy un desastre, pero creo que un útil regalo que le pediré a lord Garlan es un mapa del castillo y sus alrededores. Aún me siento del todo desorientada aquí- agregué en tono divertido, sacando una hoja de mi cabello y observando a la mujer. Cuando vi sus ojos me sorprendió un pensamiento. Anais Fuegoscuso, además de ser hermosa, tenía una mirada tan dulce que parecía incapaz de hacer daño. Aquella mujer y aquella mirada serían testigo de las guerra, la muerte, las pérdidas y la sangre que se desparramaría por alcanzar el trono. Y pensé sin dejar de mirarla que no estaba del todo segura si tal ternura que en ella vivía podría soportar tanta miseria.
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Mensaje por Anaís Fuegoscuro Mar Ene 22, 2013 2:46 pm

Los caballos se movían agitados, sus jinetes evitaban hacer cualquier ruido para poder oír las pisadas que se acercaban. Por su asentimiento Anaís comprendió que era ella, Valerie Baratheon, futura señora de Altojardín. Estaba impaciente por conocerla. La niebla fue dejándole paso a la figura espigada de la cervatilla, alto entorpecida por el peso del barro en su vestido; ese mismo que ella estaría soportando si hubiese venido andando, y no a caballo junto a los guardias. Se la veía sofocada, quizás había recibido tarde el mensaje, o se había quedado dormida, pero la dama pasó por alto su estado, al fin y al cabo había acudido, demostraba su interés por aprender. Lady Fuegoscuro le devolvió el saludo con una ligera flexión de rodillas, inclinando igualmente el rostro para que Valerie comprendiese la igualdad entre ellas. Al alzar la mirada, se percató de los curiosos adornos que cubrían el cabello de la joven, ramas y hojas que habían decidido acoplarse a su atuendo. Con una sonrisa comprensiva, se acercó a ella y le ayudó a sacar aquellas que no alcanzaban a su vista.

_ No os disculpéis, siempre es complicado hacerse con el camino de un lugar nuevo. Me encargaré personalmente de que el maestre os ceda alguno de los planos de la fortaleza, no deseo que lleguéis tarde a encuentros más importantes que éste_ declaró, con esa voz suya que competía con la suavidad del terciopelo. Anaís era muy consciente de la impresión que daba, y había aprendido a usar su aspecto para fines diplomáticos, después de todo, no podía evitar ser así_ Venid, debo advertiros que tengo la férrea intención de que os ubiquéis en Altojardín, queráis o no_ sonrió bromista, escondiendo tras su sonrisa la verdad de sus palabras. El barquero puso un pie en el muelle dejando otro a bordo, y cedió su mano llena de cayos a la joven para ayudarla a subir a la barca. Tras ella subiría Anaís.

Aquel sería un viaje bastante instructivo, o ese había sido su fin en primeras instancias: conocer a la dama, pero sobre todo hacerle conocer el lugar del que sería Lady en un futuro. Pues, a pesar de ser Livia la esposa de su hermano, no podía evitar sentir que era ella la que había ocupado las funciones de Lady Tyrell, al ocuparse de la administración y relaciones de la Casa. Aquel había sido su mundo y, si llegaba el día en que debiese abandonarlo, quería asegurarse que dejaba al mando a una mujer competente, alguien que cuidase de su querido hogar. Con ese pensamiento en mente se acomodó entre los cojines, dejando espacio suficiente para que Valerie tomase asiento para contemplar el corto paisaje que la bruma les dejaba disfrutar.

_ Lady Valerie, muchas cosas he oído de vos, pero creo que los dioses me han concedido suficiente experiencia para saber que los rumores nunca guardan relación con la verdad_ declaró, mirando cómo la superficie del agua comenzaba a turbarse con el movimiento de la barca. El hombre impulsó la embarcación con la pértiga, y pronto sintieron el suave desnivel bajo ellas. Miró entonces a la joven y rozó su mano con gentileza_ No pretendo analizaros, esto no es ningún juicio. Tan solo espero conocer con sinceridad quién será la esposa de mi sobrino, quien ocupará el título de Lady Tyrell cuando llegue el momento_ le sonrió de nuevo, esperando insuflarle así ánimos. Comprendía que era un primer contacto poco ortodoxo y menos protocolario, pero el tiempo previo a la batalla se agotaba, Anaís no podía dejar un solo cabo suelto en Altojardín.
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Mensaje por Valerie Tyrell Vie Ene 25, 2013 5:10 pm

Anais Fuegoscuro me daba a cada momento la mejor de las impresiones. Nunca había sido de aquellas personas que juzgaran por los primeros minutos que habían compartido con alguien, pero aún así, sólo con saludarla podía ver en ella una cierta calidez que era agudizada por el avanzado estado de embarazo que mostraba.

Me ayudó a sacar las ramas que se había enredado en mi cabello. El peinado de la mañana estaba arruinado, al igual que el vestido. Parecía todo menos una mujer que pronto se podría convertir en la futura señora Tyrell. La clase parecía estar lejos de mi apariencia, y mis actitudes, siempre más hoscas que sutiles, acompañaban aquella segura forma de pararse frente a la vida-. Os agradecería muchísimo aquel regalo, lady Anais. La orientación espacial nunca ha sido uno de mis dones- agregué con una sonrisa.

Luego de ello observé la barca que se mecía sobre el agua. Acepté la mano del barquero y caminé con equilibrio hacia uno de los cojines. Tomé asiento sobre ellos notando de inmediato el hermoso color azul del agua de aquel lugar. Desde ahí podía distinguir algunos de los peces que nadaban tras la barca, y aquella vista me robó una nueva sonrisa. No podía negar que Altojardín tenía unos alrededores realmente envidiables en su belleza natural.

Ladeé mi rostro para observar el de lady Anais. Escuché sus palabras prestando atención a lo que ellas decían y al dulce movimiento de la barca. Una de mis manos era capaz de tocar el agua que se deslizaba entre mis dedos. Era fría, fresca, repleta de vida. Asentí ante las palabras de Anais devolviéndole una sonrisa-. No sé qué habréis escuchado de mí, lady Anais, pero os puedo asegurar que muchas cosas son verdad y muchas otras sólo exageraciones- mi tono de voz era divertido, del todo relajado en aquel lugar. El sonido del agua siempre me llevaba a un estado de calma absoluto-. Pero os puedo decir de mí misma que soy una mujer simple, sin caretas, que siempre cumple sus responsabilidades y que ama a su familia sobretodas las cosas- señalé con completa seguridad sin dejar de mirar a lady Anais a los ojos-. Y que espero ser una buena mujer para vuestro sobrino, aunque no sé nada de ser esposa o de ser madre. Mi hermana es quien nació con la naturaleza para aquellos trabajos, pero aún así pretendo que cada día me permita aprender algo al respecto- agregué con simpleza y determinación. Nunca me había sido del todo fácil hablar de mí misma, pero tenía la seguridad que mis actos dirían más de mí que mis palabras-. ¿Y qué os han dicho de mí, lady Anais?- pregunté sin dejar de lado una leve curiosidad. Ya había recibido de algunos el prejuicio de mi apellido, y también la retractación de aquel prejuicio con una conversación. Al fin y al cabo la vida estaba llena de prejuicios y no había más que vivir olvidándose de ellos.
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Mensaje por Anaís Fuegoscuro Vie Feb 08, 2013 4:26 pm

Allí sentada con las piernas dobladas hacia un lado y las manos sobre el regazo Anaís parecía parte de la decoración de la barca, siempre erguida, siempre correcta. Sus bulces habían sido trenzados hasta formar un recogido prieto en su coronilla, su vestido se esparcía a su alrededor como los pétalos de una flor, sus ojos azules competían con las aguas del Mander en intensidad... Pero nada en el rostro de la dama daba a entender que ella fuese consciente de esa delicada belleza. Ni un gesto se dedicó para arreglar su falda o cabellos, sino que su atención se centró en todo momento sobre la mujer de las tormentas. Aunque sus rasgos no lo delatasen, observaba su postura mucho más relajada, su peinado echado a perder por los enredos, su vestido ribeteado de barro en los bajos. A simple vista la joven no parecía una gran promesa como dama, pero no era por su elegancia o modales por lo que Anaís la había citado allí; de haber sido esa su intención, habría propuesto un desayuno en el que Lady Valerie pudiese haber dado mucho más juego a sus conocimientos sobre protocolo.

Escuchó atenta la respuesta de la joven y, sobre todo, atendió a su reacción. Le alegró ver que el humor no le faltaba. Daba a entender que estaba relajada, se distraía con el agua y los pececillos que sin duda habrían acudido a pellizcar sus dedos. No era una dama más, eso le había quedado claro nada más verla, pero debía asegurarse de que tenía esos principios que ella consideraba necesarios para estar a la altura de la situación. Mantuvo en todo momento silencio, igualando el gesto de la Baratheon de mirarla directamente a los ojos. Aquello podía ser entendido como altivez, pero también como franqueza. La dama no tenía nada que esconder. Es más, habló de ella con soltura, definiéndose como una mujer simple, verdadera. Lejos de lo bueno que pudiesen parecer aquellas virtudes, Anaís se preocupó, pues sabía muy bien que las personas de esa clase acababan más perjudicadas incluso en las manos equivocadas. Pero se le notaba fuerte, compartió la devoción por su familia con una sutil sonrisa en sus labios y tomó nota de sus temores de no haber sido educada para ser esposa o madre. Tampoco ella lo había estado en su momento, cuando fue prometida a sus dieciséis días del nombre. “Y aquí estoy... supongo que hay cosas que son innatas”. Y otras, que debían aprenderse; por eso Anaís había insistido en aquella entrevista.

Al hacerle la pregunta, Anaís trató de escoger con cuidado sus palabras_ Dicen de vos que sois una dama... poco corriente_ determinó_ que gustáis poco de vestidos y menos aún de las reuniones de alto copete_ la miró con una sonrisa maternal en esos labios de rosa_ Daemon me ha hablado de vos, y sé que puedo confiar en su palabra. Dice que sois una mujer endurecida por la guerra que ha recrudecido su visión de la vida por experiencias que a ninguna de nosotras nos ha tocado vivir_ se inclinó ligeramente hacia delante, algo incómoda al pensar que tal vez pronto ella tuviese que pasar por lo mismo_ Y no os juzgo por ello, Lady Valerie. Cuando llegue el momento, vos sabréis qué hacer, mientras mujeres de corte como yo nos amparemos en la piedad de la Madre_ sentenció, con calma, pero pesadumbre. Sabía que ella no sabía cómo era el mundo, que había vivido toda su vida entre sedas y bailes, en una tierra próspera donde el hambre no azotaba a sus gentes. Pero, del mismo modo sabía, que si se diese la situación conseguiría salir adelante, porque los Siete le habían concedido el privilegio de ser madre y esposa, y eso significaba que otros dependían de tu fuerza. Anaís no caería.

Dejó que el viento frío airease la tensión que ella misma se había creado al pensar en la oscura época que se avecinaba. Miró al cielo, despejado, que empezaba a adquirir tintes violáceos en medio del gris de madrugada. Se acercaba el sol_ ¿Veis este paisaje? Gris, frío, húmedo... Cuando amanezca se convertirá en hermosas praderas que nos regalarán el olor de mil flores, el río se volverá azul, y se llenará de hermosos patos que nos salpicarán con un agua mucho más tibia que la que podéis tocar ahora_ dijo, asomándose al río como si pudiese confirmar la inminente presencia de las aves_ Así es también Altojardín. A la luz del sol parece un paraíso construido por el hombre. El amor de nuestra familia y la armonía de sus gentes hacen creer que nada podría marchar mal aquí. Pero es todo una idílica ilusión_ tragó saliva y miró a Valerie_ cuando cae la noche las intrigas se urden igual que en cualquier otro lugar, y las grietas de esa sólida familia se ven más oscuras que nunca_ se quedó en silencio un momento más, esperando que la dama entendiese a dónde quería llegar con todo aquello_ Vos conocéis la guerra, un horror que yo ni siquiera puedo imaginar. Pero en cambio sé cómo funciona la corte, cómo piensan los de sangre noble. Y estoy aquí para asegurarme que la futura Lady Tyrell lo sepa tan bien como yo.
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Mensaje por Valerie Tyrell Dom Feb 24, 2013 9:23 am

Era curioso cómo la distancia iba retratando la realidad de cada persona. Los rumores solían ser peligrosos, la mayoría de las veces porque llevaban demasiadas mentiras con ellos, y unas pocas veces porque decían la verdad de aquellos a quienes se referían. En el caso concreto en el que me encontraba me provocaba gracia lo que los rumores decían de mí. Una verdad retratada con palabras que me robó una pequeña sonrisa. Sin embargo, el tema de la guerra siempre me volvía a poner seria. La guerra, aquel enemigo invisible del cual todos hablaban y pocos parecían conocer, era el mal más terrible que podía caer sobre un pueblo. Consigo traía miseria y hambruna, muertes y enfermedades, huérfanos y viudas. La guerra y aquellos cuerpos que caían uno tras otro al mando de una espada. Cuerpos inocentes que sólo parecían seguir órdenes, mientras los culpables de las guerras, los verdaderos culpables, solían esconderse tras su séquito de leales que darían la vida por una causa... una causa que pocas veces justificaba del todo llamar a una guerra.

Mis ojos se alzaron al cielo ante la advertencia de lady Anais. El amanecer traería consigo pronto a un cielo azulino por el sol, y el calor abrazaría mis brazos mecidos en ese momento por el frío. Mi mano cayó una vez más en el agua y me alimenté de su frío, de su razón, puesto que la mente solía ponerse confusa con el exceso de calor. La descripción sobre Altojardín me hizo pensar en Ser Arys de inmediato, y no dude que aquellas grietas en la familia Tyrell se refería lady Anais. No era extraño que alguien se opusiera a seguir la campaña del hombre que los llevaría a la guerra, quien no tenía nada por perder porque sólo su apellido y su procedencia lo acompañaban en aquella misiva-. Tenéis razón en vuestras palabras, lady Anais- dije mirando a la mujer a los ojos e imaginándome qué sería ser ella. ¿Se sentiría Reina de Poniente ya o en su interior también guardaba el miedo de que la campaña de su marido era una locura?-. En Bastión no tenemos una corte propiamente tal. Con Nathan tenemos una franca manera de hablar las cosas mucho más práctica que la manipulación- y mis palabras duras sonaron a crítica con claridad-. Sin embargo, sé que no puedo pedir lo mismo al resto de Poniente- dije rápidamente intentando volver al tono cordial. La tolerancia era uno de mis dones, o al menos así lo creía, así que debía hacer pie a ello.

Emané un suave suspiro y acomodé mi espalda hacia atrás en uno de los cojines. Mi mano seguía en el río sintiendo el agua resbalarse a través de los dedos. Mi mirada buscó el perfil de lady Anais notando en ella aquella elegancia innata de los Tyrell. Cómo era que una mujer de tan alta cuna había terminado por ser casada con un bastardo. Aquella había sido la primera gran locura de Garlan Tyrell-. Así que sí, mi lady, de corte no sé nada. Nunca he sido una dama de corte. Mis pasatiempos son la administración de Tormentas, salir a cabalgar y jugar a los dardos. No bordo, no canto, no pinto y tampoco tomo el té. Pero sí os puedo decir que de haber conocido mi futuro me habría gustado aprender a bordar al menos- reconocí con una pequeña sonrisa en la comisura de mis labios. Me enderecé en el bote una vez más y solté las pocas horquillas que se enredaban en mi cabello para dejarlo suelto-. Pero decidme, ¿cómo es vuestra corte, lady Anais? ¿Qué hay de ella que deba saber y que no se vea a simple vista?- pregunté pasando mis dedos por mi cabello y deshaciéndome de las ramas que se habían enredado en el. Así libre me podía sentir un poco más yo y un poco menos la mujer que debía ser en ese lugar. La futura lady Tyrell... aquello aún sonaba del todo irreal.
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Mensaje por Anaís Fuegoscuro Sáb Mar 02, 2013 5:13 am

Por un momento se arrepintió de sus palabras, quizás hubiese ofendido a la joven Baratheon al decirle que no sabía nada de corte. No había sido esa su intención, no del todo, pero era consciente de que lo había dado a entender así. Esperó con cierta inquietud la respuesta a sus palabras, mientras la barca se deslizaba por una ligera pendiente, dándole algo de rapidez al paseo. En tierra firme, escuchaba los pasos de los caballos y las voces de los soldados que comentaban entre ellos; esperaba que fuese una simple conversación banal y no perdiesen atención a la barca, o podría costarles la ira del Dragón Negro. Se sobresaltó imperceptiblemente ante la voz de la dama de tormentas, por el contrario lo que le decía no le era del todo desconocido. Sonrió con cierta culpabilidad, apenada, dándose por aludida a la sutil crítica hacia los métodos de diplomacia. Y bien, no podía juzgarla por ser idealista y creer que todo se solucionaría hablando las cosas abiertamente, también ella lo creyó en su momento, cuando no ocupaba ningún papel en la administración de la Casa Tyrell, cuando era solo una chiquilla que jugaba a ser Lady. Con el tiempo había comprendido que sin esa espesa capa de protocolos, la historia contaría con muchas más guerras de las que ya conocía. La nobleza ya no se entendía sin su corte, y eso era algo tan arraigado que nadie lo podría cambiar.

Pero no estaba allí para explicarle por qué era necesaria la corte. Escuchó con atención los anhelos de Lady Valerie, a la par que descubría que se veía mucho más hermosa con el cabello suelto y salvaje, como si aquel fuese su estado natural y su rostro hubiese sido hecho para ello. Le daba a sus ojos mucha más profundidad, y hacía su rostro más perfilado, más bello. Anaís se sonrió descubriendo a una cervatilla salvaje en un jardín de rosas. Le causó una terrible curiosidad lo que dijo a continuación, pues no podía imaginarse qué clase de futuro había augurado para ella la doncella Baratheon como para no ver necesario aprender todo aquello. Verdaderamente, las cosas debían ser muy distintas en Bastión, o bien ella se había hecho demasiado a la idea de su papel como lady... Ya apenas recordaba la rebeldía de su niñez, cuando quería aprender de estrategia y batalla en lugar de tener que preocuparse por encontrar un esposo y darle hijos. Eso había sido hacía mucho tiempo, y ahora estaba allí, en compañía de una mujer a la que los dioses habían dado un camino distinto al suyo. Hasta ahora.

Suspiró con pesadumbre y miró hacia las aguas que corrían a su lado, mojando apenas la yema de sus dedos para sentirla _ Me gustaría deciros que no es como las demás, pero ya empezaría mintiendoos. En todas las cortes hay ambición, vasallos que están ligados a sus señores únicamente por título y no por sentimiento, planes cuyo fin es muy distinto al beneficio de su tierra... Altojardín es así, solo que todo queda escondido por una imagen de esplendor y estabilidad donde nadie sabe quién podría conspirar contra el Dominio_ se detuvo un momento. Era muy probable que estuviese sonando como una mujer paranoica, y ciertamente Valerie tendría derecho a pensarlo dado que era la esposa de Daemon, su vida era una amenaza en sí_ a los Tyrell siempre nos precede una fama de opulencia y ociosidad que no nos hace justicia. Es posible que algunos de nuestros vasallos nos consideren una familia débil, que no debería llevar las riendas de un territorio con tanto potencial como el nuestro. Otros simplemente no coinciden con la decisión de mi hermano de apoyar la causa del Fuegoscuro, y no hace falta conocer sus nombres para saber que tienen sus propias intenciones una vez la guerra estalle_ sacó la mano del agua y la apoyó sobre su vestido para dejar que la tela secase sus dedos_ Vos acompañaréis a mi sobrino en el gobierno del Dominio, y por eso os corresponde asegurar la estabilidad de la casa Tyrell. Me siento en la obligación de abriros los ojos y rogaros que esteis atenta a lo que realmente sucede entre sonrisas y reverencias_ se quedó callada y miró la expresión de Valerie Baratheon, pronto Tyrell, intentando escrutar cuál había sido su impresión ante aquel desesperanzador discurso. Tal vez se había equivocado y esa mujer no sería capaz de aguantar aquella visión. Había considerado que Valerie vivía en una burbuja muy distinta a aquella que rodeaba la mentalidad de las damas nobles, y que por ello sería capaz de ver mas allá de la aparente estabilidad de Altojardín. Quizás se hubiese equivocado. Rápidamente tomó la mano de la cervatilla y la colocó en su regazo, rodeada por las suyas propias_ Espero no haberos empujado a una situación comprometida, lady Valerie, es vuestra decisión elegir el lugar que queráis tomar en la vida que nos a tocado vivir. Yo tan solo pretendo que conozcáis todas las opciones, pero si deseáis que no siga, olvidaré haberos hablado de todo esto_ a pesar de la seguridad en el siempre amable tono de Anaís, temió haber espantado a la dama. Quizás la tachase de loca, o bien se reafirmase en su creencia de que los nobles de la corte eran todos unos manipuladores. En cualquier caso, la semilla había sido plantada, la prometida de su sobrino había quedado sobre aviso.
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