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El retorno de los extranjeros {Balian}
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El retorno de los extranjeros {Balian}
Amanecer del D II/ S II/ M IV
Las torres de Lanza del Sol se habían dibujado en el horizonte, haciendo que a Myriah le poblara un sentimiento de desasosiego y los nervios por igual. ¡Estaba en Lanza del Sol! ¡Ella! ¡Otra vez! Desde que habían avistado tierra desde el barco que la había transportado desde Desembarco del Rey junto a toda la familia Targaryen, entre otros, a Myriah se le había encogido el pecho en un puño y había aguantado las ganas de llorar de alegría durante todo el rato. Aún más, si cabía, había tenido que hacer acopio de todas sus fuerzas y pensar que tenía una serie de modales para no pegar saltos como una niña al pisar tierra, al poner sus pies sobre la pasarela que la había conducido a ella y a su familia hasta el puerto desde el barco. Pero daba igual, estaba en su tierra después de todo.
Aspiró el olor a humo, arena y sal que desprendía Lanza por todos sus costados y miles de recuerdos comenzaron a agolparse en su cabeza. Cerró los ojos, dentro del carruaje que los llevaría hasta el Palacio Antiguo, su hogar natal, y comenzó a dejar su mente volar por los callejones que no veía. Intentó hacerse una imagen mental de lo que había dejado en Lanza cuando se fue la última vez de allí, hacía algunos años tras la muerte de sus padres, y abrió de nuevo aquellos ojos oscuros que la caracterizaban como perteneciente a aquella tierra honorable, vislumbrando todo, buscando lo que conocía y lo que no, impregnándose de lo bueno, lo malo, lo bello y lo horrible de Lanza. Y cuando no pudo más con la emoción y hubo llegado a sus aposentos, lloró, lejos de miradas indiscretas, encima de un lecho cubierto con sábanas de color del desierto, en una habitación decorada hasta el último detalle al estilo dorniense. No sabía si eran lágrimas de felicidad o de nostalgia, pero una cosa era segura: la Rosa del Desierto estaba donde tenía que estar, en su casa.
Esa noche no durmió nada. Evitó moverse mucho, por no molestar a Daeron que no parecía haber tenido un buen viaje en el barco, pero necesitaba estirar las piernas. Estaba agobiada del fresco de Lanza, al que todavía no se había acostumbrado después de tantos años en Poniente y deseó de repente que amaneciera ya para poder sentir el calor del Sol bajo su piel. Se levantó, de esa manera, del lecho y se acercó a una de las múltiples ventanas que había en la habitación, que daba directamente al mar. Su deseo se iba a realizar poco después, pues estaba amaneciendo. Myriah se mordió el labio, pensativa. Debía salir de allí, pues algo parecía agobiarla en el Palacio. Así que se apartó de la ventana y se vistió, con una vela como única luz, con un vestido de seda, de color rosa palo, que acentuaba el color de su piel, ojos y cabello, atada con un cinto marrón trenzado. Vestía más sencilla de lo habitual, pero era justo lo que buscaba. Se ató en uno de sus costados una daga y salió de la habitación, sin hacer ruido.
No se iba a escapar, por supuesto. Recorrió los corredores de Palacio saludando al servicio que ya se levantaba y cuando dos guardias insistieron en acompañarla, Myriah no se negó y les dejó hacerlo. La acompañaron, pues, hasta una de las playas que Myriah recordaba de su infancia. La Reina de Poniente sonrió e instó a los guardias a que volvieran a Palacio. Conocía los entresijos de Lanza y para cuando volviera sería de día y no tendría problema alguno. O al menos eso esperaba. Los que la custodiaban asintieron y la dejaron marchar sola, de camino al agua, como si estuviera poseída por el Sol que salía y por la llamada del agua y la sal.
Así que allí se sentó, frente a la inmensidad del agua, notando como ésta empapaba sus vestiduras, pues estaba apoltronada justo en la orilla, pero respiró tranquila y cerró los ojos, sonriendo. La Extranjera había vuelto a su hogar, después de todo.
Aspiró el olor a humo, arena y sal que desprendía Lanza por todos sus costados y miles de recuerdos comenzaron a agolparse en su cabeza. Cerró los ojos, dentro del carruaje que los llevaría hasta el Palacio Antiguo, su hogar natal, y comenzó a dejar su mente volar por los callejones que no veía. Intentó hacerse una imagen mental de lo que había dejado en Lanza cuando se fue la última vez de allí, hacía algunos años tras la muerte de sus padres, y abrió de nuevo aquellos ojos oscuros que la caracterizaban como perteneciente a aquella tierra honorable, vislumbrando todo, buscando lo que conocía y lo que no, impregnándose de lo bueno, lo malo, lo bello y lo horrible de Lanza. Y cuando no pudo más con la emoción y hubo llegado a sus aposentos, lloró, lejos de miradas indiscretas, encima de un lecho cubierto con sábanas de color del desierto, en una habitación decorada hasta el último detalle al estilo dorniense. No sabía si eran lágrimas de felicidad o de nostalgia, pero una cosa era segura: la Rosa del Desierto estaba donde tenía que estar, en su casa.
Esa noche no durmió nada. Evitó moverse mucho, por no molestar a Daeron que no parecía haber tenido un buen viaje en el barco, pero necesitaba estirar las piernas. Estaba agobiada del fresco de Lanza, al que todavía no se había acostumbrado después de tantos años en Poniente y deseó de repente que amaneciera ya para poder sentir el calor del Sol bajo su piel. Se levantó, de esa manera, del lecho y se acercó a una de las múltiples ventanas que había en la habitación, que daba directamente al mar. Su deseo se iba a realizar poco después, pues estaba amaneciendo. Myriah se mordió el labio, pensativa. Debía salir de allí, pues algo parecía agobiarla en el Palacio. Así que se apartó de la ventana y se vistió, con una vela como única luz, con un vestido de seda, de color rosa palo, que acentuaba el color de su piel, ojos y cabello, atada con un cinto marrón trenzado. Vestía más sencilla de lo habitual, pero era justo lo que buscaba. Se ató en uno de sus costados una daga y salió de la habitación, sin hacer ruido.
No se iba a escapar, por supuesto. Recorrió los corredores de Palacio saludando al servicio que ya se levantaba y cuando dos guardias insistieron en acompañarla, Myriah no se negó y les dejó hacerlo. La acompañaron, pues, hasta una de las playas que Myriah recordaba de su infancia. La Reina de Poniente sonrió e instó a los guardias a que volvieran a Palacio. Conocía los entresijos de Lanza y para cuando volviera sería de día y no tendría problema alguno. O al menos eso esperaba. Los que la custodiaban asintieron y la dejaron marchar sola, de camino al agua, como si estuviera poseída por el Sol que salía y por la llamada del agua y la sal.
Así que allí se sentó, frente a la inmensidad del agua, notando como ésta empapaba sus vestiduras, pues estaba apoltronada justo en la orilla, pero respiró tranquila y cerró los ojos, sonriendo. La Extranjera había vuelto a su hogar, después de todo.
Myriah Targaryen- Realeza
Re: El retorno de los extranjeros {Balian}
Tres semanas, tres largas y jodidas semanas, llenas de incómodos silencios, mareos, comida asquerosa y cerveza, mucha cerveza. Cerveza para poder dormir en esa cáscara flotante. Cerveza para olvidar la vergüenza que le daba haber dejado tirados a sus hombres con una mísera nota, apenas unas horas después de haber recibido la carta de Naira Hightower, su hermana. Los más novatos de entre los Cuervos de la Tormenta no entenderían porque Balian Brazofirme volvía a Ponienten después de ocho años. Los que llevaban más años con él sabían que tras el Brazofirme había un Hightower, y de entre esos, los más avispados supondrían perfectamente cual era el motivo de su precipitada marcha. Lo que tenía muy claro Balian era que tras ocho años, su regimiento le sería completamente fiel, y en el caso de ponerse las cosas feas en Poniente, seguirían, mar Angosto como paso, el camino de su capitán. Apoyado en la baranda del barco con el sol rojo en la espalda observaba como las sombras iban tornando oscura la siempre brillante Lanza del Sol. Se acercaba la noche y faltaba poco menos de media milla para llegar al punto donde habían pactado. Le había costado un verdadero dineral que aquel barco, la Trucha Inquieta, se desviara de su camino hacia la capital del Reino y lo dejara en lanza del sol, pero el capitán un tal Baron Mares, codicioso como el que más al final había aceptado a cambio de esquilmar gran parte de sus ganancias. En Essos se dejaba media vida, una pequeña finca que había adquirido en Volantis, y sus hombres. En Poniente, solo deber, muerte, intrigas y unos ojosbrillantes que hacía dos años que no veía.
La pequeña barcaza se acercó presta y en poco más de una hora, cuando el sol solo era una delgada línea en el horizonte, caballo, baúl y Hightower vadeaban hacia un pequeño astillero de la capital dorniense. El olor a Dorne le asaltó las fosas nasales y no pudo más que cerrar los ojos, dejar caer escudo y lanza y poner cara de idiota mientras los marineros descargaban a Rhoyne, el percherón que años atrás le había regalado Lord Toland, su tío. Cabalgó rápidamente por toda la ciudad, buscaba a unos antiguos amigos que estaba seguro lo recibirían con las puertas abiertas. Llamó a la puerta y una joven de no más de once años abrió, y sus ojos se abrieron como platos cuando vieron la mole armada que suponía Balian. Escudo a un lado, lanza al otro, y dos cimitarras lysenas cruzadas en la espalda. El Hightower sonrió amablemente. -Has crecido mucho desde que partí Yngrid.- para no faltar a la realidad, era solo un bebé la última vez que la vio. Es normal que no se acordara de el. Salio su padre tras ella para ver que pasaba, y ahogo un grito cuando lo vio. Balian hizo más grande la sonrisa.- Siento no haber avisado, pero sabía que me abriríais la puerta.- La corta velada se lleno de abrazos, besos, y sobretodo muchas preguntas. Los dueños de la casa dejaron el caballo en la cuadra, montaron una habitación para él, pusieron a buen recaudo su cofre, le dejaron bañarse y le dieron ropa limpia. Martin Arena era el hermano bastardo de su tío, un hombre enjuto, con los ojos verdes muy juntos y con el corazón más grande de todo Dorne. Se alegraba realmente de volverlo a ver.
Cenaron cordero asado, y Martin abrió su mejor botella de vino, Balian bebió poco, por educación más que nada. Se había acostumbrado a la cerveza, el vino era muy suave para su gusto. Hablaron durante unas horas, la pequeña Yngrid se fue a dormir con los ojos brillantes tras las historias que traía su invitado. Alanna, la mujer de Martin, cogía con fuerza la mano de Balian. Ambos parecían creer que había muerto. Le dijeron que habían corrido rumores sobre eso, y que su tío nunca les había desmentido nada. Seuguramente, Borold, su hermano maestre, no habría enviado las cartas a Lord Toland por puro despecho. “Hijo de puta rastrero...” pensó Balian. Aún a miles de kilometros de distáncia, ese cabrón que llevaba su propia sangre seguía odiándolo. Al final se disculpó, quería pasear por Lanza del Sol, seguramente se iría a la mañana siguiente, tenía que aprovechar todo el tiempo en su querida ciudad. Tenía que visitar a su tío y ponerle sobre alerta. Si llegaba tarde a Antigua, todas las tropas posibles que pudiera disponer eran pocas. Además iba a caballo, no le costaría nada desviarse hasta Palosanto, para ver a Ellaria, aunque eso retrasaría su viaje hasta Antigua. Necesitaba pensar.
La brisa golpeó su cara cuando salió por la puerta, solo armado con una de las cimitarras, vestido con prendas anchas y oscuras se dirigió a la playa, donde poder pensar tranquilamente, donde sentarse y mirar la luna, rodeado de mar, desierto... Rodeado de Dorne. Se conocía el camino de memoria, pero aún así, sus pasos eran lentos, recordaba casas antes caídas, tiendas que habían cambiado de sitio. Ocho años era mucho tiempo. Por fin llegó a la playa y vio dos sombras que volvían por el camino, por el aspecto guardias. Se descalzó y entro con los pies desnudos sobre la arena, caminó cerrando los ojos durante un rato y cuando los abrió, se dio cuenta de que no estaba solo, a su derecha había una mujer sentada sobre la arena mirando al mar. No pudo evitar sonreír, alguien como él que volvía a casa. Se colocó a su lado, a una distancia prudencial, aún levantado habló.
- Es hermoso a estas horas, ¿verdad? -fue casi un susurro, con la intención de no asustar a la mujer. Una cabellera oscura le caía por detrás, pero Balian esta vez, miraba el mar.- La luna y el mar siempre te reciben como si estuvieras en tu casa... -suspiró. Con una desverguenza muy propia en él, y como si a la mujer le interesaran sus problemas continuó hablando mientras se ponía en cuclillas.- ¿Que hay mejor que esto? Te vas ocho años y cuando vuelves sigues enamorado de esta maldita arena.- rió el solo mientras jugaba con la arena y dejaba que esta se le escurriera por los dedos. Brazofirme, Hightower, Corazón de Arena, El Extranjero, Soren Arena o sencillamente Balian, miraba la luna embelesado. “Esto es mi hogar... pero debo ir a Antigua... que fácil sería renunciar a mis derechos...” Pero no podía hacerlo, su tío no se lo permitiría, su hermana tampoco, y no iba a permitir que los Tyrell tuvieran más poder sobre Antigua que el necesario.- En fín, siento haberos molestado, os dejo con vuestros pensamientos...
La pequeña barcaza se acercó presta y en poco más de una hora, cuando el sol solo era una delgada línea en el horizonte, caballo, baúl y Hightower vadeaban hacia un pequeño astillero de la capital dorniense. El olor a Dorne le asaltó las fosas nasales y no pudo más que cerrar los ojos, dejar caer escudo y lanza y poner cara de idiota mientras los marineros descargaban a Rhoyne, el percherón que años atrás le había regalado Lord Toland, su tío. Cabalgó rápidamente por toda la ciudad, buscaba a unos antiguos amigos que estaba seguro lo recibirían con las puertas abiertas. Llamó a la puerta y una joven de no más de once años abrió, y sus ojos se abrieron como platos cuando vieron la mole armada que suponía Balian. Escudo a un lado, lanza al otro, y dos cimitarras lysenas cruzadas en la espalda. El Hightower sonrió amablemente. -Has crecido mucho desde que partí Yngrid.- para no faltar a la realidad, era solo un bebé la última vez que la vio. Es normal que no se acordara de el. Salio su padre tras ella para ver que pasaba, y ahogo un grito cuando lo vio. Balian hizo más grande la sonrisa.- Siento no haber avisado, pero sabía que me abriríais la puerta.- La corta velada se lleno de abrazos, besos, y sobretodo muchas preguntas. Los dueños de la casa dejaron el caballo en la cuadra, montaron una habitación para él, pusieron a buen recaudo su cofre, le dejaron bañarse y le dieron ropa limpia. Martin Arena era el hermano bastardo de su tío, un hombre enjuto, con los ojos verdes muy juntos y con el corazón más grande de todo Dorne. Se alegraba realmente de volverlo a ver.
Cenaron cordero asado, y Martin abrió su mejor botella de vino, Balian bebió poco, por educación más que nada. Se había acostumbrado a la cerveza, el vino era muy suave para su gusto. Hablaron durante unas horas, la pequeña Yngrid se fue a dormir con los ojos brillantes tras las historias que traía su invitado. Alanna, la mujer de Martin, cogía con fuerza la mano de Balian. Ambos parecían creer que había muerto. Le dijeron que habían corrido rumores sobre eso, y que su tío nunca les había desmentido nada. Seuguramente, Borold, su hermano maestre, no habría enviado las cartas a Lord Toland por puro despecho. “Hijo de puta rastrero...” pensó Balian. Aún a miles de kilometros de distáncia, ese cabrón que llevaba su propia sangre seguía odiándolo. Al final se disculpó, quería pasear por Lanza del Sol, seguramente se iría a la mañana siguiente, tenía que aprovechar todo el tiempo en su querida ciudad. Tenía que visitar a su tío y ponerle sobre alerta. Si llegaba tarde a Antigua, todas las tropas posibles que pudiera disponer eran pocas. Además iba a caballo, no le costaría nada desviarse hasta Palosanto, para ver a Ellaria, aunque eso retrasaría su viaje hasta Antigua. Necesitaba pensar.
La brisa golpeó su cara cuando salió por la puerta, solo armado con una de las cimitarras, vestido con prendas anchas y oscuras se dirigió a la playa, donde poder pensar tranquilamente, donde sentarse y mirar la luna, rodeado de mar, desierto... Rodeado de Dorne. Se conocía el camino de memoria, pero aún así, sus pasos eran lentos, recordaba casas antes caídas, tiendas que habían cambiado de sitio. Ocho años era mucho tiempo. Por fin llegó a la playa y vio dos sombras que volvían por el camino, por el aspecto guardias. Se descalzó y entro con los pies desnudos sobre la arena, caminó cerrando los ojos durante un rato y cuando los abrió, se dio cuenta de que no estaba solo, a su derecha había una mujer sentada sobre la arena mirando al mar. No pudo evitar sonreír, alguien como él que volvía a casa. Se colocó a su lado, a una distancia prudencial, aún levantado habló.
- Es hermoso a estas horas, ¿verdad? -fue casi un susurro, con la intención de no asustar a la mujer. Una cabellera oscura le caía por detrás, pero Balian esta vez, miraba el mar.- La luna y el mar siempre te reciben como si estuvieras en tu casa... -suspiró. Con una desverguenza muy propia en él, y como si a la mujer le interesaran sus problemas continuó hablando mientras se ponía en cuclillas.- ¿Que hay mejor que esto? Te vas ocho años y cuando vuelves sigues enamorado de esta maldita arena.- rió el solo mientras jugaba con la arena y dejaba que esta se le escurriera por los dedos. Brazofirme, Hightower, Corazón de Arena, El Extranjero, Soren Arena o sencillamente Balian, miraba la luna embelesado. “Esto es mi hogar... pero debo ir a Antigua... que fácil sería renunciar a mis derechos...” Pero no podía hacerlo, su tío no se lo permitiría, su hermana tampoco, y no iba a permitir que los Tyrell tuvieran más poder sobre Antigua que el necesario.- En fín, siento haberos molestado, os dejo con vuestros pensamientos...
Invitado- Invitado
Re: El retorno de los extranjeros {Balian}
Myriah se ensimismo en sus pensamientos de una manera apabullante, como si estuviera en trance. En verdad sí que lo estaba. Su mente, tranquila, alimentada por el espíritu renovado, el buen humor que de repente se le había puesto a la Reina y el olor a salitre, fluctuaba entre miles de recuerdos a los que Myriah intentaba poner una fecha determinada. Frunció el ceño en varias ocasiones, incapaz de situar algunos de esos hechos alojados en su memoria en un tiempo y un espacio concretos. Había cosas que se entremezclaban con otras que ella sabía que había vivido mucho después, en Desembarco del Rey, y se enfadó consigo misma y con aquel cerebro privilegiado para tantos asuntos y que tan poco le servía en aquel momento. No era que tuviera mala memoria, sino que se había ido demasiado pronto de aquel lugar y había intentado aferrarse a lo que pudiera, como único salvoconducto para no perder su esencia dorniense, pero había olvidado muchas cosas básicas con el paso del tiempo.
Suspiró y abrió los ojos, encontrándose de frente con una luna refulgente que iluminaba la playa ya en las últimas, dejando paso a un sol que intentaba desembarazarse del abrazo nocturno y resurgir con fuerza. Myriah ladeó la cabeza al tiempo que una pequeña ola rompía en sus pies y le salpicaba en las piernas, el torso y el cuello, sin llegar al rostro pese a que no le hubiera importado en absoluto. En aquel momento, mojarse era el menor de sus problemas, principalmente porque le encantaba aquella sensación de frescor y que la sal se pegara a su piel. Ese tipo de cosas era el que había olvidado a lo largo de los años, pues aunque Desembarco tuviera acceso al mar, no era como Lanza del Sol. En realidad, ninguna otra ciudad de todo Poniente o de Essos podía jamás intentar parecerse a la capital dorniense. Nunca ninguna ciudad sería tan buena como aquella.
Una voz masculina fue la causante de que saliera de su ensismamiento. Se irguió, incómoda de repente, pegando ambos codos a su costado para comprobar que la daga que se había colgado momentos antes en el Palacio aún seguía allí. Por el momento no sabía si era enemigo o aliado, pero no convenía bajar la guardia en ningún momento. Miró de reojo a la sombra del hombre que hablaba, que pronto, a una distancia prudencial, se posó en cuclillas sobre la arena. Myriah siguió mirando hacia adelante, respirando con cierta normalidad, escuchando las palabras del hombre, que no la hicieron más que sonreír y tranquilizarse, aunque aún no había bajado la guardia del todo. Aquel extraño decía haber estado alejado de aquella tierra ocho años y Myriah no pudo más que alzar una ceja, sarcástica. Ella llevaba toda una vida fuera, prácticamente.
-Porque ambos, luna y mar, son nuestra familia-comentó Myriah sin más, poniendo la palma de su mano sobre el agua, sonriendo.- Una es nuestra madre, la que nos protege y nos arropa en sueños, velando por nuestro bien desde la distancia y el otro, nuestro hermano, que pese a poder ser el mayor de nuestros enemigos es, en verdad, el mayor de nuestros aliados-aseguró la joven Reina, suspirando sin borrar la sonrisa de su rostro.-Y la arena es la amante maldita, esa que se te clava en el alma y no puedes olvidarla aunque pasen los años. La que fue y nunca lo sería del todo, la que nunca lo será. La malvada, la pérfida, la inconstante. Pero...-cerró el puño y fue girando la cabeza hasta encontrarse con los ojos oscuros y el atractivo rostro de su acompañante.-Pero siempre será tu arena... Quédese, pues como verá mis pensamientos eran exactamente iguales que los suyos.
Suspiró y abrió los ojos, encontrándose de frente con una luna refulgente que iluminaba la playa ya en las últimas, dejando paso a un sol que intentaba desembarazarse del abrazo nocturno y resurgir con fuerza. Myriah ladeó la cabeza al tiempo que una pequeña ola rompía en sus pies y le salpicaba en las piernas, el torso y el cuello, sin llegar al rostro pese a que no le hubiera importado en absoluto. En aquel momento, mojarse era el menor de sus problemas, principalmente porque le encantaba aquella sensación de frescor y que la sal se pegara a su piel. Ese tipo de cosas era el que había olvidado a lo largo de los años, pues aunque Desembarco tuviera acceso al mar, no era como Lanza del Sol. En realidad, ninguna otra ciudad de todo Poniente o de Essos podía jamás intentar parecerse a la capital dorniense. Nunca ninguna ciudad sería tan buena como aquella.
Una voz masculina fue la causante de que saliera de su ensismamiento. Se irguió, incómoda de repente, pegando ambos codos a su costado para comprobar que la daga que se había colgado momentos antes en el Palacio aún seguía allí. Por el momento no sabía si era enemigo o aliado, pero no convenía bajar la guardia en ningún momento. Miró de reojo a la sombra del hombre que hablaba, que pronto, a una distancia prudencial, se posó en cuclillas sobre la arena. Myriah siguió mirando hacia adelante, respirando con cierta normalidad, escuchando las palabras del hombre, que no la hicieron más que sonreír y tranquilizarse, aunque aún no había bajado la guardia del todo. Aquel extraño decía haber estado alejado de aquella tierra ocho años y Myriah no pudo más que alzar una ceja, sarcástica. Ella llevaba toda una vida fuera, prácticamente.
-Porque ambos, luna y mar, son nuestra familia-comentó Myriah sin más, poniendo la palma de su mano sobre el agua, sonriendo.- Una es nuestra madre, la que nos protege y nos arropa en sueños, velando por nuestro bien desde la distancia y el otro, nuestro hermano, que pese a poder ser el mayor de nuestros enemigos es, en verdad, el mayor de nuestros aliados-aseguró la joven Reina, suspirando sin borrar la sonrisa de su rostro.-Y la arena es la amante maldita, esa que se te clava en el alma y no puedes olvidarla aunque pasen los años. La que fue y nunca lo sería del todo, la que nunca lo será. La malvada, la pérfida, la inconstante. Pero...-cerró el puño y fue girando la cabeza hasta encontrarse con los ojos oscuros y el atractivo rostro de su acompañante.-Pero siempre será tu arena... Quédese, pues como verá mis pensamientos eran exactamente iguales que los suyos.
Myriah Targaryen- Realeza
Re: El retorno de los extranjeros {Balian}
El respingo de la muchacha lo hizo sonreír por unos momentos, aunque no había pretendido asustarla, lo había logrado con su fantasmal aparición. Muchacha o mujer, no llegó a ver su cara, mantenía en forma su cuerpo, hermoso a su opinión, una prenda fina cubría su morena piel, una prenda muy buena, incluso con la única luz de la luna, los brillos que ofrecía esa tela daban a entender que no era algo basto y arrugado. No, esa era el tipo de vestido que llevaban las grandes mujeres de Essos, esposas de triarcas, gracias, reinas, o incluso alguna de esas prostitutas Braavosi que eran tan caras que dudaba un Lannister pudiera pagar más de dos noches con una. Se levantó y pareció buscar a tientas algo, el lo reconoció enseguida. “Busca un arma oculta, tal vez un machete, o un cuchillo” pero no hizo movimiento alguno, no era su enemigo, solo había hablado por las enormes ganas que tenía de poder contarle a alguien los sentimientos que surgian de su corazón al volver a Poniente y sobretodo de volver a Dorne.
Antes de levantar sus pies de la arena, la mujer habló, con una voz cadenciosa, que le recordó no supo porque a su juventud, giró para verle la cara, y se sorprendió. Era una gran belleza y era dorniense, sus ojos oscuros, su pelo azabache, la tersa y bronceada piel. No engañaba a nadie. Las palabras de aquella desconocida le removieron la conciencia, se le empañaron los ojos y sin vergüenza alguna dejó caer una perlada gota desde sus ojos hasta la arena, se volvió a girar sonriendo y con la nariz taponada.- No puedo estar más de acuerdo con vos, mi señora.- añadiendo lo último con un matiz burlón, nadie entre la plebe hablaba tan bien, nadie podía combinar tantas hermosas palabras sin trabarse si no había recibido antes una buena educación.- Pues se os nota a la legua que no sois justamente la hija de un tabernero: piel fina, vestido caro, no habéis huido al ver acercarse a un extraño, eso quiere decir que sois muy segura de vos misma y de vuestra posición, además habláis como si os hubieran educado en la mismísima ciudadela de Antigua... -en su cara apareció un mohín cuando recordó su propia ciudad, su destino, seguramente para el resto de sus vidas.- Es curioso que una noble se pasee, a estas horas por la playa... debéis haber echado mucho de menos Dorne... dejadme adivinar... cercanía a Lanza del Sol, casada con un norteño de joven... ¿Casa Santangar? - Se aventuró pues no conocía a ninguna muchacha más joven que él de las demás casas menores dornienses aparte de Ellaria, hacía mucho tiempo que no estaba en Dorne...
Se levantó con paso y le sonrió. Se descalzó con cuidado, quitándose las negras botas y sumergió sus pies en el mar. Un ligero gemido de alivio salió de sus labios cuando las frescas aguas de aquella costa. Se mojó las manos y se pasó las mismas por el cuello para humedecerselo.- Aunque os entiendo, yo acabo de llegar esta misma noche desde Essos... -no mintió, total era una desconocida que no lo había reconocido, que más le daba decir cuatro verdades. Balian Brazofirme era conocido entre sus hombres como una persona muy sincera y poco preocupada de lo que pensaran los demás de él.- Y no he podido evitar pisar Poniente aquí... En Lanza del Sol y venir a esta playa... Me trae tantos recuerdos...- rió el solo como si le hubieran contado un buen chiste.- Lo siento mi señora, pensaréis que estoy algo loco, pero han sido tres semanas de travesía en un barco Braavosi,- se giró hacía ella sonriendo.- un verdadero infierno...- Dio un paso hacia la, para el, señora Santangar, y volvió a calzarse las botas.- Puedo acompañaros a casa o hasta vuestros guardias, está ameneciendo y pronto se llenará de marineros borrachos, no es buen lugar para una señorita de vuestra alcurnia.- Curiosamente en ningún momento había relevado que seguramente él, estaría al mismo nivel protocolario...
Antes de levantar sus pies de la arena, la mujer habló, con una voz cadenciosa, que le recordó no supo porque a su juventud, giró para verle la cara, y se sorprendió. Era una gran belleza y era dorniense, sus ojos oscuros, su pelo azabache, la tersa y bronceada piel. No engañaba a nadie. Las palabras de aquella desconocida le removieron la conciencia, se le empañaron los ojos y sin vergüenza alguna dejó caer una perlada gota desde sus ojos hasta la arena, se volvió a girar sonriendo y con la nariz taponada.- No puedo estar más de acuerdo con vos, mi señora.- añadiendo lo último con un matiz burlón, nadie entre la plebe hablaba tan bien, nadie podía combinar tantas hermosas palabras sin trabarse si no había recibido antes una buena educación.- Pues se os nota a la legua que no sois justamente la hija de un tabernero: piel fina, vestido caro, no habéis huido al ver acercarse a un extraño, eso quiere decir que sois muy segura de vos misma y de vuestra posición, además habláis como si os hubieran educado en la mismísima ciudadela de Antigua... -en su cara apareció un mohín cuando recordó su propia ciudad, su destino, seguramente para el resto de sus vidas.- Es curioso que una noble se pasee, a estas horas por la playa... debéis haber echado mucho de menos Dorne... dejadme adivinar... cercanía a Lanza del Sol, casada con un norteño de joven... ¿Casa Santangar? - Se aventuró pues no conocía a ninguna muchacha más joven que él de las demás casas menores dornienses aparte de Ellaria, hacía mucho tiempo que no estaba en Dorne...
Se levantó con paso y le sonrió. Se descalzó con cuidado, quitándose las negras botas y sumergió sus pies en el mar. Un ligero gemido de alivio salió de sus labios cuando las frescas aguas de aquella costa. Se mojó las manos y se pasó las mismas por el cuello para humedecerselo.- Aunque os entiendo, yo acabo de llegar esta misma noche desde Essos... -no mintió, total era una desconocida que no lo había reconocido, que más le daba decir cuatro verdades. Balian Brazofirme era conocido entre sus hombres como una persona muy sincera y poco preocupada de lo que pensaran los demás de él.- Y no he podido evitar pisar Poniente aquí... En Lanza del Sol y venir a esta playa... Me trae tantos recuerdos...- rió el solo como si le hubieran contado un buen chiste.- Lo siento mi señora, pensaréis que estoy algo loco, pero han sido tres semanas de travesía en un barco Braavosi,- se giró hacía ella sonriendo.- un verdadero infierno...- Dio un paso hacia la, para el, señora Santangar, y volvió a calzarse las botas.- Puedo acompañaros a casa o hasta vuestros guardias, está ameneciendo y pronto se llenará de marineros borrachos, no es buen lugar para una señorita de vuestra alcurnia.- Curiosamente en ningún momento había relevado que seguramente él, estaría al mismo nivel protocolario...
Invitado- Invitado
Re: El retorno de los extranjeros {Balian}
El desconocido se presentó como una figura de cuerpo fuerte y músculos definidos bajo una pielbronceada por el sol. Tenía el pelo oscuro, aunque no al estilo dorniense, que era más negro azabache cual noche que el color de cabello del hombre, y presentaba unos ojos profundos, oscuros, que embelesaron, de repente, a la reina, con la sensación de que ya conocía aquellos ojos. Chasqueó la lengua con la boca cerrada, eliminando la posibilidad de haber conocido a aquel hombre antes, pues estaba segura de que se acordaría de ello. Quizás ese extraño sentimiento se lo brindaban los recuerdos de los ojos oscuros de Dorne, pues había estado rodeada de gente de ojos violáceos durante mucho tiempo y había olvidado qué era realmente observar la profundidad de lo oscuro. Los ojos claror podían no engañar, pero eran fríos en muchas ocasiones. Ella amaba la profundidad que desprendían los que poseían la mirada oscura. Sonrió, trazando una línea en la arena. En verdad sí que había echado de menos su tierra. Allí se sentía, por lo pronto, segura.
Lo escuchó hablar, aún sentada a merced de las olas que iban marcando la subida del agua así como la salida del astro rey, así como derramar una lágrima con las palabras de la Reina. Irremediablemente, Myriah se sintió ofuscada con las palabras del desconocido. Parecía como si la estuviera leyendo como un libro abierto. Adivinó que era mujer de alta alcurnia y no una cualquiera. Incluso se atrevió a darle el nombre de una Casa y la premisa de que se había casado con un norteño de joven. Seguro que se le notaba en el acento. Sonrió de medio lado, asintiendo, sin desmentir ningún dato.-En verdad, pudiendo ser educada como fui en estas tierras, la ciudadela de Antigua carece de toda pretensión para mí. Que se la queden, pues, los del Dominio. Vos y yo tenemos las arenas malditas de Dorne-aseguró, levantándose y dejando ver su esbelta figura al completo.-Porque vos, mi señor, está claro que pertenecéis tanto como yo a esta tierra-afirmó Myriah antes de apartarse el pelo del rostro y observar como el hombre se descalzaba y entraba en el agua.
Volvió a sonreír, segura de sí misma, al escuchar al desconocido hablar con tanta sinceridad ante ella, pese a que no la conocía. No conocía, al menos, su rostro, pero seguro que si se hubiera atrevido a decirle su verdadero nombre, las cosas hubieran cambiado entre ambos. Myriah no se arriesgó y continuó aquel extraño juego. Ella era la señora de Santangar, ¿pero quién era él? El viajero que volvía de Dorne tras estar en Essos, o al menos eso le había contado. Esperó a que volviera junto a ella y Myriah sonrió, casi con picardía.-Os aseguro, mi señor, que no me harán nada a mí ni a vos porque, si no me equivoco, sois de alta alcurnia al parecer-dijo, analizando el rostro, los movimientos y recordando su forma de hablar. Myriah hizo un mohín con el labio superior, dando una vuelta alrededor del hombre y sonrió, triunfal, cuando llegó a mirarlo directamente al rostro.-He estado observándoos, viajero de Essos, amante de Lanza y enamorado de la arena de esta playa. Tenéis acento extraño, quizás por la temporada que decís haber pasado lejos de esta tierra, pero aún así y aunque parezcáis dorniense, hay algo de vuestro acento que aún me desconcierta... A ver si lo adivino... Educado en el arte de la guerra, en algún lugar también cercano a Lanza, quizás en el norte, a la orilla del Mar de Dorne... ¿Cuánto me equivoco, mi señor?-dijo Myriah, haciendo una reverencia y sonriendo ampliamente.-Como ve, la locura es algo que se aprecia mucho por estos días.
Suspiró y volvió a erguirse, con una pose tranquila y ladeó su cabeza mirando de reojo el sol naciente.-En verdad yo también echaba de menos esta tierra... Llevo toda una vida lejos de ella-afirmó con cierto tono de pesadumbre, nostalgia tal vez. Cabeceó un poco.-Olvidemos pues, lo mucho que añorábamos Dorne y alegrémonos porque estamos de nuevo sobre ella-dijo finalmente antes de volver a peinar sus cabellos, sonriendo al desconocido.
Lo escuchó hablar, aún sentada a merced de las olas que iban marcando la subida del agua así como la salida del astro rey, así como derramar una lágrima con las palabras de la Reina. Irremediablemente, Myriah se sintió ofuscada con las palabras del desconocido. Parecía como si la estuviera leyendo como un libro abierto. Adivinó que era mujer de alta alcurnia y no una cualquiera. Incluso se atrevió a darle el nombre de una Casa y la premisa de que se había casado con un norteño de joven. Seguro que se le notaba en el acento. Sonrió de medio lado, asintiendo, sin desmentir ningún dato.-En verdad, pudiendo ser educada como fui en estas tierras, la ciudadela de Antigua carece de toda pretensión para mí. Que se la queden, pues, los del Dominio. Vos y yo tenemos las arenas malditas de Dorne-aseguró, levantándose y dejando ver su esbelta figura al completo.-Porque vos, mi señor, está claro que pertenecéis tanto como yo a esta tierra-afirmó Myriah antes de apartarse el pelo del rostro y observar como el hombre se descalzaba y entraba en el agua.
Volvió a sonreír, segura de sí misma, al escuchar al desconocido hablar con tanta sinceridad ante ella, pese a que no la conocía. No conocía, al menos, su rostro, pero seguro que si se hubiera atrevido a decirle su verdadero nombre, las cosas hubieran cambiado entre ambos. Myriah no se arriesgó y continuó aquel extraño juego. Ella era la señora de Santangar, ¿pero quién era él? El viajero que volvía de Dorne tras estar en Essos, o al menos eso le había contado. Esperó a que volviera junto a ella y Myriah sonrió, casi con picardía.-Os aseguro, mi señor, que no me harán nada a mí ni a vos porque, si no me equivoco, sois de alta alcurnia al parecer-dijo, analizando el rostro, los movimientos y recordando su forma de hablar. Myriah hizo un mohín con el labio superior, dando una vuelta alrededor del hombre y sonrió, triunfal, cuando llegó a mirarlo directamente al rostro.-He estado observándoos, viajero de Essos, amante de Lanza y enamorado de la arena de esta playa. Tenéis acento extraño, quizás por la temporada que decís haber pasado lejos de esta tierra, pero aún así y aunque parezcáis dorniense, hay algo de vuestro acento que aún me desconcierta... A ver si lo adivino... Educado en el arte de la guerra, en algún lugar también cercano a Lanza, quizás en el norte, a la orilla del Mar de Dorne... ¿Cuánto me equivoco, mi señor?-dijo Myriah, haciendo una reverencia y sonriendo ampliamente.-Como ve, la locura es algo que se aprecia mucho por estos días.
Suspiró y volvió a erguirse, con una pose tranquila y ladeó su cabeza mirando de reojo el sol naciente.-En verdad yo también echaba de menos esta tierra... Llevo toda una vida lejos de ella-afirmó con cierto tono de pesadumbre, nostalgia tal vez. Cabeceó un poco.-Olvidemos pues, lo mucho que añorábamos Dorne y alegrémonos porque estamos de nuevo sobre ella-dijo finalmente antes de volver a peinar sus cabellos, sonriendo al desconocido.
Myriah Targaryen- Realeza
Re: El retorno de los extranjeros {Balian}
Esa muchacha le hacía sonreír, notaba una extraña sensación, tal vez era el hecho de que ya estaba en casa lo que le removía por dentro, a decir verdad Balian no quería ni oír hablar de Antigua, pero que remedio tenía? Solo uno, ir, tomar su cargo como le correspondía y ungir la casa Hightower entre honores y gloria, como siempre le habían dicho. Pero desde luego si hubiera sido algo más egoísta no hubiera vuelto de Essos, y menos para ese cometido. Aunque si le hubieran dado en herencia en Colina Fantasma, si hubiera sido un Toland... Todo hubiera sido diferente, pues habría pasado el resto de sus días en Dorne, bajo el sol candente, sintiendo el picor de la arena por todo el cuerpo, junto a Ellaria... Y ahora, ¿que tenía? Quinientos jinetes esperándolo en Essos, miles de personas que no le conocían entre Antigua y Lanza del Sol, los bolsillos casi vacíos y un padre moribundo que le reclamaba. Las palabras de la joven fueron un mazazo para él. “Que se la queden los del Dominio...” pues allí iba él, a tomar posesión de lo que era suyo, por encima de sus hermanos, para el bien de Antigua y de su casa. - Pertenecí en su tiempo, y en mi corazón lo sigo pensando, mi señora... pero mis raíces están algo lejos de estas tierras...
La mujer se acercó, sonriente, el sol empezaba a salir por el mar y sus facciones, hermosas, iban quedando cada vez más claras ante los ojos de Balian. Y cuando acabó de hablar e hizo la reverencia el capitán de los Cuervos de la Tormenta rió con dos grandes carcajadas. - Mi señora, casi acertáis en todo, solo un pequeño detalle os falta, pero sin duda tenéis buen ojo. Educado en el arte de la guerra por mi tío, hace bastantes años, en Colina Fantasma, Lord Toland fue mi maestro hasta que cumplí la mayoría de edad. Cuando Damon Lannister me nombró Ser volví a mi tierra natal y luego partí a Essos, aunque obviamente eso no lo podríais saber, mi señora. - Se volvió a calzar despacio tras salir de las aguas del mar, caminó hasta ponerse a su altura, cada vez había más luz en la playa. - Tenéis toda la razón mi señora, olvidemos nuestros pesares, y alegremos nuestros corazones de arena, estamos en Dorne, aunque sea por poco tiempo en mi caso, pero hemos de disfrutarlo. -Titubeó por un momento, pero aquella joven había demostrado ser de confianza.- Aunque os he negado la verdad desde el principio, lo lamento. - se acercó delante de ella e hizo una reverencia igual que antes la hiciera ella a él.- Se me conoce como Balian Brazofirme en Essos soy capitán de la compañía libre de los Cuervos de la Tormenta, pero realmente soy Ser Balian Hightower, heredero de la Antigua esa que se tienen que quedar los del Dominio -sonrió algo triste.- Un placer, puedo invitarla a algo, mi lady?
La mujer se acercó, sonriente, el sol empezaba a salir por el mar y sus facciones, hermosas, iban quedando cada vez más claras ante los ojos de Balian. Y cuando acabó de hablar e hizo la reverencia el capitán de los Cuervos de la Tormenta rió con dos grandes carcajadas. - Mi señora, casi acertáis en todo, solo un pequeño detalle os falta, pero sin duda tenéis buen ojo. Educado en el arte de la guerra por mi tío, hace bastantes años, en Colina Fantasma, Lord Toland fue mi maestro hasta que cumplí la mayoría de edad. Cuando Damon Lannister me nombró Ser volví a mi tierra natal y luego partí a Essos, aunque obviamente eso no lo podríais saber, mi señora. - Se volvió a calzar despacio tras salir de las aguas del mar, caminó hasta ponerse a su altura, cada vez había más luz en la playa. - Tenéis toda la razón mi señora, olvidemos nuestros pesares, y alegremos nuestros corazones de arena, estamos en Dorne, aunque sea por poco tiempo en mi caso, pero hemos de disfrutarlo. -Titubeó por un momento, pero aquella joven había demostrado ser de confianza.- Aunque os he negado la verdad desde el principio, lo lamento. - se acercó delante de ella e hizo una reverencia igual que antes la hiciera ella a él.- Se me conoce como Balian Brazofirme en Essos soy capitán de la compañía libre de los Cuervos de la Tormenta, pero realmente soy Ser Balian Hightower, heredero de la Antigua esa que se tienen que quedar los del Dominio -sonrió algo triste.- Un placer, puedo invitarla a algo, mi lady?
Invitado- Invitado
Re: El retorno de los extranjeros {Balian}
Myriah se sentía extrañamente cómoda junto a aquel desconocido. En verdad ella nunca había sido una persona introvertida a la que no le gustara socializar, pero sí era muy desconfiada. Debía de serlo, dada su posición social. Sin embargo, con aquel hombre junto a ella, Myriah se sentía como pez en el agua. Quizás era que finalmente estaba en Lanza del Sol, en Dorne, sobre las arenas que le habían marcado tanto, bajo el Sol que había sido su guía durante años. Estaba en casa y las cosas parecían muchísimo mejor desde aquel lugar. Además, el hombre la hacía sonreír, recordándole los buenos momentos de aquella tierra, aunque no sabía el por qué de aquella sensación abrumadora que le producían los ojos del desconocido, pues aún no sabía su nombre, que tanto evocaba sin apenas proponérselo. Se echó el cabello hacia atrás, pensativa, mientras lo observaba deslizarse entre las arenas que pronto estarían ardiendo por el calor del Sol, que iba saliendo poco a poco como si fuera a trompicones. ¿Por qué estaba allí intercambiando palabras con un hombre cuyos ojos le perturbaban, de quien no sabía prácticamente nada salvo que amaba aquel lugar tanto como ella? Dudó durante algunos segundos el despedirse, darse la vuelta y marcharse, que era lo que debía esperarse de ella pero sonrió levemente ante el desconocido y pensó como Myriah, no como la Reina. Había resultado ser con los años una mujer de carácter fuerte, acostumbrada a no doblegarse ni sentirse arrinconada por lo que se esperaba de su persona. La rebeldía natural era parte intrínseca de la personalidad de Myriah, que resultaba ser impredecible e impulsiva que no hacía en muchas ocasiones lo que se esperaba que hiciera. Así que se quedó allí, mirándolo, cruzando los brazos y apoyando el peso de su cuerpo sobre un pie, con tranquilidad. Momentos después agradeció no haber huido de allí.
Presenció como aquel hombre reía a carcajadas antes de tomar la palabra, bajo un Sol que ya empezaba a hacer de las suyas. Pero resultó que la subida de las temperaturas poco importó a Myriah una vez que su acompañante empezó a hablar sin un ápice de desconfianza en su voz que no hizo sino que la dorniense natal tragara saliva cuando descubrió que esa voz, pese a que era más grave de la que tenía constancia, no le era tan desconocida como había pensado en todo momento.
Los recuerdos comenzaron a asolar la mente de Myriah sin parangón cuando escuchó Lord Toland , tío y Colina Fantasma en la misma frase. Y entonces se vio a ella misma, con unos nueve años jugueteando por los jardines del palacio de los Martell en Lanza, el día que Lady Toland había ido a visitar a la Princesa Sherilla, pues ambas gozaban de buena amistad, acompañada de su sobrino, un niñito de cabellos oscuros, como los dornienses, pero que venía de tierras mucho más lejanas que poco se parecían en verdad a las que pisaban; un niño que, por otra parte, se convirtió poco después, pese a los años de diferencia, en uno de los mejores amigos que en la vida podía haber tenido Myriah, tanto que ella había estado totalmente segura que llegado el momento le hubiera pedido a su padre que la casara con él y así poder reinar juntos Dorne, ¿pues quién podía ser más idóneo para compartir aquella carga que su mejor amigo?
Descruzó los brazos, dejándolos caer inertes junto a sus pronunciadas curvas femeninas, mientras una expresión de sorpresa inundaba su expresión. Sus sospechas resultaron ser bien infundadas cuando el hombre le devolvió la reverencia y se presentó como Balian Brazofirme en Essos, Ser Balian Hightower de Antigua para los de Poniente. Myriah respiró de repente, al darse cuenta de que no lo había hecho durante algunos segundos, relajando su rostro. La última vez que le había visto había sido un día antes de su partida a Desembarco del Rey, para casarse con Daeron. Le había hecho prometer que se convertiría en un hombre de provecho, que nunca abandonaría Dorne y que siempre la recordaría. Pero ambos habían cambiado mucho. - Creía que te había hecho prometer que nunca abandonarías esto, Torre de Arena - comentó la reina con una sonrisa de nostalgia en los labios. Podía ser quien fuera en aquellos momentos, pero Balian Hightower para ella siempre sería Bal "Torre de Arena", el muchacho con una torre en el escudo de su casa, dejando claro que venía de aquellas tierras verdes más allá de las Marcas que tan contrarias parecían a Dorne, pero que tenía el desierto mucho más arraigado en su corazón que algunos dornienses. Myriah sonrió pensando que no se equivocó el día que, de broma en uno de sus acostumbrados juegos, bautizó a su amigo con aquel nombre, uno que solamente conocían ellos dos.
Presenció como aquel hombre reía a carcajadas antes de tomar la palabra, bajo un Sol que ya empezaba a hacer de las suyas. Pero resultó que la subida de las temperaturas poco importó a Myriah una vez que su acompañante empezó a hablar sin un ápice de desconfianza en su voz que no hizo sino que la dorniense natal tragara saliva cuando descubrió que esa voz, pese a que era más grave de la que tenía constancia, no le era tan desconocida como había pensado en todo momento.
Los recuerdos comenzaron a asolar la mente de Myriah sin parangón cuando escuchó Lord Toland , tío y Colina Fantasma en la misma frase. Y entonces se vio a ella misma, con unos nueve años jugueteando por los jardines del palacio de los Martell en Lanza, el día que Lady Toland había ido a visitar a la Princesa Sherilla, pues ambas gozaban de buena amistad, acompañada de su sobrino, un niñito de cabellos oscuros, como los dornienses, pero que venía de tierras mucho más lejanas que poco se parecían en verdad a las que pisaban; un niño que, por otra parte, se convirtió poco después, pese a los años de diferencia, en uno de los mejores amigos que en la vida podía haber tenido Myriah, tanto que ella había estado totalmente segura que llegado el momento le hubiera pedido a su padre que la casara con él y así poder reinar juntos Dorne, ¿pues quién podía ser más idóneo para compartir aquella carga que su mejor amigo?
Descruzó los brazos, dejándolos caer inertes junto a sus pronunciadas curvas femeninas, mientras una expresión de sorpresa inundaba su expresión. Sus sospechas resultaron ser bien infundadas cuando el hombre le devolvió la reverencia y se presentó como Balian Brazofirme en Essos, Ser Balian Hightower de Antigua para los de Poniente. Myriah respiró de repente, al darse cuenta de que no lo había hecho durante algunos segundos, relajando su rostro. La última vez que le había visto había sido un día antes de su partida a Desembarco del Rey, para casarse con Daeron. Le había hecho prometer que se convertiría en un hombre de provecho, que nunca abandonaría Dorne y que siempre la recordaría. Pero ambos habían cambiado mucho. - Creía que te había hecho prometer que nunca abandonarías esto, Torre de Arena - comentó la reina con una sonrisa de nostalgia en los labios. Podía ser quien fuera en aquellos momentos, pero Balian Hightower para ella siempre sería Bal "Torre de Arena", el muchacho con una torre en el escudo de su casa, dejando claro que venía de aquellas tierras verdes más allá de las Marcas que tan contrarias parecían a Dorne, pero que tenía el desierto mucho más arraigado en su corazón que algunos dornienses. Myriah sonrió pensando que no se equivocó el día que, de broma en uno de sus acostumbrados juegos, bautizó a su amigo con aquel nombre, uno que solamente conocían ellos dos.
Myriah Targaryen- Realeza
Re: El retorno de los extranjeros {Balian}
La sorpresa que esperaba en la faz de aquella mujer no fue exactamente la sorpresa que apareció en sus facciones, si Balian apenas había apostado porque la mujer se echara a reír o pidiera disculpas por sus palabras sobre Antigua, se dio cuenta enseguida que al pronunciar su nombre había evocado algo más que un ligero rumor, que un recuerdo, que una charla reciente. La mujer abrió los ojos y contuvo el aliento, sus brazos cayeron a ambos lados de su cuerpo, dejando al descubierto una figura espléndida, y pareció una eternidad lo que tardó en contestar. Más sus palabras, nunca las hubiera imaginado en una cara así. “Torre de Arena”. De repente un torrente de recuerdos llegó a su mente como una fuerza descomunal, que casi le hizo caer al suelo. El olor a un perfume lo envolvió, el ruido de las grandes fuentes en los jardines del palacio de los Martell, la voz de su tía presentándolo. “Os presento a mi sobrino, Balian Hightower, heredero de Antigua, pupilo de mi señor esposo” Esas habían sido unas palabras que habían cambiado su vida casi por completo. Tenía cuatro años cuando las oyó, y tras ellas la felicidad de no encontrarse solo en aquella enorme tierra llena de arena. Balian había pasado mucho miedo los primeros días de su estancia en Colina Fantasma, pues era solo un infante, separado de su madre, de su hermano pequeño, apenas sabía hablar correctamente y ya empezaba a empuñar espadas de madera. Tal vez por eso fuera un enorme espadachín y mejor luchador dorniense. Pues había aprendido desde bien niño. La distancia de sus tierras le hizo madurar a una velocidad increíble, separándose rápidamente de las ideas infantiles y adoptando razonamientos mucho más profundos para un niño de su edad. Solo una persona había sabido mantener esa niñez en él, a la par que había despertado sentimientos que ahora brotaban de su pecho.
-¿Myriah...? ¿Myriah Martell? - balbuceó mirándola incrédulo. Los años habían pasado rápidamente entre entrenamientos, estudios y la compañía de una Princesa que siempre había visitado en sus tiempos libres, Colina Fantasma estaba a solo dos días de caballo de Lanza del Sol, y su tía era muy permisiva. De repente recordó porque le parecía tan familiar su rostro, sus ojos oscuros e hipnóticos, rasgados, salvajes. El sol golpeó por fin la cara de la mujer que pareció perder diez años de repente. ¿Cuantos tendría ahora? El tenía treinta y un días del nombre y Myriah era mayor que él. Y no lo parecía. - ¿De verdad eres tu? - Se acercó un paso, incrédulo, su mano hizo ademán de levantarse para tocar su cara, sus manos, su cuerpo. Había estado enamorado de ella cuando era un niño, soñando que algún día Lord Toland decidiera proponerlo como candidato a compartir el trono de Dorne. Ella le había enseñado a amar el desierto, y el la había amado tanto como al mismo. Pero se fue. Myriah partió hacia la capital con apenas, ¿que? ¿Catorce, quince años? No lo recordaba bien. De ese día solo recordaba la rabia, el calor que notaba en su cuerpo, sus puños apretados y la velocidad con la que parpadeaba para no romper a llorar. Tenía que ser fuerte se había dicho. - Yo, esperé, pensaba que volverías algún día, pensaba que... - “vendrías a por mí.” Y así fue, durante años le escribió, mantuvieron una relación vía cuervo, pero cada nacimiento de otro dragón, distanció más al Hightower de Desembarco.
Con diecisiete años fue nombrado Ser y volvió a Antigua. El último cuervo de Myriah lo recibió antes de partir a Essos, y henchido de rabia, no respondió. Tras eso las mujeres se habían sucedido como hojas caídas de un árbol en otoño. Sin pasión, sin intensidad. Solo una había despertado su interés, unos ojos azules a los que había salvado una vez. Pero dos años le separaban de Ellaria, y Myriah Martell era... “Targaryen” recordó de pronto. Su faz cambió lo suficiente para que apartara la mirada, y se arrodillara. -Mi reina, no deberíais estar sola aquí. Dejadme... -pero no pudo terminar la frase, se le atragantó en la garganta. Ese no era él, era el señor de Antigua. Balian, el Balian que ella había conocido no era un cortesano. - Lo siento, se me hizo insoportable este desierto, en soledad. Tuve que buscar algo que llenara mi vida más que entrenar día a día en los patios de mi tío.- Se levantó bruscamente y sonrió triste mirándola a los ojos. - Te he echado de menos majestad -añadió con rintintín divertido. Le tendió la mano.- ¿Permitirás que este Hightower desagradecido te invite a un paseo por aquí? Creo que es hora de que nos pongamos al día, ¿no crees?
-¿Myriah...? ¿Myriah Martell? - balbuceó mirándola incrédulo. Los años habían pasado rápidamente entre entrenamientos, estudios y la compañía de una Princesa que siempre había visitado en sus tiempos libres, Colina Fantasma estaba a solo dos días de caballo de Lanza del Sol, y su tía era muy permisiva. De repente recordó porque le parecía tan familiar su rostro, sus ojos oscuros e hipnóticos, rasgados, salvajes. El sol golpeó por fin la cara de la mujer que pareció perder diez años de repente. ¿Cuantos tendría ahora? El tenía treinta y un días del nombre y Myriah era mayor que él. Y no lo parecía. - ¿De verdad eres tu? - Se acercó un paso, incrédulo, su mano hizo ademán de levantarse para tocar su cara, sus manos, su cuerpo. Había estado enamorado de ella cuando era un niño, soñando que algún día Lord Toland decidiera proponerlo como candidato a compartir el trono de Dorne. Ella le había enseñado a amar el desierto, y el la había amado tanto como al mismo. Pero se fue. Myriah partió hacia la capital con apenas, ¿que? ¿Catorce, quince años? No lo recordaba bien. De ese día solo recordaba la rabia, el calor que notaba en su cuerpo, sus puños apretados y la velocidad con la que parpadeaba para no romper a llorar. Tenía que ser fuerte se había dicho. - Yo, esperé, pensaba que volverías algún día, pensaba que... - “vendrías a por mí.” Y así fue, durante años le escribió, mantuvieron una relación vía cuervo, pero cada nacimiento de otro dragón, distanció más al Hightower de Desembarco.
Con diecisiete años fue nombrado Ser y volvió a Antigua. El último cuervo de Myriah lo recibió antes de partir a Essos, y henchido de rabia, no respondió. Tras eso las mujeres se habían sucedido como hojas caídas de un árbol en otoño. Sin pasión, sin intensidad. Solo una había despertado su interés, unos ojos azules a los que había salvado una vez. Pero dos años le separaban de Ellaria, y Myriah Martell era... “Targaryen” recordó de pronto. Su faz cambió lo suficiente para que apartara la mirada, y se arrodillara. -Mi reina, no deberíais estar sola aquí. Dejadme... -pero no pudo terminar la frase, se le atragantó en la garganta. Ese no era él, era el señor de Antigua. Balian, el Balian que ella había conocido no era un cortesano. - Lo siento, se me hizo insoportable este desierto, en soledad. Tuve que buscar algo que llenara mi vida más que entrenar día a día en los patios de mi tío.- Se levantó bruscamente y sonrió triste mirándola a los ojos. - Te he echado de menos majestad -añadió con rintintín divertido. Le tendió la mano.- ¿Permitirás que este Hightower desagradecido te invite a un paseo por aquí? Creo que es hora de que nos pongamos al día, ¿no crees?
Invitado- Invitado
Re: El retorno de los extranjeros {Balian}
Myriah sonrió ampliamente al escuchar su nombre, ese que parecía tan lejano en el tiempo y tan poco real, en la boca del medio-dorniense. No, en verdad ya no era Myriah Martell, si no Targaryen, y tampoco era la misma muchacha que jugaba con él tanto en Lanza del Sol como en Colina Fantasma durante tantos años, pero en esencia seguía siendo ella. Dio un paso hacia adelante, con tranquilidad, asintiendo levemente con la cabeza mientras Balian parecía recalcular toda la información en su cabeza. Lo observó dar un paso, como si aquello fuera totalmente irreal, levantando la mano con un ademán que se quedó en una intención a medias, mirándola sorprendido por la noticia. La dorniense no pudo más que sonreír con cierta nostalgia, con los ojos brillando de la emoción. Sabía que incluso que le iban a dar ganas de llorar por todos aquellos sentimientos juntos que se agolpaban en su corazón, en su cabeza, llevándola y trayéndola como si de una ola se tratase, por la historia de su propia vida, que tanto difería en lo que ella había soñado en la más tierna infancia que pronto le fue arrebatada.
Alzó la mano, queriendo recorrer aquellas facciones de hombre, enmarcadas por aquellos ojos que tanto la habían inquietado en su juventud, que tanto seguían inquietándola incluso en aquel momento. Pero cambió el gesto en el último momento, tocándose el codo del brazo contrario, mientras se mordía el labio inferior, contrariada. Las cosas no debían de haber sido así. En aquellos momentos deberían haber estado ambos en los jardines del palacio Martell, con el título de Princesa y Príncipe de Dorne, rodeados de niños de cabellos oscuros y ojos profundos que amaran tanto aquellas tierras como ellos lo hacían, mientras sus padres sonreían preocupados por el porvenir de sus hijos, de su pueblo. Volvió a morderse con mayor fuerza, temiendo que el labio inferior le temblara demasiado. Aún así, los ojos seguían brillándole con demasiada intensidad como para no saber que, finalmente, acabaría llorando por aquel encuentro.
Porque lo había querido como un hermano al principio, como un amigo después y como algo más cuando empezó a recibir sus cuervos, después del enlace con Daeron, de sus hijos con él, de sus obligaciones como Princesa de Poniente y futura Reina. Solamente en Desembarco del Rey se había percatado de lo que había dejado tras de sí en Dorne, incluido Balian. Nadie sabría jamás las noches en vela que había pasado Myriah, con las cartas de aquel muchacho que ahora era un hombre, llorando como la niña que era y que debía de dejar de ser poco después, mirando los cabellos oscuros de su primogénito Baelor sin saber si aquello le traía la alegría o la pena, pues le recordaba mucho a lo que había perdido por aquel pacto entre los Martell y los Targaryen. «Yo, esperé, pensaba que volverías algún día, pensaba que...» dijo Balian y el corazón de Myriah se encogió, haciendo que la Reina posara una mano sobre su propio pecho, como acto reflejo para protegerse. Qué poco sabía Balian las veces que se había arrodillado ante Aegon IV para que le permitiera irse a Dorne, o las veces que había suplicado ante Daeron que intercediera sobre su padre, que por aquella época era el Rey. Y como respuesta siempre había obtenido el no. Dorne había seguido siendo, durante muchos años tras en enlace de Myriah con Daeron, en territorio que poco pisaban la Familia Real por represalias.
- Y volví, pero tú ya no estabas – dijo Myriah, tragando saliva, con un tono de tristeza. Había sido una visita corta, más diplomática que otra cosa, y lo había buscado hasta debajo de las piedras. No había contestado a su último cuervo y no lo encontraba por ninguna parte. Había sido nombrado Ser hasta donde ella sabía pero nunca había conocido el resto de la historia del hombre, hasta aquella mañana de sol en la que el destino había querido juntarlos de nuevo. Essos había sido el destino de su amado Balian mientras ella lloraba su pérdida y volvía, sin saber nada, a Desembarco, a hacerse cargo de sus hijos y a tomar posesión de sus tantas responsabilidades, que parecían perseguirle allá a dónde iba, pues Balian cambió el gesto, arrodillándose frente a ella, llamándola « mi reina ». Myriah frunció levemente el ceño. Él menos que nadie tenía que arrodillarse frente a ella. Por eso cuando se levantó bruscamente, mirándola a los ojos y tendiéndole una mano para guiarla en un paseo, ella simplemente se avalanzó sobre él, rodeando su musculoso torso con sus brazos, fundiendo ambos cuerpos en un abrazo. - Te mataré como vuelvas a arrodillarte frente a mí – le susurró al oído, con voz divertida. - Yo también te he echado de menos
Alzó la mano, queriendo recorrer aquellas facciones de hombre, enmarcadas por aquellos ojos que tanto la habían inquietado en su juventud, que tanto seguían inquietándola incluso en aquel momento. Pero cambió el gesto en el último momento, tocándose el codo del brazo contrario, mientras se mordía el labio inferior, contrariada. Las cosas no debían de haber sido así. En aquellos momentos deberían haber estado ambos en los jardines del palacio Martell, con el título de Princesa y Príncipe de Dorne, rodeados de niños de cabellos oscuros y ojos profundos que amaran tanto aquellas tierras como ellos lo hacían, mientras sus padres sonreían preocupados por el porvenir de sus hijos, de su pueblo. Volvió a morderse con mayor fuerza, temiendo que el labio inferior le temblara demasiado. Aún así, los ojos seguían brillándole con demasiada intensidad como para no saber que, finalmente, acabaría llorando por aquel encuentro.
Porque lo había querido como un hermano al principio, como un amigo después y como algo más cuando empezó a recibir sus cuervos, después del enlace con Daeron, de sus hijos con él, de sus obligaciones como Princesa de Poniente y futura Reina. Solamente en Desembarco del Rey se había percatado de lo que había dejado tras de sí en Dorne, incluido Balian. Nadie sabría jamás las noches en vela que había pasado Myriah, con las cartas de aquel muchacho que ahora era un hombre, llorando como la niña que era y que debía de dejar de ser poco después, mirando los cabellos oscuros de su primogénito Baelor sin saber si aquello le traía la alegría o la pena, pues le recordaba mucho a lo que había perdido por aquel pacto entre los Martell y los Targaryen. «Yo, esperé, pensaba que volverías algún día, pensaba que...» dijo Balian y el corazón de Myriah se encogió, haciendo que la Reina posara una mano sobre su propio pecho, como acto reflejo para protegerse. Qué poco sabía Balian las veces que se había arrodillado ante Aegon IV para que le permitiera irse a Dorne, o las veces que había suplicado ante Daeron que intercediera sobre su padre, que por aquella época era el Rey. Y como respuesta siempre había obtenido el no. Dorne había seguido siendo, durante muchos años tras en enlace de Myriah con Daeron, en territorio que poco pisaban la Familia Real por represalias.
- Y volví, pero tú ya no estabas – dijo Myriah, tragando saliva, con un tono de tristeza. Había sido una visita corta, más diplomática que otra cosa, y lo había buscado hasta debajo de las piedras. No había contestado a su último cuervo y no lo encontraba por ninguna parte. Había sido nombrado Ser hasta donde ella sabía pero nunca había conocido el resto de la historia del hombre, hasta aquella mañana de sol en la que el destino había querido juntarlos de nuevo. Essos había sido el destino de su amado Balian mientras ella lloraba su pérdida y volvía, sin saber nada, a Desembarco, a hacerse cargo de sus hijos y a tomar posesión de sus tantas responsabilidades, que parecían perseguirle allá a dónde iba, pues Balian cambió el gesto, arrodillándose frente a ella, llamándola « mi reina ». Myriah frunció levemente el ceño. Él menos que nadie tenía que arrodillarse frente a ella. Por eso cuando se levantó bruscamente, mirándola a los ojos y tendiéndole una mano para guiarla en un paseo, ella simplemente se avalanzó sobre él, rodeando su musculoso torso con sus brazos, fundiendo ambos cuerpos en un abrazo. - Te mataré como vuelvas a arrodillarte frente a mí – le susurró al oído, con voz divertida. - Yo también te he echado de menos
Myriah Targaryen- Realeza
Re: El retorno de los extranjeros {Balian}
Y era ella. Myriah Targaryen, antes Martell. Cerró los ojos por un momento y la vio con catorce años, con la incipiente (y aún así espectacular) figura que los dioses la habían otorgado a esa edad, esos ojos negros, las manos cálidas, la sonrisa siempre presta en los labios. Y los abrió. ¿Como no se había dado cuenta? Habían pasado más de veinte años, pero era Myriah... Su Myriah. Decir que había envejecido era mentira y verdad al mismo tiempo. Las caderas eran más anchas que antaño, pues había tenido hijos, el busto más prominente, la cara más definida y sin la curva redonda de la niñez. Ella sonrió y sus ojos parecieron centellear. “Oh, vaya, conozco esa mirada”. Pues aunque habían sido apenas seis o siete años de relación, habían sido más que intensos. Creía conocer hasta el más mínimo detalle de la Princesa Myriah Martell, ¿como sería la Princesa Myriah Targaryen? En Colina Fantasma había gritado, golpeado y llorado. Su tío no había impedido que desahogara su rabia con las armas, pero no le había permitido marchar a Desembarco. Y a medida que fue creciendo, no fue su tío el que lo impidió, fue su propio orgullo lo que le impidió ir, y en parte su autocontrol, nunca había mantenido bien la calma en situaciones tensas, excepto en batalla, y no deseaba montar un numerito en la corte de los Targaryen y morir. Essos fue una vía de escape para todo. Quería huir de Antigua, de su hermano Borold, de Poniente. No encontró un hogar en Essos, pues su mente sabía que hogar deseaba para él. Ese que empezaba a bañarse con los rayos del sol. Se llevó la mano al pecho y agarró el colgante. “Nuestro colgante” puntualizó su mente.
Cuando ella alargó la mano y luego la retiró Balian notó como le faltaba la respiración. ¿Que le estaba pasando? Era cierto que, con la excepción de Ellaria Yronwood, nunca se había sentido completo al lado de una mujer. Ni dentro ni fuera de la cama. Ni siquiera las putas Lysenas, entrenadas en los caminos de la perdición del hombre, habían sido estímulo suficiente. Le faltaba algo, le había faltado siempre. Hacía veintidós años que lo había perdido. Y ahora, ese “algo” se rodeaba con los brazos, como protegiéndose. Dijo que había vuelto, y un pequeño atisbo de ira llegó al pecho de Balian, había esperado ocho años en Dorne. No lo había soportado más. Pero, tan pronto como llegó, la ira, se fue. ¿Que sabía él de ella? Nada. Absolutamente nada. Que se había convertido en Reina, que había tenido a los hijos de Daeron II, y que al principio se mostraba segura y convencida en sus cartas, pero Balian veía las marcas de las lágrimas en cada papel que recibía. “Cada vez menos, cada vez estábamos más lejos”. Calló, pues no tenía sentido discutir. Y tras su rectificación, algo inesperado pasó.
No pudo más que abrazarla, con todo el cariño que le fue posible, inspiró profundamente. Seguía siendo ella. Cuan diferente hubiera sido todo si los dragones no se hubieran interpuesto. - Morir bajo tu mano sería la mejor muerte que podría soñar, Myr. -dijo, llamándola como antes, como cuando solo eran dos infantes jugando entre risas y piernas de los criados. “Yo también te he echado de menos” dijo ella y Balian apretó el abrazo. Estuvieron así unos segundos, hasta que Balian los separó delicadamente. Se llevó la mano al pecho y se desató un colgante de hilo con dos aros pequeños de madera. Lo puso en la mano de Myriah sonriendo. - Te fuiste demasiado deprisa para que pudiera dártelo. - Eran dos aros, muy pequeños, de madera. Los habían gastado cuando eran niños, y los llevaba colgando en el cuello porque no cabían en sus gruesos dedos. “Me los guardé el día que nos casamos, jugando a dragones y doncellas” lo pensó pero no lo dijo. Ella recordaría que era aquello. Pues siempre gastaban los mismos. El puso su mano sobre la que ella mantenía el colgante. - ¿Porqué estás en Dorne? - “¿Cuanto tiempo tenemos?” - ¿Durante cuantos días? - “¿Te quedarías conmigo?” - ¿Vendrías de visita a Antigua? - “¿Eres feliz?” Rió.- Perdona, hablo demasiado rápido.- Pues estaba nervioso. Y en eso no había cambiado nada. Acarició la cara de Myriah con el dorso de su mano, y se dio cuenta de cuan cerca estaban el uno del otro. - Estás preciosa. - “Vente conmigo” . “¿Me deseas?” . “Te...” . Suspiró.
Cuando ella alargó la mano y luego la retiró Balian notó como le faltaba la respiración. ¿Que le estaba pasando? Era cierto que, con la excepción de Ellaria Yronwood, nunca se había sentido completo al lado de una mujer. Ni dentro ni fuera de la cama. Ni siquiera las putas Lysenas, entrenadas en los caminos de la perdición del hombre, habían sido estímulo suficiente. Le faltaba algo, le había faltado siempre. Hacía veintidós años que lo había perdido. Y ahora, ese “algo” se rodeaba con los brazos, como protegiéndose. Dijo que había vuelto, y un pequeño atisbo de ira llegó al pecho de Balian, había esperado ocho años en Dorne. No lo había soportado más. Pero, tan pronto como llegó, la ira, se fue. ¿Que sabía él de ella? Nada. Absolutamente nada. Que se había convertido en Reina, que había tenido a los hijos de Daeron II, y que al principio se mostraba segura y convencida en sus cartas, pero Balian veía las marcas de las lágrimas en cada papel que recibía. “Cada vez menos, cada vez estábamos más lejos”. Calló, pues no tenía sentido discutir. Y tras su rectificación, algo inesperado pasó.
No pudo más que abrazarla, con todo el cariño que le fue posible, inspiró profundamente. Seguía siendo ella. Cuan diferente hubiera sido todo si los dragones no se hubieran interpuesto. - Morir bajo tu mano sería la mejor muerte que podría soñar, Myr. -dijo, llamándola como antes, como cuando solo eran dos infantes jugando entre risas y piernas de los criados. “Yo también te he echado de menos” dijo ella y Balian apretó el abrazo. Estuvieron así unos segundos, hasta que Balian los separó delicadamente. Se llevó la mano al pecho y se desató un colgante de hilo con dos aros pequeños de madera. Lo puso en la mano de Myriah sonriendo. - Te fuiste demasiado deprisa para que pudiera dártelo. - Eran dos aros, muy pequeños, de madera. Los habían gastado cuando eran niños, y los llevaba colgando en el cuello porque no cabían en sus gruesos dedos. “Me los guardé el día que nos casamos, jugando a dragones y doncellas” lo pensó pero no lo dijo. Ella recordaría que era aquello. Pues siempre gastaban los mismos. El puso su mano sobre la que ella mantenía el colgante. - ¿Porqué estás en Dorne? - “¿Cuanto tiempo tenemos?” - ¿Durante cuantos días? - “¿Te quedarías conmigo?” - ¿Vendrías de visita a Antigua? - “¿Eres feliz?” Rió.- Perdona, hablo demasiado rápido.- Pues estaba nervioso. Y en eso no había cambiado nada. Acarició la cara de Myriah con el dorso de su mano, y se dio cuenta de cuan cerca estaban el uno del otro. - Estás preciosa. - “Vente conmigo” . “¿Me deseas?” . “Te...” . Suspiró.
Invitado- Invitado
Re: El retorno de los extranjeros {Balian}
Myriah suspiró, abrazada al cuerpo del dorniense adoptivo, torneado bajo el duro entrenamiento bélico que estaba segura que había tenido bajo la vigilancia de Lord Tolan en un principio y luego, bajo su propia iniciativa. Cerró los ojos un segundo, disfrutando de la calidez que le proporcionaba la figura de Balian, notando como si el tiempo en verdad se ralentizara. Deseó mantenerse en esa posición durante la eternidad, pues se sentía más que segura. No era que Myriah, dado su estatus, careciera de seguridad, pues tenía a cientos de personas que cuidaban y velaban por su bienestar día y noche, sin descanso, pero ella no buscaba esa clase de inmunidad, si no que buscaba... Tranquilidad, confianza. Era algo que por más que interaran ofrecer quienes la rodeaban, pocos lo habían conseguido más allá de su familia, y a veces ni eso. Pero Balian siempre lo había hecho fácil y por eso era la persona que podía brindarle a Myriah aquella sensación de paz interior que se estaba manifestando en el interior de la Reina, más que a gusto en los brazos de su querido Bal.
«Morir bajo tu mano sería la mejor muerte que podría soñar, Myr» aseguró Balian mientras aún continuaba el abrazo en aquella playa, bajo la atenta mirada de quien Myriah había bautizado como Padre Sol. «Myr». La dorniense sintió como un escalofrío le recorría la parte baja de la espalda, concentrándose en el estómago, haciendo que se creara en aquella parte de su cuerpo una sensación extraña como de vacío, aunque notaba como le cosquilleaba ese lugar. Hacía demasiado tiempo que nadie la llamaba así. Siempre era la Reina, la madre, la esposa, la hermana, la cuñada, la bienhallada, la amada, la Targaryen, la extranjera, la que nunca debía haber pisado Desembarco del Rey, y a veces simplemente era Myriah. Pero nunca era Myr. Aquello evocaba recuerdos que había creído medio olvidados entre la pena y la nostalgia de los años, cuando no le quedaba otra que asumir que ya no formaba parte de Dorne y que lo que había dejado en el desierto, como las rocas, acabaría siendo erosionado y, por tanto, modificado. Cambiado de todo lo que alguna vez fue. Muerto. Se separó de Balian, cuando este lo estimó oportuno, con un gesto apaciguado. - No sería la primera vez, pero aún así, ni se te ocurra pensarlo ni por un instante – le reprendió, frunciendo el ceño, pero en pocos instantes relajó el rostro y le dedicó una media sonrisa radiante. En verdad Balian había muerto muchas veces bajo su mano (aunque ella también había muerto, gratamente, bajo la suya), en aquellos juegos de guerreros y princesas en los que Myriah raramente accedía a quedarse de brazos cruzados, esperando que la salvaran de los dragones. Ella, criada en un ambiente donde se le primaba de la misma igualdad que los varones, se había mostrado siempre como una chiquilla independiente, fiera, luchadora. Era irónico pensar que aquellos dragones contra los que luchaba y a menudo vencía eran los que la habían separado de su tierra, de su familia, de Balian, encerrándola en una fortaleza alejada de lo que conocía y pese a que no se había rendido nunca, eran los que habían ganado. Los dragones, finalmente, se habían salido con la suya y Balian no había podido cubrirla, como tantas veces había hecho antiguamente.
Mientras su querido Bal se llevaba una mano al pecho, Myriah lo observó sin recato alguno de arriba a abajo. Había cambiado una barbaridad desde que lo había dejado en Lanza del Sol veintidos años antes. El niño de complexión atlética y delgada se había convertido con los años en un hombre bien parecido, de brazos fuertes, porte decidido y un cuerpo adaptado al trabajo. Myriah apostaba todo lo que tenía por que Balian había obtenido más de una admiradora todos aquellos años, aunque se sentía realmente extraña por pensar eso. El hecho de que Balian fuera un hombre más que atractivo de repente pareció contrariarla. No tenía derecho a juzgar una vida que desconocía completamente, pero su mente quiso olvidar la parte en la que el medio dorniense era aclamado por la féminas. ¿Tenía esposa? ¿Tenía hijos? Había tanto que no sabía de él que se sentía desorientada. La ansiedad de saber se apoderaba poco a poco del cuerpo de la mujer, hasta que de averiguó por qué Balian se había llevado una mano al pecho. Su acompañante le mostró un par de aros de madera, envejecidos por el tiempo, pero que conservaban algo especial. El azoramiento de Myriah se vio eclipsado por aquellos objetos carentes de importancia a primera vista. Se mordió el labio inferior cuando Balian los colocó sobre una de sus manos y lo miró como si hubiera visto el paraíso de repente.
Lo recordaba como si hubiera sido el mismísimo día anterior. No sabía cómo aquella idea se les había implantado en la cabeza, pero un pequeño y valiente Torre de Arena y ella, a la que llamaban Rosa del Desierto, habían decidido un día que debían casarse. La costumbre en Poniente era el intercambio de las capas con el escudo de sendas familias, pero a falta de capas, y escuchando de unos criados que venían más allá del Mar Angosto que en muchas ciudades se intercambiaban anillos, los pequeños Hightower y Martell habían decidido hacerlo de aquella manera. Además, así, cuando él estuviera en Colina Fantasma y ella en Lanza del Sol, podrían mirar el anillo y recordar al otro. Así que, un atardecer, uno de los pocos días en los que Myriah había desistido de ser la guerrera para tomar su lugar como doncella, cuando Balian había derrotado al dragón de una forma heroica, se casaron en una ceremonia oficiada por un septón imaginario que los proclamaba como Señores de Dorne a ambos, dada la enorme contribución ofrecida al pueblo. Recordaba haber creído perder aquella tarde el anillo, pero Balian parecía haberlo conservado todo aquel tiempo.
Myriah tragó saliva y lo miró, con la misma determinación con la que le prometió aquel día que sería su esposo, que la cuidaría y protegería de todos los males del mundo, que nunca dejaría que la separaran de él y que la haría feliz, muy feliz. - ¡Los tenías tú! Creía que los había perdido... Oh, Dioses... Son... – «Eres...» – Preciosos... – «... Mío». Balian era de ella mucho antes de que él tuviera edad de estar con ninguna mujer, y ella le pertenecía incluso en el momento en que había pronunciado los votos frente a Daeron. Pero no valía la pensa decirlo y remover el pasado de aquella forma... ¿verdad? Reaccionó cuando Balian colocó una de sus manos sobre la de Myriah, aquella que sostenía la promesa que una vez se hicieron, en forma de anillos de madera, y ella sonrió, parpadeando. ¿Que cuánto tiempo estaría? Myriah se sorprendió de que él no supiera que estaba allí por la boda de Maron pero, de repente, supo el por qué del desconocimiento del hombre. Essos. Tomó aire y sonrió, apacible. - Se celebra el enlace de mi hermano Maron con la Princesa Daenerys Targaryen, por lo que estaré como mucho durante unos cinco o seis días aquí – dijo, con cierto pesar, bajando el tono de voz. Acababa de poner un pie en sus tierras y ya tenía hasta fecha de vuelta. Miró a Balian, intentando mantener la compostura. Antigua. No sabía lo que le estaba pidiendo – Ojalá pudiera pisar Antigua – aseguró, con gran pena. Antigua entraba dentro del territorio del Dominio, de los Tyrell. Si ya de por sí los del Dominio y Dorne se llevaban mal por Las Marcas, Myriah debía especial cuidado con pisar las tierras de quien protegía y se constituía como principal aliado de Daemon Fuegoscuro, quien pretendía hacerse con el Trono de Hierro. Debía mantenerse con Daeron en la Fortaleza Roja. - Pero... Pero tú puedes venir cuando te plazca a Desembarco del Rey – le indicó poco después, con una media sonrisa que no dejaba de ser triste. Esa sonrisa se agrandó con el comentario de Balian, que aseguraba hablar deprisa. - No te perdono, no, pues no hay nada que tenga que perdonar – dijo la reina antes de notar como Balian le acariciaba una mejilla con el dorso de su mano. Cerró los ojos ante en tacto y la caricia cálida, que le proporcionó una sensación abrumadora que se expandió por todo su cuerpo. Solo cuando hubo abierto los ojos se percató de la cercanía de sus cuerpos. - Tú que me miras con buenos ojos – aseguró Myriah, antes de acompañarle en el suspiro. Cerró la mano en la que llevaba aún los anillos, entrelazándola con la de Balian, y lo miró a los ojos. - No sé cómo he podido vivir todos estos años sin ti.
«Eres mío, no lo olvides nunca», parecía decirle con la mirada la Reina al Señor de Antigua.
«Morir bajo tu mano sería la mejor muerte que podría soñar, Myr» aseguró Balian mientras aún continuaba el abrazo en aquella playa, bajo la atenta mirada de quien Myriah había bautizado como Padre Sol. «Myr». La dorniense sintió como un escalofrío le recorría la parte baja de la espalda, concentrándose en el estómago, haciendo que se creara en aquella parte de su cuerpo una sensación extraña como de vacío, aunque notaba como le cosquilleaba ese lugar. Hacía demasiado tiempo que nadie la llamaba así. Siempre era la Reina, la madre, la esposa, la hermana, la cuñada, la bienhallada, la amada, la Targaryen, la extranjera, la que nunca debía haber pisado Desembarco del Rey, y a veces simplemente era Myriah. Pero nunca era Myr. Aquello evocaba recuerdos que había creído medio olvidados entre la pena y la nostalgia de los años, cuando no le quedaba otra que asumir que ya no formaba parte de Dorne y que lo que había dejado en el desierto, como las rocas, acabaría siendo erosionado y, por tanto, modificado. Cambiado de todo lo que alguna vez fue. Muerto. Se separó de Balian, cuando este lo estimó oportuno, con un gesto apaciguado. - No sería la primera vez, pero aún así, ni se te ocurra pensarlo ni por un instante – le reprendió, frunciendo el ceño, pero en pocos instantes relajó el rostro y le dedicó una media sonrisa radiante. En verdad Balian había muerto muchas veces bajo su mano (aunque ella también había muerto, gratamente, bajo la suya), en aquellos juegos de guerreros y princesas en los que Myriah raramente accedía a quedarse de brazos cruzados, esperando que la salvaran de los dragones. Ella, criada en un ambiente donde se le primaba de la misma igualdad que los varones, se había mostrado siempre como una chiquilla independiente, fiera, luchadora. Era irónico pensar que aquellos dragones contra los que luchaba y a menudo vencía eran los que la habían separado de su tierra, de su familia, de Balian, encerrándola en una fortaleza alejada de lo que conocía y pese a que no se había rendido nunca, eran los que habían ganado. Los dragones, finalmente, se habían salido con la suya y Balian no había podido cubrirla, como tantas veces había hecho antiguamente.
Mientras su querido Bal se llevaba una mano al pecho, Myriah lo observó sin recato alguno de arriba a abajo. Había cambiado una barbaridad desde que lo había dejado en Lanza del Sol veintidos años antes. El niño de complexión atlética y delgada se había convertido con los años en un hombre bien parecido, de brazos fuertes, porte decidido y un cuerpo adaptado al trabajo. Myriah apostaba todo lo que tenía por que Balian había obtenido más de una admiradora todos aquellos años, aunque se sentía realmente extraña por pensar eso. El hecho de que Balian fuera un hombre más que atractivo de repente pareció contrariarla. No tenía derecho a juzgar una vida que desconocía completamente, pero su mente quiso olvidar la parte en la que el medio dorniense era aclamado por la féminas. ¿Tenía esposa? ¿Tenía hijos? Había tanto que no sabía de él que se sentía desorientada. La ansiedad de saber se apoderaba poco a poco del cuerpo de la mujer, hasta que de averiguó por qué Balian se había llevado una mano al pecho. Su acompañante le mostró un par de aros de madera, envejecidos por el tiempo, pero que conservaban algo especial. El azoramiento de Myriah se vio eclipsado por aquellos objetos carentes de importancia a primera vista. Se mordió el labio inferior cuando Balian los colocó sobre una de sus manos y lo miró como si hubiera visto el paraíso de repente.
Lo recordaba como si hubiera sido el mismísimo día anterior. No sabía cómo aquella idea se les había implantado en la cabeza, pero un pequeño y valiente Torre de Arena y ella, a la que llamaban Rosa del Desierto, habían decidido un día que debían casarse. La costumbre en Poniente era el intercambio de las capas con el escudo de sendas familias, pero a falta de capas, y escuchando de unos criados que venían más allá del Mar Angosto que en muchas ciudades se intercambiaban anillos, los pequeños Hightower y Martell habían decidido hacerlo de aquella manera. Además, así, cuando él estuviera en Colina Fantasma y ella en Lanza del Sol, podrían mirar el anillo y recordar al otro. Así que, un atardecer, uno de los pocos días en los que Myriah había desistido de ser la guerrera para tomar su lugar como doncella, cuando Balian había derrotado al dragón de una forma heroica, se casaron en una ceremonia oficiada por un septón imaginario que los proclamaba como Señores de Dorne a ambos, dada la enorme contribución ofrecida al pueblo. Recordaba haber creído perder aquella tarde el anillo, pero Balian parecía haberlo conservado todo aquel tiempo.
Myriah tragó saliva y lo miró, con la misma determinación con la que le prometió aquel día que sería su esposo, que la cuidaría y protegería de todos los males del mundo, que nunca dejaría que la separaran de él y que la haría feliz, muy feliz. - ¡Los tenías tú! Creía que los había perdido... Oh, Dioses... Son... – «Eres...» – Preciosos... – «... Mío». Balian era de ella mucho antes de que él tuviera edad de estar con ninguna mujer, y ella le pertenecía incluso en el momento en que había pronunciado los votos frente a Daeron. Pero no valía la pensa decirlo y remover el pasado de aquella forma... ¿verdad? Reaccionó cuando Balian colocó una de sus manos sobre la de Myriah, aquella que sostenía la promesa que una vez se hicieron, en forma de anillos de madera, y ella sonrió, parpadeando. ¿Que cuánto tiempo estaría? Myriah se sorprendió de que él no supiera que estaba allí por la boda de Maron pero, de repente, supo el por qué del desconocimiento del hombre. Essos. Tomó aire y sonrió, apacible. - Se celebra el enlace de mi hermano Maron con la Princesa Daenerys Targaryen, por lo que estaré como mucho durante unos cinco o seis días aquí – dijo, con cierto pesar, bajando el tono de voz. Acababa de poner un pie en sus tierras y ya tenía hasta fecha de vuelta. Miró a Balian, intentando mantener la compostura. Antigua. No sabía lo que le estaba pidiendo – Ojalá pudiera pisar Antigua – aseguró, con gran pena. Antigua entraba dentro del territorio del Dominio, de los Tyrell. Si ya de por sí los del Dominio y Dorne se llevaban mal por Las Marcas, Myriah debía especial cuidado con pisar las tierras de quien protegía y se constituía como principal aliado de Daemon Fuegoscuro, quien pretendía hacerse con el Trono de Hierro. Debía mantenerse con Daeron en la Fortaleza Roja. - Pero... Pero tú puedes venir cuando te plazca a Desembarco del Rey – le indicó poco después, con una media sonrisa que no dejaba de ser triste. Esa sonrisa se agrandó con el comentario de Balian, que aseguraba hablar deprisa. - No te perdono, no, pues no hay nada que tenga que perdonar – dijo la reina antes de notar como Balian le acariciaba una mejilla con el dorso de su mano. Cerró los ojos ante en tacto y la caricia cálida, que le proporcionó una sensación abrumadora que se expandió por todo su cuerpo. Solo cuando hubo abierto los ojos se percató de la cercanía de sus cuerpos. - Tú que me miras con buenos ojos – aseguró Myriah, antes de acompañarle en el suspiro. Cerró la mano en la que llevaba aún los anillos, entrelazándola con la de Balian, y lo miró a los ojos. - No sé cómo he podido vivir todos estos años sin ti.
«Eres mío, no lo olvides nunca», parecía decirle con la mirada la Reina al Señor de Antigua.
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